El domingo, 27 de febrero de 2011

VIII DOMINGO ORDINARIO

Isaías 49:14-15; I Corintios 4:1-5; Mateo 6:24-34)

El “Padrenuestro” es una serie de peticiones. Tiene siete en total. Al corazón del rezo – la cuarta petición – decimos: “Danos hoy nuestro pan de cada día”. Se ha contado que el pasaje evangélico hoy es un comentario extendido sobre esta petición. Vale la pena desmontarla palabra por palabra para verificar esta aseveración.

Cuando oramos “danos”, reconocemos nuestra dependencia de Dios. Solos estamos para morir de hambre. Aunque el humano ha inventado la cosechadora, Dios controla las fuerzas cósmicas -- el sol y el agua -- para que la tierra haga brotar el trigo. Con razón entonces Jesús dice ahora: “…el Padre celestial ya sabe que ustedes tienen necesidad…”

Curiosamente pedimos pan sólo para el día “hoy”, eso es, la suficiencia para vivir un día a la vez. No nos atrevemos a solicitar el exceso porque es mejor volvernos a Dios cada día. Nos recordamos cómo Dios exigió a los israelitas en el desierto que recogieran bastante maná sólo para un día excepto el sexto día cuando les permitió una doble porción para el sábado también. En el evangelio Jesús justifica lo apropiado del límite cuando dice: “’No se preocupen por el día de mañana…”

Entonces ¿es malo tener una cuenta bancaria o comprar una póliza de seguros? Siempre ha sido el ideal cristiano vivir como los pollos “arañando en la mañana, comiendo en la mañana”. Sin embargo, aun las órdenes mendicantes como los franciscanos y los dominicos se han dado cuenta de la necesidad de prepararse para las exigencias del futuro. Antes que nada, tenemos que suplir a nuestros hermanos que viven en necesidad extrema. Entonces, es legítimo poner algo en reservas para nosotros mismos agradeciendo a Dios por habernos dado – como dice el evangelio -- “por añadidura”.

Decimos “nuestro pan” pensando primero en aquellas personas que comparten la fe en Jesucristo, entonces en todos humanos. No existimos en la tierra como individuos aislados sino siempre vinculados con uno y otro. Respiramos el mismo aire, bebemos la misma agua, tomamos el mismo sol, y -- sobre todo -- tenemos al mismo Dios como creador y sostenedor. Jesús viene precisamente para envolver a todo el mundo en la familia de Dios Padre. Por eso, él proclama en el evangelio: “…busquen primero el Reino de Dios y su justicia…” La justicia de este reino exige que procuremos sacar el fruto de la tierra no sólo por nosotros sino también por los demás.

El “pan” significa más que alimento. Producto de ambas la cosecha de la tierra y la industria humana, el pan provee la energía para vivir y el motivo para congregarse con otras personas. En esta manera ello simboliza el amor fraterno sin que la vida se hiciera tan seca como un campo de ceniza volcánica. Jesús es consciente de esto cuando pregunta: “¿Acaso no vale más la vida que alimento, y el cuerpo más que el vestido?”

Sin embargo, no podemos apreciar todo el valor de la vida humana sin la revelación de Cristo. Las palabras “de cada día” no se refieren una segunda vez al cotidiano sino al día para que Dios nos haya creado desde el principio. Viene del término griego epiousios que significa “para el porvenir”. El futuro del cristiano es la vida con Cristo en la eternidad – el banquete celestial. Por eso, cuando pedimos “el pan de cada día”, estamos buscando la Eucaristía, el anticipo de la vida eterna. Es el alimento del Padre que sí puede “prolongar la vida” para siempre.

Cada mañana nos despertamos al gorjeo de las aves. Es una doble porción de reconocimiento: primero agradeciendo a Dios por haberles alimentado ayer, entonces recordándole de su dependencia extrema el día hoy. También, es un anticipo de nuestra oración cotidiana. Como el gorjeo de las aves en la mañana, nos volvemos a Dios cada día diciendo “Padre Nuestro”. Cada día decimos “Padre nuestro”.

