El domingo, 6 de mayo de 2012

EL QUINTO DOMINGO DE LA PASCUA

 (Hechos 9:26-31; I Juan 3:18-24; Juan 15:1-8)




¿Quién recuerda el libro El Poder del pensamiento tenaz? ¿Y Cómo ganar amigos e influir sobre las personas?  ¿Y Los siete hábitos de las personas altamente efectivas? Cada uno fue fabulosamente popular, traducido en español y probablemente cincuenta otros idiomas.  Los tres fueron parte del movimiento “auto-ayuda” que tuvo lugar durante el siglo pasado. En el evangelio hoy Jesús nos imparte su idea sobre cómo tener éxito en la vida.



Según Jesús, para vivir bien el cristiano tiene que mantenerse cerca de él.  Se compara a sí mismo como una vid y a nosotros como los sarmientos.  Como un sarmiento no puede producir uvas si se quita de la vid, nosotros no podemos hacer buenas obras aparte de él.  No podemos dar alivio a los pobres como las hermanas de la congregación de Madre Teresa.  Ni siquiera podemos guiar a nuestros propios hijos a la madurez verdadera.



Dios nos prepara a producir fruto por la acción de la Eucaristía.  Pues, la misa es el lugar provechoso para escuchar la palabra de Dios que nos limpia de las ideas erróneas.  En la misa hoy, por ejemplo, la segunda lectura propone el amor mutuo como nuestro objetivo en la vida.  Este tipo de amor vale mucho más que divertirse o enriquecerse a sí mismo.  También la Eucaristía nos provee con el sumo testimonio de este amor en el cuerpo de Jesús entregado en la cruz y su sangre allí derramada.  Tomados con la reverencia, estos elementos nos fortalecen a visitar a los internados o tomar otro ministerio en la parroquia.  Hecha posible por el Espíritu Santo, la Eucaristía representa la acción de Dios podando nuestros vicios.



Cortados de Jesús, nos hacemos espiritualmente secos a pesar de que aparezcamos grandes en los ojos de muchas personas.  Recientemente se contó la historia de la Srta. Yvette Vickers en un artículo sobre la soledad creciente en la edad de comunicación.  Como joven la Srta. Vickers era una conejita de Playboy y estrella del cine horror.  Se divorció dos veces y tenía a un amante por muchos años.  La tragedia es que cuando se encontró muerta en su casa hace dos años, no pudo determinar exactamente cuando falleció.  Pues su cuerpo estuvo momificado después de un largo tiempo no atendido con la calefacción encendida.  Por las facturas telefónicas se piensa que en los meses antes de su muerte, la mujer no buscó compañía de ningún pariente o amigo sino de algunos aficionados distantes que le habían contactado por el Internet.  Es un caso extremo, pero se puede decir con confianza que el rechazo de darse por el bien de los demás conduce a una vida rodeada por extranjeros si no enemigos.



En contraste la vida entregada al amor de Cristo espera no sólo el apoyo de los compañeros en el Señor sino también la ayuda de Dios mismo.  En la lectura Jesús promete a aquellos que permanecen en él cualquiera cosa que pidan.  Por supuesto esto no es formula para conseguir vacaciones en Cancún.  Pues la gente arraigada en Jesús no pide cosas tan superficiales.  Pero se puede esperar dones tan preciosos como la valentía para hacer frente a la muerte y la paciencia para cuidar a los bebés.



“Yo soy la vid” – leyó el astronauta Buzz Aldrin en la superficie de la luna en 1969 – “ustedes son los sarmientos”.  Fue la segunda persona humana para pisotear la luna justo después del comandante Neil Armstrong.  Como la primera cosa que hizo en la luna consumió los elementos de la Eucaristía, la hostia y el vino, que trajo de su iglesia en Houston.  Aunque el coronel Aldrin no era católico, creía tanto como nosotros que conectados a Jesús, se puede hacer muchas obras buenas.  Conectados a Jesús, podemos hacer obras buenas.

El domingo, 29 de abril de 2012

EL CUARTO DOMINGO DE PASCUA

(Hechos 4:8-12; I Juan 3:1-2; Juan 10:11-18)

Si estuviéramos a llamar a Alberto Einstein sólo “listo” o a Marilyn Monroe sólo “bonita”, muchos se nos opondrían.  No estaríamos mintiendo, pero tampoco estaríamos describiendo adecuadamente la realidad.  Pues estas palabras no aproximan la capacidad de Einstein a pensar o de Monroe a voltear cabezas.  Tenemos otro ejemplo de la falta de palabra a describir la realidad en el evangelio hoy.

