El domingo, 5 de noviembre de 2017

EL TRIGÉSIMO PRIMERO DOMINGO ORDINARIO

(Malaquías 1:4-2:2.8-10; I Tesalonicenses 2:7-9.13; Mateo 23:1-12)

Hace cincuenta años la salida de muchos sacerdotes del sacerdocio escandalizaba a la gente.  El fenómeno resultó de varias causas.  Una fue el sentido del individualismo que sentían muchas personas de la época.  Pensaban que fuera más importante tener toda la gama de las experiencias humanas que dedicarse enteramente a la comunidad de la fe.  Otra causa fue el sentido del desequilibrio que crearon las renovaciones del Segundo Concilio Vaticano.  El papa san Juan Pablo II detuvo la fuga de sacerdotes por imponerles calificaciones estrictas para recibir el permiso de la Iglesia.  Como Malaquías en la primera lectura hoy critica a los sacerdotes de Israel, Juan Pablo advirtió a los sacerdotes de tiempos modernos que se conformaran más a Cristo.

El papa Francisco sigue retando a los sacerdotes.  Seguramente la situación que existe hoy en día ha cambiado de las décadas de los sesentas y setentas.  No más existe una gran salida del sacerdocio, pero hay defecto de otro género afectando a algunos sacerdotes ahora.  Francisco reprocha a los sacerdotes que no quieren acercarse a los fieles en sus propios ámbitos.  Más bien estos curos prefieren quedarse en las iglesias esperando que la gente venga a ellos.  Como Jesús en el evangelio reprende a los fariseos por ocupar los primeros asientos en las sinagogas, Francisco manda a los sacerdotes del día hoy a salir de sus lugares cómodos.  Quiere que ellos acompañen a sus parroquianos en la lucha de la vida.

El padre Charlie King era párroco por cincuenta años.  En su tiempo mereció la fama como párroco entregado cien por ciento a su grey.  Visitaba a los enfermos en el hospital.  El domingo entre la misa del medio día y la misa de la tarde retiró a su oficina para telefonear a aquellas personas que no podían acudir al templo.  No estaba renuente a atender mesas en el refugio para los desamparados.  Personas de todas clases económicos lo veían como un amigo.  Era el tipo de sacerdote que tiene en cuenta  el papa cuando exhorta que la iglesia sea “un hospital del campaña con heridos buscando a Dios”.


La segunda lectura indica la respuesta apropiada a los sacerdotes entregados.  Pablo dice a los tesalonicenses que ellos han aceptado su predicación como “palabra de Dios”.  De tal modo la gente debería escuchar a los padres que hablan con sinceridad “a su servicio”.   Pues aunque estos curas no tengan una voz elocuente, sus acciones predican el amor de Dios al mundo.  Un sabio una vez dijo: “la imitación es la forma más alta de la adulación que la mediocridad ofrece a la grandeza”. Es cierto.  Si realmente queremos poner en práctica la palabra de Dios, imitaremos el servicio de los sacerdotes buenos.  Visitaremos a los enfermos y atenderemos a los necesitados.  No tendremos grande inconveniencia a salir de nuestros casas cómodas para ayudar a los demás.


El domingo, 29 de octubre de 2017

EL TRIGÉSIMO DOMINGO ORDINARIO

(Éxodo 22:20-26; I Tesalonicenses 1:5-10; Mateo 22:34-40)

El suicidio, tan horrible como sea, se ha hecho casi en una epidemia.  Es probable que un miembro de nuestra familia haya considerado a tomar su propia vida.  De hecho, el porcentaje de los suicidios ha crecido veinticinco por ciento en los últimos veinte años.  Un reporte reciente dice que diecisiete por ciento de los estudiantes en las secundarias norteamericanas han contemplado seriamente el suicidio.

No se sabe exactamente por qué tantas personas piensan en el suicidio.  Sin embargo, una teoría que llama la atención tiene que ver con la aislamiento.  La gente no sale tanto con otras personas como antes.  Tampoco viene a la iglesia con tanta frecuencia.  Tampoco visitan las casas de uno y otro tanto.  Curiosamente con el creciente uso de Facebook y otros medios sociales muchos se sienten más aislados que nunca.  Pasan mucho tiempo con solamente sus celulares preguntándose si son aceptables a los demás.

