El domingo, 4 de enero de 2026

 

LA EPIFANÍA DEL SEÑOR
(Isaías 60:1-6; Efesios 3:2-3.5-6; Mateo 2:1-12)

El evangelio de hoy contiene una de las historias más apreciadas de toda la Biblia. Se la ha llamado “el evangelio en miniatura” porque presenta algunos de los temas más básicos del Nuevo Testamento: 1) revela a Jesús como rey y salvador; 2) contrasta el ardor de los forasteros por encontrarlo con la resistencia del pueblo judío; y 3) sugiere el destino doloroso de Jesús al final del evangelio. Dado que la Iglesia proclama hoy este evangelio bajo la rúbrica de “la Epifanía”, abordemos estos temas a la luz de esta palabra extraña.

La palabra “epifanía” viene del griego epiphaneia, que significa “manifestación”, “aparición” o “revelación”. La “Epifanía del Señor” nos presenta a Jesús como el Hijo de Dios. Hay varias epifanías en los evangelios, como el Bautismo en Mateo cuando la voz de Dios Padre declara a Jesús su “Hijo amado”. También la Transfiguración de Jesús en la montaña es una epifanía. No obstante, el relato del evangelio de hoy es la instancia más clara de epifanía, pues muestra cómo hombres de un lugar lejano llegan a adorar el Rey de los judíos.

La historia comienza con los magos observando una estrella nueva en el cielo. Ciertamente, Mateo entiende que esta estrella representa a Jesús. Pero la estrella también simboliza la capacidad del ser humano de conocer a Dios a través de la naturaleza. El Concilio Vaticano I afirmó que la razón natural puede alcanzar el conocimiento de la existencia de Dios, aunque solo con dificultad y mezclada con error. Por esta razón, los magos deben detenerse en Jerusalén para consultar las Escrituras. Sólo cuando los escribas descubren que el Mesías iba a nacer en Belén pueden llegar a su destino.

Este proceso de los humanos llegando a conocer a Dios por la naturaleza se repite en nuestros días. Se suele pensar que la mayoría de los científicos contemporáneos son ateos. Sin embargo, según fuentes confiables, un número creciente de científicos reconoce la existencia de un Creador. Dicho sencillamente, la ciencia no logra explicar plenamente la confluencia de factores que hace posible la vida en la tierra. Si las temperaturas del planeta no fueran moderadas; si la mezcla de gases en la atmósfera no fuera precisamente de un 21 por ciento de oxígeno y un 78 por ciento de nitrógeno; si no existieran una luna grande y los demás planetas, entre otros factores, la vida en la tierra no sería posible.

Pero todo este conocimiento nos dice poco sobre la compasión de Dios y sobre su voluntad de que los seres humanos practiquen la justicia. Para conocer mejor a Dios se necesitan las Escrituras. Y para conocerlo de la manera más plena posible, se necesita el evangelio, porque Jesús es la revelación perfecta de Dios.

La segunda lectura nos explica que los apóstoles llevaron el evangelio a los paganos. Este también continúa hoy. Podemos preguntarnos: ¿qué mueve a la gente a interesarse por Dios? Algunos todavía son atraídos a Cristo por la ciencia, que plantea preguntas sin respuestas completas. Muchos más llegan a conocerlo por las vidas de los santos, que lo sacrificaron todo por amor a él. Algunos quedan profundamente conmovidos por la belleza de los santuarios, de la música religiosa y del arte, y buscan sus fuentes. Otros quedan tan impresionados por la vida buena y ordenada de los cristianos comunes que desean imitarlos.

En realidad, no importa tanto qué nos lleve a Cristo. Lo importante es que lo abracemos y lo sigamos. Él es el camino hacia Dios, porque él mismo es Dios. Y siendo Dios, nos dará la felicidad que buscamos en la vida.

Navidad, el 25 de diciembre de 2025

 

Navidad 2025

Algunos de nosotros nos hemos cansado tanto de las tarjetas electrónicas de felicitación que hemos bloqueado su recepción. Las e-cards son invariablemente simpáticas y, sin duda, casi siempre bien intencionadas. Pero su selección limitada puede provocar hastío después de ver la misma tarjeta más de dos veces. El otro día, sin embargo, recibí una que me conmovió hasta el punto de verla una y otra vez.

La tarjeta muestra a un cordero recién nacido que entra pausadamente en una iglesia rural vacía en Navidad. El corderito brinca con asombro al percibir los bancos adornados. Al acercarse al pesebre frente al altar, descubre al Niño Cristo dormido. El animal se recuesta junto al pesebre mientras un rayo de sol ilumina la pequeña cruz del altar. La escena concluye con una paloma que vuela hasta el lugar. El ave toma un sorbo del agua de la pila bautismal a un costado y luego se posa sobre el pesebre del Niño dormido, junto al cordero.

¿Es esto simplemente un saludo navideño sentimental, más apropiado para niños que para adultos? Yo no lo creo. Me parece más bien una parábola que hace una profunda afirmación teológica. El cordero no viene a adorar a Cristo como los pastores en el Evangelio de Lucas. Tampoco ofrece un regalo al Niño Jesús como el tamborilero del popular villancico. El cordero se acuesta junto a Cristo porque ¡él es otro Cristo!

En el primer capítulo del Evangelio de Juan, Juan el Bautista señala a Jesús ante sus discípulos. Les dice: “He aquí el Cordero de Dios”. Jesús es el cordero que será sacrificado para expiar el pecado humano. Él será bautizado —recordemos la paloma bebiendo agua de la pila— como identificación con la humanidad. Hoy viene en paz para permitir que el mundo contemple el acontecimiento de Cristo en nuestras vidas. Debemos aprovechar la ocasión para agradecer a Cristo su venida entre nosotros. También queremos pedirle perdón por nuestro orgullo y otros pecados. Finalmente, podemos prometerle nuestro amor, y el amor a todos aquellos por quienes él murió para salvar.

 

El domingo, 28 de diciembre de 2025

 

LA FIESTA DE LA SAGRADA FAMILIA – 28 de diciembre de 2025
(Eclesiástico 3:3-7.14-17; Colosenses 3:12-21; Mateo 2:13-15.19-23)

Comencemos nuestra reflexión con una mirada a la segunda lectura. La Carta a los Colosenses nos exhorta a revestirnos del amor, “que es el vínculo de la perfecta unión”. El autor desea que “la palabra de Cristo” —y no la palabra de la calle— habite en nosotros. Y añade que todo lo que digamos y todo lo que hagamos sea hecho “en el nombre del Señor Jesús”.

Lamentablemente, muchos desconocen o ignoran estos consejos de lo alto. Un periodista observa cómo el odio entre razas y religiones ha ido creciendo en nuestra sociedad. Como prueba, señala el comportamiento de cierto grupo de jóvenes que, en lugar de mostrar desaprobación o indignación, permiten comentarios que retratan a los judíos como deshonestos. También menciona otra organización que no corrigió a un miembro que describió a las personas negras en términos deshumanizantes.

El periodista continúa observando que esta odiosa discriminación va acompañada de un lenguaje vulgar. Hoy en día, las palabras vulgares, incluso las que se refieren a la intimidad sexual, se dicen en voz alta y se toleran, incluso en el hogar paterno. Y con mucha menos reticencia que hace una generación, se insinúa la inferioridad de las minorías pobres. Es como si, para parecer honesto o auténtico, uno tuviera que exponer los impulsos más primitivos del corazón humano.

Todo este lenguaje tosco y degradante va en contra de la enseñanza de Jesucristo. En su obra de salvación, él elevó a la humanidad a la dignidad más alta de su historia. Nos enseñó que es más noble socorrer al necesitado en su angustia que enriquecerse a costa del otro. Una madre en una película expresó esta verdad de manera sencilla: “Hay dos caminos en la vida: el camino natural y el camino de la gracia”. Sigue que la naturaleza se centra en sí misma y busca controlar todo; la gracia, en cambio, se abre hacia afuera en la entrega generosa de uno mismo.

San José es un modelo admirable de una vida vivida según la gracia. En los evangelios no pronuncia palabras ofensivas; de hecho, no pronuncia ninguna palabra, porque es un hombre de obras justas y no de discursos vacíos. San José cumple fielmente los mandamientos y las indicaciones de Dios, sin quejas ni demoras. En el evangelio de hoy, huye a Egipto con su familia durante la masacre de los inocentes; luego regresa cuando cesa la persecución y lleva a Jesús y a María a Nazaret, donde pueden vivir en paz.

Jesús mismo ofrece un ejemplo aún más profundo, porque su gracia va mucho más allá de la imitación externa. Siendo Dios, entra en nuestros corazones para transformarlos desde dentro. Nos conmueve de innumerables maneras; mencionemos solo tres. La gracia nos permite crecer en dignidad y sabiduría en el contexto familiar. Nos fortalece contra los vicios de la avaricia y la lujuria que desgarran a las familias. Finalmente, acrecienta nuestro amor mutuo a pesar de nuestros defectos. Es a través de este amor purificado por el sacrificio que vislumbramos a Dios.

El domingo 21 de diciembre de 2025

IV DOMINGO DE ADVIENTO,

(Isaías 7:10-14; Romanos 1:1-7; Mateo 1:18-24)

Hace sesenta años, el Concilio Vaticano II afirmó que la Iglesia tiene el deber de “escudriñar los signos de los tiempos e interpretarlos a la luz del Evangelio”. Pues bien, hoy en día un lamentable signo de los tiempos es la tosquedad y la crudeza en los asuntos públicos. Los periodistas a menudo buscan la controversia cuando informan sobre los acontecimientos. Hacen hincapié en las diferencias entre las personas, aun cuando esas diferencias no sean aspectos realmente importantes del asunto. Algunos políticos no se cansan de lanzar insultos contra aquellos con quienes no están de acuerdo. Prefieren humillar a sus oponentes antes que dialogar con ellos para llegar a la verdad. Ya no nos sorprende escuchar a líderes sociales usar vulgaridades y amenazas. El resultado de este comportamiento público ha sido un ambiente social cada vez más amargo, que deja a personas ordinarias confundidas y, a menudo, adoptando posturas injustas.

