El domingo, 7 de octubre de 2012


EL XXVII DOMINGO ORDINARIO
(Génesis 2:18-24; Hebreos 2:8-11; Marcos 10:2-12)




¿Recuerdan el cine La Belleza y el Bestia? ¿Cuáles lecciones aprendimos de ello?  Que es mejor que las muchachas lean que fastidiarse con los chavalos.  Que ser guapo no es tan importante como ser compasivo.  Que uno tiene que controlar su enojo si va a vivir con otras personas.  La historia en la primera lectura hoy también contiene varias lecciones de aun más transcendencia.

Primero, la lectura del libro Génesis resalta la verdad que encontramos cada vez que cogemos la Biblia: Dios nos ama.   Dice el pasaje que Dios, como una madre llevando a su niña enferma a varios médicos, crea todos los animales para satisfacer al hombre y se los lleva.  Importantemente, Dios quiere al hombre no por lo que el hombre le hará en recompensa sino simplemente porque es su creatura buena.

Segundo, el hombre es solo; eso es, no tiene compañero para poderle crecer como persona.  Pues, el amigo es “el otro yo” que nos ayuda ambos entender  nuestra vida interior y apreciar el mundo exterior.  En la historia de Don Quijote el amigo fiel Sancho Panza hace posible que el héroe vaya en sus aventuras.  Una vida sin compañerismo deteriora pronto en una carga inagotable.  Por eso, los guardias ponen a prisioneros desafiantes incomunicados para romper su resistencia.

Tercero, ningún animal – sea del campo o sea de la casa – sirve como el ayudante que le hace falta al hombre.  Las mascotas nos agradan por atrapar las pestes y por someterse a nuestros órdenes.  Sin embargo, si estamos honestos, debemos admitir que los animales nos acompañan por la manipulación, no por la lealtad.  Si permitiríamos que nuestro vecino ofreciera a nuestro perro un hueso más grande que lo nuestro, aun nuestro “Lassie” sería suyo.

Cuarto, se crea la mujer como la igual del varón.  Ya por la primera vez se distingue el sexo.  Pues, Adán  en el hebreo significa “polvo” refiriéndose al hecho que el hombre es creado de la tierra.  Pero, cuando Dios le saca el hueso para formar su compañera, él la llama “ishsha” que significa “del varón”.  Este nombramiento le deja a él “ish” o “varón”.   A veces se reclama que el varón es superior a la mujer porque es creado primero.  Pero ¿no deberíamos considerar a la mujer superior desde que ella es creada de un hueso, un miembro del cuerpo vivo, mientras se forma el hombre de la tierra?   

Quinto, los dos forman una unidad ya capaz de enfrentar el mundo.  Con ella el varón por la primera vez en la historia habla.  Dice: “Esta sí es hueso de mis huesos y carne de mi carne” significando que reconoce a la mujer, en el primer lugar, como objeto de su deseo.  Y cuando se unen, ella forma su otra mitad que le hace completo al hombre.  Por eso, ella es la compañera que le faltaba.  Será, en tiempo, la coproductora de sus hijos.  Dada suficiente oportunidad, ella va a enseñarle cómo amar como Dios ama o él le enseñará a ella.  Pues, un día el uno o la otra va a hacerse débil dependiente completamente en el cuidado del otro. En fin, se puede  decir que el amor humano comienza en el deseo, sigue por el afecto mutuo, y termina en la entrega sin recompensa.

En el evangelio hoy Jesús asegura que habrá tiempo para que crezca el amor por las tres etapas.  Prohibiendo el divorcio, Jesús le reta a la pareja ir más allá de la unión, a la cual los instintos la llevan, a un compartir de sentimientos y pensamientos.  Al final de cuentas, Jesús proveerá la gracia para que hagan los sacrificios heroicos que distinguen el amor divino.  En esta manera los matrimonios se hacen santos, o, mejor, se hacen como Dios mismo.

Usualmente se clasifica Génesis entre los libros históricos de la Biblia.  Pero ¿no se puede ponerlo también entre los libros de la sabiduría?  Pues, más de hablar de eventos históricos, nos da a entender nuestra naturaleza y nuestro fin.  En breve, somos creados por el amor de Dios para amar como Dios nos ama.



