El domingo, 6 de diciembre de 2015



SEGUNDO DOMINGO DE ADVIENTO

(Baruc 5:1-9; Filipenses 1:4-6.8-11; Lucas 3:1-6)

¿Te has dado cuenta cómo la temperatura parece subir antes de una tormenta?  Crea un sentido de expectativa con el viento calmándose.  Entonces vienen las lluvias para fructificar la tierra.  Podemos mirar a Juan en el evangelio hoy como el calor preparando la tierra para la lluvia renovadora.  Eso es, por supuesto, Jesús.

Juan aparece en el centro del escenario cada segundo domingo de Adviento.  Viene para preparar a la gente para la venida de Dios.  Piensa que será ocasión de llanto mientras Dios efectúa la justicia en la tierra. Por eso, exige que la gente se arrepienta para evitar el castigo.

Hay la misma dureza de corazón en tiempo de Juan que existe en el mundo hoy.  La gente anda calculando su propio bien pensando poco en su prójimo mucho menos en Dios.  Muchos no quieren ni considerar dar amparo a los refugiados de la guerra en el medio oriente.  Algunos católicos aun han regañado a los obispos por haber pedido la apertura a los sirios huyendo el terror de su país.  En la primera lectura Baruc alienta a Jerusalén para recibir a los exiliados de Babilonia.  Dice que la ciudad será glorificada por Dios como el epítome de la justicia.  Así ha sido la bendición de los Estado Unidos por su acogida a los atribulados a través de los siglos.  Desgraciadamente ahora parece que algunos quieren rechazar este legado impresionante.

Y nosotros ¿hemos endurecido nuestros corazones con la preocupación por nosotros mismos?  ¿Tenemos que arrepentirnos?  Sí venimos a la misa dominical.  A lo mejor contribuimos a las Caridades Católicas.  Pero no queremos meternos más en los problemas de los pobres.  La exigencia de Juan para arrepentirse significa no tanto que confesemos nuestros pecados sino que cambiemos nuestra actitud.  Nos urge que nos demos cuenta de que nuestras vidas son regalos de Dios.  Dios quiere que nos aprovechemos de ellas para servir a Él por cuidar a los demás.  En la segunda lectura San Pablo reza que los filipenses tengan “un mayor conocimiento y sensibilidad espiritual”. Se puede entender esta frase como la conciencia de que nuestras vidas no son primeramente nuestras sino de Dios.  Él quiere que las compartamos con los demás en el espíritu del amor.

Se da cuenta de esto Elena.  Es un mayor que gasta parte de un día cada semana preparando comida para los desamparados en la ciudad.  Parece extraño a algunos porque Elena es conocida como partidaria de la política conservadora.  Sin embargo, Elena ha tomado al pecho la enseñanza de Jesús a dar de comer a los hambrientos.  Si nuestras vidas son regalos de Dios, así son las vidas de los desamparados.  Dios nos los haya dado para hacernos hermanos.

El domingo, 29 de noviembre de 2015


El Primer Domingo de Adviento5

(Jeremías 33:14-16; Tesalonicenses 3:12-4:2; Lucas 21:25-28.34-36)

¿Cómo esperamos?  ¿Qué hacemos cuando nos encontramos en una fila o llegando tempranito para una reunión?  Muchas gentes hoy día revisan los emails en sus teléfonos.  Las lecturas de la misa hoy nos recomienda otro modo de esperar.

Es cierto que tienen en cuenta una espera más larga que el minuto antes de que cambie el semáforo. Cuando escribieron los libros del Nuevo Testamento, los autores no sabían el tiempo del regreso de Jesús.  Pensaban que habría sido pronto, pero su preocupación no era tanto el momento.  Más bien, se preocupaban que la gente fuera lista para recibirlo.  Lucas citando a Jesús mismo  nos amonesta: “Estén alerta, para que los vicios…no entorpezcan su mente”. 

