El domingo, 5 de enero de 2020


LA EPIFANÍA DEL SEÑOR

(Isaías 60:1-6; Efesios 3:2-3.5-6; Mateo 2:1-12)

Algo extraño ocurrió en el primer siglo.  Por lo menos muchos cristianos ven el caso así.  Después de que Jesús murió y resucitó, los apóstoles lo predicaron como el “Señor” a su propio pueblo.  Muchos judíos comenzaron a creer en él pero muchos más rechazaron la idea.  Sin embargo, los no judíos aceptaban la fe en Jesucristo en números crecientes.  Mateo, el evangelista, quería demostrar en su obra esta reversión de expectativas.  De algún modo tenía un reporte de magos visitando la casa de José al nacimiento de Jesús.  Lo describió la visita como previsión del rechazo de parte de los judíos y la aceptación de parte de los no judíos que ocurrieron muchos años después.

Siendo no judíos, los magos sólo tienen la revelación de la naturaleza – la estrella – para guiarlos al “rey de los judíos”.  Pero los judíos poseen las Escrituras de Dios para saber dónde iba a nacer el mesías.  Cuando reciben la información de ellos, los magos pueden completar su viaje.  Le dan homenaje como muchos no judíos harán veintenas de años después.  Después, se advierten por medio de un sueño no volver a Herodes y los líderes de pueblo judío.  Este bando pondría al niño Jesús a muerto como sus sucesores lograrán en triente años.

Los judíos no aceptaron a Jesús como su salvador.  Sin duda se puede atribuir el rechazo a diferentes motivos, ambos benignos y malvados.  Algunos de sus líderes no querían examinar la vida y las enseñanzas de Jesús por razones de poder.  Teniendo autoridad, ellos querían mantener sus puestos de respeto aun si abandonaran la verdad.  Otros judíos sólo seguían lo que decían esos líderes sobre la Ley judía.

Lo importante para nosotros es que no rechacemos a Jesús como nuestro Salvador.  Aun si acudimos a la misa todo domingo, podemos hacerlo.  Pues Jesús constantemente nos exhorta en el evangelio a hacer buenas obras.  Hemos de visitar a los enfermos y educar en la virtud a los que no la saben.  Estos son los mejores regalos que podemos ofrecer al Rey Jesús.  Como los magos lo ofrecen oro, incienso y mirra, que nuestros ofrecimientos sean actos de caridad.  Son lo que va a exigir de sus seguidores en treinta años.

El domingo, el 29 de diciembre de 2019


LA FIESTA DE LA SAGRADA FAMILIA

(Eclesiástico 3:3-7.14-17; Colosenses 3:12-21; Mateo 2:13-15.19-23)


Una película cuenta de una familia aparentemente abandonada por el padre.  Después de dejar su familia el hombre peleó en la guerra.  Era atrozmente desfigurado cuando regresó a su familia en secreto.  Sin palabras ni revelando su identidad vigiló sobre su esposa y sus hijos.  Al final del drama el hombre se da su vida protegiendo su familia de intrusos violentos. En varios aspectos este cine es como la historia de San José en el Evangelio según San Mateo.

José tiene un papel prominente en el nacimiento de Jesús según San Mateo.  No obstante, no habla ni una sola palabra.  Es hombre de la acción, pero siempre  acción justa y valiente.  Cuando el ángel le manda a aceptar en su casa a María ya embarazada, no demora hacerlo.  En la lectura hoy responde pronto al orden para llevar su familia a Egipto.  En el regreso del exilio actúa prudentemente por llevar a Jesús y María fuera del peligro a Galilea.  También impresionante José muestra el dominio de sí mismo por no tener relaciones íntimas con su esposa.

Nos hacen falta hombres como José para guiar nuestras familias en estos tiempos turbados.  A menudo nuestros líderes políticos se comportan en maneras vergonzosas.  Algunos académicos promueven ideas extremistas que pueden distorsionar el pensar de nuestros hijos.  Dicen, por ejemplo, que la persona es libre para hacer cualquier cosa que quiera siempre que no viole la ley. No reconocen ninguna moralidad más allá que esa ley.  Como todo el mundo sabe el sexo y la violencia han penetrado nuestro entretenimiento.  Entretanto, el aumento de la desilusión y la desesperanza se manifiesta por el número creciente de suicidios.

¿Cuáles cualidades esperamos en los padres?  Ciertamente queremos hombres con la sabiduría y la fortaleza para enfrentar los grandes desequilibrios del tiempo.  Pero también necesitamos las virtudes pacíficas que la segunda lectura hoy enumera.  La Carta a los Colosenses exhorta a los cristianos que sean humildes.  Eso es que reconozcan a sí mismos no como superiores sino como sometidos al bien común y al mayor bien que es Dios.  Es amar al otro como a ti mismo como nos manda Jesús.  También es observar las leyes que Dios ha establecido tanto en la naturaleza como en la revelación.

En nuestro tiempo los rumores se dispersan por el Internet con más prisa que el viento.  Por eso, es preciso que practiquen los padres también la paciencia.  Sabemos que los mejores resultados tardan para ser realizados. La persona no puede hacerse virtuoso del violín con sólo un año de práctica.   Como indica la lectura, los padres tienen que ser pacientes con sus hijos. Realmente la paciencia nos ayuda por toda la vida.  La paciencia es requerida en nuestra sociedad donde hay los reclamos de la injusticia a cada vuelta.  La paciencia nos permite tiempo para analizar los problemas y buscar una solución justa para todos.  También la paciencia fomenta la tolerancia que es cada vez más necesaria en nuestras comunidades multiculturales.

En nuestros tiempos se ha reducido San José a un talismán.  Según el mito, si se quiere vender su casa rápidamente, sólo se tiene que enterrar una estatua de San José cabeza abajo en la tierra.  Esta mentira es una desgracia porque hace un santo en un tropiezo en el camino de la fe verdadera.  Además, y tal vez más serio, pasa por alto las virtudes de este hombre justo.  Si vamos a transcender los desequilibrios de nuestros tiempos, nos hace falta el ejemplo de la humildad y la prudencia de San José.  Más que nunca, nos hace falta el ejemplo de San José.

El domingo, 22 de diciembre de 2019


EL CUARTO DOMINGO DE ADVIENTO

(Isaías 7:10-14; Romanos 1:1-7; Mateo 1:18-24)


Todos nosotros soñamos.  Y nuestros sueños son de diferentes tipos.  En la noche nuestros sueños rebosan de las emociones del día anterior.  ¿Jamás has soñado de ser cazado por una fuerza malvada?  Probablemente fuiste amenazado el día anterior.  Otro tipo de sueño ocurre más durante el día.  Soñamos de la realización de nuestras esperanzas más profundas.  Este es cómo Martin Luther King podía decir: “Tengo un sueño”.  El Doctor King soñaba de una nación libre de prejuicios. Estos sueños son partes de la experiencia humana.  Hoy en el evangelio encontramos a un hombre que sueña.  Pero su sueño no es del origen humano.