El domingo, 30 de septiembre de 2012

EL XXVI DOMINGO DE TIEMPO ORDINARIO
 

(Números 11:25-29; Santiago 5:1-4; Marcos 9:38-43.45.47-48)

 
Tal vez el reverendo Billy Graham es el predicador más famoso en el mundo.  Ha hecho sus “cruzadas” a través de la tierra por seis décadas.  Ha ganado la admiración tanto de los presidentes como del pueblo.  Cuando predica, siempre se ve en traje y corbata, nunca en alba y estola.  Eso es, algo diferente para nosotros católicos.  Los discípulos vienen a Jesús cuando ven a un hombre como el reverendo Graham haciendo su ministerio en tal estilo inesperado.

 
Les parece raro a los discípulos a ver a un hombre desconocido expulsando a demonios en el nombre de Jesús.  En su manera de ver no tiene derecho hacerlo porque no los ha acompañado.  Quizás es como nosotros sentimos cuando una pariente que era católico pero ya acude a una iglesia evangélica habla de Jesús en nuestra casa.  Pensáramos: “¿No tiene vergüenza esta mujer?”

 
“Por favor – queremos decirle – que cambiemos el tema”.  No estamos seguros que le deberíamos haber permitido pasar por la puerta y mucho menos queremos que desparrame su doctrina ante nuestros hijos.  Asimismo los discípulos prohíben al hombre echar a los espíritus inmundos.  Es posible que los discípulos sospechen que el hombre ocupe el nombre de Jesús como el príncipe de los demonios.  Pues en el principio del evangelio los escribas acusan a Jesús de expulsar a demonios porque creen que él sea poseído por Belcebús. 

Pero Jesús no ve ninguna dificultad.  Sabe que la persona que actúe en su nombre no va a hablar mal de él.  Igualmente no es probable que vamos a escuchar a nuestra pariente hablar mal de Jesús.  A lo mejor ella sólo exclamará que dichosa es por conocer al Señor.  Sin embargo, esto no significa que no tenga críticas fuertes de nuestra fe católica.  ¿Cómo vamos a responder cuando nos critica por “adorar a María” o por confesar nuestros pecados a otro hombre?

Es necesario que nos eduquemos no sólo para contestar bien a los interrogantes sino también para purificar nuestra práctica de la fe.  Nosotros católicos no adoramos a María sino la veneramos porque vivió el discipulado de Jesús íntimamente.  Ella continuamente meditaba sobre la palabra de Dios y la ponía en práctica.  Le rezamos a ella como pediríamos a una santa amiga viva a interceder al Altísimo Dios por nosotros.  Sí, es la verdad que algunos rezan a María como si fuera una diosita capaz de dispensar las gracias.  Sin embargo, esta práctica muchas veces es comprensible dado a la extrema angustia que a menudo la gente experimenta. 

La práctica de confesar a un sacerdote se ha desarrollado a través de los siglos.  Nadie duda que Jesús les otorgó el poder de perdonar pecados a sus apóstoles.  Siendo los sucesores, los obispos han ordenado a sacerdotes para ayudarles con este ministerio hoy día.  Hay otra razón para confesar los pecados a un sacerdote.  Cuando pecamos, no sólo ofendemos a Dios y a la persona a quien hicimos mal sino también a toda la Iglesia.  Pues la Iglesia tiene una misión de proclamar el Reino en el mundo y nuestros pecados impiden esta empresa.  Es como en las campañas políticas si los familiares del candidato se comportan mal, le perjudica la posibilidad de ser elegido.  El sacerdote representa a la comunidad cristiana también dándole al penitente el perdón por todos.

 
En los albores de la fiesta de san Francisco de Asís nos conviene recordar este hombre que vivió el discipulado de Jesús.  Él siempre desparramaba su doctrina de paz y bien.  Fue casi imposible de ofender porque tuvo una relación íntima con el Señor.  Por eso lo veneramos no sólo como el patrón de perritos y gatitos sino también como símbolo de la reconciliación entre todas religiones y pueblos.  Sí, veneramos a san Francisco como símbolo de la reconciliación.

El domingo, 23 de septiembre de 2012

EL XXV DOMINGO ORDINARIO
 

(Sabiduría 2:12.17-20; Santiago3:16-4:3; Marcos 9:30-37
 

Se llama el fenómeno el “sexo ocasional”.  Se ha identificado como signo de la corrupción de nuestros tiempos.  Se refiere a la práctica de jóvenes hoy de tener relaciones íntimas con una persona una noche, entonces buscar a otra pareja para juntarse por la próxima noche.  Es la vida dada al placer sin compromiso ni pago.  Santiago se dirige a este tipo de inmoralidad en la segunda lectura a través de este mes.
 

