El domingo, 5 de julio de 2020


EL DECIMOCUARTO DOMINGO ORDINARIO

(Zacarías 9:9-10; Romanos 8:9.11-13; Mateo 11:25-30)

En un drama televisor una maestra es despedida de su empleo en una escuela católica.  Ella ha violado lo política de la escuela por haber procurado la fertilización in vitro.  Eso es, ella y su esposo habían contratado con un laboratorio para producir un embrión usando su ova y esperma. 

La Iglesia ha enseñado que este proceso va en contra de la dignidad humana.  Sin embargo, muchos aplaudan el proceso como dar socorro a las parejas infértiles.  Piensan que la Iglesia católica es injusta con sus muchas reglas.  Según esta gente no es correcto prohibir a los divorciados recibir la Santa Comunión.  Ni es bueno obligar a los fieles asistir en la misa cada domingo y abstenerse de la carne los viernes de la Cuaresma.  Ven a los obispos semejantes a los fariseos en el evangelio siempre echando fardos pesados sobre las espaldas de los pobres.

En el evangelio hoy Jesús ofrece el consuelo a los pobres.  Dice que los aliviará de la carga de los fariseos.  Les pide que asuman su yugo que es suave.  Su yugo es su manera de vivir como un hijo amado de Dios Padre.  Implica atención a sus mandamientos, que son aún más retadores de aquellos de los fariseos.  Podemos pensar en los mandamientos del Sermón del Monte como, por ejemplos, “amen a sus enemigos” y “quien mire con malos deseos a una mujer, ya cometió adulterio con ella en su corazón”.  Pero la diferencia entre el yugo de Jesús y el fardo de los fariseos es que el yugo de Jesús es basado en una nueva disposición interior.  Sus discípulos son renovados con la conciencia conforme a Dios que les ama muchísimo.  Entretanto, el fardo de los fariseos es una lista extendida de obligaciones impuestas exteriormente.  Con estas muchas exigencias la persona se siente apurada y poco apreciada.

San Pablo nos señala lo que es asumir el yugo de Jesús en la segunda lectura. Dice que la gente de Cristo no vive conforme al desorden egoísta sino conforme al Espíritu.  Vivir conforme al desorden egoísta es querer que toda cosa complazca el yo.  Viviendo conforme al Espíritu apoyamos a uno a otro en la humildad.  Aquellos que viven conforme al desorden debería darse cuenta que cualquiera ventaja que tenga termina con la muerte.  Aquellos que viven conforme al Espíritu no sólo conocen la alegría del Espíritu en la vida cotidiana sino también miran adelante a la vida eterna.

Tenemos que volver a la cuestión de las muchas reglas en la Iglesia católica.  Estas reglas no son trucos burocráticos de los obispos para someter a la gente.  Más bien son leyes prescritas por Dios en la naturaleza y la Revelación.  Vivir en conforme con ellas trae la paz de mente por no ofender a Dios, nuestro  Padre amoroso.  También, ello produce la harmonía de cuadrarse con la naturaleza.  Tal vez una analogía nos servirá bien aquí.  Vivir en conforme con los mandamientos de Dios es acomodarse con el calor del verano por llevar ropa ligera.  Ciertamente esto es preferible que construir un sistema de acondicionadores de aire para que se pueda llevar la ropa elegante del invierno.  Esto es vivir conforme al desorden egoísta.

El papa San Juan Pablo II decía que la primera obligación de cada cristiano es permitir que Dios le ame.  Esto es la disposición de Jesús.  Esto es vivir conforme al Espíritu de alegría y la dignidad humana.  Esto es el yugo suave de Jesús que quiere que tomemos.

