El domingo, el 2 de febrero de 2014


LA PRESENTACIÓN DEL SEÑOR

(Malaquías 3:1-4; Hebreos 2:14-18; Lucas 2:22-40)


El templo es lugar primordial en el evangelio según san Lucas.  Pues, su historia de Jesús comienza y termina dentro de sus murallas.  Después del prólogo, el evangelio cuenta cómo el ángel anunció a Zacarías en el templo que su hijo Juan preparará al pueblo para el Mesías.   Al final del evangelio los discípulos están en el templo alabando a Dios.  Además, sólo en este evangelio Jesús mismo llama el templo la casa de su Padre, y el evangelio ni siquiera sugiere que Jesús destruiría el templo.  En el pasaje hoy vemos a María y José llevando a Jesús al templo para presentarlo a Dios.

La pareja parece como muchos padres hoy día acudiendo a la iglesia para el bautismo de sus niños.  Mirando a sus hijos, se piensan en el futuro.  Muchos de estos niños vivirán hasta el vigésimo segundo ciclo. Sus padres se preguntan: ¿Cómo será la vida entonces?  ¿Van a estar mirando el Superbowl en televisores tan grandes que ocupen toda la pared de la casa? Más al caso, los padres quieren saber qué tipo de persona serán sus hijos.  Preguntan si se dirán de ellos lo que un hombre dijo de su mamá: “Ella tiene una historia con Dios’”.  El viejo Simeón responde a tales inquietudes en los padres de Jesús.  Tomando al niño en sus brazos, Simeón dice que él será la luz de las naciones. Eso es, Jesús instruirá a todos los pueblos los modos del Dios de Israel. 

Al ser luz de las naciones, Jesús va a crear crises en las vidas de todos aquellos que lo encuentren.  Ellos tendrán que decidir por él o contra él.  Eso es, tendrán que responder al interrogante: ¿en el final de cuentas vale más la preocupación de los afligidos o la gloria del mundo?  Hoy, el día del Superbowl, podemos proponer esta pregunta así: ¿sería mejor ganar la vida eterna o el campeonato nacional de fútbol?  Si no puedes tener los dos, ¿cuál prefieres?  Se dice que el famoso entrenador de fútbol Vince Lombardi comentaba: “Ganar no es toda cosa, es la única cosa”.  ¿Es cierto que ganar el partido es la única cosa que vale o es sólo la vanidad de vanidades?

Cuando Simeón añade que Jesús será un signo de contradicción, tiene en cuenta su crucifixión. La contradicción es que en Calvario Jesús, sangriento y muriendo, vence el mal.  Por eso, la persona que lo mira diciendo: “Gracias, Señor, te seguiré aun si me pasa a mí la misma suerte” va a recibir un premio eterno.  Mientras la persona que menea la cabeza pensando que nadie vale tal gran sacrificio va a acabar desilusionada.  Sin embargo, a nosotros, bien acostumbrados a ver el crucifijo, nos cuesta capturar la contradicción de Jesús en la cruz.  Por eso, propongámonos otro signo de contradicción más contundente para el día hoy.  Los niños con el síndrome Down a menudo provocan ahora las mismas reacciones que Jesús crucificado en tiempos bíblicos.  Al mirarlos, ¿meneamos la cabeza murmurando que sus madres deberían haberlos abortado?  O ¿podemos ver a tales niños como son en realidad: dones de Dios que valen todo nuestro amor? 

Hoy, el dos de febrero, es el día en que tradicionalmente se bendecían las velas para los servicios litúrgicos a través del año.  La razón es evidente: así como las velas alumbran la iglesia, Jesús alumbra las naciones con su verdad.  Podemos decir con más certeza que Vince Lombardi que seguir a él vale más que toda otra cosa.  Pues, Jesús nos guía a través de las vanidades de este mundo a nuestro premio eterno.  Sí, Jesús nos guía al premio eterno.

