El domingo, 1 de marzo de 2015



EL SEGUNDO DOMINGO DE CUARESMA

(Génesis 22:1-2.9-13.15-18; Romanos 8:31-34; Marcos 9:2-10)


El niño tenía más o menos ocho años.  Sus ojos eran claros y su espíritu robusto.  Se le acercó a su padre en el salón de la parroquia en una función patrocinada por los Caballeros de Colón.  Entonces el muchacho comenzó a contarle todo lo que le pasó durante el día.  Fue un discurso por varios minutos, pero el hombre le escuchó con toda atención.  Sus respuestas al niño le alentaron a seguir hablando.  El amor entre los dos era palpable como aquello que encontramos en la primera lectura.

Abrahán esperaba a su hijo Isaac por toda su vida larga.  Finalmente, su esposa Sara lo concibió como la respuesta de su oración.  Ya parece que Dios quiere quitárselo.  Ha mandado a Abrahán que lleve a Isaac a la montaña para sacrificarlo.  Abrahán hace el viaje por obediencia.  Sin embargo, no duda que Dios salvará al niño de su cuchillo.  Pues Dios no es el patrón de la muerte sino el Señor de la vida y del amor.  Por esta razón quedamos perplejos con lo que están haciendo los radicalistas del Estado Islámico.  Preguntamos: “¿Cómo pueden degollar a gentes inocentes en nombre de Dios?”

La respuesta no es complicada aunque nos parezca increíble.  Interpretan algunos pasajes sangrientos del Corán como la voluntad definitiva de Dios. Es como si nosotros tuviéramos el pasaje bíblico donde Dios ordena la matanza de todos los pueblos de la tierra de Canaán (Deuteronomio 20:17) como representativo de Su voluntad divino.  No, la Biblia revela a Dios progresivamente llegando a la culminación en Jesucristo.  Jesús dice absolutamente nada de Dios como deseando la muerte de nadie.  Al contrario, describe a Dios como un padre siempre buscando lo mejor por sus hijos.  En el evangelio hoy escuchamos una confirmación de lo que dice Jesús.  En el monte Dios se dirige a los testigos de la transfiguración: “Este es mi Hijo amado” – dice – “escúchenlo”.

Pero no es sólo por palabras que Dios Padre confirme su amor para nosotros.  También lo hace con acciones.  Sobre todo envió a Su Hijo al mundo para anunciar Su voluntad graciosa.  Fue un acto tan riesgoso como una delegación al Estado Islámico pidiéndoles que dejen sus armas. Como los radicalistas probablemente tomarían los delegados como esclavos si no lo matan, los hombres maltrataron a Jesús y lo crucificaron.  Entonces Dios cumplió el hecho más compasivo que jamás habría sido imaginado.  E tan maravilloso que la mera mención de ello confunde a los tres discípulos en la lectura hoy.  ¡Lo resucitó a Jesús de la muerte dando a todos hombres la esperanza del mismo destino!

Deberíamos preguntarnos, ¿cómo vamos a responder a la bondad de Dios?  En la lectura Pedro presenta una opción: que erijamos monumentos a Él.  Aunque los monumentos tienen su propósito, no constituirían la respuesta más indicada en este caso.  Antes de hacer cualquier otra cosa, tenemos que seguir las instrucciones de Jesús.  Ha pedido a sus discípulos que llevaran sus cruces detrás de él.  Para nosotros esta tarea incluirá defender a los inocentes de los radicalistas musulmanes, pero va más allá que esto.  Una respuesta fiel a Jesús requerirá que recemos por el Estado Islámico.  Pediremos a Dios que esta gente se arrepienta de sus modos malvados para que conozca el verdadero Dios del amor.

Escuchamos la historia de la Transfiguración cada segundo domingo de la Cuaresma.  El propósito de relatar el evento tan menudo es que no olvidemos nunca que seguimos a Cristo glorificado.  Igualmente nos recuerda que nuestro seguimiento cuaresmal es para renovar nuestra esperanza para la resurrección de la muerte.  Ahora nuestra oración  es que esto sea también el destino de los radicalistas musulmanes. Una vez que se arrepientan de sus modos sangrientos, que nos unan en la esperanza de la resurrección.

