El domingo, 1 de junio


LA ASCENSIÓN DEL SEÑOR

(Hechos 1:1-11; Efesios1:17-23; Mateo 28:16-20)

Todavía muchos dicen: “Jueves de Ascensión”.  Piensan que tanto como es Miércoles de Ceniza, es Jueves de Ascensión.  Sin embargo, por cincuenta años en casi todas partes no se ha celebrado la Ascensión en jueves.  Para asegurar que tanta gente como posible asista en la celebración, se ha transferido la Ascensión al domingo. 

“¿Pero no es que la Ascensión del Señor tuviera lugar en el cuadragésimo día después de su resurrección?” objetan algunos.  No es cierto.  El Evangelio según San Lucas reporta que Jesús ascendió la noche de la resurrección en Betania, cerca Jerusalén.  Es los Hechos de los Apóstoles, también escrito por San Lucas, que indica la Ascensión en el cuadragésimo día como hemos escuchado en la primera lectura hoy.  Tampoco congruente con la información del Evangelio de Lucas, los Hechos reporta el sitio de la Ascensión como el Monte de Olivos.  El Evangelio de Mateo no habla exactamente de la Ascensión pero se ha entendido el pasaje evangélico de nuestra misa como el suceso que anticipa ella.  Dice que tuvo lugar en Galilea, bastante lejos de Jerusalén, sin mencionar el día.  San Marcos reporta la Ascensión pero no menciona ni el sitio ni el día.  En el Evangelio según San Juan se indica que Jesús va a dejar el mundo pronto cuando dice a María Magdalena al día de la resurrección: “’No me retengas, porque todavía no he subido a mi Padre…’” pero no se describe el evento.

Aunque no se acuerdan ni en el día ni en el lugar de la Ascensión, los cuatro evangelios son unánimes en el mensaje de Jesús a sus discípulos antes de que suba al cielo.  Ellos han de predicar la buena noticia a través del mundo.  Su mandato es el más explícito en el Evangelio de la misa hoy de San Mateo.  “’Vayan y enseñen – les dice -- a todas las naciones’”.  Estas palabras dan eco en nuestros oídos.  Es menester de todos nosotros – laicos tanto como sacerdotes y religiosas – contar al mundo de Jesús.  Tenemos que mostrar como el camino a la felicidad que la gente busca no es por planear asiduamente el retiro sino por seguir sinceramente las bienaventuranzas.

Si la vía a la felicidad eterna es por una vida santa, no es que no haya gozo en el camino.  Al contrario, somos alegres porque conocemos el amor de Jesucristo.  Un capellán fue a bautizar a un hombre muriendo de SIDA en un asilo atendido por las Hermanas de Beata Teresa de Calcuta.  Le preguntó al enfermo por qué quería ser bautizado.  El hombre respondió: “Todo lo que sé es que soy infeliz y estas hermanas son muy felices, aun cuando las maldigo y las escupo.  Ayer por fin les pregunté por qué son tan felices.  Respondieron, ‘Jesús’.  Quiero a este Jesús para que sea yo finalmente feliz”.  Cuando cumplimos el mandato de Jesús de proclamar el evangelio, tenemos que hacerlo con el gozo.  Una sonrisa vale un título en la teología cuando hablamos de quien es Jesús.  Si estamos siempre criticando a los demás, quejándonos de nuestra suerte, y preocupándonos de lo que pueda pasar, nadie va a creer nuestro testimonio sobre la bondad del Señor.


Al final de la primera lectura dos ángeles aparecen a los discípulos.  Les preguntan por qué están parados mirando el cielo como si debieran ya haberse marchado a contar al mundo de Jesús.  Con aún más razón se puede dirigir esta pregunta a nosotros.  Por nuestras sonrisas, por nuestra caridad a los débiles, por nuestros testimonios de Jesús alumbrando nuestras vidas, deberíamos estar declarando a todos que sí Jesús vive.  Él ha resucitado de la muerte para asegurar la felicidad eterna.  Sí, Jesús vive.

