El domingo, 6 de marzo de 2016

EL CUARTO DOMINGO DE CUARESMA

(Josué 5:9.10-12; II Corintios 5:17-21; Lucas 15:1-3.11-32)

Un día un maestro recogió a sus alumnos alrededor de sí mismo.  Preguntó algo que les pereció raro. “¿Cómo se sabe – dijo -- cuando la noche termine y el día comience?”  Un alumno respondió: “Cuando hay suficiente luz para distinguir la higuera del olivo en el jardín”. “No -- dijo el maestro – no es cierto”.  Otro estudiante contestó: “Cuando se puede diferenciar un perro de una oveja en el horizonte”. “Tampoco es correcto”, el maestro replicó.  Entonces toda la clase le pidió juntos: “Dinos, por favor, Maestro, la respuesta correcta”.  “Muy bien – replicó el maestro – la noche termina y el día comienza cuando puedes mirar en los ojos de un extranjero y ver a un hermano.  Hasta entonces caminas en las tinieblas”.  Las lecturas de la misa hoy nos clarifica esta verdad.

La primera lectura es tomada del libro de Josué.  Trata de la bondad de Dios para los israelitas.  Los sacó de la servidumbre en Egipto.  Los alimentó por su viaje largo en el desierto mientras los formaba como su pueblo escogido.  Ya les da una tierra rica de modo que puedan criar a sus familias en paz. Similarmente Dios ha amontado beneficios en nosotros.  La vida, la familia, el trabajo – todo nos proviene de Dios.  Somos bendecidos como un pueblo particularmente en esta tierra llena de oportunidad.

Deberíamos ser tan agradecidos a Dios que quisiéramos imitar su bondad.  Como Él nos ha proporcionado todo, deberíamos compartir de nuestros bienes con los necesitados.  Pero la verdad es que nos fascina tanto la creación que olvidamos al Creador.  Un profesor recuerda el tiempo cuando los hombres de negocio cerraron sus tiendas entre las doce y las tres de la tarde el Viernes Santo para dar culto a Jesús crucificado.  Ahora – lamenta él -- muchas gentes quieren ver el torneo de básquet universitario por todo la Semana Santa.  Para asegurar que lleguemos a Él mismo, Dios nos ha enviado a Jesucristo.  Como dice san Pablo en la segunda lectura, Cristo -- el único justo -- se hizo como si fuera pecado para despertarnos de nuestra torpeza.  Viendo su imagen en la cruz, recordamos que nosotros también tenemos que sacrificarnos por los demás.

El evangelio indica lo largo que tenemos que viajar para hacernos como Dios.  La mayoría de nosotros deberían identificarse con el hijo mayor.  Pues sólo unos pocos han hecho algo tan malo como tratar a nuestro padre como si fuera una lata para darle patadas.  Pero muchos nosotros hemos resentido la dicha de otras personas cuando no tienen que trabajar tanto como nosotros.  Llenos de envidia, queremos que coman papas y frijoles, no la carne asada.  En la historia el padre, dándose cuenta de la sensibilidad lastimada de su hijo mayor, viene para reparar el daño.  En un sentido le muestra la misma misericordia que hizo a su hijo menor.  ¿Se arrepentirá el joven de su planteamiento duro?  La parábola no lo dice.  Deja la cuestión en suspenso como estamos nosotros hoy en el medio de la cuaresma.  Tenemos que decidir si vamos a hacernos condescendientes como Dios mostrando la misericordia a los demás.  O quizás querremos encerrarnos en nosotros mismos siempre protegiendo nuestra posición superior.


Un niño siempre sentaba al lado de su padre en la iglesia.  Como el hombre siguió la misa con el misalito en sus manos, así lo hizo el hijo.  Es cómo Jesús quiere que actuemos nosotros cuando dice a sus discípulos que sean “misericordiosos como su Padre en el cielo”.  Jesús quiere que hagamos lo mismo que Dios.  Eso es, quiere que seamos misericordiosos con todos los demás.

