El domingo, 1 de enero de 2017

SOLEMNIDAD DE SANTA MARÍA, MADRE DE DIOS

(Números 6:22-27; Gálatas 4:4-7; Lucas 2:16-21)

Llamamos el primer mes del año “enero” por “Ianuarius”, el dios pagano de puertas.  Las imágenes de Ianuarius siempre tiene dos caras como una puerta tiene dos lados – una dando para atrás y la otra para adelante.  Ciertamente durante enero vemos en estas dos direcciones. En el principio del mes siempre nos referimos al año pasado como el presente, a veces poniendo su número en los cheques.  Pero mientras el mes avanza, pensamos más en las posibilidades del año ya comenzado.

El nacimiento de Jesús también nos llama ambos para atrás y para adelante.  El pesebre no se debe entender como indicación de la pobreza de José y María, sino para recordar la profecía de Isaías: “El buey reconoce a su dueño y el asno el establo de su amo; pero Israel, mi propio pueblo, no reconoce ni tiene entendimiento” (Isaías 1:3).  Ahora con los pastores representando Israel, el pueblo de Dios sí reconoce a su Señor.  Sin embargo, el señorío de Jesús será revelado a todas tierras sólo en el futuro.  Después de que Jesús sea crucificado, levantado de la muerte, y entronado en el cielo, enviará al Espíritu Santo a los apóstoles para predicar su nombre a través del mundo.


El primer del año es reservado para el descanso y la renovación de relaciones con familiares y amigos.  También la Iglesia nos llama a la misa para reflexionar una vez más en todo lo que hemos celebrado durante la semana pasada.  Dios ha venido al mundo para liberarnos de la consecuencia del pecado.  Llegó como inmigrante sin cama en que podía acostarse para recordarnos de los necesitados en nuestro medio.  Causó gran alegría en los cielos y en la tierra moviendo a nosotros también a regocijarnos. Como María en el evangelio hemos de meditar todas estas cosas en el corazón para comprender su significado para el Año Nuevo.

El domingo, 25 de diciembre de 2016

LA NATIVIDAD DEL SEÑOR

Un hombre cuenta de su hijo.  Dice que cuando el hijo tenía tres años, tuvo dolor de oído.  Los médicos pusieron una sonda en la oreja evidentemente para canalizar el medicamento.  Pero el niñito siguió despertándose  durante la noche llorando.  El hombre recogió al infante en sus brazos y lo meció.  Pero el niño sólo grito más.  Entonces el hombre oró a Dios.  “Dios mío – dijo – quita el dolor de mi hijo y dámelo”. 

Muchos padres han ofrecido la misma oración.  “No me importa que sufra yo, Señor, ayuda a mi hijo”.  “Quita el cáncer de mi niña y dámelo”.  “Si alguien tiene que morir, Dios mío, que sea yo”.  Quedamos seguros que Dios escucha tales peticiones por la fiesta que celebramos hoy. 

Recordamos en este día como Dios escuchó el dolor de sus hijas e hijos sufriendo en el mundo: cómo mueren en guerras; cómo aguantan el odio del racismo; y cómo abusan a las mujeres por el placer.  Dios miró todo esta tristeza y decidió que iba a hacerse hombre para quitárselo de sus hijos y aguantarlo él mismo.  Jesús -- Dios hecho hombre -- soportó más violencia, más odio, más abuso que cualquier otro. En el proceso, agotó las fuerzas del mal de modo que ya no nos tengan fijados en sus garras.  Su acción nos ha quitado parte del dolor mientras nos ha dado la alegría de conocer su gran afecto.

Una vez se circuló una tarjeta de saludo con Jesús crucificado en la portada.  Al interior dijo: “Feliz Navidad”.  Sí, fue rara tal pintura en los medios de diciembre, pero atinó el propósito del nacimiento de Jesucristo.  Más de darnos la experiencia de conocer este hombre excelente, la entrada del Hijo de Dios en el mundo comenzó la historia inmediata de nuestra salvación.  Nació para morir y resucitarse de la muerte para que nosotros tengamos la vida para siempre. 


