El domingo, el 5 de junio de 2011

La Ascensión del Señor

(Hechos 1:1-11; Efesios 1:17-23; Mateo 28 16-20)

¿Por qué celebramos la Ascensión del Señor con alegría? ¿No sería la tristeza más apropiada? Pues, el día recuerda cómo Jesús – nuestro hermano – se nos ha ido al cielo. Reside allá, no acá. Llama la atención un himno americano con un tono solemne: “Ya no escuchamos las palabras graciosas de quien habló como ningún otro.”

Una vez más, ¿por qué celebramos la Ascensión con alegría? Hay al menos tres razones significativas. Primero, el Señor se fue para establecer un hogar para nosotros. Dice Jesús en el Evangelio según san Juan, “…voy a prepararles un lugar.” Este lugar es una creación completamente nueva, como la creación del universo en el mero principio. El cielo había sido una existencia sin espacio desde que Dios y sus ángeles son puros espíritus. Pero Jesús lo ha recreado con tres dimensiones por ascenderse al cielo con su cuerpo glorificado. Ya puede acomodar a nosotros tanto corporalmente como espiritualmente.

Segundo, Jesús subió a Dios para defendernos del mal. Dice la lectura de la Carta a los Efesios que Dios Padre “puso (todo) bajo los pies (de Cristo) y a él mismo lo constituyó cabeza suprema de la Iglesia.” Ya nada puede conquistarnos porque Cristo, nuestro Señor, tiene poder sobre todo. Podemos pedirle ayuda con toda la confianza de un policía bajo fuego llamando al capitán para socorro.

Tercero, Jesús abandonó a sus discípulos con su cuerpo para arrimarse a todo el mundo con su Espíritu Santo. Aunque suena paradójica, es la verdad. Cuando estaba en el mundo en carne y hueso, Jesús era limitado. Sólo podía proclamar el reino de Dios Padre a los habitantes de Israel, no a los griegos mucho menos a los indígenas de las Américas. Pero una vez ascendido al cielo, su alcance llega a los fines del mundo. Él envía a su Espíritu para transformar a sus seguidores en proclamadores a todos los pueblos. Nuestros corazones también arden con el mismo Espíritu Santo de modo que nos hagamos en constructores del Reino. Como dice el canto, “Hombres nuevos, creadores de la historia, constructores de nueva humanidad.”

“Alegría, alegría hermanos”, cantamos con un tono solemne el domingo de Pascua. Sí, tenemos la alegría porque el Señor resucitó de la muerte y vamos a resucitar con él. Sin embargo, todavía tenemos que pasar por el terror de la muerte. Todavía tenemos que experimentar el alma arrancándose del cuerpo. Es como la Ascensión – una experiencia tanto triste como alegre. Es triste porque no escuchamos más las palabras graciosas de nuestro hermano Jesús. Es alegre porque nos acompaña Jesús con su Espíritu. Sí, Jesús nos acompaña.

El domingo, 29 de mayo de 2011

VI DOMINGO DE PASCUA

(Hechos 8:5-8.14-17; I Pedro 3:15-18; Juan 14:15-21)

Dicen los maestros de la Escritura que la Biblia no es un libro. Más bien, ¡es una biblioteca! Eso es, la Biblia se comprende de varios documentos de diferentes géneros y tamaños. Hay historias, profecías, evangelios (una invención de los cristianos), cartas, poesía, etcétera. Hacia el final de la segunda parte de la Biblia, que conocemos como el Nuevo Testamento, hay una serie de siete cartas llamadas “católicas” por una razón curiosa. Eso es porque no fueron escritas a ninguna iglesia particular como la de los corintios o la de los romanos. Más bien, se dirigieron a muchas comunidades de fe aun al mundo entero, lo que significa católica en su raíz. En lugar de los nombres de los dirigidos, las cartas católicas llevan el nombre del escritor, sea Pedro, Santiago, o Juan. Desde el primer domingo de Pascua este año hemos estado leyendo de una de estas siete cartas – la primera atribuida al apóstol Pedro.

