Homilía para el domingo, 18 de noviembre de 2007

Se pueden encontrar en continuacion homilías breves para el 4, 11, y 18 de noviembre.

XXXIII Domingo del Tiempo Ordinario

(II Tesalonicenses 3:7-12)

¿Trabajamos para vivir? O ¿vivimos para trabajar? ¿Es el trabajo una vocación, una carrera, o sólo los medios para que podamos hacer lo que realmente nos importe? La segunda lectura de la misa hoy nos da materia para reflexionar sobre estas cuestiones.

La segunda Carta a los Tesalonicenses de que sacamos la lectura dice que el regreso del Señor no tendrá lugar pronto. Por eso, San Pablo exige en la lectura que toda persona imite a él trabajando por el pan que coma. No cabe duda, entonces, trabajamos para vivir. Tenemos carrera para apoyar a nosotros mismos y nuestras familias.

Según los Hechos de los Apóstoles Pablo es un fabricador de tiendas de campaña. Podemos imaginar fácilmente a Pablo en el taller de trabajo hablando con la clientela sobre Jesús e invitándole a la cena del Señor después de trabajo. De esta manera Pablo combina su carrera y su vocación para predicar el evangelio. Como San Pablo, todos nosotros somos discípulos de Cristo llamados a compartir el evangelio con los demás. Podemos desempeñar esta vocación en nuestras carreras mencionando como Jesús nos ha salvado del pecado.

Sin embargo, nuestras carreras pueden volverse en nuestras vocaciones. Cuando trabajamos con diligencia en empresas honestas, contribuimos a un mundo nuevo, el modelo para el Reino de Dios. Aunque seamos barredores de calle, nuestros esfuerzos participan en el diseño de Dios para el bien de Su pueblo. Algunos piensan en hacer ministerios dentro de la iglesia después del trabajo o cuando se jubilen del trabajo. Que nuestra meta sea hacer el ministerio todos los días que trabajemos en llevar a cabo nuestras tareas el mejor posible.

Homilía para el domingo, 11 de noviembre de 2007

XXXII DOMINGO

(Lucas 20:20-38)

Estaban estudiando la moral. El tema volvió a la asistencia a la misa dominical. "Es una obligación seria," dijo el maestro tratando de enfatizar su importancia. Pero algunas personas quedaban inquietas con esta declaración. "¿Qué pasaría si uno no asiste?" le desafiaron, “¿Comete pecado mortal?" Así encontramos a los saduceos en el Evangelio.

Los saduceos creen que sólo la Ley, los primeros cinco libros de la Biblia, contiene la palabra inspirada de Dios. Porque estos libros no se remiten a la resurrección de los muertos, los saduceos niegan su existencia. Algunos se acercaron a Jesús con voz suave, "Maestro" dicen como si quisieran aprender del Señor. Sin embargo su pregunta es como un gusano sobre un anzuelo. Intenta a burlarse de Jesús porque él cree en la resurrección.

La historia que cuentan los saduceos es una farsa. ¿Quién jamás ha escuchado de una mujer casándose con siete hermanos seguidos? Jesús les señala el error a los saduceos. Ellos tienen un concepto equivocado de la resurrección. No va a ser el placer de la cama sino la felicidad de conocer a Dios. Los resucitados no se casan porque su relación con Dios completamente cumple sus deseos.

Finalmente, Jesús les ofrece a los saduceos prueba para la resurrección del mismo Ley. Se refiere al pasaje que habla del Señor como Dios de Abraham, Isaac, y Jacob. Si estos patriarcas ya no tienen existencia, el Señor no es su protector y salvador, en otras palabras su “Dios.” Pero es patente que las Escrituras dicen que sí es su Dios. Entonces viven resucitados los patriarcas.

