El domingo, 3 de julio de 2011

EL XIV DOMINGO ORDINARIO

(Zacarías 9:9-10; Romanos 8:9.11-13; Mateo 11:25-30)

Es tiempo de acostarse. El prisionero político revisa su día. Comió bastante. Encontró un pedazo de acero que le servirá como navaja. No fue echado en la incomunicación. Su vida es dura, pero el hombre tiene diferentes motivos para dar gracias a Dios. Así el escritor ruso Alejandro Solzhenitsin termina una novela sobre un gulag. En un sentido es como encontramos a Jesús en el evangelio hoy.

Una dificultad que tenemos por leer sólo tramos del evangelio cada domingo es que perdimos la vista del contexto. En la sección que acabamos de leer, por ejemplo, no tenemos cuenta que Jesús está dando gracias a su Padre Dios a pesar de que no le ha ido muy bien. Aunque la gente se maravilla de sus curaciones, no le sigue en grandes números. Más frustrante aún, a cada paso los fariseos llegan disputando su autoridad. Sin embargo, Jesús no permite que se quede por vencido sino se alegra por las bendiciones que ha tenido. Ha formado un grupo de discípulos. Ha ayudado a muchas personas. Y, sobre todo, siente la cercanía de su Padre Dios. Es como la mujer con el SIDA hace varios años que dio gracias por haber conocido a las muchas personas que le acudían con ayuda.

La mujer pertenece al grupo de dichosos que se dan cuenta cómo la vida es un regalo de Dios, pase lo que pase. No tienen que angustiarse por la falta de las cosas que se vendan en Target porque Dios les va a proveer. No es que den por descontado el pan en la mesa. Más bien, entienden que Dios ha ordenado que cada humano trabaje. Pero, como Jesús ha revelado cada paso de su misión, Dios no es cacique ni juez sino un Padre indulgente. Como el viñador, el Padre paga a todos lo suficiente para vivir, tanto a aquellos que lleguen a la última hora como a los madrugadores. Como el rey, el Padre invita a todos al banquete que hace por su hijo, sean de la nobleza o sean de la clase obrera.

Sin embargo, los sabios del mundo no ven a Dios como Padre. Si admiten que existe, proponen que es una fuerza remota. Dirían que tal vez hubiera creado el universo, o mejor decir, lo hubiera puesto en marcha con el Big Bang, pero ya se ha retirado. Según ellos no es posible que le importe cada persona humana. Como pruebas ofrecerán los terremotos que matan miles de personas y los bebés que sufren de enfermedades fatales. Es posible que algunos de nosotros también no sientan seguros del amor de Dios en una recesión económica que sigue tomando los empleos de compañeros o cuando muere un ser querido.

Particularmente en momentos como estos, Jesús nos llama: “Vengan a mí”. Él sufrirá con nosotros porque como ser humano ha experimentado la brutalidad de la naturaleza, las decepciones de otras personas, y las tentaciones al corazón nuestro. Y como Dios, Jesús tiene unos mil millones modos para socorrernos. Facilita descubrimientos que cambian la perspectiva como el caso de las familias de niños con discapacidades serias como el síndrome Down. Estas familias se angustian cuando se enteran de la condición pero a menudo en tiempo se dan cuenta de que tales niños sirven como el foco de la cohesión y el afecto entre todos. También Jesús a veces actúa para cambiar lo que tiene que aparecer a nosotros como los azares. Una mujer que perdió su trabajo en el bajón económico pide oraciones y dentro de poco encuentra dos empleos nuevos.

¿Hay un costo para las bendiciones de Jesús? Realmente no. La gracia siempre es libre; si no, no sería la gracia. Sin embargo, Jesús nos pide que tomemos su yugo sobre nuestros hombros. Quiere decir que nos conformemos a su ritmo como el Señor. Si vamos a acompañarlo, tendremos que actuar como él. Esto es el propósito de la moral de la Iglesia. Nos enseña cómo caminar con Jesús para que nos aprovechemos de su gracia.

“Vengan y únete con nosotros”, anuncia una emisora de radio por su celebración del cuatro de julio. Van a tener comida, música, y, por supuesto, cohetes. ¿Suena bien? ¿Cómo no? Pero pase lo que pase, la oferta no es tan dichosa como la de Jesús. Nos dice, “Vengan a mí”, para servir como el foco de la cohesión y el afecto. Es cierto: Jesús es el foco de nuestra cohesión y afecto.