José, el esposo de María, sueña de un ángel con mensaje de Dios.  El ángel le revela que María ha concebido por obra del Espíritu Santo.  También dice que José tiene que ponerle al niño el nombre “Jesús” que quiere decir “el SEÑOR salva”.  Pues Jesús salvará al pueblo de sus pecados por entregar a sí mismo a la cruz.  Siendo el Hijo de Dios, su sacrificio del yo en obediencia del Padre redimirá a los hombres de sus pecados.  Aunque sean múltiples, el ofrecimiento de esta persona justa los expiará.   Dios no más será separado de su pueblo.  Ni siquiera la muerte podrá terminar la relación entre los dos.  Por esta razón, se llama Jesús también “Emmanuel” -- "Dios con nosotros".

Jesús ha morado entre todos los seres humanos hasta el día hoy.  Nos acompaña por medio de la Iglesia, su cuerpo.  El papa y los obispos relatan su voluntad.  El año pasado el papa Francisco nos dio una enseñanza sobre cómo celebrar la Navidad.  Exhortó que no nos perdiéramos en las fiestas y el consumismo de la temporada.  Más bien recomendó que repliquemos la primera Navidad por guardar espacio para el silencio en el corazón.  Allí nos sobrecogeremos con la maravilla de Dios haciéndose hombre.

Una vez dos misioneros subieron una montaña en Honduras el día después de la Navidad.  Querían compartir con los campesinos de un pueblo la alegría navideña.  Cuando llegaron,  encontraron el grupo de adolescentes en la iglesia.  Preguntaron a los muchachos de sus regalos navideños.  Pero recibieron respuestas que les sonaron raras.  Los adolescentes hablaron de sus promesas para ser mejores hijos e hijas.  Dijeron que iban a rezar más a Jesús.  Para ellos los presentes navideños no eran lo que recibieron sino lo que dieron al niño Jesús.  Que cmparemos esta experiencia con lo que pasa a menudo alrededor al árbol navideño en sociedades consumistas.  Los niños están buscando ferozmente sus regalos.  A menudo hay muestras de disgusto si no lágrimas.  No es que no reciban nada sino no recibieron el iPhone u otro producto consumista que querían.  ¿Cuál de los dos grupos piensan ustedes tiene la alegría verdadera de la Navidad – los campesinos o los consumistas?  Así Jesús nos viene para compartir nuestra existencia.  Es tenerlo como amigo que nos alegra.

La primera lectura cuenta del rey Ajaz de Judá muchos siglos antes de Jesucristo.  Dice que el rey rechazó la oferta de Dios para darle una señal de su preocupación para el pueblo.  Que no seamos tan tercos como este rey.  Ser menos ocupados con regalos y más atentos del drama del pastorcillo nos daremos cuenta del significado verdadero de la Navidad.  No es para darnos sueños de fiestas grandes sino es para recordarnos que Jesús ha llegado.  Jesús ha llegado para ser nuestro amigo. 

El domingo, 15 de diciembre de 2019


EL TERCER DOMINGO DE ADVIENTO

(Isaías 35:1-6.10; Santiago 5:7-10; Mateo 11:2-11)


¿Conocen el nombre “Babe Ruth”?  Era el jugador de béisbol más famoso en la primera mitad del siglo veinte.  Dicen que no se miraba como un gran atleta.  Era gordo con piernas delgadas.  Pero podía pegar jonrones.  En una temporada pegó sesenta; en otra, cincuenta y nueve.  Su historia es semejante con lo que pasa entre Juan Bautista y Jesús en el evangelio hoy.

Juan manda a sus discípulos a Jesús.  Quiere saber si Jesús es el mesías; eso es, el que volvería la gloria a Israel.  Según la historia Dios prometió a David que estableciera un trono para siempre para su descendiente.  Juan se enteró de Jesús.  Sabe que ha hecho maravillas pero a la vez recibe reportes inquietantes.  Jesús no denuncia a los malvados con palabras fogosas como esperaba Juan del “el que ha de venir”.  Ni coacciona a la gente para que siempre se comporte rectamente.  Más bien, Jesús come con los pecadores y cura a los enfermos sólo por expresar fe en él.  Juan se pregunta: “¿’…tenemos que esperar a otro’” para cumplir la promesa de Dios?

El problema no es que Jesús haga algún mal.  El problema es que Juan se equivoca en su concepto del ungido de Dios.  Desgraciadamente algunos entre nosotros tenemos conceptos equivocados acerca de Jesús. Estos conceptos no son completamente falsos.  Sin embargo, pueden crear dificultades para nuestro seguimiento del Señor.  Vamos a describir tres de estos conceptos engañosos ahora: Jesús, el hacedor de maravillas; Jesús, el ascético pasivo; y Jesús, el revolucionario.

Algunos piensan en Jesús como el que va aliviarlos de todos sus problemas.  Piensan que si rezan, Jesús los sacará de todos sus líos.  Y ¿quién puede negar que Jesús no le haya ayudado?  Pero nuestros rezos no garantizan que desaparezcan todos problemas.  De hecho, Jesús promete que sus seguidores serán perseguidos.  Sin embargo, podemos contar con Jesús para la fortaleza de enfrentar los desafíos de la vida.

Algunos cristianos insisten en ver a Jesús como un ermitaño que ha abandonado toda esperanza para el mundo.  Lo retratan como un “santo de Dios” que sólo espera el mundo que va a venir.  Es cierto que Jesús es profeta con una crítica profunda del mundo.  Sin embargo, por el amor al hombre Jesús es más empeñado a transformar la maldad del mundo que maldecirla.  Hay un proverbio: “Es mejor encender una vela que maldecir las tinieblas”.  Jesús enciende mil velas.  Y pide que nosotros sus seguidores hagan lo mismo.

A veces se ve Jesús como un revolucionario.  Como un Che Guevara Jesús supuestamente sólo busca el avance social de los pobres.   En esta perspectiva no le importa a Jesús la rectitud personal: la fidelidad, la honradez, la piedad.  Sí es cierto que Jesús siempre tiene en mente a los pobres.  En el evangelio hoy Jesús aun menciona la predicación a los pobres como marca de su autoridad.  Pero primero Jesús viene para llamar a individuos al reino de Dios.  Para entrar en ello la persona tiene hacer dos cosas: dejarse ser amado por Dios y arrepentirse de sus pecados.

Pensamos en Jesús como viniéndonos de modo especial en la misa navideña.  El espíritu de bondad y la alegría entre la gente nos conllevan el sentido que Jesús está muy cerca.  Nos hace falta una perspectiva correcta de quien viene.  Jesús entra en nuestras vidas como el que comparte nuestra carga.  Él va a enseñarnos gentil pero también firmemente como ser fiel, honrado, y piadoso.  Al seguirlo, vamos a formar una sociedad que apoya a sus pobres y cuida a sus niños. 