Por los cinco domingos de septiembre este año escuchamos tramos de la carta de Santiago.  Suenan como los sermones antiguos exhortándonos a cambiar los modos o pasar la eternidad quemando en el infierno.  Según Santiago su tiempo es corrupto con la gente siempre siguiendo sus pasiones e ignorando a los pobres en su medio.   ¿No diríamos la misma cosa del día hoy?  No sólo los jóvenes practican el sexo ocasional sino también hay entre 10 y 15 millones personas en los Estados Unidos tomando alcohol al exceso, por decir nada del problema de la obesidad.  Entretanto, uno de seis americanos vive en la pobreza, y la desigualdad de ingresos entre ricos y pobres sigue creciendo.  Es cierto, los lamentos de los tiempos bíblicos encuentran eco en la actualidad.   De hecho, nunca se han callado completamente.  Por eso, se puede decir que siempre hay necesidad de leer la carta de Santiago.
 

Curiosamente, se ha tratado de descreditar la carta de Santiago a través de los siglos.  En los primeros siglos de Cristianismo ella fue una de las últimas obras de ser incluidas en la Biblia.  En el siglo XVI el reformista Martín Lutero la llamó un libro “de paja” porque insiste mucho en buenas obras y no tanto en la fe.  Otros analistas han faltado la carta por mencionar el nombre del Señor Jesús sólo dos veces.  ¿Sería mejor esconderla con los pasajes de la Biblia que cuenta de aplastar los cráneos de bebés?
 

Tal resolución no nos serviría bien.  Pues la carta de Santiago nos exige que vivamos en conforme con el nombre de Cristo que llevamos.  El domingo pasado nos enseñó que solamente estaríamos engañando a nosotros mismos si proclamamos la fe sin hacer obras de caridad.  Este domingo la lectura parece poner el dedo en el pulso por recordarnos que nuestros problemas están causados por las pasiones desordenadas.  ¿Cuál familia de un jugador empedernido no diría la misma cosa? Al próximo domingo vamos a escucharla decir que la sociedad a menudo defrauda a los pobres mientras los ricos andan bien vestidos con oro y plata en sus bolsillos.  Asimismo, la Carta de Santiago respalda lo que Jesús muestra a través de su vida: que se proclama el Reino de Dios por hacer obras de caridad no simplemente por evitar el mal.
 

Hay otro tema céntrico que nos resalta la Carta de Santiago.  Nuestra salvación – eso es, el crecimiento del alma a la estatura de un santo – procede de ambos la disciplina de las pasiones y el empeño de hacer la justicia.  Muchas veces se nos olvida de esta verdad en el perseguimiento de la vida.  Una escritora recientemente comentó que las jóvenes que practican el sexo ocasional no se demoran en terminar sus estudios y ganar salarios altos.  Sí, es posible que se hagan “exitosos” en el sentido corriente de la palabra, pero en el proceso a lo mejor pierden sus almas.  Pues, el propósito de la vida es mucho más que ganar poder, plata, y prestigio.  Es tener el alma doblada a la compasión y la verdad.  La Carta de Santiago no nos hace olvidar esta lección.
 

Veamos a nuestros niños y nietos.  ¿Cuál tipo de persona querríamos que sean en veinte o triente años?  ¿Bien vestidos con oro y plata en sus bolsillos?  Tal vez sí.  Pero más que ser ricos y exitosos según las medidas corrientes queremos que sean como el Señor Jesús.  Queremos que controlen las pasiones para no caer en el exceso y doblen el codo para ayudar a los pobres.  Que controlen a las pasiones y ayuden a los pobres.

El domingo, 16 de septiembre de 2012

XXIV DOMINGO ORDINARIO
 
(Isaías 50:5-9; Santiago 2:14-18; Marcos 8:27-35)

 
Sea un drama de Shakespeare o sea un cine como Batman, siempre se ve la misma cosa.  Al mero centro de la historia, el protagonista tiene un momento de alumbramiento.  Desde esta crisis la acción desenvuelve a la conclusión.  En Batman: el Caballero de la Noche Asciende el héroe está retirado cuando los malvados desenlazan la trama para tomar poder de la metrópolis.  Dándose cuenta del peligro, Batman recupera todas sus fuerzas para derrotar al enemigo.  En un sentido el evangelio de Marcos asemeja esta trayectoria.  Al centro de la obra, que tenemos en la lectura hoy, Jesús inicia el diálogo que indica su destino.   A la misma vez nos propone un interrogante que determinará lo nuestro.
 