El domingo, 20 de febrero de 2011

VII DOMINGO ORDINARIO

(Levítico 19:1-2.17-18; I Corintios 3:16-23; Mateo: 5:38-48)

Recientemente apareció en el email un examen sobre la cultura norteamericana. Una pregunta fue, “Hace sesenta años ¿qué era la enfermedad más temida por los niños?” Para aquellos que no vivían en los Estados Unidos en esa época, la respuesta fue bastante difícil. El temor de la polio mantenían a los niños fuera de las playas y dentro de sus casas. Si hiciéramos un examen del Antiguo Testamento, a lo mejor nosotros tendríamos la misma dificultad. Aunque leemos del Antiguo Testamento casi todos los domingos, desgraciadamente pocos le hacen caso.

La lectura del Antiguo Testamento hoy viene del libro del Levítico. Quizás algunos reconocerán el Levítico como uno de los primeros cinco libros de la Biblia. Unos menos sabrán que el Levítico es llamado por la tribu hebrea de Levi que formaba la exclusiva clase de sacerdotes. Y sólo uno o dos podrán decir que el Levítico hace una lista de las leyes tanto para la vida diaria como para el culto porque existe un vínculo entre la celebración de la fe y su práctica.

El Levítico llega a su punto culminante en la lectura hoy cuando dice, “’Sean santos, porque yo, el Señor, soy santo.’” Por supuesto esto es un proyecto enorme. Pues, Dios es santo por Su naturaleza, eso es, diferente de nosotros: tan justo de modo que nos sintamos a la vez repulsados y atraídos. Es como si Dios fuera un gran reflector en las tinieblas que nos llama de nuestros escondites aunque revelará nuestros defectos. Para ayudar a Su pueblo lograr la santidad Dios tiene enumeradas cantidades de leyes y reglas. Las encontramos no sólo en el libro del Levítico sino también en los libros del Éxodo, Números, y Deuteronomio.

Varios siglos después del escribir del Levítico Jesús se dará cuenta de que algunos llevan a cabo las leyes sin llegar a la santidad. Se fastidian con los ritos de purificación y no les falta darles a los limosneros. Sin embargo, parecen más santurrones que santos, más fanáticos que fieles. Por esta razón Jesús llamará a todos al arrepentimiento. No es suficiente -- les dirá -- la conformidad externa con la ley. Más bien, es necesario que la actitud interior sea una del mismo amor que tiene el Padre Dios. Por eso, enseñará a sus discípulos que no amparen la venganza, que no resistan el golpe, y, sobre todo, que amen a sus enemigos. Para recapitular sus mandamientos no les pedirá la santidad sino la perfección, que es la correspondencia a Dios tanto interior como exteriormente.

Como Jesús tendrá sospechas de la santidad, nosotros hoy día no estamos seguros de la perfección. Viendo a algunos obsesionándose sobre cada acto que hacen, decimos, “Lo perfecto es el enemigo de lo bueno”. Pero Jesús no nos pide lo imposible. Al contrario, nos diría que llegar a la perfección, que es no más que el corazón lleno del amor, es dentro de nuestro alcance. ¿Por qué? Porque Jesús nos ha enviado al Espíritu Santo para capacitarnos a amar como Dios ama. Parece que el entrenador de beisbol universitario que donó un riñón para salvar la vida de uno de sus jugadores tiene corazón lleno del amor. Dice Tom Walter, un hombre de cuarenta y dos años, que lo haría por cualquier de sus jugadores, aun los antiguos, porque es la cosa correcta para hacer.

“…la más importante de las tres cosas es el amor,” escribe san Pablo en su carta a los corintios. Es igual que dice Jesús cuando exige que seamos perfectos. Lo perfecto es tratar al enemigo con respeto. Es ser reflector para que todos vean mejor. Es tener el mismo amor que tiene el Padre Dios. Lo perfecto es tener el amor de Dios.