Por eso, celebramos la fiesta de Navidad con un toque de espanto.  Nuestro salvador que va a sacrificarse por nosotros ha llegado.  Que nos preparemos a seguirlo por los altibajos de la vida.  Y cuando conmemoremos su muerte en el Viernes Santo, que no nos hundamos en la miseria.  Más bien, como es necesario que tengamos un poco de sobriedad aquí en nuestro gozo, será preciso que tengamos un poco de alivio entonces.  Con su resurrección al tercer día la obra de nuestra salvación será terminada.  Bueno, que no detengamos la festividad más.  Jesús, nuestro salvador en el dolor y la alegría, ha llegado.  Nuestro salvador ha llegado.

El domingo, 18 de diciembre de 2016

EL CUARTO DOMINGO DE ADVIENTO

(Isaías 7:10-14; Romanos 1:1-7; Mateo 1:18-24)

Imaginémonos por un momento que somos San Pablo.  Por años nos hemos dedicado a la predicación del evangelio.  Hemos fundado varias comunidades por Cristo en Asia Menor y Grecia.  Ya nos sentimos que nuestra misión en esa parte del Imperio Romano ha acabado.  Pero hemos hecho la promesa al Señor que en cuanto nos conceda la vida, vamos a proclamar su nombre.  Por eso, comenzamos a planear una misión a España.  Escribimos a los cristianos de Roma pidiendo su ayuda.  La carta sirve dos propósitos.  Nos presenta a la comunidad como apóstol verdadero de Cristo.  También, nos establece como teólogo que vale la atención.  En la segunda lectura hoy leemos cómo Pablo empieza esta carta.

Pablo no hace rodeos.  Declara en su primer párrafo el núcleo de su mensaje: Jesucristo es tanto divino como humano.  Las dos naturalezas tienen sus consecuencias.  En primer lugar consideraremos su humanidad.  Como todos hombres Jesús es un compuesto de alma y cuerpo humano.  Por tener alma, Jesús piensa como todos nosotros.  Por tener cuerpo, él experimenta el universo según los rasgos de su propio cuerpo; es decir, como hombre masculino, mediterráneo, y judío.

Aunque Pablo tiene otro propósito en cuenta cuando escribe de la humanidad de Cristo, vale la pena reflexionar en un aspecto del tema controversial ahora.  Algunos piensan que la persona es básicamente un alma que sólo tiene un cuerpo como un hombre tiene un Camry.  Por eso, dicen que la persona puede escoger su género como masculino o femenino como le acomode.  No, la persona humana no es ni alma con cuerpo ni cuerpo con alma sino los dos integrantes.  No puede escoger su propio género como no puede escoger el color de su piel.  Es verdad que unas personas tienen dificultad aceptar el género asignado por su cuerpo. Ellos invocan nuestra compasión.  Pensar en sí mismo como de un género contradiciendo los rasgos físicos es una cruz particularmente pesada.

Por tratar la humanidad de Jesús, Pablo quiere poner en relieve su nacimiento en el linaje de David.  Como descendente del  rey de Israel, Jesús representa a todos los judíos.  Por eso, lo que pase a él, vale por todos miembros de su raza.  Pablo escribirá que Dios ha injertado en Israel a todos los creyentes en Jesucristo de modo que él ya represente a todos nosotros.  Por eso todos nosotros creyentes – seamos judíos o no judíos -- experimentaremos la vida de Jesucristo resucitado de la muerte.

El segundo enfoque de Pablo en la lectura tiene que ver con cómo podríamos experimentar la resurrección.  Dice de Cristo: “… en cuanto a su condición de espíritu santificador, se manifestó con todo poder como Hijo de Dios”.  Cristo puede santificarnos porque es divino.  La santificación resulta de su obediencia a Dios hasta la muerte.  Este acto recompensó la desobediencia de Adán y Eva.  Como hemos heredado los modos del pecado, recibiremos el destino de Jesucristo por nuestra fe en él.  

El evangelio hoy recuerda la historia sobre la cual Pablo reflexiona en términos teológicos.  Jesús es hijo del hombre por parte de María y descendiente de David por José, su padrastro.  Se le pone el nombre “Jesús”, que significa en hebreo “el Señor salva”, porque nos salva de nuestros pecados.  No sólo nos logra el perdón sino que nos estrecha la brecha entre nosotros y Dios.  Ya podemos amar a los demás con la compasión de Dios.  Como ejemplo, no mostramos a las personas confundidas sobre su género con la indiferencia, mucho menos el desdén.  Más bien las respetaremos aunque no cedamos a todos sus reclamos.  

