El domingo, 6 de enero de 2019


LA EPIFANÍA DEL SEÑOR

(Isaías 60:1-6; Efesios 3:2-3.5-6; Mateo 2:1-12)


Hace ciento y triente años un doctor inventó el idioma Esperanto.  Quería fundar una lengua segunda para todos los habitantes del mundo.  Diseñó Esperanto a ser fácil para aprender y flexible para adoptar palabras nuevas.  Como indica el nombre “Esperanto”, el fundador tenía mucha ilusión con el idioma.  Esperaba particularmente que ello fomentara la paz en el mundo.  Sin embargo, el lenguaje apenas ha despegado.  Si hay una lengua segunda mundial, sería el inglés.  Pero ello tampoco ha producido la paz internacional.  Dios ha tenido otro programa para crear la paz.  Ha ganado a adherentes en todas partes aunque queda lejos de la meta.  Se ve los comienzos de este programa en las lecturas de la misa hoy.

Vemos a diferentes personas viniendo a adorar al niño Jesús en el Evangelio según San Mateo.  No se nos da el número pero tradicionalmente lo hemos pensado como tres.  Pues traen tres regalos.  Lo que distingue a estas personas es que son de países lejanos.  De hecho, sacamos la idea que representan el mundo entero.  Por eso, a través de los siglos las imágenes de estos tres magos han ganado las facciones de tres razas distintas.  Uno es blanco, otro es negro, y el tercero es moreno.  Evidentemente el evangelista tiene en cuenta la primera lectura.  Allí la visión del profeta al final del siglo sexto antes de Cristo se fija en una gran procesión.  Caminan hacia Jerusalén los reyes del mundo entero para dar homenaje a Dios.  (A propósito, por esta visión profética los magos del Evangelio se han llamado “reyes”.)

Es el niño Jesús del linaje del rey David que llama la atención de los magos.  Por siglos los judíos han querido a separarse de otros pueblos para mantener la santidad.  De hecho los mandamientos de Dios les han prohibido mezclarse con otros pueblos.  Pero ya se termina su aislación.  Las gentes vienen para aprender los modos del Dios de Israel.  Esta unión entre los judíos y los no judíos se ha logrado en Jesucristo.  La segunda lectura de la Carta los Efesios cuenta de esta realidad.   Dice: “…también los paganos son coherederos de la misma herencia, miembros del mismo cuerpo y partícipes de la misma promesa en Jesucristo”.  Ya el Señor de Israel es su Dios,  y ellos también comprenden Su pueblo.

No obstante, el mundo sigue fracturado. La buena nueva de los magos llegando a Belén no se ha realizado plenamente en la tierra entera.  Todavía mucha gente no adora al mismo Dios ni vive en la paz.   Sin embargo, no hemos perdido la esperanza.  Más bien nos damos cuenta que la construcción de la paz es un proceso lento que requiere ambas atención y la paciencia.  Durante este año nuevo esperamos ver progreso en la resolución de los grandes desafíos de nuestra época.  Esperamos que los millones de personas que se  consideran a sí mismos como refugiados encuentren amparo seguro.  Deseamos que las guerras matando a miles en países como Siria, Yemen, y el Congo se terminen.  Anhelamos que las naciones desarrollando armas nucleares desistan su búsqueda y los poderes nucleares actuales procedan en el desarmamiento. 

No nos olvidemos que Dios puede llegar a sus fines en modos más allá que podemos imaginar.  En 2019 tenemos que poner la confianza en Él.  A la misma vez que trabajemos por la paz en nuestras vidas diarias.  Los magos traen al niño Jesús regalos de oro, incienso, y mirra.  Podemos traerle un regalo aún más precioso por promover la paz entre nosotros mismos.  ¡Que la paz sea nuestro homenaje a Jesús en 2019!

El domingo, 30 de diciembre de 2018


LA SAGRADA FAMILIA

(Samuel 1:20-22.24-28; I Juan 3:1-2.21-24; Lucas 2:41-52)


Una vez el papa San Pablo VI visitó la Tierra Santa.  En Nazaret hizo una reflexión sobre la crianza de Jesús.  Dijo que Nazaret es como una escuela donde aprendemos cómo imitar a Jesús.  Se puede decir la misma cosa de las lecturas de la misa hoy.  Constituyen un aprendizaje sobre la Sagrada Familia para que la imitemos.

Se puede distinguir cuatro lecciones del evangelio que son iluminadas con la luz de las otras lecturas.  En primer lugar, el evangelio hace hincapié en la piedad.  Entonces, señala la sabiduría como la virtud más idónea para una vida digna.  También, muestra la propia relación entre los padres e hijos.  Final e importantísimamente, recalca la necesidad de vernos como hijos de Dios.

Dice el evangelio que María y José van a Jerusalén cada año para la Pascua.  También se vieron en el Templo presentando a Jesús después de su nacimiento.  Como Ana y Elcaná en la primera lectura, no son gente que recen sólo cuando les conviene.  Más bien son piadosos: personas que practican todos los días del año.  Hay un dicho que describe una tal familia: “La familia que reza juntos se queda juntos”.  La oración le sirve como cemento ligando no sólo a uno con el otro sino también con Dios.  Como dicen los salmos, Dios es como una roca que nos salva de los apuros.

Ambos el Libro de Proverbios y el Libro de Salmos testimonian al el temor de Dios. Lo llaman el principio de la sabiduría.  Pero es sólo el principio.  Cuando crecimos en la sabiduría, nos damos cuenta que Dios es más para ser amado que ser temido.   La sabiduría nos instruye también que la persona humana no es una isla que existe sola.  Más bien necesita relaciones fuertes para crecer en hombre o mujer respetosa.  Los padres juntos proveen el apoyo decisivo.  Sí es posible que una madre o un padre solo proporcionen el cuidado requerido a sus hijos, pero es muy duro.  Demasiadas veces los hijos criados con sólo un padre o una madre faltan la mezcla oportuna de cariño y disciplina.

Cuando María y José encuentran a Jesús en el Templo, le expresan sus preocupaciones.  Pero no le gritan, mucho menos le echan amenazas.  Sólo le reprochan ligeramente para que sepa tanto su espera por él como su amor para él.  Todos los padres deberían notar bien aunque es cierto que Jesús es un caso aparte.  No hay ninguna indicación que Jesús les ha faltado anteriormente.  Y no va a hacerlo de nuevo.  Pues San Lucas explicita que Jesús les obedecerá siempre.  Ahora que los niños se noten bien.

Se dice que en este pasaje Lucas quiere subrayar cómo Jesús es sobre todo el hijo de Dios.  Por eso dice a María y José: “’¿No saben que debo ocuparme en las cosas de mi Padre?’” Podríamos decir lo mismo nosotros.  Como dice la segunda lectura: “’…no sólo nos llamamos hijos de Dios, sino que lo somos’”.  Esta verdad debería controlar nuestras vidas.  No existimos sólo para disfrutar los placeres pasajeros del mundo antes de que muramos.  Más bien como hijos de Dios vivimos para conocer el amor de relaciones honradas y profundas.  También esperamos la gloria de la vida eterna con nuestro Padre Dios.

Estos días del descanso al final del año sirven en diferentes maneras.  Hay tiempo de descansar de la rutina del trabajo.  Hay ocasión de renovar amistades en las fiestas.  Hay momentos de disfrutar comidas, bebidas, y bailes: cosas pasajeras pero no malas si se toman con la moderación.  Deberíamos aprovecharnos del tiempo para reflexionar sobre el significado de los misterios que celebramos.  ¿Qué nos enseñan?  ¿Cómo nos ayudan ser mejores padres, mejores hijos, y mejores amigos?  Maravillosamente estos días festivos nos sirven como escuela excelente.