El domingo, 13 de febrero de 2011

VI DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

(Eclesiástico 15:16-21; I Corintios 2:6-10; Mateo 5:17-37)

El Padre Stephen Rehrauer es profesor de la teología moral. Hace un año publicó un artículo sobre el amor y san Valentino. Según el Padre Rehrauer, hay básicamente dos tipos del amor. Un tipo, conocido por su nombre griego eros, es la fuerza que atrae a Jack a su novia Rose en la película Titanic. Eros, guardado bajo el control racional, es bueno porque le hace sentir satisfecho y feliz. Pero no es suficiente para mantener una relación permanente. Para eso se necesita el otro tipo del amor que se llama agape en griego o la caridad in español. A la caridad no le importa tanto cómo siente el amante sino cómo siente la amada. Se esfuerza para el bien de la otra persona aun al punto de morir para él o ella. Es el amor que la Madre Teresa mostró a los miserables de Calcuta y que Dios tiene para cada uno de nosotros.

El padre Rehrauer dice que hoy en día se identifica el san Valentino con eros, pero él fue el maestro y modelo de la caridad. Según una leyenda san Valentino fue cura en Roma durante la persecución de los cristianos en la segunda mitad del tercer siglo. Después de que estuvo encarcelado, el padre Valentino enseñó a la hija ciega del carcelero de Jesús y la convirtió al Cristianismo. Al caminar a su martirio, Valentino le pasó a la muchacha una carta recordándole que se quedara fiel a Dios por cultivar la caridad. Firmó la carta “tu Valentino”. Cuando se abrió la carta, la muchacha recibió la vista. Sus ojos se fijaron en las letras de Valentino exhortándole que amara como Dios ama. Según el padre Rehrauer, el propósito de la historia es que cuando decimos a otra persona, “Sé mi valentino/a”, estamos pidiendo que la persona nos ayude, como el san Valentino, aprender la caridad. Eso es, que él o ella nos enseñen cómo amar como Dios ama.

Si o no tiene la verdad, la leyenda de san Valentino es la historia de Jesús. Él es el Valentino primordial enseñándonos cómo amar con la caridad. En el pasaje evangélico hoy Jesús nos advierte que la lujuria, eso es eros fuera del control, procede del egoísmo que destruye relaciones. También, indica cómo el amor matrimonial tiene que transcender eros y llegar a la caridad si no va a terminar en el divorcio y el adulterio. En el evangelio del próximo domingo Jesús demostrará cómo la caridad requiere el auto-sacrificio hasta casi desnudarse para que el amado tenga suficiente ropa. Pero, seguirá Jesús, la última prueba de la caridad es el amor para el enemigo -- que deseemos lo mejor para aquellas personas que nos ofendan.

Jesús no sólo habla de la caridad sino la práctica. Permite que lo desnuden antes de su crucifixión, y se entrega a sí mismo a la muerte para redimir a todos, aun a sus verdugos. Viendo su sacrificio del amor, el oficial romano puede declarar su identidad divina. Dice, “Verdaderamente éste e(s) Hijo de Dios”.

Particularmente a los niños les gusta repartir muchas tarjetas valentinas. Pueden tener dibujos de flores, de animales, o de chocolates, pero casi siempre concluye con el deseo “Sé mi valentino/a”. Se les dan a unas compañeras porque están chiflados por ellas y a otras por la moda. Que esperemos que los niños se den cuenta cómo “Sé mi valentina” se aplica a todos. Pues, por estas palabras sólo pedimos que el otro nos enseñe cómo amar como Dios ama. Sólo pedimos a aprender la caridad.

