El domingo, 27 de noviembre de 2016

El Primer Domingo de Adviento

(Isaías 2:1-5; Romanos 13:11-14a; Mateo 24:37-44)

Ya vienen la Navidad y otro año nuevo.  Nuestras mentes están enfocadas en cómo podemos aprovechárnoslos al máximo. Tal vez queramos a visitar a amistades queridas pero no vistas por años. O posiblemente participaremos en la reunión de nuestros compañeros de la segundaria.  Nosotros, hombres y mujeres del vigésimo-primer siglo, somos acostumbrados a pensar en el futuro como una serie de experiencias.  Sin embargo, el evangelio nos sugiere otra manera de considerarlo.

El Nuevo Testamento dice sobre todo que Jesús ha resucitado de la muerte.  Los cuatro evangelios proclaman la resurrección como un evento de la historia.  Los discípulos encontraron vacío el sepulcro de Jesús al tercer día después de su crucifixión.  Más revelador aún lo vieron vivo con sus ojos y lo oyeron con sus oídos.  Aun lo tocaron con sus manos.  Todo esto tiene significado para nosotros. San Pablo escribirá a los corintios que nuestros cuerpos serán transformados como lo de Jesús glorificado.  Y dirá a los romanos que no solamente nosotros sino toda creación será liberada de la destrucción.  Entonces nuestro futuro es precisamente participar en un mundo compenetrado con el cielo.

Ahora, el primer domingo de Adviento, nos recordamos del futuro glorioso que nos aguarda.  La primera lectura nos da una vislumbre de cómo será.  Todos los pueblos andarán hombro a hombro para aprender los modos de Dios.  No más utilizarán sus energías para fabricar armas para la guerra.  Más bien expenderán sus esfuerzos para cultivar cosechas de la paz.  Todo el tiempo será como la Noche Buena cuando se cierran las tiendas y el movimiento en las calles es sólo la gente yendo a la misa de gallo.  Sentiremos tranquilos, profundamente contentos.

El evangelio nos urge que esperemos este futuro bendito pero no como gentes aguardando un bus tardío.  No hemos de quedarnos ociosos sintiendo frustrados y preguntándonos cuando llegará.  Más bien deberíamos esperar el reino de la paz como una pareja preparándose para el nacimiento de su primer hijo.  Ellos se ocupan con un mil tareas desde equipar el cuarto del bebé a pensar en quienes van a ser sus padrinos.  La segunda lectura de la Carta a los Romanos nos avisa que no deberíamos hacernos ni inconscientes de los eventos del mundo, ni distraídos por sus placeres.  Más bien hemos de participar en ellos como Jesús en su ministerio.

Aunque no tenemos todavía nuestros cuerpos renovados, tenemos espíritus transformados.  Ya podemos actuar como Jesús construyendo el fundamento de un futuro donde el cielo y la tierra se encuentran. Cada jueves dos laicos manejan un par de horas para visitar una prisión en las afueras.  Ayudan a los prisioneros con la oración contemplativa.  Les enseñan cómo borrar las distracciones del mundo de sus conciencias para enfocarse en Jesucristo – su cercanía a Dios Padre, su mensaje de arrepentimiento, su sacrificio del yo por el  bien de los demás.  Los dos hombres están construyendo las primicias del futuro que el mundo anhela.


Se dice que San Martín de Porres tenía la capacidad de reconciliar las enemistades entre los animales.  Según una historia una vez se le vio dándoles a comer del mismo plato un perro y un gato.  Entonces el santo notó un ratoncito en el rincón mirando la comida con anhelo.  Martín lo llamó diciéndole que no tenga miedo de unirse a la fiesta.  Vino el ratoncito y los tres, enemigos por naturaleza pero amigos por la gracia de Martín de Porres, comieron juntos.  Esto es el futuro que esperamos nosotros en Adviento.  Como nunca durante el año esperamos ya un futuro de justicia, de paz, y de amistad.

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