La Navidad, el 25 de diciembre de 2018


LA NATIVIDAD DEL SEÑOR, el 25 de diciembre, Misa de la Aurora

(Isaías 62:11-12; Tito 3:4-7; Lucas 2:15-20)

El evangelio está mañana retrata a varios personajes cerca el pesebre del niño Jesús.   Cada uno tiene algo para decirnos si le hacemos caso.  Primero que escuchemos a los pastores.  Son gente rústica que espera, como todos judíos, la venida del Señor.  Atienden a las noticias del ángel que ha nacido en Belén el Salvador y llegan a darle homenaje.  En un poema navideña un sacerdote pregunta si no es el caso que él sea pastor también.  Ciertamente es porque tienen que pastorear las almas.  De la misma manera todos somos pastores porque todos tenemos responsabilidades para atender.  Entonces todos nosotros deberíamos acompañar a los pastores de Belén a ver al Salvador.

Pero desgraciadamente no es que todos tengan este deseo.  A lo mejor por puro gozo los pastores cuentan a los ciudadanos de Belén todo lo que han experimentado.  Pero estas personas, como la semilla que cae sobre tierra rocosa más allá en el evangelio de Lucas, sólo se maravillan con las noticias.  No averiguan la cosa por su propia parte.  Son como muchos de nuestros contemporáneos que celebran la Navidad con rompopo y regalos pero no se esfuerzan a  seguir a él que festejan.  Les falta la esperanza de realizar la promesa del Salvador recién nacido.

El evangelio sólo menciona la presencia de José, el esposo de María.  Pero otros pasajes en este evangelio según san Lucas lo describen como justo - fiel a Dios y obediente al imperador.  También dejan el sentido que es trabajador y atento a su papel como protector de Jesús y María.  Queda como modelo para los padres y madres, trabajadores y ciudadanos.

Los ortodoxos tienen una oración tratando de María como el regalo humano más perfecto al niño Jesús.  Ciertamente lo cuida bien pero aún más al caso guarda en su corazón todo lo que pasa.  Es el mejor regalo porque se hace su mejor discípulo meditando la palabra de Dios – eso es su propio hijo -- para anunciar su significado en un tiempo futuro.  Quizás Jesús le tenga en cuenta cuando habla de la semilla que cae sobre la tierra fértil para producir fruto cien por una. 

Finalmente queda el niño Jesús recostado en un pesebre.  Al estudiante de la Biblia su paradero indica el cumplimiento de la profecía de Isaías que por fin Israel reconoce a su rey como un asno reconoce la pesebre de su amo (Isaías 1:3).  A nosotros el niño Jesús recostado en el comedero nos sugiere que en tiempo él va darse a nosotros como comida.  Algunos artistas han pintado al niño irradiando luz como una lámpara sobrecargada.  Es decir como un faro la palabra de Dios ya arde para guiarnos a la vida eterna. 

Viendo la serenidad del nacimiento de Jesús nos parece irónico que algunos no quieren una replica en plazas públicas.  Pero hay batalla sobre la religión y el estado en muchas partes.  No obstante, lo importante no es que algunos se maravillen del nacimiento en el tiempo navideño sino que lo guarden en el corazón.  De allí emite la luz que resuelve conflictos entre tanto familias como naciones.  De allí produce los esfuerzos que cuidan a los niños para que crezcan en hombres y mujeres justos.  De allí se siembra la semilla que da el fruto de la vida eterna.

El domingo, 23 de diciembre de 2018


EL CUARTO DOMINGO DE ADVIENTO

(Miqueas 5:1-4; Hebreos 10:5-10; Lucas 1:39-45)


Cuando una mujer da a luz un hijo, muy seguido su mamá viene a ayudarla.  La mayor le da el apoyo personal.  Comparte su experiencia en ser ambas esposa y madre.  Y hace un montón de tareas.  A lo mejor pensamos que María va a su parienta Isabel con este motivo.  Después de todo, Isabel es de edad avanzada de modo que probablemente ya no tenga mamá.  También María parece como el tipo de persona que siempre presta la mano a persona en necesidad.

Sin embargo, el evangelio no dice nada del propósito de María para la visita.  Dice sólo que el ángel le informó del embarazo de Isabel cuando María le preguntó cómo pudiera una virgen concebir a un hijo.  Gabriel quería asegurarle que Dios puede hacer maravillas.  Se puede presumir entonces que con su visita a Isabel María está cumpliendo la palabra de Dios.  En este mismo evangelio según Lucas Jesús diré: “’Mi madre y mis hermanos son los que escuchan la palabra y la cumplan’”.  Jesús tiene en cuenta a todos los cumplidores de la palabra, pero particularmente a su propia mamá.  Pues ella es la primera persona para cumplirla.  Por eso, se puede decir que María es madre de Jesucristo en los dos sentidos. Es su madre de la carne y también es madre del espíritu. 

Por su puesto, esta misma relación con Jesús es de nosotros cuando cumplimos su palabra.  Somos madre y hermanos de Jesús cuando visitamos a los enfermos y socorremos a los pobres.  Somos madre y hermanos cuando resistimos la tentación de mentir o de perder la paciencia con otras personas.

La visita de María a Isabel confirma lo que el ángel le dijo sobre el poder de Dios para crear embarazos maravillosos.  También demuestra la verdad de otra parte de su mensaje que realmente es más importante.  Le contó a María que Dios le dará a su hijo “’el trono de David, su padre,…y su reinado no tendrá fin’”.  El salto que hace la criatura de Isabel cuando María entra en su casa indica esta majestad.  María lleva en su seno a Jesús, el rey de reyes, que el profeta Juan reconoce aunque todavía no ha nacido.

La primera lectura habla del efecto de su reinado.  Dice que el jefe de Israel nacerá en Belén para pastorear a Israel.  Estamos acostumbrados de fijarnos en la primera parte del mensaje porque Jesús nació en el mismo pueblo.  Sin embargo, vale que hagamos caso a la segunda parte también.  El jefe de Israel pastoreará el pueblo de modo los habitantes vivan tranquilos.  Nosotros, el nuevo Israel, nos aprovechamos de esta promesa.  Siguiendo los modos de Jesús, el pastor supremo, no hay nada que puede cause nuestra ruina. 

El otro día el periódico reportó que los polvos talco tienen asbesto, una causa de cáncer.  Ciertamente muchos madres van a preguntarse si están haciendo bien por usar este polvo en sus bebés.  No querrán que sus hijos se descubran enfermos de cáncer en cuarenta años.  Pero fortalecidos con el conocimiento del gran pastor Jesús no tienen que angustiarse.  Él les proveerá a sus hijos lo necesario para mantener la paz interior. Es igual con todos nosotros cuando oímos de nuestros amigos batallando cáncer.  No tenemos que preocuparnos excesivamente.  Con la oración el Señor Jesús les protegerá de los efectos más perniciosos de la enfermedad.  Por supuesto también nos tememos por nosotros.  Es posible que un día el cáncer nos aflija a nosotros.   Sin embargo, siguiendo al Señor, ofreceremos el sufrimiento por el beneficio de los demás.  De esta manera no estaríamos sufriendo en vano.