El domingo, 28 de junio de 2020


EL TREDÉCIMO DOMINGO ORDINARIO

(II Reyes 4:8-11.14-16; Romanos 6:3-4.8-11; Mateo 10:37-42)


En una película, basada en la vida verdadera, un muchacho está viviendo en la calle.  No puede volver a la casa de su mamá porque ella es drogadicta.  El muchacho tiene habilidad atlética pero parece que ello va a desperdiciarse.  Entonces encuentra una familia que le ofrece hogar, y su vida cambia.  Se inscribe en una escuela privada donde se destaca como jugador de futbol.  En tiempo se hace la estrella de su equipo universitario y recibe contrato para jugar profesionalmente.  En la segunda lectura San Pablo describe una trayectoria semejante para todo cristiano.

Pablo describe el efecto del bautismo en nosotros.  El sacramento nos incorpora en la muerte y la resurrección de Cristo como si fueran una familia nueva.  Nos volvemos de ser pecadores a ser como santos.  Es tener una vida nueva con Jesucristo como nuestro patrón.  Él nos enseña, nos capacita, y nos acompaña a la felicidad eterna. 

La familia de Jesús no reemplaza la familia natural pero la transciende. Por eso, Jesús exige en el evangelio hoy que sus discípulos amen a él más que a sus padres y madres, más que aun a sus hijos.  No es muy difícil pensar en casos en los cuales la persona deja a sus padres en favor de Jesús.  Nos recordamos cómo San Francisco de Asís se desvistió en público para renunciar los modos de su padre, el comerciante de tela.  Pero ¿cómo se muestra el amor para Jesús más que para un hijo o hija?

Puede ser que la hija de ustedes quiere casarse fuera de la iglesia.  Se ha enamorado con un divorciado y vienen a ustedes para pedir su bendición.  También quieren que financien la boda.  Les da gran dolor a ustedes no sólo porque ella va a estar viviendo en pecado sino también porque va a dar mal ejemplo a sus hermanos.  ¿Qué deberían ustedes hacer en este caso?  ¿Deberían ustedes no asistir en la ceremonia?

Ojalá que no digan que no importa si casan por la iglesia o no.  Sólo el matrimonio sacramental recibe el apoyo de la gracia del Espíritu Santo.  Sólo el matrimonio sacramental puede dar testimonio al amor de Cristo para la Iglesia.  Además Jesús ha prohibido el divorcio de modo que si se junta con un divorciado, esté cometiendo adulterio.

Sería una traición del amor a Cristo apoyar el matrimonio.  No deberían pagar por la fiesta ni entregar a la joven a su novio.  ¿Podrían ustedes asistir en la ceremonia?  No, porque sería reconocimiento de un matrimonio que no creen verdaderamente existe.  Tal vez puedan asistir en la fiesta después para saludar a los huéspedes.  Si lo hacen, deberían expresar su desaprobación del asunto.

Sin embargo, no querrían romper su relación con su hija.  Querrían asegurarla de su amor aunque tienen que decir cómo aman a Cristo sobre todo.  También querrían tratar al hombre con respeto.  Sería difícil para la pareja aceptar su decisión, pero ustedes esperan que en tiempo vean la sabiduría de su postura.  Sería su menester también rezar particularmente que ella un día regrese a los sacramentos.

A veces parece tan duro ser cristiano que nos preguntemos si vale la pena.  Por supuesto que sí.  No es sólo porque tenemos la vida eterna como nuestro destino.  También, incorporados en su familia, conocemos el amor de Cristo todos los días de nuestra vida. 

El domingo, 21 de junio de 2020


EL DUODÉCIMO DOMINGO ORDINARIO

(Jeremías 20:10-13; Romanos 5:12-15; Mateo 10:26-33)


El diácono estaba en conflicto con el sacerdote de su parroquia.  Le escribió un email deplorando la falta de mencionar el racismo en la misa el domingo anterior.  Ciertamente al menos una súplica por las victimas del racismo estaba indicada.  Pues todo el país estaba en revuelto sobre la brutalidad de parte de un policía blanco hacia un negro.  El sacerdote respondió que no quería causar división en la congregación.  Uno se pregunta lo que diría Jesús sobre este motivo para mantener la paz.

