Homilía para el Domingo, 2 de noviembre de 2008

La Solemnidad de Todos Fieles Difuntos, 2 de noviembre de 2008

(Juan 6:37-40)

Ahora en noviembre los vientos fríos han comenzado a soplar, al menos en las tierras norteñas. Los árboles se han deshojado dejando los campos desnudos de gloria. La muerte está en el aire, y algunos la sienten en sus huesos. No tienen la energía como antes para trabajar todo el día y divertirse muy noche. Muchos conocidos de tiempos pasados – parientes, maestros, aún compañeros – han partido de la tierra. Además el mundo contemporáneo con sus miles de invenciones les deja perdidos como si se levantaran en la mañana en un país lejano y exótico. Para esta gente la muerte no parece mal.

De hecho, para ellos la muerte se ha hecho el justo fin para un partido bien jugado. Han vivido por la mayor parte por sí mismos dándose poco y tomando bastante. Han criado familia y han tenido empleos con algún éxito. Sin embargo, no han dejado sus caprichos – sean grandes como tener a otra mujer (u otro hombre) o pequeños como echar mentiras para evitar conflictos. Sienten orgullosos porque, como dice la canción, han hecho todo “en mi propio modo.” Aún la religión se les volvió en una manera de expresar el yo observando sólo las costumbres que les convienen.

En el evangelio Jesús nos propone un alternativo modo de vivir. No hacemos lo que queramos nosotros sino lo que quiere él. Ponemos el bien de los demás, particularmente de nuestras familias, antes nuestra comodidad. Siempre decimos la verdad porque él es la Verdad que nos hace libres. Nos hacemos discípulos de Jesús, y como suyos, Jesús nos ofrece otro destino. Nuestra vida no tendrá fin como un partido de fútbol pero seguirá el sendero de su resurrección. Nos cuesta contemplar este propósito pero tiene que ver con un reino sin penas ni lágrimas. En este reino encontraremos la felicidad de una fiesta con comidas exquisitas, vinos finos, y música alegre.

Rezamos ahora en el Día de los Fieles Difuntos por aquellas personas que hayan muerto sin haber elegido definitivamente a Jesús. Ciertamente esta porción de la humanidad embarca a nuestros conocidos con quienes queremos compartir la alegría que Jesús ha proporcionado para los suyos. En primer lugar, levantamos nuestras voces por nuestros familiares y amigos. Pero no olvidamos a los extranjeros y desconocidos. De hecho, porque queremos ser completamente de Jesús, nuestras oraciones incluyen súplicas por nuestros enemigos. De esta manera, Jesús nos reconocerá como suyos. De esta manera, entraremos en su fiesta.

Homilía para el Domingo, 26 de octubre de 2008

El XXX Domingo Ordinario

(Éxodo 22:20-26)

El hombre habló con toda seriedad. Dijo que estaba agradecido que no vivió en el tiempo del Antiguo Testamento porque no podía aguantar un Dios vengativo. Escuchando la blasfemia, el predicador se estremeció como si fuera un micrófono mal ajustado. “No, Señor,” quería decirle, “Dios siempre es amoroso; es nuestro aprecio de Su bondad que cambia.” En la primera lectura hoy el libro de Éxodo muestra el extenso de esta bondad.

Dios cuida no sólo a los ricos que pueden ofrecerle sacrificios de bueyes sino también a los más necesitados. Él manda a Su pueblo en la lectura, “’No hagas sufrir ni oprimas al extranjero…” Se preocupa por el extranjero porque vive lejos de su patria sin familia a mano para socorrerlo en necesidad.

Ahora en la edad de la globalización extranjeros de tierras pobres están entrando los países ricos a través del mundo. Muchos de estos inmigrantes no tienen el permiso de los gobiernos anfitriones a quedarse. ¿No es que este mandamiento nos exija a tratar a los extranjeros como personas de dignidad? Claro que sí. No deben estar explotados por su trabajo, mucho menos por favores sexuales que a veces los patrones exigen. Los obispos de los Estados Unidos recomiendan que se les de la posibilidad de obtener la ciudadanía. Es una cuestión complicada, pero es cierto que como personas humanas los extranjeros no deben estar tirados del país como llantas gastadas a la baldía.

El Señor también advierte a Su pueblo acerca de la usura. Eso es, la práctica de aprovecharse de la extrema necesidad de los pobres por prestarles dinero a tasas muy altas. Recientemente ha aparecido una forma de usura particularmente dañina. Los bancos han prestado dinero por comprar casas a personas que no tienen mucha posibilidad de repagarlo. Esta irresponsabilidad ha resultado en la ejecución de tantas hipotecas que se haya puesto en precaria toda la economía. Por lo tanto, Dios que ama a todos y quiere una sociedad próspera desfavorece este tipo de préstamo.