La Navidad está encima.  Hay dos maneras para celebrar esta gran fiesta.  Podemos meternos en los placeres que acompañan las festividades.  Así comeríamos y beberíamos hasta que nos olvidemos de cáncer y todos los otros problemas.  O podemos acogernos del Jesucristo, el pastor de Israel.  Así disfrutaríamos de los deleites del tiempo pero no excesivamente. Más al fondo comprometeríamos al recién nacido.  Si seguimos el primer camino las preocupaciones van a aparecerse de nuevo.  A lo mejor nos causarán la angustia.  Pero si escogimos el segundo, el gozo de conocer a Jesucristo va a quedarse en nuestro corazón.  Nos llevará más allá que el sufrimiento a la vida eterna.  Que siempre nos acojamos del Señor Jesús.

El domingo, 16 de diciembre de 2018

EL TERCER DOMINGO DE ADVIENTO

(Sofonías 3:14-18; Filipenses 4:4-7; Lucas 3:10-18)

El hombre, un ambientalista, habla en un video con la urgencia de un capitán cuyo barco se está hundiendo.  Dice que no tenemos simplemente un “cambio de clima” como lo llama mucha gente.  Más bien, según el hombre, tenemos un “crisis de clima”.  Dice que quemamos tantos combustibles fósiles que la temperatura siga alzando.  Es posible que las temperaturas altas contribuyan a huracanes cada vez más fuertes, incendios más devoradores, y otras catástrofes naturales.  Concluye el hombre que si continuamos así el medioambiente no podrá sostener la civilización como la conocemos.  Aunque parece muy peligrosa esta amenaza, el evangelio hoy presenta una aún más grave.

Juan Bautista está predicando en el desierto fuera de Israel.  Es notable el lugar porque allí Dios formó a Israel como su pueblo después de que Moisés lo llevó de Egipto.  Desgraciadamente Israel no ha cumplido sus promesas.  No ha practicado la justicia.  Más bien, se ha caído en la corrupción y el fraude como los otros pueblos.  Por esta razón, Juan llama a los judíos que se le acuden “una camada de víboras”.  Dice que Dios está enviando a su mesías para juzgarlos.  No sabe quién sea el mesías, pero no duda que llegará pronto para castigar a los culpables con el fuego.

La gente responde favorablemente.  Preguntan a Juan: “¿Qué debemos hacer?”  Juan no tarda a darles órdenes.  Dice que aquellos con recursos deben compartirlos con los pobres. Añade que los publicanos deben cobrar sólo lo que es justo y los soldados tienen que evitar la extorsión.  Estas medidas son tan radicales que se pueden comparar con diferentes acciones recomendadas para limitar el consumo de los combustibles fósiles.  Imaginémonos por un momento el gobierno insistiendo que cada casa ponga el termostato a sesenta-cinco grados en el invierno y a ochenta en el verano.  Pensémonos en leyes limitando la gasolina de modo que todos tomen el transporte público al trabajo.

Aunque sería difícil acostumbrarnos a estos tipos de cambio, no deberíamos negar sus beneficios para el planeta.  Particularmente durante Adviento estamos animados a soñar en modos grandes.  Tenemos este tiempo para meditar en la venida de Dios al mundo como hombre – un evento tanto maravilloso como inesperado.  Si Dios hizo eso, seguramente puede mover a la gente de hoy en día a conservar la energía.  De verdad, puede causar sacrificios aún más significativos en otras áreas.  Puede inspirar a los hombres y mujeres a vivir en matrimonios que apoyan la crianza salubre de hijos.  Puede estimular ambos a los empresarios y a los trabajadores a valorar a uno y otro más.

Aquí hablamos del sacrificio pero en la segunda lectura tanto como en la primera se cuenta del gozo.  Nos parece a veces que donde hay sacrificio, no se encuentra el gozo.  Pero eso no es verdad.  De hecho, el gozo resulta de hacer sacrificios para realizar nuestros fines.  Cuando vimos a los niños creciendo en adultos responsables, sentimos el gozo.  Cuando recibimos un regalo de aprecio por treinta cinco años de servicio a la compañía, nuestro corazón se llena del gozo.  Este gozo sobrepasa el placer que muchos equivocadamente asocian con la felicidad.  El placer es de los sentidos y pasa rápidamente mientras el gozo es del interior, el producto de sacrificio.  En la Carta a los Filipenses Pablo exhorta la alegría porque el Señor está cerca.  Es el mismo sentido que tenemos cuando nos sacrificamos por el bien de los demás.  Sabemos que el Señor está cerca para reconocer nuestros esfuerzos.

Estamos entrando en un tiempo de muchos placeres.  La gente saluda a uno y otro aun a desconocidos con sonrisas en la cara y calor en el corazón.  Todos comparten los manjares tradicionales – tamales, pasteles, y chocolates.  Los niños esperan juguetes nuevos, y los novios planean sus matrimonios.  Estos sentimientos agradables pasan pronto en buenas memorias.  Sin embargo, hay un gozo que queda por más tiempo.  Se realiza este gozo en la iglesia en la Noche Buena.  Por haber seguido a Jesucristo todos los días del año, sentimos el gozo de tenerlo presente.  Sabemos que él no nos abandonará nunca.  Tendremos este gozo en el corazón para siempre.

El domingo, 9 de diciembre de 2018


SEGUNDO DOMINGO DE ADVIENTO

(Baruc 5:1-9; Filipenses 1:4-6.8-11; Lucas 3:1-6)


De todos los millones de discursos en la historia de los EEUU pocos han tenido más impacto que el Discurso de Gettysburg.  Muchos alumnos lo repiten de memoria y la mayoría de los americanos recuerdan la primera frase.  El autor del discurso era Abrahán Lincoln, el presidente de la republica durante su prueba más grande: la guerra civil.  Como persona culto él sabía la necesidad de situar un evento en la historia para resaltar su importancia.  Por eso comenzó el Discurso de Gettysburg: “Hace ocho veintenas y siete años”...  Por el mismo motivo el evangelista Lucas presenta a Juan Bautista en el evangelio hoy de modo semejante.  Dice:En el año décimo quinto del reinado del César Tiberio…”

Hay otras comparaciones entre el discurso de Gettysburg y el evangelio que leemos hoy.  Como la guerra civil casi desgarró los Estados Unidos, Juan predica durante una época de fracaso para Israel.  La soberanía de la tierra pertenece a Roma.  Aun cuando era independiente, Israel fue mal dirigido por sus reyes.  Los judíos no tienen autonomía porque no han vivido justamente.  Han abandonado la Ley tanto como los americanos habían dejado la moral por esclavizar la raza negra. 

En el discurso Lincoln mencionó la esperanza de “un nuevo nacimiento de libertad”. Estaba proclamando un nuevo comienzo del país.  No más una raza menospreciaría a otra.  Más bien al menos el propósito era que los negros y los blancos caminaran con la misma dignidad.  Asimismo en el evangelio Juan lleva gran esperanza para Israel.  No más los ricos se desconocerían de los pobres viviendo en su medio.  No más los soldados se aprovecharían de los civiles.  Más bien el mesías vendrá para crear una sociedad que glorifica a Dios por su apoyo mutuo.

Juan no se entiende a sí mismo como el mesías de Israel sino el que viene para preparar su camino.  Habla como si fuera peón rompiendo la tierra para que el agricultor la siembre y cultiva.  En este momento ni sabe quién sea el que viene para establecer el nuevo orden.  Aquí hay una diferencia entre nosotros y Juan.  Nosotros conocemos a Jesús como el salvador con la sabiduría y el poder de Dios.  Él va a volver para recrear la humanidad de modo que todos vivan en la paz.

