Homilía para el Domingo, 28 de septiembre de 2008

Homilía para el XXVI Domingo Ordinario, 28 de septiembre de 2008

(Filipenses 2:1-11)

Un informe el año pasado debería haber llamado la atención de todos. Dijo que los jóvenes de hoy en día son mucho más narcisistas -- eso es, centrados en sí mismos -- que aquellos de las generaciones previas. Piensan que son personas muy especiales, capaces a gobernar el mundo aunque tienen sólo veinte años. Al menos en parte han asumido este actitud por los medios masivos con los espectáculos como “¿Quién quiere ser millonario? y “Ídolo Americano.” En la segunda lectura hoy San Pablo indica que el narcisismo no tiene lugar en el seguimiento de Cristo.

Para Pablo el cristiano no debe pensar en sí mismo como mejor que cualquier otro en la comunidad. Al contrario, dice que, “...cada uno considere a los demás como superiores a sí mismo.” Por esta razón la Iglesia enseña la necesidad para cuidar a los moribundos, no terminar sus vidas. En Holanda y en el estado de Oregón de los Estados Unidos, la ley permite la eutanasia, eso es quitar la vida de un moribundo si él o ella lo pide. Este tipo de ley no está limitado a los países desarrollados. Ahora la legislatura de Colombia está deliberando una tal ley.

Aunque perezca que la ley permite quitar la vida sólo por petición del moribundo, en efecto no será necesario. Cuando el moribundo ha perdido la conciencia, otra persona puede hacer la decisión por él o ella. De todos modos, la dignidad de la persona debería prohibir tratar al moribundo como si fuera un animal. Ciertamente cuando consideramos al moribundo superior a nosotros como Pablo recomienda que veamos a todos, no queremos quitarle la vida sino hacer todo posible para aliviar el dolor y ponerle cómodo.

Podemos mirar a Jesucristo como el modelo de la humildad que sirve. Como dice San Pablo en la lectura, Cristo vino al mundo como un siervo. Sirvió a Dios por dar su vida como la redención de los humanos. Semejante a Cristo, nosotros servimos a Dios por pensar en las necesidades de otras personas junto con nuestras propias. La historia de dos hermanos agricultores ilustra bellamente lo que se significa aquí. Un hermano tenía esposa y siete hijos. El otro hermano era soltero. El hermano con familia cada noche llevaba un saco de trigo al granero de su hermano pensando que el soltero necesitaba extra para que tuviera suficientes fundos para jubilarse. Entretanto el hermano soltero cada noche llevaba un saco de trigo al granero de su hermano pensando que él tenía a muchos dependientes para darse de comer. Por supuesto, el granero de ninguno se disminuía. Es sólo una curiosidad que casi siempre cuando procuramos a cuidar al otro, no perdimos nada en el largo plazo. Más bien, nos queda con más que jamás imaginábamos.

Homilía para el Domingo, 21 de septiembre de 2008-09-15

Homilía para el XXV Domingo Ordinario, 21 de septiembre de 2008-09-15

(Mateo 20:1-16)

Una viña en California se acoge a turistas. Les ofrece pruebas de sus vinos y una gira de sus operaciones. En la gira la viña muestra a los turistas el cultivo y la cosecha de uvas, la preparación y el añejamiento del vino, y la el embotellado y comercio del producto. En breve, les impresiona con un proceso mucho más complicado que la prensa de uvas que tenían sus abuelitos en el sótano. En la parábola del evangelio hoy Jesús se aprovecha de una tal viña como símbolo para toda la creación.

Por la parábola Jesús indica cómo Dios manda a los trabajadores en el mundo para producir algo que vale. Una vez el papa Juan Pablo II siguió la línea de pensamiento de Jesús aquí. Dijo que “cada hombre que viene a este mundo” es como los trabajadores de las horas avanzadas del día. Tal vez sea mejor identificar a los trabajadores de la primera hora como los sacerdotes y religiosos que usualmente se dan cuenta de sus vocaciones desde joven. Entonces los trabajadores que se encuentran en las horas siguientes serán los laicos que sólo tardíamente reconocen cómo Dios les ha llamado.

