El domingo, 5 de agosto de 2012


XVIII DOMINGO

(Éxodo 16:2-4.12-15; Efesios 4:17.20-24; Juan 6:24-35)

Es diciembre en agosto.  Al menos, se llenan los estacionamientos de los malls por unos días.  La gente viene entusiasmada aprovechándose de la suspensión del impuesto de ventas por el regreso a escuela.  En el evangelio hoy encontramos a personas buscando a Jesús con el mismo afán.

Gente práctica, los judíos quieren ver a Jesús porque les ha proveído con comida.  Si él puede darles el pan, ¿por qué querrían trabajar?  Tal vez tengamos los porqués semejantes para venir a la misa.  Queremos que nuestros niños conozcan los rudimentos de la fe.  Deseamos que otros nos miren como gente buena.  En una historia una pareja se cambia de la Iglesia Metodista a la Episcopaliana porque quiere socializarse con personas con mayores medios.  Sin embargo, Jesús nos exhortaría que nos olvidemos de estos motivos superficiales.  “No trabajen por ese alimento que se acaba” – dice a sus paisanos – “sino por el alimento que dura para la vida eterna…”  Quiere que veamos “más allá que el pan que consumimos” como cuenta un himno eucarístico.  Allá encontramos a aquél que da la vida eterna.

Que pensemos un momento en lo que es la “vida eterna”.  El papa Benedicto escribe que la vida eterna es no es nada menos que la “la vida misma, la vida real” (vea Jesús de Nazaret, volumen II).  Según él, se puede vivir esta vida en la actualidad.  Pues, la vida eterna consiste en conocer a Jesucristo. Es tener una relación íntima con él.  Como poseer una buena casa, en él encontramos amparo no sólo de la furia de los elementos sino también de los infortunios de la vida.  No deberíamos pasar por alto la oportunidad de renovar nuestra relación con el Señor cada domingo en la misa.  Que nos esforcemos a recibir su cuerpo y sangre.  Esto quiere decir que si nos encontramos en el pecado mortal, que vayamos a la confesión el sábado.  No tomar por dado al Señor también significa que cuando es el momento de recibirlo en  la Santa Comunión, mostramos toda la reverencia debida a un huésped tan ilustre. 

La Iglesia ha puesto pautas para la recepción de la Santa Comunión.  Tanto como siguiéramos el protocolo para acogernos de la Reina Isabel, deberíamos acatar a estas directrices.  Primero, no hemos de integrarse en la fila de Comunión como si fuera la caja en Wal-Mart.  Es una procesión en que nos mostramos a ser peregrinos en el camino a la vida eterna.  En la fila deberíamos estar cantando el  himno eucarístico que es mucho más que un modo de pasar el tiempo de espera.  Es una oración de gracias de parte del entero Cuerpo de Cristo.  Nuestra participación muestra que venimos no tanto como individuos sino como miembros del Cuerpo unidos a uno y otro.

Cuando llegamos al ministro de la Comunión, nos falta hacer un gesto de reverencia.  Esto no es una noción arbitraria – para mí un hincarse de rodilla, para ti hacer un “high-five”.  Más bien, el Misal Romano nos instruye que una sencilla inclinación de la cabeza es el signo apropiado.  Como se baja la bandera cuando pasa por el presidente de la república, así inclinamos la cabeza al recibir al Salvador.

Entonces el ministro el pan eucarístico nos dice, “El Cuerpo de Cristo” y él del cáliz, “La Sangre de Cristo”.  Estamos a la cumbre de nuestra fe.  Deberíamos responder firmemente, “Amén”, que significa en hebreo, “Así es”.  Algunos querrán mostrar su individualidad por decir algo particular como “Yo creo”, “Así es”, o no decir nada.  Tenemos que resistir tales impulsos desde que en este momento sobre todo no somos singulares sino miembros del colectivo de Cristo.  A veces la persona quiere tomar la hostia y mojarla en la Sangre de Cristo, pero esta acción viola la tradición sagrada.  Al menos en los Estados Unidos el signo propio es que bebemos del cáliz como indicación que estamos dispuestos a compartir en el sufrimiento del Señor.

¿Deberíamos recibir la hostia en la lengua?  No necesariamente, pero hay derecho de hacerlo.  En ese caso deberíamos sacar la lengua pero no exagerada.  Según una costumbre antigua, se recibe la hostia en la mano.  Ponemos nuestra mano izquierda sobre la mano derecha para que se coloque la hostia en la mano izquierda y la pongamos en nuestra boca con la derecha.  Por supuesto, nuestras manos deberían estar limpias y no deberíamos agarrar la hostia del ministro como si la compráramos.