En el evangelio Jesús dice a sus apóstoles que pregonen desde las azoteas lo que él les ha enseñado.  No quiere que sean tímidos sino abiertos.  Aun si les cuesta la vida, quiere que proclamen sus enseñanzas.  Advierte que sería mejor perder la vida por causa del evangelio que perder el alma para conservar el cuerpo.  Entonces tenemos que preguntar: ¿qué ha enseñado Jesús sobre el racismo?

No mucho, al menos en este Evangelio según San Mateo.  Sin embargo, podemos recorrer el Sermón del Monte buscando huellas de su planteamiento sobre el tratamiento de otros tipos de personas.  En el principio del Sermón, Jesús declara “dichosos” aquellos “de corazón humilde”.  Estos son personas que no promueven su propio bien o el bien de sus compañeros sino buscan el bien de todos.  La humildad era la disposición de San Martín de Porres.  Él sirvió a todos.  No pasó por alto las necesidades de los negros enfermos de su ciudad mientras atendía a los frailes españoles de su convento. 

En la segunda parte del Sermón Jesús reta a sus discípulos: “’Amen a sus enemigos y oren por quienes los persiguen’”.  Desgraciadamente a veces los blancos y los negros ven a uno a otro como enemigos.  Hablan de “nosotros” y “ellos” como si vivieran en otros países.  Jesús querría que todos se refrenen de este tipo de discriminación.  Exhortaría el amor fraternal entre las razas. Como dijo otro Martín, el doctor Martin Luther King: “’Tengo el sueño de que un día… los hijos de los antiguos esclavos y los hijos de los antiguos dueños de esclavos podrán sentarse juntos en la mesa de la hermandad’”.

En la última parte del Sermón del Monte Jesús entrega una serie de proverbios.  Uno de estos es particularmente pertinente aquí.  Dice: “’No juzguen a otros, para que Dios no juzgue a ustedes’”.  En lugar de rechazar a personas de otras razas, Jesús promovería la tolerancia y la comprensión de ellas.  Nos aconsejaría que tengamos cuidado de no descartar a otra persona como “no inteligente” o “no capaz” porque viene de una familia pobre o quebrada.  El padre de Clarence Thomas, el único juez negro de la Corte Suprema, abandonó su familia.  Entonces su abuelo crió al juez Thomas para ser persona cumplida.

Los negros han sido oprimidos por siglos.  Ahora están luchando para mantener la dignidad humana.  Porque constituyen parte de nuestra comunidad, valen el apoyo de todos.  Ciertamente el Señor Jesús no los despediría como no despidió a la samaritana o la cananea en el evangelio.  Cuando tengamos la oportunidad de conversar con personas negras, descubrimos valores comunes, a menudo el amor para Jesús.  Sin duda vale reconocer su angustia cuando el racismo se levanta su cabeza fea.

Durante el imperio romano fue un crimen evangelizar.  Cerca del año 200 los cristianos podían dar culto al Señor pero estaban prohibidos de contar de él con los demás.  Si la ley prohibiera tal tipo de hablar hoy en día, ¿habría evidencia para condenarnos?  Que esperemos que sí.  Que proclamemos desde las azoteas que seamos opuestos a la discriminación racial porque somos discípulos de Jesús.  Que proclamemos que seamos opuestos a la discriminación.

El domingo, 14 de junio de 2020


LA SOLEMNIDAD DEL CUERPO Y LA SANGRE DE CRISTO

(Deuteronomio 8:2-3.14-16; I Corintios 10:16-17; Juan 6:51-58)


La fiesta de Corpus Christi tiene como propósito la meditación sobre el sacramento del Cuerpo y Sangre de Cristo.  Eso es, celebramos la fiesta para profundizar nuestro aprecio de la Eucaristía.  Por dos meses ustedes no podían recibir el sacramento debido al confinamiento.  Tuvieron que hacer la comunión espiritual.  En un sentido estaban cumpliendo el propósito de Corpus Christi. ¿Cómo fue la experiencia?  A lo mejor, no fue tan satisfactoria como recibiendo la hostia en la misa.  Vale la pena reflexionar sobre los elementos de la fiesta de Corpus Christi para mejorar la experiencia de la comunión.  Sea la comunión espiritual o la comunión sacramental, deberíamos querer recibirla con mayor aprecio.

