El domingo, 5 de mayo de 2024

SEXTO DOMINGO DE PASCUA

(Hechos 10:25-26.34-35.44-48; I Juan 4:7-10; Juan 15:9-17)

El evangelio y la segunda lectura hoy tocan un tema central de nuestra fe.  Creemos que Dios nos ha creado por el amor y quiere que amemos en torno a Él y a los demás.  Pero en el mundo a menudo se habla del amor en modos que no edifican.  Por eso, vale la pena preguntar: ¿qué tipo del amor que Dios quiere de nosotros?  Y ¿cómo podemos distinguirlo de los tipos de amor indignos?

Podemos comenzar con la primera lectura de los Hechos de los apóstoles.  Pedro bautiza a los no judíos cuando los ve mostrando los efectos del Espíritu Santo.  En esta ocasión el Espíritu mueve la casa de Cornelio hablar en lenguas desconocidas proclamando la grandeza de Dios.  Tan reveladora que sea esta muestra del Espíritu, con más frecuencia se ven sus efectos en el amor sacrificial.  San Pablo dice en su Primera Carta a los Corintios que el amor sacrificial es más perfecto que cualquiera otra dote del Espíritu Santo.

En el evangelio Jesús da cuenta de este amor sacrificial.  Está con discípulos cenando por la última vez antes de su muerte.  Acaba de lavar sus pies, y ahora está en medio de explicar el significado de esta acción sorprendente.  Dice que lo hizo por el medio del amor con que el Padre ama a él.  Ha puesto a sus discípulos en el mismo nivel que ocupa él.  No más son siervos; en adelante son sus amigos.  Como personas íntimas con él, Jesús dará su vida por ellos.  Como respuesta a este amor, les pide que sean listos a hacer lo mismo por él y por uno y otro.

Por el Bautismo nosotros estamos incluidos en este círculo de amigos de Jesús.  Él murió en la cruz para que tengamos la libertad de pecado y el destino de la vida eterna.  Como herederos de estos dones, estamos también obligados a estar listos de hacer semejantes actos del amor sacrificial.  Vemos este amor en los actos heroicos de los santos.  San Maximiliano Kolbe, un franciscano, dio su vida para salvar la de un padre de familia en un campamento de concentración durante la Segunda Guerra Mundial.  Luego de los nazis escogieron al hombre como chivo expiatorio, el santo entregó su vida en su lugar.  Santa Gianna Berreta Molla escogió arriesgar su propia vida para salvar la criatura en su útero infectado por un fibroma.  Como resultado, dio luz a su cuarto hijo, pero murió de complicaciones contractadas cuando se le quitó el fibroma. 

El amor sacrificial se encuentra en actos caritativos hechos todos los días.  San Pablo describe con la fineza estos actos a los corintios: “El amor es paciente, es servicial; … no es envidioso, no hace alarde, no se envanece, no procede con bajeza, no busca su propio interés, no se irrita, …” (I Cor 13,4-5).  Aquellos miembros de la parroquia que visiten prisiones, hospitales y asilos de ancianos en los asilos demuestran este tipo de amor.

Hay otro tipo de amor siempre corriente.  Es inferior al amor sacrificial porque busca el placer ilícito, no el verdadero bien de su amada.  El placer ilícito refiere a la unión de parejas no casadas.  A pesar de que la sociedad no más censura este tipo amor, ello ofende el plan de Dios.  Como describe el primer libro de la Biblia, Dios creó el varón y la mujer para hacer una sola carne y así multiplicarse, someter la tierra y cuidarla.  Cuando una persona desconoce la voluntad de Dios, no solo quiebra un mandamiento sino también enrede a su pareja en pecado.

Dios nos fortalece con su Espíritu para que amemos en verdad.  El Espíritu es nuestro simplemente por pedirlo.  Cuando pedimos cosas específicas, no siempre las recibimos porque Dios tiene otra cosa en mente para nosotros.  Pero nunca nos privará del Espíritu Santo precisamente porque el Espíritu nos ayuda para amar en el mejor sentido. 

 

El domingo, el 28 de abril de 2024

EL QUINTO DOMINGO DE PASCUA

(Hechos 9:26-31, I Juan 3:18-24; Juan 15:1-8)

Jesús es reconocido ahora como en su tiempo como contador de historias.  Como sabemos todos se llaman sus historias “parábolas”, que significa comparaciones.  Jesús podía comparar los conceptos espirituales con cosas cotidianas para ayudar al pueblo entender sus significados. 