El amor de Dios no ha cambiado del tiempo de la Alianza Antigua al tiempo de la Alianza Nueva. Sin embargo, podemos decir que Su amor se nos ha acercado explícitamente con Jesucristo. El vino al mundo para llenar nuestros corazones con la gracia del Espíritu Santo. Ahora más que nunca podemos tratar a los pobres y extranjeros con la justicia. Ahora más que nunca podemos ver a nosotros mismos como Su pueblo destinado a Su gloria.

Homilía para el Domingo, 19 de octubre de 2008

Homilía para el XXIX Domingo Ordinario, 19 de octubre de 2008

(Mateo 22:15-21)

Cuando Jesús enviaba a sus discípulos a predicar, les dio algún consejo. Dijo, “Sean…sagaces como serpientes, y sencillos como palomas.” En el evangelio ahora, vemos a Jesús poniendo en práctica aquellas palabras.

La junta de los fariseos con partidarios de Herodes presagia problemas por Jesús. Es una alianza tan rara como una de leones y hienas. Las palabras de la conspiración tienen un matiz venenoso. Cuando dicen, “…sabemos que eres sincero y enseñas de verdad,” la doblez gotea como agua de un vaso de hielo. Entonces, le preguntan al Señor acerca del tributo odiado del César.

Jesús se percata del peligro enseguida. No responde a sus adversarios con semejante doblez sino sencilla y directamente. “Hipócritas,” los llama con nadie atreviéndose a corregirle. Entonces, Jesús muestra la sagacidad. Les pide a ellos la moneda para pagar el tributo. El hecho que él no la lleva indica a todos que él no tiene nada que ver con el impuesto. Cuando manda, “Den…a César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios,” Jesús elude la trampa. Porque no explica lo que es del César y lo que es de Dios, no crea el sospecho ni del pueblo ni de las autoridades. Entretanto, los Fariseos y los Herodianos tienen que aclarar el porqué de su llevar la moneda del tributo.

Nos quedamos hasta hoy con la pregunta, ¿qué es de César y qué es de Dios? Las respuestas realmente no son difíciles, al menos a nombrar. A César, eso es, al estado, nuestro deber incluye la obediencia de leyes, el pago de impuestos, la participación en la defensa de la nación, y la votación.

A Dios debemos todo porque Él nos ha dado la vida y todo que tenemos. Referente a los deberes al estado, por Dios los cumplimos no sólo con el acatamiento sino también con el esmero. Obedecemos las leyes dándonos cuenta que la sociedad requiere el orden. Pagamos los impuestos concientes de que sin nuestra cooperación el presente está disminuido y el futuro está en precaria. Defendemos la nación pero sin ninguna pretensión de hacer daño no necesario ni de aprovecharnos del uso de las armas. Y votamos con la conciencia siempre cuestionando cuál candidato o cuál ley es más beneficioso para toda la sociedad, especialmente a los más vulnerables.

Homilía para el Domingo, 12 de octubre de 2008

El XXVIII Domingo Ordinario

(Mateo 22:1-14)

Al medio del mercado en Nairobi, Kenia, se vende ropa. Aunque los vestidos, camisas, y pantalones son de calidad, se dan por precios rebajados. De hecho, los precios son tan baratos que están llevando a la bancarrota la industria de prendas de vestir en el país. La ropa que se vende en el mercado es usada, eso es, de segunda mano, pero lleva marcas como Nike y Levis. Este fenómeno de vender ropa usada por precios cómodos se duplica en todas partes.

Cuando escuchamos la historia del convidado sin traje de fiesta, no debemos preocuparnos que él no tiene nada buena de ponerse. Tanto como hay buena ropa disponible a todos en el mundo actual, también el convidado de la parábola puede conseguirla. Pero no quiere hacerlo. Prefiere entrar la fiesta como le dé la gana aunque le muestra la falta de respeto al anfitrión. Jesús condena esta actitud desafiante.

Sin embargo, el propósito de Jesús no es criticar la mala etiqueta de algunos tunantes. No, hay una cuestión más al fondo aquí. Por hablar del traje de fiesta en el banquete de boda Jesús significa que los convidados al banquete celestial tienen que llevar consigo obras buenas. Como en el mundo a menudo se reconoce la persona por la ropa que lleva, en el cielo se reconocerá por sus obras buenas. La mujer que lleva comida a la viuda discapacitada estará tan admirada en el cielo como está ella que lleva vestidos de Calvin Klein en el mundo. El hombre que visita a los prisioneros estará tan respetado en el cielo como está él que lleva zapatos de Gucci en el mundo.

