El domingo, 31 de enero de 2010

EL IV DOMINGO ORDINARIO

(Jeremías 1:4-5.17-19; I Corintios 13:4-13; Lucas 4:21-30)

El monseñor Jean-Baptiste Lamy era el primer obispo del suroeste americano. Cuando llegaba a su sede en Nueva México, encontró mucha resistencia. Pues, se oponía a los caciques-sacerdotes del lugar que querían mantener a sus concubinas y su poder. También, lo resentían porque era extranjero de origen francés, no español como los otros padres. En el evangelio hoy Jesús encuentra tal resistencia de parte de su propia gente en Nazaret.

Se ve la gente en el principio aprobando a Jesús. Sin embargo, él conoce sus corazones. Predice que van a exigirle hacer maravillas como ha hecho en Cafarnaúm. Allá la población es de orígenes mixtos – judíos y no judíos viviendo cerca de uno y otro. Nazaret es más puramente judía. Según Jesús, los nazarenos piensan que él debe cuidar primera y exclusivamente a su propio pueblo. Podemos imaginar a esta gente diciendo, “Dejen a los extranjeros de Cafarnaúm cuidar a sí mismos; tú, ayuda a tu propio pueblo”. Son como muchas personas en los Estados Unidos que se oponen la presencia de inmigrantes en este país.

Ahora el gobierno está redoblando esfuerzos para reformar la ley inmigratoria. No es fácil porque hay mucha preocupación sobre el supuesto desprecio de la ley actual por personas hablando otros idiomas y practicando diferentes costumbres. Los críticos dicen que los inmigrantes son o gorrones usando servicios públicos sin pagar o ladrones tomando los empleos de la labor nativa. “No es cierto”, los defensores de la inmigración responden. Este grupo muestra estadísticas indicando que los inmigrantes pagan impuestos y expanden la economía de manera que haya tanto recursos como trabajo para todos. Escuchamos a Jesús respondiendo a sus críticos en una manera similar. Dice que como los profetas de Israel se extendían la mano a la viuda en Sarepta y el leproso de Siria, él también ayuda a los extranjeros.

Sin embargo, sus palabras no pacifican al pueblo. Más bien, lo vuelven en una turba. Los nazarenos piensan algo como, “¡Este hijo de José ya tiene el valor para criticar a su propia gente como tan cerrada como perros mordiendo sus huesos!” Lo ven a Jesús como un blasfemo y, en consecuencia, lo llevan a un barranco para precipitarlo como un tipo de apedrear. Este ultraje nos recuerda de los vigilantes buscando a los indocumentados cerca la frontera en Arizona.

Se puede decir con certeza que la situación de los inmigrantes sin documentos en los Estados Unidos es extremamente compleja. No se resuelve justamente con llamamientos superficiales a la Biblia. Eso es, no deberíamos decir que todos inmigrantes merecen la ciudadanía porque son creados en “la imagen de Dios”. Tampoco nos serviría la afirmación que la ley es absoluta porque Jesús vino para cumplirla, no para abolirla. Tenemos que rezar por los legisladores que van a estar forjando una nueva ley. Necesitan no sólo un alto sentido de la justicia para sopesar todos los aspectos de la cuestión y una plena abrazada de prudencia para plasmar una ley funcional sino también una mesura de la creatividad para satisfacer a todos.

Sin embargo, simplemente por rezar no cumplimos nuestra responsabilidad. La oración siempre nos prepara para una vida mejor entregada a Dios. Como dicen los cuáqueros, “El servicio empieza cuando la oración termine”. Tenemos que abastecer nuestros almacenes parroquiales con frijoles para los inmigrantes que no tienen acceso a servicios públicos. Tenemos que recibir a los extranjeros en la comunidad de la fe donde todos somos hijos e hijas del mismo Padre Dios. Y finalmente tenemos entender los motivos de casi todos los inmigrantes como ganar una vida digna por sus familias.