El domingo, 28 de febrero de 2016

TERCER DOMINGO DE CUARESMA

(Éxodo 3:1-8.13-15; I Corintios 10:1-6.10-12; Lucas 13:1-9)


Llegó la noticia como un shock.  Nadie podría haberla esperar.  El hombre de cuarenta y siete años murió repentinamente de un infarto.  Era padre de familia, policía, y católico ferviente.  Durante el día de su muerte tomó clases preparándolo para el ministerio laical.  Cuando regresó a casa, cayó muerto.  El suceso dejó a todos pensándose en la bondad de Dios.  Se puede decir que era un mal terrible.   Las lecturas hoy tratan de males semejantes.  De hecho, forman un estudio del tema.

En el evangelio Jesús menciona la maldad que hizo Pilato a unos galileos.  No da los detalles pero dice Jesús que el procurador mandó matar a algunos inocentes.  En tiempo Jesús mismo sufrirá igual desgracia de parte de Pilato.  Se llama este tipo de mal “el mal moral” porque lo escoge el hombre líberamente.  Participamos en este mal cada vez que preferimos los bienes de la creación a los modos del Creador.  Si olvidamos la castidad por buscar la pornografía, participamos en el mal moral.

A veces nos encontramos enredados en el mal estructural.  Este tipo de mal se arraiga en las leyes y costumbres del pueblo.  Su gran alcance perjudica a muchos. La ley permitiendo el aborto ejemplifica el mal estructural.  Vemos otro ejemplo en la primera lectura donde se habla de la opresión del pueblo Israel.  La ley del Faraón maltrata a los hebreos de modo que se hayan hecho en esclavos de los egipcios.

Un tercer tipo de mal también se encuentra en el evangelio.  Jesús refiere a la caída de una torre que mató dieciocho personas.  El mal físico ocurre sin la cooperación humana.  Se responsabiliza para la destrucción de los huracanes y los terremotos tanto como la muerte de la gran mayoría de personas. 

El mal existe como el castigo de parte de Dios por los pecados.  Ciertamente no es que toda persona experimente el mal según sus propios pecados.  Pero por el pecado humano el mal entró la historia y sigue persiguiéndonos hasta el día hoy.  No se puede evitar el mal.  Aun Jesús, que nunca pecó, lo experimentó.  De hecho, él sufrió tanto como cualquier otra persona en la historia.

Aunque es difícil aguantar, el mal tiene un aspecto esperanzador.  Nos mueve a corregir nuestros vicios para que estemos en la paz con Dios.  En el evangelio Jesús ofrece esta alternativa.  Dice que Dios nos ha prestado el tiempo para arrepentirnos de nuestros pecados.  Una vez que seamos reconciliados con Dios el mal disminuye como amenaza.  Sí, puede causarnos dolor pero sabemos que no va a superarnos.  Es como los insultos que echaron al canciller de Alemania, Angela Merkel, por haber aceptado a refugiados de Siria.  La acción ha amenazado su popularidad entre la gente.  Pero ella sabe que le complace a Dios por ayudar a los necesitados.  Esto es lo más importante: que está bien con Dios.

Tan efectivo como sea el castigo para corregir los vicios, no es la única herramienta que tiene Dios para reconciliarnos con Él.  De hecho, hay otro medio tanto más eficaz como más esperanzador.  El domingo próximo vamos a ver cómo Dios nos gana a Él con la misericordia.  Hasta entonces que evitemos el mal supremo, que es el alejamiento de Dios, por no pecar.  Que evitemos el pecado.