La carta misma identifica a Pedro como su autor, pero más probable era un discípulo de Pedro que la escribió. ¿Cómo se puede decir esto? Bueno, el contexto de la carta refleja la situación de no hostilidad hacia los cristianos que existió diez o veinte años después del martirio de Pedro. No deberíamos pensar que el autor quisiera engañar a la gente sino que era la costumbre poner el nombre del líder a las obras producidas por el grupo. Es semejante a la costumbre actual de nombrar al presidente u otro dignatario como el autor de un discurso escrito por un subordinado.

Comenta el autor en la clausura de la carta que escribe de “Babilonia”. ¿Quiere decir que se coloca en lo que ya es Irak? No, a lo mejor está usando una metáfora que compara la ciudad de Roma que completamente destruyó Jerusalén en el primer siglo con Babilonia que hizo la misma cosa cinco siglos anterior. Ciertamente es lógico que la carta devenga de Roma donde Pedro murió.

El pedacito de la carta que leemos hoy exhorta a los dirigidos ser “dispuestos siempre a dar…las razones de la esperanza…” Evidentemente los cristianos están experimentando una alienación de sus paisanos por causa de su fe. Fácilmente podemos imaginar cómo los varones cristianos están cuestionados por no participar en las orgias famosas en el tiempo del imperio romano. Asimismo es muy posible que se sospechen las mujeres cristianas por no llevar comidas a los dioses. Para resistir estos impulsos la carta conseja que formen argumentos que relatan la fuente de su comportamiento. Es como responderíamos si nos piden mirar la pornografía. ¿No les diríamos “no” porque Cristo nos ha liberado del apego de estas cosas para que alcancemos a la vida eterna?

Si o no nuestros compañeros nos preguntan porque tratamos de hacer lo bueno y evitar lo malo, es cierto que estas inquietudes les preocupan a nuestros hijos e hijas. Por lo que escuchan en la calle si no en la escuela, por lo que miran en la televisión, y por lo que les ofrece el Internet, quieren saber por qué es malo el aborto y qué es malo en tener sexo si dos personas tienen afecto para uno y otro. Un hombre escribe que lo importante es crear una atmósfera de confianza para que nuestros hijos vengan a nosotros con sus dudas. Además debemos tener respuestas convincentes: En el primer caso, el aborto es tomar la vida de un ser humano, una imagen de Dios. En el segundo caso, en su estructura el acto sexual es la entrega completa de dos personas para uno y otro. Hacerlo sin el compromiso público para uno y otro es una mentira, un engaño, últimamente un fraude.

Si estuviéramos a leer la primera carta de Pedro de principio a fin, tuviéramos la idea que es escrita para los recientemente bautizados. Pues expresa toda la esperanza de aquellos que acaban de aceptar la fe. Por esta razón la Iglesia nos la propone en este tiempo de Pascua cuando todos nosotros estamos renovados como cristianos. Ya Jesús ha resucitado de la muerte. No hay razón que nosotros expresemos la hostilidad a nadie. Ya Cristo vive en la gloria. Hay necesidad de crear una atmósfera de confianza entre todos.

El domingo, 22 de mayo de 2011

EL V DOMINGO DE PASCUA

(Hechos 6:1-7; I Pedro 2:4-9; Juan 14:1-12)

La familia tenía un tamaño indeterminado. Había varios hijos pero los padres siempre aceptaban a otros niños. Tal vez un sobrino viniera del campo a la ciudad para estudiar. O una huérfana no tuviera ningún pariente para criarla. “Siempre hay espacio en la casa para uno más”, habrían dicho los padres, “y frijoles en la olla”. Así encontramos a Jesús en el evangelio hoy hablando con sus discípulos de las muchas habitaciones en la casa de su Padre.