No sólo el evangelio lo llama “Jesús” sino también “Emanuel”.  Esto significa: “Dios con nosotros”.   Por Jesús Dios cumple su compromiso en el Antiguo Testamento de estar siempre con su pueblo.  De hecho, las últimas palabras de Jesús en este Evangelio según San Mateo son: “’Yo estoy con ustedes todos los días hasta el fin de la historia’”.



A los americanos les gusta cantar de “una Navidad blanca”. ¿Qué más significa esta frase que Dios venga del cielo a la tierra?  Los copos de nieve, puros y bellísimos, son como lo divino.  La tierra, dura y oscura,  es como nosotros manchados por el pecado.  Dios nos revigoriza con su frescura y nos hace brillar con su resplandor.  Nos hace en sus verdaderas hijas e hijos con la resurrección de la muerte como destino.  Dios nos hace en sus hijas e hijos.

El domingo, 11 de diciembre de 2016



EL TERCER DOMINGO DE ADVIENTO

(Isaías 35:1-6.10; Santiago 5:7-10; Mateo 11:2-11)

Mucha gente está preguntando de Donald Trump.  En todas partes quieren saber qué tipo de presidente será.  No tiene experiencia como gobernante. No obstante tomará las riendas del país más poderoso en el mundo.  Habla mucho de cómo salvará los empleos norteamericanos.  Pero los designados de su gabinete parecen como capitalistas duros.  Vamos a ver cómo es Donald Trump en este año venidero.  Por ahora nos sirve como ejemplo.  Como la gente se pregunta de Trump, Juan Bautista se pregunta de Jesús en el evangelio hoy.

Juan pensaba que Jesús era el Mesías cuando lo bautizó en el río Jordán.  Pero desde entonces Jesús no ha actuado como el Mesías que Juan tenía en cuenta.  No condena a los pecadores con gritos.  Más bien, come con ellos para sacar su arrepentimiento.  Ni predica sermones apocalípticos.  En su lugar, llama a sus seguidores “la sal de la tierra” y “la luz del mundo”.  Por eso Juan envía a sus discípulos a Jesús para preguntarle: “’¿Eres tú el que ha de venir…’”?; es decir, el Mesías.

La duda de Juan sobre Jesús vale para nosotros.  Al menos algunos de nosotros tenemos otras expectativas para el Mesías basadas en cómo leemos el evangelio.  Que esbocemos tres posibilidades.  Entonces preguntaremos a nosotros mismos cuál de las tres corresponde lo mejor al evangelio.

En el tiempo de Jesús mucha gente esperaba a un Mesías político.  Querían a un guerrero que podría expulsar al imperio romano de Israel.  Hoy en día algunos quieren que Jesús venga para castigar a los malvados que les molestan.  Pueden ser los vecinos que hacen ruido hasta muy noche o los jóvenes que ven fumando cigarros.  Pero Jesús nunca ha pretendido ser Mesías guerrero.  Por esta razón siempre dice a los testigos de sus hazañas: “No digan nada a nadie”.

Varias personas esperan ahora a un Mesías que va a llevar sus almas al cielo cuando mueran.  Su única preocupación es evitar todo tipo de pecado.  Vienen al templo sólo para rezar por sus propias necesidades.  No les interesa formar una comunidad para ayudar a los demás.  Hay una pista – pero sólo una pista -- de esta expectativa del Mesías en la segunda lectura hoy.  Dice que hemos de esperar la venida del Señor como un labrador aguarda la cosecha.  El labrador va a rezar por las lluvias mientras espera.  Por supuesto, también tiene que preparar la tierra y sembrar las semillas, pero no hay mención de ningún trabajo – el equivalente a obras buenas -- en el pasaje.

La mayoría de nosotros deberíamos estar esperando a un Mesías que va a cumplir nuestros esfuerzos.  Manda Isaías en la primera lectura que “fortalezca(mos) las manos cansadas” y “diga(mos) a los de corazón apocado: ‘Ánimo’”. Es decir, hemos de servir a los demás en una manera  semejante a la de Jesús en el evangelio.  Dice que Jesús se ocupa a sí mismo cuidando a los ciegos, sordos, cojos, leprosos, y pobres.  Si en su regreso nos ve continuando su misión de socorro, ciertamente nos reconocerá como suyos.  Entonces nos mandará al Reino de su Padre.


