El domingo, 1 de marzo


EL PRIMER DOMINGO DE CUARESMA

(Génesis 2:7-9.3:1-7; Romanos 5:12-19; Mateo 4:1-11)


Todos hemos oído del virus corona.  Este matador comenzó en China hace dos meses.  Desde entonces ha terminado la vida de más que dos mil personas.  Ahora está amenazando las poblaciones alrededor del mundo.  Por su fuerza y su alcance se puede comparar los virus como el corona con el pecado.  Al menos san Pablo describe el pecado así en la segunda lectura.

Pablo dice que por solo un hombre el pecado entró el mundo.  Tiene en mente el crimen de Adán y su mujer Eva.  De ellos el pecado ha infectado al mundo entero con la muerte.  El efecto ha sido tan devastador que nadie, ni siquiera Jesucristo, ha escapado su efecto.

Podemos ver la atracción que nos tiene el pecado en la primera lectura.  Génesis lo describe como un fruto agradable y apetecible.  Es como siempre tener nuestro propio modo para hacer las cosas.  De hecho, la esencia del pecado es poner nuestra voluntad delante de la voluntad de Dios.  Aunque tendríamos una vida tranquila siguiendo la ley divina, preferimos hacer cosas en nuestro propio modo.  La serpiente engaña a la mujer con la propuesta que ella y su hombre podrían ser como dioses.  No serían contables a nadie porque determinarían por sí mismos lo que es bueno y lo que es malo.  Algo semejante pasa cada vez que pecamos.  Cuando vemos una película que sabemos suscitará deseos lujuriosos, estamos reemplazando la voluntad de Dios con la nuestra.  Cuando regañamos a los demás por trivialidades o de manera excesiva, estamos actuando como si fuéramos dioses.

El evangelio muestra a Jesús resistiendo la tentación de hacer prioridad su propia voluntad.  Tres veces Satanás trata de hacerlo caer.  Cada tentación propone cosa más deseable, y cada vez Jesús la rechaza.  Primero Satanás le ofrece la oportunidad de comer después de cuarenta días de ayuno.  Pero Jesús sabe que vive por la bondad de Dios, no por su propia fuerza.  Rechaza la oferta como si fuera veneno.  Entonces el diablo quiere que Jesús pruebe la mera bondad por lo cual vive Jesús.  Le propone que se eche del parapeto del templo para ver si Dios lo salva.  Pero Jesús tiene fe profunda.  No requiere signos del amor de su Padre sino confía en ello sin ver.  Finalmente el tentador promete a Jesús el poder sobre la tierra entera.  Sólo Jesús tiene que postrarse ante él en adoración.  Jesús rechaza la promesa vacía en primer lugar porque el diablo es mentiroso.  Pero, más importante, Jesús sabe que solo Dios merece la adoración.

Hemos entrado en la Cuaresma.  Ya es el tiempo indicado para hacer sacrificios por Dios.  Si lo hacemos con consistencia, en cuarenta días emergeremos como hombres y mujeres renuevos.  Seremos más resistentes al mal no queriendo poner nuestra voluntad delante de la voluntad de Dios.  Igualmente importante, estaremos más inclinados a hacer el bien por los demás.  En otras palabras seremos justo como Jesús.

El domingo, 23 de febrero de 2020


EL SÉPTIMO DOMINGO ORDINARIO

(Levítico 19:1-2.17-18; I Corintios 3:16-23; Mateo 5:38-48)

Se considera Abraham Lincoln el presidente estadounidense más cumplido.  Guió la nación por la gravosísima crisis de la guerra civil.  Más impresionante aún lo hizo con un sentido de compasión para sus enemigos.  En los últimos días de la guerra pidió una paz “con la malacia para ninguno y con la caridad para todos”.  No iba a exigir tributo de los derrotados.  Más bien quería ayudarles recuperar sus fuerzas.  Su planteamiento abarcó el mandamiento de Jesús en el evangelio hoy que amemos nuestros enemigos

Para implementar esto hemos de superar el impulso a odiar nuestros enemigos.  Cuando sentimos ofendidos, queremos repagar la injuria con aún más vehemencia.  Por eso las pandillas siguen matando al uno y el otro.  Pero Jesús quiere que sus seguidores se comporten en manera opuesta.  En lugar de maldecir a los enemigos, quiere que recemos por ellos.  Su lógica es clara pero sólo con dificultad se puede poner su mandamiento en práctica.  No obstante Jesús dice que para comprobarnos como hijos de nuestro Padre Dios, tenemos que actuar como Él. Desde que Dios ama a todos proveyendo lluvia y sol tanto a los malos como a los buenos, deberíamos imitar su bondad. 

