Homilía para el Domingo, 29 de marzo de 2009

El V Domingo de Cuaresma

(Jeremías 31:31-34; Hebreos 5:7-9; John 12:20-33)

Ningún evento en la historia contemporánea define el bien y el mal más que el holocausto de los judíos por los Nazis. Cada uno tiene que enfrentar la evidencia de esta atrocidad. Si uno la niega, la defiende, o le imita las tácticas, se le acusa a él con justicia como malévolo.

El Evangelio según San Juan hace un reclamo similar acerca de la crucifixión de Jesús. Muestra a Jesús como el Hijo de Dios que viene al mundo para salvarlo del pecado. No obstante, en su relato, una conjuración hecha del mal, los celos, y la estupidez surge para tener a Jesús ejecutado. El evangelio llama a todos para hacer una decisión acerca esta injusticia. Si uno confiese la complicidad y se arrepiente del pecado, se salva. Pero si considera su involucramiento como de no significancia, se pierde.

El pasaje del evangelio hoy muestra a Jesús profetizando que el momento del juicio ha llegado. Dice que cuando sea levantado de la tierra, él va a traer a todos hacía sí mismo. En el Calvario los judíos, los romanos, aún su madre y su discípulo amado se congregarán alrededor de Jesús. Entonces cada uno tiene que decidirse. ¿Conoce su participación en el crimen y se arrepiente de ella? Por haber escuchado este relato nosotros también estamos allí. Nosotros también tenemos que decidir.

Homilía para el Domingo, 22 de marzo de 2009

El IV Domingo de Cuaresma

(II Crónicos 36:14-16.19-23; Efesios 2:4-10; Juan 3:14-21)

Una vez un marinero estuvo en un accidente. Tuvo daños tan serios que le quitaron la pierna. Después de su recuperación cuando su familia lo llevaba en silla de rueda a un parque de diversiones, un hombre le dio una limosna. El marinero reaccionó con la rabia. Sintiendo insultado por ser considerado como objeto de la caridad, le lanzó la moneda atrás al donador. Quizás nosotros, si fuéramos a pensar en la lectura de la Carta a los Efesios hoy, la tomáramos como insulto como el marinero tomó en la limosna.

Varias veces la lectura hace hincapié en la salvación como una gracia concedida por Dios. Dice primero, “Por pura generosidad (o gracia de Dios)…, hemos sido salvados.” Entonces añade, “…Dios muestra, por medio de Jesús, la incomparable riqueza de su gracia…para con nosotros.” Finalmente, “…ustedes han sido salvados por la gracia, mediante la fe.” Nos gusta pensar que siempre estamos en control de nuestro destino. Pues, planeamos nuestras vacaciones y ahorramos para la jubilación. Sin embargo, la Carta a los Efesios nos informa al contrario. La salvación viene como un don completamente gratuito de parte de Dios.

La carta siempre habla de dos pueblos – “nosotros” y “ustedes.” A lo mejor, éstos son los seguidores judíos de Jesús, que han observado la Ley con todos sus preceptos, y los griegos recientes convertidos al cristianismo. Por decir que los dos son salvados por la gracia, la carta desmiente el orgullo de los dos grupos. Los judíos no pueden reclamar que la práctica de la Ley les ha merecido la salvación. Tampoco los griegos pueden jactarse que se han alcanzado la salvación por la sabiduría. No, ni la Ley ni la sabiduría puede permitir a uno superar las tentaciones del mundo. Siempre el placer, la plata, el prestigio, o el poder le enredaría si no recibe el don de la gracia. Ahora podemos pensar en nosotros católicos fieles como aquellos seguidores denominados como “nosotros” y los catecúmenos de la parroquia como “ustedes” en la carta. ¿Cómo valen los actos justos (en otras palabras, la Ley) o el pensar correcto (eso es, la sabiduría) a estos dos grupos?