En los Estados Unidos, la cuestión de la inmigración ha producido este mismo tipo de confusión y resentimiento. Millones de personas han entrado al país clandestinamente o se han quedado más tiempo del que la ley permite. Se les ha llamado “indocumentados” o “inmigrantes ilegales”. Quienes apoyan a los indocumentados afirman que han contribuido al bien del país y que no han acaparado de manera desproporcionada los beneficios sociales. Describen a los opositores como intolerantes y olvidadizos del hecho de que sus propios antepasados vinieron a este país como inmigrantes.

Por otro lado, hay ciudadanos que desean la expulsión de los indocumentados. Ellos sostienen que, en algunos lugares, el costo de los servicios públicos —como las escuelas— para los inmigrantes ilegales se ha vuelto insoportable. Responden a la acusación de intolerancia diciendo que los Estados Unidos es un país deseable para vivir precisamente porque se espera que las leyes sean obedecidas. Añaden que sus abuelos o bisabuelos no violaron la ley cuando ingresaron al país.

Si el país quiere superar este problema, se necesita un diálogo honesto entre personas con perspectivas diversas. Ciertamente, no se pueden deportar millones de inmigrantes sin causar un daño inaceptable a la estabilidad social. Pero tampoco se puede tolerar el abuso continuo de las leyes migratorias.

El comportamiento hostil va en contra de nuestra herencia cristiana. La primera página de la Biblia nos enseña que todos los hombres y mujeres son imagen de Dios. Solo por este hecho se nos debe respeto. Además, Jesús promueve entre sus discípulos un trato justo incluso hacia los adversarios. En el Sermón del Monte nos dice que debemos amar a nuestros enemigos y orar por quienes nos persiguen (cf. Mateo 5,44).

Podemos tomar a san José, en el evangelio de hoy, como modelo de la verdadera justicia. Él vive conforme tanto al espíritu como a la letra de la Ley de Dios. Según el espíritu de la Ley, no quiere exponer a María al desprestigio revelando su embarazo. Según la letra, piensa “dejarla en secreto”, como la Ley prescribe. Y no duda en obedecer el mandato explícito del Señor de recibirla en su casa junto con su hijo.

En lugar de lanzar insultos a nuestros adversarios, nosotros los católicos debemos ser los primeros en tratar de comprender sus puntos de vista. Debemos presumir su buena voluntad hasta que exista evidencia clara en contra. Incluso entonces, hemos de intentar convencerlos de la verdad en lugar de maldecir sus opiniones. Cuando practicamos la justicia, damos testimonio de nuestra fe en Dios.

Esto es precisamente lo que el profeta Isaías recomienda al rey de Judá en la primera lectura. El poderoso imperio asirio se ha puesto en marcha para conquistar el mundo. Para detener su avance, los reinos de Samaría (Israel) y Siria quieren que Judá forme una alianza con ellos. Pero el rey Ajaz de Judá prefiere aliarse con Asiria, a pesar de la recomendación del profeta de no hacerlo y de confiar únicamente en Dios. Isaías ofrece como señal de la fidelidad de Dios que una virgen dará a luz un hijo, cuyo nombre será Emmanuel, que significa “Dios con nosotros”.

Esta semana vamos a dar la bienvenida al Rey de reyes y Príncipe de la Paz. Parte de nuestro homenaje al Rey recién nacido debe ser nuestro compromiso de vivir según su ley: buscar la paz con justicia para todos, mediante el amor.

El viernes, 12 de diciembre de 2025

 

Fiesta de Nuestra Señora de Guadalupe

(Zacarías 2:14-17; Apocalipsis 11:19a.12:1-6.10ab; Lucas 1:39-47)

Mediante la Encarnación, Dios se hizo hombre para resucitar a todos los seres humanos del pecado y la muerte. Fue un acto singular e irrepetible. Sin embargo, hoy celebramos otro acto de Dios que se asemeja en cierto modo al logro de la Encarnación. Envió a su madre, la Virgen de Guadalupe, para ayudar a los oprimidos pueblos indígenas de México.

Para apreciar la magnitud de este evento, similar a la encarnación, debemos recordar la situación de la nación mexicana en 1531. Diez años antes, la poderosa nación azteca fue derrotada por una fuerza de tan solo unos cientos de soldados españoles. Por supuesto, fue una plaga, que la milicia portaba sin saberlo, la que causó el mayor daño. El pueblo quedó impotente, pero desafiante. En gran medida, no querían formar parte de la cultura española.

Entonces la Virgen se apareció a Juan Diego Cuauhtlatotzin, uno de los pocos indígenas conversos al catolicismo. Lo envió al obispo de México con la orden de construir una iglesia en su honor. No debía construirse en la ciudad, entre los ricos e influyentes, sino en el campo, donde residían los indígenas pobres. Por "iglesia", se refería no solo a una estructura física, sino, aún más importante, a una comunidad de creyentes. Cuando la primera se completó, los indígenas se convirtieron en masa.

Con nuestra celebración de hoy recordamos no solo la aparición de Nuestra Señora de Guadalupe al pueblo mexicano, sino también la ayuda de Dios a todos los que han sido abatidos. Ya sea que los seres humanos sufran enfermedades, guerras, desastres naturales o pobreza, Dios acude en su ayuda. María se identifica con una intervención de misericordia similar en el evangelio de hoy. Declara abiertamente que Dios la ha visitado en su humilde condición para que pueda proclamar su grandeza.

El domingo, 14 de diciembre de 2025

 

III DOMINGO DE ADVIENTO

(Isaías 35:1-6.10; Santiago 5:7-10; Mateo 11:2-11)

Según una antigua tradición, este tercer domingo de Adviento se llama “Gaudete”. Gaudete es latín para “regocíjense”. Ahora es tiempo de regocijarse porque hemos llegado al punto medio de la espera de la Navidad. Por esta razón, el sacerdote y el diácono llevan ornamentos de color rosa, no el morado penitencial de los otros domingos de Adviento.

Usualmente la segunda lectura presenta el tema del gozo en este domingo, pero no este año. Escuchamos al profeta Isaías en la primera lectura decir al pueblo de Israel: “Regocíjate”. La segunda lectura, de la Carta de Santiago, solo alienta al pueblo cristiano a ser paciente en la espera del Señor. Querría explorar este tema de la esperanza una vez más.

Nosotros, los cristianos, hemos estado esperando al Señor desde su resurrección de entre los muertos. Queremos que nos vindique por vidas de honradez, generosidad y castidad. Nuestras esperanzas de verlo se alzan cuando escuchamos frases como “…está cerca” en la lectura de Santiago. Nos preguntamos: “¿Cuándo llegará?” Evidentemente, la gente a la cual escribió Santiago tenía la misma inquietud. Por eso les exhorta: “Sean pacientes...” Es cierto que Jesucristo regresará porque lo ha dicho. Pero el día y la hora, como también dice, “…nadie los conoce, ni los ángeles del cielo, ni el Hijo, sino sólo el Padre” (24,36).

La paciencia nos dispone a sufrir y a soportar los males presentes. El esperar no es el peor mal, pero ciertamente no nos gusta. De hecho, esperar nos inclina a cometer actos lamentables. Se puede ver en las carreteras a choferes impacientes arriesgando sus vidas y las de otros por zigzaguear en el tráfico. Otros choferes impacientes maldicen a los cautelosos de modo que escandalizan a sí mismos junto con sus acompañantes.

En el fondo de nuestro disgusto con esperar está la tendencia a pensar en nosotros como más importantes que los demás. No queremos aguantar ninguna inconveniencia porque nos creemos superiores. Incluso tenemos dificultad para ver a Dios como más importante.  Deberíamos haber aprendido de nuestras madres que el mundo no se centra en nosotros, sino en Dios. Como el Creador y Sostenedor del universo, debemos someternos a su voluntad. No podemos esperar que Él se someta a la nuestra.

En la Biblia, Dios regularmente manda la paciencia. Hizo a Noé esperar  371 días en el arca con un montón de animales malolientes. Permitió que Job sufriera un sinnúmero de males severos. Como menciona Santiago en la lectura de hoy, los profetas tuvieron que sufrir mucho con paciencia. Elías, por ejemplo, tuvo que huir de la venganza del rey Acab hasta casi sucumbir en el camino. Asimismo, arrojaron a Jeremías en un pozo en un atentado contra su vida.

La paciencia nos permite sufrir hasta que reconozcamos nuestra dependencia de Dios para la salvación. Nos ayuda ver que nuestros esfuerzos no pueden rescatarnos de la muerte; sólo Dios puede hacerlo.  Es nuestra fe, ya purificada por el sufrimiento soportado con paciencia, que nos conecta firmemente a Él. Esto me recuerda aquí de la película "El Buscavidas", hecha hace años.  Un joven jugador de billar reta al campeón vigente a una partida. Pierde estrepitosamente, pero aprende de su derrota. La siguiente vez que se enfrenta al campeón, el joven jugador se convierte en el nuevo campeón. Como diría San Pablo, el joven gana “solo una corona que se marchita”.  En cambio, con la paciencia en la espera de Cristo nosotros ganamos “una corona incorruptible” (I Corintios 9,25).

Puede que no veamos el regreso de Cristo encarnado este año. Pero esto no significa que Él no recompense pronto nuestros sacrificios para vivir vidas honestas, generosas y castas. Él viene a nosotros en cada misa y, podríamos decir, particularmente en la misa de Navidad. Allí, en medio de nuestros seres queridos, la paz y la alegría que experimentamos nos aseguran que nuestros sacrificios valen la pena. Absolutamente valen la pena.


El domingo, 7 de diciembre de 2026

 

II DOMINGO DE ADVIENTO 
(Isaías 11:1-10; Romanos 15:4-9; Mateo 3:1-12)

Hoy es el segundo domingo de Adviento. Se puede llamarlo también “el Domingo de Juan Bautista”. Cada año, en este día, el evangelio destaca a Juan el Bautista. Este año leemos la presentación de Juan en el desierto según san Mateo. El año próximo se presenta Juan según san Marcos y, en 2027, Juan según san Lucas. En ningún año escuchamos la voz de Jesús en este segundo domingo, aunque su presencia siempre permea el trasfondo.

La información biográfica de Juan proviene mayormente del Evangelio de Lucas. Nació como hijo del sacerdote Zacarías y de su esposa estéril, Isabel. Por orden de Dios se llamó “Juan”, que significa “Yahveh es misericordioso”. Fuera de María y José, Juan fue el primero en reconocer a Jesús como el Señor. Cuando María, embarazada de Jesús, visitó a su pariente Isabel, que llevaba a Juan en su seno, Juan saltó para homenajearlo. Después de su nacimiento, Zacarías predijo que él iba a ir delante del Señor preparando sus caminos. Juan vivió como asceta en el desierto, alimentándose solo de langostas y miel silvestre.