El primer elemento de Corpus Christi es la misa.  El sacerdote en persona de Cristo transforma el pan y el vino en el Cuerpo y la Sangre del Señor.  Se hace presente Jesucristo en forma sacramental.  Entonces venimos al altar para recibirlo.  La maravilla es que la comida y la bebida sacramental no se convierten tanto en nuestros cuerpos.  Más bien, la comida y bebida sacramental transforman a nosotros en el Cuerpo de Cristo, la Iglesia.  Por eso, San Pablo pregunta a los corintios en la segunda lectura: “…el pan que partimos, ¿no nos une a Cristo por medio de su cuerpo?”  Claro que hace. Ciertamente somos unidos a Cristo también por la oración y el sacrificio, pero  no tan íntimamente.  Las madres reprenderán a sus hijos que si siguen comiendo pizza, van a verse como una pizza.  Es una broma.  Pero es cierto que tanto más recibamos la Santa Comunión dignamente, tanto más nos convertimos en el Cuerpo de Cristo.

Después de la misa de Corpus Christi formamos una procesión, al menos era así en este país hace setenta años y sigue así en varios países latinos.  La procesión forma el segundo elemento de la fiesta.  Con el sacerdote llevando el pan consagrado, caminamos por el vecindario.  Es una bendición gratuita para toda la comunidad.  Tal vez se ve aun una policía hincándose cuando pasa la procesión.  La procesión imita la marcha de los israelitas en la primera lectura.  Ellos  recorren por el desierto cuarenta años para que se formaran en el Pueblo de Dios.  Así es con  nosotros caminando con el Santísimo Sacramento.  Nos empezamos de reconocer al uno al otro no sólo como conciudadanos sino como miembros de la misma familia de Dios.

La característica más prominente de la primera lectura es el maná.  Dios deja este alimento extraño para dar de comer a Su pueblo.  Se encuentra en el suelo del desierto como el rocío en el césped en la madrugada.  Pero no semejante al rocío el maná tiene una base sustancial.  Se puede secarlo y molerlo para preparar pastelitos.  Nos parece como la hostia usada en la misa.  La hostia no parece nutritiva para nada.  Sin embargo, transformada en el Cuerpo de Cristo, se hace en la fuente de la vida eterna.

Tenemos oportunidad para contemplar la vida eterna cuando entramos de nuevo en el templo.  La veneración del Santísimo comprende el elemento final de Corpus Christi.  Por la veneración nos percatamos de lo que Jesús significa en el evangelio hoy cuando dice: “’El que come de este pan vivirá para siempre’”.   Es la vida del Padre, Hijo, y Espíritu Santo.  Consiste en el gozo de estar con aquellos que amamos y que nos aman en nuestras vidas.  Será un compartir perfecto porque no habrá las preocupaciones y los defectos personales que amargan la vida ahora. 

Una vez una película terminó con todos los personajes congregados en la iglesia tomando la comunión.  Todos estaban allí: los héroes y los tunantes, los blancos y los negros, los ricos y el ciego, llevando sonrisas.  Eran reconciliados por la gracia de Cristo.  Era sólo la visión del director del cielo, la vida "para siempre”.  No sabemos en realidad cómo es la vida eterna.  San Pablo dice que “…ninguna mente ha concebido lo que Dios ha preparado para quienes lo aman” (I Corintios 2,9).  Sin embargo, se puede decir con confianza que vale la pena esforzarse para lograrlo.