Homilía para el domingo, el 4 de noviembre de 2007

XXXI Domingo de Tiempo Ordinario

(Lucas 19:1-10)

Identifican a Zaqueo como “jefe de publicanos y rico.” Hoy día dirían “jefe de policía y rico.” Gana sólo $40 mil pero maneja un nuevo Mercedes el domingo y un Toyota SUV el resto de la semana. “¿Cómo puede mantener estos dos carros?” pregunta la gente. La respuesta más común es que acepta sobornos. Ya Zaqueo quiere ver a Jesús. O, más bien -- piensa la gente -- quiere verse con Jesús. Según la opinión general, como un político trata de ganar el apoyo de los católicos con una foto con el Papa, Zaqueo trata ganar el respeto de la gente por asociarse con el santo Jesús.

Pero Zaqueo no se comporta como un pudiente aquí. Sube un árbol como un niño para coger una vislumbre del santo. Al menos, se puede decir que Zaqueo tiene otros intereses en la vida que contar sus pesos.

Hemos oído que en los ojos de Dios todos somos iguales. Ciertamente a Jesús aquí no le importa que Zaqueo tenga millones. Le trata del mismo modo como nos trata a nosotros; eso es, le hace exigencias. “Zaqueo, bájate pronto,” dice el Señor, “hoy tengo que hospedarme en tu casa.” Los ricos también tienen sus deberes ante Dios. De veras, porque disfrutan de muchos recursos, los ricos tienen que preocuparse por los pobres. Los Papas hablan del “hipoteca social” que tienen que pagar al bien de todos. Aún más de los humildes los ricos son obligados por Dios.

Zaqueo se percata de estos deberes. “Voy a dar a los pobres la mitad de mis bienes,” él dice a Jesús. Pero esta porción es doble lo que requiere la Ley judía. Significa el abandono de sí mismo por una persona que ha encontrado el cumplimiento de sus sueños. Es como el hombre que vende su casa y su carro para pagar a los médicos por la operación de su querida esposa.

La proclamación de Jesús nos mueve como un temblor. “Hoy ha llegada la salvación a esta casa,” le dice a Zaqueo. No sólo está bendiciendo a Zaqueo sino también a su familia y sirvientes. Además los pobres han sido bendecidos con el dote de Zaqueo. La acción de gracias abriga a todos. La caridad no sólo pone frijoles en la mesa de los pobres sino también sosiega el corazón del donador y siembra paz en la casa.

Homilía para el Domingo, 28 de octubre de 2007

El XXX Domingo de Tiempo Ordinario

(Lucas 18:9-14)

Jesús está predicando sobre la oración. Acaba de decir a la gente que debería rezar incansablemente. Como una vieja reniega para obtener lo que le pertenece, nosotros tenemos que implorar a Dios para lo justo, lo bueno, lo necesario. En el evangelio hoy Jesús agrega un apunte sobre el planteamiento en la oración.

De todos modos no debemos orar cómo el fariseo en la parábola. Aunque rece mucho, no se humilla ante el Altísimo. Más bien, él se pone erguido como un senador en el Congreso. Aunque se le agradece a Dios por las bendiciones que disfruta, no reconoce sus propias faltas. Más bien apunta con dedo los pecados de otras personas – los ladrones, los injustos, los adúlteros, y el publicano al fundo del Templo mascullando disculpas. Aunque los modos correctos acompañan sus oraciones – el ayunar y el pagar del diezmo, evidentemente presumo que estos actos por sí mismos pueden justificarse ante Dios.

En contraste, el publicano reza como si estuviera un soldado ante el generalísimo. No pretende a acercarse al sanctasanctórum, sino queda atrás porque reconoce su poca valía ante Dios. Usa pocas palabras para no molestar a su superior con palabrería. Parece que él sabe que en comparación a Dios él es poco generoso, poco compasivo aunque comparta la mitad de cada peso que tiene con los pobres. Por tanto, sólo le pide a Dios la misericordia. Una vez Santa Teresa de Ávila, que reformaba monasterios y escribía libros, dijo que cuando muriera, no diría nada a Dios de sus logros sino que sólo se postraría a Sus pies implorando la misericordia. Ésta es la actitud que rinde justificado al publicano aquí.