Dice la Carta a los Efesios que se le salva a uno “por la gracia, mediante la fe.” Eso es, por la fe en Jesucristo nos viene el Espíritu Santo que nos dispone a amar sin deseos para el placer animal y a mostrar la misericordia a los demás. Es Dios residiendo en el creedor que le hace posible merecer la vida eterna con actos alumbrados por la sabiduría divina. Es el caso de Mary Cunningham Agee que ha formado una red de socorro para mujeres que tienen embarazos no esperados. Después de un aborto natural, la señora Agee se volvió a la fe donde encontró, en sus propias palabras, “una invitación profunda para acercarse al amor compasivo del Señor.” Laureado en la administración de empresas, ella ha organizado a otras profesionales para dar consejo, trabajo, y ayuda a mujeres contemplando el aborto.

Al fin de la película titulada “Misericordia Entrañable,” el protagonista se pregunta a sí mismo, “¿Por qué yo recibí la gracia?” Era un alcohólico destinado a la perdición cuando encontró a una viuda que le ayudó reformarse mediante la fe cristiana. Su caso no difiere mucho de los nuestros. Cada uno de nosotros es receptor de la gracia. Y ¿por qué? No es por nuestra sabiduría ni por nuestros actos. Es, como repite vez tras vez la Carta a los Efesios, por la gracia de Dios que estamos destinados a la vida eterna. Sí, es la gracia que nos destina a la vida.

Homilía para el Domingo, 15 de marzo de 2009

El III Domingo de Cuaresma

(Éxodo 20:1-17; I Corintios 1:22-25; Juan 2:13-25)

Se pueden apuntar varias diferencias entre la pasión de Jesús en el Evangelio según San Juan y en las otras tres versiones del evangelio. En el Evangelio según San Juan nadie ayuda a Jesús llevar la cruz; en Mateo, Marcos, y Lucas, Simón de Cirene lleva la cruz por él. En Juan ninguna persona se burla de Jesús una vez crucificado; en los otros evangelios los líderes de los judíos, la gente o los soldados, y al menos uno de los dos otros condenados desprecian al Señor. En Juan algunos conocidos de Jesús incluyendo a su madre y su discípulo amado están al pie de la cruz. En los otros tres, los seguidores de Jesús o no están presentes o quedan a distancia de Calvario. En Juan no se menciona nada de la cortina del Templo; en los otros, la cortina está rasgada en dos partes. Preguntar por qué no se dice nada de la cortina rasgándose en Juan nos ayuda entender mejor no sólo el evangelio de la misa sino también toda la misión de Jesús.

Se usaba la cortina en el Templo para separar el más santo lugar del profano del mundo. Una vez expuesto por la rasgadura de la cortina, el lugar santo no pudo retener la gloria de Dios. Por decir que la cortina se rasgó – o, más al caso, Dios rasgó la cortina – los Evangelios de Marcos y de Mateo significan que Dios se ha huido del Templo. En el Evangelio según San Juan esta huida tiene lugar cuando Jesús echa del Templo los vendedores de animales y los cambistas de monedas. Este acto simbólico indica que ya no más valen los sacrificios del Templo hecho con rocas porque ha llegado Jesús el Mesías. Jesús va a dar su propio cuerpo como ambos el templo y el sacrificio perfecto. Los judíos no pueden entender esto porque no creen en Jesús. Sin embargo, los profetas avisaron a sus antepasados que la venida del Mesías introduciría un nuevo Templo en lo cual no se permitiría el comercio y se les acogería a todos los pueblos.

Nosotros entendemos como Jesús se ofrece a sí mismo como sacrificio a Dios Padre en la cruz. Pero nos cuesta hacer sentido de él como templo. Pues, vemos a Jesús como una persona, no como un edificio. Sin embargo, nos acordamos de que San Pablo escribe que la Iglesia es el cuerpo de Cristo. Como una iglesia es tanto la comunidad de fe como el edificio en lo cual el pueblo se congrega, así se puede entender el cuerpo de Jesús como el local donde él ofrece el sacrificio de su vida. Porque nosotros participamos en el cuerpo de Cristo, todas nuestras obras buenas se hacen santas y agradables a Dios Padre.

