El domingo, 28 de noviembre de 2010

I DOMINGO DEL ADVIENTO

(Isaías 2:1-5; Romanos 13:11-14; Mateo 24:37-44)

Hace sesenta años los bancos norteamericanos establecían “clubs de Navidad”. Invitaban a la gente a ahorrar su dinero para comprar regalos navideños. En diciembre los niños querrían unirse a los clubs, pero no les permitían, al menos por la Navidad venidera. Se les decía que tendrían que esperar hasta el otro año para aprovecharse de sus ahorros. Naturalmente los niños se sentían desilusionados. Tal vez algunos hoy en día también se sienten desilusionados cuando se les dice que el Adviento no tiene que ver en primer lugar con las preparaciones navideñas.

Aunque se termina Adviento con la celebración del nacimiento de Jesús, comienza con otro evento en cuenta. La Iglesia, recordando la promesa de Jesús para retornar al mundo al fin de los tiempos, se prepara para su regreso. El evangelio según san Mateo nos da un retrato bastante gráfico de esta eventualidad. Jesús vendrá en una nube con sus ángeles recogiendo a los elegidos por el toque de trompeta. Pero esta visión no es la única que la Iglesia utiliza para describir el fin de los tiempos. También nos propone la esperanza de Isaías en la primera lectura hoy. Cuando todos los pueblos se congreguen para aprender los modos de Dios, sabremos que la historia está acabándose.

Adviento es el tiempo para renovar nuestra esperanza. Esperamos la conquista de los enemigos que nos quitan la paz. Como sabemos demasiado bien, vivimos en un mundo quebrado. Ahora no sólo hay una guerra en Afganistán sino en México los carteles de drogas están batallando al gobierno. Dentro de nuestros corazones también hay un tipo de guerra. Cada uno de nosotros está en lucha con la voz engañadora insistiendo, “Quiero, quiero, quiero”. Quiero tener el sexo con todas muchachas lindas o todos muchachos guapos. Quiero ser número uno con todos admirándome. Quiero tener una casa de dos pisos, un Mercedes, un “I-phone 4”, y mucho más.

Tenemos que hacer una pausa aquí para preguntarnos, ¿qué es la diferencia entre una esperanza legítima y estos antojos de corazón muchas veces perversos? Pues, la esperanza beneficia a todos para siempre mientras los antojos sólo provienen una satisfacción pasadera a uno. Es la diferencia entre un pozo y una botella de agua o, tratando de un deseo realmente pervertido, la diferencia entre el 25 de diciembre y el 11 de septiembre. La esperanza tiene que ver con el amor que hace sacrificios como aquel de la hermana Beatriz Chipeta del país africano Malawi. Esta mujer ha organizado una serie de centros de capacitación para niños en una región afectada con la SIDA.

En el evangelio de hoy Jesús advierte que nos preparemos para su retorno con la vigilancia. San Pablo nos enseña cómo llevar a cabo este mandato en la segunda lectura. No tenemos que fijarnos en el horizonte como pasajeros aguardando un bus. Más bien, esperamos la venida del Señor por comportarnos honestamente. Eso es, que no siempre hagamos caso a la voz insistiendo que satisfagamos nuestros antojos sino que tratemos a todos con la bondad. Que seamos como José, un parroquiano que no sólo acoge a todos sino viene a la iglesia todos sábados para cuidar los terrenos.

Esperamos el retorno de Jesús no sólo en la vida sino también en la muerte. Según una costumbre cristiana todos los muertos son de enterrarse con sus cabezas apuntando al poniente. En esta manera cuando se levanten de la muerte con el fin de los tiempos, sus caras estarán acogiendo al Señor. Pues, Jesús es el sol de la justicia que vendrá del oriente para recoger a sus elegidos. Llamará a todos aquellos que han aprendido los modos de Dios como el parroquiano José y la hermana Beatriz. Jesús vendrá para recoger a todos sus elegidos.

El domingo, 21 de noviembre de 2010

NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO, REY DEL UNIVERSO

(II Samuel 5:1-3; Colosenses 1:12-20; Lucas 23:35-43)

Hace cuatro años se estrenó la película “La Reina”. Tuvo que ver con Isabel II, la monarca actual de Inglaterra. No siguió la trayectoria de su vida sino sólo una semana de crisis. Diana, la esposa separada del príncipe Carlos, ha sido matada en un choque de carro. Todo el Reino Unido estaba en luto por la querida princesa. Sin embargo, la reina Isabel quería tratar la muerte como si fuera un asunto privado. Cambió su planteamiento sólo por la insistencia de su primer ministro. Al final del cine Isabel hizo una declaración reconociendo que el pueblo tanto como la familia real ha perdido a un querido ser. Hoy celebramos la fiesta de otro monarca, pero uno que nunca jamás tiene dificultad a simpatizar con la gente.