En la lectura de hoy Juan está pregonando la próxima venida del Mesías. “Arrepiéntanse —dice—, ya está cerca el Reino de Dios”. Según la tradición judía, el Mesías inauguraría el eterno Reino de Dios. Juan lo mira con el más alto respeto cuando proclama: “Yo ni siquiera soy digno de quitarle las sandalias”. Semejante a Jesús, Juan encuentra a los saduceos y fariseos culpables de hipocresía. “Raza de víboras” los llama, aunque no los considera perdidos. Si se repinten, Juan los bautizará con agua para señalar su intención de vivir justamente. Sin embargo, a aquellos que no se arrepientan de verdad, Juan los dejará al Mesías para que los queme con fuego.

Mateo sigue desarrollando la historia de Juan con su bautismo de Jesús, su prendimiento y su muerte. Cuando Jesús se presenta ante él para ser bautizado, Juan se resiste, diciendo que él debería ser bautizado por Jesús. Sin embargo, cuando Herodes Antipas lo arresta, Juan muestra alguna duda de que Jesús sea el Mesías. Esperaba a un Mesías que quemara a los pecadores, pero Jesús prefiere dialogar e incluso comer con ellos. Por eso Juan envía a dos discípulos para interrogarlo: “¿Eres tú el que ha de venir o debemos esperar a otro?” Jesús no les da una respuesta directa. Les dice: “Vayan a contar a Juan lo que ustedes oyen y ven: los ciegos ven y los paralíticos caminan; los leprosos son purificados y los sordos oyen; los muertos resucitan y la Buena Noticia es anunciada a los pobres”.

No se sabe si Juan fue a su verdugo convencido de que Jesús es realmente el Mesías. A lo mejor sí, pues Mateo incluye su ejecución en su evangelio. Ciertamente la Iglesia piensa en Juan así, al incluir la historia de Juan como testimonio de la venida del Salvador durante el Adviento. Al hacerlo, la Iglesia nos ofrece la oportunidad de reafirmar nuestra fe en Jesús.

La gente en todas partes pone peros a la fe. Algunos judíos no creen porque, según ellos, cuando venga el Mesías todo va a cambiar. Pero los engaños, robos y homicidios continúan. Otros no creen porque el retorno de Jesús al mundo ha tardado veinte siglos y aun ahora no vemos indicaciones de que vendrá pronto. Todavía otros no creen porque ven a los cristianos —supuestamente adoctrinados con el evangelio— comportándose moralmente como cualquier grupo. Eso es, ven a la mayoría de los cristianos como hipócritas. No viven como personas redimidas.

En favor de Cristo como Mesías tenemos su legado, tan profundo como amplio. Su enseñanza es sana y provechosa. Sus seguidores cubren ya toda la tierra. Su beneficio al mundo ha sido enorme, desde alimentar a los indigentes hasta educar a los líderes cívicos. Otro motivo es el testimonio de quienes afirmaron haber visto a Jesús resucitado de entre los muertos. En casi todos los casos dieron sus vidas para proclamar lo que vieron. Finalmente está nuestra propia experiencia. ¿Quién de nosotros no ha pedido la ayuda de Jesús sin recibirla, no solo una vez, sino muchas veces?

El hecho de que Jesús no haya manifestado su señorío de modo espectacular a todos no es necesariamente un impedimento para la creencia. Puede considerarse más bien una manifestación de la consistencia de parte de Dios. Desde el tiempo de Abrahán, Dios ha pedido a los hombres y mujeres el asentimiento de la fe. Nos ha capacitado con el libre albedrío para aceptar a Jesús como la revelación plena de Dios o para rechazarlo. Nosotros, los seres humanos, tenemos que decidir por él o en su contra y vivir en armonía con esa decisión. Es la cuestión más significativa de nuestras vidas.

El domingo, 30 de noviembre de 2025

 

I Domingo de Adviento

(Isaías 2:1-5; Romanos 13:11-14a; Mateo 24:37-44)

Hoy comenzamos ambas la temporada de Adviento y las lecturas dominicales del Evangelio según San Mateo.  Vamos a considerar Adviento más tarde.  Ahorita pensémonos en el Evangelio de Mateo.  Todos los evangelios son obras de maestro cada uno con sus rasgos distintivos.  Se nota el Evangelio de Mateo entre otras cosas por la reflexión en las obras buenas, el uso del Antiguo Testamento para denotar a Jesús como el Mesías, y la estructura de cinco reportajes del ministerio de Jesús cada uno seguido por un discurso largo.

Se toma el evangelio de hoy del quinto y final discurso de Mateo.  Jesús está enseñado a sus discípulos sobre el final de los tiempos.  Les urge que sean preparados para su regreso no por escrutando los cielos para señales sino por haciendo obras buenas por los demás.  Jesús terminará este discurso con la profecía famosa de la separación de los buenos de los malos.  Dice que se reconocerán los buenos por tales obras como dar de a comer a los hambrientos y acogerse a los extranjeros. Ellos tendrán puestos en el Reino de cielo.  Entretanto los malos, que no han ayudado a los necesitados, serán mandados al lugar del fuego.

Las instrucciones de Jesús reflejan la profecía de Isaías en la primera lectura.  Dice el antiguo profeta que en los tiempos venideros gentes de todas partes del mundo vendrán al “monte de la casa del Señor”.  Allá aprenderán los verdaderos caminos de la paz.  Isaías tiene en mente el Monte de Sión, una metáfora para Jerusalén.  Al enseñar en Jerusalén en el evangelio de hoy, Jesús reparte el aprendizaje que la paz que buscan las naciones es el fruto de obras buenas.  Nos recuerda del dicho del papa San Pablo VI: “Si quieren la paz, trabajen para la justicia”.

El “monte de la casa de Señor” puede ser también dondequiera resida el Señor.  En este sentido se incluye el lugar donde Jesús entregó su “Sermón del Monte”.  Este discurso es el primero de los cinco de Mateo.  Aparte de los Diez Mandamientos, el Sermón es la enseñanza más reconocida sobre la moral en la Biblia.  En ello Jesús declara que los misericordiosos obtendrán la misericordia y que aquellos que trabajan por la paz serán llamados “hijos de Dios”.  Además, el Sermón reta a los discípulos de Jesús a dar préstamo a quien pida y a caminar dos kilómetros con quien que pida acompañamiento por un kilómetro.  El discurso también es notado por llamar a los discípulos “la luz del mundo”.  San Pablo en la segunda lectura exhorta a los cristianos romanos que se revistan con luz.

Después de componer lo que iba a hacerse doctrina básica cristiana en la primera parte de la Carta a los Romanos, Pablo se dirige a la aplicación de la teología a la vida.  La segunda lectura hoy viene de esta segunda parte práctica.  Dice que el amor al prójimo cumple la ley.  Pues la persona que ame no mata, ni comete adulterio, ni roba, ni codicia.  Más bien, el cristiano verdadero desecha “las obras de las tinieblas” para “revestirse con las armas de la luz”.

“Las obras de las tinieblas” refieren a los pecados sexuales como la fornicación.  Incluyen también la falta de caridad como cuando los miembros de la comunidad no ayudan a los necesitados.  Asimismo, “armas de la luz” abarcan obras de caridad.  Deben ayudar aún a los enemigos a quienes faltan las necesidades básicas.

Hemos entrado a Adviento.  Es tiempo de buena voluntad hacia todos.  Obras de caridad son tan partes de este tiempo como Santa Claus.  De hecho, Santa Claus es el modelo de obras buenas.  No es que sirvamos a los demás solo durante el mes de diciembre.  Más bien, nuestra caridad durante este mes nos acostumbra a ser serviciales siempre.  Como Jesús urge en el evangelio hoy y como Pablo escribe a sus queridos corintios, hacer obras buenas es parte de nuestra identidad como cristianos.

 

El domingo– 23 de noviembre de 2025

 

Solemnidad de Nuestro Señor Jesucristo, Rey del Universo 
(II Samuel 5:1-3; Colosenses 1:12-20; Lucas 23:35-43)

Este año marca el centenario de la celebración de Cristo Rey como solemnidad universal. El papa Pío XI inauguró esta fiesta en 1925 con dos motivos: dar gracias por el fin de la Primera Guerra Mundial y reconocer la caída de cuatro monarquías europeas. La celebración nos enseña que los reyes y otros gobernantes tienen legitimidad en la medida en que su manejo de los asuntos públicos se conforme al Reino de Cristo. Recordamos aquí las palabras de santo Tomás Moro, canciller del rey y mártir inglés, cuando proclamó delante de la guillotina: “Soy un buen siervo del rey, pero primero de Dios”.

Para apreciar la solemnidad de Cristo Rey, conviene volver a los primeros capítulos del Génesis. Dios reinó sobre toda la creación que había hecho. Pero, al crear a los seres humanos, les dio dominio sobre la tierra y el mar. Les dijo: “… llenen la tierra y sométanla; dominen a los peces del mar, a las aves del cielo y a todos los seres vivientes que se mueven sobre la tierra”. El hombre y la mujer vivieron en paz con Dios por un tiempo, pero no tardaron en caer bajo la influencia del pecado. Al intentar hacerse iguales a Dios, primero la mujer y luego el hombre comieron del fruto del Árbol de la ciencia del bien y del mal. Por este acto de desafío en efecto le cedieron al diablo —es decir, al pecado— su soberanía sobre el mundo. Desde entonces, ha sido el plan de Dios retomar el poder enviando a su Hijo. Cristo conquistará la maldad para restaurar la paz entre Dios y los hombres. Su victoria significará el restablecimiento del orden correcto: Jesús será soberano, y los seres humanos ejercerán su propia autoridad sobre la tierra. La historia de Cristo Rey es también la historia de la salvación.