Jesús pregunta a sus discípulos, “¿Quién dicen ustedes que soy yo?”  No es un joven buscando su propia identidad.  No, él sabe bien quien es y lo que tiene que hacer.  Más bien, con el interrogante Jesús nos permite a escoger lo que será nuestro objetivo de vida.  Si respondemos, como “la gente” en el pasaje, que Jesús es “alguno de los profetas”, entonces querríamos seguir sus consejos pero sólo hasta un punto.  Pues, los profetas son famosos como idealistas que no se corresponden a la vida regular.  Hoy día los profetas urgen que abandonemos nuestros carros y tomemos los trenes para salvar el planeta.  Sin embargo, no es probable que muchos siguen su amonestación ni que se mejora significantemente la tierra.  Otra respuesta del interrogante imagina a Jesús como un ingenuo malvado que debe ser rechazado.  Según las ideas del autor Ayn Rand, el cumplimiento del mandamiento de Jesús a sacrificarse por el otro sólo haría la sociedad más injusta.  Con este tipo de pensar el hombre alcanza a la plenitud cuando realiza todo lo que sus instintos naturales deseen.
 

Pero para nosotros Jesús es apenas meramente un profeta -- una portavoz de Dios – mucho menos un tonto para rechazar rotundamente.  Más bien lo reconocemos como Dios encarnado cuyas palabras valen nuestra adhesión más íntima.  Por él moriríamos desde que ha prometido a sus fieles la vida eterna.  A lo mejor la respuesta de Pedro -- “Tu eres el Mesías” – significa solamente una sombra de nuestra fe.  Pues, para Pedro en la región de Cesarea de Filipo el Mesías es el guerrero que liberaría a Israel de sus opresores.  Viene en el estilo de David cuyas victorias militares hizo Israel independiente y rico.  Pedro y compañeros se darían sus vidas batallando por el Mesías porque de este modo ganarían la estima de un pueblo orgulloso.  Pero no es imaginable a ellos que el Mesías moriría en la lucha para la libertad.  Escogido por Dios, se garantiza su victoria tan ciertamente como el levantar del sol en la madrugada. 
 

Por eso, Jesús tiene que corregir su concepto del Mesías sin rechazar el título.  Les explica a sus discípulos con términos tan gravosos como el árbitro de boxeo haciendo la cuenta atrás.  Dice que tiene que padecer, tiene que ser rechazado, y tiene que ser entregado a la muerte antes de que logre cualquier victoria.  Es el misterio del amor divino que todavía confunde a muchos.  “¿Por qué – mucha gente preguntará – una joven se daría a sí misma al cuidado de los desahuciados de cáncer con las Hermanas Dominicas de Hawthorne?”  No es loca ni tiene ella un deseo de muerte.  Más bien quiere seguir al salvador.

 
¿También nosotros tenemos que entregar la vida para seguir a Jesús?  El evangelio no demora a responder que sí, es necesario. Pero Jesús especifica a sus discípulos que cada uno tiene que cargar su propia cruz.  Para ninguno es fácil, para algunos – la madre con el hijo con la parálisis cerebral – parece onerosa.  Y para todos es posible porque marchamos en las huellas de Jesús.  Él nos guía y nos apoya.  Siguiendo a Jesús, un hombre atendiendo a su esposa de docenas de años ya completamente restringida a la cama dice con todo candor, “Le amo más ahora que el día en que nos casamos”.

 
Los marineros están acostumbrados a examinar los cielos para la estrella polar.   Pues, por colocarla pueden determinar en cuál dirección están dirigidos.  La estrella polar les sirve a los marineros como la pregunta de Jesús a nosotros: “¿Quién dicen ustedes que soy yo?”  Si nuestra respuesta es “el Dios encarando”, que lo sigamos con todas fuerzas.  Que lo sigamos con todas fuerzas.


