LA SOLEMNIDAD DEL CUERPO Y LA SANGRE DE CRISTO, 22 de junio de 2025
(Génesis
14:18-20; I Corintios 11:23-26; Lucas 9:11-17)
El Concilio
Vaticano II nombró la Eucaristía la “fuente y cumbre” de nuestra fe. Tenemos la fiesta del Cuerpo y la Sangre de
Cristo para contemplar por qué es.
Haremos nuestra contemplación aquí enfocándonos en la primera lectura
con continua referencia a la Carta a los Hebreos y otros pasajes bíblicos.
La lectura nos
presenta a Melquisedec, una figura que aparece ambas oscura e iluminadora en la
Biblia. En el Antiguo Testamento se ve
su nombre solo aquí y el Salmo 110. Sin
embargo, en la Carta a los Hebreos del Nuevo Testamento se describe ampliamente
como un modelo para entender a Jesucristo.
La lectura
llama a Melquisedec “rey de Salem”. Salem
o shalom es la palabra hebrea por la paz. Al igual que Melquisedec es “rey de la paz”,
Cristo se conocerá “príncipe de la paz”.
Se probará digno del título cuando reconcilia a los judíos y paganos por
su muerte en la cruz. Como dice la Carta
a los Efesios, él reconcilió con Dios los dos pueblos en un solo Cuerpo, por
medio de la cruz, destruyendo la enemistad en su persona (cf., Efesios
2,16).
También la
lectura dice que Melquisedec es sacerdote.
Ofrece a Dios el pan y el vino de parte de Abram. Asimismo, la Carta a los Hebreos hace
hincapié en el papel sacerdotal de Cristo.
Como Melquisedec, Jesús en la Última Cena presentará pan y vino de parte
del mundo entero.
Jesús
convertirá las ofrendas en su Cuerpo y Sangre.
Al próximo día estos mismos elementos serán inmolados para ganar al
mundo el perdón de sus pecados. En
cuanto alivia a los que crean en él del pecado, el ofrecimiento de Jesús
consistirá una bendición de inestimable valor.
La Carta a
los Hebreos continúa contrastando a los sacerdotes y los sacrificios del
Antiguo Testamento con Cristo y su sacrificio en la cruz. En resumen, dice que los sacerdotes no podían
ofrecer sacrificios tan eficaces como lo de Cristo porque habían pecado
mientras Cristo nunca pecó. También sus
sacrificios pierden en comparación con lo de Cristo porque eran solo la sangre
de animales mientras Cristo, el Hijo de Dios, ofreció su propia sangre. Además, los sacrificios del Antiguo
Testamento tenían que repetirse en cuanto la persona seguía pecando. Pero el sacrificio de Cristo fue una vez por
siempre porque ha entregado la humanidad de la condición del pecado.
Deberíamos darnos
cuenta de que atestiguamos el sacrificio supremo de Jesús cada vez que
asistamos en la misa. Porque Jesús es
divino, su muerte en la cruz constituyó un acto eterno. Eso es, aconteció una vez por siempre en
tiempo, pero sigue pasando fuera del tiempo.
Nuestra participación en la misa nos lleva al umbral de la
eternidad. Es como una ventanita a
través de que vemos al Cristo resucitado glorificando a Dios Padre con su
muerte en la cruz.