El domingo, 21 de febrero de 2016

EL SEGUNDO DOMINGO DE CUARESMA

(Génesis 15:5-12.17-18; Filipenses 3:17-4:1, Lucas 9:28b-36)

Las estadísticas de la edad promedio de la muerte llama la atención.  En los cien años entre 1900 y 2000 el número se puso por revés.  Al principio del siglo veinte los hombres en los Estados Unidos murieron por el promedio a los cuarenta y siete años.  Al final llegaron por el promedio a setenta y cuatro antes de fallecer.  Tan impresionante como sea este suceso, todavía la muerte da mucho para lamentar.  Sigue como la disolución de las esperanzas de los hombres.  Muchas veces representa la culminación de una desintegración total de la mente.  No, a pesar de los mejoramientos de lo largo de la vida, la muerte sigue como el reto más duro.  En el evangelio hoy se encuentra a Jesús hablando con dos profetas antiguos sobre el tema.

Jesús está rezando en la montaña cuando se cambia de aspecto.  Su rostro y su ropa brillan como relámpago.  El resplandor da una vislumbre de su gloria más allá que la muerte.  Cuando aparecen Moisés y Elías con él, los tres hablan de su éxodo. Este término significa tanto su resurrección y ascensión como su muerte.  Por eso, se puede decir que no sólo cambia aquí la apariencia de Jesús sino también la realidad de la muerte.

Dios proporcionó la muerte a los seres humanos como castigo por sus pecados.  La hizo como el aislamiento perpetuo por la rebeldía humana contra su voluntad.  Sí, ha provisto que la muerte lleve el beneficio de llamarnos de la letargia para hacer algo con la vida.  Pero no ha retirado su terror que desafía siempre nuestros mejores esfuerzos.   Sin embargo, ya Dios en su misericordia nos ofrece una alternativa para la muerte terminal.  Por el sacrificio de Jesús la convierte en un puente a la gloria. 

En el evangelio de Lucas se presenta Jesús como hombre completamente inocente de crimen.  Anda siempre curando las heridas de la gente y exhortando su compasión.  Intolerante de tanta bondad, el mundo lo crucificaron. Pero, porque es hijo de Dios, Jesús resucita de la muerte a la gloria.  Además, les promete a aquellos que lo siguen el mismo destino.  Es como la historia de varios refugiados de Vietnam.  Por haber servido a los americanos, recibieron el transporte a la seguridad cuando su gobierno cayó en manos comunistas. 

En el evangelio Dios Padre les avisa a los discípulos de la nube que escuchen a Jesús.  Tiene en cuenta sus palabras sobre la necesidad de perder la vida para ganarla.  Su mensaje da eco en nuestros oídos hoy día.  Dios quiere que hagamos sacrificios para ayudar a los demás.  Una mujer cuida a su hermana mayor que está débil tanto mental como físicamente.  La hermana menor prefería pasar su tiempo en su propia casa haciendo tareas y relajándose cuando le dé la gana.  Pero todos los días hace el sacrificio de acompañar a su hermana en su residencia. 

La cuaresma es el tiempo indicado para reordenar las prioridades de la vida.   Nos proporciona un tramo sustancioso entre las festividades navideñas y las delicias de la primavera para cumplir dos tareas.  En primer lugar hemos de reflexionar sobre el interrogante: ¿qué es más importante, satisfacer los deseos del yo o seguir a Jesús?  Si nuestra respuesta es seguir a Jesús, querremos morir al yo para vivir más cerca de él.

Al menos en el norte el clima experimentado durante la Cuaresma corresponde a su significado.  El frío en el principio del tiempo nos recuerda de la muerte que nos aguarda.  Un día vamos a caer en las manos heladas de la tierra.  Sin embargo, el calor regresando al final de los cuarenta días nos llena con la esperanza.  Nos despertará la voz de Jesús llamándonos a su gloria.  Nos despertará Jesús a su gloria.

