Homilía para el Domingo, 1 de junio de 2008

Noveno Domingo de Tiempo Ordinario

(Romanos 3:21-25; 28)

Muy pronto la Iglesia comenzará el año jubilar de San Pablo. No sabemos por cierto pero es un buen intuyo que Pablo nació hace 2000 años. Pablo fue el misionero que transformó el Cristianismo de una secta de Judaísmo a un establecimiento de diferentes culturas.
De igual importancia, Pablo dio la Iglesia un firme cimiento intelectual. Escritas antes de los evangelios, sus cartas transmiten un aprecio de Jesucristo como el Salvador de todos.

Se resume el mensaje de Pablo en el trozo de la Carta a los Romanos que leímos hoy. Dice que todos pecamos. A veces se viene una persona que dice que no tiene pecados. Pero es cierto que cuanto más nos conocemos, mejor sabemos de nuestros pecados. Podemos ver nuestro pecado en el caso del aborto. No es sólo que muchas sociedades permitan el quitar de vida inocente sino que todos hemos contribuido al crimen. Hemos deseado satisfacer nuestros deseos inordinados. Hemos estado dispuestos a esconder la culpabilidad con mentiras. Y hemos querido utilizar la violencia para conseguir nuestros fines.

Sin embargo, la lectura añade que todos que creen en Jesús son justificados. Eso es, el pecado, tan poderoso como sea, no nos matiza completamente sino que se somete a Jesús. En la cruz Jesús invirtió el pecado de modo que ya no tenga dominio sobre nosotros. Jesús fue el inocente que controló el deseo de huir la muerte, que dijo la verdad a sus verdugos cueste lo que cueste, y que rechazó la violencia aún para salvar la vida. Concluye la lectura por decir cómo tenemos que poner nuestra fe en Jesús para compartir su logro.

Creer en Cristo significa seguirlo tanto con el corazón como con la cabeza. Tenemos que reconocerlo como nuestro Señor y, así, conformarnos a su voluntad. Sólo reconocerlo como Señor sería regatear para una gracia barata que, como un cuchillo sin filo, no sirve para quitarnos el cáncer del pecado. Sólo tratar a conformarnos a su voluntad sería repetir los esfuerzos infecundos de los judíos para eliminar el pecado por practicar los 613 mandamientos de la Ley. Como el intento a capturar los aires del invierno para refrescar los días del verano, nuestros esfuerzos solos son destinados a fracaso. No, diría Pablo, tenemos que llamar el nombre del Señor en la oración y demostrarnos como suyos por vivir la fe en el amor.

Hace ochos años celebramos el gran jubilar de Nuestro Señor Jesucristo. Cada catedral en el mundo había tenido cerrada su puerta principal para abrirse como signo de la apertura al cielo que nos ganó Cristo. Ahora estamos para celebrar el año jubilar de San Pablo, el gran misionero del mismo Jesucristo. Tal vez nuestro corazón haya estado cerrado a su mensaje del pecado. Que lo abramos por vivir su mensaje de la justificación. Que vivamos la fe en Jesucristo en el amor. Que vivamos le fe en el amor.

Homilía para el Domingo, 25 de mayo de 2008

Si se celebra la Solemnidad del Corpus Christi en su diocesís este domingo, se puede referirse a la homilíia que sigue la del Octavo Domingo del Tiempo Ordinario.

Homilía para el Octavo Domingo del Tiempo Ordinario

(Mateo 6:24-34)

Cada día la Señora Olga Sánchez Martínez se levanta con tres tareas. Tiene que recoger a los inmigrantes lesionados en el paso de la frontera sureña de México. También tiene que conseguir dinero para operar el albergue por aquellos inmigrantes. Y, de vez en cuando, viaja a un país centroamericano para regresar a un lisiado a casa. Cada día la Señora Sánchez Martínez busca primero el Reino de Dios como nos manda Jesús en el evangelio hoy.