Pero en otro aspecto somos todavía parecidos a Juan.  Como él tenemos que preparar al mundo por la venida de Cristo.  Tenemos que romper la dureza del corazón que vemos en todos lados incluyendo en nosotros mismos.  En muchas partes la solidaridad entre la gente está disminuyendo.  Muchas parejas no quieren casarse sino vivir juntos con cuentas bancarias separadas.  Si desean a hijos, los consideran como medios para cumplir sus propios deseos.  En muchos casos tampoco quieren dar a sus hijos la atención que necesitan para crecer fuertes, cariñosos, y sabios.  Esto significaría que hagan  el compromiso de no divorciarse nunca.  Incluiría la intención de amar a uno y otro con todas sus fuerzas.  También llamaría el sacrificio al menos en parte de sus carreras por el bien familiar.

Entonces si tenemos que preparar la sociedad para Cristo como Juan Bautista ¿qué vamos a hacer?  No vamos a rondar en el desierto predicando el arrepentimiento, pero tenemos posibilidades.  Los matrimonios pueden vivir su compromiso mutuo como testimonio de su fe en Jesucristo.  Pueden educar a sus hijos e informar a los asociados del propósito verdadero de la intimidad sexual.  No es la gratificación de la persona sino el desarrollo como personas humanas de los matrimonios y la procreación de hijos.  Todos nosotros podemos preocuparnos menos en nosotros y más en los que están luchando para sobrevivir. 

En la primera lectura el profeta Baruc dice a la gente que el tiempo de la lamentación ha terminado.  Ya no tienen que andar cabizbajos en vestidos de luto.  Interesantemente no dice que se pongan de ropa de lujo sino de la justicia de Dios. Además especifica que la gente dé la gloria de Dios por criar a hijos preparados a caminar en paz con personas de otras partes.  La visión de Baruc se ha amplificado por Jesucristo, la sabiduría de Dios.  Ahora nosotros, sus seguidores, queremos no sólo la solidaridad entre personas sino también entre los pueblos.  Queremos que nuestros hijos anden en paz no sólo con sus compañeros de la misma raza o religión.  Más bien les educamos para que traten a todos con la justicia.  Vamos a realizar todo esto cuando regrese Jesucristo.  No obstante, es de nosotros a preparar su camino.

El domingo, 2 de diciembre de 2018


El Primer Domingo de Adviento

(Jeremías 33:14-16; Tesalonicenses 3:12-4:2; Lucas 21:25-28.34-36)


No es secreto.  Mucha gente sufre en el mundo hoy.  Entre nosotros los inmigrantes se preocupan de ser devueltos al país de su origen.  Además no pueden visitar con sus familiares.  En el medio oriente los civiles están involucrados en guerras sangrientas.  Este sufrimiento puede estallar en injuria y dolor rápidamente. En Centroamérica los campesinos enfrentan las amenazas continuas de los narcotraficantes y pandillas.  Así viven con la preocupación que sus hijos se metan en la violencia.  Se puede ver conflictos parecidos en las lecturas de esta misa.

En la primera lectura Jeremías está consolando a los jerusalemitas.  Según el profeta, porque han abandonado los mandamientos, Dios les ha entregado en las manos de los babilonios.  Ahora están enfrentando el desmoronamiento de su ciudad y la deportación de mucha población.  A pesar de todo, Jeremías extiende la esperanza que Dios resucite el reino de David.  Cuando lo haga, no habrá más la corrupción sino la justicia en todas partes.

En el evangelio Jesús prevé los fines de tiempo.  Porque el evangelista Lucas escribe después de la destrucción de Jerusalén por los romanos en al año 70, se incluyen en la predicción de Jesús los eventos que tuvieron lugar en el catástrofe.  La gente muere “de terror y de angustiosa espera”.  En medio de este desastre venidero Jesús ofrece a sus discípulos la esperanza.  Dice que él mismo llegará para salvarlos.  Para qué les reconozca, ellos han de evitar “el libertinaje, la embriaguez, y las preocupaciones de esta vida”.  Más bien, tienen que vivir velando y orando continuamente.  En su regreso al mundo Jesús se fijará en sus obras buenas ellos y les rescatará.

Este mensaje realmente no es nuevo.  Unos treinta años antes de Lucas, Pablo escribió a los Tesalonicenses que vivieran con el amor mutuo.  Estaban esperando la venida del Señor pronto.  Sin embargo, no ha venido Jesús en carne y hueso ni en el tiempo de Pablo ni en el tiempo de Lucas hasta el día hoy.  Entretanto las guerras siguen amenazando a los pueblos.  Pero aun si no nos encontramos en medio de bombas y ametralladoras, aun si tenemos los documentos para vivir en esta tierra, no estamos libres de problemas.  Enfermedades, el futuro de los hijos, las dificultades con el trabajo y docenas de otras preocupaciones siempre nos acosan.  Entonces ¿cómo vamos a enfrentar estos apuros?

Sobre todo tenemos que mantener la esperanza en el Señor.  Rezamos a él y guardamos sus mandamientos como signos de nuestra confianza.  Él vendrá definitivamente al final de los tiempos, pero se hace presente ahora en diferentes formas.  Escuchamos su voz en la palabra de Dios.   Tocamos su cuerpo y sangre en el sacramento del altar.  Lo percibimos cuando nos presta la mano otra persona.  En torno deberíamos reconocernos a nosotros mismos como miembros del Cuerpo de Cristo.  Particularmente en este Evangelio de Lucas Jesús exige que hagamos lo que se pueda para aliviar el sufrimiento de los pobres. 

Hoy encendimos la primera velita en la corona de Adviento.  Ella significa mucho a nosotros esperando la venida del Señor al final de los tiempos.  Sobre todo la velita encendida simboliza a Cristo, luz del mundo, que viene para salvarnos  También, la velita representa a todos hombres y mujeres que se encuentran en apuros.  Ellos quieren ser rescatados por el Señor.  Finalmente, la velita encendida es nosotros haciendo lo que se pueda para ayudar a los demás.  Aunque sea pequeña, la velita significa mucho.

El domingo, 25 de noviembre de 2018


Nuestro Señor Jesucristo, Rey del Universo

(Daniel 7:13-14; Apocalipsis 1:5-8; Juan 18:33-37)


“’¿Qué es la verdad?’” Pilato responde a Jesús en el evangelio hoy. No es que quiera debatir la filosofía.  Pilato es gobernador romano con miles de tropas bajo sus órdenes.  La verdad para él significa ocupar esta fuerza para el bien del imperio.  Si es necesario poner a muerte a Jesús para evitar problemas con el pueblo, esto sería la verdad. 

Los judíos tienen otro concepto de la verdad.  El sumo sacerdote lo ha declarado en un pasaje previo en este evangelio.  Dijo que le conviene al pueblo que una persona muera antes de que la nación perezca.  Él sabía que si Jesús siguiera atrayendo a la gente, los romanos cerrarían el culto en el Templo.  Para los judíos la verdad es mantener la Ley de la Antigua Alianza a todos costos. Si el ministerio de Jesús está amenazando el culto del Templo, entonces ello tiene que ser eliminado. Nos parece  extraño porque significará poner a muerte a un mensajero de Dios.

Durante la última cena, Jesús contó a sus discípulos que él es la verdad.  Quería decir que él es el camino verdadero a la casa del Padre.  Si un hombre o una mujer desean llegar a esta casa, tienen que ir por él.  Y ¿quién no quiere estar en la casa del Padre?  Como queremos estar en casa para la Navidad, queremos llegar al Padre que nos ama individual e incondicionalmente. 