El domingo, 25 de mayo de 2014


EL SEXTO DOMINGO DE PASCUA

(Hechos 8:5-8.14-17; I Pedro 3:15-18; Juan 14:15-21)


En una novela una joven anda con un grupo a un mirador.   La hora es temprana; pues, quieren ver la salida del sol.  La joven siente un poco molesta por falta del sueño.  Cuando espía una flor en el suelo, se para para examinarla.  Los otros le exigen que se apure.  Dicen que va a perder ver el espectáculo del sol.  Desgraciadamente algo semejante pasa con algunos de nosotros.  Como la joven puede perder ver la maravilla del sol levantándose sobre el horizonte por mirar una flor del campo, varios católicos pierden  conocer al Espíritu Santo por cosas cotidianas.  Las lecturas de la misa hoy nos indican cómo el Espíritu Santo puede enriquecer nuestras vidas.

En el principio del Evangelio según San Lucas, Juan Bautista dice que viene uno que va a bautizar con el Espíritu y el fuego.  Está anticipando la transformación de vidas con el bautismo en el Espíritu Santo: vidas cambiadas del azul al rojo, de la indiferencia a la pasión.  En la primera lectura los Hechos de los Apóstoles describe a unos samaritanos bautizados sin recibiendo al Espíritu.  Se puede decir que son purificados del pecado pero les falta el fuego de la gracia.  Son como muchos que acuden la misa dominical pero muestran poco ánimo para el discipulado de Jesús.  A estos también les falta la fuerza plena del Espíritu.

El evangelio hoy nos indica el primero de dos efectos del Espíritu Santo.  Imparte a los discípulos el amor para que apoyen a uno y otro en el camino largo a la salvación.  Pasando por los desvíos en la vida – el placer de las drogas, la intriga de la intimidad con otra mujer u otro hombre, la excitación de los juegos – la atención de la comunidad cristiana nos mantiene en el rumbo más o menos derecho.  Sin la parroquia o nuestra comunidad pequeña somos como una nave sin timón siendo soplados por los vientos de la moda.

El Espíritu Santo también nos impulsa fuera de nuestra comodidad para compartir el conocimiento del Señor.  Un ministro laical describe su experiencia de invitar a sus amigos a acompañarle a la misa.  Habla de un compañero llamado Juan que encontró en un bar de deportes.  Una tarde de sábado lo acompañó a la iglesia.  Después de oír al ministro-amigo proclamar la palabra de Dios, Juan le dio un cumplido.  Dijo algo como: “si te vistiera en un alba, habría pensado que eres sacerdote”.  Ahora aunque sea la persona más mal vestida en la misa, Juan sigue asistiendo semana tras semana.  El ministro siente seguro que era el Espíritu Santo que le llamó para tomar tan buena pesca.

Una vez había varios reportes de plumas del Espíritu Santo.  Por supuesto, tales reliquias nunca han existido.  El Espíritu Santo no es palomo ni otro tipo de materia física, viva o muerta.  Pero sí, hay evidencia del Espíritu Santo en las comunidades de fe invitando a otras gentes a un paso derecho en el rumbo al Señor.  Tienen catecumenados con veintenas de personas.  Tienen decenas de vocaciones al sacerdocio y la vida religiosa.  Tienen membresías llenas de preocupación por uno y otro y por el mundo entero.  Tales comunidades muestran el fuego del Espíritu Santo.  Tales comunidades constituyen huellas del Espíritu.