El domingo, el 26 de junio de 2011

La Solemnidad del Cuerpo y la Sangre de Cristo

(Deuteronomio 8,2-3.14-16; I Corintios 10:16-17; Juan 6:51-58)

Hoy en día hay mucha comida. Aun los países pobres se abundan de comestibles. Sí, de vez en cuando un pueblo pasa hambruna como en Darfur, África, hace poco. Pero tales privaciones a menudo resultan de la guerra no de la verdadera escasez. De hecho ahora se preocupa más por la superabundancia del pan que por su falta. Mucha gente está muriendo de infartos, cánceres, diabetes, y otras enfermedades relacionadas con la obesidad. En este ambiente de plenitud algunos querrían preguntar, ¿cómo se afecta nuestro aprecio para el Pan vivo, el cuerpo de Cristo? La pregunta es particularmente apropiada hoy cuando estamos celebrando Corpus Christi.

Con almacenes gigantes como Sam’s repletos con comidas, ¿no es que llame menos atención la oferta de Jesús en el evangelio del Pan vivo? Tan bueno como es, el Cuerpo de Cristo no atraerá a tantos donde hay carne de cien tipos de animales en el alcance. También el hecho que la gente al promedio vive casi doble el tiempo que vivía hace cien años ha disminuido, creo, el interés en el Pan de la vida eterna. Llegando a ochenta o noventa años con cuerpos doblados y memorias débiles, muchas personas se satisfacen con la muerte ya próxima.

Pero no entendemos bien lo que contiene el Pan que Jesús ofrece. Es algo tan diferente que comida de la tienda como la computadora se difiere del papel y pluma. Los comestibles son cosas muertas que el cuerpo consume para transformarlos en sí mismo. En contraste, el Pan que Jesús ofrece vive de modo que él transforme al consumidor en el Cuerpo de Cristo. En otras palabras cuando tomamos el Cuerpo de Cristo, Cristo no se transforma en nosotros sino nosotros en Cristo. Nos hacemos miembros de su Cuerpo, la Iglesia, fortalecidos para su misión de proclamar el reino de Dios Padre al mundo.

Participando en el Cuerpo de Cristo, podemos comprender mejor lo que es la vida eterna. Muchos piensan que la vida eterna es la vida que dura para siempre. No están completamente equivocados, pero a su raíz la vida eterna no se encuentra en el campo de tiempo sino en otra tierra. La vida eterna refiere a la vida del amor que la Santísima Trinidad ha disfrutado desde siempre. En un cine reciente se describe la dinámica de este amor. La historia tiene lugar en Argelia donde unos monjes franceses viven en paz entre la gente musulmán. Entonces los terroristas llegan amenazando a los monjes con la muerte si no dejan el monasterio. Huirían si no fuera por la gente que les pide quedarse. Eventualmente los monjes son masacrados. Pero antes del martirio una muchacha musulmana pregunta a uno de los monjes cómo es enamorarse. El monje responde: “Hay algo dentro de ti que se pone vivo… Es irreprensible y te hace el corazón latir más rápido”. La muchacha sigue preguntando si el monje jamás se ha enamorado. Él responde: “Sí, varias veces. Entonces encontré otro amor, aún más grande. Y respondí a ese amor”. Este es el amor de Dios que también llega a nosotros. Cuando lo aceptamos, experimentamos la vida eterna. Con este amor no tenemos que temer nada, ni siquiera la muerte. Pues este amor va a llevarnos más allá que la muerte.

El amor de Dios nos fortalece para superar los desafíos diarios. Los deseos para el exceso del pan, del placer, y de la plata no nos tiran como antes. Más bien nos preocupa de complacer a Jesús todos los días, todos momentos del día. Por amor a Jesús una ejecutiva de IBM dejó su empleo para cuidar a su mamá enferma. Cuando la madre falleció, la mujer se dedicó al ministerio parroquial. No es que todos nosotros podamos desistir a trabajar para ayudar a los demás porque es precisamente por nuestros empleos que estamos cuidando a nuestras familias. Sin embargo, sí, por el amor podemos hacer nuestro trabajo y cuidar a nuestras familias con más empeño para servir al Señor Jesús.

Una pintura ha estado llamando la atención por los últimos cuarenta años. Muestra a Cristo en la cruz. No hay nada diferente en esto. Un escritor dice que a lo mejor el Jesús crucificado es el retrato más pintado en la historia. No, esta pintura nos atrae porque se compone el Cristo de las figuras de muchas personas humanas. Está allí el papa Pablo Sixto, Martin Luther King, Jr., otros personajes históricos, y miles de personas no conocidas. Es lo que nos hace el Pan vivo. Cuando lo consumimos, él no se hace parte de nosotros sino que nosotros nos hacemos parte de él. Nos hacemos partes del Cuerpo de Cristo.