A lo mejor, hemos tomado este evangelio leído cada tres años durante la Cuaresma como una invitación para aprovecharse del Sacramento de la Penitencia. Como Jesús echa fuera los comerciantes del sórdido dinero de la casa de su Padre Dios, hemos de purificarnos a nosotros mismos de los pecados para celebrar dignamente la Pascua. Ahora podemos considerarlo al nivel más profundo como el evangelista Juan lo pensaba. Jesucristo es el nuevo templo en lo cual ofrecemos el sacrificio que agrada a Dios. Porque somos incorporados en él por los sacramentos, especialmente el Bautismo y la Eucaristía, nuestras obras buenas tienen mérito. Sean cuidar a nuestros padres enfermos o sean rezar el rosario por los hambrientos en el África estos actos unidos con el sacrificio de Jesús en la cruz nos destinan a la vida eterna. Sí, por el sacrificio de Jesús nuestros actos valen eternamente.

Homilía para el Domingo, 8 de marzo de 2009

Homilía para el II Domingo de Cuaresma, 8 de marzo de 2009

(Génesis 22:1-2.9-13.15-18; Romanos 8:31-34; Marcos 9:2-10)

En el drama “El rey Enrique IV” el príncipe anda con tunantes. Cuando muere el rey, estos compañeros sórdidos revelan. Piensan que tendrán toda la carne, el vino, y placer que quisieran con su amigo como rey. Por supuesto, el pueblo espera a un líder prudente y justo. ¿Cómo saldrá el nuevo rey? El rey Enrique V es aprobado en la prueba. Manda a sus compañeros maliciosos que se queden al menos diez millas de la corte. En la primera lectura Abrahán similarmente es aprobado en la prueba para ser cabeza de ambas familia y nación.

Abrahán era Abram, que quiere decir “padre.” Dios le cambió el nombre a Abrahán, “padre de multitudes,” porque le ha prometido a descendientes más numerosos que las estrellas. También el Señor ha conducido a Abrahán por varias experiencias para que sea un patriarca digno dejando a sus descendientes un modelo de la justicia. Ya Abrahán ha aprendido cómo tratar a su esposa con respeto. También se ha demostrado compasivo hacia los desafortunados y capaz en la batalla. La última prueba será su postura hacia Dios. ¿Es dispuesto a sacrificar a todo lo que le valga si Dios se lo exige?

Ciertamente Abrahán tiene buena disposición. Cuando Dios lo llama, él responde tan pronto como un soldado al capitán, “Aquí estoy.” (La Carta a los Hebreos retrata a Jesús respondiendo a Dios Padre con las mismas palabras, “Aquí estoy.”) Entonces recibe el orden a ofrecer a su hijo largamente esperado como sacrificio a Dios. No demora para cumplir la tarea. Pero siempre queda atento a Dios. Cuando está para degollar a Isaac y el ángel interviene llamándolo otra vez por nombre, él responde con lo mismo, “Aquí estoy.” Abrahán no sólo escucha a Dios sino atiende cada palabra de su boca.

Dios no quiere jamás que los padres maten a sus hijos. Al contrario, quiere que los amen con ternura y los muestren buen ejemplo. Abrahán muestra el ejemplo más excelente cuando pone Dios encima de todo aún su hijo cariñoso Isaac. No obstante, a veces los padres de familia están llamados a sacrificar a sus hijos en un sentido como Abrahán a Isaac. Cuando es necesario defender a la nación en guerra justa, los padres no deberían esconder a sus suyos del servicio militar. El día hoy la comunidad católica enfrenta otro tipo de crisis que exige sacrificio de los padres de familia. La cualidad de nuestra fe está deteriorándose en parte por falta de sacerdotes y religiosas. Puede ser que el Señor esté probando a padres de familia que animen a sus muchachos a considerar una vocación religiosa.

Como Dios prueba a Abraham, está probando a todos nosotros. Quiere que tomemos nuestro orgullo – sea una gran cuenta de banco, sea un tamaño de vestido de 12, sea el empleo en que estamos encargados de cien personas -- al monte para degollarlo. Eso es, el Señor quiere que pongamos a Él ante toda otra cosa de la vida. Al final, utilizaremos nuestra riqueza, belleza, y poder no para ensanchar orgullo sino para servir al Señor. Entonces estaremos guiando a otras personas -- incluso a nuestros descendientes – a la justicia.