En la primera lectura Dios no describe a sí mismo ni como bondadoso ni como perfecto.  Dice: “’yo soy santo’”.  Podemos preguntar si Jesús está cambiando el atributo más ilustre de Dios Padre de ser santo a ser amador.  Pero cuando averiguamos la cosa, descubrimos que por su santidad Dios ama al pueblo.  Por decir que Dios es santo, significamos que Él es más allá el alcance de la persona humana.  No obstante, Dios entró en una relación con los hombres.  Formó la alianza por la cual Israel prometió guardar su ley y Él protegería al pueblo.  Nunca en la historia se había oído de tal cercanía entre dioses y hombres.  Aquí tenemos la clave para contestar nuestra pregunta.  Pensábamos en la transcendencia en términos del espacio, pero en realidad tiene que ver con la cualidad de la persona.  Dios es transcendente en el sentido que es infinitivamente mejor que cualquier otro.  Nosotros nos hacemos perfectos como Dios cuando imitamos su amor.

Parece bien, pero ¿cómo vamos a asimilar el amor de Dios?  En la segunda lectura san Pablo recuerda a los corintios que son el templo del Espíritu Santo.  También somos nosotros su templo.  Este Espíritu nos capacita a amar aun los enemigos.  Una vez me dijo una mujer cómo su suegra le trataba muy mal.  Entonces la vieja se puso enferma y era la mujer maltratada que la cuidaba.  Se puede hacer este género de bondad con la gracia del Espíritu Santo.

Este miércoles entramos en la temporada de cuaresma.  Deberíamos aprovecharse de estos cuarenta días para asimilar el amor de Dios.  Queremos ayunar un poco, rezar un poco de más, y hacer esfuerzos ayudar a los menos afortunados.  Querría sugerir un ejercicio para aumentar nuestro amor a nuestros enemigos.  Que pensemos en una persona que nos ha hecho mal.  Puede ser la suegra o tal vez una maestra de escuela que no nos trataba justamente.  Recemos por esa persona cada día de la cuaresma.  No rezaremos que toque la lotería sino que venga a conocer la gracia de Dios. Será un ejercicio provechoso tanto por nosotros como por la otra persona.

El domingo, 16 de febrero de 2020

EL SEXTO DOMINGO ORDINARIO

(Eclesiástico 15:16-21; I Corintios 2:6-10; Mateo 5:17-37)


Hace veintiséis años un judío sabio escribió un libro titulado Un rabí habla con Jesús.  Su planteamiento era respetoso pero a la misma vez crítico de nuestro Señor.  Dijo que hasta un punto él podría concordar con Jesús.  Pero donde Jesús habla de cambiar la ley judía – continuó el rabí – tenía que partirse de él.  El evangelio hoy nos cuenta de la parte del Sermón del Monte en la cual Jesús desarrolla la ley.  Que lo examinemos para ver si estamos listos a acompañarlo por todo el camino. 

En este evangelio Jesús no actúa como Moisés.  No es un intermedio llevando preceptos nuevos de Dios al pueblo. Más bien reclama ser el autor de los preceptos nuevos.  Dice seis veces: “Han oído ustedes (en la ley)…pero yo les digo (el nuevo precepto)”.  No menciona tampoco la fuente de su autoridad.  No dice que "los estudios" o "los sabios" recomienden los cambios.  Simplemente declara la fórmula seis veces indicando que él mismo prescribe los desarrollos.  En otras palabras Jesús se presenta a sí mismo como Dios legislando por el bien del pueblo. 

Los desarrollos tocan a la persona en áreas de la vida muy sensibles: las emociones, las relaciones más íntimas, y la integridad personal.  En cada caso Jesús exhorta a sus discípulos que limite el yo por el bien de los demás.  La primera cosa que él manda es que controlemos el enojo.  En lugar de explotar cuando el otro hace algo que percibimos como incorrecto, que tratemos de dialogar con él o ella.  Si no podremos aprobar su acción, al menos tendremos mayor entendimiento del uno y el otro.

En lugar de mirar a otras mujeres con deseo, deberíamos pensar en ellas como hermanas.  Ciertamente quedarnos “castos con los ojos” nos reta en esta época de así llamado "liberación sexual".  Una dificultad tiene raíz en las mujeres a menudo vistiéndose para llamar atención a sus partes privadas.  Otra es que el Internet lleva sinnúmero imágenes estimulando los deseos.  Sin embargo, se debe recordar que el sexo siempre ha estimulado los hormones de modo que se resistiera sólo con esfuerzo.