Ciertamente hay mucho servicio para rendirse en el mundo actual. La mayoría de sus seis y medio mil millones habitantes viven en la pobreza. De estos pobres dos por tres son de países en desarrollo como México. En tiempo estos pobres deberían conocer una vida digna. Sin embargo, uno por seis de la población mundial -- un mil millón de personas -- ahora viven en la pobreza absoluta, eso es con menos de un dólar por día. Por una gran parte estos miserables se encuentran en el África. Todos los trabajadores de la viña de Dios tienen que preguntarse ¿qué puedo hacer para mejorar la suerte de estos desafortunados?

Además que la oración, podemos responder a nuestro interrogante por decir que nuestros aportes a las organizaciones como el Catholic Relief Services y Caritas socorrerán a los más pobres. También, pudiéramos votar por candidatos que fomentarán políticas para mover los países más pobres a la lista de aquellos en desarrollo. Sin embargo, es preciso que los laicos se den cuenta de la posibilidad de crear un mundo mejor por sus esfuerzos diarios.

Se escribe en el documento sobre la Iglesia en el Vaticano II: “A los laicos pertenece por propia vocación buscar el reino de Dios tratando y ordenando, según Dios, los asuntos temporales.” Cuando tratan a sus familias con toda atención, trabajan con gran diligencia, y persiguen actividades sociales por el bien de todos, los laicos responden a esta vocación. No se considera como un papel al margen. Más bien, contribuye directamente a la misión de la Iglesia para convertir al mundo a Cristo. Por eso, se ha llamado apropiadamente “el ministerio de los laicos.”

¿Y el pago para estos trabajadores? Seguramente va más allá que los salarios, a veces disminuidos, que los laicos reciben de sus empleadores. Por la parábola de los trabajadores en la viña Jesús indica que recibirán de Dios la misma cantidad que se dan a los trabajadores de la primera hora. Eso es, como los sacerdotes y religiosos, los laicos esperan de Dios la vida eterna como su premio por haber cumplido sus tareas.

Homilía para el Domingo, 14 de Septiembre de 2008

La Fiesta de la Exultación de la Santa Cruz

(Juan 3:13-17)

Recordémonos el jardín en el libro de Génesis. Cuando Dios creó a Adán, creó también el jardín con toda clase de árboles. Dos árboles están mencionados por nombre – el árbol de la Vida y el árbol de la Ciencia del bien y del mal. Dios prohibió a Adán y, porque era producida de él, a Eva comer del fruto del árbol de la Ciencia del bien y del mal. Si Adán lo comería, dijo Dios, moriría.

A pesar de la amonestación, Eva y Adán comieron el fruto del árbol de la Ciencia del bien y del mal. Una serpiente engañó a Eva por decirle que no morirán si comerían de ese fruto. Más bien, según la serpiente, se harán como dioses por el conocimiento del bien y del mal. Como siempre el engaño estuvo medio correcto. Por comer el fruto del árbol de la Ciencia del bien y del mal, Adán y Eva se hicieron como dioses. Eso es, se hicieron constructores de sus propias vidas, independientes de Dios. Pero, como consecuencia de su desobediencia, Dios les expulsó del jardín para que no comieran del árbol de la Vida que les habría dado la vida eterna.

