Homilía para el domingo, 29 de noviembre de 2009

EL I DOMINGO DE ADVIENTO

(Jeremías 33:14-16; I Tesalonicenses 3:12-4:2; Lucas 21:25-28.34-36)

La vieja viuda quería morir. Vivía en un asilo bien ordenado. Comía bien y estaba cómoda. Pero no tenía la gana a seguir la rutina. Cuando la visitaba un sacerdote, ella le preguntó si estaría bien orar por la muerte. Dijo que esperaba a reunirse con su esposo que había fallecido hacía algunos años. En una manera la viuda es como nosotros al principio de Adviento.

Desde que se pone el Adviento antes de la Navidad, todo el mundo piensa que el propósito del tiempo es prepararse para la celebración de la venida del niño Jesús. Sin embargo, durante el Adviento deberíamos estar pensando también en el fin de los tiempos cuando Jesús vendrá de nuevo para juzgar al mundo. Por esta razón se coloca el Adviento al fin del año. Particularmente al principio de Adviento deberíamos hacer caso a esta segunda venida de Jesús.

“No seas tan serio, Padre” dirán algunos, “el mundo durará por millones años más.” Lo puede ser, pero ¿va a estar habitado por todo este futuro? Es posible que haya cambios catastróficos en el clima que extinguirán la gran mayoría de animales incluyendo a todos seres humanos. Ha tenido lugar en el pasado. Por esta razón los dinosaurios no existen ahora. Aún más probable es un fin precipitado por nosotros humanos. El número de países con armas nucleares siguen creciendo. Hacía diez años la India y Pakistán se hicieron poderes nucleares. Recientemente Corea Norte se ha integrado en el club nuclear. Ahora Irán está desarrollando la capacidad de ser miembro. Entretanto los Estados Unidos, el líder del grupo, en vez de disminuir su poder nuclear quiere construir armas más fuertes.

Sea o no la humanidad termine por un desastre de naturaleza y sea o no acabe por el capricho de las naciones, todos tendremos que dar cuenta al Señor por nuestras vidas. A lo mejor la mayoría de nosotros vamos a morir de causas regulares – el cáncer, un ataque al corazón, la influenza. Entonces el juicio será más pronto. El Adviento propone que nos preparemos para ese momento cuando ocurra. El evangelio hoy nos amonesta: “Estén alerta, para que los vicios, con el libertinaje, la embriaguez y las preocupaciones de esta vida no entorpezcan su mente...” Es el último ítem que puede naufragar a muchos aquí. No somos homicidas pero sí estamos inclinados a pensar siempre más en nuestro propio bien que en la justicia para los demás, más en los partidos de fútbol que en la oración al Señor.

El Adviento nos prepara para la venida del Señor como los novios ensayan para sus bodas. Sin embargo, el Adviento no es ensayo sino parte de la liturgia de la Iglesia en la cual siempre encontramos al Señor. Es así porque Jesucristo no ha dejado a su pueblo solo. Más bien, por su muerte y resurrección está con nosotros por cada paso que caminemos, por cada aliento que respiremos. Por eso, los recuerdos de su retorno para juzgarnos durante el Adviento nos sirven como su mano en nuestra espalda. Eso es, nos presentan a él en la plenitud de su poder. Jesús está presente en cada momento litúrgico para apoyarnos a través de la vida. Jesús está presente para apoyarnos.

Homilía para el domingo, 22 de noviembre de 2009

La Fiesta de Nuestro Señor Jesucristo, Rey del Universo

(Daniel 7:13-14; Apocalipsis 1:5-8; Juan 18:33-37)

Dios a juicio es un libro por el autor inglés C.S. Lewis. Tiene que ver con un reverso en tiempos modernos. En lugar de prepararse para el juicio por Dios como antes, el humano actual prefiere juzgar a Dios. En el evangelio Pilato aparentemente está juzgando a Dios aunque no tiene ninguna pista de esta realidad.

“’¿Eres tú el rey do los judíos?’” Pilato pregunta a Jesús. Él quiere saber si Jesús comprende una amenaza al dominio romano. Si Jesús es rey con ejército, Pilato tendría que decidir si o no va a desafiar el imperio. Pero si Jesús es sólo un rey metafórico como Elvis o Pele, Pilato puede disfrutarse del encuentro con una persona interesante. Nosotros también tenemos una pregunta para Jesús: ¿Por qué tardas tanto para venir en la gloria?