Andamos a recibir la Comunión como miembros del Cuerpo de Cristo.  Y la recibimos para ser aún más que ya somos.  Es como una atleta entrenando todos los días para hacerse aún más fuerte.  Nunca deberíamos traicionar el Cuerpo de Cristo que nos hemos hecho por vivir inmoralmente. Más bien, cada palabra que decimos, cada acción que hacemos debería conformarse a la vida de Jesús.  Pues, aunque la hostia no es mucho en cuanto a pan -- un poco de polvo de harina y algunas gotas de agua, tenemos que ver “más allá que el pan que consumimos”.  Es el mismo Jesús. Él es nuestra mano derecha y la izquierda.  Es la vida misma, la vida real.

El domingo, 29 de julio de 2012

XVII DOMINGO

(II Reyes 4:42-44; Efesios 4:1-6; Juan 6:1-15)

Hay un dicho en el mundo del circo: “Nunca sigas al malabarista”.  ¿Por qué? Porque el malabarista siempre deja a todos maravillados. No importa que mucha gente pueda hacer malabarismos con tres o aun cuatro pelotas; la acción siempre llama la atención como una casa ardiente.  En el evangelio hoy la gente viene a ver a Jesús como si fuera malabarista.

Jesús ha ganado fama como sanador.  El Evangelista san Juan informa que él ha curado a enfermos en Cana y Jerusalén.  Ya llega de nuevo a Galilea con mucha gente acompañándolo con esperas a ver otro hecho maravilloso. En este sentido las cosas no han cambiado en los dos milenios. Nosotros también seguimos buscando novedades – sean los “reality shows” o la versión del IPhone más actualizada.  A penas sentimos satisfechos con el mundo cotidiano.  No, es la estratósfera de los pudientes que nos interesa.

Pero Jesús quiere que cuidemos a uno y otro en nuestro ambiente. Quiere que seamos buenos prójimos, primero a nuestros familiares y vecinos, entonces a la gente en otras partes, particularmente a aquellos en más necesidad.  Para ejemplificar su deseo, se preocupa por el bien de la muchedumbre.  Pregunta a Felipe: “¿Cómo compraremos pan…?” para la muchedumbre que lo sigue.  Por supuesto, él sabe lo que va a hacer, pero para estimular el pensar de sus discípulos en los demás, hace la pregunta. 

Entonces Jesús toma el poco pan que hay, da gracias a Dios Padre, y lo reparte entre toda la gente presente.  Como en el tiempo navideño, de repente hay más comida que se puede consumir.  Sin embargo, es ni la cantidad de comestible ni su cualidad que distingue esta comida de todas las otras.  Más bien, es el espíritu de preocupación por los demás.  Más que la comida al cuerpo, Jesús comparte una nueva manera de vivir, sin egoísmo y con la caridad.  Es el modo de las familias que siempre encuentran espacio en sus casas para parientes y pobres del campo.

Raramente estas familias tienen grandes dificultades.  Mucho más probable, abundan en frutos tanto materiales como espirituales por su fidelidad al Señor.  En una familia dos hijos han regresado de la universidad para el verano.  En su casa se ve una continua procesión de jóvenes visitando, comiendo, y jugando.  Todos se convergen allá no porque los padres son ricos, sino porque son magnánimos, eso es con grandes ánimas.  No son indulgentes, sino comprensivos de las faltas.  No son altaneros, sino simpáticos con todos.  En el evangelio los discípulos de Jesús recogen doce canastos de pan que indica la vida en abundancia que Jesús viene a compartir. 
 Sin embargo, la gente se ciega a la oferta de Jesús.  Viendo el hecho poderoso, quiere llevarse a Jesús para hacerlo rey. A lo mejor piensan: “Si Jesús puede multiplicar panes, entonces ¿por qué estamos quebrando nuestras espaldas en la cosecha?” Es como las personas hoy en día que quieren votar por el candidato que les hará su vida más cómoda.  No, señores y damas, esto no es el propósito de Jesús. Él viene al mundo para recrear a la humanidad en una comunidad de amor.  Él sabe que la transformación requiere un cambio interior más que una nueva política.  Cuando trabajamos por el bien de todos, nos encontramos la felicidad de los santos. También el converso tiene la verdad: cuando trabajamos sólo por nuestro propio bien, encontramos la inquietud, no importa tantas riquezas que ganemos.