Nos queda con una pregunta, ¿podemos hablar con Dios como con un amigo? ¿O es necesario que siempre golpeemos el pecho ante Él? En un drama famoso un campesino judío de Rusia conduce una plática continua con Dios. Siempre le muestra el respeto pero no falta a compartirle la gama de sus pensamientos. ¿Solamente es pretencioso este tipo de intimidad con el Señor? No creo. Dios nos invita a formar una relación con Él cada vez más cercana. Es cierto que el temor de Dios es el comienzo de la sabiduría. Pero es sólo el comienzo. Entre más conozcamos a Dios, más lo amemos como un amigo y aún como un padre. Aunque Dios siempre merece nuestro respeto no es que tengamos que estremecerse cada momento en la oración. Podemos contar con Él como si fuera nuestro mejor amigo desde la niñez con un camioncito el día en que vamos a mudarnos. Sí, Dios es nuestro amigo desde la niñez.

Homilía para el domingo, 21 de octubre de 2007

Para las lecturas del Domingo Mundial de las Misiones (una homilía para el XXIX Domingo del Tiempo Ordinario sigue)

(Marcos 16:15-20)

Una vez un misionero regresó a su patria después de muchos años en Bangla Desh. Bangla Desh es un país mayormente musulmán cuya gente casi nunca convierte al Cristianismo. Cuando le preguntaron al misionero cuántas personas convirtió él en su tiempo allá, él respondió, "ni uno." Los preguntadores quedaban atónitos. Entonces el misionero recapacitó: “Bueno,” dijo el, “hice una conversión; yo me convertí en mejor cristiano.”

Puede ser sorprendente aún escandaloso que misioneros en tierras ajenas no logran conversiones. Sin embargo, convertir a la gente no es necesariamente el primer objetivo de su ida. Sobre todo los misioneros actuales quieren llevar a todos el amor de Dios. Como siempre, el amor consiste no tanto en palabras de la boca sino en obras de servicio. Cuando las Misioneras de Caridad dan a los enfermos de SIDA en Honduras un lugar donde pueden morir con dignidad, ellos muestran el amor de Dios. Cuando la Universidad Católica de Belén abre sus puertas a todos – cristianos, musulmanes, y judíos – muestra el amor de Dios.

Por supuesto, los misioneros no deben rehusar a nadie que quiera convertirse. Creemos que la salvación viene en primer lugar por declarar la señoría de Jesucristo. Por eso, mostramos el mejor amor cuando pasemos la fe a otras personas. Sin embargo, el Espíritu Santo puede convertir los corazones de gentes sin poner el nombre de Jesús en sus labios. Por eso, en el Viernes Santo no rezamos que los judíos se conviertan en cristianos sino que consigan “en plenitud la redención.” Es una diferencia sutil pero importante para los misioneros que trabajan entre pueblos con religiones tan arraigadas como el Judaísmo y el Islam.

En este Domingo Mundial de las Misiones nos preguntamos, ¿cómo podríamos nosotros apoyar a las misiones? Dos modos se nos presentan pronto. Podríamos ayudar a las misiones con nuestros pesitos. Aunque sean de poca cantidad, multiplicados por aquellos de muchas personas nuestros aportes se hacen en una suma sustancial. Nosotros dominicos tenemos a frailes misioneros en Centroamérica y en África. De hecho, somos aquí en Mexicali como proyecto misionero. Nuestras Hermanas Dominicas de la Doctrina Cristiana han formado una misión educativa y médica en la República africana de Guinea Ecuatorial. También podríamos rezar por las misiones no sólo ahora sino todos los días. Santa Teresa del Niño Jesús se hizo la patrona de misiones porque ella rezaba constantemente por los misioneros.

Existe un tercer modo para apoyar las misiones. Podríamos hacernos misioneros. No es necesario que dejemos nuestro pueblo para cumplir este propósito. Hay muchos ancianos solos que necesitan un saludo del amor cristiano. Hay muchas muchachas andando perjudicadas por pleitos en la casa que se aprovecharían de unas palabras sensatas por una vecina. En Cristo podríamos salir a tales personas llevando el amor de Dios.