Jesús está colgando en una cruz. Se pone sobre su cabeza un letrero diciendo que es rey. Por supuesto el letrero no pretende a honrar a Jesús sino a burlarse de él. Uno de los dos malhechores crucificados con Jesús comparte en la burla. “Si tú eres el Mesías”, dice con sarcasmo, “sálvate a ti mismo y a nosotros”. Jesús lo ayudaría pero este malvado no quiere nada que ver con él. El segundo criminal encuentra en Jesús no sólo un rey-compañero sino su salvador. Sus palabras nos instruyen profundamente.

En primer lugar el malhechor reconoce la inocencia de Jesús. Dice, “…éste ningún mal ha hecho”. La verdad es que Jesús sólo ha hecho cosas buenas. Aun su muerte es para demostrar el amor de Dios Padre para el mundo. Donde los primeros humanos, y todos los humanos posteriormente, han deseado servir sus propios intereses, Jesús se ha sometido a la voluntad de Dios, su Padre. Tenemos que dejarlo guiarnos en este rumbo. Nos conducirá más allá del deseo para la plata, el poder, y el prestigio a la justicia, la paz, y el amor.

Segundo, parece que el malhechor se arrepiente de sus pecados. Al menos, los admite cuando corrige al otro, “Nosotros justamente recibimos el pago de lo que hicimos”. ¿Por qué nos cuesta tanto hacer lo mismo? ¿Es que queremos pensar en nosotros mismos como mejores que nuestros prójimos? O, tal vez, no queremos cambiar nuestros vicios, sea mirar la pornografía o sea echar insultos. De todos modos, el mensaje de Jesús es claro y constante. Para entrar en el reino de Dios tenemos que dejar atrás nuestros delitos.

Finalmente, el malhechor convertido nos enseña cómo orar. Él se dirige a Jesús en la manera más franca en todos los cuatro evangelios. Lo llama solamente por nombre sin título ni descripción. Dice “Jesús”, y hace su petición, “cuando llegues a tu Reino, acuérdate de mí”. Nosotros nos preocupamos cómo vamos a hacer frente a una persona contenciosa o cómo vamos a cumplir todo nuestras tareas cuando tenemos el poder más grande listo para solicitarnos. Sólo tenemos que pedirle la ayuda: “Jesús, acuérdate de mí”.

Se dice que John Kennedy mostraba la simpatía con la gente. Como un joven haciendo campaña para el Congreso, Kennedy aprendió los nombres de los votantes. Le importaba mucho pronunciar correctamente los apellidos tanto de los polacos e italianos como los irlandeses. Kennedy ganó el apoyo de muchos por decir “Señor Kowalski” y “Señor Mazzuchelli” como si fueran príncipes del reino. Jesús nos conoce a nosotros aún mejor. No sólo sabe nuestros nombres sino los deseos de nuestros corazones. Sólo tenemos que pedirle la ayuda para ganar los buenos y superar los malos. Sólo tenemos que pedirle la ayuda.

El domingo, 14 de noviembre de 2010

XXXIII DOMINGO ORDINARIO

(Malaquías 3:19-20; II Tesalonicenses 3:7-12; Lucas 21:5-19)

Como toda guerra la de Irak se llena de atrocidades. El lunes se contó esta historia en el servicio de noticias católicas “Zenit”. La mujer cristiana era profundamente acongojada. Las compañeras de su hija, que tenía sólo quince años de edad, dijeron que la muchacha fue secuestrada. Entonces esperaba con su esposo la llamada pidiendo rescate. Cuando vino, la mujer dijo al secuestrador que le pagarían cuanto quisieran para salvar a su hija. Pero el criminal respondió que no quería dinero. Más bien, quería quebrar su corazón. Dentro de poco se encontró el cuerpo de la muchacha violada varias veces y mutilada.

La persecución de los cristianos en Irak y a través del medio oriente sigue con ferocidad. Hace dos semanas más que sesenta católicos perdieron sus vidas cuando unos extremistas de Islam tomaron poder de su iglesia en Bagdad. Por eso, muchos cristianos de la región están huyendo sus tierras. En el año 1900, veinte por ciento del medio oriente era cristiano. Ahora se calcula que la proporción ha bajado a menos que dos por ciento.

Aunque sea que la mayor población permite la “limpieza étnica” de cristianos, es cierto que aquellos criminales culpables de las masacres están traicionando su propia religión. Según una experta, el profeta Mohamed enseñó la necesidad de la circunspección en la guerra. Dice ella que practicaba tal virtud en sus batallas con los paganos en Arabia y escribió de ella en el Corán. Añade la experta que el término jihad, a veces traducido como “guerra santa”, en realidad es la lucha para el control sobre sí mismo. Podemos concluir que los verdugos de los inocentes se aprovechan de Islam como cubierta para esconder la ignominia de sus crímenes.

En el evangelio hoy Jesús advierte que sus discípulos enfrentarán la persecución. Es el lado oscuro de comprometerse con él que va a colgar en una cruz. Nuestras hermanas e hermanos en Irak padecen la forma más aguda de esta inevitabilidad pero nosotros también la encuentran. Para la mayoría de nosotros la persecución nos llega por nuestros propios deseos. Porque deseamos que todo vaya según nuestra voluntad, sufrimos cuando nos demos cuenta de que la realidad es diferente. Sentimos perseguidos cuando tenemos que pagar impuestos. Estamos ofendidos cuando aprendemos que la ley natural prohíbe el uso de anticonceptivos. Y nos alteramos cuando quedamos detenidos en el tránsito.