Jesús no se declara solamente como la verdad sino también como rey.  Sin embargo, precisa a Pilato que su reino no es de este mundo.  Quiere decir que su reino no tiene que ver con la constante búsqueda de plata, placer, prestigio, y poder.  Más bien constituye de otros valores como la solidaridad, la justicia y el amor.  Siendo nuestro rey, Jesús exige que vivamos estos valores. 

Esto no es fácil porque vivimos en un tiempo del individualismo.  Ahora la gente se enfoca casi siempre en su propio bien.  No les importa tanto lo que pase a los demás.  Sí hay una preocupación por sus padres y hermanos.  Pero estas relaciones también pueden ser disminuidas como se puede ver en los asilos donde algunos ancianos no reciben visitantes. 

Podemos ver otro instante del individualismo lamentable alrededor del árbol navideño. Los niños lloran si no reciben los regalos que han puesto en su lista.  Para economizar los adultos a veces adoptan el sistema en que cada uno saca el nombre de un familiar a quien va a dar un regalo.  Parece bien esta idea hasta que comiencen a nombrar el regalo por color y talla que quieren recibir de su “Santa Claus”.  Se ha perdido el sentido del “regalo perfecto” para lo cual poníamos bastante atención.  Ahora todo es para gratificar al individuo.  Se puede lamentar también cómo por las compras de Amazon no tenemos la oportunidad de encontrar a la gente común.  No nos acogemos con el saludo del tiempo a las dependientes en las tiendas, los Santa Claus del Ejército de la Salvación pidiendo aportes, u otras compradoras en la calles. 

La segunda lectura describe a Jesús con otros nombres.  No sólo es la verdad y el rey sino también “el principio y el fin”.  Hemos visto Jesús como el fin cuando hablamos de él como el camino al Padre.  ¿Cómo es Jesús el principio?  Era con el Padre en la creación del universo.  Pero más al caso Jesús es la fuente de la vida por los demás.  Él nos ha demostrado cómo sacrificarnos por el bien del otro.  Aún más, Jesús nos fortalece para servir con la Eucaristía. Comiendo su cuerpo y bebiendo su sangre nos asumimos en su amor divino.  Ya podemos buscar regalos con todo el discernimiento necesario para encontrar el “regalo perfecto”.  Ya podemos visitar a los ancianos en el asilo con los saludos apropiados en todos los tiempos.

E domingo, 18 de noviembre de 2018

EL TRIGÉSIMO TERCER DOMINGO

(Daniel 12:1-3; Hebreos 18:11-14.18; Marcos 13:24-32)


Siguen viniendo.  Siete mil personas – hombres, mujeres, y niños – están en marcha.  Por la mayor parte son hondureños.  Pero hay guatemaltecos, y probablemente salvadoreños y mexicanos también.  Están atravesando México con miras a la frontera con el EEUU.  Allá van a declararse como refugiados.  ¿Quién puede negar que han experimentado la violencia en sus pueblos? Son personas perseguidas aunque no es cierto que puedan convencer a los jueces americanos de sus casos.  De todos modos son como las gentes en las tres lecturas de la misa hoy.

En la primera lectura el “tiempo de angustia” refiere a la persecución de los judíos en el segundo siglo antes de Cristo.  Entonces los griegos regían a Israel.  Trataron a convertir a los judíos al paganismo por fuerza.  Aunque no se sabe quién la escribió, se presume que los dirigidos de la Carta a los Hebreos eran cristianos judíos.  A lo mejor no estaban perseguidos por una fuerza exterior sino por las dificultades de vivir la fe en el mundo.  No obstante, el autor identifica estas pruebas como hombres cuando dice que Cristo está aguardando “a que sus enemigos sean puestos bajo sus pies”. 

El evangelio narra la predicción de Jesús sobre la persecución de sus discípulos en el tiempo venidero.  Cuando dice que será “gran tribulación”, los cristianos del primer siglo tendrán en cuenta varios crímenes del imperio romano.  Cuando el emperador acusó falsamente a los cristianos de poner fuego a Roma, creó una reacción atroz entre la gente.  San Pedro y San Pablo entre muchos otros cristianos fueron martirizados.  También, las turbas ahuyentaron a muchas cristianos de la ciudad. 

Las persecuciones contra la Iglesia no han cesado hasta el día hoy.  Hace unos años el Estado Islámico publicó en el Internet un video mostrando el degollar de trientes hombres cristianos.  Ahora los radicales en Pakistán están insistiendo que una cristiana sea ejecutada por supuestamente blasfemando al profeta Mohamed aunque la Corte Suprema allá le ha declarado inocente.  Sí es la verdad que la mayoría de los cristianos en el mundo no tienen que preocuparse de la pérdida de vida.  Sin embargo, a menudo enfrentan la persecución de modos más sutiles.

Por ejemplo, algunos diputados no pueden votar con su consciencia sobre el aborto por miedo de perder el apoyo de su partido político.  También, muchos jóvenes entran en guerra contra sus conciencias por miedo de perder una experiencia considerada buena.  Los medios masivos les hacen sentir como desvalidos si no tienen relaciones antes de casarse.  Aun los trabajadores están perseguidos.  Puede ser por un jefe que siempre les corrige aun cuando hacen todo bien.  Puede ser por las palabrotas de compañeros que les quitan la paz.  Puede ser por el pago insuficiente para cubrir las necesidades de la casa.  No saben qué hacer cuando no se oyen sus quejas y no es factible buscar otro empleo.

En el evangelio el Señor Jesús promete a sus discípulos que vendrá cuando la situación parezca no aguantable.  Rescatará a su pueblo de la persecución y terminará sus dolores.  Tan cierto como la higuera echa hojas en el verano, Jesús premiará a sus fieles con la salvación.

Hasta entonces es de nosotros a seguir luchando.  Pero no deberíamos pensar que estemos en la guerra solos.  Pues tenemos el apoyo de Jesús mismo.  Él forma a otros fieles mujeres y hombres para aliviarnos.  Él despacha al Espíritu Santo para iluminarnos a discernir entre lo bueno y lo malo.  Sobre todo él nos viene en el sacramento que ya estamos para recibir.  Su Cuerpo nos dará sustento para resistir las tentaciones.  Su Sangre nos levantará el ánimo para mantener el gozo a pesar de las dificultades.  En el Día de Acción de Gracias qué no olvidemos a agradecer a Dios por el acompañamiento de Jesús.

El domingo, 11 de noviembre de 2018


EL TRIGÉSIMA SEGUNDO DOMINGO ORDINARIO 
(I Reyes 17:10-16; Hebreos 9:24-28; Marcos 12:38-44)


Hoy en día cada persona quiere ser reconocida como individuo.  Todo hombre y mujer quiere que los demás le identifiquen por su tatú, por su corte de pelo, por su modo no apropiado de hablar, o por otra cosa particular.  Por la mayor parte, no quiere participar en grupos más organizados que los fanáticos de su equipo de fútbol.  No quiere ser miembro de los Caballeros de Colón, de las Guadalupanas, o aun del sindicato.  Ciertamente la persona contemporánea está ocupada.  Y eso es parte del problema.  Porque quiere vivir con todas las conveniencias de los ricos, trabaja demasiado.  Se olvida de que la riqueza más satisfaciente es la red de relaciones, particularmente su relación con el Señor.