Un cine reciente muestra a un futbolista con una enfermedad terminal.   Los médicos le dan sólo cuatro años antes de que el deterioro de sus músculos quite su vida.  En lugar de esperar su fin como gentes aguardando que la lluvia pare, él se dedica a sí mismo a dos proyectos.  Cómo la sal de la tierra, él hace la vida más agradable de personas pobres sufriendo su enfermedad.  Y como la luz del mundo este futbolista graba una serie de videos contando a su recién nacido de sus esperanzas por él.   Así Jesús va a reconocer a nosotros como los suyos: haciendo esfuerzos para ayudar a los demás y contando a nuestros seres queridos de nuestro amor.

El domingo, 4 de diciembre de 2016



SEGUNDO DOMINGO DE ADVIENTO

(Isaías 11:1-10; Romanos 15:4-9; Mateo 3:1-12)



Cada año en los segundo y tercer domingos de Adviento el evangelio se enfoca en Juan Bautista.  Es curioso porque a veces ni menciona el nombre de Jesús.  En su lugar pone en relieve a este hombre salvaje del desierto.  Tenemos que preguntar: “¿Quién es este santo?” y “¿Por qué ronda el Adviento como un perrote en un depósito de chatarra?”

El Evangelio de Lucas implica que Juan es pariente de Jesús por María.  Sin embargo, no hay ni susurro de esta relación en el Evangelio de Mateo que escuchamos hoy.  Quizás nos parece rara esta falta de interés en la relación de sangre.  Pero lo que importa en los evangelios es la relación de agua y espíritu que produce la misma conciencia como la de Jesús.  Los bautizados tienen o, al menos, deberían tener su amor por los demás.

Nos llama la atención cómo el evangelio describe a Juan.  Lo retrata vestido en pelos de animales que no tienen que ser hilados.  Lo describe nutrido con langostas y miel silvestre que no tienen que ser cultivados.  En su manera de ver Juan vive completamente pendiente de Dios.  Juan no sólo es santo sino profético también.  Su mensaje, “’Arrepiéntanse porque el Reino de los cielos está cerca,’” da eco a los profetas de Israel.  Básicamente Juan está diciendo a la gente que tiene que reformarse o va a conocer la ira de Dios.

Según Juan vendrá uno que va a demostrar la furia de Dios.  Aunque Juan no parece como persona débil, dice que el que viene será más fuerte.  Él separará a los justos de los malvados llevando al primer grupo a la vida eterna y echando al segundo al fuego.  ¿Quién más puede ser este juez y verdugo que el Cristo?  Durante este tiempo de Adviento esperamos la venida del mismo Cristo que Juan anuncia aquí.  Anticipamos el final de los tiempos cuando Jesús regresará para reclamar a sus fieles para la vida eterna.

Aquí encontramos un problema.  Juan retrata a Cristo más como un castigador mientras nosotros lo esperamos como nuestro redentor.  De todo lo que sabemos de Jesús diríamos que cuando venga, producirá la harmonía entre los pueblos, no el llanto y lamento.  Por esta razón asociamos la primera lectura con el regreso de Jesucristo.  Cuando llegue, la pantera se acostará con el cabrito.  Hoy en día serán los adversarios – los rusos y los ucranios, la tribu tutsi y la tribu hutu, los árabes y los israelís  – que vivirán en la paz.  Posiblemente algunos que no querrán someterse a los modos de Cristo.  Pero por la mayor parte las gentes aprenderán de él gozosamente.  

Somos discípulos de Jesús, no de Juan Bautista.  Por eso nuestros modos deben ser de compasión y buena voluntad.  No echaremos piedras de rencor sino intentaremos suavizar a los duros de corazón con la bondad.  Podemos tomar como modelo  una comunidad de fe en que todos los miembros se comprometen a un “viaje interior” y un “viaje exterior”.  Para el “viaje interior” se esfuerzan a profundizar su amor para Dios.  Para “el viaje exterior” ayudan de modo concreto a los necesitados. 