Jesús igualmente quiere probar a nosotros. Hoy lo celebramos como rey. Pero ¿le permitimos a dirigir nuestras vidas? O ¿es declararle rey solamente un pretexto para festejarnos al fin del año? Que no seamos como Pilato. Cuando Jesús le pregunta a Pilato si posiblemente él llama a Jesús como rey por su propia cuenta, Pilato descarta la idea como si fuera un pañuelo usado. Dice que no es judío. Desgraciadamente, tampoco es de la verdad. Pues, si lo fuera, él reconocería a Jesús como rey.

Jesús aclara la situación para ayudar a Pilato entender. Él es rey pero no en el sentido que el mundo pueda ver. Eso es, no lleva corona de oro, ni marcha con un ejército, ni reina sobre tierras. Más bien, él reina interiormente donde su Espíritu ilumina las mentes y su gracia mueve los corazones. Aceptando a Jesús como rey, sabemos que él va a capacitarnos para que superemos los retos de la vida. Nos da la perspicacia para aceptar la vejez no como la erosión de fuerzas sino como la sede de la sabiduría. Nos regala la voluntad para seguir extendiendo la mano a los deprimidos y enojados aunque no nos responden. En verdad, Jesús no tiene que venir en persona. Pues, está actuando dentro de nosotros todo el tiempo.

Como sus súbditos, Jesús nos pide que cuidemos a uno y otro, particularmente a los pobres. En los Estados Unidos los obispos han establecido la Campaña Católica para el Desarrollo Humano para este fin. Es un proyecto distinto. No provee comida o ropa directamente a los indigentes como lo hacen miles de organizaciones de caridad. Más bien, da a los grupos de pobres los medios para capacitarse. Padres sin la educación formal están entrenados a negociar mejores escuelas para sus hijos. Trabajadores agrícolas están adiestrados a pedir condiciones de trabajo decentes. Como a veces damos dinero a un alcohólico lo cual lo usa para cerveza, la Campaña ha patrocinado unos grupos no completamente confiables. Pero el abuso es pequeño en comparación con lo bueno que se hace. De todos modos, sea por la Campaña Católica para el Desarrollo Humano o por otro modo, estamos obligados a cuidar a los pobres. Si aceptamos a Jesús como rey, estamos obligados a cuidar.

Homilía para el domingo, 15 de noviembre de 2009

EL XXXIII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

(Daniel 12:1-3; Hebreos 10:11-14.18; Marcos 13:24-32)

Hace poco un periodista hizo esta observación. Hoy día algunos jóvenes andan buscando encuentros sexuales por mensajes de texto. Con su teléfono celular en mano ellos se comunican con varias personas al mismo tiempo buscando la mejor oferta para una noche. El periodista admite que no todos jóvenes se aprovechan de los mensajes de texto así. No obstante, según él, los tiempos contemporáneos facilitan el comportamiento no responsable. Una vez, dice, había costumbres sociales dirigiendo a los jóvenes en las relaciones con el sexo opuesto. Enumera el conocimiento dentro de contextos institucionales – la escuela, el lugar de trabajo, la iglesia – y el noviazgo con sus reglas de comportamiento como necesarios para guiar a los muchachos de la gratificación inmediata de deseos al compromiso del largo plazo. Seguramente la falta de refrenamiento en relaciones ha causado el naufragio de familias y la ruina de niños.

El análisis del periodista resalta la admonición de Jesús en el evangelio hoy que seamos atentos a las señales del tiempo. Como estaremos informados de la venida del Hijo del Hombre con cataclismos en los cielos, deberíamos examinar los acontecimientos cotidianos para su significado a la vida nuestra. Por ejemplo, celebramos la Navidad por el mes de diciembre hasta el 26 del mes con una gran muestra de consumismo. La última semana del mes ya es dada a las vacaciones y el regreso de los regalos a las tiendas. Hay muy poca atención al mensaje de los profetas durante el Adviento para la necesidad de un Mesías. Tampoco hay suficiente aprecio para la presencia del Salvador entre nosotros con su mensaje del amor de Dios.

Por supuesto el anuncio de Jesús en el evangelio hoy tiene que ver con el recoger de sus elegidos en el fin del tiempo. Aunque no sabemos cuando pasará, somos sabios si lo tomamos en serio. No debemos pensar que pertenezcamos entre los elegidos porque somos católicos o somos bautizados. Como dijo San Agustín, “Muchos que Dios tiene, la Iglesia no tiene. Y muchos que tiene la Iglesia, Dios no tiene”. Ni deberíamos pensar que los elegidos incluyan a todos en el mundo porque Dios es misericordioso. La relación entre la misericordia y la justicia de Dios es un misterio que podemos contemplar pero no podemos profundizar. Jesús anuncia la venida del Hijo de Hombre para advertirnos que pongamos las pilas de servicio al evangelio. De esta manera no sólo nosotros sino muchos más seremos contados entre los elegidos.