Su consejo sigue válido hoy.  La pornografía de Internet está contaminando la mente de muchos, tanto adultos como jóvenes.  Ya en este tiempo navideño muchos niños están condicionados a ser codiciosos.  Consideran los regalos extravagantes – los PlayStations e IPads – no como regalos por comportamiento bueno sino como derechos simplemente por existir.  Deberíamos resistir estas tendencias para conservar nuestros corazones, en las palabras de la primera lectura, “irreprochables en la santidad”.

Con el inicio del Año de la Misericordia el papa Francisco nos provee una pista para superar los vicios. Quiere que practiquemos la misericordia por ser más comprensivos y menos severos.  En lugar de juzgar a los pobres como si fueran ignorantes que les tratemos como hermanos.  En vez de mirar a los jóvenes con ojos codiciosos, que los consideremos como hijos en necesidad de nuestro buen ejemplo.

Un voluntario laico muestra el espíritu de la misericordia.  Hace a veces dos visitas a la prisión cada semana.  Entra en conversaciones con los encarcelados.  Hablan no sólo de los partidos de fútbol sino de los deseos de sus corazones.  Por supuesto, el voluntario no recibe nada por su servicio. La verdad es que le cuesta bastante.  Gasta su tiempo y tiene que soportar la burocracia.  Lo hace para prepararse para la llegada de Jesús.  Es la verdad: lo hace por Jesús.

El domingo, 22 de noviembre de 2015



Nuestro Señor Jesucristo, Rey del Universo

(Daniel 7:13-14; Apocalipsis 1:5-8; Juan 18:33-37)


Le Bron James es el mejor basquetbolista en el mundo hoy.  Fuerte, exacto, y entusiasmado, James puede llevar un equipo mediocre al campeonato.  El año pasado cuando anunció que iba a volver a Cleveland, su ciudad nativa, la gente allá se hizo emocionada.  Se vio un joven llevando una pancarta diciendo: “Se regresa el rey”.  Ciertamente Le Bron James es un rey pero no en el sentido regular de la palabra. Más bien, él reina en la cancha de básquet.  En una manera semejante Jesús puede llamarse rey.  Aun lo vemos refiriéndose a sí mismo así en el evangelio hoy.

Pilato pregunta a Jesús si él es el rey de los judíos.  Quiere saber si tiene un ejército para amenazar la soberanía de Roma.  Si va a iniciar una revolución, el gobernador tendría que tenerlo bajo custodia.  Jesús le contesta con la verdad; sí es rey.  Pero matiza lo que significa esto diciendo: “Mi reino no es de este mundo”.  En otras palabras, Jesús es un rey diferente de los regidores de la tierra.  Él juzga a todos con la justicia.  Cuida a los pobres con el amor.  Busca la paz entre los adversarios. 

Nosotros aceptamos a Jesús como rey.  No importa si somos americanos, chinos, o africanos.  Nos le sometemos a él.  Cumplimos su mandato de amor aun con el vecino que nos molesta.  Lo servimos por aportar la Iglesia, su cuerpo.  Y lo honramos cantando su alabanza en la misa dominical.  Hacemos todo no porque nos fuerce sino porque nos ha salvado.  Como dice la segunda lectura del Apocalipsis: él “nos purificó de nuestros pecados con su sangre”. 

Ahora cumplimos los domingos del ciclo B.  Desde el primer domingo de Adviento hemos estado leyendo del Evangelio de San Marcos y, como ahora, el Evangelio de San Juan.  Hemos visto a Jesús repetidamente dirigiendo a los demás que no digan nada de su identidad.  Calla a los demonios, carga a sus discípulos, y avisa a los curados que no revelen que él es el mesías.  Ahora sabemos por qué.  Ser mesías es lo mismo que ser rey.  Jesús es rey como ningún otro.  Es a la vez más poderoso y más compasivo que cualquier otro.  Por eso vale nuestra lealtad.  Más que cualquier otro, Jesús vale nuestra lealtad.