El domingo, 8 de diciembre de 2020


EL SEGUNDO DOMINGO DE ADVIENTO 

(Isaías 11:1-10; Romanos 15:4-9; Mateo 3:1-12)


El padre Juan era encargado de la disciplina en un colegio para los muchachos.  De más de seis pies de estatura con manos grandes y huesudas, llamaba mucha atención.  Para añadir a su imagen fuerte el padre Juan nunca se vio sonriendo.  Si te viera corriendo en el pasillo o subiendo la escalera descendiente, te detendría.  Te diría a quitar los lentes. Y te daría una bofetada.  El golpe te lastimaría un poco, pero no te habría dejado herido.  Te sentirías no tanto ofendido como determinado no desobedecer ninguna regla en el futuro.  El padre Juan era temido sí pero aún más respetado.  Todo el mundo lo consideraba como hombre justo.  Era como Juan en el evangelio hoy.

Juan predica el arrepentimiento.  Quiere que la gente cambie su corazón.  En lugar de buscar el privilegio, que sirvan a los demás.  En lugar de pensar siempre en el placer, que traten de agradar al Señor.  Hombres vienen de todas partes para escuchar a Juan.  Aun los fariseos quieren someterse a su bautismo.  Pero Juan no acepta la virtud falsa.  “’Raza de víboras’” – llama a los hipócritas – “’… Hagan ver con obras de arrepentimiento y no se hagan ilusiones…’” 

Juan da el motivo de arrepentirse.  Dice: “’…el Reino de los cielos está cerca’”.  Eso es, el tiempo de la paz eterna está para irrumpir en la tierra.  Nadie describe el reino de Dios con mayor imaginación que el profeta Isaías en la primera lectura.  Cuando venga el reino, todos los enemigos serán reconciliados.  Los lobos vagarán entre los corderos sin molestarlos.  Las osas dormirán a la par de las vacas sin ningún problema.  Los muchachos marcharán en los campos de víboras sin causar la preocupación de sus padres. Según Isaías se inicia el reino con un líder nuevo de Israel.  Será no sólo justo sino perspicaz de modo que juzgue siempre de la verdad.  Tendrá la capacidad de guardar inactivos a los impíos con simplemente las palabras de su boca. 

San Pablo en la segunda lectura atestigua que se ha cumplido la profecía de Isaías.  Dice que con la predicación de Jesucristo ya “los paganos alaban a Dios”.  Exhorta la harmonía entre judíos y paganos en la comunidad romana como testimonio aún más grande.  Algo parecido se puede ver en nuestras comunidades constituidas de personas de diversos orígenes.  Particularmente entre los latinos personas de diferentes razas y naciones cooperan sin dificultad.

Si los fariseos podían fingir la virtud, ciertamente los cristianos pueden hacerlo también.  Tenemos que escuchar las advertencias de Juan dirigidas a nosotros. Aun si acudimos a la iglesia todos domingos, tenemos que decir la verdad y evitar la impureza.  Una cosa es llevar la imagen de la virgen en la procesión el doce de diciembre.  Pero es mucha mayor cosa llevar la Santa Comunión a los ancianos en el asilo cada domingo. 

En el evangelio Juan se viste de pelo de camello y come langostas, no del mar sino de la tierra.  Así Juan apenas parece como uno participando en una de nuestras fiestas navideñas.  Pero siempre deberíamos pensar en Juan entre nosotros en las fiestas.  Pues su mensaje de arrepentimiento nos ayudará moderar nuestros apetitos.  Juan nos recuerda que hemos de dar testimonio a Jesucristo.  Tanto por reconciliarnos con los enemigos como por evitar la impureza los demás reconocerán a Jesucristo.  Entonces el mundo sabrá que el reino está realmente cerca.  Sabrá que Jesucristo está para llegar.

El domingo, 1 de diciembre de 2019


El Primer Domingo de Adviento

(Isaías 2:1-5; Romanos 13:11-14a; Mateo 24:37-44)


El Señor amonesta a sus discípulos en el evangelio, “Velen…”  Y la gente vela para gangas navideñas.  Quieren comprar un nuevo televisor de Best-Buy.  O desean un iPhone 11 de Wal-Mart.  De alguna manera no parece el tipo de velar que Jesús tiene en  mente.

Jesús sabe que hay anhelos más profundos  en el corazón humano que aparatos tecnológicos.  Sabe que anhelamos el fin de las guerras.  Se da cuenta que no queremos escuchar de niños muriendo de enfermedades curables.  Por eso la visión de Isaías en primera lectura nos llama la atención.  El profeta escribe del día en que las armas para la guerra se conviertan en recursos para el bien humano.  Dice que en ese día se forjen los arados de las espadas.  Nosotros podemos pensar en reemplazar los misiles con medicinas para eliminar la malaria.

Jesús nos ha enseñado cómo hemos de realizar la visión de Isaías.  En el Evangelio según San Mateo de que leemos hoy Jesús da el Sermón del Monte.  Es el programa para una vida perfecta.  Cuando la genta lo sigue, la sociedad en que viven se hace justa.  Al final del sermón Jesús resume sus contenidos en una frase.  Dice: “’Hagan ustedes a los demás como quieran que los demás hagan con ustedes’”.  Parece sencillo pero sabemos que a veces la “regla de oro” significa el sacrificio del yo. Por eso tenemos que preguntar: ¿Por qué pensamos que podemos cumplirla?  Hay sólo una respuesta a este interrogante.  Podemos cumplirla porque nos capacita la gracia de Jesucristo merecida por su muerte y resurrección.

Vamos a estar leyendo el Evangelio según San Mateo por un año entero.  La lectura actual no se encuentra en el principio del evangelio sino hacia el final.  Sus discípulos le han preguntado a Jesús cuando ocurrirán el fin del mundo y su regreso.  Él responde con un largo discurso de lo cual nuestro evangelio hoy forma sólo una parte pequeña.  Dice que él vendrá inesperada y repentinamente.  Nadie incluyendo a sí mismo sabe el momento excepto Dios Padre.  Por eso, dice que tenemos que esperarlo despiertos.  Eso es, tenemos que esperarlo no ociosamente como gente aguardando el bus.  Más bien que lo esperemos como un viejo preparándose para la muerte por  poner sus asuntos en orden. 

San Pablo en la segunda lectura nos muestra lo que tenemos que hacer.  Nos exhorta que desechemos las obras de las tinieblas y que nos revistamos con Jesucristo.   Eso es, en lugar de quejarnos de personas que nos ofenden, que recemos por ellas.  En lugar de pensar de otras personas con lujuria en mente, que nos acordemos que todos humanos son hijas e hijos de Dios.  Las iglesias ubicadas en el centro de una ciudad sureño están poniéndose de Jesucristo.  Cada una toma un día de la semana para dar hospitalidad a un grupo de desamparados.  Les sirven la cena y les proporcionan una camilla para dormir.  También pasan el tiempo con los pobres jugando barajas y otros tipos de juegos.