Miremos las lecturas de hoy para entender mejor cómo Cristo es Rey. La primera describe la ceremonia de investidura de David como rey de todo Israel. Ya había sido ungido rey de Judá, su propia tribu, y ahora es reconocido también por las tribus del norte. Con el tiempo será considerado el rey más grande en la historia de la nación. No solo conquistará un territorio vasto -- desde Egipto hasta el río Éufrates -- sino también tendrá una relación estrecha con el Señor. Sin embargo, David no será el rey ideal. Caerá gravemente al tener relaciones íntimas con la esposa de otro hombre y al causar la muerte de ese hombre cuando el adulterio resultó en un embarazo. También realizará un censo del reino desafiando a Dios, y sus numerosas guerras culminarán en la muerte de multitudes. Por grande que sea, David no podrá guiar a la humanidad a conformarse plenamente con la voluntad de Dios.

Sin embargo, el descendiente de David —Jesús de Nazaret— perfeccionó el reinado de su antepasado. Nacido de su linaje, Jesús fue ungido, en sus propias palabras, “para llevar a los pobres la Buena Nueva, para anunciar la liberación a los cautivos y la curación a los ciegos, para dar libertad a los oprimidos y proclamar el año de gracia del Señor”. Además, cumplió estas metas sin derramar la sangre de otros. Su modo de actuar fue predicar, sanar y morir en la cruz como un sacrificio inocente. En el Evangelio de hoy es proclamado rey irónicamente por el letrero en la cruz y por los labios de las autoridades, los soldados y el ladrón no arrepentido. Pero también es reconocido como Rey por el “buen ladrón”, quien dice: “Señor, cuando llegues a tu Reino, acuérdate de mí”.

La segunda lectura, de la Carta a los Colosenses, presenta en un amplio arco el logro de Jesucristo y su lugar en el orden del universo. Por el derramamiento de su sangre en la cruz, Cristo ha redimido a la humanidad de las tinieblas del pecado. Ahora vivimos en su luz y conocemos la paz con Dios Padre. Además, el sacrificio de Cristo sometió al mal y reconcilió todas las cosas con Dios. Por eso el Padre le dio la plenitud, incluso el reconocimiento de ser “Rey del Universo”. Como miembros de su cuerpo, nosotros participamos nuevamente en la administración de la tierra.

Llegamos al final del año litúrgico. Con el reconocimiento de Jesucristo como Rey del Universo, adquirimos un sentido del fin de los tiempos. Tenemos la confianza de que, si somos fieles a Él, las tinieblas del pecado no podrán dominarnos de nuevo. Al contrario, unidos a Cristo, reinaremos con Él para siempre.

 

El domingo, 16 de noviembre de 2025

 

XXXIII DOMINGO ORDINARIO 
Malaquías 3:19-20; II Tesalonicenses 3:7-12; Lucas 21:5-19

Hoy, en el Evangelio encontramos a Jesús en Jerusalén. Ha completado su largo viaje desde Galilea. De hecho, está entregando su último discurso al pueblo. En él, subraya tres temas que ha tratado durante el camino. Revisémonos estos temas, cada uno de los cuales toca íntimamente nuestras vidas espirituales.

Jesús está dentro del Templo con la gente. Algunos comentan sobre la solidez del edificio; otros se maravillan de su belleza. Pero Jesús les advierte contra poner la fe en las cosas creadas como si fueran eternas. Este es el primer tema para nuestra reflexión. Dice Jesús que el Templo, con sus hermosas ofrendas votivas, pronto será demolido. Igualmente desatinada es la fe en hombres que reclaman ser ungidos por Dios. 

Cuando miramos a nuestro alrededor en los nuevos suburbios, vemos muchas casas grandes. Parecen palacios, con habitaciones múltiples para solo pocas personas. No son malas en sí mismas. Pero cuando sus habitantes viven sin ninguna consideración por aquellos cuyos salarios no cubren la renta, entonces esas casas se convierten en tropiezos para la vida espiritual. Lo mismo ocurre con los cruceros, los autos de lujo o cualquier otra cosa extravagante que acapara nuestra atención hoy en día. Tampoco son necesariamente malos en sí, pero pueden interferir con nuestra primera responsabilidad: cumplir la voluntad de Dios.

En su discurso, Jesús predice las persecuciones que sus discípulos tendrán que soportar. Dice que, antes de que lleguen las catástrofes que marcarán el fin del mundo, serán odiados, traicionados, encarcelados e incluso asesinados. La persecución de los discípulos es el segundo tema para nuestra consideración. Los primeros seguidores de Jesús sufrieron matanzas por parte de Herodes en Jerusalén y por el emperador Nerón en Roma veinticinco años después.  Además, hubo muchas otras a lo largo de los siglos. Hoy en día, las persecuciones continúan en Nigeria donde decenas de miles de cristianos han sido asesinados en los últimos diez años.

Pocos de nosotros seremos asesinados por nuestra fe en Cristo, pero eso no significa que no enfrentaremos persecución. Cuando fue nominada para la Corte Suprema de los Estados Unidos, la jueza Amy Coney Barrett fue criticada por miembros del Congreso por ser una católica extrema. El cargo en su contra fue que cree que el aborto es malo. Si expresas tu fe abiertamente—por ejemplo, bendiciendo la comida en un restaurante o mencionando cómo Cristo te ha ayudado— no dudes que más temprano o más tarde serás ridiculizado. Incluso algunos familiares pueden criticarte por ser fiel a los fundamentos de la fe.

Jesús no deja de anunciar la buena noticia. Después de advertir sobre las dificultades que vendrán, nos asegura los beneficios de unirnos a él. Su frase: “... no caerá ningún cabello de la cabeza de ustedes” es difícil de entender, ya que muchos discípulos han sufrido el martirio. Quizás quiere decir que el Padre, que tiene contados los cabellos de sus hijos (Lc 12,7), no permitirá ser perdidos aquellos que sufren por causa de Jesús. De todos modos, después de esta frase difícil, Jesús asegura a sus fieles: “Si se mantienen firmes, conseguirán la vida”. La vida que tiene en mente es la que durará para siempre: la vida eterna. Este es el tercer tema del discurso de Jesús.

Nuestra esperanza de que nuestra vida no termine con la muerte corporal es fundamental para la vida cristiana. Los apóstoles predicaban a Jesús resucitado de entre los muertos. San Pablo se atrevió a escribir: “... si los muertos no resucitan, tampoco Cristo resucitó”. Recientemente, un sociólogo famoso escribió sobre su conversión a la fe en Cristo. El estímulo para su creencia recién encontrada fue la evidencia científica de que el alma existe fuera del cuerpo. Nuestra fe cristiana va mucho más allá de la supervivencia del alma. Afirma la resurrección del cuerpo al final de los tiempos. Sin embargo, desde los primeros siglos, la Iglesia ha depositado su fe en la continuación del alma hasta que se reúna con el cuerpo.

El próximo domingo concluiremos la lectura del Evangelio de San Lucas en los domingos. El evangelista nos ha entregado varias lecciones sobre la espiritualidad cristiana. Además de lo que hemos revisado hoy, hemos sido instruidos a ser compasivos con los que sufran, inclinados a perdonar a aquellos que nos ofendan, y persistentes en la oración. Sigamos adelante ahora con Jesús como guía a una vida más rica que jamás terminará.

El domingo, 9 de noviembre de 2025

 Fiesta de la Dedicación de la Basílica de Letrán

(Ezequiel 47:1-2.8-9.12; I Corintios 3:9-11.16-17; Juan 2:13-22)

Quizás ustedes se pregunten como yo ¿por qué celebramos la dedicación de una iglesia?  También, ¿cómo es que la fiesta de la dedicación puede desplazar un domingo cuando celebramos el día del Señor?  Sí parece extraño, pero la Basílica de San Juan Letrán es la catedral del obispo de Roma, el papa, el líder de la Iglesia universal.  Por eso, estamos celebrando hoy no solo la Basílica de Letrán sino también todas las iglesias del mundo.

El término “iglesia” tiene diferentes aspectos que vamos a explorar.  Sin embargo, para la mayoría de nosotros iglesia significa el edificio donde se da culto a Dios.  Así tiene una significación especial.  Es lugar santificado no solo con la Eucaristía y las reliquias de los santos sino también las oraciones de los fieles.  Sus voces han resonado en muchas iglesias por siglos haciendo el templo santo.  Así es el caso con la Basílica de Letrán.  Además, la iglesia es lugar privilegiado del encuentro entre Dios y los seres humanos.  Por esto, cuando entramos una iglesia nos persignamos con el agua bendita purificándonos de la inmundicia del mundo antes de encontrar al Señor.

Hablamos también de la iglesia como la comunidad que se congrega para orar.  La raíz de la palabra iglesia viene del hebreo qahal que quiere decir asamblea.  Se traduce qahal a la palabra griego ekklesia de que se formó el latín ecclesia y el español iglesia.  Se ve la iglesia como comunidad de discípulos de Cristo en la segunda lectura hoy. San Pablo llama la comunidad cristiana en Corinto “templo de Dios”.   Quiere decir que los hombres y mujeres que comprenden esa comunidad están aprendiendo cómo actuar como el Cuerpo de Cristo en el mundo.  El papa León tenía esta idea en cuenta exhortó a los católicos congregados en Chicago para honrarlo a “construir una comunidad” de la luz y la esperanza.

Una comunidad de luz y esperanza servirá a los demás para que el mundo conozca a Cristo.  En la primera lectura del profeta Ezequiel, las aguas procedan del Templo para regar los árboles frutales.  En torno las frutas de los árboles servirán para alimentar a la gente, y sus hojas producirán medicinas para curar a los enfermos.  Igualmente, la Iglesia es siervo al mundo con un sinnúmero de caridades y hospitales proveyendo las necesidades corporales de la gente.

Sobre todo, la comunidad de Cristo, la Iglesia, es sacramento. Eso es, la iglesia es un signo establecido por Cristo para transmitir la gracia de Dios.  ¿Cómo puede ser sacramento? Desde sus años más antiguos la Iglesia se ha identificado con el Cuerpo de Cristo.  Jesús mismo en la lectura del Evangelio según San Juan que leemos hoy, se identifica su Cuerpo con el Templo donde se ofrecen sacrificios.  De veras, su Cuerpo se hizo el sacrificio perfecto en la cruz emitiendo la gracia que perdona pecados y justifica a pecadores.  Ahora se celebra este mismo sacrificio dondequiera la comunidad de Cristo se congrega.  Procediendo de la misa al mundo la comunidad irradia la santidad de Jesucristo a todos.