El domingo, 19 de junio de 2011

LA SOLEMNIDAD DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD

(Éxodo 34:4-6.8-9; II Corintios 13:11-13; Juan 3:16-18)

Vaya a cualquiera biblioteca pública. A lo mejor va a notar que las novelas de misterio atraen el mayor interés. A la gente le gusta comparar su perspicacia con la de Sherlock Holmes o del Agente 007. Pero cuando hablamos del misterio de Dios, no deberíamos pensar en un asesinato para solucionarse. No, Dios es misterio que no se puede penetrar. Sin embargo, se nos ha revelado un poco de sí mismo – realmente sólo el punto del iceberg -- que ahora hemos de explorar. Pues, es la fiesta de la Santísima Trinidad.

A lo mejor queremos responder a la propuesta por decir: “Otro tiempo”. Tan elevado que sea, reflexionar sobre el misterio de Dios parece como algo secundario para la vida diaria. Pero es así sólo por nuestra miopía. Cuando consideramos lo que está pasando alrededor de nosotros, deberíamos poder ver la relevancia de la comunión de la cual se forma la divinidad. La realidad hoy llama la atención de los ángeles más tranquilos. La independencia y el individualismo están contaminando la atmósfera como un cuarto para fumadores. Un problema entre miles: el sobreuso del automóvil hace el aire tan mugroso que amenaza la respiración. Esto ha sido la queja por décadas en los Estados Unidos, pero ahora se la oye también en Latinoamérica. Más retador aun es el fenómeno de la familia como un grupo de individuos que casi nunca recrean, comen, o rezan juntos. Este estilo de vida les priva a los jóvenes del aprendizaje de valores realmente humanos. La revelación sobre Dios como la comunión del amor que ha creado los seres humanos en su imagen contrarresta las tendencias egoístas de la actualidad.

Pero la consideración de la Santa Trinidad provee más utilidad que un modelo general de vida. Se puede ver que la misión de cada uno de las tres personas se dirige al bien del mundo. Sólo tenemos que pensar un poco sobre quien es el Padre, el Hijo, y el Espíritu Santo para darnos cuenta que la Trinidad sirve como un mapa para llegar a nuestro destino.

Hoy, el Día del Padre, felicitamos a nuestros papás por darnos alguna cosa más que la vida biológica. Los honramos por habernos pasado la vida humana en sentido completo. Estamos agradecidos porque nos han enseñado a decir la verdad, a reírse a la locura humana, y a amar, eso es afirmar la bondad de nuestros vecinos. Con más razón aun, alabamos a Dios Padre por haber elevado estos valores al nivel de su gloria. Nos llena de la sabiduría que ve el oro como no tan brillante que la justicia personal. Nos proporciona la humildad para reírnos a nosotros mismos con el conocimiento que Dios, el Misericordioso, perdona nuestros errores sinceramente arrepentidos. Finalmente nos regala su caridad que nos mueve a sacrificarnos por el bien común.

Se ha dicho que el pasaje evangélico de la misa hoy contiene las palabras más bellas en toda la Biblia: “Tanto amó Dios al mundo, que le entregó a su Hijo único”. Jesús, el Hijo de Dios, nació para comunicar el afecto del Padre a todos. Su amor vale más que un mensaje entendido por la inteligencia como “el Reino de Dios es como un padre que busca a los dos hijos desviados”. También es más que una gracia que nos ayuda adelantar el proyecto de la vida: “Jesús sana a diez leprosos”. No, estamos hablando del amor de Dios que sobrepasa por mucho nuestra imaginación. Jesús, muerto y resucitado, comparte con nosotros su propio cuerpo en la Eucaristía a consumirse para que tengamos su vida eterna. Esta vida nos hace hermanos no sólo con él sino con gentes de todas razas, lenguas, y naciones. Ya sabemos que no vivimos por nosotros sino por los demás.

Aunque se asocia el Espíritu Santo con todas acciones de la divinidad, se lo conoce el más por la formación de la Iglesia. Al día de Pentecostés el Espíritu Santo posó sobre los discípulos como lenguas del fuego para poner en acción la comunidad de Cristo. Nunca la ha dejado a pesar de varios atentos de parte de sus propios miembros a veces para quitárselo. La Iglesia nos instruye cómo vivir con virtud en el mundo actual. Hace dos semanas el papa Benedicto dijo algo llamativo sobre la familia. Recalcó el papel de la familia en formar la conciencia para que la persona busque la verdad y el bien. Dijo que lo que comienza la familia, la parroquia sigue desarrollando. En fin tenemos no sólo católicos responsables sino una sociedad justa.