El domingo, 24 de enero de 2010

III DOMINGO ORDINARIO, 24 de enero de 2010

(Nehemías 8:2-4.5-6.8-10; I Corintios 12:12-30; Lucas 1:1-4.4:14-21)

Indonesia es un país muy pobre. El ingreso por persona allá es sólo un poco más que una tercer parte de aquello de México. Aunque Indonesia es mayormente musulmana, tiene muchos pueblos cristianos. En un tal pueblo en la isla de Sumatra el turista ve varias iglesias. Le parece extraña la situación porque cada una es de diferente género cristiano. En una esquina queda la iglesia católica; en otra, la iglesia presbiteriana; en otra, la luterana; en otra, la reformada; y cosas por estilo. Se pregunta el turista a sí mismo, “¿No es triste que esta gente tan pobre no pueda cooperar entre sí en lugar de gastar tanto dinero en edificios?”

No sólo en Indonesia y en el tiempo actual la división entre cristianos causa escándalo. En el evangelio el Señor Jesús reza por la unidad entre sus discípulos. Jesús pide al Padre, “Que todos sean uno, como tú, Padre, estás en mí y yo en ti” (Jn 17,21). Sin embargo, desde casi el principio del Cristianismo han existido varias sectas cristianas. En la historia ha habido masacres entre diferentes grupos de cristianos como la que hicieron los católicos contra los hugonotes en Francia. Hoy en día sigue la desconfianza y el sospecho entre las diferentes ramas de Cristianismo. Algunas sectas, por ejemplo, hablan del “culto de María” de los católicos como si la Iglesia pusiera a la Virgen al nivel de Dios.

En la segunda lectura san Pablo exhorta a los cristianos de Corinto que colaboren mejor entre sí mismos. Se dirige a los diferentes grupos que componen la comunidad – los judíos, los griegos, los esclavos, los ricos, los cultos, y los no educados. Pide que todos reconozcan cómo han sido bautizados por el mismo Espíritu para formar una unidad orgánica. Según el apóstol, como los miembros de un cuerpo, todos cristianos tienen que cooperar para que funcione el organismo de fe. Nosotros podemos decir también que seríamos funcionalmente ciegos sin educadores, usualmente mujeres, enseñándonos la doctrina. Y seríamos, en una manera, mudos sin los directores de coro, a veces hombres, entrenándonos a cantar.

Hace quince años el papa Juan Pablo II publicó una carta encíclica sobre la unidad cristiana. Dijo que la reunificación del cristianismo no es sólo un apéndice para la Iglesia, como por ejemplo la organización de peregrinajes a Roma. Más bien, es una responsabilidad prioritaria. Porque Jesús encargó a Pedro a fortalecer a sus hermanos en la fe (Lc 22,32), Juan Pablo consideraba que se le incumbía a él encabezar los esfuerzos ecuménicos. No obstante, él reconoció cómo es precisamente el cargo del papa que causa dificultad para otros cristianos. Por eso, muy valientemente expresó su voluntad para adoptar formas nuevas y adecuadas del ministerio de Pedro para que se cumpliera la llamada unidad.

Podemos apoyar el camino de la reunión entre los cristianos en al menos tres modos. En primer lugar, que recemos por la unidad, no sólo en la misa durante la semana de la unidad cristiana sino también con otros géneros de cristianos a través del año. Segundo, que dialoguemos con otros cristianos sobre las creencias y prácticas. Ciertamente vamos a encontrar diferencias. Sin embargo, hay mucho en común particularmente las Escrituras en que basamos nuestra fe. Finalmente, que colaboremos con personas de otras iglesias y de otras religiones para fomentar un mundo mejor. De hecho, a menudo es durante el servicio común en un refugio para los desamparados o en un comedor para los hambrientos cuando rezamos con mayor fervor y dialogamos con menor desconfianza.

Somos acostumbrados a pensar en la Iglesia como el cuerpo de Cristo como san Pablo escribe en la segunda lectura. Pero no es la única analogía que podemos utilizar para describirla. La Iglesia también es como la nave de Cristo llevando a sus pasajeros a la vida eterna. También es como el coro de Cristo compuesto por una sección de altos, otra de bajos, otra de tenores, y otra de sopranos. Las divisiones en el Cristianismo lo causan sonar como si las diferentes secciones no oyeran uno y otro. Nos hace falta el Espíritu Santo como director del coro para hacer la harmonía. Nos hace falta el Espíritu Santo.