 

El domingo, 9 de septiembre de 2012

EL XXIII DOMINGO ORDINARIO

(Isaías 35:4-7; Santiago 2:1-5; Marcos 7:31-37)

 
El venerable sacerdote queda en silencio. Ya se acaba la conferencia.  Asistió en ella pero realmente no participó en ella.  Pues es sordo.  A través de los años ha llevado varios aparatos para ayudarle escuchar sin mucho éxito.  Sí, de vez en cuando discierne unas palabras, sea por el sonido o sea por leer los labios.  Sin embargo, no puede conversar con otra persona sin el colocutor apuntando lo que dice.  A un sordo como éste Jesús se le dirige en el evangelio hoy.
 

La gente lo lleva a Jesús.  Quiere que le cure de su sordera y la incapacidad de hablar claramente.  En un sentido la condición describe a muchos nosotros hoy en día.  Pues difícilmente comunicamos nuestros interiores a otras personas, aun a nuestros seres más queridos.  No es que tengamos dificultad de hablar de nuestro equipo de fútbol.  Algunos aun hablan con sensatez de las campañas políticas.  Pero nos cuesta revelar los temores e ilusiones más profundas, a decir nada de nuestros fracasos.  Y cuando una persona trata de hacerse sincera con nosotros, estamos inclinados a defendernos de la intimidad con chistes.  Es como si prefiriéramos quedar sordos a las murmuraciones del corazón.
 

Se ha creado un espacio de compartir del corazón en los grupos de Alcohólicos Anónimos.  La comprensión de los asistentes facilita el compartir tanto de ilusiones como de faltas.  Por eso, el famoso psiquiátrico Scott Peck describió la fundación de AA como uno de los eventos más importantes del siglo veinte.  Ahora se duplica el ambiente de AA por personas con todos tipos de dificultades desde obsesiones de comer hasta el luto sobre la pérdida de un hijo.  Siempre es un proceso de individuos reconociendo sus propias faltas y aceptando a los demás en afecto mutuo.  En la lectura Jesús prepara al hombre para participar en tal grupo.  Mete sus dedos en los oídos del sordo, le toca la lengua, y emite la palabra, “¡Effetá!” que quiere decir “Ábrete”.   Las acciones indican la expulsión de un demonio para liberar al hombre.  Es como el sordo una vez suelto de su cargo malvado ya podría contar la trayectoria de su vida.


La comunidad cristiana debería ser un grupo donde se puede expresar tanto la contrición de pecados como la esperanza para una vida mejor.  De hecho, es.  La Iglesia constantemente invita a los fieles a reunirse en grupos para compartir la fe.  Los cursillistas son famosos por las “ultreyas” donde se congregan cada ocho días para compartir los altibajos del discipulado de Jesús.  Los grupos de oración tienen una finalidad semejante.  Más deliberadamente, las comunidades pequeñas de Renacer y “¿Por qué ser católico?” han servido para abrir nuestros oídos y lenguas en apoyo mutuo.

 
“Está bien – pensamos pero sigue la inquietud -- ¿por qué no vemos milagros ahora como Jesús hace en el evangelio?”  Pero la verdad es lo que llamamos como “milagros” en el evangelio por la mayor parte no se entienden como trastornos de la naturaleza.  Más bien son señales de la venida de Dios que sigue hacerse presente ahora en formas distintas.  Dios ilumina la mente de los científicos para inventar nuevas curas.  Más relevante, Dios impulsa a gente como nosotros a ofrecer esmerado servicio por el otro.  Se ve este servicio en un jubilado que va a dos hospitales cuatro días por semana consolando y aconsejando a las víctimas de derrame cerebral y a sus familias.  Este tipo de compromiso – que se puede ver en medio de cada uno de nosotros – nos deja con el mismo halago con que la gente da a Jesús, “¡Qué bien lo hace todo!”

 
Ahora, once años después de “once de septiembre”, muchos norteamericanos han olvidado la profundidad de ese momento.  Para aquellos que perdieron a seres queridos en los ataques fue un tiempo de confusión y tristeza indecible.  Pero la mayoría de nosotros experimentamos la necesidad de compartir del corazón.  Quisimos reconocer nuestras faltas a nuestros familiares y contarles de nuestro afecto.  Fue un tiempo de “¡Effetá!” (ábrete).  Es como si fuéramos hechos por tal compartir pero nos faltaba un desastre para abrirnos a ello.  Es cierto.  Nos faltaba un desastre para abrir el corazón.