Se ha descrito Dios como un viejo que vive solo en el cielo. Pero no deberíamos pensar en un Dios así. Realmente Dios es una comunión de personas que han invitado a todos en su compañía. Podemos felicitar a Dios Padre por su bondad. Podemos reírnos con el Hijo que se hizo hombre. Y podemos posar en la actualidad con el Espíritu Santo como los ángeles más tranquilos. Es cierto, podemos estar tranquilos en la compañía de los tres.

El domingo, 12 de junio de 2011

Domingo de Pentecostés

(Hechos 2:1-11; I Corintios 12:3-7.12-13; Juan 20:19-23)

La mujer está encantada con su nueva oficina. Por años tenía su escritorio en un apartado cerrado. Había sólo cuatro paredes y la puerta. Ahora tiene ventana. No le importa que sólo tenga setenta centímetros de anchura; al menos le da a ver afuera. No le molesta que afronta el basurero; pues deja entrar la luz. La ventana contribuye a la mujer como el Espíritu Santo a la comunión de los cristianos. Le provee una nueva perspectiva a la vida.

Sin embargo, no estamos acostumbrados a hacer mucho caso al Espíritu Santo. Tal vez la razón es que lo llamamos la tercera persona de la Trinidad. ¿Quién querría viajar tercera clase? Si el vestido es de tercera, ¿quién querría llevarla? Pero con Dios el orden de las tres personas no cuenta por nada. Cada uno ha existido desde siempre. Cada cual tiene la misma dignidad. Una teóloga comenta que al decir que el Espíritu Santo es la tercera persona no se entiende que Él sea subordinado al Padre y al Hijo a menos que se entiende también que el Padre y el Hijo sean subordinados al Espíritu.

En un sentido nos importa más el Espíritu Santo que Dios Padre y Dios Hijo. Pues por Su obra somos cambiados en nuevos hombres y mujeres. Como fuego quema las inmundicias del hierro para forjar el acero con otros metales, así el Espíritu Santo nos transforma a nosotros. Nos hace honestos en una atmósfera contaminada con mentiras, agradecidos en un mundo dominado por las codicias, y humildes en un ambiente saturado de arrogancias. Un antiguo alcohólico después de una experiencia del Espíritu Santo dice que ya no quiere tomar. Bebe la Sangre de Cristo en la misa sin anhelar el vino. En la lectura de los Hechos vemos al Espíritu cambiando las vidas de los discípulos de Jesús. Les llega como lenguas de fuego forjando el cimiento de una nueva humanidad.

El Espíritu Santo no para después de forjar al cristiano en un nuevo ser. Él sigue a unirlo con otros en comunidad. La gente llega de diferentes ambientes. Según san Pablo en la segunda lectura hay judíos y no judíos, esclavos y libres. Se puede añadir varios otros juegos de características. Hay ricos y pobres, mujeres y hombres, negros y blancos, cultos y no educados. Se esperan rivalidades si no pleitos entre tales opuestos. Sin embargo Pablo exhorta a los cristianos que no caigan en estas trampas. Más bien han de superar las discordias con la gracia del Espíritu Santo. Además con el Espíritu Santo podemos aprovecharnos de las diferencias para crear nuevas oportunidades. Nos hacen falta educadores, ecónomos, médicos, y muchos otros para crecer en personas de virtud. Más al fondo unidos en una comunión fraterna, reflejamos a Dios que conocemos como Santísima Trinidad.

Sí, es cierto que el Espíritu Santo nos viene para incorporarnos en la familia de Dios. Como tal, empero, el Espíritu tiene un propósito para nosotros. Nos envía al mundo para llevar el perdón de Dios a la gente. Cumplió la misión en manera espectacular el hombre cuya hija murió en el bombardeo del edificio federal en Oklahoma en 1994 cuando abrazó al padre del culpable. También la logró la mujer tutsi de Ruanda cuyos padres fueron masacrados en el genocidio del mismo año cuando anda proclamando la paz entre su tribu y la de los Hutus. La hacemos nosotros cuando rezamos por aquellos que nos ofenden y cuando pedimos perdón de la gente que ofendemos. Ciertamente el evangelio se refiere al sacramento de la Penitencia cuando el Señor dice a sus apóstoles: “’Reciban al Espíritu Santo. A los que les perdonen los pecados, les quedarán perdonados…’” Sin embargo, tiene que ver también con nuestros propios esfuerzos para consolidar la paz.

Estamos acostumbrados a pensar en el Espíritu Santo como el misterio de la fe cristiana. Es verdad que el Espíritu es la persona de la Santísima Trinidad menos hablada y más malentendida. Pero estos no comprenden escusas para ignorarse de Él sino de echar más esfuerzos para conocerlo. Después de todo el Espíritu Santo es el Dios-con-nosotros forjándonos en Sus hijos. El Espíritu Santo es Dios-con-nosotros.