A veces hablamos de construir el Reino de Dios como si fuera nuestro proyecto. Pero este concepto del reino como nuestro trabajo no es como nos lo presenta Jesús. Según él el Reino es el regalo de su Padre que nos bendice como el agua fría en medio de una sequía. Hemos de buscar el Reino por hacer lo bondadoso, lo justo, lo servicial. Cuando una maestra prepara sus clases con cuidado y dirige toda atención a sus alumnos, ella busca el Reino de Dios. Cuando un papá pone a cama a sus hijos rezando con ellos por los niños que no tienen techo, él también busca el Reino.

La preocupación por necesidades cotidianas forma el impedimento principal a la búsqueda del Reino de Dios. A otro tiempo Jesús compara esta preocupación con cardos que ahogan la planta creciendo de la semilla de modo que no rinda fruto. Sin embargo, deberíamos distinguir dos tipos de preocupación para aclarar el significado de este evangelio. Si la preocupación es el cuidado para poner tortillas en la mesa, ¡muy bien! Jesús nos exhorta sólo que pongamos primero el Reino de Dios. Eso es, que no defraudemos a nadie cuando compremos comestibles. Sin embargo, si la preocupación es la ansiedad acerca de bienes de modo que queramos comprar un segundo par de zapatos antes de que demos gracias a Dios por el primero par, ¡cuidado! Es olvidarnos de la relación con nuestro Padre en el cielo.

“Pero,” se opondrán algunos, “si no me empeño a comprar dos camisas, ¿qué haré si una se me rompe?” Es una pregunta justa. Ciertamente Jesús no nos dice que sea pecado simplemente a tener de sobra. Sin embargo, podemos responder que Dios nos proveerá todo necesario y por añadidura cuando busquemos su Reino sobre todo. Hay una leyenda de la vida de Santo Domingo que hace confiar a los dominicos en la providencia de Dios.

En el principio de la Orden de Santo Domingo los frailes salían diariamente para mendigar el pan. Una tarde los dos frailes a quienes les tocó esta tarea recibieron sólo pancito – no suficiente para una persona y mucho menos para todos los frailes del convento. Entonces los encontró un pobre en la calle también pidiendo pan y los frailes le dieron el pancito que tenían. Regresaron al convento y reportó a Santo Domingo su suerte. Santo Domingo les dijo que no se preocuparan y llamó a todos los frailes al comedor para rezar. En medio de sus oraciones vinieron ángeles con pan para todos. Curiosamente los ángeles sirvieron primero a los jóvenes, luego a los mayores. Hasta hoy día los dominicos sirven la comida a los frailes en el orden creciente según su edad.

Homilía para el Domingo, 25 de Mayo de 2008


La Solemnidad del Cuerpo y Sangre de Cristo

(Juan 6:51-58)

En una preparatoria católica una vez cada mes había misa por todos los alumnos. Antes de la misa se llevó el Santísimo Sacramento de la capilla al auditorio donde tendría lugar la misa. El sacerdote caminó con el copón precedido por un estudiante tocando una campanita. Cuando pasó por el gimnasio todos los muchachos jugando básquet o voleibol cesaron su actividad para arrodillarse. Fue sólo un gesto apto para demostrar la fe en la presencia de Cristo en el sacramento.

Ahora celebramos Corpus Christi, la fiesta del Cuerpo y Sangre de Cristo. Tradicionalmente la celebración incluyó una procesión a través de las calles del pueblo. Los propósitos para el evento eran al menos dos. Le dio a la gente la oportunidad a demostrar su fe como los alumnos hacían en la preparatoria ya mencionada. También, el Santísimo proporcionó a todo el pueblo – tanto los no católicos como los católicos – una bendición gratis. Las gracias de la eucaristía son tan abundantes que beneficien a todos que se les aproxime.