Llamamos a Jesús, “el buen pastor”, y ciertamente es.  Pero es mucho más.  De hecho, la palabra original en griego kalos significa “noble” o “modelo”.  Jesús es el “pastor noble” que entrega su vida por sus discípulos.  Y es el “pastor modelo” que ejemplifica la vida que nosotros queremos imitar.  Profundamente en nuestros corazones queremos vivir tan honestos, compasivos, y libres como Jesús.  Si habría una encuesta de los humanos más admirados en la historia, ¿quién dudaría que el nombre de Jesús se ponga alto en la lista de todos?


¿Cómo podemos nosotros dar la vida como Jesús?  Apenas es probable que nos maten por predicar en el centro de la ciudad, al menos en los países occidentales.  Sin embargo, Jesús da su vida mucho más antes que el Viernes Santo.  Desde la primera manifestación de su gloria en Caná, Jesús jamás ha dejado de sacrificarse por los demás.  Cuando cura al tullido por la piscina de Betesda, se le incurre la ira de los líderes del pueblo.  Cuando les da de comer a la muchedumbre, se le quita la tranquilidad.  Y cuando cuenta de la necesidad de comer su carne y beber su sangre, sufre la pérdida de algunos discípulos.  Nosotros también podemos dar la vida por vivir sin la búsqueda de la comodidad que caracteriza la sociedad contemporánea.  Un joven tenía una empresa cibernética que valió al menos un millón de dólares.  Al mismo tiempo sentía el llamado de ser sacerdote religioso.  Por eso, hace siete años puso al lado su negocio para entrar en la orden de los dominicos.  Precisamente ayer él hizo sus votos permanentes como religioso, el paso más decisivo en el camino a la ordenación. 

No es necesario que nos integremos en un convento para sacrificar la vida como Jesús.  Los padres de familia lo hacen por comprometerse a sus familias.  Una pareja tenía seis hijos cuando quedó embarazada de nuevo.  No hubo ninguna cuestión de aborto, pero cuando su hijo nació con el síndrome Down, sintieron devastados.  Aunque había algunos momentos duros en el principio, aceptaron a su hijo, llamado José, completamente.  Ahora, a los siete años, José se ha hecho, en un sentido, el maestro de la familia.  Dice la mamá: “…una vez que José te conozca, meramente te ama.  Él ha respaldado todo lo que siempre creíamos como importante”.  La historia ilustra lo que Jesús significa cuando dice que da su vida para retomarla.  En darse a la voluntad de Dios Padre, Jesús sabe que el sacrificio le conducirá a la resurrección.  Asimismo cuando nosotros lo seguimos, no tenemos que angustiarnos ni por el dolor o ni por cualquiera pérdida de valor.  Pues, el Padre va a premiarnos cien por uno.

El Vaticano II nos asegura que todos humanos tienen la vocación a la santidad.  Para saber si Dios quiere que la persona se haga sacerdote o religiosa, médica o mecánico, casado o soltera se requiere el discernimiento.  Hoy en día los jóvenes se acostumbran a consultar los test que les informan para cuales carreras tengan aptitud.  Sería provechoso también desarrollar una vida interior para entablar a Dios en diálogo.  Se hace este tipo de vida por la oración diaria y por compartir de vez en cuando con un confesor o guía espiritual.  En el día que cumplió ochenta y cinco años hace poco el papa Benedicto nos recordó como podemos contar con Jesús para la dirección.  Dijo que la luz de Jesús “es más fuerte que cualquier oscuridad, que su bondad es más fuerte que cualquier mal de este mundo…”

En los primeros días del Cristianismo no se usaban imágenes de Jesús.  Pues en el Antiguo Testamento la Ley prohíbe todas tales representaciones de Dios.  En tiempo los teólogos razonaron que porque Jesús es la imagen verdadera del Padre, sería solamente justa tener una imagen de él.  De todos modos en el principio los artistas cristianos buscaron otras cosas para representar a Jesús: una vid, porque dice, “Soy la vid”; el dios del sol, porque dice, “Soy la luz del mundo”; y, sobre todo, un pastor porque dice “Soy el Buen Pastor”.  Es el pastor que nos guía por el camino de la vida eterna.  Jesús nos guía a la vida eterna.