El domingo, 18 de mayo de 2014


EL QUINTO DOMINGO DE PASCUA

(Hechos 6:1-7; I Pedro 2:4-9; Juan 14:1-12)


Hace poco una fundación sociológica publicó un reporte sobre los latinos en los Estados Unidos.  Dijo que los latinos están saliendo de la Iglesia católica con más frecuencia que antes. Ya sólo cincuenta y cinco por ciento de los latinos son católicos.  Muchos de los ex católicos ya acuden a iglesias protestantes, pero un número creciente, particularmente entre los jóvenes, no van a ninguna iglesia.  Como otros americanos, están contentos a visitar el parque en la mañana de domingo.  Nos dan a nosotros la inquietud que seamos caducados por aferrar a nuestra religión.  Podemos encontrar en la segunda lectura hoy de la Primera Carta de Pedro algunas razones para mantener la fe.

No sabemos exactamente ni cuándo ni por qué se escribió la carta.  Desde que habla de los presbíteros, parece que fue escrita en los finales del primer siglo cuando el presbiterio estaba consolidándose.  Los contenidos además indican que los destinarios – los cristianos no judíos en lo que reconocemos ahora como Turquía -- sentían amenazados.  A lo mejor el problema era uno del rechazo de parte de los vecinos paganos y no de la persecución del estado.  Pues, en ese tiempo no hay récord de persecuciones extendidas contra los cristianos.  Sin embargo, los cristianos recientemente convertidos del paganismo sentirían alienados del pueblo pagano porque no más participarían en sus libertinajes.  Además, es probable que los paganos tuvieran sospechas acerca de los seguidores de Cristo cuyo cuerpo y sangre, se decía, que consumían.  Viviendo con esta angustia los cristianos del primer siglo estaban en apuro de una manera semejante de nuestro hoy. 

Primero, la carta de Pedro asegura a los cristianos que Jesús conoce su inquietud.  De hecho, experimentó el rechazo completo de parte de su propio pueblo.  Citando un salmo, la carta explica que Jesús fue “la piedra que rechazaron los constructores” cuando lo crucificaron en Calvario.  Pero su muerte en la cruz no constituyó su fin.  Más bien, resucitó de la muerte para formar “la piedra angular” sobre la cual sus seguidores se forman en la Iglesia como “piedras vivas”.  Como un gran templo extendiéndose al cielo, entonces, deberíamos seguir en la Iglesia para dar la gloria apropiada a Dios.

Además, nuestra asociación con Jesucristo encontrado en la Iglesia purifica nuestras acciones de modo que se hagan ofrecimientos dignos de Dios.  Dice la lectura que los cristianos se han hecho “un sacerdocio santo” dando “sacrificios espirituales”.  Esto significa que una vez bautizados en Cristo, compartimos en su sacerdocio con el resultado que nuestras oraciones y obras de caridad complazcan a Dios.  Es la gracia de Cristo, mantenida por la participación en la Eucaristía, que libra nuestras acciones del egoísmo y las llena con el amor.  Se ve esta purificación de motivos en el trabajo de algunas compañeras limpiando casas.  Unidas con Cristo, nunca tomará ni un cuarto del local y siempre dejan todo en orden, aun los rincones más difíciles a alcanzar.

Como una tercera razón para seguir adelante la lectura nos asegura que como cristianos no vamos a tropezar, al menos definitivamente. Mientras los demás andan por las tinieblas, los cristianos tienen la luz de Cristo.  Ella nos dirige más allá de las tentaciones a ver la pornografía en el Internet.  Nos permite reconocer la maldad en buscando las faltas de los demás.  Y si caemos en el camino, el mismo Jesús nos pone en pie con el sacramento de la Reconciliación.

La mujer es orgullosa de su anillo con dos diamantes chiquillos.  Dice que tenía una sola piedra que se le perdió.  Entonces su marido le compró otro diamante para reemplazar lo perdido.  Después de un tiempo ella encontró lo primero y lo tuvo colocado en la argolla.  Ya la mujer brilla con gratitud.  Añade que prefiere el diamante pequeño porque le parece humilde como ella misma.  De una manera es como todos nosotros en la Iglesia católica.  Pues, somos sólo piedras vivas dando la gloria a Dios por nuestras obras de caridad.  Somos como piedras dando la gloria a Dios.