Las parábolas más ricas como “el Buen Samaritano” aparecen en el Evangelio de Lucas.  Encontramos las parábolas más sencillas como el sembrador en Mateo, Marcos, y Lucas.  Pero ¿qué pasa con el Evangelio de Juan?  ¿Hay parábolas en ello?

Sí hay, pero son expresadas de manera diferente.  En lugar de contar la historia del pastor que deja las noventa y nueve ovejas para buscar la descarriada, Jesús dice en el Evangelio según Juan: “Yo soy el Buen Pastor”.  Tenemos otra parábola así en el evangelio hoy.  En lugar de hablar de la necesidad de dar buen fruto como dice en los otros evangelios, Jesús dice en Juan: “'Soy la vid, ustedes los sarmientos; el que permanece en mí y yo en él, ese da fruto abundante …’”’

No es que solo por mantenerse en Cristo que nosotros, sus discípulos, produzcamos mucho fruto.  Jesús añade que los sarmientos tienen que ser podados por el Padre.  Eso es, somos formados con la palabra de Dios, las Escrituras, para que nuestras obras sean productivas.  Santa Catalina de Siena, cuya fiesta se celebra mañana, puede ayudarnos aquí con su profunda comprensión de la vida espiritual.  Aunque tuvo que enseñarse a sí misma como leer, ella conoció bien las Escrituras.  En su libro El Diálogo Catalina nos prescribe tres virtudes derivadas de las Escrituras con que somos podados para llevar fruto en abundancia.

En primer lugar, según Catalina, los discípulos de Cristo tienen que cultivar el amor sacrificial o la caridad.  Jesús dice al joven rico que tal amor para Dios y para los demás es el camino a la vida eterna.  Catalina, siempre inventando sus propias parábolas, compara la caridad con la vida del árbol.  Dice ella que sin esta vida el árbol no produce nada de fruto, solo la muerte. 

La caridad a menudo aparece como la paciencia que sufre sin reclamar recriminaciones.  El alma que practica la paciencia es unida con Cristo quien sufrió la muerte en la cruz sin murmurar contra sus perseguidores. Dice la Primera Carta de Pedro: “Cuando era insultado, no devolvía el insulto, y mientras padecía no profería amenazas; al contrario, confiaba su causa al que juzga rectamente” (I Pedro 2,23).

¿Cómo cultivamos el amor sacrificial?  Catalina expresa la convicción que la humildad es la tierra alrededor del árbol del alma que nutre el amor.  Es la segunda virtud necesaria para producir buen fruto. La humildad conoce a sí misma como nada sin Dios y reconoce a Dios por su bondad superabundante.  Como escribe San Pablo a los corintios: "...llevamos este tesoro en vasos de barro, para que aparezca que la extraordinaria grandeza del poder es de Dios, y que no viene de nosotros" (II Corintios 4,7).

Sería difícil encontrar a alguien con más humildad que Santa Catalina misma.  Frecuentemente confesaba que sus pecados fueron suficientes para enredar al mundo entero en la injusticia.  Rezaba: “¡Oh Padre eterno! a ti acudo reclamando que quieras castigar mis ofensas en este tiempo limitado, y, puesto que soy causa de las penas que debe sufrir mi prójimo, te pido benignamente que las quieras castigar en mí”.

La discreción, la tercera virtud necesaria para producir fruto abundante, sabe qué cosas se deben a Dios, al yo, y a los demás.  Sin esta discreción – dice Dios en El Diálogo – el alma se perdería en el orgullo robando Dios de su honor y poniéndolo a sí misma.  Según Catalina, la discreción indica que tenemos una deuda de cinco partes a nuestros prójimos: el afecto de la caridad, la humilde y continua oración mutua, la doctrina, el buen ejemplo de la vida santa y honesta, y el consejo y ayuda para alcanzar la salud de su alma.  Al menos el segundo ítem en la lista nos recuerda de las palabras a San Pablo en la Carta a los Romanos: “Con nadie tengan otra deuda que la del amor mutuo” (Romanos 13, 8).