El domingo, 26 de enero de 2014

EL TERCER DOMINGO ORDINARIO

(Isaías 8:23-9:3; I Corintios 1:10-13.17; Mateo 4:12-23)


El otro día el papa Francisco llamó el aborto “horrífico”.  Y ¿qué?  La Iglesia siempre ha condenado el aborto como pecado gravísimo.  Pero parece que el papa tenía un motivo aparte para condenar el aborto ahora.  Se da cuenta de que muchos hombres y mujeres trabajando en pro de la vida se han preguntado si el papa camine con ellos en la lucha.  Pues desde el principio de su papado Francisco ha hablado fuertemente por el bien do los pobres.  Ya quiere enfatizar también su preocupación sobre los niños no nacidos.  Como es su deber, el papa pone la unidad de la Iglesia en alto lugar.  Quiere que todos sientan su apoyo para que no se opongan a uno y otro.   Actúa como san Pablo en la segunda lectura hoy de la Primera Carta a los Corintios. 

Los destinarios de esta carta comprenden una comunidad pequeña en una sociedad grande.  Se forma de ricos y pobres, mujeres y hombres.  Pablo mismo fue el que convirtió a los miembros a Cristo unos años anteriormente.  Les habló de Cristo Jesús cuyo cuerpo resucitado la comunidad ya encarnece.  Sin embargo, ya se han aparecido hendiduras en la estructura.  Algunos dicen que son de Pedro; otros se jactan de que son de Apolo; y algunos se atreven a decir que son de Cristo como si todos no fueran cristianos.  La comunidad está experimentando la tendencia de deshacerse que afecta todos proyectos humanos (que en parte es).  Es lo que ya se ha hecho realidad en el cristianismo mundial.  Unos dicen que son evangélicos; otros se jactan que son ortodoxos; nos llamamos a nosotros mismos católicos; y algunos extienden la audacia de los corintios de llamarse “cristianos” como si los demás no creyeran en Cristo.

Para superar estas divisiones, el papa Juan Pablo II recurrió al evangelio donde Jesús ora a Dios Padre: “Que sean uno como nosotros somos uno”.  Pensaba que si es la voluntad del Salvador que todos sus discípulos sean unidos, entonces es menester de todos cristianos del día hoy que remendemos las roturas históricas.  Similarmente Pablo recurre a Cristo para vencer las fracciones formándose entre los cristianos de Corinto.  Exhorta a todos “en nombre de nuestro Señor Jesucristo” que vivan unidos.  A veces una madre dice a sus hijos peleando: “Por el amor de mí, que no peleen más”.  Aquí Pablo mira a Cristo como la fuente de la unidad.  Pues Cristo no es sólo la comunión que comparten todos en la eucaristía sino también él siempre mostraba la humildad para el bien de todos.

Pablo hace hincapié en el sacrificio de Cristo por preguntar: “¿Es que Pablo fue crucificado por ustedes?”  Ciertamente los corintios responderán que “no”, que Jesucristo les dio su vida para salvarlos del pecado.  Pablo espera que la mención de la entrega de Cristo llame a todos de la comunidad a sacrificios semejantes.  Los papas recientes no se han retirado de esto reto.  El papa Juan Pablo II escribió que era dispuesto a cambiar al papado en formas no esenciales para facilitar el ecumenismo.  El papa Francisco pareció aún más deseoso de acogerse a los cristianos no católicos cuando, como el cardenal arzobispo de Buenos Aires, se hincó delante de pastores evangélicos para recibir su bendición. 

Pero el ecumenismo requiere los esfuerzos de todos nosotros.  Tenemos que buscar caminos nuevos con personas de otras religiones.  Primero queremos orar para la unidad cristiana, si es posible en servicios particulares con nuestros hermanos y hermanas separados.  Es preciso también que dialoguemos con ellos para mejorar el entendimiento mutuo. Pero el diálogo requiere que cada uno estudie sus propias creencias para que se adelante.  No hacer tales sacrificios para avanzar el diálogo ecuménico sería traicionar el bautismo en la muerte de Cristo.  En la lectura Pablo recuerda a los corintios del bautismo, que es la muerte del yo con todas las vanidades.

