El domingo, 2 de septiembre de 2012


EL XXII DOMINGO ORDINARIO

 
(Deuteronomio 4:1-2.6-8; Santiago 1:17-18.21-22.27; Marcos 7:1-8.14-15.21-23)


Las campañas políticas ya han comenzado.  Vemos su progreso en las noticias.  Los periodistas viajando con los candidatos siempre descubren algo de contarnos.  Quizás pensemos que los evangelistas actúan como estos periodistas.  Los imaginamos como siguiendo a Jesús apuntando todo lo que hace y una vez que resucita de la muerte escribiendo sus evangelios.  Pero tal concepto de la formación del evangelio no conforma con la evidencia que nos queda.

 

Ahora se sabe que la formación de los evangelios tuvo lugar en tres etapas distintas.  En primer lugar hubo los dichos y hechos de Jesucristo.  Estamos ciertos que el hizo maravillas y contó parábolas para transmitir el amor de su Padre Dios.  La memoria de estos actos relatada a los pueblos por los apóstoles comprende la segunda etapa de la formación de los evangelios.  Los apóstoles – los doce y varios otros como san Pablo -- se dispersaron llevando los cuentos de Jesús a los rincones de la tierra conocida.  Finalmente después de cuarenta, cincuenta y posiblemente sesenta años estuvieron los evangelistas listos de poner todo lo que se decía de Jesús en la forma de una historia completa.  Ninguno de los cuatro era compañero de Jesús aunque sí sus compañeros les dejaron la información de él.

 

A lo mejor el relato del evangelio hoy está arraigado en el tiempo de la predicación de los apóstoles.  A sus oyentes griegos les interesan los cuentos de Jesús, pero no quieren hacerse judíos.  Pues están acostumbrados a comer la carne del cerdo, y se preocupan de la cuestión de la circuncisión.  Los predicadores recuerdan que una vez el Señor criticó a los fariseos por ser fastidiosos con lo que entren en la boca pero relativamente descuidados de lo que sale.  Entonces para dar acogimiento a los griegos, dicen que el Señor permitió que se comiera cualquier cosa en cuanto que no echen mentiras o cometan adulterio.  No traicionan a Jesús, sino responden al interrogante, “¿Qué diría Jesús si estuviera aquí predicando a estos paganos?”  Ciertamente Jesús no permitiría lo más fácil sino mandaría lo que conforme a la voluntad de Dios Padre que sólo él sabe perfectamente bien.

 

Ahora nos enfrentan varios retos nuevos ante los cuales tenemos que preguntar con los apóstoles, “¿Qué diría Jesús…?”.  Cada rato la ciencia nos trae casos que ni siquiera imaginaban en tiempos bíblicos.  Las cuestiones abundan particularmente en las primicias y los finales de la vida.  ¿Qué familia no ha habido que luchar con la decisión de terminar el uso del respirador para un ser querido?  Vamos a tratar dos situaciones graves en las cuales se tiene que determinar, “¿Qué diría Jesús…?”

 

Una pareja muy amorosa quiere tener a su propio hijo.  Se han casado por varios años pero no han tenido ningún hijo.  Van al médico que recomienda que traten de concebir por la fertilización in vitro, eso es, en un platillo de vidrio.  En este proceso se toma el óvulo de la mujer y la esperma del hombre para unirlos en el laboratorio.  Los médicos han producido embriones con este método, pero fracasan más que logran su objetivo.  De todos modos, pensando como Jesús la Iglesia ha condenado la fertilización in vitro.  Juzga que es una manipulación de la vida en el momento más significante para la pareja.  Razona que la criatura debe ser concebida por el acto de intimidad matrimonial, no por procedimientos científicos.  Pues, es don de Dios para ser apreciado, no meramente un bien para satisfacer los deseos de sus padres.

 

Hoy en día está creciendo el rechazo de la sonda de alimentación.  Aunque puede salvar la vida, algunos temen que el enfermo quedaría con dificultades que simplemente no valen el aguantar.  Recientemente una profesora universitaria escribió un libro sobre la ordalía de su hija que no estuvo consciente por ocho meses después de ser atropellada por un carro.  Dice la profesora que los médicos, creyendo que la joven estaba en un “estado vegetal permanente”,  querían sacarle la sonda de alimentación.  Sin embargo, sus padres insistieron que pudiera recuperarse. Después de doce años y con gran esfuerzo, la joven ha recobrado al menos una parte de su vida anterior.  Pero no sólo ella ha mejorado con el proceso.  Toda la familia ha crecido como personas humanas en la lucha para salvar su vida.