Para que no tengamos la idea que Jesús esté refiriéndose a una mansión en el cielo, es mejor pensar en “la casa de mi Padre” como su familia. Es como se habla de la familia de los Borbones en Francia como una casa. Jesús indica que su Padre está dispuesto a aceptar a sus discípulos como hijos adoptivos. Como personas formadas en sus modos, la esperanza de este anuncio abarca también a nosotros. Nosotros también somos discípulos de Jesús, invitados a hacernos miembros de la familia de Dios Padre.

¿Y por qué queremos ser hijos de Dios? ¿No estamos contentos persiguiendo nuestras carreras, criando a nuestros niños, mirando el televisor en la casa, y tal vez bailando la noche del sábado? No, aunque estas cosas tienen sus complacencias, después de un tiempo se nos vuelven áridas. Deseamos algo más. Nos cuesta poner nuestro objetivo en palabras. Para indicar lo extraordinario de este deseo, se ha llamado la unión con Dios. Hace quince años se estrenó un libro que tocó a mucha gente muy adentro. Martes con mi profesor viejo cuenta de la relación entre un joven y su antiguo profesor que estaba muriendo. En el principio el joven visitó a su mentor, que vivía en otra ciudad, sólo porque tenía tiempo libre por razón de una huelga. Pero le gustaron las visitas tanto que no faltara pasar cada martes con el venerable hombre una vez que se resolvió la huelga. El viejo le enseñó la primacía del amor hacia los demás. Le indicó que es necesario decir a sus seres queridos, “Te amo”. Cómo amar comprende sólo un pequeño beneficio que recibimos por unirnos con Dios como su hijo o hija.

Jesús afirma atrevidamente que él es el camino a la unión con Dios Padre. Quiere decir que no hay otro acceso al divino. Por eso, se llamaba el Cristianismo en el principio “el camino”. Entonces muchas preguntan, ¿es verdad que tiene que bautizarse para alcanzar la vida eterna? El Vaticano II dijo que no, que los no bautizados no son necesariamente privados del cielo. Diríamos que se tiene que practicar el amor abnegado de Jesús para ser salvado. No parece ser gran diferencia entre este tipo de amor y el “Bautismo de deseo” que la Iglesia ha reconocido por siglos.

Jesús es el camino porque es la verdad de Dios Padre o, más preciso, la imagen verdadera. Dice en el evangelio, “Quien me ha visto a mí, ha visto al Padre.” Es como si hubiera sólo dos vaciados de un molde antes de que se rompiera: el Padre y el Hijo. Muchos encuentran dificultad rezar al Dios que creó el universo. Pues ¿cómo puede ser que le importemos? Precisamente para indicar nuestra importancia nos llegó Jesús como compañero del camino con quien no sentimos cohibidos. Más bien, la conversación entre él y nosotros derrama tan fluidamente como un río en la primavera.

También Jesús es el camino porque muestra la vida de Dios Padre. Esta vida no brinda el oro, el prestigio, y el sexo sino la misericordia, la alegría, y la harmonía. Los evangelios no nos indican si Jesús era alto o bajo de estatura, si sus ojos eran de color azul o chocolate, o si era diestro o izquierdo. Pero relatan cómo él era persona de compasión que disfrutó compartir pan y vino con los demás y de gran capacidad para revelar el Reino de Dios Padre. Seamos hombres o mujeres, casados o solteros, jóvenes o ancianos queremos ser como él. El hecho que murió a edad joven no debe molestarnos porque mostró que la muerte no podía contenerlo.

Hoy en día muchos tienen el GPS para indicar el camino. Nos dice cuando dar vuelta a la derecha o la izquierda. Tan gran ayuda sea el GPS, no nos sirve tanto como unirse con Jesús. Él se da a sí mismo como el camino indicándonos cuando ser alegres y cuando decirle al otro, “Te amo”. Nada nos sirve como unirse con Jesús.