Se puede tener una vislumbre de este tipo de comportamiento en el evangelio.  Los escribas andan buscando la admiración de todos.  Llevan ropajes grandiosos y toman los puestos más altos para que otras personas los vean como importantes.  Viven ni para Dios ni para otras personas sino para sí mismos. 

En contraste hay la viuda.  Es pobre y humilde.  No tiene nada más en toda su posesión que dos moneditas.  Se supondría que las gaste por su propio bien – tal vez para comprar un dulce o colorete para sus mejillas.  Pero  ella no piensa como la mayoría de la gente.  Echa las dos moneditas en la alcancía del Templo para glorificar a Dios.  Cuando regrese a la casita donde vive, ella tendrá que relacionarse con otras personas para sobrevivir.  Tal vez pida un pedazo de pan de un vecino y algún queso del otro.  Quizás piense que puede lavar ropa para que tenga algo para dar al Templo en la próxima semana.

No cabe duda a lo cual Jesús favorece.  No sólo pronuncia un elogio por la viuda sino también la imitará.  Dentro de poco Jesús va a estar echando en la cruz “’todo lo que tenía para vivir’”.  En esta acción aún más que en su encarnación Jesús estará uniéndose con la humanidad.  La segunda lectura de la Carta a los Hebreos explica que Jesús lo hará “para quitar los pecados de todos”.  Es su solidaridad con la gente en la muerte, que no mereció, que nos permite vivir con la esperanza.  Por acercarse a nosotros en todo, incluyendo la muerte, nos creó un destino de la gloria. 

El sacrificio de Jesús es como aquel de una mujer embarazada que contrajo el cáncer del útero hace varios años.  Para curar el cáncer la mujer pudiera haber tenido el útero quitado.  Pero tal sugería habría significado la pérdida de su bebé.  Para asegurar la vida de su hijo, la mujer esperaba hasta que naciera él.  Desgraciadamente por entonces el cáncer había desarrollado tanto que quitó su vida.  Pero su hijo sobrevivió la ordalía hasta, presumo, el día hoy. 

De alguna manera tenemos que seguir a Jesús.  Como él se identificó con nosotros por su muerte, tenemos que identificarnos con él por el cuidado de los demás.  El problema no es que no haya organizaciones e individuos pidiendo ayuda.  Estos sobran.  La dificultad se encuentra en nuestro corazón.  La mayoría de nosotros  están contentos de sentarse delante del televisor toda la noche.  La mayoría de nosotros preferían ser conocidos como importantes que serviciales.  A la mayoría de nosotros les gustan las “me gustas” de “amigos” en Facebook que las “gracias” de personas que hemos ayudado.

Sería bueno mantener en cuenta la primera lectura.  Cuando la viuda da al profeta el pancillo que pidió, recibe la promesa de no faltar los alimentos hasta que el Señor mandé la lluvia.  La promesa a nosotros por seguir a Jesús es aún más impresionante.  Nos promete la vida eterna.  Dios nunca abandonará a aquel que lo sirva.  Más bien lo recompensará con la vida eterna.

El domingo, 4 de noviembre de 2018


EL TRIGÉSIMO PRIMER DOMINGO

(Deuteronomio 6:2-6; Hebreos 7:23-28; Marcos 12:28-34)


Se dice que cuando lleguemos a la vida eterna, no tendremos la elección de amar a Dios.  Su belleza y bondad nos abrumarán tanto que no podremos resistirlo.  Sin embargo, hasta entonces tenemos que esforzarnos dar a Dios la atención que merece.  Por eso, Jesús contesta al escriba que el primer mandamiento es amar a Dios.

El escriba viene a Jesús como persona sincera.  No quiere enredar a él Jesús en contradicciones como otros escribas en Jerusalén.  Sólo quiere pedir su modo de ver en una cuestión prioritaria.  Es así con nosotros también.  Antes de nada queremos saber nuestras responsabilidades para ponernos firmemente en el camino a la vida eterna.   

Jesús no demora en responder al escriba.  Como si hubiera contemplado esta pregunta, responde no sólo con el primer mandamiento sino también con un segundo.  Sobre todo – dice – tenemos que amar a Dios con todo nuestro corazón, toda nuestra alma, con toda nuestra mente y con todas nuestras fuerzas.  Entonces somos para amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos.

A lo mejor el escriba se pregunta por qué Jesús habla de amar a Dios con “toda la mente”.  Pues el mandamiento de amar a Dios “con todo el corazón, con toda el alma, y con todo las fuerzas” comprende la frase que los judíos deberían repetir dos veces por día.  Se lo ve en la primera lectura.  Entonces, ¿qué es este de amar a Dios “con la mente”?  Puede ser que Jesús se preocupe que la gente desviará del camino recto por ideas extrañas.  Tenemos muchos testimonios en las cartas del Nuevo Testamento de este problema. 

En el tiempo del escribir de los evangelios la cuestión principal era quién es Jesús.  ¿Es hombre o es Dios?  ¿Es profeta o es sacerdote?  El autor de la Carta a los Hebreos asegura a sus lectores que Jesús es tanto divino como humano.  Dice también que Jesús es sacerdote ofreciendo el sacrificio perfecto a Dios tanto como profeta hablando por Él.  Hoy en día tenemos otras inquietudes.  Uno es si Dios nos aceptará en la vida eterna con pecados grandes no confesados.  Algunos piensan que a Dios no le importan nuestras acciones porque ama a todos.  Sí es cierto; Dios nos ama.  Pero precisamente por esta razón nos trata como personas responsables.  Si le damos la espalda con pecado mortal, Él no va a forzarnos verlo.  Nos llamará atrás, pero a lo mejor nos dejará solos si seguimos abandonándolo en nuestra terquedad. 

El segundo mandamiento es más directo.  Hay que decir primero que Jesús no nos manda a amar a nosotros mismos.  Como dice un sabio, este es un fuego que no necesita el soplo.  El mandamiento reconoce que nos amamos a nosotros mismo por la naturaleza.  Esto no es malo sino instructivo.  El mandamiento exige que amemos a los demás con el mismo empeño.  Como buscamos a nuestro propio bien, deberíamos esforzarnos por el bienestar de otras personas.  Esta regla aplica no sólo a comida, ejercicio, y descanso sino también al estudio y la moral.  Queremos ayudar a nuestros prójimos desarrollarse en cuanto sea posible. 

Aun con las muchas conveniencias en nuestro medio, no es fácil vivir hoy en día.  Los vientos desequilibradores nos soplan en todas las direcciones.  Los celulares no sólo facilitan la comunicación sino también presentan imágenes que tientan la castidad.  Los televisores no sólo traen las noticias sino también siembran el descontento.  En este evangelio Jesús nos recomienda dos ayudas para mantenernos en el camino a la vida eterna.  Amar a Dios con todo el ser y amar al prójimo como a sí mismo nos guiarán a nuestro destino venga lo que venga.  Amar a Dios y al prójimo es todo lo que tenemos que hacer.

El domingo, 28 de octubre de 2018


EL TRIGÉSIMO DOMINGO ORDINARIO

(Jeremías 31:7-9; Hebreos 5:1-6; Marcos 10:46-52)


Hay una historia anciana acerca de un genio y un pescador.  En la tierra de mitos los genios son espíritus inteligentes.  Pasó que el genio se atrapaba en una botella tirada en el mar.  El pescador encontró la botella, y la abrió.  Salió el genio muy agradecido a su libertador.  Le dijo: “¿Qué quieres que haga por ti?”  Ésta es la misma pregunta que Jesús dirige al ciego en el evangelio hoy.  También es la pregunta que le dirigió a Santiago y Juan en el evangelio hace ocho días.  Comparando las respuestas de los dos grupitos, podemos aprender algo valioso para la vida de hoy en día.