Una obra buena disponible para todos los ciudadanos de los Estados Unidos ahora es votar con la conciencia. Tenemos que elegir a gobernadores y legisladores con el bien común en cuenta, no nuestro propio bien. Queremos líderes con carácter sólido, con la capacidad de efectuar la justicia, y con posturas morales en las cuestiones políticas. Jamás deberíamos seleccionar a candidatos por sólo una cuestión, sea algo tan importante como el cuidado médico o algo tan superficial como un nuevo estadio de fútbol. Sin embargo, tenemos que hacer prioridades entre las cuestiones dando más atención a aquellas que lleva mayor peso.

No existe cuestión política más significativa en nuestro tiempo que el aborto. La política permitiendo el aborto ha causado decenios de millones de muertes en este país. Los victimas son seres humanos completamente inocentes. También, porque se usa el aborto como un tipo de control de natalidad, en muchos casos la tolerancia del aborto fomenta la promiscuidad. Si votamos en las elecciones ahora próximas, tenemos que sopesar mucho la postura de los candidatos en el aborto. Sí, es una consideración aleccionadora. Pero es cierto. Tenemos que sopesar mucho la postura de los candidatos en el aborto.

Homilía para el Domingo, 5 de octubre de 2008

El XXVII Domingo Ordinario

(Mateo 21:33-43)

El propietario planta su viñedo con cuidado. Que hagamos hincapié en “cuidado.” Con tanta fineza Dios ha creado el mundo y todos sus contenidos. Sobre todo, ha demostrado la destreza en formar a los seres humanos. Somos su obra maestra. Si Dios fuera pintor, nosotros seríamos su “Mona Lisa.” Muchos géneros de animales pueden sobrepasar los humanos en correr. Existen bacterias que pueden aguantar temperaturas de centenares de grados. Pero ninguna otra forma de vida puede reflexionar sobre sus logros y fabricar instrumentos para hacerlos más eficaces. Las capacidades de pensar y de utilizar herramientas nos hacen co-creadores con Dios, aunque socios juniores. Somos los viñadores de la parábola del evangelio de hoy a quienes el propietario alquila su viñedo.

Cuando exploramos nuestro dominio, nos quedamos con bocas abiertas. Las aguas rebosan con vida. El aire no sólo provee el respiro sino también lleva el agua a los interiores. Las plantas se arraigan en la tierra para dar de comer a los animales. Dotándonos tan ampliamente, Dios nos espera una cosecha de justicia donde todos humanos crecen sanos y fuertes. Esto es el fruto que el propietario manda a sus criados a recoger.

Desgraciadamente, nuestro producto no siempre alcance la expectativa de Dios. En lugar de conservar los recursos naturales, muchas veces hemos perdido el equilibrio ecológico. Sobrepescamos las aguas. Contaminamos el aire. Y erosionamos la tierra. El papa Juan Pablo II nombró los pecados que están deteriorando el medio ambiente: “…la avidez y el egoísmo, individual y colectivo,” dijo, “son contrarios al orden de la creación…” El papa era entre los defensores del medioambiente que, como los criados de la parábola, están desdeñados si no perseguidos. Aunque muchos están por el medioambiente con palabras, pocos se incomodan para rebajar las amenazas.

Tal pereza asesinó a Jesús que había venido al mundo para restaurar la paz entre la tierra y la humanidad tanto como entre las razas y entre las clases. Nosotros creemos que nuestros pecados causaron la crucifixión de Jesús, ¿no? Entonces, debemos incluir los pecados contra el medioambiente entre las causas de su muerte. Sin embargo, no es sólo Jesús que sienta el peso de nuestros pecados ecológicos. Siempre el abuso de la naturaleza tiene ramificaciones contra seres humanos. La contaminación del aire causa enfermedades en niños. La erosión de la tierra resulta en el desplazamiento de poblaciones, principalmente campesinos. La reducción de pescado desemboca en la más pobre nutrición para todos.

La parábola promete que el propietario sacará su viñedo de las manos de aquellos que lo descuidan. Podemos quedarnos seguros que los egoístas y codiciosos no tendrán dominio de la tierra para siempre. O cambiamos nuestros modos de vivir o la tierra va a caer en manos de otras especies. Esto quiere decir que modifiquemos nuestros hábitos para evitar el desgaste de agua, aire, y tierra. En su mensaje el papa Juan Pablo concluyó: “La austeridad, la templanza, la autodisciplina y el espíritu de sacrificio deben conformar la vida de cada día…”