El domingo, 22 de abril de 2012

EL TERCER DOMINGO DE LA PASCUA

(Hechos 3.13-15.17-19; I Juan 2:1-5; Lucas 24:35-48)

La Pascua celebra la victoria de Jesús sobre el pecado y la muerte.  Tal vez nos fijemos más en la segunda porque la muerte surge como una montaña en el horizonte que cada uno de nosotros tiene que cruzar.  Sin embargo, es el pecado que afrontamos diariamente que nos desgasta más.  Este es el tema que concierne el autor de la segunda lectura hoy.

Llamamos el texto “la Primera Carta de San Juan”.  Pero ello no muestra las características asociadas con la mayoría de las otras cartas en el Nuevo Testamento.  No hay ningún saludo en el principio ni una conclusión con recuerdos e instrucciones.  Por eso, se cree que fue escrito para explicar el Evangelio según San Juan a la comunidad a la cual fue originalmente dirigido.  A lo mejor dos facciones se han levantado.  Un grupo tiene la idea que no importa lo que haga el cristiano mientras cree en Jesús.  Piensa que la persona pueda acceder a la vida eterna simplemente por ser contado entre la membrecía de los salvados.  Entretanto el autor del documento – a veces llamado el “presbítero Juan” – escribe al otro grupo subrayando la necesidad de practicar el amor de Jesús.

En el pasaje Juan menciona la posibilidad del pecado.  Diríamos, “la probabilidad del pecado” con todas las seducciones que nos afligen en el mundo actual.  Desde la avaricia de tener la mitad de las cosas que vende Target hasta la pornografía instantánea del Internet estamos apremiados con tentaciones a traicionar a Cristo.  Pero el presbítero nos asegura que se puede contar con Jesús para remediar cualquiera falta que hayamos hecho.  Pues, él está con Dios Padre como nuestro abogado pidiéndole la misericordia.

Pero no sólo pide por nosotros sino también por los demás.  El autor nos recuerda que Jesús murió por todo ser humano.   A veces olvidamos que personas de diferentes razas, lenguas, clases sociales, y orientaciones sexuales conocen a Cristo tanto como nosotros.  De veras, por su experiencia a través de los siglos, la Iglesia no mira ni siquiera a los ateos como necesariamente privados de la gracia del Espíritu Santo.  La cuestión siempre es si o no la persona sigue su conciencia con corazón sincero.

El presbítero indica una prueba para determinar si o no tenemos conciencia pura.  Dice que conocemos a Dios si cumplimos sus mandamientos.  De hecho, resalta la enseñanza por reformularla en el modo negativo: “Quien dice: ‘Yo lo conozco’, pero no cumple sus mandamientos, es un mentiroso…”  ¿De cuáles mandamientos está refiriéndose?  ¿Los Diez Mandamientos o los dos mandamientos de Jesús en los evangelios de Mateo, Marcos, y Lucas?  Para el Evangelio según San Juan se guardan todos estos mandamientos cuando se cumple el único mandamiento: “Que se amen unos a otros como yo les he amado”.  Este amor va más allá que la buena voluntad y se muestra en hechos.  Es el servicio que Jesús rinde a sus discípulos cuando lava sus pies.  Vemos este amor en las catequistas que preparen sus clases con cuidado y las entreguen con entusiasmo.  También atestiguan este amor los que rezan por los bebés abortados y sus mamás enfrente de las clínicas de Planned Parenthood.

Posiblemente nos preguntemos que sucederá con el amor para Dios si nos preocupamos tanto por otras personas humanas.  Parece que el presbítero tiene en cuenta nuestra inquietud cuando dice: “…el amor de Dios ha llegado en su plenitud” a la persona que cumple los mandamientos.  Eso es,  en su parecer cuando la persona ama a los demás es el amor para Dios que le mueve. 

