El domingo, 2 de agosto de 2015



EL DECIMOOCTAVO DOMINGO ORDINARIO

(Éxodo 16:2-4.12-15; Efesios 4:17.20-24; Juan 6:24-35)

Hoy es la moda de burlarse del pan blanco.  Los gourmets dicen que le falta el sabor.  Los nutricionistas se quejan que no tiene tanta fibra como pan integral.  Pueden tener razón pero los burladores no aprecian el avance que el pan blanco representa sobre lo que lo precedió.  En el final del siglo decimonoveno mucha gente comenzaba a comprar pan en lugar de hacerlo en casa.  Los panaderos inescrupulosos mezclaban aserrín con la harina para aumentar el peso.  Entonces las panaderías honestas comenzaron a hacer el pan con harina blanqueada – nuestro pan blanco -- como prueba que no tenía contaminantes.  Más tarde en el siglo vigésimo se añadieron vitaminas y leche para hacer el pan blanco más nutritivo.  En ciertos modos Jesús se presenta a sí mismo como pan blanco en el evangelio hoy.  Pues, es mucho más valioso que la gente jamás ha imaginado.

Jesús les ha dado a los judíos pan de comer.  Por esta razón vienen a buscarlo.  Ellos quieren aún más pan para evitar la labor de hacer cosechas año tras año.  No se dan cuenta que el pan que Jesús les obsequió fue sólo una señal de otro tipo de pan infinitivamente más precioso. Él quiere regalarles a sí mismo – su relación con Dios Padre, su amor para todos, su paz y alegría.  Jesús llama este don de sí mismo “el pan de la vida”.  La vida aquí refiere a la resurrección de la carne, la felicidad eterna.

Nosotros recibimos el pan de la vida en la Eucaristía.  Usualmente es un tipo de pan aún más común que el pan blanco.  Sólo es harina mezclada con agua para formar la delgada hostia. Pero que no nos engañemos por apariencias.  Este pan es Jesucristo mismo con todos sus beneficios.  Por supuesto, no es que todos puedan tomar el pan eucarístico con el mismo efecto.  Tenemos que creer en Jesús como el Hijo Unigénito de Dios bajado del cielo para revelar la voluntad del Padre.  Aún más importante tenemos que dedicarnos a vivir como él nos ha enseñado.

Parece muy difícil aprovecharnos del pan de la vida ¿no?  Pero no es tanto porque Jesús mismo nos llama a hacerlo y nos acompaña.  Como verdadero pan él provee la fuerza para ayudarnos crecer en personas dignas de él mismo.

El domingo, 26 de julio de 2015



XVII DOMINGO ORDINARIO

(II Reyes 4:42-44; Efesios 4:1-6; Juan 6:1-15)

Hay un dicho en el circo: “Nunca sigue al malabarista”. ¿Por qué? Porque el malabarista siempre deja a la gente maravillada. No importa que muchas personas puedan hacer malabarismos con tres o aun cuatro pelotas  La acción siempre llama la atención como una casa ardiente. En el evangelio hoy la gente viene a ver a Jesús como si fuera malabarista.

Jesús ha ganado fama como sanador. El evangelista san Juan informa que él ha curado a enfermos en Caná y Jerusalén. Ya llega de nuevo a Galilea con la gente acompañándolo con esperas a ver otro hecho maravilloso. En este sentido las cosas no han cambiado en los dos milenios. Nosotros también seguimos buscando novedades.  En nuestro día es la tecnología que da maravillas.  Miren cómo la gente hace filas para comprar el IPhone cuando se estrene una versión nueva.


Pero Jesús quiere que busquemos algo que satisfaremos no sólo unos días sino para siempre.  Desea que cuidemos a uno y otro como hermanos. Para ejemplificar este deseo, prueba a Felipe en voz alta: “¿Cómo compraremos pan…” para la muchedumbre que lo sigue?  Él sabe lo que va a hacer, pero quiere estimular el pensar de sus discípulos por los demás.

Entonces Jesús toma el poco pan que hay, da gracias a Dios Padre, y lo reparte entre toda la gente presente. Como en el tiempo navideño, de repente hay más comida que se puede consumir.  Pero ni es la cantidad de comestible ni su cualidad que distinga esta comida de otras. Más bien, es el espíritu de preocupación por los demás. Más que la comida al cuerpo, Jesús comparte un estilo nuevo de vivir.  No más la gente ha de existir pensando en sí mismos sobre todo.  Más bien han de pensar en el bien común.  Eso es, tienen que hacer lo que sea mejor para la comunidad.  Por la mayor parte el bien común nos llama a proveer primero el pan, el techo, y los medicamentos para nuestras propias familias.  Pero a veces tenemos que hacer sacrificios para que se suplan las necesidades a los pobres.