 

Realmente no es misterio: “¿Qué diría Jesús si estuviera aquí?”  Pues, está aquí en la presencia de la Iglesia y de cada uno bautizado en su muerte y resurrección.  Siempre nos urge que amemos al otro.  Pero nos asegura que el amor no es simplemente el satisfacer de los deseos.  Más al caso el amor es enfrentar los retos de la vida por el bien de la otra persona.  El amor es enfrentar los retos de la vida por la otra persona.



 
 

El domingo, 26 de agosto

EL XXI DOMINGO ORDINARIO

 
(Josué 24:1-2.15-17.18; Efesios 5:21-32; Juan 6, 55.60-69)


No es inaudito que un atleta abandone su equipo.  Puede ser para ganar más pago o para jugar más tiempo en el partido.  De todos modos, varios beisbolistas y futbolistas dejan su equipo hoy día para jugar con un otro.  En el evangelio hoy muchos discípulos dejan a Jesús pero para otro motivo.  Ellos no pueden aceptar su enseñanza sobre la Eucaristía.


A la primera escucha, el mensaje de Jesús suena bombástico.  ¿Cómo es su “carne… verdadera comida” y su “sangre…verdadera bebida”?  Pero Jesús no está hablando de una dieta balanceada sino de la comida espiritual que jamás agotará dando la vida.  Es la interiorización de sí mismo – sus palabras, sus virtudes, su espíritu del amor -- incorporadas en el pan consagrado que produce la vida eterna.  Es como si finalmente se hubiera producido la comida perfecta que no sólo fortalece el cuerpo sino suaviza las actitudes, enriquece los pensamientos, y mejora las acciones de la persona.

Sin embargo, no es su enseñanza sobre la Eucaristía que causa el éxodo de la Iglesia hoy día.  Más bien es otra doctrina referida en las lecturas hoy.  La Carta a los Efesios menciona cómo el marido y su esposa se hacen “una sola cosa”.  Según Jesús esta compenetración de los dos significa el vínculo permanente del matrimonio.  Entonces, porque la Iglesia les prohíbe la recepción de la Santa Comunión a los divorciados, a menudo la dejan.


La Iglesia valora el matrimonio como un patriota valora la bandera de su nación.  Eso es, lo ve como el símbolo del amor de Cristo para su pueblo.  La lectura de los Efesios describe el extenso de este amor cuando dice cómo el hombre y la mujer tienen que someterse a uno y otro.  ¿Quién no siente la presencia de Dios cuando escucha a un hombre declara que su amor para su esposa es más grande después de cincuenta años que en el día de su matrimonio?  O ¿quién no se edifica cuando escucha de una mujer desistiendo de toda actividad para cuidar a su esposo moribundo?  Algunos predicadores evitan este pasaje porque parece decir que el marido es a su esposa lo que el sargento es al soldado.  Interesantemente el Catecismo de la Iglesia Católica no dice nada sobre el sometimiento de la mujer.  Más bien, hace hincapié en la necesidad que el hombre ame a su esposa “como Cristo amó a la Iglesia y se entregó por ella…” Pudiéramos añadir que si la esposa debe someterse, es sólo para dejar al hombre sacrificarse por ella.


Vivimos en tiempos difíciles.  Los matrimonios no sólo deshacen con frecuencia sino también los jóvenes no quieren comprometerse en el matrimonio.  Más retador aún, la noción del “matrimonio gay” les hace pensar a muchos que el matrimonio es una invención plástica que se conforma a los antojos humanos. Tenemos que aprender de Jesucristo para salir de este bosque oscuro.  Como Dios él nos ama hasta darse a sí mismo como nuestra comida en la Eucaristía.  Así los matrimonios reflejan su amor cuando se le entrega a uno y otro.  Entonces el resto de nosotros, viendo el amor sacrificial tan cerca como la casa de nuestros tíos o nuestros vecinos, respondemos con el deseo de alabar a Dios y apoyar al otro.  Sí, viendo el amor en medio de nosotros, nos hace alabar a Dios y apoyar al prójimo.