Dios Padre nos ha enviado a Su Hijo como señal de Su amor.  Por eso Jesús nos pregunta a nosotros tanto como a los hijos de Zebedeo y al ciego: “’¿Qué quieres que haga por ti?’”  No querremos desgastar la oportunidad pidiendo un favor frívolo: que sea un día bonito mañana por ejemplo.  Ni querremos pedir algo vano como que me toque la lotería.  Este es el tipo de deseo que expresan Santiago y Juan cuando respondieron a Jesús que se sentaran uno a su derecha y el otro a su izquierda en su Reino.

Sería mucho más provechoso si respondemos a la pregunta de Jesús como el ciego Bartimeo.  El dice: “’Maestro, que pueda ver’”.  No deberíamos pensar que ya tenemos la vista.  Sí a lo mejor podemos distinguir el color rojo del color azul y un círculo de un cuadrado.  Sin embargo, no las propiedades físicas de las cosas que no vemos claramente sino su verdadero valor.  La capacidad de determinar lo que es realmente beneficioso para nosotros y lo que nos hará daño es lo que significa: “’...que pueda ver’”.  Para probar que esto es lo que quiere Bartimeo sólo tenemos que mirar lo que hace cuando recupera la vista.  No invita a sus compañeros a celebrar su dicha.  Ni regresa a casa para enseñarse a su familia.  No, el evangelio lo pone de relieve: “…comenzó a seguirlo (eso es, a Jesús) por el camino”.  En otras palabras al recibir la vista de Jesús, Bartimeo se hace en discípulo del Señor.

Y ¿qué querríamos buscar con una verdadera vista?  Una cosa que querría buscar yo es lo bueno de otras gentes y no primeramente sus faltas.  Muchas veces juzgo mal por fijarme en lo negativo de personas y de grupos.  Si podría fijarme en sus buenas características, me haría menos cínico y más contento.  Otra cosa que querría buscar en este año de elecciones es los políticos con una preocupación por los vulnerables.  Tengo en cuenta aquí a los candidatos que defenderán a los no nacidos, a los pobres, y a los inmigrantes.  Finalmente, querría buscar más colaboración entre los laicos y los sacerdotes. Querría ver a los sacerdotes compartiendo tanto el ministerio como el conocimiento del Señor. 

Si yo fuera a buscar células sanas entre células cancerosas bajo un microscopio, no podría verlas.  Pero un biólogo competente no tendría ninguna dificultad hacerlo.  Pues, tiene la vista para distinguir los diferentes tipos de células.  Nosotros queremos una vista semejante.  No nos importe la capacidad de distinguir entre las células, pero sí queremos distinguir lo bueno de lo malo.  Lo podemos hacer por seguir a Jesús.  Como Bartimeo en este evangelio, queremos seguir a Jesús.  

El domingo, 21 de octubre de 2018


EL VIGÉSIMO NOVENO DOMINGO ORDINARIO

(Isaías 53:10-11; Hebreos 4:14-16; Marcos 10:35-45)


El Beatle George Harrison cantaba una canción que ha resonado con mucha gente.  Decía: “Realmente quiero conocerte, Señor”.  Ha sido el deseo de cristianos a través de dos milenios.  ¿Cómo era realmente Jesús?  ¿Era hombre siempre serio o pudo ser juguetón también?  La Carta a los Hebreos describe a Jesús como persona como nosotros, menos el pecado, “capaz de compadecerse de nuestros sufrimientos”.  Entonces era compasivo.  El evangelio de hoy nos lo presenta como también sabio y sobrio.  Podemos añadir aun un poco ligero.

Los hermanos Zebedeo acuden a Jesús con una pregunta manipuladora.  Dicen: “’Maestro, queremos que nos concedas lo que vamos a pedirte’”.  Parecen como el joven que viene a su papá con el deseo de tomar el coche familiar.  En lugar de pedírselo directamente, se anda con rodeos.  Pregunta: “Papá, ¿vas a ocupar el coche esta noche?”  Si el hombre no tiene intención para utilizar el vehículo, entonces tendría que someterse a la petición que seguirá.  Pero si el padre va a salir con el coche, el joven ahorrará su petición para otra ocasión.  Pero Jesús, siempre perspicaz, evita ser atrapado.  No se pone enojo con Santiago y Juan.  Simplemente les responde con su propia pregunta: “’¿Qué es lo que desean?’”

Si Jesús se presenta a sí mismo como humano en el mejor sentido de la palabra, los hermanos se presentan a sí mismos como humanos en un sentido malo.  Después de escuchar a Jesús hablar del Reino de Dios, quieren que les nombre para los primeros puestos junto con él.  No le oyeron decir que tendría que sufrir horriblemente para realizar el Reino.  Jesús les recuerda de la eventualidad con la pregunta: “’¿Podrán pasar la prueba que voy a pasar…?’”  Los hijos de Zebedeo dicen que sí pero se puede dudar que hayan perdido su ilusión que el Reino será obtenido de poco costo.

Así nosotros tenemos dificultad aceptar nuestra cruz.  Pensamos que simplemente por ser discípulos de Su Hijo, Dios nos protegerá de las tribulaciones de la vida.  Entonces cuando nos encontremos sin trabajo o cuando las deudas no parezcan terminar a amontar, nos hacemos listos a dejar la fe en Jesucristo como fantasía.  En lugar de sufrir con paciencia contando con Jesús para apoyarnos, queremos abandonarlo como si fuera un fulano.  De una manera somos como los otros diez discípulos.  Como ellos se indignan cuando se dan cuenta de la petición atrevida de los hermanos Zebedeo, nosotros lo consideramos injusto cuando sufrimos muchas adversidades. 

A pesar de sus inquietudes, Jesús insiste que sus discípulos sigan adelante en el servicio.  Vengan como vengan las insolencias, tienen que sacrificarse como el Siervo Doliente en la primera lectura.  El Siervo sufre por el bien de los demás, y Dios lo premiará con una vida larga.  Jesús lo imita y experimenta más que la vida extendida.  Cuando da la vida por sus seguidores, Dios Padre lo resucita a la vida eterna.  A lo mejor nosotros no experimentaremos el martirio como Jesús.  Nuestro reto es seguirlo alegremente en el servicio para que participemos en su destino.

Tal vez nos parezca curioso que los evangelistas no cuentan nada de la apariencia de Jesús.  Querríamos saber el color de sus ojos, su altura, las lenguas que hablaba y otros detalles.  Pero este tipo de cosas nos les importan a Mateo y Marcos, a Lucas y Juan.  Lo describen por sus virtudes: sabio, valiente, sobre todo compasivo.  Realmente no tenemos que querer conocerlo.  Pues, lo conocemos.  Lo conocemos por estas historias evangélicas y por los reflejos de él en los santos.  Ya tenemos que seguirlo en el servicio. 

El domingo, 14 de octubre de 2018


EL VIGÉSIMO OCTAVO DOMINGO ORDINARIO

(Sabiduría 7:7-11; Hebreos 4:12-13; Marcos 10:17-30)


En un cine un mafioso ofrece a un padre de familia $150 por semana. El gánster quiere mostrar su agradecimiento a la familia de un niño que le ayudó.  El niño no contó al policía que vio al hombre disparar a otra persona.   Sin embargo, el padre rechaza la oferta porque sabe cómo se obtuvo el dinero.  No quiere meterse en la red mortífera del vicio.  El padre se prueba sabio como hace Jesús en el evangelio hoy.