Si hemos entendido bien la Nueva Evangelización, entonces nos damos cuenta de que no es un intento de convencer a los no católicos del dogma católica.  Más bien es un esfuerzo de compartir la alegría de ser cristiano católico junto con una invitación de venir y ver.  Extendida al ecumenismo, la Nueva Evangelización no es la invitación a nuestros hermanos y hermanas separadas a regresar a la Iglesia Católica.  Más bien es la búsqueda de caminos nuevos en que nos adelantamos juntos en nombre de nuestro Señor Jesucristo. 

El Domingo, 19 de enero de 2014


SEGUNDO DOMINGO ORDINARIO

(Isaías 49 3.5-6; Corintios 1:1-3; Juan 1:29-34)


En muchas obras de teatro no se ve el protagonista en la primera escena.  Más bien paulatinamente se le presenta al auditorio.  Así es el drama Shakespeariano “Príncipe Hamlet.”  Antes de su primera aparición, los amigos de Hamlet hablan de él.  Dicen que el príncipe hará que hable la fantasma de su padre cuando ella sólo los pasa por alto en silencio.  En el evangelio según san Juan, el más dramático de los cuatro, Jesús tampoco está presente en el inicio.  Parecido al “Príncipe Hamlet”, allí se ve Juan el Baptista hablando de Cristo.  El trozo del evangelio que escuchamos hoy relata lo que él dice del salvador.

Primero el Bautista describe a Jesús como “el Cordero de Dios, el que quita el pecado del mundo”.  Aunque no pensamos en un cordero como poderoso, sí, lo asociamos con la inocencia que caracteriza a Jesús.  Como se sacrifica el cordero, Jesús se entrega a sí mismo en la cruz con todas las fuerzas del maligno – la envidia de los judíos, el desdén de los romanos, la cobardía de los discípulos – arregladas en su contra.  Las vence por quedarse fiel a la misión de Dios Padre que lo resucitará de la muerte.  Como resultado de la victoria pascual, somos fortalecidos en nuestra lucha contra las mismas fuerzas.  Ya la plata, el prejuicio, y el placer no nos tienen atados.  Más bien, podemos vivir como mujeres y hombres rectos con la justicia.

Pero ¿cómo podemos ser seguros que la auto-entrega de Jesús nos afecta a nosotros?  Para contestar este interrogante tenemos que mantener en cuenta quién es él.  No es como otros héroes, por ejemplos, el rey Carlos V o el presidente George Washington, que ya están enterrados en la tierra.  En la lectura el Bautista lo describe diciendo: “’Él que viene después de mí, tiene precedencia sobre mí, porque ya existía antes que yo.’” Está refiriéndose al hecho que Jesús existía antes de la creación como el Hijo unigénito de Dios.  Ya que ha vencido al maligno en la prueba determinante, Jesús reina para siempre con todo poder.  Él puede guardar – y lo hace -- a aquellos que permanezcan cerca de él salvos de las atracciones del mal.

Ahora la misión queda con nosotros de llamar a todos al amparo de Jesús.  Hemos sido bautizados con el mismo Espíritu que Juan ve sobre Jesús en el evangelio para abrir los ojos al hecho que los hombres son unidos en Cristo.  Este fin de semana elogiamos a un hombre que se aprovechó del Espíritu como pocos en la historia.  El doctor Martin Luther King, Jr., proclamó la igual dignidad entre las razas con tanta elocuencia que el mundo entero reconoció la verdad de su causa. Cargados con el Espíritu, enseñamos a los ancianos la reconciliación, a los jóvenes la solidaridad, y los niños el respeto para todos individuos y grupos de buena voluntad. 

Al leer este pasaje del principio del Evangelio según San Juan al comienzo del año recibimos un panorama de las lecturas evangélicas dominicales del 2014.  Una vez más vamos a escuchar la historia de Jesús, este tiempo por la mayor parte de la perspectiva de Mateo, el evangelista más preocupado con la iglesia y la justicia.  Vamos a escuchar cómo Jesús formó una comunidad con la justicia basada en el amor.  Entonces oiremos cómo él fundó la iglesia sobre Pedro, la roca, para que quedara firme en faz de las turbulencias causadas por el maligno.  Finalmente atestiguaremos de nuevo cómo su pasión, muerte, y resurrección nos ganó al Espíritu Santo para que continuáramos su misión.