El domingo, 15 de mayo de 2011

IV DOMINGO DE PASCUA

(Hechos 2:14.36-41; I Pedro 2:20-25; Juan 10:1-10)

El niño agarra la Biblia en su mano. Lleva un traje con camisa blanca y corbata. Su pelo está grasado y su sonrisa muestra dientes tan brillantes como perlas. Está esperando su turno para proclamar a Jesucristo al estilo evangélico. Si o no le tiene en cuenta, Pedro en la primera lectura hoy sirve como su modelo primordial. Pues el santo está presentando el kerigma, el mensaje básico del Cristianismo, por la primera vez.

El sermón de Pedro consiste en primer lugar del anuncio de Jesús, el inocente que fue crucificado. No ha habido en la historia nadie tan magnánimo como él. Siempre se dirigía al menos afortunado. Levantó de la muerte al hijo de la viuda. Instruyó a los ricos la necesidad de cuidar a los pobres con la parábola del mendigo Lázaro y el rico. Aun en su agonía pidió perdón por sus verdugos. Su compostura era tan genial como la cocina en el invierno, tan grande como el cielo en el Oeste.

La predicación de Pedro elecita una respuesta de parte de la gente. Preguntan entre sí mismos: “¿Qué tenemos que hacer, hermanos?” Tienen que arrepentirse; eso es, tienen que cambiarse de la disposición. En lugar de cerrarse a los discípulos de Jesús, tienen que hacerles caso. En lugar de despachar la trayectoria de Jesús, tienen que juzgarla según las Escrituras. A nosotros el arrepentimiento significa una nueva mirada hacia los pobres. En lugar de sospecharlos como ladrones, tenemos que saludarlos como compañeros en el camino. En lugar de rechazarlos como viciosos, tenemos que apoyar sus esfuerzos para vivir con dignidad.

Un sabio observa que este tipo de conversión es sólo nuestra transformación de la bestia al humano. Eso es, comprende un paso hacia Dios pero no es hacernos santos. Para merecer la vida con Dios, nos hace falta la gracia del Bautismo. Por participar en la muerte y la resurrección de Jesús, que el baño con agua facilita, somos renovados y rejuvenecidos. Ya podemos levantarnos de la pereza para tomar alguna responsabilidad para el bien de los desafortunados. Una religiosa cada viernes cena con los desamparados en el refugio para ellos. Cocina la comida en su casa; la lleva al centro de la ciudad; y la comparte con los indigentes como si fuera el Día de Acción de Gracias. ¿Siente incómoda? A lo mejor al principio se preocupaba de ser considerada como una hipócrita. Pero ahora, después de veinte años de hacerlo, ama a sus comensales como los preferidos de Dios.

Pedro se explicita a los judíos que el Bautismo tiene que ser “en el nombre de Jesucristo”. Él es el buen pastor que nos llama a unirnos con su redil, la Iglesia. Aquí aprendemos cómo conducirnos como verdaderos herederos de la vida eterna. Como si fuera el césped de la pradera, la Iglesia nos nutre con la Biblia y el Catecismo. En cuanto a los pobres el Catecismo enseña la incompatibilidad entre la fe y el estilo de vida más deseado en el mundo: “El amor a los pobres es incompatible – dice -- con el amor desordenado de las riquezas o su uso egoísta” (#2445).

Pero nos cuesta amar a los pobres más que los cruceros en el Caribe. Nos hace falta un relámpago de conciencia para impulsarnos adelante. Es precisamente el propósito del Espíritu Santo. Sin el Espíritu Santo quedamos con grandes ilusiones pero pocos logros. Pedro nombra al Espíritu Santo el gran demoledor de barreras uniendo a los judíos a los paganos. A nosotros el mismo Espíritu nos mueve a dar tanto nuestro tiempo como nuestros dólares al socorro de los más necesitados.

Hemos visto en nuestros tiempos un arrepentimiento hacia el fumar. Hace cincuenta años se consideraba el fumar como un derecho al menos para los hombres. Ahora se reconoce el fumar como el verdugo tanto del inocente como del fumador. Así Jesús pide un cambio de disposición en cuanto a los pobres. En lugar de tratarles con bondad sólo en el Día de Acción de Gracias, tenemos que ser magnánimos como Jesús hacia ellos. Es cierto, tenemos que ser magnánimos hacia ellos.