XXIX Domingo de Tiempo Ordinario

(Lucas 18)

¿Hay experiencia religiosa más básica y, a la misma vez, más misteriosa que la oración? Oramos todos los días. Oramos a Dios en la misa renovando el sentido que formamos con gentes de todas partes Su pueblo. También, oramos en privado para fortalecer nuestra relación personal con Dios. ¿Y que exactamente queremos lograr con la oración? ¿Podemos esperar que Dios cambie su disposición hacia nosotros? O ¿es nuestro propósito solamente que transformemos nuestra actitud de autosuficiencia a humildad ante el Señor del universo? Bueno, en el Evangelio de hoy, Jesús nos ayuda con estas preguntas.

Jesús nos dice con parábolas que debemos orar continuamente. Primero, cuenta de un juez lo cual “ni temía a Dios ni le importaban los hombres”. En otras palabras, hace lo que le dé la gana para beneficiar a sí mismo. Jesús no compara a Dios a este tunante. Más bien, explica que si un oficial corrupto puede cambiar su disposición ante una persona importuna, con mucho más apertura le escucharía Dios a una hija fiel.

Aunque el Señor no refiere a Dios como un juez severo, a veces nosotros lo imaginamos así. Se nos dirigimos a Él sólo con oraciones formales, careciendo de sentimiento. Pensamos que a Él no le importamos. Nos miramos a nosotros en relación con Él como muchos niños ven a sus padres padrastros. Pero esto no es el Dios que Jesús nos revela. Al contrario, Jesús nos hace un retrato de Dios compasivo como un viejo a su hijo extraviado por años, y amoroso como una mujer preparando tortillas para la mesa familiar.

El personaje central de este evangelio es la viuda. Aunque sea vieja y arrugada, a ella debemos emular. Ella no acepta la opresión pasivamente sino lucha como un comando para sus derechos. Tampoco capitula ante un funcionario tan duro como mármol, sino lo sigue molestando como un taladro con mecha de acero. Con tanta insistencia debemos orar a Dios nunca dejándonos por vencidos sino siempre creyendo que el auxilio está ya en marcha. La oración incesante nos transformará en gente sensible a la voluntad para Dios. Con este tipo de oración siempre podremos discernir su mano extendida para salvarnos, venga lo que venga.

Jesús termina su parábola con una pregunta extraña. Interroga si el Hijo del hombre va a encontrar la fe en la tierra cuando vuelva. Parece que Jesús tiene en cuenta precisamente nuestros tiempos cuando un número creciente no acude a Dios para la salvación. En lugar de ir a la misa, ellos buscan la salvación en las modas de Abercrombie y Fitch. Por eso, la pregunta de Jesús indica la mejor definición para la oración: es la fe hablando. Cuando oramos, exponemos nuestra fe en Dios como nuestra Salvador.

Homilía para el domingo, 14 de octubre de 2007

XXVIII Domingo de Tiempo Ordinario

(II Timoteo 2:8-13)

Nos levantan la cabeza. Llegan a la iglesia en sillas de rodillas y arrastrando botellas de oxígeno. No por fuerza asisten a la misa sino por fidelidad. Se parecen a Pablo hoy en la segunda lectura. Está encarcelado pero no desiste de predicar el evangelio. En lugar de proclamar a Jesucristo en el medio de una asamblea, él escribe cartas. La fidelidad es vivir la fe. Comprende un abanico de actividades más de asistir a la misa. Es poner los ladrillos con empeño en la mañana y acostar a los niños con un beso en la noche. Si se nos impide hacer una cosa, redoblamos los esfuerzos para llevar a cabo las otras.

Nos inspira ser fieles la palabra de Dios. Como dice la lectura no se puede encadenarla. Hace setenta años los Soviéticos la prohibieron y los Nazis la suprimieron. Sin embargo, hoy existen traducciones de la Biblia en 2,400 lenguajes. Pero no simplemente es la presencia e la Biblia sino su lectura que no se puede contener. Pues, reflexionando en la palabra de Dios la gente se da cuenta de su dignidad como personas. Por esta razón los campesinos de Centroamérica durante los 1970s y 1980s siempre leían su Biblia Latinoamericana a pesar de que en casos los militantes los secuestraron si los encontraron con ella.

