El domingo, 1 de enero de 2012

Solemnidad de Santa María, Madre de Dios

(Números 6:22-27; Gálatas 4:4-7; Lucas 2:16-21)

Llamamos el primer mes del año “enero” por “Ianuarius”, el dios pagano de puertas. Las imágenes de Ianuarius siempre tiene dos caras como una puerta tiene dos lados – una dando para atrás y la otra para adelante. Ciertamente durante enero vemos en estas dos direcciones. En el principio del mes siempre nos referimos al año pasado como el presente, a veces poniendo su número en los cheques. Pero mientras el mes avanza, pensamos más en las posibilidades del año ya comenzado.

El nacimiento de Jesús también nos llama ambos para atrás y para adelante. El pesebre no se debe entender como indicación de la pobreza de José y María, sino para recordar la profecía de Isaías: “El buey reconoce a su dueño y el asno el establo de su amo; pero Israel, mi propio pueblo, no reconoce ni tiene entendimiento” (Isaías 1:3). Ahora con los pastores representando Israel, el pueblo de Dios sí reconoce a su Señor. Sin embargo, el señorío de Jesús será revelado a todas tierras sólo en el futuro. Después de que Jesús sea crucificado, levantado de la muerte, y entronado en el cielo, enviará al Espíritu Santo a los apóstoles para predicar su nombre a través del mundo.

El primer del año está reservado para el descanso y la renovación de relaciones con familiares y amigos. También la Iglesia nos llama a la misa para reflexionar una vez más en todo lo que ha sido celebrado durante la semana pasada. Hemos escuchado de nuevo la historia de Navidad. Hemos celebrado la venida de Cristo con actos de bondad y generosidad. Y nos hemos sido sumergidos en el ambiente de paz y gozo. Como María en el evangelio hemos de meditar todas estas cosas en el corazón para comprender su significado para el Año Nuevo.

El domingo, el 25 de diciembre

LA NATIVIDAD DEL SEÑOR, Misa de la Aurora

(Isaías 62:11-12; Tito 3:4-7; Lucas 2:15-20)

Las noticias de Belén no son buenas. Sigue el enfrentamiento entre los israelís y los palestinos. Pero ya los palestinos están fracturados con los musulmanes acosando a los cristianos. Más lamentables aún los conflictos en Siria y Egipto pueden involucrar toda la región en incendios. Como si no fuera bastante peligroso, los Estados Unidos están retirándose de Irak dejando ese país, particularmente los cristianos, aterrados. Con todo este revuelto nos conviene a volver a Belén hace dos mil años cuando la esperanza de la paz nació.

El evangelio está mañana retrata a varios personajes cerca el pesebre del niño Jesús. Cada uno tiene algo para decirnos si le hacemos caso. Primero que escuchemos a los pastores. Son gente rústica que espera, como todos judíos, la venida del Señor. Atienden a las noticias del ángel que ha nacido en Belén el Salvador y llegan a darle homenaje. En un poema navideña un sacerdote anglicano pregunta si no es el caso que él sea pastor también. Ciertamente es porque tienen que pastorear las almas. De la misma manera todos somos pastores porque todos tenemos responsabilidades para atender. Entonces todos nosotros deberíamos acompañar a los pastores de Belén a ver al Salvador.

Pero desgraciadamente no es que todos tengan este deseo. A lo mejor por puro gozo los pastores cuentan a los ciudadanos de Belén todo lo que han experimentado. Pero estas personas, como la semilla que cae sobre tierra rocosa, sólo se maravillan con las noticias. No averiguan la cosa por su propia parte. Son como muchos de nuestros contemporáneos que celebran la Navidad con rompopo y regalos pero no se esfuerzan a seguir a él que festejan. Les falta la esperanza de realizar la promesa del Salvador recién nacido.

El evangelio sólo menciona la presencia de José, el esposo de María. Pero otros pasajes en este evangelio según san Lucas lo describen como justo - fiel a Dios y obediente al imperador. También dejan el sentido que es trabajador y atento a su papel como protector de Jesús y María. Queda como modelo para los padres y madres, trabajadores y ciudadanos.

Los ortodoxos tienen una oración tratando de María como el regalo humano más perfecto al niño Jesús. Ciertamente lo cuida bien pero aún más al caso guarda en su corazón todo lo que pasa. Es el mejor regalo porque se hace su mejor discípulo meditando la palabra de Dios – eso es su propio hijo -- para anunciar su significado en un tiempo futuro. Quizás Jesús le tenga en cuenta cuando habla de la semilla que cae sobre la tierra fértil para producir fruto cien por una.

Finalmente queda el niño Jesús recostado en un pesebre. Al estudiante de la Biblia su paradero indica el cumplimiento de la profecía de Isaías que por fin Israel reconoce a su rey como un asno reconoce la pesebre de su amo (Isaías 1:3). A nosotros el niño Jesús recostado en el comedero nos sugiere que en tiempo él va darse a nosotros como comida. Algunos artistas han pintado al niño irradiando luz como una lámpara sobrecargada. Es decir como un faro la palabra de Dios ya arde para guiarnos a la vida eterna.