El domingo, 11 de mayo de 2014

EL CUARTO DOMINGO DE PASCUA

(Hechos 2:14.36-41; I Pedro 2:20-25; Juan 10:1-10)


Una vez “el que cuida la puerta” refería sólo al guardián de la puerta.  Pero ahora “el que cuida la puerta” tiene muchas referencias como el director determinando cuales noticias el periódico imprimirá, el oficial escogiendo cuales estudiantes serán admitidos a la universidad, y el secretario dándoles a algunos el permiso a ver al mandatorio.  En todos casos “el que cuida la puerta” tiene control sobre lo que pasa en una organización.  Es persona con autoridad.

En el evangelio hoy Jesús ocupa la frase para indicar al asistente que permite a unos pero no a todos entrar al rebaño.  Dice que “el que cuida la puerta” la abrirá al buen pastor y la cerrará al ladrón.  En diferentes modos las madres, que honramos hoy (el Día de Madre en los EEUU como fue ayer en México), sirven como “el que cuida la puerta” por la familia.  Por la mayor parte son las que determinan cuál tipo de comida será servido en la casa.  Es de ellas a balancear la dieta para que todos coman nutritiva sin comer excesivamente.

Más importante aún es el papel de las madres junto con los padres a cuidar la puerta a la mente de sus hijos.  Las madres deberían controlar la cantidad tanto como la cualidad de televisión mirada en la casa.  Igualmente tienen que asegurar que los chicos no vayan a cines inaceptables.  Desde que la inmundicia del Internet (el instrumento del diablo dice una doctora) puede invadir la casa, las amas de casa siempre deberían estar vigilando sobre las computadoras y ya los teléfonos de sus hijos.  Sobre todo las madres tienen que asegurar que sus hijos asocien con niños con valores verdaderos.  Una vez una madre tenía que prohibir a su hija a salir con muchachas que la enredaban en problemas.  Años después, el padre de la joven dijo que esa prohibición fue el momento decisivo en la vida de su hija.

Aunque varía ahora más que antes, todavía las madres tienen el papel mayor en muchas familias a presentar a sus hijos a Jesús.  Lo hacen en la niñez por mostrarles que tanto Jesús los ama.  En tiempo van a decirles las historias evangélicas para animar su fe.  Rezan con sus hijos para que se aprovechen del conocimiento de Dios.  Y nunca dejan de rezar a Dios por ellos.  Una madre con hija ya adulta pero inmadura ora que su hija “se enamore con el Señor”.  Es oración digna de todas madres.

Las enseñanzas religiosas y las oraciones pertenecen a la casa porque la familia es la “iglesia doméstica”.  Se la ha nombrado así desde la antigüedad porque todos los bautizados participan en el sacerdocio común de los fieles con los tres menesteres de Cristo.  Son para decir la verdad como profetas, para ofrecer sacrificios como sacerdotes, y para gobernar como reyes.  Las madres llevan a cabo el papel del profeta cada vez que enseñan a sus hijos hacer lo bueno y evitar lo malo.  Cumplen el papel del sacerdote cuando  rezan en la casa.  Y actúan como rey por hacer reglas firmes y justas.  A lo mejor las madres tienen más efecto en sus hijos que el cura o la religiosa de la parroquia. 

Amamos a nuestras madres por habernos dado la vida.  Pero si la vida física fuera su único aporte a nosotros, no merecerían mucho cariño.  No, las apreciamos y las festejamos hoy por haber compartido con nosotros la vida dela  gracia, la vida de Jesús.  Gracias, madres, por enseñarnos cómo rezar antes de comer.  Gracias, madres, por insistir que pidamos perdón a aquellos que hemos ofendido.  Gracias, madres, por mostrarnos la primacía de la misericordia con el socorro del pobre en la puerta.  Gracias, madres.