La Iglesia católica ha reservado estas cuatro semanas de Adviento como el tiempo particular de esperar el regreso de Jesús.   Sí practicamos las obras de misericordia todo el año.  Pero tenemos estos veinte y pico días para enfocarnos en los demás.  Por supuesto, no estamos pensando sólo en nuestros familiares y amigos.  No, ahora pensamos en aquellos que no tienen recursos.  Que recemos por ellos y que ayudemos al menos a algunos.  Que nos acordemos que son hijas e hijos de Dios.  Mucho más que velar para las gangas en Wal-Mart esto es el espíritu de Adviento.

El domingo, 24 de noviembre de 2019


Solemnidad de Nuestro Señor Jesucristo, Rey del Universo 

(II Samuel 5:1-3; Colosenses 1:12-20; Lucas 23:35-43)


Existe mucha crítica de los reyes hoy en día.  Dicen que los reyes gastan millones y no sirven para nada.  Aunque esta evaluación sea severa, es cierto que los reyes actuales no tienen todas las responsabilidades como antes.  En la Edad Media los reyes supervisaban el bien de toda la nación.  Protegían al pueblo de intrusos y proveían por los pobres entre muchas otras cosas.  Por eso los mejores de los reyes en el pasado siempre sentían el oficio muy pesado.  Hablamos de Jesucristo como rey porque asumió la responsabilidad por el mundo entero.

La primera lectura presenta al rey más cumplido en el Antiguo Testamento.  David extendió las fronteras de Israel. Lideró  al pueblo no sólo en la guerra sino en la alabanza también.  Era músico acreditado por la composición de al menos algunos de los salmos.  Tenía grandes defectos, es verdad.  Pero él fue bastante sensato que pidiera el perdón del Señor.  Se puede ver en sus logras una huella de la gloría de Jesucristo. 

Como David conquistó los pueblos ajenos, Jesús triunfó sobre el pecado.  Para algunos esta victoria es sólo figurativa.  No piensan que ella dé beneficio a nuestras vidas diarias.  Pero sabemos mejor.  El ejemplo de Jesús se ha hecho la medida de la virtud entre nosotros.  Además, por su acompañamiento, que realizamos en la oración diaria, nada puede derrotarnos.  Sea la muerte o la bancarrota, sabemos que Jesús nos llevará a la vida eterna.

La segunda lectura de la Carta a los Colosenses nos presenta otra perspectiva del rey Jesucristo.  No reina sólo sobre la tierra sino también en los cielos.  Tiene todas las fuerzas de tinieblas bajo su dominio y todos los ángeles a sus órdenes.  Cumplirá la promesa de su resurrección cuando nos levante a nosotros de la muerte.  Hasta entonces por la gracia de su cruz podemos vivir en paz con los demás.  Verlo muriendo injustamente todo pueblo y cada individuo deberían reconocer a sí mismo como la causa.  Cuando hagamos esto, podemos perdonar al uno al otro las ofensas en el lamento mutuo por su muerte.

Particularmente en los evangelios de San Juan y San Lucas Jesús reina de la cruz.  En el evangelio según San Juan Jesús muere sólo cuando ha cumplido su misión.  Provee por su madre, su amigo querido, y sus discípulos cuando envía su espíritu a ellos.  En San Lucas Jesús muestra su autoridad como rey cuando otorga el paraíso al malhechor.  El otro malhechor se burla de Jesús diciendo: “’Si tú eres el Mesías (a decir, “el ungido rey), sálvate a ti mismo y a nosotros’”.  Es exactamente lo que Jesús hace.  Por ser fiel hasta la muerte Dios levantará a Jesús.  Además Jesús otorga la salvación al malhechor con la sensatez de reconocer su culpa.

Se ha notado que hay sólo una instancia en toda la Biblia donde se le llama a Jesús sólo por nombre.  El malhechor arrepentido se le dirige a su compañero divino simplemente por decir “Jesús”.  No añade “Cristo” o “hijo de Dios” o nada semejante.  Dice solamente: “’Jesús, acuérdate de mí cuando entres en tu reino’”.  Como respuesta el ladrón recibe la vida eterna.  ¡Bueno! Lo que sirve al malhechor, nos puede servir a nosotros también.  Que no nos falte a llamar al Señor una vez que nos arrepintamos de nosotros pecados.  Que le digamos: “’Jesús, acuérdate de mí’”.

El domingo, 17 de noviembre de 2019

TRIGÉSIMO TERCER DOMINGO ORDINARIO

(Malaquías 3:19-20; II Tesalonicenses 3:7-12; Lucas 21:5-19)


Los parisinos lamentan el incendio en la catedral de Notre Dame este abril pasado.  Las llamas hicieron daño masivo a diferentes partes de la estructura.  Sin embargo, su lamento fue pequeño comparado con la congoja de los judíos con la destrucción del templo.  En el medio del primer siglo el ejército romano vino en toda fuerza para sofocar una rebelión judía.  En el proceso desmontó el gran templo del rey Herodes.  Hasta el día hoy los judíos han tenido luto por la pérdida.  Era el único lugar en que podían ofrecer sacrificios para pedir a Dios perdón y agradecerle la bondad.  En el evangelio hoy Jesús advierte a la gente de la destrucción que iba a venir.  Además instruye a sus discípulos cómo prepararse para el fin del mundo.

Podemos pensar en el templo como las cosas que dan valor a nuestras vidas.  Para nosotros el templo es como nuestra familia, nuestra ocupación o nuestra salud.  Sin alguna de estas cosas nos sentiríamos empobrecidos, tal vez perdidos.  Es posible que no quisiéramos seguir viviendo.  Cuando muere una pareja después de cincuenta años de matrimonio, el otro a menudo se siente desolado.  No ve cómo va a seguir adelante en la vida.  Los dos eran uno, tan cercanos como gemelos juntados en la cadera.  Ya queda la mitad como si fuera teniendo una hemorragia.

¿Qué podemos hacer para mantener la cordura en tales circunstancias?  Jesús responde a este interrogante en la lectura.  Asegura a sus discípulos que van a experimentar pruebas.  Tiene en mente las persecuciones, pero se puede aplicar sus palabras a la muerte de un ser querido.  Dice que hemos de “dar testimonio de (él)”.  No hay ninguna verdad de Jesús que vale nuestro testimonio más que lo siguiente: Jesús murió y se resucitó por amor de los seres humanos.  Por eso, damos testimonio de Jesús por seguir amando a pesar de las contrariedades de la vida. 

La experiencia amarga de la muerte puede causar nuestro corazón a secarse.  Entonces no queremos amar más. No queremos incomodarnos para ayudar a una persona en necesidad.  Mucho menos  queremos perdonar al familiar que nos ha ofendido.  Sólo queremos proteger lo que tenemos para que no perdamos nada más.  Pero hacer obras del amor por los demás nos ayudaría en modos más allá que mantener la cordura.  Nos movería más cerca de la persona que hemos perdido.  Pues Jesús ha prometido la misma gloria que él tiene a aquellos que lo siguen. 