Cuando vivimos pensando en el otro, raramente tenemos grandes dificultades. Mucho más probable, abundaremos en frutos tanto materiales como espirituales por ser fieles al Señor. En una familia dos hijos han regresado de la universidad para el verano. En su casa se ve una continua procesión de jóvenes visitando, comiendo, y jugando. Todos se convergen allá no porque los padres son ricos, sino porque son magnánimos, eso es con grandes ánimas. No son indulgentes, sino comprensivos de las faltas de jóvenes.  No los regañan pero les dan buen consejo.  Estas virtudes son reflejadas en el evangelio por el gran recogimiento de sobras.  Los doce canastos de pan que indica la vida espiritual en abundancia que Jesús ha compartido.

Sin embargo, la gente no reconoce el regalo que Jesús está ofreciéndole. Viendo el hecho poderoso, quiere hacer a Jesús como su rey. Piensan: “Si Jesús puede multiplicar panes, entonces ¿por qué estamos quebrando nuestras espaldas en la cosecha?” Es como las personas hoy en día que quieren votar por el candidato que les hará su vida más cómoda. Pero el propósito de Jesús no es que seamos siempre cómodos. Él viene al mundo para recrear a la humanidad en el amor mutuo. Él sabe que la transformación requiere un cambio interior más que una nueva política. Cuando trabajamos por el bien de todos, nos encontramos la felicidad de los santos. También el converso tiene razón.  Cuando trabajamos sólo por nuestro propio bien, encontramos la inquietud, no importa tantas riquezas que ganemos.

Algunos de las mejores comidas son los “smorgasbords” en que todo el mundo trae su plato preferido. La gente no sólo muestra su talento de cocinar sino también su amor para sus prójimos. Unos traen pan hecho en casa; otros carnes bien especiadas; aún otros, verduras y ensaladas con un circo de sabores. Nadie tiene que quebrar su espalda pero todos disfruten de una comida de gran cantidad y cualidad. Es así porque se hace con el amor que enseña Jesús. Es así porque se hace con el amor.

El domingo, 19 de julio de 2015

EL DECIMOSEXTO DOMINGO ORDINARIO

(Jeremías 23:1-6; Efesios 2:13-18; Marcos 6:30-34)


Recientemente el director de la empresa Starbucks anunció una iniciativa prometedora.  No era una bebida nueva de café sino una manera nueva para ayudar a sus trabajadores.  El jefe dijo que su corporación pagará las cuotas universitarias por sus empleados.  Ya los baristas no tendrán que ver el hacer del capuchino como su futuro.  Más bien pueden anticipar empleos con salarios más en conforme con el sueño norteamericano.  Ese director se prueba a sí mismo como pastor en la línea de Jesús del evangelio hoy.

La primera parte del evangelio según san Marcos presenta a Jesús como sanador y predicador.  Pero en la lectura hoy se ve como líder comprensivo.  Cuando los discípulos regresan de la misión, él se da cuenta de su fatiga.  Les dirige a retirarse para recuperar las fuerzas.  Asimismo, cuando se lo acerca la gente buscando conocimiento, Jesús no se la niega.  Con gusto les enseña los misterios de Dios.  En estas maneras Jesús se ha hecho ejemplo para todos tipos de dirigentes: párrocos, gobernantes, jefes de trabajo, maestros, aun padres de familia.  Ellos no han de aprovecharse de sus súbditos sino ayudarles realizarse como personas integras. 

Desgraciadamente no todos los jefes sienten responsables por sus trabajadores.  A veces actúan como los pastores en la primera lectura dispersando a sus ovejas para su provecho propio.   En las oficinas el hostigamiento sexual sigue como una amenaza al bien.  En el taller particularmente los indocumentados son vulnerables a los inescrupulosos que no pagan lo que es debido.  Existe también la corrupción entre los oficiales.  Todavía se ponen de manifiesto políticos suplementando sus salarios con regalos de empresarios y policía abusando su poder. 

Se ve la tendencia de explotar a los subordinados aun en la familia. Algunas parejas han abandonado la vocación de considerar a sí mismos como encomendados por Dios para cuidar a sus hijos.  Más bien tratan a sus niños como objetos para complacer sus deseos personales.  Quieren determinar no sólo el número sino también las características de sus hijos.  Si se concibe una criatura que tiene un defecto médico o simplemente el sexo no deseado, están preparados para abortarla.  Si el niño no actúa en conforme a su programa, pueden rechazarlo como un fracaso.