Procurar la caridad, la humildad, y la discreción es pedir mucho de nosotros. Pudiéramos preguntar: ¿por qué queremos producir fruto bueno?  La respuesta viene de Dios en la misma obra El Diálogo: Este árbol (el alma cuya vida es la caridad nutrida con la humildad y utilizando la discreción) "hace subir hasta mí olor de gloria y alabanza a mi nombre, porque en mí tiene su principio, y de aquí llega a su término, que soy yo mismo, vida perdurable, que no puede serle quitado si él no quiere".

El domingo, 21 de abril de 2024

CUARTO DOMINGO DE PASCUA

(Hechos 4:8-12; I Juan 3:1-2; Juan 10:11-18)

Como siempre las lecturas de la misa hoy son interesantes.  Digo “siempre” porque son la “palabra de Dios” que nos instruye, conforta, y reta.  Las tres lecturas ahora tienen que ver con nombres.  En la lectura de los Hechos de los Apóstoles Pedro dice que el enfermo se curó “en el nombre de Jesús de Nazaret”.  El evangelio reporta que Jesús le da a sí mismo el nombre del “Buen Pastor”.  Y la segunda lectura el presbítero Juan llama a sí mismo y la comunidad que tiende “hijos de Dios”.  Vale investigar la relevancia de estos nombres a nuestras vidas hoy en día.

En la Biblia se supone que un nombre revela la esencia de la persona. Abraham, recordamos de una lectura hace algunos domingos, quiere decir “padre de muchas naciones”.  Eventualmente por Jesucristo Abraham se ha hecho el patriarca espiritual de gentes en todas partes del mundo.  Es apto que el nombre del Hijo de Dios es “Jesús”, derivado de “Josué” que significa “salvador”.  Jesús salva al mundo de sus pecados.

Sin embargo, los discípulos reconocen en Jesús más que un salvador.  Ellos tratan el nombre “Jesús” con el respeto que los judíos reservan para Dios.  Recordamos cómo Dios reveló su nombre a Moisés en el arbusto ardiente como “Yo soy quien soy”. Según los teólogos medievales, este nombre indica que Dios es fuente de todo ser.  Por dos mil años los rabinos han dicho que este nombre es tan sagrado que no se deba hablarlo con la voz.  Por eso, los judíos siempre sustituyen el nombre bíblico para Dios con algo más cotidiano como “el Señor”. 

En su Carta a los Filipenses San Pablo dice que “al nombre de Jesús se doble toda rodilla en el cielo, en la tierra y en los abismos” (Fil 2,10).  Esta frase indica que desde solo unos pocos años después de la crucifixión, los cristianos lo consideraron de la misma estatura de Dios.  El hecho de que los primeros cristianos bautizaron “en el nombre de Jesús” también indica su transcendente importancia.

Llamando al nombre de Jesús, los apóstoles hicieron proezas como curar al paralitico en la lectura hoy.  También se ha observado que la única vez en todo el NT que se usa el nombre “Jesús” sin ningún otro apelativo ocurre en la crucifixión según San Lucas.  Todos recordamos como el llamado “buen ladrón” dice al Señor: “Jesús, acuérdate de mí cuando vengas a establecer tu Reino”.  Y recibe la respuesta tal vez más tranquilizadora en la entera historia humana: “Yo te aseguro que hoy estarás conmigo en el paraíso”.

En el evangelio Jesús se pone a sí mismo otro nombre, el “Buen Pastor”.  Este nombre sugiere que Jesús daría su vida para salvar a su pueblo de los merodeadores.  Por supuesto, hizo exactamente esto.

En la segunda lectura, el presbítero Juan propone un nombre para sus lectores.  Dice: “Hermanos míos, ahora somos hijos de Dios…”  Deberíamos considerar a nosotros partes de esta familia.  Somos hechos “hijos de Dios” por ser bautizados en el nombre del Padre, Hijo, y Espíritu.  Como los otros hijos de Dios, estamos destinados a ser semejantes a nuestro hermano mayor, Jesús.  Y como él, no deberíamos tener ningún reacio pedirle ayuda a Dios: Padre, Hijo, o Espíritu Santo. 

Tal vez tengamos dificultad creer durante este tiempo de la autoafirmación.  Las preocupaciones con el yo a menudo ciegan a uno al Dios.  Tenemos que llamar a Dios para ayudarnos ver más allá que el destello de oro y la fantasía de autoimportancia.  También es posible que estemos agobiados con preocupaciones de enfermedad o falta de recursos.  Asimismo, tenemos que llamar a Dios por nombre.  Sea “Padre”, “Jesús”, o “Espíritu Santo” Dios siempre es listo de atender nuestras súplicas.