En la primera lectura el profeta Malaquías habla del “día del Señor”.  No está pensando en el día domingo sino en el final de los tiempos.  Diferente de otros profetas Malaquías no lo ve como un día de terror para todos.  Según él sólo los malvados tienen que preocuparse.  Aquellos que aman en acuerdo con la voluntad de Dios pueden anticipar el día con gozo.  Ellos serán recompensados por sus obras del amor.

Por supuesto el amor tiene que ser más que palabras.  San Pablo en la segunda lectura regaña a los ociosos que hablan del amor pero no hacen nada.  Dice que todos tienen que trabajar para el bien común.  Meramente porque el mundo puede terminar mañana no debe ser pretexto para desistir practicar el amor diariamente.  Al contrario,  porque puede terminar pronto tenemos que aplicarnos a la tarea del amor ahora.  Queremos crear una sociedad que se acogerá a Jesús cuando regrese.

En las partes norteñas estos días se siente la muerte.  Las hojas caídas dejan los árboles sin signo de la vida.  El aire frío, a menudo mojado, nos da escalofríos.  El año está casi para terminar.  Sí estas cosas nos recuerdan de la muerte que va a llevarse a todos.  Pero la muerte no marca la desolación para aquellos que creen en Jesucristo como Señor.  Siguiéndolo por obras del amor vamos a resucitarnos en la gloria.

El domingo, 10 de noviembre de 2019


TRIGÉSIMO SEGUNDO DOMINGO ORDINARIO

(II Macabeos 7:1-2.9-14; II Tesalonicenses 2:16-3:5; Lucas 20:27-38)


No es raro que una persona en luto nos pida ayuda.  Cuando muere un esposo o un hijo, se siente tan perdida que busque la consolación.  Quiere asegurarse que hay la vida más allá que la muerte.  Necesita algún apoyo para seguir adelante en la vida sin la presencia del ser querido. 

Seguramente la búsqueda para la consolación no es el motivo de los saduceos en el evangelio hoy. Interrogan a Jesús no para conseguir su perspectiva sobre qué pasa a la persona con la muerte.  Mucho menos están en luto y necesitan su apoyo.  Ni están interesados en sus pensamientos sobre la resurrección de los muertos.  Probablemente saben que Jesús ha pronunciado en favor de la resurrección.  Por eso, estos hombres vienen para atrapar a Jesús en sus palabras.  Desde que entró en Jerusalén Jesús ha tenido un seguimiento grande.  Los saduceos del partido de los sumos sacerdotes no quieren que la fama de Jesús se aumente. Saben bien que si la gente lo apoya en grandes números, disminuirá su autoridad propia.

Los saduceos retan a Jesús con un ejemplo ridículo.   Cuentan de siete hermanos, cada uno casándose con la misma mujer y muriendo antes de que tenga hijo.  Según la ley el hermano tiene que casarse con la esposa de su hermano muerto.  De este modo se protege la viuda de la explotación.  También el hermano que se case con ella recibirá una doble porción del patrimonio cuando la mujer dé la luz a un hijo.  Los saduceos deseando burlarse de la resurrección de los muertos preguntan a Jesús: “’…cuando llegue la resurrección, ¿de cuál de ellos será esposa la mujer…?’” Su propósito es burlarse de la idea de la resurrección. 

Pero Jesús como un sabio entiende la realidad mejor que sus interrogadores.  Responde que no hay casamiento en la vida eterna.  Añade que las Escrituras mismas indican que al menos algunos muertos están resucitados.  Refiere al pasaje en lo cual Moisés llama al Señor, “Dios de Abraham…” y dice que Dios es Dios sólo de los vivos. 

Puede ser angustioso para parejas escuchar que no hay casamiento en el cielo.  ¿Quiere decir Jesús que no van a tener relaciones en el cielo?  Aparentemente no si se piensan en relaciones físicas que producen hijos.  La razón es que no habrá necesidad de reproducirse si no hay la muerte.  Pero esto no quiere decir que las parejas no más van a amar a uno a otro.  Al contrario su amor va a intensificarse porque estarán libres de motivos egoístas. Una pareja era casada por casi cincuenta años cuando la mujer se puso enferma con Alzheimer.  El hombre se encargó de su cuidado.  Le daba medicinas y le llevaba afuera para ejercicio.  También hacía todas las tareas de su casa.  Por supuesto, no podían tener relaciones sexuales.  Sin embargo, el hombre no resintió su suerte de modo que se pusiera impaciente con su esposa.  Al contrario, decía que le amaba más entonces que en el día de su matrimonio.

Si no les interesa a los saduceos el apoyo para aquellos en luto, a Jesús sí le interesa mucho.  Quiere que todos nosotros vivamos con la esperanza.  En este evangelio Jesús se encuentra en Jerusalén para dar su vida como el costo de la esperanza.  Su muerte en la cruz va a derrotar las fuerzas del mal.  Su resurrección al tercer día será la garantía a sus seguidores que nuestro destino no es la tumba.  Solamente tenemos que quedarnos cerca de él.

El domingo, 3 de noviembre de 2019


TRIGÉSIMO PRIMERO DOMINGO ORDINARIO

(Sabiduría 11:22-12:2; II Tesalonicenses 1:11-2:2; Lucas 19:1-10)

Por un momento acordémonos de la liturgia del Jueves Santo.  La primera lectura cuenta de los israelitas preparándose para huir de Egipto. Por eso, el predicador quiere hablar de la liberación de la esclavitud.  La segunda lectura tiene que ver con la institución de la Eucaristía.  Ahora el predicador quiere enfatizar la presencia del Señor Jesús en el pan y el vino.  El evangelio es uno de los más impresionantes que hay.  Después de lavar los pies de sus discípulos, Jesús les manda a  lavar los pies de unos y otros.  El predicador ahora siente la necesidad de recalcar el rol del servicio en la vida cristiana.  De algún modo él cabrá los tres temas en su homilía. En la misa hoy también hay tres temas para incluir en la homilía.  Ellos realmente son tres personajes – dos del evangelio y uno del día tres de noviembre.

En primer lugar debemos considerar a Jesús.  Ha tenido sus ojos fijos en Jerusalén por mucho tiempo.  Va allá para ofrecerse como sacrificio por los pecados del mundo.  No será una muerte sencilla – una bala en su cabeza o un golpe dela hacha en su cuello.  No, va a sufrir una de las peores muertas jamás inventadas: la crucifixión.  Aunque prevé lo que le pasará, sigue adelante.  De alguna manera la consciencia de su muerte inminente, no le pone melancólico.  Al contrario tiene la dominación de mente para acogerse a la gente en el camino.  Acaba de curar al mendigo ciego.  Ahora se da cuenta del publicano Zaqueo posado en un árbol.  Le da al hombre el gusto de entretenerlo en su casa.  Más beneficiosa es la bendición con que Jesús otorga a él y su familia.  Cuando escucha a Zaqueo comprometerse a los pobres, Jesús les pronuncia a todos como salvados.