El domingo, 19 de agosto de 2012

EL XX DOMINGO ORDINARIO

(Proverbios 9:1-6; Efesios 5:15-20; Juan 6:51-58)


Se ha dicho que el papa Benedicto no quiere que el pueblo reciba la Santa Comunión en la mano.  Pero no es la verdad.  En una entrevista hace tres años él clarificó su posición.  Dijo que no está en contra de recibir la Comunión en la mano.  Sin embargo, se da cuenta de que ha habido abuso.  Por ejemplo – él explicó –había un turista asistiendo en la misa en la basílica de San Pedro que tomó la hostia consagrada en mano y entonces la guardó en su billetera como un recuerdito de Roma.  Para enfatizar el significado apropiado a la Eucaristía, ahora Benedicto siempre da la Santa Comunión en la lengua.  Similarmente en el evangelio hoy Jesús utiliza términos fuertes para explicar el significado de la Santa Eucaristía.


Cuando Jesús propone su carne como comida, los judíos preguntan: “¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?”  Sería una pregunta legítima para cualquier otra persona.  Pero Jesús ha demostrado su capacidad de hacer maravillas.  Él acaba de alimentar a cinco mil hombres con sólo cinco panes.  En lugar de preguntar: “¿Cómo él puede darnos a comer su carne?” deben estar pensando: “¿Cómo podemos nosotros aprovecharnos de su oferta?”  La respuesta ciertamente es más que extender la mano o la lengua. 


Jesús quiere despertar la fe del pueblo.  Para aprovecharse de la oferta de su carne, los judíos tienen que renovar su fe en el Dios de la vida por reconocer a Jesús como su enviado.  Eso es, tienen que dejar atrás las prioridades de la coveniencia y la comodidad.  En su lugar tienen que tomar por sí mismos las prioridades de Dios – procurar la suficiencia para las viudas y los derechos de los extranjeros.  Es como si la gente hubiera estado viviendo con catatares cubriendo sus ojos de modo que no vean la verdar.  Otras personas les parecen como objetos sin valor propio, y el propósito de la vida se ve en vivir haciendo el menos esfuerzo como posible.  Poner fe en Jesús, entonces, es como quitar las catatares.  Es ver a todos en la comunidad como hermanos que merecen la entrega de sí mismo y a los demás como dignos de respeto.  La Eucaristía ejemplifica perfectamente esta nueva manera de ver.  Pues, con ella Jesús entrega su propia vida para fortalecer a sus discípulos y para llamar a todos a sí mismo.


Hoy en día nosotros también tenemos que preguntarnos cómo podemos aprovecharnos de la carne de Jesús en la Eucaristía.  Una vez más requiere mayor esfuerzo que ponernos en la fila de Comunión.  Más bien, tiene que ver con vivir el discipulado de Jesús según las normas de la Iglesia.  No es que estas normas sean ni arbitrarias ni ingenuas.  Al contrario, provienen de dos mil años de experiencia formando una comunidad del amor.  Atañan tanto nuestro modo de creer como nuestro modo de actuar.  Si vamos a recibir la Comunión eficazmente, tenemos que creer que es el cuerpo de Jesús, no sólo un símbolo que nos recuerda de él.  Asimismo, antes de recibir la hostia, tenemos que pedir perdón por nuestras ofensas y, si son graves, conseguir la absolución del sacerdote.  Faltando el reconocimiento de nuestros pecados, nosotros estamos implicando que realmente no hay necesidad del sacrificio de Jesús.


¿Cuál católico no tiene foto de sí mismo recibiendo la Primera Comunión?  Nos muestra en vestido blanco con velo o en traje con corbata.  En nuestras manos aparece un rosario junto con un librito de rezos.  Ciertamente la foto representa algo más que un recuerdito de la niñez.  Más bien, es símbolo de nuestra participación en la comunidad de amor fortalecido por Cristo.  Sí, la Comunión es nuestra participación en la comunidad del amor.