“¿Lograron la Ciencia del bien y del mal?” quisiéramos preguntar. Realmente no. Es cierto que se dieron cuenta de que habían pecado. Pero aprenderán por sus propios esfuerzos el bien y el mal sólo con mucha pena y bastante error. Es nuestra situación ahora, ¿no? Como dijo el inventador Tomás Edison: “El genio es sólo un uno por ciento de inspiración y un noventa y nueve por ciento de sudor.” Sin embargo, Dios reveló a todos los descendientes de Adán y Eva los mandamientos para que supieran el bien sin errores. Si sólo los seguiríamos,…

No se menciona nada más del árbol de la Vida en la Biblia. Sin embargo, nosotros cristianos miramos la cruz de Cristo como un árbol de que viene la vida. Para comprender lo que se significa aquí, tenemos que apreciar cómo la palabra cruz en sus orígenes no representa dos líneas perpendiculares. Más bien, la cruz era sólo una estaca en la tierra que mira como un árbol. (Pensamos en dos líneas perpendiculares porque Jesús cargó el travesaño al Calvario donde estaba la estaca a que se fijó el travesaño con manos de Jesús clavadas a él.) El evangelio de Juan ahora nos dice que la persona que crea en Jesús levantado en la cruz tendrá la vida eterna. Creer en Jesús levantado en la cruz significa más que persignarse ante el crucifijo. Es obedecerlo a Jesús como él obedeció a Dios hasta su propia muerte. Esto es en contraste con Adán y Eva que rehusaron a obedecer a Dios.

A veces nos cuesta mucho obedecer a Jesús como en el caso del director de finanzas de una agencia de carros. Cristo rescató la vida de este hombre cuando estaba muriendo de una enfermedad de corazón. Ahora en gratitud a Cristo este hombre trata a todos los clientes con justicia. Aunque el propósito de su oficio es ganar la mayor cantidad de dinero posible, él no permite que personas sencillas entren en contractos que no pueden cumplir. Creer en el crucificado significa que tenemos la misma compasión a todos, todo el tiempo. Es no vivir más principalmente por sí mismo sino por Cristo.

Homilía para el domingo, 7 de septiembre de 2008

El XXIII Domingo Ordinario, 7 de septiembre de 2008

(Mateo 18:15-20)

Hace tres años el arzobispo de San Luís excomulgó a siete personas. Los penalizados habían participado en emplear a un sacerdote como párroco sin el permiso de su propio obispo. La pena fue extrema porque el delito injurió la capacidad de la Iglesia a supervisar la celebración de los sacramentos.

En el evangelio hoy San Mateo presenta el cimiento de la excomulgación. El evangelista muestra a Jesús enseñando a sus discípulos que tienen la autoridad para apartar a un pecador de la comunidad. Porque es una acción seria, el Señor estipula varios pasos para cumplirse antes de que impongan la excomulgación. En primer lugar han de amonestar al pecador de su crimen a solas para que no se le destruya la fama. En segundo lugar, han de acercarse al culpable con testigos de modo que se de cuenta de la gravedad de su ofensa. En tercer lugar, han de reportarlo a la comunidad para que se avergüence por el pecado. Sólo después de este largo proceso pueden excomulgarlo para que su perfidia no estropee a otros fieles.

Sin embargo, la excomulgación se debe ver tanto como un remedio como un castigo. Se le priva a la persona de los sacramentos precisamente para alcanzar su conciencia. Pues, la Iglesia existe para salvar a las almas, no para condenarlas. Quizás la llamada a la oración con que Jesús concluye las instrucciones aquí insinúe esta intención de misericordia. Ciertamente el primer propósito de la llamada es para subrayar la certidumbre que Dios atará en el cielo lo que los discípulos (y actualmente los obispos) aten en la tierra. Pero, por mencionar “el Padre celestial,” que ama tanto a los malos como a los buenos, también parece que Jesús implica la necesidad para rezar por la conversión de los condenados.

Durante este tiempo de las elecciones vamos a oír informes de obispos diciendo a los políticos en favor de la legalización del aborto que no deben recibir la Santa Comunión. Aunque es bastante seria, esta acción no constituye la excomulgación formal. Los obispos sólo estarán tomándola para rescatar las almas de los políticos en peligro por facilitar la muerte de seres humanos. También estarán haciendo lo que pueden para detener la matanza de los inocentes en grande escala.