Para afrentar esta crisis deberíamos escuchar bien las palabras de Jesús en el evangelio.  Nos dice que tenemos que amar a Dios sobre todo.  Aunque no podemos ver a Dios con los ojos, Él nos hace posible este amor.  Nos envía al Espíritu Santo que nos mueve a amar a Él sobre todo.  Amando a Él, como nos pide la Iglesia, nos encontramos con otras personas acudiendo al templo. 

El segundo mandamiento que Jesús cita es aún más relevante aquí.  Hemos de amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos.  Es necesario que amemos a nosotros mismos por cuidar a nuestro bien tanto psicóloga como físicamente.  Si nos encontramos a nosotros mismos tan deprimidos que pensemos en el suicidio, tendremos que buscar la ayuda profesional.  También el mandamiento nos exige a amar a los demás.  Lo hacemos en diferentes maneras: visitar a los asilos de ancianos, aportar a las caridades, prestar la mano a un vecino en necesidad, etcétera.  Hay otra cosa importante que podemos hacer sin gran dificultad.  Habría menos aislamiento y más calor humano si nos esforzamos a saludar a todos que encontramos con una sonrisa.


Hace poco un hombre de treinta y pico años se suicidó por saltar del Puente Golden Gate en San Francisco. Después de su muerte su psiquiatra con el examinador médico entró el apartamento del hombre.  Hallaron su diario personal con estas palabras escritas como la entrada final: “Voy a caminar al puente. Si una persona se me sonríe en al camino, no voy a saltar”.  Este hombre no era el único a lo cual faltaba el calor humano.  Por eso, es preciso que tratemos a todos con más cariño.  

El domingo, 22 de octubre de 2017

EL VIGÉSIMA NOVENA DOMINGO ORDINARIO

(Isaías 45:4-6; Tesalonicenses 1:1-5; Mateo 22:15-21)

El ratón es un animal listo.  La gran proporción de su cabeza en relación con su cuerpo le dota una mayor capacidad cerebral.  No como la rata, es difícil atrapar el ratón.  Puede mantener a hombres pensando por días cómo lograrlo.  El evangelio hoy cuenta de un grupo de hombres poniendo una trampa.  Sin embargo, en este caso no buscan una molestia casera.  No, quieren tropezar a Jesús.

Jesús ha llamado la atención del pueblo primero en Galilea y ya en Jerusalén.  Habla con la autoridad, y sus sanaciones muestran que su autoridad viene de Dios.  Para mantener su influencia propia sobre la gente, los fariseos planean cómo descreditarlo.  Le propondrán una pregunta que no se puede contestar sin crear enemigos: “¿Es lícito o no pagar el tributo al César?”  Si Jesús responde que “sí”, van a decepcionar a la mayoría de los judíos que odian el impuesto.  Pero si dice que “no”, tendrán que enfrentar a los romanos por minar su poderío.  En las elecciones políticas siempre escuchamos una pregunta tan controversial como la de los fariseos. 

En todas partes se les pregunta a los candidatos su posición sobre el derecho de la mujer al aborto.  Si el candidato dice que no existe, algunos van a clasificarlo como contra mujeres.  Sin embargo, cada vez más los científicos muestran que tan pronto como la esperma masculina se una con el huevo femenino se produce un ser humano.  No es un bulto de materia sino una persona única en principio.  Por eso, se puede decir quitar su vida en el proceso del desarrollo equivale al homicidio.  No parece justo decir que se necesita “el derecho al aborto” para salvar la vida de una mujer embarazada o para ahorrar el dolor de una mujer violada.  Raras veces se encuentran estas realidades lamentables.  Por la gran mayor parte se hace el aborto porque la vida del niño es una inconveniencia.  No le importa tanto a la mujer como otras preocupaciones como su carrera la vergüenza.

Anteriormente en el evangelio Jesús enseñó a sus discípulos que tenían que ser “precavidos como la serpiente pero sencillos como una paloma”.  Ya muestra cómo poner en práctica esas palabras.  Pide una moneda que se usa para pagar el tributo.  Entonces Jesús les pregunta cuya imagen está marcada en ella.  Es un contra-trampa de la cual los fariseos no se dan cuenta.  “De César” responden pronto.  Como cualquier americano puede decir cuyo retrato se imprime en el dólar, los fariseos identifican a su líder – no Dios sino el emperador.