Tenemos a Cristo como rescate de la tentación para instrumentalizar a otras personas.  La carta a los Efesios lo llama “nuestra paz”.  Eso es, en su cuerpo crucificado ambos los judíos y los paganos de la antigüedad reconocen a una víctima degollada por los pecados de ambos pueblos.  A la misma vez se dan cuenta que la historia de Jesús no termina con la cruz.  Resucitará de la muerte para llamar a todos a vivir unidos en su cuerpo renovado, la Iglesia.  Así nosotros vemos en la cruz de Cristo el resultado de nuestro deseo para aprovecharnos de otras personas.  Y en la resurrección anticipada por una segunda mirada percibimos el trampolín para superarlo. Ya reinando en la gloria, Jesús nos favorece con la fuerza para imitar su bondad.

Hay un proverbio que refleja el misterio de Dios.  Dice que la mayor felicidad proviene de ayudar a los demás.  Desgraciadamente algunos siguen buscando el sueño americano por explotar a sus subordinados.  Pero nosotros sabemos que la crucifixión pone de manifiesto la verdad del proverbio.  Allí miramos a Cristo, aparentemente derrotado por habernos ayudado hasta el extremo.  Dándole una segunda mirada, percibimos el que se resucitará en la gloria.  Percibimos en el crucificado, el que resucitará en la gloria.

El domingo, 12 de julio de 2015



EL DECIMOQUINTO DOMINGO ORDINARIO

(Amós 7:12-15; Efesios 1:3-14; Marcos 6:7-13)

El Cardinal Francis George murió hace algunos meses.  Era arzobispo de Chicago conocido por la inteligencia.  En 2010 hizo una predicción que muchos piensan como profética.  Comenzó: “Yo anticipo morir en la cama; mi sucesor morirá en la prisión; y su sucesor morirá como un mártir en la plaza central”.  El cardinal tenía en cuenta la secularización creciente en el mundo actual.  Pensaba que tal movimiento no va a tolerar la Iglesia defendiendo la vida desde la concepción hasta la muerte natural y el matrimonio como una alianza permanente entre un hombre y una mujer.  Tanto la primera lectura como el evangelio hoy muestran que la intolerancia del mundo hacia aquellos que se conformen con la voluntad de Dios no es nada nuevo.  Más bien, ha perseguido a los fieles a través de los siglos.

Amós fue uno de los profetas más fuertes que vemos en la Biblia.  Criticó el descuido de los pobres en su tiempo como el doctor Martin Luther King criticaba al racismo en lo nuestro.  Por todos sus esfuerzos para devolver al pueblo Israel al camino de la justicia, encontró la desgracia de parte de la gente.  En el trozo de su libro que hemos leído hoy, el sacerdote del santuario donde predica Amós quiere tirarlo afuera.

En el evangelio Jesús advierte a sus discípulos que recibirán un tal maltratamiento.  Les dice que si la gente de una aldea no les acepta como personas de buena voluntad, no han de preocuparse.  No es que todos vayan a agradecerles por sus esfuerzos.  Jesús mismo recibió el rechazo cuando regresó a Nazaret.  En lugar de angustiarse o enojarse, sus discípulos deben olvidarse de esa gente por sacudir el polvo de su tierra de sus sandalias.  En nuestros tiempos este gesto sería dejar el lugar diciendo: “¡A Dios y hasta nunca!” 

Simplemente la manera en que los discípulos han de caminar predica. Andando sin pan, sin mochila, sin dinero en el cinto indicarán la bondad de Dios.  Él proveerá sus necesidades con creces.  Pero hay un mensaje verbal también.  Pedirán a los aldeanos que se arrepientan del pecado para abrirse a los modos de Dios.  Eso es que dejen de ver a los otros como objetos para conquistar y comiencen a apreciarlos como sujetos para hacerse amigos.  En nuestro tiempo un arrepentimiento cada vez más necesario tiene que ver con la sexualidad.  Tenemos que apreciar la sexualidad  en primer lugar como la fuerza que nos lleva del ensimismo a relaciones amistosas con los demás.  Así también hemos de pensar en la intimidad sexual: no es primeramente para el complacer de sí mismo sino para el fortalecimiento del matrimonio y la procreación de hijos. 


El Cardinal George terminó su predicción famosa del futuro con una frase perspicaz.  Dijo: “El sucesor (al obispo que es martirizado) recogerá los fragmentos de una sociedad arruinada para ayudar reconstruir lentamente la civilización como la Iglesia ha hecho tan seguido en la historia”.  Sabemos que una sociedad que piensa en la sexualidad principalmente como fuente de placer y la vida en el seno como descartable no puede sostenerse por mucho tiempo.  Europa está deshaciéndose ahora con este planteamiento y tal vez los Estados Unidos la seguirán.  De todos modos, no es razón de perder la esperanza.  Esperamos que como vemos la decaída de los valores honorables ahora, nuestros hijos y nietos podrán ver en el futuro su resurrección con aún más fuerza.