El domingo, 14 de febrero de 2016



Primer Domingo de Cuaresma

(Deuteronomio 26:4-10; Romanos 10:8-13; Lucas 4:1-13)

¿Qué película ganará el Óscar este año?  Todo el mundo sabrá dentro de poco.  Pero no es la película que reciba el premio sino el productor.  Él o ella tienen que orquestar un millón de detalles que resultan en una gran película.  Se puede comparar el papel del Espíritu Santo en la historia de la salvación con aquel del productor de cine.  Hay una vislumbre de la función del Espíritu Santo en el evangelio hoy.

El Espíritu llenó a Jesús con su bautismo en el Río Jordán.  Lo ungió para cumplir la misión de Dios, su Padre.  Sin embargo, el Espíritu no envía a Jesús directamente al pueblo para vendar sus hemorragias. Más bien lo manda al desierto.  Una vez un rey encontró a un ermitaño en el desierto.  Dijo el rey que estaba cazando animales y le preguntó al ermitaño que buscaba.  El santo le replicó: “Estoy buscando a Dios”.

También Jesús busca a Dios.  Dios es realidad tan vasta que nunca se puede profundizar.  Aun colmado del Espíritu Santo Jesús tiene esforzarse saber todo lo que Dios significa.  Es la vocación de cada hombre a seguir buscándolo.  El desierto es el lugar apropiado para hacer la búsqueda.  No es que Dios resida en el desierto más que en otra parte sino que en el desierto no hay distracciones para extraviarnos.  Por esta razón pensamos en los cuarenta días de Cuaresma como una caminata por el desierto.

En nuestro desierto no hay arena, cactus y culebra sino las prácticas universales de la abnegación.  En primer lugar, ayunamos de comida imitando a Jesús en el evangelio.  El ayuno muestra nuestro afecto para Dios.  Como una madre deja de dormir si su niña está enferma en la noche por amor de ella, así nosotros dejamos de comer por amor de Dios.  Entonces compartimos de nuestra riqueza con los pobres como expresión de la esperanza.  Dios es rey del universo con responsabilidad por todos los vulnerables bajo su dominio.  Participando en esta tarea, nosotros esperamos que Dios nos socorra en nuestro momento de apuro: la muerte.  Finalmente, oramos más que la cuenta durante la Cuaresma.  La oración expresa la fe que nuestra salvación venga de lo alto, no de los hombres.

Sabremos si hemos encontrado a Dios por superar las tentaciones que prueban a Jesús en el evangelio. Así como el demonio le tienta a utilizar su poder para satisfacer el hambre, nos enfrenta con los deseos carnales.  Si caminamos con Dios, rechazaremos el consumo desordenado de comida, bebida, y sexo.  Tampoco buscaremos el control sobre los demás por nuestras finalidades.  Más bien, reconoceremos a cada persona humana como hecha por Dios para darle a Él la gloria.  En el evangelio Jesús rechaza la oferta del diablo de tener la supremacía sobre todos los pueblos.  Lo hace no sólo porque no quiere adorar al diablo sino también porque quiere que nosotros libremente honremos a Dios Padre. 

La tercera tentación de Jesús es la más perniciosa.  El diablo intenta a trasformar su oración en una manipulación de Dios Padre.  No es por nada que tiene lugar en el templo.  Nos hace pensar en nuestros motivos para rezar.  Algunos dicen que no rezan más porque Dios no contesta sus oraciones.  Si o no percibimos la contestación a nuestras oraciones, tenemos que seguir rezando.  La primera lectura nos provee la razón.  Dios ha sido bueno con Su pueblo.  Éramos caminantes errantes pero ya tenemos la luz de Cristo.  Imitándolo incluso con la oración nos guiará a la vida eterna. 

A menudo se piensa en el desierto como región vasto de arena y culebra. Parece como una tierra perniciosa donde jamás se querría hacer una caminata.  Sin embargo, el desierto tiene sus propias atracciones.  Después de una lluvia el aire se esclarece y los cactus florecen.  Se siente que ha encontrado el camino a Dios.  Sí, en el desierto se encuentra el camino a Dios.