El domingo, 8 de febrero de 2015



EL QUINTO DOMINGO ORDINARIO

(Job 7:1-4.6-7; I Corintios 9:16-19.22-23; Mark 1:29-39)

Alexander Solzhenitsin fue el autor ruso más cumplido del siglo veinte.  Escribió varias novelas épicas sobre los campamentos soviéticos de concentración.  Pero su librito titulado Un día en la vida de Ivan Denisovich llamó la atención tanto como las obras grandes.  Describe la vida de un prisionero luchando contra condiciones pésimas para mantener su dignidad. Por ejemplo, en un capítulo, se quita de su gorra antes de comer y comparte su comida con otro prisionero.  La historia  deja al lector con el sentido de la grandeza del espíritu humano.  Se puede tener un sentido semejante por reflexionar en el primer capítulo del Evangelio según San Marcos que hemos estado leyendo por los últimos tres domingos.

Como en el caso de la novelita de Solzhenitsin, Marcos describe un día en la vida de Jesús.  Se comenzó en la lectura de hace quince días cuando Jesús llamó a los discípulos Pedro, Andrés, Santiago, y Juan.  Continuó el domingo pasado con el relato de Jesús echando el espíritu inmundo del hombre en la sinagoga de Cafarnaúm.  Ahora se completan las veinticuatro horas primero con Jesús curando a la suegra de Pedro, entonces con su atención a todo el pueblo, y finalmente con su retiro para orar.  Podemos revisar estos eventos del día dichoso para aprender cómo seguir a Jesús en nuestras rutinas diarias.

No parece que Jesús jamás se canse de hacer obras de bondad.  La suegra de Pedro está enferma; bien, le va a curar.  La gente se le acerca con problemas diversos; no le hace, va a hacer todo posible para resolverlos.  Es verdaderamente “el hombre por los demás.”  La mayoría de nosotros no somos ni médicos con el conocimiento de sanar ni siquiera sobadores con el don del toque.  Sin embargo, podemos imitar a Jesús por pensar más en el bien de los otros y menos en nuestro propio.  En noviembre el Vaticano anunció que iba a proveer regaderas para los desamparados de Roma.  Ya se ha anunciado que va a coordinarles también cortes de pelo.  Al menos el Papa Francisco sigue pensando en modos para hacer la vida de pobres más sostenible.

Sin embargo, Jesús no se pierde a sí mismo ayudando a los otros.  Sabiendo que Dios es la fuente de vida, se levanta de la mera madrugada para unirse con Él.  Es un momento de paz y de intimidad antes de un día lleno de movimiento. Deberíamos seguir a Jesús en esto también.  Si no somos madrugadores, qué escojamos otra hora para la oración privada con Dios.  No podremos hacer nada que vale la vida eterna si no nos enraicemos en la gracia del Espíritu Santo.   Una vez la Madre Teresa de Calcuta preguntó a un fraile franciscano si querría ser más productivo.  Por supuesto, lo quería.  “Entonces”, dijo la Beata Teresa, “tienes que hacer una hora santa todos los días”.  El fraile se opuso la idea con el pretexto que era un hombre bien ocupado.  Le dijo la Madre que no querría entonces ser más productivo.  Finalmente el fraile se rindió y comenzó a rezar una hora en silencio todos los días.  Como resultado se hizo uno de los más cumplidos religiosos de este país en tiempos recientes.

No querremos demorar en nuestros logros.  Somos sabios a recordar que servimos a Dios que nos llama a llevar su amor más allá que la familia y las amistades.   En el evangelio Jesús rehúsa a volver a Cafarnaúm  donde lo celebrarían como un héroe.   Siempre mantiene en cuenta su misión de inaugurar la gracia del Reino en un mundo inundado por el pecado.

Para muchos, febrero es el mes más corto pero también más duro.  El frío demora sobre sus días.  Usualmente las penitencias de la Cuaresma comienzan durante sus confines.  Es el tiempo cuando los trabajos y las tareas son de toda capacidad de modo que consuman nuestras fuerzas.  Qué no permitamos que este febrero nos venza.  Más bien que hagamos el tiempo más sostenible para todos con obras de bondad.  Es lo que Jesús nos ha enseñado.  Qué hagamos obras de bondad.

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