Hay muchos cuentos del gran rabí Hilel que vivió un poco antes de Cristo.  En una historia se le acerca un hombre pidiendo que le enseñe toda la Ley mientras él se levanta sobre un pie.  El rabí lo hace diciendo: “Lo que es despreciable a ti, no lo hagas al otro.  Eso es todo la Ley; lo que queda es sólo comentario”.  Es un modo de poner en lo negativo lo que Jesús nos enseña en el evangelio.  De hecho, se puede resumir los mandamientos de Jesús con igual brevedad como el mandamiento del rabí Hilel. “Que se amen unos a otros como yo les he amado”.  Que nosotros atestigüemos este amor diariamente.  Que atestigüemos este amor.

El domingo, 15 de abril de 2012

EL SEGUNDO DOMINGO DE LA PASCUA

(Hechos 4:32-35; I Juan 5:1-6; Juan 20:19-31)

Para algunos era asunto privado. Sin embargo, para otros tocaba el bien público en el mero corazón. Por eso, cuando el juez Ken Starr buscaba evidencia en contra el presidente Bill Clinton, tuvo que hallar algo más convincente que el testimonio de testigos. Por encontrar el DNA de Clinton en la ropa de la mujer con quien estaba enredado, nadie podría negar que el presidente actuara mal. En el evangelio vemos otro caso de buscar evidencia más decisiva que testimonio.

En tiempos bíblicos ni si imaginaba DNA, el código genético que es único para cada persona. Sin embargo, cuando escucha a sus asociados hablando de la aparición de Jesús resucitado, Tomás quiere más prueba que las palabras de algunos aterrizados por miedo. Pone un doble criterio para aceptar la historia como verdad: 1) ver las heridas en las manos de Jesús y 2) tocar la cicatriz en su costado. El relato sigue con la aparición de Jesús a Tomás. Según la narrativa Jesús le ofrece sus manos y su costado, pero Tomás no viene a probarlos. Pues, sería una negación de la creencia que Jesús afirma cuando dice, “Tú crees porque me has visto…”

La palabra “creer” viene de la palabra latín “credo”. Esto, en torno, es una amalgama de dos palabras cor que significa “corazón”, y do o, en español, “doy”. Por eso, se puede decir que cuando la persona cree en otra persona, le entrega su corazón. Por lo tanto, originalmente la palabra significaba más confianza que asentimiento intelectual. Esto es evidente a través de los cuatro evangelios. Casi siempre Jesús no les pide a sus escuchadores la convicción que Dios existe sino la confianza que está actuando en su favor. Cuando pregunta a Marta delante del sepulcro de Lázaro si ella cree en él, no quiere probar su catequesis. Más bien, prueba la fe para que ella vea un hecho maravilloso.

Vemos la fe vivida en la primera lectura hoy. Siempre al segundo domingo de la Pascua esta selección nos da un retrato de la vida comunitaria de los discípulos después de la resurrección. La gente que cree en Cristo resucitado entrega sus propios recursos para que todos tengan pan en la mesa y techo para cobijarse. Podríamos decir que la confianza en el Señor se está extendiendo a la imitación de sus modos. No sólo comparten los bienes personales sino también entregan sus propios caracteres para que todos tengan “un solo corazón y una sola alma”. Es la vida sin arrogancia ni engaño ni descortesía. Es la que se espera en un monasterio o la que se ve en los nuevos marineros al día una vez que cumplan el “boot camp”.

¿Puede ver este tipo de comportamiento en nosotros creedores de la resurrección de Jesús? No importa tanto lo que hagamos en compañía de nuestros amigos. Más al caso es cómo actuamos cuando no nos reconocemos – cuando estamos manejando en la carretera o cuando estamos en vacaciones. Una mujer ha administrado la dispensa parroquial de comida para los pobres por años. Era parroquia de su familia cuando se criaba pero la comunidad se ha cambiado y ahora viene de lejos para hacer el servicio. Aún se puede contar con ella para repartir diarios allá sin juicios ni críticas.

Pauper sum ego – así comienza una cántico en latín, “Yo soy un pobre”. Nihil habeo – siguen las palabras, “no tengo nada”. Cor meum dabo, concluye, “Doy mi corazón”. Como muestra de creencia en su resurrección Jesús nos pide algo semejante. Quiere que le entreguemos nuestros corazones por vivir sin arrogancia, ni engaño ni descortesía. Quiere que le entreguemos nuestros corazones.