La Iglesia como servidor del mundo, comunidad de discípulos, y sacramento no agotan sus aspectos.  Muchos conocen la Iglesia por su jerarquía, sus reglas, y sus organizaciones.  Eso es, conocen la Iglesia como una institución.  Porque ha sido institución, ha podido mantenerse por casi dos mil años de historia.  Otra dimensión aspecto de la Iglesia es heraldo anunciando Jesucristo como Salvador del mundo.  No seríamos fieles a Cristo si no proclamáramos esta buena noticia.  Finalmente, la Iglesia es un misterio imbuido con la presencia de Dios.  La participación humana ha creado faltas en la actuación de la Iglesia, pero ha podido superar los desafíos de los siglos por esta presencia permanente de Dios.  En fin, Dios estará presente entre nosotros mientras permanezcamos formando parte de la comunidad de Cristo.


El domingo, 2 de noviembre de 2025

 

Conmemoración de Todos los Fieles Difuntos 
(Sabiduría 3:1-9; Romanos 5:5-11; Juan 6:37-40)

Ahora, en noviembre, los vientos fríos han comenzado a soplar, al menos en las tierras norteñas. Los días oscurecen temprano y los árboles han perdido sus hojas. La muerte está en el aire, y algunos de nosotros la sentimos en los huesos.
Al llegar a los setenta u ochenta años, ya no tenemos la misma energía de antes. No podemos trabajar todo el día ni divertirnos hasta muy noche. Muchos conocidos de tiempos pasados —parientes, maestros, compañeros— se han marchado de este mundo. Además, el mundo contemporáneo, con sus miles de novedades, nos deja desorientados, como si despertáramos una mañana en un país extranjero.

Es tiempo de prepararnos para la muerte. La muerte nos lleva de la vida como un camión que recoge los muebles cuando nos mudamos. Es un acto pasivo que podemos resistir por un tiempo, pero al final a que debemos rendirnos. Sin embargo, la muerte puede ser también un acto positivo. No hablamos aquí del suicidio, que no es más que una aceleración de lo pasivo. Pensamos, más bien, en aprovechar la muerte como una oportunidad de encontrarnos con Cristo. En la Carta a los Filipenses, san Pablo escribe: “Para mí, la vida es Cristo, y la muerte una ganancia” (Flp 1,21). El apóstol espera su muerte como la novia que se prepara para ser recogida por su amado. Nuestra meta es vivir con el Señor para siempre. El evangelio de hoy nos indica el camino: Jesús dice que quienes lo vean y crean que Él es el Señor, el Hijo de Dios, tendrán vida eterna.

Existen fuerzas en nuestra sociedad que van en contra de nuestro deseo de ver la muerte como ganancia. Trivializan la muerte, como si representara únicamente el final de la vida, con poco valor en sí misma. Quienes la consideran así no esperan en Cristo como su Salvador eterno. Para ellas, la vida está limitada entre el nacimiento y la muerte, y su valor se mide solo por lo que sucede dentro de esos confines.

Uno de los factores que trivializan la muerte se ve en la forma en que hoy se celebra Halloween. Ya no es la víspera de Todos los Santos, el día en que se permiten las almas inquietas a vagar por el mundo para buscar consuelo. Ahora el día está saturado con imágenes de muerte violenta para asustar a los ingenuos, hasta que, como ocurre con Santa Claus en Navidad, ya nadie les presta fe.
El suicidio asistido también oscurece el significado de la muerte como umbral hacia el encuentro con el Señor. Quienes optan por este modo de morir ven la vida como digna solo mientras produce recompensas terrenales. No entienden que existe una dimensión transhistórica en la vida humana que requiere como la entrada el sacrificio del yo para hacer la voluntad de Dios.
Finalmente, vemos la trivialización de la muerte en las “celebraciones de la vida” que muchos prefieren hoy en día en lugar de un funeral. Estos eventos a menudo olvidan los pecados del fallecido y hacen poca referencia a sus virtudes. Con frecuencia se enfocan en las incongruencias de su vida para entretener a los presentes.

Nuestra tradición católica es, con razón, más solemne. Llevamos el cuerpo a la iglesia acompañado de su familia y amigos. Buscamos consolarnos unos a otros por la pérdida del ser querido. Nuestra presencia reconoce los logros del difunto mientras damos gracias a Dios por sus virtudes. No menos importante, rezamos para que sus vicios sean purificados, a fin de que pueda entrar en la presencia del Señor.

Hoy, en el Día de Todos los Fieles Difuntos, tenemos otra oportunidad para orar por los muertos. Pedimos a Dios no solo por nuestros seres queridos fallecidos, sino también por los sinnúmeros difuntos anónimos. Queremos que el Señor perdone sus pecados y purifique sus faltas. A cambio, podemos esperar que otros en algún momento y lugar del futuro oren por nosotros.

 


El domingo, 26 de octubre de 2025

 

XXX DOMINGO ORDINARIO
(Eclesiástico 35:12-14, 16-18; II Timoteo 4:6-8, 16-18; Lucas 18:9-14)

Las parábolas del Evangelio según san Lucas son como las baladas en la radio: a menudo  transmiten la sabiduría de una manera atractiva. En el evangelio de hoy, Jesús nos ofrece otra parábola fascinante. Esta vez nos enseña cómo orar mediante la historia del fariseo y el publicano que rezan en el Templo. Ambos vivieron en circunstancias distintas a las nuestras. Sin embargo, al vernos reflejados en los dos, podemos aprovechar abundantemente la lección.

Aunque los fariseos parecen villanos en los cuatro evangelios, ellos salvaron al judaísmo de la extinción. Después del derrumbe del Templo, los fariseos reorganizaron la religión en torno a la Ley de Moisés. Para asegurar su cumplimiento, desarrollaron costumbres conocidas como la ley oral. Jesús se opuso a esta nueva ley por estar demasiado preocupada con los detalles. Dijo que, al procurar cumplirla, los fariseos a menudo se olvidaban de la primacía de la compasión. Los acusó de agobiar a los pobres con prácticas innecesarias.

Jesús tuvo algunos fariseos como amigos, pero, en general, los consideró arrogantes y despiadados. Por eso, pone a un fariseo como ejemplo de la manera incorrecta de orar en el evangelio de hoy. Lo caracteriza con los vicios que afectan a muchos reformadores: pensar en sí mismo como mejor que los demás; tener prejuicios contra otros tipos de personas; carecer de humildad ante Dios; y preocuparse por dejar una buena impresión.

Aunque no nos gustan las actitudes de los fariseos, no es raro que nos comportemos de manera semejante. Por supuesto, como ellos, practicamos regularmente nuestra religión —y eso no es malo—. Sin embargo, también como ellos solemos justificar nuestras faltas. Además, estamos inclinados a considerarnos mejores que la mayoría de la gente, y casi tan buenos como los verdaderamente santos. Somos lentos para reconocer nuestras propias faltas, pero rápidos para notar las de los demás. Queremos que se nos reconozca como inteligentes, atractivos, trabajadores y generosos, aunque no siempre lo seamos. Por eso, no nos abstenemos de fingir esas cualidades.

Los publicanos recaudaban impuestos en nombre del Imperio romano. En su mayoría eran romanos, pero se permitía que algunos judíos ocuparan ese oficio. Por colaborar con los opresores, los publicanos judíos provocaban el resentimiento del pueblo. Su trabajo les daba la oportunidad de extorsionar a la gente, lo que generaba aún más rencor.

Jesús pasó bastante tiempo con los publicanos en su esfuerzo por proclamar la misericordia de Dios. Es posible que los encontrara más dispuestos a arrepentirse que a otros. Al menos, Zaqueo —el jefe de los publicanos— demostró buena voluntad de arrepentirse cuando se encontró con Jesús en el evangelio que habríamos leído el próximo domingo si no fuera por el Día de Todos los Fieles Difuntos.

Como los publicanos, nosotros también estamos inclinados a la avaricia. Incluso es posible que participemos en pequeños engaños para ganar más dinero. Sin embargo, también como el publicano de la parábola, golpeamos nuestro pecho durante la misa y pedimos perdón al Señor en el Sacramento de la Reconciliación.

Pero pedir perdón no basta para ser justificado. Los pecadores deben reformar sus vidas. En el caso del publicano de esta parábola, se da por sentado que hizo los cambios requeridos. En la historia de Zaqueo, el jefe de los publicanos promete dar la mitad de sus bienes a los pobres antes de que Jesús lo declare salvado.

En un domingo este pasado verano, aprendimos de Jesús que debemos servir a los demás como el Buen Samaritano. Luego, el domingo siguiente, nos enseñó que es mejor escucharlo como María que servirlo como Marta. Jesús no se contradijo, sino que nos invitó a discernir bien los momentos para escucharlo y los momentos para servirlo. De modo semejante, los evangelios del domingo pasado y del de hoy están coordinados. Recordamos cómo nos instruyó el domingo pasado a orar persistentemente con la parábola de la viuda y el juez corrupto. Hoy nos explica que la oración constante no basta si no está acompañada por la humildad ante Dios.

Aunque somos arrogantes como el fariseo y avariciosos como el publicano, no estamos perdidos. Por la humildad del arrepentimiento y la oración del corazón contrito, Jesucristo nos justificará. Sin arrepentimiento, la oración es presunción; con arrepentimiento, la oración nos gana la salvación.

El domingo, 19 de octubre de 2025

 

XXIX DOMINGO ORDINARIO
(Éxodo 17:8-13; II Timoteo 3:14–4:2; Lucas 18:1-8)

Reflexionando en las lecturas de hoy, deberíamos llegar a una espiritualidad más rica y profunda. Nos invitan a cambiar nuestra manera de pensar acerca de Dios y, más importante aún, de relacionarnos con Él. Antes de examinar las lecturas, conviene eliminar una idea equivocada sobre Dios.

Jesús mismo nos enseñó a pensar en Dios como nuestro “Padre del cielo”. Pero este Padre no necesita de nuestro agradecimiento ni de nuestro amor como lo necesitan nuestros padres terrenales. Como ser espiritual, Dios no tiene emociones humanas. Su amor no es del tipo que busque afecto, porque es completo en sí mismo. Nos permite y nos exhorta a amarlo, no por su beneficio, sino por el nuestro. Cuando lo amamos hasta el punto de no ofenderlo, crecemos como seres humanos, con la felicidad perfecta como nuestro destino final.