Zaqueo mismo también ha mostrado la virtud.  Aunque es bajo de estatura, se prueba a sí mismo como grande de corazón.  Como el vidente Simeón a la presentación del Señor en el templo, Zaqueo quiere ver a Jesús.  Responde a la gracia de la venida de Jesús a su casa con el arrepentimiento de sus pecados.  Como jefe de publicanos, él tenía que ser involucrado en fraudes y estafas.  Pero ahora compromete la mitad de sus bienes a los pobres.  Además restituirá cuatro veces a las personas que les ha estafado.  No lo llamamos San Zaqueo pero sabemos que está cerca de Dios.

El evangelio no habla de San Martín de Porres pero él siempre vivía como discípulo de Jesús.  Nació en Perú durante el siglo dieciséis. Era mulato con padre español y madre africana. Se crio con gran humildad y aun mayor devoción a Cristo crucificado.  Como religioso, era tan humilde que ofreciera a sí mismo como esclavo para pagar las deudas de su convento.  Vio a Jesús en los pobres de la calle.  Cuando estaban enfermos, los llevó al convento o la casa de su hermana para cuidarlos.  Es persona relevante al día hoy por su cuidado al medioambiente.  Recogió yerbas y flores para hacer medicinas. Cuidaba todos tipos de animales.  Se puede contar cien historias de este fraile notable, pero basta decir una cosa.  Amó al Señor y el Señor bendijo su vida.

Por el amor a Jesucristo el publicano Zaqueo y el mulato Martín de Porres lograron grandes cosas. Ayudaron muchísimo a los pobres y trabajaron para la paz entre diferentes tipos de gentes.  Vale la pena reconocer su santidad hoy e imitar sus virtudes todos los días.

El domingo, 27 de octubre de 2019


EL TRIGÉSIMO DOMINGO ORDINARIO

(Eclesiástico 33:1-7.17-18.19.23; II Timoteo 4:6-8.16-18; Lucas 18:9-14)


Se dice que los fariseos salvaron al judaísmo de la extinción.  En el primer siglo los zelotes entre los judíos se rebelaron contra el imperio romano.  Querían un estado independiente donde los judíos podían gobernar a sí mismos.  Desgraciadamente, los romanos tenían el mejor ejército en el mundo.  Cuando los israelitas rebelaron, los romanos aplastaron la revuelta.  Dejaron Jerusalén en estragos con el templo tumbado y el pueblo gimiendo.  Pero los fariseos siempre hacían hincapié en la obediencia a la Ley en vez de sacrificios de templo.  Por eso, desde entonces la mayoría de los judíos han seguido su manera de practicar la fe.

Es cierto que el evangelio casi siempre pintan a los fariseos como hombres nefastos.  Sin embargo, en algunos lugares los fariseos se comportan como personas honorables.  El fariseo Nicodemo viene a Jesús para aprender la fe.  Otro, llamado Simón, lo invita a comer en su casa.  En una de sus cartas San Pablo dice sin lamento que era fariseo.  Nos preguntamos entonces porque Jesús reprocha a los fariseos tan severamente.  El pasaje evangélico hoy nos da unas pistas para responder al interrogante.

El fariseo en esta parábola no parece como un malvado.  No roba, ni bebe, ni comete adulterio.  En algunos modos se comporta como mucha gente respetuosa de la ley hoy en día.  A lo mejor conocemos a personas como él en nuestro trabajo o en la comunidad.  Sin embargo, hay algo irritante acerca del fariseo.  Parece autosatisfecho, aun arrogante. No reconoce ninguna culpa en su vida.  Ni pide nada de Dios.  Sólo se jacta de su propia virtud mientras echa críticas a los demás.  Si nos irrita la actitud del fariseo, le disgusta a Jesús completamente.  Dice que el fariseo regresa a casa no justificado por enaltecerse ante Dios.

Por otra parte queda el publicano.  En el tiempo de Jesús los publicanos eran como los inspectores de edificios hoy en día.  Eso es, siempre buscaban mordidas.  El publicano de este evangelio evidentemente no es excepción a este patrón.  Pero ahora reconoce su pecado y se arrepiente de ello.  Se humilla a sí mismo sentándose al fondo del templo mientras pide el perdón.  Dios, que siempre es justo en sus  juicios como dice la primera lectura, lo juzga como justificado.  El publicano vuelve a casa en paz.

¿Puede el publicano acepta sobornos ahora?  No, al menos si va a seguir en el favor de Dios.  Recordamos cómo el publicano Zaqueo se reforma completamente con su encuentro con Jesús.  Dice que si ha defraudado a alguien, le restituirá cuatro veces.  Este publicano debe hacer algo semejante.

A lo mejor no somos tan arrogantes como el fariseo en la parábola ni tan humildes como el publicano.  Sin embargo, pecamos, a veces gravemente.  No debemos dejar que este hecho nos derrote.  Como San Pablo en la segunda lectura queremos seguir corriendo hasta la meta.  Que confesemos nuestros pecados tanto frecuente como sinceramente.  Dios, que es justo, nos ha salvado por Jesucristo.  Sólo tenemos que pedirle perdón en el sacramento.  No nos negará la medalla de oro, la justificación de nuestros pecados.  Nunca nos negará la justificación.

El domingo, 20 de octubre de 2019


EL VIGÉSIMO NOVENO DOMINGO ORDINARIO

(Éxodo 17: 8-13; II Timoteo 3:14-4:2; Lucas 18:1-8)


Muchas veces en la lucha de la vida nos olvidamos del poder de Dios.  No nos damos cuenta que Él está cerca para ayudarnos en nuestra necesidad.  Hay una historia que muestra la capacidad de Dios para ayudarnos.  Un monje llamado padre Moisés tenía que luchar fuertemente contra los deseos impuros.  Una noche decidió que ya no podía aguantar la lucha ni una hora más en su celda.  Fue al viejo Padre Isidoro, el monje más sabio del monasterio. El viejo le exhortó que regresara a su celda.  “No puedo, padre”, dijo Moisés.  Entonces Padre Isidoro le llevó al joven al techo del monasterio para ver los cielos.  Le dijo: “Mira al oeste”.  Cuando miró, vio un gran número de demonios gritando y saltando como en una danza de guerra.  Entonces padre Isidoro dijo al joven: “Ahora mira al este”.  Esta vez cuando miró, vio una multitud sinnúmero de ángeles de Dios brillando en la gloria.  Dijo el sabio: “Ésta es la hostia de ángeles que Dios envía a sus santos para ayudarlos con sus necesidades. Aquellos en el oeste son los diablos que vienen para batallarlos.  Los que están con nosotros son mayores en número”.  Padre Moisés, dando gracias a Dios, tuvo confianza y regresó a su celda.