El domingo, 6 de febrero de 2011

V DOMINGO ORDINARIO

(Isaías 58:7-10; I Corintios 2:1-5; Mateo 5:13-16)

Fue un golpe de genio. Galvanizó tanto la opinión internacional como al pueblo hindú. Cuando los gobernantes ingleses tenían un impuesto en la sal, Mahatma Gandhi llamó una marcha en protesta. La ley exigía que todos compraran la sal del gobierno y prohibía la recogida de la sal aun por el uso propio. Era particularmente severa al pueblo porque la sal es “la especie de los pobres”. En tiempo los hindús ganaron su independencia en parte por el éxito de la protesta. En el evangelio hoy Jesús subraya el significado de la sal para su gente.

Jesús llama a sus discípulos “la sal de la tierra”. Ellos tienen que servir como el mineral a la vez el más común y el más útil que se encuentra. Aunque la Biblia no habla de la sal como agente para derretir el hielo en los caminos durante el invierno, era más útil en el tiempo de Jesús que hoy. Primeramente se usaba la sal para condimentar comida. Por eso, los discípulos de Jesús – nosotros tanto como Simón, Santiago, y Juan – tienen que hacer la vida más agradable con el servicio. Puede ser algo sencillo como mostrar una sonrisa a otra persona o algo práctico como prestar la mano para ayudarle.

Antes de la refrigeración la gente echaba la sal como conservante en carne, pescado, y verduras. Como extensión de este uso, el pueblo judío ponía la sal en sus sacrificios para simbolizar la perpetuidad de la alianza con Dios. Asimismo comía la sal junto con sus asociados para significar la fuerza de la amistad. Podemos entender este uso de la sal también atrás de la instrucción de Jesús. Sus seguidores tienen que ser fieles a Dios no sólo por entrar el templo el domingo sino por socorrer a los pobres durante la semana. En la casa tienen que ser ambos tiernos y firmes con sus familias poniéndose de guantes de cuero cuando se necesita la corrección y de guantes de seda el resto del tiempo. En todos locales tienen que ser fieles a sus palabras. Los jóvenes practicarán la fe sólo si los mayores dicen siempre lo que creen es la verdad.

Otro uso para la sal en tiempos bíblicos era para rendir infecunda la tierra. Los ejércitos vertían la sal sobre territorios conquistados para incapacitar a sus enemigos. En este sentido Jesús está cargando a los discípulos a denunciar la maldad. En nuestro tiempo, por ejemplo, se ha dejado a los cristianos a llamar la atención a la pornografía en el Internet. Esta contaminación se ha puesto tan perversa y tan prevalente que está deteriorando las relaciones entre hombres y mujeres. Como resultado el aborto está destrozando más que cincuenta por ciento de los embarazos en algunas comunidades.

Jesús advierte a sus discípulos que ellos, como la sal, pueden volverse inútiles. Eso es, pueden perder la capacidad a hacer la vida más agradable, más abierta a la fe, y menos contaminada. Esto pasa cuando los cristianos permiten que los atletas profesionales y las estrellitas de Hollywood sean sus modelos de vida. Ganar el campeonato se hace la prioridad transcendente sin preocuparse de lo que pase a la familia, al su bien propio, mucho menos al oponente. Recientemente se reportó que varios personajes como Nicole Kidman y Elton John han pagado a mujeres para dar a luz a sus bebés concebidos en el laboratorio. En lugar de ver sus películas y comprar sus discos tenemos que decir a los adolescentes que el comportamiento de estas personas es tan bárbaro como la esclavitud.

Cuando los ingleses hablan de una “sal vieja”, se refieren a los marineros con un mil de historias. Sean la verdad, la verdad en media, o pura invención las historias promueven la vida a bordo del barco. En manera semejante los cristianos pretenden ser “sales viejas” del evangelio. Aunque decimos sólo lo que creemos es la verdad, queremos relacionar a los jóvenes que satisfactoria es la vida de los discípulos. Estamos agradables en el servicio, firmes contra la contaminación, y listos a dar luz a Jesucristo en nuestro tiempo.