 Algunos de las mejores comidas son los “smorgasbords” en que todo el mundo trae su plato preferido.  La gente no sólo muestra su talento de cocinar sino también su amor para sus prójimos.  Unos traen pan hecho en casa; otros carnes bien especiadas; aún otros, verduras y ensaladas con un circo de sabores; y otros, los postres especialmente preparados.  Nadie tiene que quebrar su espalda pero todos disfruten de una comida de gran cantidad y cualidad.  Es así porque se hace con el amor que nos enseña Jesús.  Es así porque se hace con el amor.

El domingo, 22 de julio de 2012


XVI DOMINGO ORDINARIO

 (Jeremías 23:1-6; Efesios 2:13-18; Marcos 6:30-34)


Es cierto.  Podemos contar con ello.  Al mundo no le falta el rencor.  En muchos países los nativos y los inmigrantes contienden con uno y otro.  Aquí en este país (los Estados Unidos) los nativos se preocupan que la red de seguridad esté siendo apremiada por los inmigrantes.  Entretanto los inmigrantes quieren trabajar para hacer sus vidas cómodas.  Otro conflicto envuelve los partidos políticos.  Los Republicanos reclaman que la persona puede ganar lo necesario por sí mismo mientras los Demócratas se confían más en la necesidad de la ayuda social.  En la Iglesia los progresistas desean muchos cambios como el divorcio mientras los conservadores insisten que lo que hace falta es la disciplina.  Tal vez cada uno de nosotros experimentamos varias luchas en nuestra propia vida – con la familia, en el lugar del trabajo, dentro su propio corazón. Aunque algunos no reconozcan ningún remedio para estas contiendas, la segunda lectura hoy recomienda a Cristo como la solución a todas.



Dice la lectura: Cristo “es nuestra paz”.  La frase suena rara.  Fácilmente llamamos a Jesús como nuestro maestro, salvador, y médico.  Pero ¿cómo puede ser una abstracción como la paz?  ¿Se entiende como la personificación de la paz como se podría decir que Shakira es “puro entretenimiento”?  O tal vez se hable de Jesús como la paz porque la crea a dondequiera que vaya.  O posiblemente se llame Jesús “nuestra paz” porque de alguna manera se incorpora a todos en sí mismo resolviendo las diferencias entre uno y otro.  Resulta que Jesús es la paz en todos estos tres sentidos.



Jesús muestra la paz en sí mismo por no imponer límites a su amor.  Atiende tanto a pobres como a los ricos, tanto a las mujeres como a los hombres, tanto a los fariseos como a los pescadores.  Es como si su corazón, que describimos como sagrado, se ensanchara para cubrir el mundo entero.  Sí, se altera con la injusticia pero su consternación no queda por mucho tiempo.   Más bien se calma tan pronto como se dé cuenta que debajo de cada malvado queda un alma tergiversada por la falta de amor.



Más que muestra la paz, Jesús la produce en los demás.  Como perros y gatos, los judíos y no judíos no se mezclaban.  Los judíos miraban a los paganos como perdidos vagando por el mundo incapaces de llegar a Dios.  Sin embargo, por tanto que trataran, los judíos tampoco tenían éxito alcanzar a la santidad.  Sus esfuerzos siempre terminaron o en la falta de guardar el régimen de la ley o el orgullo que rindió sus intentos contraproducentes.  Sólo Jesús pudo reconciliar a los dos pueblos por su sangre derramada en la cruz.  El sacrificio de Cristo conquistó el odio porque fue completamente voluntario sin ninguna pista de culpa u obligación.  Viviendo en la sombra de esta inmensa auto-entrega, todos se humillan.  Sentimos la necesidad de soltar el rencor contra a los demás en conforme a su voluntad.



Juntos – judío y no judío; latino, blanco, negro, y asiático; dueños, trabajadores, y profesionales; mujeres y hombres – formamos un nuevo colectivo – la Iglesia.  Todos tenemos distintos papeles pero el mismo propósito: llevar a Cristo a los demás.  Los obispos gobiernan el cuerpo, pero no por eso son los más cercanos a Dios.  Los laicos tienen un papel más retador: santificar el mundo por ordenar los asuntos temporales según el plan de Dios.  A veces las mujeres sienten excluidas como miembros de la segunda clase en la Iglesia.  Sin embargo, el papa Benedicto tiene otra visión de la mujer.  Escribe (en su libro Jesús de Nazaret, segundo volumen): “La estructura jurídica de la Iglesia está fundada en Pedro y los Once, pero en la vida cotidiana de la Iglesia son las mujeres que constantemente abren la puerta al Señor y lo acompañan a la cruz, y por eso son ellas que experimentan al Resucitado”.