El domingo, 8 de mayo de 2011

III DOMINGO DE PASCUA

(Hechos 2:14.22-33; I Pedro 1:17-21; Lucas 24:13-35)

Para algunos Ayn Rand es la filósofa más importante del ciclo veinte. Para otros es la mayor impostora de filósofa. De todos modos vamos a escuchar mucho de ella una vez que estrene el cine hecho de su libro (en el inglés) Atlas Shrugged. Pues, les atrae a los jóvenes su ideología llamada el objetivismo. Este modo de pensar divide el mundo entre unos pocos “creadores” -- fuertes, exitosos, y ricos -- y las muchas “parasitas” deseosas de aprovecharse de los más prósperos. Si el objetivismo nos parece como contra-cristiano, ciertamente es. Pues, no dice nada de la interdependencia entre todos humanos mientras brinda un espíritu de antagonismo. Para preservarnos del daño que sus errores causen, deberíamos conocer mejor el contenido de nuestra fe. Tenemos que aprender de Jesús como Cleofás y su compañero en el camino a Emaús.

Los discípulos andan desconcertados. Esperaban que Jesús fuera el que iba a libertar a Israel del imperio romano. Entonces se le dio a muerte por una intriga entre los líderes judíos y el gobernador romano. Sin embargo, en la mañana había rumores de que se volvió a la vida. Ahora no saben que pensar. Nosotros conocemos esta inquietud. Creemos en Dios y Sus mandamientos, pero nos parece que los aventureros viven más felices. Manejan carros lujosos. Llevan el I-phone más corriente. No faltan de compañía atractiva. Nos preguntamos si sería más provechoso dejar el sexto y séptimo mandamiento al lado o posiblemente todos los diez.

Entonces encontramos a Jesús. No se nos acerca en persona aunque sí es posible que nos venga por otro ser humano. El Señor se les ha presentado a varios hombres por un profesor particularmente sabio y a otros por una novia que lleva la fe viva. Puede ser también que Jesús nos llegue simplemente por la lectura del evangelio. Mahatma Gandhi escribió cómo una vez había tenido una imagen distorsionada de Jesús por el maltratamiento que los hindús recibían a mano de los ingleses. Pero después de haber leído el Sermón del Monte, se dio cuenta de que Jesús no era charlatán sino gran profeta. Realmente no importa cómo nos alcanza Jesús sino que nos viene en nuestro apuro tanto como pasa a sus discípulos en el camino.

Dice la lectura que Jesús les explica las Escrituras que se refieren a él desde Génesis hasta el último profeta. Así nosotros estamos instruidos en la fe de cabo a rabo por las clases bíblicas, ¿Por qué ser católico?, el Cursillo, y otros programas espirituales. No sólo aprendemos las verdades de la fe sino cómo tener la buena vida según el mejor ejemplar, Jesús mismo.

Es la misa que nos beneficia sobre todo. Los elementos de pan y vino siempre nos proveen la fuerza y el gozo. Sin embargo, una vez transformados en el cuerpo y la sangre de Jesús, nos capacitan a amar al pobre que nos repulsa y al enemigo que nos quitaría la vida. De esta manera podemos merecer la gloria de la resurrección. Cleofás y su compañero experimentan una tal transformación del ser. Cuando celebran la Eucaristía con Jesús – lo que quiere decir, “al partir el pan” – no más sienten deprimidos. Más bien están agarrados por el valor de volver a Jerusalén en la noche. Allá anuncian que verdaderamente el Señor ha resucitado.

Ya es el Día de la Madre. Tal vez queramos agradecer a nuestras madres con el I-Phone más corriente por habernos dado la fuerza y el gozo. Pero que no nos falte a decirles “gracias” por habernos presentado a Jesús. Él nos preserva de los errores que desvían a muchos en el camino. Él nos capacita para la gloria de la resurrección. Sobre todo somos agradecidos por conocer a Jesús.