De la primera lectura sabemos el valor de la sabiduría.  Vale más que tierras y aún reinos porque ella conlleva todos tipos de riquezas.  No solamente cosas materiales vienen a los sabios sino también recursos espirituales.  Si vivimos con la sabiduría, nosotros también tendremos la paz en la mente, el bien en el corazón, y el destino de la vida eterna.

Para apreciar el significado de la segunda lectura hay que recordar una cosa importante. Al final de cuentas la Palabra de Dios no se escribe en una página sino se encuentra en un hombre.  Pues la Palabra de Dios en primer lugar es Jesucristo, el Hijo de Dios.  Sus palabras penetran al alma juzgándonos, perdonándonos, y moviéndonos a hacer lo perfecto.  Esto es exactamente lo que pasa al rico en el evangelio.

El rico se acerca a Jesús con prisa. Tal vez sea un hombre de negocios con muchos quehaceres y poco tiempo.  Le saluda a Jesús con la frase, “Maestro bueno”, pero no se da cuenta del significado de sus palabras.  Jesús se muestra como sabio cuando responde que sólo Dios es bueno.  Pero el rico no tiene concepto adecuado de Dios como veremos en un minuto.  Sigue con la pregunta a Jesús que tiene que hacer para alcanzar la vida eterna.  Como buen hombre de negocios, quiere determinar su objetivo y hacer un plan para obtenerlo.

Jesús le responde con los Diez Mandamientos, el camino seguro de complacer a Dios.  Sin embargo, en el principio le cita sólo los mandamientos que tienen que ver con el prójimo.  A veces se dice que estos siete mandamientos comprenden “la segunda tabla de la Ley”.  Cuando el hombre dice que ha cumplido todos estos mandamientos, Jesús muestra su sabiduría una vez más.  Le presenta la “primera tabla” que toca el amor para Dios en modo indirecto.  En lugar de preguntar si ama a Dios sobre todo, le reta a probar este amor.  Le manda a dejar sus riquezas para predicar junto con él el Reino de Dios.  Para el hombre amar a Dios de modo que se sacrifiquen todas sus pertenencias constituye precio demasiado caro.  Deja a Jesús tal vez desilusionado pero no completamente sorprendido.

Los discípulos de Jesús tienen dificultad entender cómo los ricos no se salven.  Pues para ellos los ricos son la gente con recursos para ofrecer sacrificios y dar limosnas.  Casi se puede escuchar a los discípulos murmurando: “¿No son estos las obras de la salvación?”  Sin embargo, ayudar a los demás y hacer sacrificios pueden ser sólo tácticas para apaciguar a Dios y no necesariamente signos del amor verdadero a Dios.  Si vamos a ser dignos del Reino de Dios, tenemos que esperar en el Señor como lo hacen los pobres fieles.

Al final del pasaje los discípulos hacen el interrogante: “¿…quién puede salvarse?”  Podemos responderles: “Todos de nosotros”.  Pero antes de que experimentemos la vida eterna tenemos que hacernos tan dependientes en Dios como es un bebé en sus padres.  ¿Por qué?  Porque la vida eterna consiste en dejar atrás las ilusiones de los grandes en este mundo para conocer el amor sobreabundante de Dios.  La vida eterna consiste en conocer el amor de Dios.

El domingo, 7 de octubre de 2018


EL VIGÉSIMO SÉPTIMO DOMINGO ORDINARIO

(Génesis 2:18-24; Hebreos 2:8-11; Marcos 10:2-12)

Los medios de comunicación han estado reportando mucho sobre las relaciones sexuales.  Por la mayor parte han expuesto a la luz las violaciones y acosos.  Sí la violación es un crimen que vale la condenación rotunda.  Los violadores deberían ser aprisionados.  El acoso también tiene que ser desarraigado.  Pero la cuestión va más allá que el acuerdo entre la mujer y el hombre para tener relaciones íntimas.  Tiene que ver con el propósito del sexo.  Las tres lecturas de la misa hoy tocan este tema que con toda razón nos interesa mucho.

La primera lectura nos informa dela creación de la mujer en forma descriptiva.  Dice que la mujer es creada para ser la compañera del hombre.  Indica que ella es diferente del hombre pero es de la misma dignidad porque es formada de su costilla.  El cuerpo de ella es estructurado para recibir al hombre.  Ello toma la semilla del hombre para concebir y nutrir a otra persona humana.  Para proteger a ella misma y sus criaturas ella tiene que decir “no” a las insinuaciones de hombres no lícitas.  Si el hombre no tiene el propósito de mantenerse con la mujer para cuidar ambas a ella y a sus hijos, él no tiene un lugar junto con ella.

La segunda lectura no trata directamente al tema del sexo.  Sin embargo, nos afirma que Dios envió a Jesucristo como ser humano para santificar a todos los hombres y mujeres.  Ha estado aquí con nosotros por dos propósitos.  En primer lugar quería enseñarnos la voluntad de Dios y su plan para nuestra felicidad eterna.  Segundo, se presentó para ofrecerse como el sacrificio perfecto que quita nuestros pecados.

En el evangelio Jesús corrige la posición distorsionada de la Ley que permite el divorcio.  No está criticando la ley sino diciendo que el permiso del divorcio era una concesión de parte de Dios para facilitar la vida de los hombres.  Sin embargo, ya ha llegado el Reino de Dios de modo que Su voluntad en el principio tenga que ser respetado.  Dice Jesús que no más se puede tolerar el divorcio.  Los dos – el hombre y la mujer – forman “una sola cosa” no por instante sino hasta la muerte.

Desde siempre ha habido transgresiones de la voluntad de Dios.  Hombres han estado capaces de forzar a sí mismos en las mujeres.  A veces las mujeres habían consentido en estas insinuaciones con la esperanza que los hombres formaran relaciones permanentes.  Pero desde la introducción de las píldoras anticonceptivas relaciones íntimas entre los no casados han multiplicado considerablemente.  El resultado no ha sido beneficioso para la sociedad.  Con el uso extendido de la píldora ha habido millones y millones de niños abortados.  El divorcio con toda la miseria de traición y separación ha aumentado.  También ha aumentado el porcentaje de enfermedades transmitidas sexualmente.  Lo que ha disminuido es la tasa de nacimientos bajo el punto de reemplazamiento.  Por esta razón las grandes culturas de varias naciones occidentales están siendo amenazadas con la disminución.

¿A quién le importan todos estos índices morbosos?  Muchos parecen contentos mientras pueden tener el placer del sexo siempre en su alcance.  Pero a la Iglesia le importan.  Le importan porque la Iglesia quiere ayudar a los hombres y mujeres desarrollarse como personas por relaciones permanentes, amorosas e integrales.  Le importan porque quiere apoyar a los padres criar a los niños en hogares del amor verdadero.  Le importan porque quiere guiar a toda la humanidad en el camino de la felicidad eterna con Dios. 

Porque le importan la Iglesia instruye que las relaciones íntimas son buenas sólo en el contexto de una unión permanente y abierta a la procreación en cada acto conyugal.  Porque le importan la Iglesia insiste en la prohibición del divorcio en conforme con Jesús en el evangelio hoy.  Porque le importan sigue enseñando estas cosas a pesar de las críticas tiradas a los sacerdotes que han actuado deplorablemente.  Porque le importan la Iglesia reza que todos los hombres – tanto los no fieles como los fieles – la escuchen.