Viendo la serenidad del nacimiento de Jesús nos parece irónico que algunos no quieren una replica en plazas públicas. Pero hay batalla sobre la religión y el estado en muchas partes. No obstante, lo importante no es que algunos se maravillen del nacimiento en el tiempo navideño sino que lo guarden en el corazón. De allí emite la luz que resuelve conflictos entre tanto familias como naciones. De allí produce los esfuerzos que cuidan a los niños para que crezcan en hombres y mujeres justos. De allí se siembra la semilla que da el fruto de la vida eterna.

El domingo, el 18 de diciembre de 2011

IV DOMINGO DE ADVIENTO

(II Samuel 7:1-5.8-12.16; Romanos 16:25-27; Lucas 1:26-38)

“Ser joven de nuevo”, muchos suspiran. Lo hacen con razón. Pues, los jóvenes están en la cima de sus poderes. Miguel Ángel esculpió “la Piedad” cuando tenía apenas veinticuatro años. Einstein escribió su tratado sobre la relatividad especial con sólo veintiséis años de vida. Y Mozart había compuesto muchos de sus mejores obras antes de tener 24 años. En el evangelio hoy leemos de otra joven que logra un hecho sumamente valioso a una edad tierna.

El ángel saluda a María, “Alégrate, llena de gracia”. Hoy en día estas palabras nos indican su Inmaculada Concepción. Sin embargo, a la joven le preocupan. A lo mejor le parecen peligrosas, un piropo no buscado que va a resultar en problemas. Nosotros tenemos la misma reacción cuando nos salta en el Internet publicidad sugiriendo el cumplimiento de deseos por cliquear el botón.

Pero no es que todas las ofertas nos perjudiquen. Es posible que Dios sea el que nos llame a cambiar la vida por emprender un nuevo proyecto. ¿Qué nos quiere hacer? Cada uno tiene que responder por sí mismo. Puede ser precisamente dejar de ver para siempre la pornografía de Internet. O posiblemente quiera que dejemos el grupo de chismosas con quienes andamos. Puede ser comenzar un nuevo ministerio: servir caldo a los desamparados o testimoniar contra aborto delante de “Planned Parenthood”.

A María le llama Dios a ser madre del Salvador. Su hijo sería ambos el Hijo del Altísimo y el hijo de David. En la primera capacidad redimiría al mundo del pecado. Y en la segunda cumpliría la antigua promesa de levantar al pueblo Israel de nuevo a la preeminencia. Aunque tiene la gracia, María se da cuenta de límites que le impediría a llevar a cabo tal gran proyecto. Es virgen. Es poblana. Es humilde. “¿Cómo podrá ser esto?” responde a Gabriel como si el ángel estuviera equivocado.

Sería imposible si no fuera por el Espíritu Santo. El ángel le indica que no tiene que buscar ni hombre, ni la corte real, ni oro. Tendría al Espíritu Santo que le proveerá todo. Sólo tiene que confiar en Él. El mismo Espíritu viene en nuestro apoyo. No permitiría que la soledad, la letargia, el miedo, o cualquier otro obstáculo prohíban el cumplir de nuestro objetivo. Sólo tenemos que pedirle el acompañamiento. Una vez un niño de siete años estaba muriendo después de ser atropellado por un carro. La madre se determinó a salvar su vida, pero los médicos ni siquiera le mirarían en los ojos. Ella asaltó al cielo con oraciones pidiendo a Dios el socorro. Y el niño se recuperó.

Después de definir el proyecto, analizar las dificultades, y rezar para la ayuda, tenemos que poner las pilas y mover con la decisión. El éxito depende del empeño total. Si no podemos darnos cien por ciento, vamos a caer como si estuviéramos corriendo con piernas atadas. En el evangelio María no tarda más. Se muestra a sí misma como el discípulo modelo por actuar sin vacilar. Escucha la palabra de Dios, la contempla en el corazón, y la pone en práctica sin titubear. Una vez que dice a Gabriel, “…cúmplase en mí lo que me has dicho”, no mira para atrás.

Una vez una mujer se enfrentaba a gran reto. Quería hacerse católica pero el hombre con quien convivía, el padre de su niña, no tendría nada que ver con el proyecto. Sabiendo que sería deshonesto mantener una relación ilícita como católica, la mujer dejó al hombre. Vivía con su hija sirviendo caldo a los desamparados por muchos años. Después de su muerte la Iglesia le declaró una Sierva de Dios, un paso a la canonización. Con el mismo empeño queremos llevar a cabo el proyecto a la cual Dios nos llama. Con empeño queremos llevar a cabo nuestro proyecto.