Hay una pancarta destacando centenares de refugiados apiñados en una lancha.  Dice el título: “La única cosa más grande que el temor es la esperanza”.  La pancarta puede describir también a nosotros durante Adviento.  El temor interior de un mundo terminando con el fuego no nos abruma.  Más bien, la esperanza de un futuro de paz nos mueve al exterior.  Mostramos tanto a nuestros vecinos como a nuestros hijos la bondad de Jesús.  Mostramos a todos la bondad de Jesús.

El domingo, 27 de noviembre de 2016

El Primer Domingo de Adviento

(Isaías 2:1-5; Romanos 13:11-14a; Mateo 24:37-44)

Ya vienen la Navidad y otro año nuevo.  Nuestras mentes están enfocadas en cómo podemos aprovechárnoslos al máximo. Tal vez queramos a visitar a amistades queridas pero no vistas por años. O posiblemente participaremos en la reunión de nuestros compañeros de la segundaria.  Nosotros, hombres y mujeres del vigésimo-primer siglo, somos acostumbrados a pensar en el futuro como una serie de experiencias.  Sin embargo, el evangelio nos sugiere otra manera de considerarlo.

El Nuevo Testamento dice sobre todo que Jesús ha resucitado de la muerte.  Los cuatro evangelios proclaman la resurrección como un evento de la historia.  Los discípulos encontraron vacío el sepulcro de Jesús al tercer día después de su crucifixión.  Más revelador aún lo vieron vivo con sus ojos y lo oyeron con sus oídos.  Aun lo tocaron con sus manos.  Todo esto tiene significado para nosotros. San Pablo escribirá a los corintios que nuestros cuerpos serán transformados como lo de Jesús glorificado.  Y dirá a los romanos que no solamente nosotros sino toda creación será liberada de la destrucción.  Entonces nuestro futuro es precisamente participar en un mundo compenetrado con el cielo.

Ahora, el primer domingo de Adviento, nos recordamos del futuro glorioso que nos aguarda.  La primera lectura nos da una vislumbre de cómo será.  Todos los pueblos andarán hombro a hombro para aprender los modos de Dios.  No más utilizarán sus energías para fabricar armas para la guerra.  Más bien expenderán sus esfuerzos para cultivar cosechas de la paz.  Todo el tiempo será como la Noche Buena cuando se cierran las tiendas y el movimiento en las calles es sólo la gente yendo a la misa de gallo.  Sentiremos tranquilos, profundamente contentos.

El evangelio nos urge que esperemos este futuro bendito pero no como gentes aguardando un bus tardío.  No hemos de quedarnos ociosos sintiendo frustrados y preguntándonos cuando llegará.  Más bien deberíamos esperar el reino de la paz como una pareja preparándose para el nacimiento de su primer hijo.  Ellos se ocupan con un mil tareas desde equipar el cuarto del bebé a pensar en quienes van a ser sus padrinos.  La segunda lectura de la Carta a los Romanos nos avisa que no deberíamos hacernos ni inconscientes de los eventos del mundo, ni distraídos por sus placeres.  Más bien hemos de participar en ellos como Jesús en su ministerio.

Aunque no tenemos todavía nuestros cuerpos renovados, tenemos espíritus transformados.  Ya podemos actuar como Jesús construyendo el fundamento de un futuro donde el cielo y la tierra se encuentran. Cada jueves dos laicos manejan un par de horas para visitar una prisión en las afueras.  Ayudan a los prisioneros con la oración contemplativa.  Les enseñan cómo borrar las distracciones del mundo de sus conciencias para enfocarse en Jesucristo – su cercanía a Dios Padre, su mensaje de arrepentimiento, su sacrificio del yo por el  bien de los demás.  Los dos hombres están construyendo las primicias del futuro que el mundo anhela.


Se dice que San Martín de Porres tenía la capacidad de reconciliar las enemistades entre los animales.  Según una historia una vez se le vio dándoles a comer del mismo plato un perro y un gato.  Entonces el santo notó un ratoncito en el rincón mirando la comida con anhelo.  Martín lo llamó diciéndole que no tenga miedo de unirse a la fiesta.  Vino el ratoncito y los tres, enemigos por naturaleza pero amigos por la gracia de Martín de Porres, comieron juntos.  Esto es el futuro que esperamos nosotros en Adviento.  Como nunca durante el año esperamos ya un futuro de justicia, de paz, y de amistad.