Para muchos hoy en día el diablo parece sólo como un símbolo del mal.  Tienen dificultad a creer que existe como persona.  Pero la Iglesia insiste que el diablo es un espíritu personal que trabaja para destruir tantos a grupos de personas como los individuos.  El papa Francisco dice que la crisis del abuso clerical de niños es obra del diablo.  Según el papa el diablo busca modos inflamatorios para revelar los pecados para que el pueblo quede disgusto con la fe.  No parece ingenuo decir que el diablo es detrás de la pornografía desafiando a los hombres.  Asimismo a lo mejor es el diablo que nos incita desear a golpear a una compañera desagradable.
 
Para resistir estas y otras  tentaciones deberíamos consultar las Escrituras.  Esto es lo que sugiere San Pablo a Timoteo en la segunda lectura.  Dice que la Biblia es “útil…para corregir y para educar en la virtud…”  Se puede usar la primera lectura hoy como ejemplo.  Habla de los amalecitas atacando a los israelitas en el desierto.  No hay mucha mención de esta gente en las Escrituras.  Parece como un enemigo fuerte que quiere aniquilar al pueblo de Dios solamente de bajeza.

Los israelitas no pueden defenderse de los amalecitas solos.  Necesitan la ayuda de Dios para resistir su embestía.  Reciben el apoyo necesario cuando Moisés reza con manos levantadas y atención dirigida al Señor.  Debería ser nuestra estrategia también en las luchas contra el diablo.  Deberíamos levantar una oración a Dios cuando nos embiste un deseo indigno.

El evangelio confirma la resolución de oponer el pecado con la oración.  En el trozo de la misa hoy Jesús cuenta de un juez tan corrupto que no tema ni siquiera a Dios.  Sin embargo, se rinde a la viuda cuando ella le pide la justicia con la insistencia.  Entonces Jesús subraya el valor de rezar con empeño.  Dice que si un hombre malo haría la justicia por una petición hecha con la insistencia, mucho más el Padre la hará por nosotros cuando le rezamos diligentemente.

Jesús concluye su enseñanza con una pregunta perturbadora.  Dice: “…cuando venga el Hijo del hombre, ¿creen ustedes que encontrará la fe sobre la tierra?”  Está preguntándose si nosotros vamos a seguir rezando.  O, posiblemente, vamos a confiar en nuestras maquinaciones para derrotar el mal.   Es como si el Señor estuviera teniendo en cuenta el abandono de la oración en nuestros tiempos.

Hay un dicho: “Trabaja como si todo dependiera en tus esfuerzos y reza como si todo dependiera en Dios”.  Sí al final de cuentas todo depende del Todopoderoso, pero también es verdad que Dios nos ha hecho sus instrumentos.   Somos para hacer buenas cosas por Él y para Él.  Que siempre trabajemos como si todo dependiera en nosotros.  Pero más importante, que siempre recemos porque todo depende en Dios.

El domingo 13 de octubre de 2019


El VIGÉSIMO OCTAVO DOMINGO ORDINARIO

(II Reyes 5:14-17; II Timoteo 2:8-13; Lucas 17:11-19)


¡La lepra!  La palabra sola nos llama la atención.  No sólo a nosotros sino a gentes en todas partes y a través los siglos.  Lo que se llama “la lepra” en las Escrituras no es la misma enfermedad que nos amenaza hoy en día.  Sin embargo, provoca la misma preocupación y temor.  Por eso, podemos entender la curación de Naamán en la primera lectura como reflejo de la buena nueva del evangelio.  Sí la historia tuvo lugar ocho cientos años antes de Cristo.  Sin embargo, tiene los elementos evangélicos principales.  Dios se compadece de un marginado y lo levanta de su miseria. 

Aunque sea general, Naamán sufre el rechazo de la gente por la lepra.  A lo mejor los niños corren de él cuando el general entra en su presencia.  Los adultos no van a reírse de su condición impura en frente de él.  Pero nada les impedirá de burlarse de él en secreto.  Por eso, Dios, siempre compasivo con los que sufren, lo sana. 

No deberíamos pensar que Dios ama solamente a los indigentes y los enfermos.  No, su afecto alcanza a todos porque todos nosotros andamos en la necesidad.  ¿Quién puede negar que algunos tengan más recursos que otros?  Pero al fin de cuentas todos somos súbditos al error, a la soledad, y a la muerte.  En otras palabras, la condición humana más tarde o más temprano nos causará el temor y la angustia.  Podemos contar con Dios para responder a nuestra necesidad con la compasión. 

Se ve el plan de Dios para todos los hombres y mujeres reflejado en la vida, muerte, y resurrección de Jesucristo.  Aunque él era Dios, se empobreció a sí mismo para hacerse hombre.  Se humilló a sí mismo aún más por aceptar la condenación a la muerte aunque no tuvo ningún pecado.  Pero Dios no lo dejó sin la vida.  Más bien lo levantó del sepulcro a una vida gloriosa.  El mismo Jesús prometió un destino semejante a todos que renuncian sus pecados para seguir sus modos. 

San Pablo afirma este mensaje evangélico en el trozo de su carta a Timoteo que escuchamos hoy.  No hay ninguna sombra de duda cuando dice: “’Si morimos con Cristo, viviremos con él; si mantenemos firmes, reinaremos con él’”.  Por decir “morir con Cristo” Pablo significa el sacrificio del yo por el amor a Dios y el prójimo.  La vida de Pablo da testimonio a este auto-sacrificio.  Sufre azotes, náufragos, y cadenas para servir al Señor como su apóstol. ¿Quién de nosotros duda que Pablo reine con Dios en la vida eterna?

El evangelio hoy también destaca la gran misericordia de Dios a los marginados.  Jesús cura a los diez leprosos cuando se le piden.  Pero sólo uno regresa a Jesús para mostrarle el agradecimiento.  A este Jesús le imparte una doble bendición.  Ya lo ha curado de la enfermedad aterrorizada.  Ahora le concede la salvación.  Es así en toda la historia.  Jesús ha sido una doble bendición al mundo entero.  Sus discípulos han curado y han educado a miles de millones en su nombre.  Aquellos de estos beneficiados que lo sigan reciben además la salvación en su nombre.

Hemos escuchado la buena nueva del evangelio.  También hemos experimentado los beneficios de Jesús en nuestras vidas.  Queremos ya agradecerlo y servirlo para que recibamos también la doble bendición de la salvación.  Queremos servirlo para que recibamos la salvación. 