Una señal de nuestros tiempos es el reemplazamiento del nacimiento con el árbol como el signo de la Navidad. El árbol navideño era un símbolo para la vida eterna que Cristo nos ganó. Pero ahora sirve más como el lugar preferido para poner los regalos de consumismo. En contraste, las figuras de Jesús, María, José, los pastores, los animales y los ángeles nos recuerdan que la simple presencia de Jesús trae el gozo. Nos sugiere la necesidad de la familia para proteger a los niños y el propósito de la vida como la alabanza de Dios. Por supuesto, podemos tener un nacimiento en la casa sin darle pensamiento. Sin embargo, a lo mejor no vamos a tirarlo el 26 de diciembre. No, estará allí el año próximo para recordarnos de nuevo del amor de Dios.

Homilía para el domingo, 8 de Noviembre de 2009

EL XXXII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

(I Reyes 17:10-16; Hebreos 9:24-28; Marcos 12:38-44)

La viuda pobre tenía a muchos hijos y muchos más nietos. Ella rezaba por todos constantemente – un hecho que explica, en parte, el hecho que sus matrimonios quedaban intactos. A menudo la viuda cuidaba a una o dos nietas en la rectoría donde ella cocinaba por una comunidad de religiosos. Mientras ella daba apoyo a sus hijas y nueras, enseñaba a los chicos la bondad. También la viuda dirigía las actividades de las guadalupanas de la parroquia. Además de venerar a la Virgen este grupo recaudaba fundos por varias causas caritativas. Sobre todo la viuda se distinguía por la bondad que demostraba a los religiosos donde trabajaba. Les compraba comestibles con su propio dinero porque no quería pedir reembolso de los recursos de la parroquia. Esta mujer nos recuerda de la viuda que Jesús señala como generosísima en el evangelio hoy.

El pasaje no dice mucho de la viuda. Simplemente que ella echa dos moneditas – según Jesús, todo lo que tiene para vivir – en la alcancía del templo. Sin embargo, las pocas palabras revelan a una persona de inmensa dignidad. Estamos acostumbrados a pensar en la dignidad humana como algo una vez dada para siempre como la fecha de nuestro nacimiento. Sin embargo, la verdad es otra. Sí, se basa la dignidad humana en la creación con la capacidad de reflexionar y actuar libremente. Hacemos hincapié en estas facultades cuando hablamos del humano como creado en la imagen de Dios. Pero se puede aumentar la dignidad. No lo hacemos por llevar ropajes elegantes u ocupar puestos de honor en el estilo de los escribas del evangelio hoy. Más bien, crece la dignidad cuando usamos nuestras facultades para realizar lo bueno. La viuda hace exactamente esto en dos maneras.

En primer lugar ella reconoce necesidades aparte de las suyas. No se sabe si los donativos a la alcancía ayuden directamente a los pobres o sean para el mantenimiento del templo glorificando a Dios. De todos modos la viuda no se refrena a apoyar al otro. Si es cierto que nosotros no nos paramos más altos que cuando nos agachamos para ayudar al otro, esta pobre viuda mide dos metros de altura.

Pero la viuda no regala sólo una porción de sus recursos sino todo lo que tiene para vivir. Es un donativo extraordinario porque puede resultar en la pérdida de su propia vida. Expresa su confianza completa en la Providencia de Dios. Este acto aumenta la dignidad humana porque demuestra la convicción acertada que tan grandes como seamos, últimamente dependemos en la bondad de Dios para la vida. En esta manera la viuda anticipa a Jesús que se entrega a sí mismo a la muerte en obediencia de Dios Padre.

Nosotros deberíamos preguntarnos si estamos dispuestos a confiar en Dios también. O ¿es que no queremos ni pensar en dejar la comodidad de nuestras casas? Muchos no quieren hablar de la fe con otros parroquianos, mucho menos con los ancianos en un asilo o los prisioneros en la cárcel. Pero Jesús sugiere que tomemos a la viuda como modelo para el seguimiento de él mismo. Hay más modos para cumplir este reto que hojas en un árbol, pero tal vez uno sobresalga en este momento.

Nuestro país (EEUU) está terminando un gran debate sobre la reforma de los pagos para el cuidado médico. Algunas propuestas ofrecen mejoramiento significante para el sistema. Sin embargo, las propuestas más probables a ser aprobadas financiarán el aborto. Ya es el momento para levantar la voz. Una ley que facilite el aborto matará el espíritu si o no salve el cuerpo. Para defender la dignidad de la vida desarrollando en el vientre nos opondremos a estas propuestas. Para aumentar nuestra propia dignidad diremos a nuestros congresistas, “Por favor, no” a cualquier propuesta que favorezca el aborto.