El domingo, 20 de noviembre de 2016

Solemnidad de Nuestro Señor Jesucristo, Rey del Universo 

(II Samuel 5:1-3; Colosenses 1:12-20; Lucas 23:35-43)

Con las elecciones terminadas, las noticias van a concentrarse en otros asuntos.  Uno de estos tendrá que ver con el presidente reinante.  Están preguntando a quienes Obama va a perdonar.  Pues es la prerrogativa del mandatorio -- sea presidente o sea rey -- declarar libres a algunos convictos de crimen.  Sobre todo proclamamos a Jesucristo “rey del universo” porque ha ejercitado este privilegio en favor de nosotros.

Hay una famosa pintura de Jesús crucificado.  Está vivo porque no tiene la herida de lanza en el costado.  Su cabeza está orientada al cielo con sus labios abiertos.  Evidentemente está hablando con Dios.  ¿Qué está diciendo?  No creemos que sea: “’…Por qué me has abandonado’”. Pues no parece desesperado.   A lo mejor está implorando a su Padre por su pueblo.  Según san Lucas, las primeras palabras de Jesús en la cruz son: “’Padre, perdónalos…’”  Tiene en cuenta a sus verdugos, tanto los soldados romanos como el pueblo judío, que clamaba por su crucifixión.  También está pidiendo por nosotros.  Pues la tradición cristiana siempre ha tomado la apelación de la cruz para el perdón como inclusiva de todos los que han pecado.

Pero la mayoría de gentes andan desconociendo cómo ha ofendido a Dios.  Muchos no piensan nada de faltar a pagar impuestos o faltar la misa dominical.  Aún nosotros consideramos nuestros pecados como limitados -- la falta de atención en la oración o “pensamientos impuros”.  Sin embargo, si fuéramos a examinar nuestras vidas, a lo mejor daríamos cuenta de pecados más serios.  Notaríamos cómo nos defendemos de críticas aunque sean justas.  Reconoceríamos cómo despreciamos a otras personas, a veces a razas y pueblos enteros.  Se puede decir que nos ponemos a nosotros mismos entre los soldados burlándose de Jesús en el evangelio.  Citando el letrero y notando su condición patética en la cruz, se ríen cuando dicen: “’Este es el rey de los judíos’”.

Por no reaccionar contra ellos Jesús se muestra como persona de alta dignidad.  Entonces se revela la plenitud de su realeza en lo que sigue.  Mientras uno de los malhechores decide a compartir en los insultos, el otro se arrepiente.  Admite que es pecador y reconoce a Jesús como rey.  Le suplica: “’Jesús, acuérdate de mí cuando entres en tu reino’”.  Esto es nuestra tarea cada noche antes de acostarnos: que reconozcamos nuestros pecados por un examen de conciencia y que pidamos el perdón con un acto de contrición.  Descubriremos que no somos tan inocentes como pensábamos, pero nuestra situación no es precaria.  Pues tendremos la esquema para corregir las faltas en la mañana.

Sobre todo sentiremos la compasión de Jesús.  Ha prometido el reino a aquellos que se arrepienten.  No nos olvidará de nosotros.  En el evangelio su majestad se hace patente cuando dice al suplicante: “’…hoy estarás conmigo en el paraíso’”.  Ya el hombre puede morir en la paz.  Jesús lo ha reconciliado con Dios Padre.  Es cómo un agonizante siente después de recibir los últimos sacramentos y se han acercado todos sus seres queridos.  No se preocupa por nada; pues irá de la compañía de los santos en la tierra a la compañía de los santos en el cielo.


Con la fiesta hoy terminamos el Año de la Misericordia.  El papa Francisco nos ha recordado continuamente del perdón que Dios nos ha proporcionado por su Hijo Jesucristo.  Más que esto nos ha demostrado cómo la persona libre de sus pecados actúa.  A los viernes a través del año el papa ha ido a varios grupos que ha sufrido.  Un viernes visitó un asilo de los ancianos y enfermos; otro viernes, fue a una comunidad de adictos.  Más recientemente habló con un grupo de hombres que se han retirado del sacerdocio junto con sus familias.  Nos enseñó Francisco que la misericordia es una calle de dos vías.  La recibimos de Dios en forma del perdón de nuestros pecados aunque sean grandes.  La repartimos con actos de aprecio a otras personas, particularmente aquellas de otras razas y pueblos.  Como hemos recibido la misericordia, la repartimos con nuestros actos de aprecio.