El domingo, 12 de agosto de 2012

EL XIX DOMINGO ORDINARIO


(I Reyes 19:408; Efesios 4:30-5:2; Juan 6:41-51)

Hace dos años el papa Benedicto visitó a Inglaterra.  Como persona graciosa, él ganó el respeto de los ingleses.  Pero antes de su llegada, había diferentes señales que iba a tener problemas.  Unos criticaron el costo de la visita al estado.  Otros pintaron al papa como racista porque la Iglesia no aprueba relaciones homosexuales.  Un grupo aun hablaba de arrestar al papa como criminal contra la humanidad.  Todas estas instancias pueden recordarnos de las murmuraciones contra Jesús en el evangelio hoy.
 

Los judíos se oponen a Jesús por su modo de hablar.  En la lectura ellos cuestionan su razón por decir: “Yo soy el pan vivo…”  Ahora sabemos que este lenguaje es el estilo del evangelista Juan para indicar la divinidad de Jesús.  Pues, “Yo soy quien soy” es cómo Dios se  reveló a sí mismo a Moisés.  No obstante, hay otra crítica fuerte levantado por los judíos que se encuentra también en los otros tres evangelios.  Los judíos desprecian a Jesús como el hijo del humilde carpintero de Nazaret.  Sin duda piensan como Natanael, el discípulo de Jesús, que dice en el principio del evangelio: “¿Puede salir algo bueno de Nazaret?”  Hoy en día no hay tanta animosidad contra Jesús.  Casi todos los pueblos lo respetan como un profeta de la antigüedad.  Pero esto no significa que lo reconozcan como Juan el evangelista.  Al contrario, muchas personas – aun en nuestra sociedad -- lo ven como no más grande que Moisés, Mohamed, o Martin Luther King. 


En lugar de poner fe en Jesús la gente contemporánea se confía en la ciencia como su salvador.  Cree  que las únicas verdades que valen vienen de los laboratorios científicos.  Piensa que la ciencia aplicada con su abanico de aparatos desde pulidores eléctricos para los zapatos hasta bluetooths para hacer llamadas telefónicas le producirá una vida feliz.  Particularmente le interesa la medicina como el medio para superar la muerte.  Recientemente se reportó de un científico que analiza todo lo que entra y sale de su cuerpo.  Junto con estos datos cada rato toma exámenes de sangre y aun MRIs completos para conseguir un conocimiento exacto de su salud.  Su objetivo es anticipar y arreglar cualquier enfermedad que vaya a tener.  Dice el científico que en el futuro la inmortalidad no es fuera de la posibilidad.  Si estuviera aquí, Jesús le contaría al científico que el camino de la vida eterna no va por la química sino sólo a través del arrepentimiento y creencia en el evangelio.

En la lectura Jesús cuenta que él viene para conferir la vida eterna a aquellos que creen en él.  Los dichosos aceptan su mensaje sobre la primacía del amor.  Este amor no es meramente un sentimiento vago de preocupación y mucho menos el deseo carnal.  No, el amor que vale la vida eterna se realiza con hechos de misericordia.  Jesús mostrará lo que significa cuando lava los pies a sus discípulos.  En tiempo los mismos seguidores se darán cuenta de que conocer a Jesús comprende el inicio de la vida eterna.  Sin embargo, la experiencia no dura por sólo un rato y desaparece como las flores del campo.  No, Jesús promete que permanecerá para siempre cuando les resucita a sus discípulos al último día. 

Aunque no vemos la ciencia como la resolución de los problemas de la existencia, tampoco queremos condenarla como enemigo de la fe.  Más bien, la ciencia acompaña la fe como portador de la verdad.  Las verdades naturales, que la ciencia investiga, dan testimonio a la gloria de Dios tanto como los actos de misericordia.  Por eso, debemos conformarnos a la mejor ciencia.  Como nos dicen los médicos, deberíamos evitar las grasas y los carbohidratos en exceso y tomar ejercicio diariamente.

Hay un retrato de san Martín de Porres que lo muestra con aureola alrededor de cabeza y probeta en mano.  Pues Martín era científico que probaba diferentes medicinas para curar enfermedades.  Y era santo por su entrega completa al Señor.  San Martín nos muestra que realmente la fe y la ciencia no se oponen uno al otro.  Más bien ambos la fe y la ciencia revelan la gloria de Dios por conferir la verdad.  Los dos revelan la gloria de Dios.