Precisamente porque los deseos sexuales abundan, muchas personas se casan sin pensar bien.   Entonces descubren que sus esposos o esposas no van a traerles la felicidad que imaginaban antes.  Quieren divorciarse, pero Jesús rechaza este modo de resolver la ruptura de la relación.   Llama a las parejas para hacer sacrificios mutuos de modo que vivan juntos en la paz.  Sí, es una cruz pesada, pero llevarla no nos deja vacíos.  Más bien, como en el caso de otros grandes sacrificios, nos rinde más humildes y fuertes como Cristo.

El rechazo de Jesús de juramentos puede confundirnos.  ¿No es que juramos en la corte cuando nos llaman a dar testimonio?  Aun San Pablo menciona “Dios” para verificar sus palabras (Gálatas 1,20).  No vamos a resolver este dilema.  Pero deberíamos tomar a pecho lo que dice Jesús al final de esta sección: “’Digan simplemente sí, cuando es sí; y no, cuando es no’”.  Quiere decir que siempre digamos la verdad sin andarse con rodeos.

Jesús sigue con dos más preceptos nuevos.  Estos se tratarán en el evangelio del domingo próximo.  Pero hemos examinamos suficientes para comprender su propósito.  Jesús está enseñándonos lo necesario para vivir como auténticos discípulos suyos.  Quiere que asemejemos la perfección de Dios porque, pues, somos sus hijos e hijas.  En la segunda lectura san Pablo habla de una sabiduría divina y misteriosa.  Tiene en mente la sabiduría de la cruz que lleva al portador a la vida eterna.  Es el destino a lo cual Jesús nos dirige por prescribir los seis preceptos nuevos.  Quiere prepararnos para la vida eterna. 

El domingo, 9 de febrero de 2020


QUINTO DOMINGO ORDINARIO

(Isaías 58:7-10; I Corintios 2:1-5; Mateo 5:13-16)

El papa San Juan Pablo II llamó el Sermón del Monte “la Magna Carta de la moral cristiana”.  Quería decir que este discurso de Jesús forma la constitución básica del cristianismo.  Pone en relieve nuestros beneficios y obligaciones como seguidores de Cristo.  El evangelio de hoy completa la introducción del sermón.  Jesús ya ha mostrado a sus discípulos la meta de la felicidad con las bienaventuranzas.  Ahora nos inspira a pensar en nosotros mismos con nuevas imágenes.  En lugar de considerar de nosotros mismos como ricos y pobres o mujeres y hombres, sugiere cosas más ilustres.  Dice que deberíamos ver a nosotros mismos como la sal y la luz.

Se usa la sal en un cien modos desde saborear la comida a exorcizar al diablo.   Por llamar a sus discípulos “la sal de la tierra” Jesús quiere que seamos útiles a las demás personas.  Nos pide que vivamos haciendo obras buenas para todos.  Los voluntarios en el hospital ejemplifican bien la sal de la tierra.

Jesús sabe nuestros corazones mejor que nosotros.  Sabe de su tendencia a utilizar obras buenas para propósitos egoístas.  Por eso incluye la advertencia que no permitamos que nuestra sal vuelva “insípida”.  Nuestra sal se hace así cuando nuestros hechos llaman atención a nosotros mismos.  Va a decir mucho más sobre la corrupción de buenas obras más adelante en el sermón.

Jesús compara a sus seguidores con cosa aún más útil que la sal.  Dice que somos “la luz del mundo”.  Recordamos como Mateo describió a Jesús como la luz a la gente viviendo en las tinieblas.  Ahora Jesús dice que nosotros, sus discípulos, también tenemos que alumbrar el camino y guiar a la gente.  Siempre en este evangelio de Mateo se asocian obras buenas con la luz.  Las cinco vírgenes de quienes se dice faltan el aceite para sus lámparas realmente faltan obras buenas.  Por compararnos a una ciudad en un monte Jesús indica que colaboremos con uno y otro.  No se puede ver una sola luz de lejos, pero una ciudad de luces, sí se puede ver por millas.

En la segunda lectura Pablo recuerda a los corintios que él no vino predicando con la elocuencia.  Su propósito no era recoger dinero para sí mismo.  Más bien dejó el poder de la cruz de Cristo tomar posesión de sus almas para que él reciba la gloria.  Jesús indica la misma cosa con la advertencia a no poner la vela debajo de una olla.  Eso es, que no brillemos para glorificar a nosotros mismos.  Más bien que actuemos siempre para que Dios reciba la gloria.  

Por las bienaventuranzas y las imágenes nuevas Jesús nos presenta el patrón de su sermón.  En los pasajes que siguen él llenará este patrón con instrucciones tan retadoras como “ama a tu enemigo”.  Será una lucha llevar a cabo sus tareas.  Pero que no nos preocupemos de esto.  Además de llamarnos sal y luz Jesús nos llama sus hermanos y hermanas.  Es como si quisiera decirnos: “siempre los acompañaré en la lucha". Siempre nos acompañará Jesús.