el domingo, 13 de noviembre de 2016

TRIGÉSIMO TERCER DOMINGO ORDINARIO

(Malaquías 3:19-20; II Tesalonicenses 3:7-12; Lucas 21:5-19)

Si estuviéramos a ir a los dos grandes puertos en el sur de China, veríamos algo increíble.  Cada segundo, día y noche, cincuenta y dos semanas por año, cargan naves con un vagón de mercancía.  En tiempo los vagones serán puestos en camiones llevando todos tipos de cosas a los pueblos en los rincones del mundo.  En total exportan anualmente, sólo de estos dos puertos, cuarenta millones vagones.  Al mirar toda esta acción, quedaríamos como los hombres ponderando el Templo en el evangelio hoy.  Ellos están estupefactos con la inmensidad de la estructura.

Sin embargo Jesús les dice que el Templo será destruido.  Les cuenta: “’…no quedará piedra sobre piedra de todo esto que están admirando…’” Tiene en cuenta la destrucción completa de Jerusalén que los romanos efectuarán unos cuarenta años en el porvenir.  Desde entonces lo que habrá quedado del antiguo Templo será poco más que un muro.  Cuando escuchamos de catástrofes tan enormes, muchos de nosotros nos preguntamos: ¿va a pasar algo semejante con las grandes estructuras de nuestra edad?

Realmente nuestra imaginación está extendiéndose al fin del mundo.  Queremos saber cuándo el mundo terminará y cómo acontecerá. Non preguntamos si los pronósticos como el calendario de los maya son creíbles.  La gente pone a Jesús tales interrogantes en el evangelio.  “’Maestro – preguntan -- ¿cuándo va a ocurrir esto y cuál será la señal de que ya está a punto de suceder?’”

Jesús no tiene una respuesta exacta.  Más bien les cuenta de una serie de acontecimientos que van a pasar antes de la venida del Hijo del hombre.  Primero, habrán charlatanes diciendo que son Jesús o aún más grandes que Jesús.  Ellos buscarán nuestra adherencia como políticos pidiendo nuestros votos.  Recordamos cómo uno de los Beatles se jactó que su conjunto era más popular que Jesucristo.  Pero de algún modo la esperanza experimentada con Jesús nunca se ha podido borrar.

Siempre hay desastres, tanto naturales como hechos por los hombres, que ocupan nuestras mentes. Más recientemente las guerras en Siria y el huracán en Haití han llamado nuestra atención.  Sin embargo, Jesús dice que reportes de este género no significan la llegada del fin.  Evidentemente siempre habrá tragedias humanas de grandes proporciones.

Entonces Jesús imparte el núcleo de su mensaje sobre el futuro.  Dice que sus seguidores serán perseguidos por su causa.  En los primeros siglos después de Cristo, muchos cristianos fueron martirizados por su rechazo de ofrecer sacrificios a los dioses.  Pero ¡no hubo tantos mártires como hoy en día!  El número de hombres y mujeres degollados por su fe en Cristo ahora es asombroso -- unos cien mil cada año.  Los cristianos son perseguidos en países musulmanes como Afganistán y en países comunistas como Corea Norte, en países latinos como Honduras y en países africanas como Nigeria.  En muchos casos están acosados porque proclaman la dignidad humana a los pudientes.

Estas gentes tienen corazones rectos.  El profeta Malaquías diría que “brillará el sol de justicia” sobre ellos.  Pues llevan a cabo el mandato de Jesús en el evangelio para dar testimonio de él.  Su fortaleza nos hace más conscientes de sufrimiento en nuestro medio.  Queremos escuchar las quejas de los afligidos y ofrecerles  nuestro apoyo. 

Dicen que el diablo tiene mil maneras para engancharnos.  Una ciertamente es distraernos con fantasías.  En lugar de pensar en cómo dar testimonio de Jesús, algunos se preocupan en pronósticos sobre el fin.  Es mejor que atendamos los problemas de nuestros vecinos.  Una palabra bondadosa por usted aquí, una mano de ayuda por mí allá y en tiempo se aliviará mucho sufrimiento.  Una palabra bondadosa y una mano de ayuda y aliviaremos sufrimiento.