El domingo, 11 de diciembre de 2011

EL III DOMINGO DE ADVIENTO

(Isaías 61:1-2.10-11; Tesalonicenses 5:16-24; Juan 1:6-8.19-28)

“¿Y tú quién eres?” Es el título de una película española. Tiene que ver con la enfermedad Alzheimer. Dice un personaje, “Si no recuerdas, ¿quién eres?” Tenemos que recordar el pasado para conocer a quienes somos. Es cierto para nosotros como sociedad y como individuos. En el evangelio hoy escuchamos esta pregunta propuesta a Juan el Bautista.

“¿…quién eres tú?” preguntan los sacerdotes a Juan en el desierto. A lo mejor vienen de Jerusalén para averiguar qué signifique su bautismo. ¿Es la purificación hecha por el Mesías para identificar a los salvados? “No”, dice Juan, “No soy el Mesías….Yo soy (sólo) la voz que grita… ‘enderecen el camino del Señor’”. Eso es, Juan predica al arrepentimiento moral para preparar a la gente para la venida del otro.

¿“Quién eres tú?” preguntan los colonos de la isla de Española a un fraile dominico hace exactamente 500 años. La gente sabe que se llama el sacerdote Antonio Montesino, pero quieren saber: ¿Quién piensa que sea este pichón padre? Pues, la semana anterior fray Antonio enfurió a los españoles con un sermón condenándoles de abuso de los indígenas. Usando el mismo evangelio que leemos hoy, él se identificó como “la voz clamando en el desierto”; entonces lanzó su diatriba. Comparó el desierto con la esterilidad de las consciencias de los colonos, y dijo: "… todos estáis en pecado mortal y en él vivís y morís, por la crueldad y tiranía que usáis con estas inocentes gentes. Decid, ¿con qué derecho y con qué justicia tenéis en tan cruel y horrible servidumbre a estos indios?” Ya, después de una semana, la gente llena la iglesia esperando una disculpa. Sin embargo, el fraile sólo reafirma todo lo que había dicho.

“¿Quién eres tú?” piensa Juan Diego al encontrar a la mujer majestosa en la colina de Tepeyac. La tierra se ha hecho en desierto. Apenas diez años anteriormente los españoles conquistaron el país dejando en ruinas una cultura ilustre. No sólo eso, también trajeron plagas de Europa matando a centenares de miles y violaron a las mujeres indígenas con la impunidad. Sin embargo, no pudieron convertir a los indígenas al Catolicismo en grandes números. La mujer toma la palabra como la misma voz en el desierto. Dice: “…yo soy la siempre Virgen Santa María, Madre del Verdadero Dios por quien se vive…Deseo vivamente que se me erija aquí un templo, para que en él mostrar y dar todo mi amor, compasión, auxilio y defensa…”

Como Juan Bautista y fray Antonio, la Virgen se identifica con otro: el “Verdadero Dios por quien se vive”. Quiere no sólo convertir a los indígenas sino también reconstruir un pueblo fuerte. Su estrategia es crear una gran sociedad por presentarle a su hijo, Jesucristo. Habla de un templo pero tiene en cuenta los dos significados de la palabra. El templo es el edificio en lo cual la gente encuentra a Cristo. Como construcción se hace de ladrillo y argamasa. Pero también el templo es la comunidad de fe. Así se forma de mujeres y hombres vivos, fuertes y honrados. El hecho de que la construcción se hará en Tepeyac, un lugar sagrado para los indígenas, indica el valor de su cultura. No es para destrozarse sino para evangelizarse de modo que se vean las virtudes del pueblo antiguo en la nueva comunidad.

“¿Quién eres tú?” nos preguntan a nosotros hoy en día. También nos encontramos en ambiente desértico. Ciertamente no queremos decir una tierra que se priva de agua sino un pueblo que falta la disciplina y la solidaridad. En los Estados Unidos más bebés nacen a latinas no casadas que a tal mujeres de cualquier otra raza. También preocupante los latinos encabezan al país en los jóvenes que no terminan la secundaria. “¿Quién eres tú?” entonces. Que respondamos con Juan, Antonio, y la Virgen María: “Soy una voz en el desierto: enderecen el camino del Señor.” Que no pongamos el corazón en el placer, el poder, y el prestigio. Más bien que enseñemos a nuestros hijos el valor del compartir, la compasión y el coraje para vivir como verdaderos discípulos del Señor Jesús.

Si para los mexicanos el rostro es la ventana del alma, entonces ven en la Virgen de Guadalupe un alma de pura compasión. Sus ojos no son altaneros sino reflejan la pobreza del indígena. Su tez no es blanca como la de los colonos sino morena indicando la solidaridad con la gente. Su pelo largo, negro, propiamente peinado muestra la fuerza de una joven lista para servir. Si vamos a construir una comunidad nueva, siempre podemos contare con ella para el apoyo. Siempre podemos contar con ella.