El domingo, el 6 de octubre de 2019


EL VIGÉSIMO SÉPTIMO DOMINGO ORDINARIO

(Habacuc 1:2-3.2:2-4; II Timoteo 1:6-8.13-14; Lucas 17:5-10)


San Lucas es el patrono de los artistas.  Hay una leyenda que él pintaba retratos de la Virgen.  A lo mejor no es la verdad.  Sin embargo, es cierto que Lucas escribe más de María que los otros evangelistas.  También nos da retratos escritos de Jesús.  En el Evangelio de Lucas Jesús casi siempre responde a la gente con la ternura.  Sólo en Lucas se ve a Jesús curando la oreja del muchacho en Getsemaní.  Sin embargo, en dos ocasiones parece que Lucas nos describe otro lado del Señor.  Sólo Lucas cita a Jesús dando instrucciones para llevar espadas al jardín.  También en el evangelio de hoy Lucas cita a Jesús diciendo alguna cosa brusca.  Cuenta a sus discípulos que cuando hayan cumplido todos sus mandatos, no son “más que siervos”.  (El griego original dice “siervos inútiles”.)  Queremos saber: ¿qué pasa aquí?

Nuestra pregunta es aún más indicada cuando comparemos el pasaje con un trozo del que leímos en agosto.  Entonces Jesús dijo que los sentaría en mesa para servirles si los encontraría esperando su regreso (Lucas 12,37).  ¿Jesús ha cambiado su actitud hacia sus siervos?  A penas duras.  Es solamente cosa de contexto.  Cuando dice que él va a servir a sus discípulos, está exhortándoles a mantenerse fieles en la espera de su venida.  Ahora Jesús está reprochando a los discípulos por dudar que tengan la fuerza para cumplir sus mandatos. 

Jesús ha instruido a sus discípulos que no debieran pecar y que tuvieran que perdonar.  Porque les parecen retadores estos mandatos, los discípulos piden al Señor la fe para cumplirlos.  Jesús responde asegurándoles que tienen suficiente fe para mover árboles.  Entonces les dice que no están haciendo ninguna cosa especial cuando cumplen el mandato de perdonar a los arrepentidos.  Más bien sólo están cumpliendo lo mínimo para ser sus seguidores.

Con esta parábola Jesús está señalando la necesidad de ser humilde.  La humildad modera la tendencia del hombre a exagerar su capacidad.  Se deriva la palabra humildad de la palabra latín humus que significa “la tierra”.  Dios formó a nosotros de la tierra y sigue como la fuente de nuestra existencia.  Debemos a él la lealtad.  Es verdad que Dios nos ha puesto como supervisores de los asuntos terrenales.  Sin embargo, hemos de regir según sus designios. 

También la humildad reconoce que requerimos la ayuda del uno a otro para sobrevivir en la tierra.  Sea nuestro maestro o nuestra esposa, necesitamos a los demás para ayudarnos navegar las corrientes de la vida.  Aún más importante, contamos con la gracia de Dios para superar las trampas del pecado.  Tenemos que pedirle la ayuda en la oración para que siempre hagamos lo bueno y evitar lo malo. 

En la segunda lectura Pablo dirige a Timoteo que él reavive el don de su ordenación.  Quiere que el joven duplique sus esfuerzos mientras pide la ayuda del Señor.  Este es el mensaje del evangelio de San Lucas hoy.  Jesús nos exhorta a todos nosotros que dupliquemos nuestros esfuerzos para cumplir sus mandatos.  A la misma vez que pidamos su gracia.  Que dupliquemos nuestros esfuerzos mientras pedimos su gracia.

El domingo, 29 de septiembre de 2019


EL VIGÉSIMO SEXTO DOMINGO ORDINARIO

(Amós 6:1.4-7; I Timoteo 6:11-16; Lucas 16:19-31)


Un director de cine acaba de publicar un libro sobre la necesidad de mirar a uno y otro.  Según este hombre mucha gente hoy en día no nos ve en la cara.  Más bien se fijan sus ojos en sus teléfonos donde buscan a “amigos” de Facebook, Twitter, u otro medio social.  En realidad están absorbidos en sí mismos sintiendo la envidia y deseando ser admirados.  Paradójicamente como resultado a menudo se quedan solitarios.  Algo semejante pasa en la parábola del rico y Lázaro que acabamos de escuchar.

El rico evidentemente no ve al mendigo Lázaro yaciendo en la entrada de su casa. Al menos, no le ayuda con nada.  Sin duda, es un hombre ocupado con su riqueza y sus amigos.  No tiene ninguna inclinación a saludar al pobre que se encuentre en  su puerta. Es desafortunado cuando nosotros no reconocemos a otras personas, sean pobres o ricas.  Perdemos la oportunidad de engrandecer nuestra experiencia.  Aun los pobres tienen historias interesantes.  Sin embargo, Jesús no cuenta esta parábola para ilustrar la maravilla que es cada persona humana.  No, su propósito es más básico y más ambicioso.  ¡Quiere salvarnos de la pérdida de la vida eterna!

La primera parte de la parábola es un estudio de contrastes.  Primero, Jesús dice que el rico se viste de telas finas mientras Lázaro es cubierto con llagas.  Sin duda, el tejido de su ropa siente cómoda a la piel del rico.  Entretanto el dolor de las heridas del pobre es multiplicado por los perros lamiendo sus heridas.  Algo semejante pasa con la comida.  El rico se satisface con manjares deliciosos mientras el hambre de Lázaro aumenta por ver las sobras inalcanzables.

Los dos mueren como todos.  Pero según Jesús se le da al rico un entierro a lo mejor con mucha gente presente.  No se dice nada del funeral de Lázaro.  Puede ser que se pone su cadáver en una fosa común con sólo los trabajadores echando una oración. 

Entonces hay un cambio de suertes.  Lázaro queda contento en el seno de Abraham, y el rico está torturado en el lugar del castigo.  Se puede preguntar: “¿Por qué acaban así?”  Pues, no ha dicho Jesús que Lázaro fuera santo o que haya hecho obras buenas.  Igualmente el rico no hace nada malo en la parábola ni lo describe Jesús como hombre corrupto. Sin embargo, tenemos que recordar las Escrituras del Antiguo Testamento. Ellas siempre amonestan a los ricos a ayudar a los necesitados.  En la primera lectura, por ejemplo, Amós condena a los ricos de Israel.  Dice “no se preocupan por las desgracias de sus hermanos”.

Interesantemente, el rico ya muestra preocupación por sus hermanos de sangre.  Pide a Abraham que les mande a Lázaro con la advertencia que sean generosos.  Siente seguro que sería un signo suficiente para cambiar su comportamiento.  Pero Abraham sabe mejor.  Los hermanos no aceptarán signos maravillosos si rechazan las Escrituras.  Pues, los signos no son para verificar las Escrituras sino viceversa.  Aceptamos en la fe las Escrituras que dan testimonio a los milagros. 

Lázaro es la única persona en todas las parábolas del Evangelio de Lucas con nombre.  No se llaman ni al hijo pródigo ni al Buen Samaritano por nombre. Queremos preguntar: ¿Cómo puede ser? Puede ser la manera de las Escrituras para indicarnos algo importante.  Puede ser que sólo los santos del cielo tendrán nombres recordados para siempre.  Sólo los santos en el cielo serán recordados para siempre.