El domingo, 14 de abril de 2024

TERCER DOMINGO DE LA PASCUA

(Hechos 3.13-15.17-19; I Juan 2:1-5; Lucas 24:35-48)

Tal vez ustedes hayan percibido cómo no se usa el Antiguo Testamento en las misas durante el tiempo pascual.  La Iglesia destaca lecturas de los Hechos de los Apóstoles en las misas del resto del año aparecen lecturas del Pentateuco, los profetas, o los otros escritos del Antiguo Testamento.  

La lectura hoy enfoca en la predicación de los apóstoles.  Pedro y Juan acaban de curar a un paralítico.  La gente queda asombrada con el milagro cuando Pedro toma la palabra para explicar cómo pasó.  Bajo la influencia del Espíritu Santo, habla con audacia.  Dice que la cura fue hecha en el nombre de Jesús a quien ellos entregaron al verdugo.  Entonces modera su tono con un pretexto.  Dice que los judíos no sabían lo que estaban haciendo cuando exigieron que Pilato condenara a Jesús a la muerte.

No obstante, los judíos todavía tienen que arrepentirse. Pedro dice, en efecto, que era su orgullo que no les permitió reconocer lo que estaban haciendo.  Su confianza exagerada en sus líderes les impidió ver la verdad que Jesús enseñaba y la bondad que mostraba. Pudiera haber dicho también que no resistieron el deseo para la violencia, que queda en el corazón humano como un impulso primitivo.  La llamada de Pedro a la conversión incluye las decenas de modos en los cuales los hombres fallan a cumplir la voluntad de Dios: la falta de respeto a Dios, la avaricia, la lujuria, la mentira, etcétera. 

Tenemos que escuchar el sermón de Pedro como dirigido a nosotros tanto como a los judíos.  Aunque tenemos al Espíritu Santo para ayudarnos, a veces fallamos.  Las atracciones de fortuna y fama que vemos en los criminales más perniciosos como Pablo Escobar o las escandalosas estrellas de Hollywood nos impulsan a traicionar las virtudes que nuestros madres y padres nos enseñaron.  En lugar de obedecer la voz de Dios en nuestras conciencias, la ignoramos. Pensamos que somos limitados solo por la ley civil y, aun con esto, por la capacidad de la policía de capturar a nosotros haciendo algo criminal. 

La llamada de Pedro no es diferente de la de Jesucristo.  Ninguno de los dos está amenazándonos con los fuegos del infierno.  Más bien ambos quieren que conozcamos la misericordia infinita de Dios.  Jesús no va a regañarnos por haber pecado sino regalarnos por haber discernido la luz de la verdad.  Sí es cierto que aquellos que insisten que no les importa Dios, van a ser dejado en las tinieblas.  Allá experimentarán el remordimiento de haber escogido la fantasía del engrandecimiento del yo al amor de Dios.  Pero la verdadera lástima es lo que se les extrañará.

San Agustín vivía por sí mismo hasta que un día encontró la verdad en una Biblia.  Por casualidad abrió el libro a donde Pablo escribe: "...basta de excesos en la comida y en la bebida, basta de lujuria y libertinaje, no más peleas ni envidias. Por el contrario, revístanse del Señor Jesucristo, y no se preocupen por satisfacer los deseos de la carne".  Más tarde Agustín tenía que admitir cómo apenas logró el mejor tesoro de la vida.  Escribió en sus Confesiones: "¡Tarde te amé, Hermosura tan antigua y tan nueva, tarde te amé! Y tú estabas dentro de mí y yo afuera, y así por fuera te buscaba; y, deforme como era, me lanzaba sobre estas cosas hermosas que tú creaste…Me llamaste y clamaste, y quebrantaste mi sordera; brillaste y resplandeciste, y curaste mi ceguera; exhalaste tu perfume, y lo aspiré, y ahora te anhelo; gusté de ti, y ahora siento hambre y sed de ti; me tocaste, y deseé con ansia la paz que procede de ti".

Tal vez no somos tan grandes pecadores como San Agustín en su juventud.  Pero es cierto que la mayoría de nosotros pensamos demasiado en nosotros que olvidemos de la bondad de Dios.  Tenemos que arrepentirnos de este orgullo para conocer su amor.