El domingo, el 22 de febrero de 2015



Primer Domingo de Cuaresma

(Génesis 9:8-15; II Pedro 3:18-22; Marcos 1:12-15)

Se dice que Paul “el Oso” Bryant era el mejor entrenador de fútbol americano universitario en la historia.  Es cierto que era uno de los más rigurosos.  En su primer año como entrenador a la Universidad de Texas A y M, se llevó a su equipo al campo para diez días de entrenamiento intensivo.  Tuvo a los jóvenes en la cancha todo el día con temperaturas a veces en exceso de cien grados.  No les permitió descansos para tomar agua.  El entrenador Bryant quería probar a sus jugadores: ¿quiénes eran dignos de ser miembros de un equipo triunfante y quienes jugaban para la gloria propia?  En el evangelio hoy se prueba Jesús en una manera semejante.

Dice la lectura que el Espíritu Santo impulsa a Jesús al desierto.  Dios sabe que el desierto es lugar solitario donde se puede prepararse para la lucha contra el mal.  Es uno de nuestros propósitos de la Cuaresma: fortalecernos contra las atracciones del placer, el prestigio, y la plata.  Por el ayuno, la oración, y las obras de la misericordia quitamos el poder de las cosas mundanas a desviarnos de nuestro destino.

Liberados del encanto del mal podemos identificarnos como hijos e hijas de Dios.  Así tenemos como meta la paz y la felicidad verdadera.  Este evangelio según San Marcos también se preocupa con la identidad, no tanto de nosotros sino de Jesús.  Siempre pregunta: ¿quién es este hombre Jesús?  Es solamente el carpintero de Nazaret orgulloso y codicioso  como todos seres humanos.  O ¿es el esperado Mesías, el Hijo de Dios, que viene para enseñarnos los modos de Dios Padre en un mundo envuelto en el egoísmo?  En el pasaje hoy se presenta Satanás para probar a Jesús según este interrogante.

También se encuentran los animales salvajes en el desierto para probar a Jesús.  En primer lugar estas bestias retan su fortaleza e ingenio a sobrevivir en un medioambiente peligroso.  En segundo lugar, los animales simbolizan el instinto humano de ser rapaz y devorador.  Vemos hombres de este género alrededor de nosotros.  Nos invitan a actuar como ellos engañando a los ingenuos con fraudes.

Pero no estamos solos en la lucha.  Dios nos apoya a enfrentar las seducciones con la valentía.  En el evangelio los ángeles de Dios sirven a Jesús como entrenadores al boxeador secando el sudor y dándole consejos.  Se quedarán en su lado para ayudarle en la batalla que continuará por lo largo del evangelio.

Pues, la lucha no termina hasta que Jesús venza el mal definitivamente en la cruz.  Allá el oficial romano lo proclamará “el hijo de Dios”.  Más que todos los valientes de la historia, Jesús se ha probado como el que vale el seguimiento.  Por eso, cuando él proclama en la lectura: “’…el Reino de Dios está cerca”, deberíamos dejar todo para escucharlo.  Por poner su mensaje en práctica, nos probamos como sus seguidores, modelos dignos para nuestros compañeros.   Entonces todos -- desde nuestros hijos, por nuestros asociados, hasta todo miembro d la sociedad -- pueden aprovechase de sus gracias. 

Uno de los fenómenos más característico de nuestros tiempos es el número de personas dando ejercicios en los gimnasios.  En las universidades y también en las plazas comerciales hay millones de hombres y mujeres corriendo en las ruedas de andar y levantando pesos. Quieren probarse como gente digna en este mundo.  El propósito de la Cuaresma es algo semejante, pero infinitivamente más significativo.  Queremos probarnos como verdaderos hijos e hijas de Dios dignos de la vida eterna.  Por nuestro seguimiento de Jesús queremos probarnos como hijos e hijas de Dios.