Sobre todo la palabra de Dios explica la meta de nuestras vidas. Es cierto que todos humanos quieren ser felices. Pero ¿de qué consiste la felicidad? Algunos dirán plata en tu bolsillo o un muchacho guapo tocando tu brazo. Nosotros diremos que la verdadera felicidad – la meta de nuestras vidas -- es vivir con Dios para siempre. La Biblia nos revela que la vida no termina con el sepulcro sino mira adelante a la resurrección de la muerte. Entre tanto después de la muerte el alma sigue sin el cuerpo como a veces tarareamos la música de una canción hasta que lleguen las palabras.

No debemos ni negar ni ser infieles a Cristo. Negarlo es divorciarnos de él. Es el pecado de Pedro en la pasión de Cristo. Es el dilema de aceptar el martirio para varios cristianos antiguos, para muchos cristianos del Oriente en los siglos pasados y para unos pocos en el mundo actual. Es la razón por decir “no nos dejes en tentación” en el Padre Nuestro. Ser infiel es cosa más cotidiana y por ende más retador para la mayoría de nosotros. En el matrimonio ser infiel es andar con otra mujer u otro hombre. En cuanto a Dios ser infiel es poner la plata, el placer, el prestigio, o el poder por encima de Su voluntad.

Podemos quedarnos asegurados de una cosa. Cristo no va a ser infiel a nosotros. Por el Bautismo y aún más por la Eucaristía nos hemos asimilado en su cuerpo. Por ser infiel Jesús tendría que descuidar los miembros de su cuerpo. Sería el corredor descuidando sus pies o la pianista descuidando sus dedos. No, Cristo es tan supremo corredor y tan excelso pianista para descuidarnos. Podemos siempre contar con su apoyo.

Homilía para el domingo, 7 de octubre de 2007

XXVII Domingo del Tiempo Ordinario

(Lucas 17:1-5)

“¿Qué tiene el evangelio para mí?” querríamos preguntar. Si tú eres padre de familia, jefe de trabajo, maestra de escuela, oficial del gobierno, o ministro de la Iglesia, escucha bien. El evangelio de este domingo tiene que ver con el desempeño de tus cargos. Jesús acaba de decir que los responsables por otras personas tienen que cuidar que no les den escándalo. Si lo dan, van a terminar peor que aquellos tirados en el mar llevando una piedra de molino como collar.

Porque tienen tanta responsabilidad los discípulos vienen a Jesús pidiendo más fe. Es como los maestros exigiendo sueldos más grandes por todos sus cargos que llevan. Aunque los educadores merezcan un aumento, Jesús asegura a sus seguidores que no les falta la fe. Simplemente tienen que vivirla para ver resultados tan espléndidos como palmeras plantándose alrededor de sus casas.

Sin embargo, dudamos cuando enfrentamos dificultades. Levantamos nuestra voz a Dios pidiendo socorro y si no lo recibimos pronto, sentimos que Él no nos escucha. Aún comenzamos a interrogar si Dios existe. Una mujer, madre de familia y por toda su vida católica practicante, dice que ya no está segura que tenga la fe. Recientemente su confianza en Dios ha sido sacudida. Desde su hijo perdió su empleo el año pasado, ella ha rezado que encuentre otro. Pero el joven no sólo no ha hallado trabajo sino no ha mostrado muchas ganas en la búsqueda.

Jesús cuenta la parábola para calmar nuestros temores. Como un siervo no espera que su amo le atienda cuando regresa del campo, tampoco debemos esperar que el Señor responda rápidamente a todos nuestros deseos. No somos cristianos para que sintamos cómodos en este mundo. Más bien, creemos para que tengamos la felicidad de la vida eterna. Recientemente se ha revelado que la Madre Teresa por largos años no sentía la cercanía de Dios. Ella escribió que experimentaba las tinieblas, la soledad, y la sequedad de la duda. No obstante todas las mañanas a las cuatro y media ella se presentaba ante Dios en la capilla. Además, todos los días recogía a los más apestosos de las calles. Afortunadamente, la mayoría de nosotros no tenemos el sentido de ser completamente abandonados como la Madre Teresa. Sin embargo, como ella queremos seguir adelante en la oración y en las obras de caridad. Que sigamos adelante en la oración y en la caridad.