Entonces Jesús concluye su argumento.  “Den, pues, al César lo que es del César—dice --  y a Dios lo que es de Dios”.  Pero ¿qué es de César? Y ¿qué es de Dios?  Jesús no elabora estos temas que los sabios han debatido desde entonces.  Ciertamente se difieren la lealtad debida a Dios y la debida al estado.  No debemos la vida al estado aunque a veces se puede llamar a la persona a arriesgar su vida por el bien común.  Debemos nuestras vidas a Dios.  Por esta razón es pecado quitar su propia vida tanto como tomar la vida de otra persona.  También debemos a Dios el seguimiento de la consciencia en la cual se distingue lo bueno de lo malo.  Para ser ciudadanos fieles tenemos que pagar impuestos, ayudar a los vecinos en necesidad, y votar según la consciencia.  Esto no quiere decir que votemos por un candidato político solamente porque está en contra al aborto.  Pero sí significa que ponemos su posición en el aborto alto en la lista de criterios. 


46 y 23,000 – ¿Qué significan estos números? ¿El número telefónico para el Vaticano?  ¿La cantidad de las serpientes y las palomas en el parque central? No, representan el número de los cromosomas de cada persona humana y el número aproximado de los genes llevados por los cromosomas.  Existen del momento  que la esperma masculina se une con el huevo femenino.  Hacen la vida de todo humano como una preocupación más alta que cualquiera otra.  Hacen la vida humana como una preocupación altísima. 

El domingo, 15 de octubre de 2017

EL VIGÉSIMA OCTAVO DOMINGO ORDINARIO

(Isaías 25:6-10; Filipenses 4:12-14.19-20; Mateo 22:1-14)

¿A dónde va el tiempo?  Acabamos de tener un cambio de estaciones.  ¿A dónde fue el verano?  Anticipamos un nuevo ciclo de fiestas: el Día de los Muertos, el Día de Acción de Gracias, el Día de la Virgen, la Navidad y el Año Nuevo, el Miércoles de Ceniza y la Pascua.  ¿A dónde han ido estas fiestas del pasado?  Las lecturas de la misa hoy nos provee una respuesta a nuestros interrogantes.

El gran pensador san Agustín escribió: “Si no me preguntan, sé lo que es el tiempo.  Pero si me preguntan, no lo sé.”  Como la realidad, el concepto del tiempo es ilusivo.  Parece como una dimensión de la existencia material como lo largo, lo ancho, y lo alto.  Sin embargo, distinto de las extensiones del espacio parece que el tiempo no permite que se retroceda.  No obstante, en algunos sentidos el tiempo deja sus huellas.  Los geólogos ven lo que ha pasado por las etapas de materias en las formaciones de roca.  Asimismo, un abogado asegura que las experiencias del pasado marcan la cara de modo que se pueda conocer la persona por estudiar su faz.  Según él, rayas en la mandíbula significan que la persona ha sufrido y una frente alta indica la inteligencia. 

Por supuesto cada humano tiene la memoria para recuperar el pasado.  Aunque no permite que cambiemos los sucesos, al menos nos facilita un mejor entendimiento de lo que ha tenido lugar.  Más al caso, el alma nos lleva tanto al pasado como al futuro.  Pues, es el alma que escoge hacer lo bueno o lo malo.  Por eso, algunos parecen acongojados porque soportan el peso de pecados pasados.  Entretanto otros esperan el futuro con calma porque siempre han tratado de complacer al Señor. 

La primera lectura y también el evangelio manifiestan los resultados de la elección del alma.  Describen el banquete de Dios al final de los tiempos.  En la mesa se sientan todos los que han optado por Dios.   Se ve la confluencia de los tiempos por los antiguos presentes dialogando con los modernos.  Podemos imaginar conversaciones entre tales personajes como Alberto Einstein y Tomás de Aquino.  No son espíritus porque la resurrección de los muertos habrá tenido lugar.  Además, necesitarán sus cuerpos para disfrutarse de los “vinos exquisitos y manjares sustanciosos” de que escribe Isaías.   