El domingo, 15 de febrero de 2015



SEXTO DOMINGO ORDINARIO

(Levítico 13:1-2.44-46; I Corintios 10:31-11:1; Marcos 1:40-45)

Era la edad de la segregación.  Particularmente en el sur de los Estados Unidos los negros sufrieron la opresión racial.  Los adultos no podían sentarse al lado de los blancos en los buses, mucho menos sus hijos al lado de los niños blancos en las escuelas.  En este ambiente John Howard Griffin, un periodista de Mansfield, Texas, decidió experimentar la suerte de un negro.  Tiñó su piel moreno e hizo un giro por la antigua Confederaría.  Esperaba prejuicio pero le sorprendió el extenso de la hostilidad contra los negros.  Griffin escribió un libro, Negro como yo, que ayudó a los negros ganar los derechos civiles.  Se puede decir que Griffin era un privilegiado que se hizo marginado para que los marginados pudieran hacerse privilegiados. Es semejante al intercambio atestiguado en el evangelio hoy.

Se le acerca a Jesús un leproso.  Estamos acostumbrados a leer de tales historias en el evangelio, pero pudiéramos preguntarnos: ¿Cómo nos sentiríamos si estuviéramos en la compañía de Jesús ese día?  A lo mejor habríamos retrocedido como haríamos hoy enfrentando a un enfermo del virus del Ébola. Pues, la condición le aborrecía a la gente tanto como la primera lectura relata.  Ni les permitían a los leprosos entrar en los pueblos. 

Pero Jesús se adelanta con la amenaza, no retrocede.  Tocando al leproso con la mano, le sana la enfermedad.  De nuevo no nos parece insólito escuchar de Jesús curando a un enfermo. Pero deberíamos darnos cuenta de que por haber palpado al leproso Jesús se ha expuesto a sí mismo a la enfermedad maldita.  Por supuesto, Jesús ni ha oído de guantes de plástico para protegerle del contagio.

Sin embargo, no es porque se haya contaminado con la lepra que Jesús no podrá entrar las ciudades.  Porque el sanado ha proclamado el poder de Jesús, ya todo el mundo lo busca.  Como si fuera un criminal, Jesús ahora está restringido a lugares solitarios.  El caso ha cambiado completamente: el privilegiado Jesús se ha hecho marginado mientras el antiguo leproso marginado puede andar como un hombre libre.

Realmente el desplazamiento no es nuevo para Jesús.  En la historia de la salvación él vino del amor eterno de Dios Padre para experimentar el afecto veleidoso humano.  Va a estar aún más postergado cuando cuelga en la cruz (¡por seis horas según este relato de Marcos!).  Se sentirá, al menos por un momento, que Dios mismo lo ha abandonado.  ¿Qué querremos decirle?  ¿“Gracias” o, tal vez, “Te amo”?  Estas palabras fallan a cumplir nuestra intención.  Sin embargo, hay otra manera de expresar nuestro aprecio para Jesús. Podemos mostrar nuestro afecto a Jesús con el ayuno cuaresmal ya cerca.

Solemos pensar en el ayuno como la compensación a Dios por nuestros pecados.  Pero ¿cómo podría ser que no comer pan dulce mientras estamos festejando en capirotada neutralice el efecto de nuestras traiciones?  No, es mejor que pensemos en el ayuno como una muestra de solidaridad con Jesús que se marginó en el mundo nuestro para que tengamos un lugar en su morada divina.  Por eso, no queremos hacer un ayuno fingido durante la Cuaresma sino algo que nos cuesta.  ¿De qué consistirá nuestro ayuno esta cuaresma? Si apetecemos el postre, podríamos dejar de tomar todos tipos de dulces.  Si nos gusta la cerveza, podríamos dejar de beber todos géneros de alcohol. ¿Por qué no?


Una vez un hombre cuya esposa estaba sufriendo la quimioterapia rasuró su cabeza.  Fue un testimonio de gran solidaridad porque como ella él tuvo que soportar las miradas asustadas de la gente. Es como Jesús hizo por nosotros cuando dejó la morada de Dios Padre.  Se puso al lado nuestro en los buses para que conozcamos el amor de Dios.  Se puso al lado nuestro para que conozcamos su amor.