En el libro del Éxodo, cuando Dios le reveló a Moisés su nombre, nos mostró lo que Él es en sí mismo. Dijo: “Soy el que soy”. Estas palabras pueden parecernos misteriosas, pero indican que Dios ha existido desde siempre y que siempre existirá. Él es la fuente de toda existencia, el que creó todo lo que existe a partir de su propio ser. Cuando se hizo hombre en Jesucristo, nos mostró sin lugar a duda que no solo es el Creador de todos los seres humanos, sino también su protector amoroso. Además, dio la tierra a los hombres y mujeres para ayudarles a conocerlo y amarlo.

Veamos ahora la primera lectura, también del libro del Éxodo. Los israelitas están siendo atacados por los amalecitas. Es una agresión injusta, ya que los israelitas no hicieron nada para provocar la guerra. Moisés no tarda en pedir la ayuda del Señor para derrotar al enemigo. La recibe mientras mantiene los brazos levantados en actitud de oración. Pero cuando los baja, los amalecitas comienzan a prevalecer. No es que Dios sea caprichoso al insistir en que le recemos para obtener su ayuda. Más bien, desea que lo busquemos constantemente, para que permanezcamos siempre fieles a Él. Así como los amalecitas están destinados a perecer por su injusticia, los israelitas permanecerán en existencia por su cercanía al Señor.

La parábola de Jesús en el evangelio parece tan provocativa como la que escuchamos hace unas semanas. Recordamos cómo Jesús alabó al administrador injusto por su astucia al pensar en el futuro. En la parábola de hoy, Jesús compara a un juez injusto con Dios. Por supuesto, no pretende decir que Dios sea injusto. Más bien, quiere enseñarnos que debemos comportarnos como la viuda, que no cesa de pedir justicia al juez. Es decir, debemos orar a Dios sin descanso para obtener nuestras necesidades. Una vez más, las Escrituras nos muestran que hacemos bien cuando no nos alejamos del Señor, sino cuando nos entregamos a Él.

Ciertamente san Pablo estaría de acuerdo con la necesidad de ser persistentes en la oración. En la segunda lectura, de la Segunda Carta a Timoteo, el apóstol exhorta a su discípulo a mantenerse firme en lo que ha aprendido y creído. Además, confirma el valor de la Sagrada Escritura como fuente de vida justa.

No debemos terminar esta reflexión sin comentar la pregunta enigmática de Jesús al final del evangelio: “’… cuando venga el Hijo del hombre, ¿creen ustedes que encontrará fe sobre la tierra?’”. Con el alejamiento de tantos de la comunidad de fe, la pregunta resulta particularmente contundente. ¿Serán fieles los hombres cuando regrese Jesús, o se habrán perdido por olvidar a su proveedor? Las lecturas de hoy claramente nos invitan a orar constantemente para que Jesús encuentre fe cuando vuelva. Pero esto no exige solo esfuerzo de nuestra parte. Más aún, nos asegura que Dios, en su amor, siempre nos estará buscando. Como el padre del hijo pródigo, que mira el horizonte cada día esperando una señal del extraviado, Dios nos llama continuamente a volver a Él.

El domingo, 12 de octubre de 2025

 

XXVIII DOMINGO ORDINARIO
(II Reyes 5:14-17; II Timoteo 2:8-13; Lucas 17:11-19)

Muchos estadounidenses reconocen el evangelio de hoy porque se lee en la misa del Día de Acción de Gracias. Muestra el deseo natural del corazón de dar gracias a quienes nos han hecho el bien. También indica la expectativa de Dios de que su pueblo le exprese gratitud. Examinemos, entonces, la gratitud que nos facilita el agradecimiento hacia nuestros bienhechores. Luego veremos en las lecturas algunos ejemplos de esta virtud.

La gratitud es tanto una emoción como una virtud. La sentimos especialmente cuando alguien nos ayuda por buena voluntad y no por obligación. Todos tenemos nuestra propia historia de haber sido asistidos por otra persona que ni siquiera nos conocía. Un hombre contaba que se encontraba en una ciudad lejos de su casa cuando su carro se descompuso la noche anterior al Día de Acción de Gracias. Por casualidad, conoció a un mecánico afroamericano. El mecánico abrió su taller a la mañana siguiente para reparar el carro del extranjero y solo le cobró el costo de las piezas.

Al igual que el amor, la gratitud es también una virtud. Es una manera de vivir formada por nuestra elección de ser agradecidos y por la práctica constante. Se considera el fundamento de la vida moral porque reconoce un mundo de gracia. En un acto de fe intuimos que Dios nos ha regalado la vida y todo lo que tenemos. Cuando decidimos responder a nuestro proveedor con palabras y acciones de agradecimiento, comenzamos a practicar la gratitud. Repitiendo esta respuesta positiva cada vez que se nos hace un bien, desarrollamos la virtud. Así nos convertimos en personas amables, bondadosas y amorosas.

Es posible, sin embargo, rechazar la bondad de los demás. Hay personas que piensan que todo lo que tienen lo han conseguido únicamente por su propio esfuerzo. Según ellos, si alguna vez han recibido algo de otras personas, fue porque éstas estaban obligadas a dárselo. En un episodio de Los Simpson, a Bart le toca dar la bendición antes de la comida. El muchacho dice algo como: “Oh Dios, gracias por nada; nosotros pagamos por todo lo que está en la mesa”. Podemos reírnos, porque nos damos cuenta de lo absurdas que son sus palabras.

El agradecimiento no siempre surge naturalmente. Algunos sufren tanto en la vida que su dolor oscurece la gratitud. ¿Cómo pueden aceptar a Dios como bondadoso los enfermos de Huntington, una enfermedad que ataca el cerebro y deja a la víctima completamente incapacitada en poco tiempo? ¿Y cómo pueden decir “gracias” a Dios los familiares de una niña asesinada en un acto aleatorio de violencia? Particularmente para ellos, la gratitud es una decisión consciente que reconoce la afirmación de San Pablo en la Carta a los Romanos: “Sabemos, además, que Dios dispone todas las cosas para el bien de los que lo aman”.

La memoria también alimenta la gratitud. A veces, después de años, recordamos la bondad con que otras personas nos trataron. Nos duele que ya no estén presentes para poder agradecerles.

Con este preámbulo, examinemos las lecturas de la misa de hoy. En la primera, el general sirio reconoce que el Señor Dios lo ha curado de la lepra. También es instructivo que el profeta rehúse la oferta del general: evidentemente, Eliseo quiere dejar claro que Dios no actúa por una recompensa ni por obligación. En la segunda lectura, es el recuerdo de la muerte y resurrección de Cristo lo que mueve a San Pablo a responder con gratitud. A pesar de que sufre “hasta llevar cadenas”, puede dar gracias a Dios por conocer a Timoteo en Cristo. Finalmente, en el evangelio, el leproso samaritano regresa a Jesús para mostrarle su agradecimiento tan pronto como se da cuenta de que ha sido curado. Jesús espera que todos los curados actúen con la misma gratitud. No necesita su agradecimiento, pero éste indicaría que se han transformado en personas virtuosas. Entonces podría decirles, como le dice al samaritano: “Tu fe te ha salvado”.

Aun el mundo reconoce el valor del agradecimiento. Los canadienses celebran el Día de Acción de Gracias mañana, y los estadounidenses el próximo mes. Nosotros, los católicos, damos gracias a Dios cada vez que celebramos la Eucaristía. Que procuremos transformarnos, con la ayuda de la gracia, en personas profundamente agradecidas, capaces de reconocer cada acto de bondad que recibimos.

 

El domingo, 5 de octubre de 2025

 

EL VIGÉSIMO SÉPTIMO DOMINGO ORDINARIO
(Habacuc 1:2-3; 2:2-4; II Timoteo 1:6-8.13-14; Lucas 17:5-10)

Las tres lecturas de hoy llaman nuestra atención. En el evangelio, los apóstoles piden a Jesús: “Auméntanos la fe”. Esta súplica ha resonado a través de los siglos. Gentes de todas las épocas han sentido que sus pies resbalándose en el seguimiento del Señor Jesús. El ambiente del mundo ha sido muchas veces un desierto que no nutre la fe viva. No importa la época, siempre ha sido difícil poner la confianza en los sacramentos y las enseñanzas de la Iglesia como el camino a la salvación. En la Edad Media, las grandes plagas que mataban en diferentes partes a la mitad de la población hicieron de la tierra un “valle de lágrimas”. En el tiempo de la Revolución Industrial, multitudes vivían en condiciones infrahumanas que fomentaban el odio y la rebelión. En el siglo pasado, la televisión creó un nuevo desierto de distracciones que alejaba la atención de Cristo, tanto en la oración como en el servicio.

La era del Internet tampoco ha liberado a la humanidad de la sensación de estar perdida. Ahora las computadores y celulares han tomado el control de la vida de muchos. Los jóvenes, en particular, están golpeados por la facilidad de acceder a la pornografía, que corrompe no solo las relaciones sanas, sino también las mentes. Las pantallas han llevado a muchísimos a un mundo virtual, no real, con relaciones superficiales y experiencias casi vacías de significado. Incluso muchos católicos se han conformado con “la misa en la tele”. Les atrae porque no requiere el esfuerzo de vestirse, viajar o encontrarse con personas incómodas. Pero siguiendo ese modo de rezar, se pierde la oportunidad de recibir al Señor en la Santa Comunión y de unirse significativamente con la comunidad.

Una caricatura estrenada el Día de Acción de Gracias del año pasado resume bien el predicamento de la fractura social que vivimos hoy. En el primer marco, una familia de hace treinta años se reúne alrededor de la mesa festiva; todos conversan entre sí con sonrisas en sus rostros. En el segundo, la misma familia se sienta hoy en la sala, pero todos miran sus teléfonos con caras aburridas.

Nos preguntamos cómo podemos sacar a nuestros familiares de este desierto digital. Somos semejantes al profeta Habacuc en la primera lectura, cuando clama al Señor: “¿Hasta cuándo, Señor, pediré auxilio sin que me escuches?” También nosotros sentimos la necesidad de pedir más fe, como los apóstoles, para creer que nuestra condición puede salvarse. Pero el Señor nos responde, igual que a ellos, que ya tenemos suficiente fe: solo hace falta ponerla en acción.