En la capilla de un monasterio en la mera costa sur de California cuelga un icono de Jesús.  Su faz da al océano y su mano está levantada en una bendición.  De ningún modo es este arreglo un accidente.  Expone la creencia cristiana que Jesús reina sobre el universo entero, incluso la entidad más grande de la tierra.  Su bendición es lo que hace ese cuerpo de agua “pacífico.”  Su bendición es lo que produce en nosotros la paz.

El domingo, 15 de julio de 2012

EL XV DOMINGO ORDINARIO

 (Amos 7:12-15; Efesios 1:3-14; Marcos 6:7-13)




A veces parece fingido.  Pero siempre lo hace.  Cuando se le pregunta, “¿Cómo estás?” la mujer invariablemente responde, “Bendita”.  Uno queda maravillado preguntando a sí mismo: “¿Nunca tiene un problema esta mujer?” Sin embargo, según la segunda lectura hoy de la Carta a los Efesios “bendita” describe la condición de todos los cristianos.

La carta dice que nosotros cristianos somos benditos en Jesucristo.  Él comprende el mejor don de Dios Padre a nosotros, más valeroso que una fortuna o aun la vida.  Pues con la gracia merecida por Jesús, estamos levantados a nueva realidad donde se aprecia la honestad más que la astucia, la misericordia más que la venganza.   Además, como los padres pagarían el rescate por sus hijos encarcelados, Jesús nos ha redimido de la deuda de nuestros pecados.  Ya no tenemos que preocuparnos por el día de juicio. Pues Jesús actuará como nuestro escolto guiándonos a la vida eterna.
 

Desgraciadamente no siempre sentimos benditos.  Ya en el medio del verano (o invierno en el hemisferio sureño) a menudo la vida se vuelve seca como un desierto.  Quizás sea el calor (o el frío) que nos cansa o la falta de dinero por la economía débil.  La dura verdad es que algunos trabajadores andan sin suficiente trabajo para proveer las necesidades de la casa mientras otros ven sus cargas dobladas porque las empresas tienen que cortar costos.  De todos modos sentimos vulnerables, no benditos; en precario, no en el camino de la gloria.  En estos momentos dependemos en la fe para seguir adelante.  Una vez una periodista encontró a un pobre campesino en la República Dominicana que le invitó en su cabaña.  No tenía nada de valor en su hogar, pero se vio un retrato del Sagrado Corazón de Jesús colgando en una pared.  La periodista escribió que nunca en su vida había encontrado a una persona con tanta dignidad como este hombre.  No miró avergonzado ni se apiadó a sí mismo.  Sólo hizo que su huésped sintiera acogida por hablarle directa y sinceramente.  Así somos nosotros porque el mismo Jesús nos ha salvado.


La lectura resalta que Jesús nos ha redimido por su sangre.  La expiación sangrienta ha molestado a muchos a través de los siglos.  Cuestionan: “¿Cómo puede ser que Dios Padre buscaba la sangre de Su Hijo para recompensarle por las ofensas humanas?”  No, tal idea no sólo presenta una imagen repugnante de Dios Padre sino también tergiversa  el concepto la redención.  Dios ama a todas sus creaturas y ciertamente ha amado a Su Hijo unigénito desde siempre.  Desgraciadamente nosotros hemos tenido dificultad volver el amor a Dios.  Pecamos, a veces de modos atroces.  A pesar de eso el Padre Dios nos sigue amando por mandarnos al mismo Hijo.  Se absuelve la culpa de nuestros pecados por el seguimiento completo y voluntario de Jesús a la voluntad de Dios Padre.  Dios no creó la cruz; lo hicimos nosotros humanos por nuestros pecados.  Sin embargo, Dios le dio a Jesús la victoria sobre la cruz con la resurrección.  Ahora asociándonos con Jesús, podemos aprovecharnos de su victoria.  Es como si la derrota del mal por la cruz y en la resurrección hubiera creado una manantial de aguas puras.  Cuando nos acerquemos a esta manantial en el Bautismo y la Eucaristía, nos limpiamos de todo el desorden de que somos culpables. 



