Homiliíta para el domingo, 1 de julio de 2007

XIII DOMINGO ORDINARIO

(Lucas 9)

Un gran promotor de la justicia social una vez dijo que si queremos a apoyar al pueblo, tenemos que darnos cuenta de nuestra propia muerte. Sólo entonces, podremos entregarnos completamente a nuestra meta. En el evangelio, San Lucas retrata a Jesús hacer tal juicio. Dice que “tomó la firme determinación de emprender el viaje a Jerusalén.” Jesús sabe que en Jerusalén él morirá para salvarnos del pecado. Nuestro papel, como sus discípulos, es seguirlo aprendiendo su virtud.

Desgraciadamente, muchas veces fallamos en el camino. No comprendemos a Jesús bien. Pensamos en modos antiguos. Actuamos como si los tres “p” – poder, placer, y prestigio – fueran los fines de nuestras vidas. Miramos a las personas del otro sexo como muñecas. Gritamos a nuestros niños como sargentos a reclutados. En el evangelio Santiago y Juan patéticamente preguntan a Jesús si él quiere que bajen el fuego contra los samaritanos. Deberían saber que Jesús es persona de la palabra reconciliadora, no de la espada afilada; de la compasión, no de la antipatía.

Lo que Jesús busca en sus discípulos es una firme y completa decisión para seguirlo. No está contento con los compromisos tibios como, “Señor, déjame ir primero a enterrar a mi padre.” Porque la decisión toca la vida eterna – no sólo de nosotros sino de las personas con que nos encontramos incluyendo a nuestros padres – Jesús nos exige un compromiso total. No estamos hablando solamente de religiosos aquí. Los laicos también tienen que darse completamente al Señor en los diferentes cuartos de sus vidas. Tienen que amar a sus esposos exclusivamente. Tienen que trabajar diligentemente para el bien de todos – sus familias, sus jefes, y la gente. Sobre todo tienen que rezar para que sea realizada la voluntad de Dios en el mundo.

Jesús sabe que el costo del seguimiento. Por esta razón nos dice que no vale mirar para atrás. No está proponiendo que seamos condenados si pensamos en los tres “p.” Sin embargo, quiere amonestarnos de lo que está en juego por nuestra decisión. No es menos que el Reino de Dios. Cuando escogemos a Jesús, estamos escogiendo el destino no sólo de nosotros humanos, no sólo del mundo sino del universo entero. Por eso, queremos hacer una firme y completa decisión para seguirlo.

HOMILIA PARA EL 24 DE JUNIO DE 2007

EL NACIMIENTO DE JUAN BAUTISTA

(Lucas 1)

En Ciudad Juárez una religiosa ha estado formando una comunidad de mujeres pobres. Ha organizado una cooperativa de artesanía de coser. También ha establecido una escuelita para los hijitos de las mujeres. Sobre todo ha plasmado un grupo de oración. El viernes por la tarde las mujeres guardan sus hilos y agujas para rezar juntos. Por supuesto todas las mujeres quieren recibir la Santa Comunión en la misa dominical. Sin embargo, como se puede imaginar, no todas están libres para hacerlo. Algunas no están casadas por la iglesia. Otras viven con otro hombre. La religiosa recuerda a estas mujeres que aún si no pueden recibir la hostia, pueden hacer una comunión espiritual. Eso es, pueden exponer en oración su deseo para recibir el cuerpo de Cristo y renovar su fe en la presencia de lo mismo en el sacramento. Por hacer la Comunión espiritual las mujeres están conformándose con la voluntad de la Iglesia.

En el evangelio hoy vemos a Isabel y Zacarías actuando en una manera semejante. La costumbre es que se nombre el primogénito según su padre. Pero el ángel que reveló a Zacarías cómo su esposa estéril daría luz a un hijo también le dijo que el nombre de la criatura sería Juan. Por razón de cumplir la voluntad de Dios entonces, Isabel y Zacarías insisten que su hijo sea llamado Juan.