El domingo, 17 de enero de 2010

EL SEGUNDO DOMINGO ORDINARIO

(Isaías 62:1-5; I Corintios 12:4-11; Juan 2:1-11)

Las bodas no son sólo momentos de gozo. También son tiempos de la reconciliación. Un cine hace diez años mostraba dos familias completamente diferentes reconciliándose en la boda de sus jóvenes. La familia de la novia es numerosa y ruidosa. En contraste, la familia del varón que se compone sólo de sus padres es casi congelada. Sin embargo, por el fin de la fiesta todo el mundo baila con uno y otro. Una paz mucho más significante emerge en la boda de Caná.

Jesús llega a la boda con sus discípulos. Siempre están juntos. Pues, el discipulado consiste de aprender del maestro por mantener los ojos en él. Sin embargo, los discípulos de Jesús no son como aquellos de otros rabinos. Donde los discípulos de otros rabinos escogen a sus maestros como los estudiantes de hoy seleccionan sus universidades, Jesús llamó personalmente a sus discípulos. También nos llama a cada uno de nosotros como discípulos. En el nombre de Jesús el sacerdote dijo al momento de nuestro Bautismo, “Carmelo (o María o José), yo te bautizo en el nombre del padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo”. Y como en el caso de Pedro, Andrés, y los demás, Jesús nos enseña como poner su mensaje en práctica.

La fiesta en Caná choca un impedimento cuando se agota el vino. Los franceses dicen, “Una comida sin vino es como un día sin el sol”. Si es la verdad, entonces una fiesta de boda sin el vino es como un mes completo de tinieblas. Que extendamos esta analogía un poco. Una fiesta de boda sin el vino es como una sociedad sin la justicia. Es como la ciudad de Montgomery, Alabama, hace cincuenta y cinco años cuando una negra rehusó a ceder su asentamiento a un hombre porque él era de la raza blanca.

Sin embargo, Montgomery no quedaba con la injusticia por mucho tiempo más. Un predicador negro llamado Martín Luther King, Jr., dijo a la gente que resistiera la discriminación racial. Organizaron un boicot en lo cual los negros no usaban los buses hasta que se detuviera la discriminación. Muchos caminaron al trabajo de un lado de la ciudad al otro en lugar de someterse más a la discriminación. No intentaban a dañar a nadie, pero no más iban a permitir que sus madres y padres, hijas e hijos, hermanas y hermanos fueran maltratados. En breve, practicaron la disciplina, el sacrificio de algo bueno para un mayor beneficio. Por definición, es la marca del discipulado. ¿Lastimaron a sí mismos? No tanto. Una persona mayor dijo después de una larga caminata, “Me duelen los pies, pero mi alma descansa”. Como los negros de Montgomery escucharon a Martín Luther King, nosotros queremos hacer caso a la madre de Jesús. Les dice tanto a nosotros como a los servidores de la boda, “Hagan lo que él les diga”.

Entonces Jesús cambia el agua en vino. No lo hace simplemente para darles a todos otra copa. No, su motivo eclipsa eso por mucho. El agua de las seis tinajas de piedra es para usarse en los ritos de purificación. Representa la ley judía que, como escribe san Pablo, no tiene el poder de salvar a nadie de pecar. Sin embargo, transformada por Jesús en vino, el agua lleva la gracia de Dios. Participamos en el otorgamiento de la gracia en la misa donde bebemos el vino ya transformado en la sangre de Jesús. Fortalecidos como discípulos, nosotros practicamos la justicia en el mundo. Nos esforzamos para poner pan en la mesa. Colaboramos con nuestros compañeros de trabajo para ser número uno en el servicio. Y prestamos la mano a los pobres en necesidad.

En la larga lucha para la justicia, los negros en los Estados Unidos recordaban a unos a otros, “Mantengan los ojos en el premio”. Eso es, que no dejaran nada o a nadie distraerlos de la meta del fin de la discriminación racial. Nuestro premio, en lo cual queremos mantener los ojos, es el maestro Jesús. Nos enseña como sus discípulos y nos transforma con su gracia. Sin él nos duele el alma. Con él el día siempre tiene el sol. Que mantengámonos los ojos en él a través del año 2010. Que mantengámonos nuestros ojos en Jesús.