Esa es también la respuesta que Pablo da a su joven discípulo Timoteo en la segunda lectura. El joven enfrenta una dificultad como obispo de la comunidad cristiana en Éfeso. El apóstol le dice que reavive el don del Espíritu que recibió cuando él le impuso las manos. No se sabe con certeza cuál era el problema, pero seguramente tenía que ver con las falsas doctrinas que circulaban en ese tiempo, como la idea de que Jesucristo no fue verdaderamente humano.  Sea como fuere, Pablo urge a Timoteo a esforzarse en hacer fructificar los dones que le ha otorgado el Espíritu Santo.

Así como Pablo impuso sus manos sobre Timoteo en el sacramento del Orden, también el obispo o su delegado ha impuesto sus manos sobre nosotros en la Confirmación. Ese sacramento nos selló con el Espíritu Santo para servir al Cuerpo de Cristo, que es la Iglesia. Sus múltiples dones nos capacitan para resistir la obsesión con los dispositivos que afecta a nuestra sociedad. Nos vigorizan con la fortaleza para no rendirnos; nos equilibran con la moderación para no alejarnos de los jóvenes en la misión; y, sobre todo, nos orientan con el amor para asegurar que nuestros esfuerzos sean siempre para la gloria de Dios y el bien de los demás.


El domingo, 28 de septiembre de 2025

 

EL VIGÉSIMO SEXTO DOMINGO ORDINARIO
(Amós 6:1.4-7; I Timoteo 6:11-16; Lucas 16:19-31)

La parábola que acabamos de escuchar es muy conocida, pero no siempre bien comprendida. No es que el rico sea castigado por ser adinerado, ni que Lázaro, el mendigo, sea premiado por ser pobre. Más bien, Lázaro, como algunos pobres tanto en tiempos bíblicos como en la actualidad, presumiblemente mantiene una fe en Dios, pidiendo su misericordia y ayudando a los demás.  Es su fidelidad que le hace beneficiario de la gloria de Dios.

Un viajero experimentó recientemente la bondad de los pobres cuando intentó cruzar una carretera inundada. Su carro se llenó de agua y se detuvo. El hombre quiso empujar el carro al lugar seguro, pero no podía hacerlo solo.  Un grupo de muchachos llegó al rescate. Entraron al agua y movieron el carro hasta un terreno más alto. Cuando el hombre quiso darles algunos dólares por sus esfuerzos, los jóvenes rechazaron el pago. No se sabe si los muchachos asistieron a misa, posiblemente no por razones sociales. Sin embargo, es posible que Dios los perdone por su bondad hacia los extranjeros.

Tampoco es inaudito que un rico ayude a los demás. Hace dos años murió un billonario después de repartir casi toda su fortuna por el bien de los demás. Hay muchos ricos que han prometido donar la mayor porción de sus riquezas por el bien del pueblo, aunque de ninguna manera son la mayoría. La ofensa del rico de la parábola no es tener riqueza, sino su indiferencia hacia el inválido mendigando en su puerta. Lo pasa por alto todos los días sin ofrecerle ni un trozo de pan, mucho menos dinero para comprar el almuerzo.

Otro aspecto llamativo de la parábola es la petición del rico, ya sufriendo tormento en el lugar de castigo. Le pide a Abrahán, figura que representa a Dios, que envíe a Lázaro a sus hermanos para advertirles que no sean tan descuidados de los pobres como lo fue él. Se le puede reconocer al hombre que piense en otras personas y no en su propia desgracia. Pero ya es demasiado tarde. Debió haber pensado en los demás mientras vivía. Además, solo piensa en sus hermanos y no en personas ajenas.

El rico cree que sus hermanos se arrepientan si se les apareciera un muerto. Pero Jesús dice que difícilmente cambiarían sus modos, aun si vieran a alguien resucitado de entre los muertos. Tiene razón por tres motivos. Primero, ya se les han dado las Escrituras con este mismo mensaje, pero sin resultado positivo. Segundo, los judíos en general rechazaron la predicación de los testigos apostólicos a la resurrección de Jesús. No es probable que los hermanos del rico, que evidentemente son judíos, aceptarían la validez de su propia vista de una persona resucitada de entre los muertos. Finalmente, la persona natural no se satisface con una señal o dos, ni siquiera con una docena, para creer en lo sobrenatural. Siempre pedirá otra. Lo que se necesita para aceptar la revelación de Dios no son pruebas ni argumentos, sino la fe.

La Carta a los Hebreos describe la fe como “la garantía de los bienes que se esperan, la plena certeza de las realidades que no se ven” (Hebreos 11). Estas realidades incluyen no solo que Dios creó a los hombres y mujeres, sino también que va a juzgarlos. Creemos que, al final, Dios señalará a cada uno de nosotros hacia la vida eterna o, como dice el evangelio, hacia el “lugar de tormento”. Los criterios para este juicio serán las normas de la justicia establecidas en la naturaleza y en las Escrituras, particularmente aquellas reveladas por Jesucristo. Si vamos a realizar nuestro destino cristiano, tenemos que dar de comer a los hambrientos, dar de beber a los sedientos, y visitar a los enfermos y encarcelados. Si no rendimos estos servicios en la vida, el Señor nos promete que vamos a ser desilusionados en la muerte.


El domingo, 21 de septiembre de 2025

 

VIGÉSIMO QUINTO DOMINGO ORDINARIO 
(Amós 8:4-7; 1 Timoteo 2:1-8; Lucas 16:1-13)

Ningún evangelio muestra a Jesús tan preocupado por el dinero como el de san Lucas. Hace algunas semanas escuchamos la parábola del rico insensato, en la que Jesús advertía sobre la avaricia. Hoy, el Señor enseña a sus discípulos cómo usar correctamente el dinero. Y dentro de ocho días, en el mismo evangelio, veremos cómo reprende a los fariseos por su indiferencia hacia los pobres. Vale la pena, entonces, prestar mucha atención a sus palabras. Porque si “el amor al dinero es la raíz de todos los males”, como dice la Primera Carta a Timoteo, su influencia dañina no ha hecho más que crecer con el paso del tiempo.

Las personas tropiezan con el dinero cuando lo consideran el bien supremo. No es difícil entender por qué: con dinero se pueden alcanzar los grandes deseos del corazón no convertido —poder, placer y prestigio. La primera lectura lo ilustra bien. El profeta Amós denuncia a los ricos de su tiempo que “obligaban a los pobres a venderse por un par de sandalias”.

Estos valores idólatras de poder, placer y prestigio fácilmente nos apartan del agradecimiento, la alabanza y el amor que solo debemos a Dios. Hoy la acumulación de dinero se ha sumado a ese panteón de falsos ídolos. Basta ver los titulares recientes: el multimillonario Elon Musk recibió salario y acciones que podrían elevar su fortuna personal a un trillón (un millón de millones) de dólares. Es inimaginable qué podría hacer con semejante riqueza. Y no solo capta la atención de los lectores, sino que también atrae sus corazones.

Solo Dios es el bien supremo. Él nos creó y nos rescató del orgullo que nos hacía vernos como sus rivales. Nos envió a Cristo, su Hijo, que se humilló haciéndose hombre y muriendo en la cruz. Con ello nos libró del poder del maligno, para que podamos tener, como dice la lectura de hoy de la Carta a Timoteo, “una vida tranquila y en paz, entregada a Dios”.

En el evangelio, Jesús propone la parábola del administrador malo para ilustrar qué debemos hacer con el dinero. Es una parábola curiosa, porque parece que el amo alaba un mal acto, pero no es así. Lo que hace es reconocer la astucia del administrador, sin aprobar su deshonestidad. Es parecido a cuando decimos que hay que “darle al diablo lo que se merece”: no queremos presentarlo como modelo, sino simplemente reconocer su astucia. Así también el administrador es hábil en prepararse para el futuro, aunque lo haya hecho de manera injusta.

Jesús nos invita a sus discípulos a preparar nuestro futuro eterno usando bien el dinero. Cumplimos con este propósito cuando destinamos parte de nuestros recursos al servicio de los pobres. San Vicente de Paúl, cuya fiesta celebramos este sábado, enseñaba cómo la generosidad hacia los necesitados influye en nuestro destino eterno. En una conferencia a las Hijas de la Caridad les dijo: “Dios ama a los pobres y, por lo mismo, ama también a los que aman a los pobres; porque, cuando alguien tiene un afecto especial hacia una persona, extiende ese afecto a quienes muestran amistad o servicio hacia esa persona”.

Los pobres que confían en su bondad son verdaderamente amigos de Dios. En cambio, muchas veces es el dinero lo que nos impide vivir con esa misma confianza. Nos decimos que pagamos a los médicos para curar nuestras enfermedades, o que compramos seguros que nos alivian de riesgos. Pero si confiamos solo en eso, nos estamos engañando. Al final, es Dios quien nos libra de las dificultades y quien nos salva de la perdición.


El domingo, 14 de septiembre de 2025

 

Fiesta de la Exaltación de la Santa Cruz

(Números 21:4-9; Filipenses 2:6-11; Juan 3:13-17)

Hay leyenda encantadora sobre el descubrimiento de la cruz de Cristo por Santa Helena, la madre del emperador Constantino.  Desafortunadamente no hay datos históricos comprobando la leyenda.  Sin embargo, realmente no importa porque hoy no honramos tanto la cruz como al crucificado.  Hoy celebramos como el Hijo de Dios se humilló dos veces, como dice la segunda lectura, por nuestra salvación.  Lo hizo primero cuando tomó la carne mortal y segundo cuando sufrió la muerte horrible de la crucifixión. 

Es notable que en nuestra celebración no nos referimos a los testimonios de la crucifixión en los cuatro evangelios.  Más bien, leemos un corto pasaje hacia el principio del Evangelio según San Juan y un episodio oscuro en el Libro de Números.  Particularmente el evangelio indica el significado de este evento monumental de la historia.

En el evangelio Jesús está en diálogo con Nicodemo, un fariseo y líder judío.  Él representa el judaísmo farisaico que quedó después de la destrucción del Templo en el año setenta.  Por supuesto, Jesús habla por los cristianos que eran perseguidos a este tiempo.  Este diálogo o, mejor, debate muestra como el cristianismo tiene raíz en el judaísmo, aunque ha emergido como superior de la antigua fe.