A veces nos cuesta cumplir la voluntad de la Iglesia que en la gran mayoría de los casos es la voluntad de Dios. No vamos a lograrlo si seguimos encumbrados por el orgullo. Como si fuera un cuarto con espejos para las cuatro paredes, el orgullo nos hace pensar principalmente en nosotros mismos. Comenzamos a pensar que somos más importantes que Dios y a creer que nuestros juicios son más sabios que los suyos. Una meta de la vida es reemplazar el orgullo con la humildad. La humildad se nos lleva del cuatro de espejos y nos ponen en el aire libre. En lugar de pensar en nosotros mismos, nos damos cuenta de la grandeza de la creación. Entonces, queremos sintonizarnos con Dios, el Creador.

El Evangelio según San Juan cita a Juan Bautista comentando: “(Jesús) ha de ir aumentando en importancia, y yo disminuyendo.” Eso es la humildad heroica que debemos imitar. La Iglesia fija el 24 de junio para el nacimiento de San Juan porque la luz del día acaba de comenzar disminuyéndose como el Bautista dice que tiene que suceder. Asimismo, celebramos el nacimiento del Jesús el 25 de diciembre cuando la luz del día acaba de comenzar aumentándose. Nosotros mostramos la humildad propia cuando nos levantamos todos los días pensando cómo puede la luz de Cristo Jesús reflejarse en mí.
Lo siento. No puedo hacer una homilia hasta el domingo. 24 de junio.

Homilía para el domingo, 3 de junio de 2007

LA FIESTA DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD

Oye el timbre. Cuando va a la puerta, dos personas están en el porche. Cada una lleva la Biblia en mano. Piden unos minutos de su tiempo. Le preguntan, “¿Usted es salvado?” Contesta, “Soy católico.” Entonces siguen cuestionándole, “¿Por qué ustedes católicos dan culto a imágenes?” Responde, “No damos culto a ninguna imagen. Los retratos y las estatuas solamente nos recuerdan de los santos en cielo. Damos culto sólo a Dios.”

Tal vez en veinte años la visita sea diferente. Los visitantes en su puerta no estarán llevando la Biblia sino el Corán. No le preguntan acerca del culto de imágenes sino acerca de múltiples dioses. Querrán saber si no es la verdad que nosotros cristianos reconozcamos ambos a Jesucristo y al Padre como Dios. Entonces, dirán que no tenemos a un solo Dios sino a dos dioses. ¿Cómo deberíamos contestarlos?

La cuestión no es nueva. Desde el principio otras religiones monoteistitas nos han preguntado, “¿Cómo puede ser un Dios si ven tanto al Hijo como el Padre como Dios?” Realmente el asunto es más complicado todavía desde que reconozcamos también el Espíritu Santo como Dios. Tenemos la fiesta de la Santísima Trinidad hoy para meditar sobre esta base de fe.

No podemos comprender la Santísima Trinidad. Es misterio. Sin embargo, podemos decir algunas cosas sobre ella. Primero, lo que la Trinidad no es. La Trinidad no es como tres miembros de la misma familia – un padre y dos hijos. No, las tres personas de la Santísima Trinidad tienen una unidad mucho más íntima que los miembros de una familia. Tampoco la Trinidad es como los lados de un triángulo. No, las tres personas son más distintas que diferentes aspectos de una sola cosa. San Agustín comparaba la Trinidad con los procesos de la mente: el Padre es como la mente recordando a Dios; el Hijo es como la mente sabiendo a Dios; y el Espíritu Santo es como la mente amando a Dios.

Tal vez la comparación de San Agustín nos ayude entender a Dios mejor. Sin embargo, falla a explicarlo adecuadamente. Lo importante para nosotros cristianos es que siempre conservemos tres creencias básicas. Querremos decirlas a los que toquen nuestra puerta. 1) Dios Padre planeó en el amor a hacernos Sus hijos desde el principio; 2) en tiempo Dios nos ha revelado el plan de amor por Su Hijo unigénito a quien nos conformemos; y 3) Dios nos realiza el plan en Su Espíritu Santo. La Santísima Trinidad es Dios expresándose Su naturaleza de amor a nosotros.