Jesús promete que aquellos que mantienen la fe enfrentando la persecución no se perderán. Como dice, “No caerá ningún cabello de la cabeza de ustedes”. Significa que van a heredar el reino de Dios por su fidelidad. En las dificultades cotidianas nosotros también podemos merecer la vida eterna con la gracia del Espíritu Santo. Sometiéndonos a la voluntad de Dios, aprendida por el estudio y la experiencia, nos hacemos tanto pacientes como pacíficos.

Tan esperanzador como sea esta promesa de la vida eterna, en muchos casos no va a consolar a los padres cuya hija ha sido asesinada en la persecución. Necesitan nuestro apoyo sincero y continuo para aguantar el dolor. Podemos ofrecer a las víctimas de violencia en Irak nuestras oraciones y, tal vez, nuestra insistencia ante el gobierno norteamericana. Después de todo los Estados Unidos puede influenciar a otras naciones que hagan más esfuerzos para proteger a su gente.

Hace algunos años los menonitas de Pennsylvania mostraron la fe bajo la persecución. Después de padecer el disparar de diez de sus niñas dejando a cinco muertas, los padres negaron a traicionar su religión. Más bien, estaban pacientes y pacíficos, como dice Jesús, ante la violencia. Extendieron a la familia del asesino, que había tomado su propia vida, la simpatía y el perdón. “No caerá ningún cabello de sus cabezas”.

El domingo, 7 de noviembre de 2010

XXXII DOMINGO ORDINARIO

(II Macabeos 7:1-2.9-14; II Tesalonicenses 2:16-3:5; Lucas 20:27-38)

Que pensemos en un boxeador joven. Aunque muestra el talento, no le dejan pelear con los mejores en su división al principio. No, siempre le dan combates con peleadores de la segunda clase hasta que aprenda cuando atacar y cómo recibir un golpe. Sólo con alguna experiencia, irá a Nueva York o Las Vegas para competir para el título. En el evangelio hoy, vemos a Jesús en Jerusalén en un sentido luchando para un título. Él se hará el Salvador del Mundo.

No dice la lectura pero en el evangelio según san Lucas Jesús ya ha entrado en la ciudad de Dios. Jerusalén ha sido su destino desde un poco después de su Transfiguración. Entonces Moisés y Elías le hablaron de la pasión, muerte y resurrección que iba a sufrir. Ahora en Jerusalén Jesús mostrará al mundo el amor de Dios Padre por permitir las manos de hierro de pecado agarrar su propia vida. Es un poco como sentimos nosotros cuando tenemos que defender la vida de los no nacidos delante de personas convencidas de la legalidad del aborto y la nulidad de embriones.

Podemos imaginar las farsas que nuestros adversarios nos echarán. Dirán algo como, “Si se hacen embriones con las espermas de un hombre y siete diferentes mujeres, de quienes una es su esposa, ¿todos los embriones tienen el mismo derecho de la herencia una vez que muera la esposa? O ¿es que el embrión hecho del hombre y su esposa tiene más derecho que los otros seis?” Así los saduceos, un partido religioso que no cree en la resurrección de los muertos, tratan de burlarse de Jesús. Quieren despreciar su doctrina de la resurrección de la muerte por proponer un ejemplo ridículo. Hablan de una mujer casada con siete hermanos seguidos y preguntan, “’cuando llegue la resurrección, ¿de cuál de ellos será esposa la mujer…?’”

Fácilmente Jesús rechaza el ataque con dos tipos de razonamiento. Primero, les carga con una falta de conocimiento por pensar que exista el matrimonio en el cielo. Entonces, les critica por no apreciar las Escrituras que insinúa la vida eterna de los patriarcas de Israel. Deberíamos emular a Jesús con los dos modos de defensa. En el caso de los embriones podríamos decir que el embrión tanto como el feto es un ser digno de la protección porque tienen la constitución básica para calificarse como humano. También la Biblia describe a Dios cuidando a los hombres y mujeres en los senos de sus madres (Salmo 71:6, Isaías 42:2, Jeremías 1:5, etcétera).

Nosotros católicos traicionamos la misión de Jesús para hacer discípulos cuando nos ignoramos de la fe. A veces no podemos responder aun a nuestros hijos cuando regresan de la escuela con preguntas y dudas. Pero, como decía el papa Juan Pablo II, no hay nada de temerse. Podemos profundizarnos tanto en la fe como en el conocimiento. Sí, para realizarlo tendremos que dejar el partido de fútbol o la conversación telefónica. Pero el estudio tiene un premio valiosísimo además de defendernos de los burladores de la religión. Resulta en un mejor conocimiento de Jesús a quien esperamos encontrar en la resurrección de la muerte.