El domingo, 12 de enero de 2014

EL BAUTISMO DEL SEÑOR

(Isaías 42:1-4.6-7; Hechos 10:34-38; Mateo 3:13-17)


Los grandes ríos a través del mundo apoyan la vida. También la quitan.  El Río Grande riega las cosechas en los dos lados de la frontera.  Sin embargo, se ha convertido en una trampa para muchos migrantes intentando llegar a los Estados Unidos.  En el evangelio Jesús llega al Río Jordán pare sumergirse en sus aguas.  Es como si quisiera experimentar lo más profundo de la experiencia humana. Es como si estuviera exponiéndose al cáncer para acompañar los enfermos más graves.

¡Cómo nos llena con el terror la palabra “cáncer” dicha de nuestra condición física!  La oímos como el sonido de un incendio consumiendo nuestra casa.  “Por favor, Dios mío,” rezaremos, “que no sea eso”.  En el evangelio, Jesús también tiene que pedir algo negativo.  Le suplica a Juan que no rehúse bautizarlo.  Pues es la voluntad de su Padre que se someta al bautismo como símbolo de la muerte que va a aguantar. Aunque parezca contraria a nuestra imagen falsa de Dios como pura dulzura, el Padre exige a su Hijo que sufra por la justicia.  Eso es, que arriesgue su propia vida para cumplir su voluntad a salvar al mundo del pecado.

Cuando emerge de su bautismo, Jesús ve al Espíritu Santo descendiendo sobre él.  Es testimonio de la complacencia de su Padre Dios.  Algo parecido puede pasar a nosotros en medio de una prueba como el cáncer.  De repente podemos sentir la paz penetrándonos como el agua al campo en un día lluvioso.  Cuando nos viene esta paz, nos ponemos seguros que todo saldrá bien.  Esto no es la resignación a lo inevitable, mucho menos la pérdida de la razón.  Es la certeza de un hijo que nada puede separarlo del amor de su padre.  Un predicador llama este sentimiento “don” porque no hizo nada para ganarlo.  Dice que es la obra del Espíritu Santo o, más bien, la presencia del Espíritu mismo.  Una vez que se lo realice, la vida cambia.  La persona no se aflige a si misma con preguntas como: ¿qué me va a pasar?  o ¿cómo puedo proveer por mi familia?  No, confía completamente en Dios.  La única cosa que quiere hacer es darle gracias por todo lo que tiene.

Pero todavía no es curado del cáncer, al menos en muchos casos.  Si Dios ama a la víctima, ¿cómo se puede explicar esto? En la lectura escuchamos a Dios diciendo: “Este es mi Hijo muy amado”.   Es su hijo con la misión de la salvación.  No será fácil.  De veras, va a costarse su vida como habitante de la tierra.  Más aún, va a sufrir una muerte tremendamente sangrienta.  Dios nos llama a nosotros a acompañar a Cristo por esta ordalía.  Deberíamos escuchar su voz llamando a cada uno de nosotros: “Elena, eres mi hija amada”, “Gerardo, eres mi hijo amado” o quienquiera seas “eres mi hijo amado”.  Nos llama a participar en su plan de la salvación con el ofrecimiento de nosotros mismos.  Algunos van a batallar cáncer; otros vivirán muchos años pero tan incapacitados que se preguntará si vale la pena la vida.  Y otros andarán con el duelo de haberse despedido de la mayoria de sus conocidos.  Hecho con el amor, el sacrificio va a cumplir dos objetivos como miembros del cuerpo de Cristo.  Primero, va a comprobar nuestra elección como hijos de Dios dignos de la vida eterna. Y segundo, va a ayudar a otros conocer a Jesús como su salvador.

En el bautismo de un niño podemos oler la fragancia del olio crismal.  Dulce y pungente, el aroma nos hace pensar que el bebé es especial, un verdadero don.  Entonces, escuchamos las palabras: “…seas para siempre miembro de Cristo sacerdote, de Cristo profeta, y de Cristo rey”.  Ya sabemos porque el bebé es don.  Tiene la vocación de sufrir con Cristo para la salvación del mundo.  Así es destinado para reinar con Cristo en la vida eterna.