El domingo, 10 de enero de 2010

EL BAUTISMO DEL SEÑOR

(Isaías 40:1-5.9-11; Tito 2:11-14.3:4-7; Lucas 3:16-16.21-22)

Una vez el ex senador Bill Bradley era un famoso jugador de básquet. Antes de los partidos Bradley cumplía su preparación por hacer tiros de diferentes lugares en la cancha. No paró hasta que hiciera un básquet de varios puntos en una gran arca alrededor del gol. Sólo entonces estuvo listo para jugar. Ahora en el evangelio encontramos a Jesús terminando su preparación para su misión. Está en el desierto para ser bautizado para que pueda predicar como el profeta Juan.

Algunos cuestionan la necesidad que Jesús se someta al bautismo. Racionan que si Jesús no ha pecado, no le falta el bautismo de arrepentimiento. Pero Jesús se bautiza no para exculparse del pecado sino para solidarse con el humano. La condición del mundo es grave. No es sólo que algunas personas se aprovechen de otras sino que las quieren matar. El genocidio atentado en Ruanda y Burundi en los 1990s fue sólo una incidencia de la violencia extrema que ha tocado muchos pueblos a través de la historia. Jesús desea erradicar este tipo de malevolencia por la entrega de sí mismo. Ahora deja toda pretensión en la sumersión bajo el agua y, en tiempo, dará su propia vida en la cruz.

Entonces se abre el cielo. No debemos pensar que es un fenómeno ordinario como si Dios regularmente hablara con la gente. Más bien, como todos nosotros sabemos, Dios es incómodamente silencioso. En el libro de Isaías el profeta pide que Dios abra el cielo para conducir un nuevo éxodo. Ya se cumple la profecía, pero esta vez Dios no llevará a Su pueblo de la opresión humana sino de la esclavitud diabólica. Por fin, la gente podrá dejar atrás el odio como hicieron algunas religiosas hutu de la Congregación de Santa María de Namur durante las matanzas en Ruanda deteniendo a los militares de abusar a sus compañeras tutsi.

El descenso del Espíritu Santo podría recordarnos de la creación en Génesis cuando el “Espíritu de Dios aleteaba sobre la superficie de las aguas”. Se comienza una nueva creación más grande que la del principio de los tiempos. Pues, se verá la derrota de la muerte junto con la redención del humano. Es algo como la diferencia entre el joven Shakespeare escribiendo bella poesía en el drama “Romeo y Julieta” y el dramaturgo maduro cuya comprensión del alma humana en el personaje “Macbeth” sobrepasa aún la poesía majestuosa.

Entonces Dios Padre pronuncia palabras afirmativas sobre Jesús para confirmar su misión. Hablamos de figuras mesiánicas como personas ilusas, sin la capacidad de ayudar a sí mismo y mucho menos al resto de la humanidad. Sin embargo, cuando el Padre le dice, “Tú eres mi Hijo, el predilecto…,” Jesús sabe que su destino es otro que vivir como los demás. Más bien, tendrá que luchar contra el mal con todas las fuerzas para vencer a Satanás una vez para siempre. Tan extraño como suene, Dios pronuncia palabras semejantes sobre cada uno de nosotros al nuestro Bautismo. Pues, hemos de cumplir la victoria de Jesús por nuestro compromiso a la verdad.

No será fácil. Para mantener la lucha tendremos que apoyarnos en el brazo de Dios. Jesús nos muestra cómo hacerlo. Se abre el cielo con el Espíritu desciendo sobre él mientras Jesús está orando. La oración nos hace a nosotros, tanto como a Jesús, unidos con Dios Padre. El mundo puede engañarnos en básicamente dos maneras. Puede hacernos creer que somos como dioses con poderes súper extraordinarios de modo que las leyes no nos apliquen. O puede engañarnos a pensar que somos como bestias cuyo propósito es sólo para complacer al yo. La oración nos coloca en medio de los dioses y los animales siempre pendientes de la gracia de Dios para superar nuestras tendencias egoístas.

En los Estados Unidos se llaman las ceremonias de graduación, el comienzo. A pesar de que el licenciado ya ha cumplido la carrera, se pone el énfasis en el resto de su vida. Así es con el bautismo de Jesús. Su significado no es tanto la terminación de su aprendizaje con la sumersión bajo el agua sino el comienzo de su misión como redentor del humano con el descenso del Espíritu Santo. No sólo complace a Dios Padre sino a nosotros también. Nuestra liberación de la muerte está cerca. Jesús complace a nosotros.