Jesús se refiera al pasaje del Números donde los israelitas andan por el desierto cansados y angustiados.  En lugar de ser agradecidos de Dios por haberlos rescatado de la esclavitud, se le quejan de sus dificultades: los cuarenta años en que han viajado mientras Dios los formó como su pueblo santo y la provisión del maná, la “miserable comida” en la lectura, que los ha sostenido.  Para corregir la indignación Dios les manda serpientes venosas que matan a quienes muerden.  Cuando el pueblo se arrepiente de su ingratitud, Dios les envía alivio.  Por su amor a su pueblo, manda a Moisés que haga serpiente de bronce y la levante en un palo.  Entonces los mordidos que lo ven, siguen viviendo. 

Ahora Jesús predice su propio levantamiento en la cruz como semejante de la serpiente de bronce levantada en el palo.  Dice que cualquiera persona que vea su levantamiento poseerá la vida eterna.  Hay que notar la diferencia entre los dos levantamientos.  En el desierto con el levantamiento de la serpiente de bronce los israelitas reciben solo una extensión de la vida mortal.  Con el levantamiento de Jesús los observantes recibirán la vida eterna, eso es la vida con Dios sin fin.

Jesús tiene en mente dos referentes para su levantamiento.  En primer lugar, refiere a su crucifixión.  En segundo lugar, refiere a su resurrección de la muerte.  Los dos eventos en el Evangelio según San Juan son momentos de gloria.  Por supuesto, su resurrección representa su victoria sobre la muerte, pero ¿cómo es su crucifixión algo gloriosa?  Distinto de los otros evangelistas, Juan reporta cómo Jesús crucificado está rodeado por sus familiares y amigos, burlada por nadie, y pronunciando dictámenes eficaces como “Mujer, aquí tienes a tu hijo…”.  Esta muerte gloriosa es confirmada cuando el mismo Nicodemo, que debate con Jesús en este evangelio, trae suficientes especias para enterrarlo como un faraón.

Tal vez el aspecto más glorioso del levantamiento de Jesús en la cruz es la universalidad de la oferta que hace.  Se extiende no solo a los judíos, no solo a los piadosos o a los ricos sino al mundo entero.  Es cierto que el observante del levantamiento tiene que aceptar que este acto de humillación muestra a Jesús como su Salvador. No obstante, todos tienen la posibilidad de salvarse porque, como dice el evangelio: “… tanto amó Dios al mundo”.

El domingo, 7 de septiembre de 2025

 

XXIII DOMINGO ORDINARIO
(Sabiduría 9:13-19; Filemón 9-10.12-17; Lucas 14:25-33)

La segunda lectura y el Evangelio de hoy nos desafían a ser mejores cristianos al cuestionar nuestro compromiso con el Señor Jesús. De esta manera, se hacen eco de una de las obras más proféticas del siglo XX, El Precio de la gracia, escrita por el pastor alemán Dietrich Bonhoeffer. Justo antes de la Segunda Guerra Mundial, Bonhoeffer advirtió al pueblo alemán que ser cristiano significa oponerse a la injusticia, como la que ocurría en el régimen de Hitler. Dijo que uno no puede simplemente declararse creyente, rezar unas cuantas oraciones y esperar la vida eterna. Llamó a esta forma de abordar la fe "gracia barata". Hoy podríamos decir "cristianismo light", que no puede salvar. Con esta perspectiva, interpretemos el Evangelio y apliquémoslo a la Carta de Pablo a Filemón.

Mucha gente seguía a Jesús por las curaciones que realizaba. Al notar que la multitud crecía con cada kilómetro que caminaba, Jesús se volvió para confrontarlos con el desafío del discipulado. Les dijo que para ser sus discípulos, debían amarlo y odiar a todos los demás. Esta es la traducción literal del arameo que Jesús pronunció. En realidad, no quiere que odiemos a nadie. Más bien, quiere que siempre le demos prioridad: hacer su voluntad, no la nuestra ni la de nadie. Incluso cuando nos cueste caro, debemos conformar nuestros caminos a los suyos, que son la imagen perfecta de Dios Padre.

Para mostrar que todos deben someterse a él si quieren acompañarlo a la salvación, Jesús da dos ejemplos. El primero es para los pobres. Un campesino debe determinar si tiene los recursos para construir una torre antes de comenzar el proyecto. De la misma manera, cualquier hombre o mujer debe discernir si tiene el coraje de entregarse plenamente a Jesús. Si no lo hace, sería mejor que se alejara. Los ricos tampoco pueden evitar la costosa decisión de seguir a Jesús. Un rey debe determinar si tiene suficientes tropas para derrotar al ejército enemigo antes de enfrentarse a él en batalla. De la misma manera, la persona adinerada debe preguntarse si está dispuesta a sacrificar sus riquezas para seguir a Jesús. Si no, sería mejor que se alejara.

Podríamos preguntarnos: ¿cuáles son los desafíos más grandes hoy en día? Uno es el dilema de una pareja que desea un hijo propio pero no ha podido concebir. Deben resistir la tentación de recurrir a la fecundación in vitro, que deshumaniza el amor conyugal. Otro desafío hoy, especialmente en las universidades, es la tentación de los estudiantes de usar inteligencia artificial para realizar sus tareas. Algunos dicen que es simplemente aprovecharse de los recursos disponibles, pero en realidad es solo otra forma de engaño. En el Evangelio, Jesús indica que cada persona tiene un desafío personal que afrontar en cuanto a hacer su voluntad cuando dice: «El que no carga con su cruz y me sigue no puede ser mi discípulo».

En la segunda lectura, Pablo confronta a Filemón con un desafío exigente. Le pide que libere a su esclavo Onésimo por su fe en Jesucristo. Onésimo había huido de la casa de Filemón y encontró a Pablo, quien lo instruyó y lo bautizó. Ahora Pablo quiere que Filemón no solo acepte de nuevo a Onésimo, sino que lo reciba con todos los derechos de un hermano. En el dilema que enfrenta Filemón está en juego su aceptación de la gracia transformadora del Evangelio. ¿Ha aceptado realmente Filemón la gracia que transforma los corazones del rencor a la paz, de la superioridad a la igualdad? Pablo insinúa que si Filemón se niega a permitir que su corazón cambie, entonces no es un verdadero discípulo de Jesús.

Tarde o temprano, el dilema de Filemón se convertirá en el nuestro. Cada uno de nosotros se verá desafiado de forma muy personal a actuar según la voluntad de Cristo y no según la nuestra. Por toda la promesa que conlleva, actuemos como Cristo lo desea.

El domingo, 31 de agosto de 2025

 

XXII DOMINGO ORDINARIO
(Eclesiástico 3:19-21.30-31; Hebreos 12:18-19.22-24; Lucas 14:1.7-14)

Parece que Jesús siempre está en camino en el Evangelio según san Lucas. No se queda mucho tiempo en un mismo lugar. Sin embargo, enseña constantemente. Desde que emprendió la marcha hacia Jerusalén, Jesús instruye a sus seguidores mientras camina. Es como si no quisiera perder ni una sola oportunidad de formar a sus discípulos antes de llegar a su destino. La lectura de Lucas de hoy es típica: dice que “Jesús fue a comer en casa de un fariseo”. Allí Jesús dará enseñanzas sobre la etiqueta del Reino de Dios.

Antes de examinar esta etiqueta, recordemos las lecciones de Jesús en los evangelios dominicales recientes. Cuando se encaminó hacia Jerusalén, dijo a sus discípulos que su misión era tan urgente que no había tiempo ni para enterrar a sus padres. El domingo siguiente les instruyó a viajar ligeros de equipaje porque había mucho territorio que cubrir. Después enfatizó la necesidad de amar a los enemigos con la parábola del Buen Samaritano y la prioridad de escuchar y meditar sus palabras en la visita a la casa de Marta y María. En los últimos domingos Jesús enseñó cómo orar, la necesidad de evitar la avaricia, la importancia de prepararse para su regreso, y el no temer a la división inevitable que resultaría de su misión. En resumen, Jesús quiere que sus discípulos —entre los que nos contamos nosotros— sean personas reflexivas en su relación con él y comprometidos en servicio a los demás.

La etiqueta nos ayuda a relacionarnos con los demás. Son reglas de conducta para no molestar a nadie, especialmente a nuestros bienhechores. El evangelio de hoy nos da dos principios de etiqueta que agradan a Dios en la búsqueda de su Reino. El primero tiene que ver con cómo pensamos en nuestros semejantes. No deberíamos considerarnos superiores a nadie. El discípulo de Jesús escogerá el último lugar en los banquetes para mostrar deferencia hacia los demás. Pero esto no debe convertirse en una estrategia para ser promovidos luego a un mejor puesto cuando llegue el anfitrión. Ese tipo de cálculo merecería la ira y no la bendición de Dios. Más bien, la deferencia ha de ser un reconocimiento de que todos somos imágenes de Dios con un destino eterno.

El segundo principio es que los seguidores de Jesús deben mirar más allá de sus amistades cuando dan una fiesta para invitar en cambio a los necesitados. En lugar de invitar a quienes pueden devolver la invitación, deberían acoger a los pobres, lisiados, cojos y ciegos. ¿Habla en serio Jesús? Sí y no. Es el lenguaje hiperbólico que él suele usar para enfatizar un punto. Cuando dice que “si tu ojo te hace caer en pecado, sácatelo…”, no habla literalmente sino figuradamente: debemos evitar la pornografía, por ejemplo. Cuando dice (como escucharemos en el texto original del evangelio del próximo domingo) que tenemos que “odiar” a nuestros padres y familias para ser sus discípulos, no significa que les demos la espalda, sino que pongamos a él como la prioridad número uno en nuestras vidas.

“Invita a los pobres…” significa que pensemos primero en los necesitados antes de dar fiestas a nuestros amigos. Algunos lo hacen destinando el diez por ciento de sus ingresos a la caridad antes de gastar un peso en sí mismos. No es necesario que los invitados sean en necesidad física. Un obispo tiene en su calendario para el 25 de diciembre: “Comida con los sacerdotes”. Su intención es invitar a los sacerdotes retirados y sin familia, aunque no son pobres, lisiados, cojos o ciegos.

Jesús seguirá instruyéndonos en el discipulado en los próximos domingos mientras continúa en camino. Sin embargo, su enseñanza suprema vendrá cuando llegue a Jerusalén y sea entregado en manos de sus adversarios. Entonces nos demostrará el amor perfecto al extender sus brazos en la cruz.