“Solamente llama a Pirkle”, dice un letrero en la calle.  Trata de llamar la atención de los padres con hijos encarcelados.  Aunque tenga mucha astucia el Señor Pirkle, tenemos a un rescatador mucho más valeroso.  Jesús se nos apiada en nuestro precario.  Por su sangre somos benditos cuando estamos en camino y cuando tenemos problemas.   Por su sangre somos benditos.

El domingo, 8 de julio de 2012

XIV DOMINGO ORDINARIO

(Ezequiel 2:2-5; II Corintios 12:7-10; Marcos 6:1-6)

Nos cuesta regresar a casa. Eso es, no es fácil volver a nuestro pueblo después de alejarnos por mucho tiempo. Una novela trata de un hombre regresando a su pueblo donde minar carbón es la única industria. Ha estado en la ciudad por varios años, primero estudiando, entonces trabajando y criando su familia.  ¿Lo aceptarán sus paisanos como héroe que hizo bien en el mundo? O ¿lo rechazarán como traidor por abandonar su lugar de origen?  Se ve la misma tensión en el evangelio hoy con Jesús en Nazaret por la primera vez en un buen rato.

El pasaje no describe cómo Jesús predica ni lo que dice. Sin embargo, podemos imaginarlo hablando con toda la confianza de un catedrático y toda la sensibilidad de una nodriza. Expresa el amor de Dios hacia el mundo, y la necesidad de responder con la justicia. Básicamente es el mensaje que queremos relatar a nuestros hijos: que Dios nos ha creado y le debemos nuestro mejor. Como lo mínimo tenemos que asistir en la misa dominical y durante la semana tratar a todos como queremos ser tratados.

Aunque parece básico este mensaje, muchos padres se vuelven frustrados comunicándolo a sus hijos. Cuando les piden que vayan a misa, los muchachos a menudo reaccionan como si sus padres fueran de otros planetas. Les parecen irrelevante la religión y caduca la moral católica. "No" - responden - "Jesús tenía que ser Jesús y yo tengo que ser yo". No es muy diferente del rechazo que Jesús recibe en el evangelio. Otra vez se puede imaginar lo que está teniendo lugar: "Este es Jesús, el carpintero" - hablan sus paisanos entre sí - "¿por qué él quiere fingirse como un profeta?"

Jesús no puede hacer ningún milagro en Nazaret porque la gente no lo ve como actuando en el nombre de Dios. Al contrario, todo lo que hace en sus ojos es tan ordinario como el calor del sol. Para ellos sus curaciones son como la aspirina para la gripa - eso es, lo que el médico ordena. Así muchos consideran la Iglesia un negocio y no como el signo de la presencia de Jesús en el mundo actual. Vienen a la parroquia pidiendo el Bautismo como si fuera una vacuna y la quinceañera como el pretexto para una fiesta. Piensan que pueden escoger entre las enseñanzas como si fueran las verduras en el bar de ensalada.  “Si” – dijeran – “creo en la Inmaculada Concepción de María pero no creo que la Confesión sea necesaria”.

Es para nosotros - católicos comprometidos - cambiar esta visión equivocada. Nuestro propósito aquí no es tanto regañar a nuestros muchachos sino mostrarles la felicidad de acompañar a Jesús. Esto es en breve lo que significa la "Nueva Evangelización". En vez de reprochar a nuestros hijos con amenazas, queremos mostrarles lo que significa la presencia del Señor en nuestras vidas. En lugar de practicar la fe por hábito, tenemos que explicarles la razón de no ver la pornografía y siempre decir la verdad.  Un hombre vino a un retiro con su hijo. Porque el retiro tuvo lugar en un monasterio, los dos casi no hablaron por cinco días. Pero no hubo necesidad de palabras porque el muchacho podía mirar el amor que tiene su padre para Jesús.  Se puede ver la misma transmisión de la fe en las reuniones de oración donde los niños acompañan a sus padres. Los niños se sientan en la orilla del salón viendo el amor de sus padres para el Señor mientras hacen sus tareas de escuela.

Es el Día de Acción de Gracias. La madre de la familia no regaña a su familia; más bien les transmite la fe.  Les dice: “Antes de tener la comida en su casa, todos iremos a misa entonces al salón parroquial para servir pavo a los pobres”. No le importa si o no quieran hacerlo. Es simplemente lo que deberían hacer para poner en práctica la fe que profesan.  Es simplemente poner en práctica la fe.