El domingo, 8 de abril de 2012

EL DOMINGO DE PASCUA

(Marcos 16:1-7)

Era duro para el viudo. Por más que cincuenta años estaba casado con su esposa. Entonces una tarde ella tuvo un infarto y dentro de horas murió. Por un tiempo el hombre fue a su fosa casi todos los días para estar cerca a su amada. Así encontramos las mujeres en el evangelio.

María Magdalena, María (la madre de Santiago), y Salomé traen perfumes al sepulcro de Jesús. Quieren ungirlo según la costumbre judía. Era su maestro, su amigo, y su compañero antes de que fuera injustamente ejecutado. Ya piensan que sólo les queda esta muestra de respeto. También nosotros buscamos a Jesús. Porque él murió para rescatarnos del pecado, creemos que merece nuestra atención.

Sin embargo, nos paramos en la tarea. Como las mujeres se dan cuenta de la piedra grande cubriendo la tumba, los obstáculos a la adoración asoman en nuestra mente. Tenemos varias responsabilidades – preparar la comida, cuidar a los niños, contestar correo en la computadora. Además, estamos cansados y ya televisan el torneo “Masters”. Otra cosa es que comenzamos a dudar la necesidad del rescate. Sí, somos pecadores – nos decimos a nosotros - pero del tipo ligero que sólo necesita buen consejo de vez en cuando y no la entrega de vida. Decidimos que si vamos al templo, no quedaremos por un tiempo largo.

Una vez dentro del sepulcro las mujeres no ven el cuerpo de Jesús. Es que lo buscan donde no está. Es nuestro predicamento también. Algunos de nosotros lo esperan en la escrupulosidad como si fuera un juez severo que cuenta cada pensamiento que corre en la miente como pecado. Otros lo buscan en lo opuesto, la vida placentera, como si fuera un epicúreo que disfruta viajes en barcos de crucero y carros de lujo. Otros lo buscan en el éxito humano como si pudiera ser encontrado a donde haya grandes números de gente y cantidades de dinero. A todas estas búsquedas el joven nos dice a nosotros tanto como a las mujeres: “…no está aquí; ha resucitado”.

“…ha resucitado”. Entendemos las palabras, pero ¿realmente qué significan? Indican un misterio sobre que nosotros también debemos reflexionar. Jesús ha vuelto a vivir, pero no como Lázaro que ha de morir de nuevo. No, vive ya para siempre libre de enfermedad, tentación, y muerte. En algún modo es como el carbono que se transforma bajo la presión y temperatura masiva en diamante. La verdad ya se nos hace clara. Si vamos a realizar esta transformación, tendremos que entregarnos totalmente como Jesús. Aunque somos “buena gente” que trabajan duro para ganar plata por la familia, no mereceremos la resurrección de la muerte. Tendremos que soportar el dolor y aun la muerte si es necesario para alcanzar la vida eterna.

Por lo tanto, la resurrección de Jesús no nos quita la responsabilidad sino nos la incumbe. Como el joven envía a las mujeres a anunciar la resurrección a los discípulos, nosotros somos enviados a nuestras familias y comunidades. No es suficiente que les hablemos palabras piadosas -- “Dios te ama” y “Que Dios te bendiga”. Para comprobarnos sinceros, tenemos que mostrarles la coherencia entre nuestro compromiso a Jesús y su compasión para todos. Tenemos que actuar como los cursillistas visitando una prisión cuarenta millas de la ciudad cada ocho días sin faltar apenas una vez en varios años.

Sí, nos cuesta ser comprometidos. Sería imposible si no tuviéramos el apoyo. Pero el joven dice a las mujeres que Jesús va delante de los discípulos a Galilea. También va a acompañar a nosotros en nuestro servicio. No sólo nos ayuda sino también nos hace felices. Él es como nuestro mejor amigo con quien podemos contar para darnos una mano cuando nos encontramos en necesidad, una palmadita en la espalda cuando sentimos decepcionados, y tal vez una patada en el trasero cuando nos ponemos soberbios.

“…ha resucitado”. Se puede decirlo de un enfermo que se levanta de su cama de dolor o de un joven que se despierta de la decepción. Que se lo diga de nosotros por comprometernos a ser mejores amigos a todos. Pero sobre todo se lo dice de Jesús que brilla hoy como un diamante entre la gente. Por haber soportado la muerte para rescatarnos del pecado, Jesús brilla como un diamante.