El banquete no es exactamente un premio de ser bueno; más bien refleja la bondad de Dios hacia Su familia.  Por esta razón, nos sorprendemos cuando se echa afuera un convidado por no llevar traje de fiesta.  Pero el vestido no es de lujo de modo que los pobres no puedan comprarlo.  Realmente es algo que se pueda proveer en la puerta como en las iglesias de Roma se dan a las turistas rebozos para cubrir sus hombros.  El traje de fiesta representa una vida de obras buenas que se esperan de los hijos de Dios.  No llevarlo es como haber desgastado la vida.  Es decir – como Jesús advierte que no se haga – “Señor, Señor” sin poner en práctica sus palabras. 


Al final de una película  todos los personajes se encuentran en iglesia recibiendo la Santa Comunión.  Están allí tanto los que murieron en el drama como los vivos, tanto los que estaban en la pantalla sólo un minuto como los principales. “¿A dónde va el tiempo?”  Según esta película se va llevando a todos a alabar al Señor.  El tiempo lleva a todos a la alabanza al Señor. 

El domingo, 8 de octubre de 2017

El VIGESIMOSÉPTIMO DOMINGO ORDINARIO

(Isaías 5:1-7; Filipenses 4:6-9; Mateo 21:33-43)

La lectura del profeta Isaías me recuerda de los muchachos en la escuela.  Como el viñador remueve tierra, quita piedras, etcétera para producir una viña, así los estudiantes tienen que esforzarse.  Al menos si van a tener una carrera como la medicina o la ingeniería, tienen que leer libros, cumplir tareas, y desvelarse estudiando. 

De una manera semejante queremos ser muy deliberados para realizar el reino de Dios dentro de nosotros.  Es cuestión de remover las tierras de egoísmo y quitar las piedras de codicia que dominan nuestros corazones.  Esto no es a decir que el yo deba ser reprimido, sino al contrario.  Es reconocer la paradoja que nos presenta Jesús: para encontrar la vida hay que perderla.  Es darnos cuenta de que no somos singulares sino herederos de la vida eterna junto con todos creyentes.  Es quedarnos conscientes de la necesidad de colaborar con los demás por el bien de todos.

Sí son importantes la diligencia y la cooperación.  Pero es aún más preciso lo que Pablo recomienda en la segunda lectura.  Tenemos que fomentar un espíritu de oración para ser justos.  Por poner a Dios primero, no vamos a tener un sentido exagerado de nuestro valor.  Ni vamos a estar cohibidos por las jactancias de los demás.  Se dice que Santo Tomás de Aquino siempre rezaba hasta que llorara antes de estudiar o de enseñar.  Será una práctica provechosa para nosotros también.  Pero que sea sincera nuestra oración, no un hábito irreflexivo o, peor aún, una táctica para impresionar a los otros.

En la vida vamos a ver muchos escollos alrededor de nosotros.  Una psicoterapita acaba de nombrar a uno.  Dice que el Internet ha facilitado el engaño en los matrimonios.  Escribe que los hombres y mujeres ya pueden comunicarse fácilmente con los novios anteriores.  Es sólo una de las muchas fuerzas tratando de sofocar la voz de Dios en la conciencia.  Como los viñadores en la parábola abusan a los enviados del propietario, hay políticos y líderes de los medios que intentan a superar el sentido de lo justo y bondadoso.  Gritan y echan palabrotas que inclinan a la gente más a los prejuicios del pasado que relaciones amistosas en el futuro. 

Nosotros en cambio queremos construir nuestras vidas sólidamente sobre la piedra angular de Jesús.  Sus palabras se han hecho los muros que nos defienden contra los engaños de los malvados.  Sus sacramentos nos han regado para resistir el calor del odio y la sequía de la indiferencia.  Basado en Jesús, nosotros podemos ver cada vez más claramente que personas de otras lenguas y naciones son nuestras hermanas y hermanos.


En el Evangelio según San Juan después de la resurrección, María Magdalena confunde a Jesús con un jardinero.  Sin embargo, paradojamente en un sentido Jesús es jardinero.  Nos cultiva las tierras de nuestras vidas.  Al menos nos ayuda sacar las piedras de codicia para que produzcamos los frutos del Reino de Dios.