¿Qué son estos beneficios? En primer lugar, una procesión con el Santísimo demuestra que lo precioso no sólo son el oro y la plata sino también las más sencillas viandas trasformadas por el Espíritu Santo. La gente no tiene que ser rica para aprovecharse de este tesoro. Segundo, cuando la gente se congrega para la procesión, renueva sus relaciones entre sí. Muchas veces los humanos se dan cuenta de la necesidad a visitar con uno y otro pero no lo logra porque la pereza supera su voluntad. En la procesión religiosa el Señor se llama a todos juntos para visitar tanto como para atestiguar un misterio. Sobre todo, queda el motivo religioso. El Santísimo llevado por la comunidad pregona que Jesús nos ha venido a salvarnos de pecado. Por arrepentirnos sinceramente, podemos acogerlo en el sacramento con toda su promesa.

En el evangelio los judíos quedan escandalizados por la idea de que Jesús les presente su cuerpo y su sangre como nutrición. Piensan que sería canibalismo a comer la carne de otra persona humana. Hoy en día muchas personas llevan el prejuicio opuesto. No quieren admitir que, a pesar de las apariencias, Jesús realmente nos ofrece su cuerpo y sangre en la Eucaristía. La Fiesta de Corpus Christi aclara la postura de la fe acerca de estas dos críticas. Asegura que nosotros católicos no practicamos el canibalismo porque el cuerpo y la sangre de Cristo que comemos tienen las formas de pan y vino. También, insiste que no es sólo pan y vino que comamos sino algo infinitamente más precioso – el cuerpo y sangre de Cristo.

Homilía para el Domingo, 18 de mayo de 2008

La Solemnidad de la Santísima Trinidad

(Juan 3:16-18)

La muchacha lleva un bebé en sus brazos. Ella es joven, no más de catorce años o quince al máximo. ¿Es la madre del niñito? Desgraciadamente en esta época la respuesta a menudo es “sí.” Particularmente las muchachas latinas dan a luz un número alarmante de bebés. En los Estados Unidos es tres veces más probable que latinas entre 13 y 19 años dan a luz un bebé que muchachas anglas y tres por diez veces que muchachas negras. En México uno de cada cinco muchachas bajo dieciocho años ha dado a luz al menos un bebé.

Usualmente la muchacha que da a luz no está casada. Este hecho resulta en grandes problemas para la madre, el hijo, y la sociedad. La muchacha tiene dificultad a cumplir su educación, a conseguir buen trabajo, y aún a encontrar esposo. Los niños nacidos fuera del matrimonio tienen un alto riesgo de resultados negativos. Es más probable que vivan en la pobreza y tengan problemas emocionales y de comportamiento. La sociedad sufre los efectos de la delincuencia de tales hijos, los gastos de apoyar a las familias viviendo en la pobreza, y la pérdida de personas productivas.

Un experto opina que muchachas quedan embarazadas fuera del matrimonio por el amor. Por que no reciben el apropiado amor de sus padres, buscan el afecto de sus novios. También, aunque no esperan a hacerse embarazadas, las muchachas psicológicamente saben que un bebé les dará toda la razón de vivir en el mundo. Por supuesto, no se dan cuenta que el afecto del novio es, en toda probabilidad, pasajero y el cariño de un bebé conlleva cargas pesadas.

¿Cómo podemos evitar el tener niños fuera del matrimonio? Los anticonceptivos y el aborto sólo producen más daño que beneficio. Para muchachas, así como para todos, sería mejor aprovecharse del amor que Dios ofrece. Dios se ha revelado como una familia de relaciones amorosas en la Santísima Trinidad. El amor de Dios Padre ha resultado en Su hijo antes del tiempo. Y los dos quedan unidos por el infinito amor del Espíritu Santo. Una mujer y un hombre deberían procurar a imitar este amor divino cuando piensan en unirse.

Personalmente también las tres personas de la Santísima Trinidad nos apoyan. Dios Padre nos provee todo el amor necesario de modo que no sea necesario buscar el afecto ilícito. Dios Hijo, Jesucristo, nos ha enseñado cómo disciplinarnos por el bien de todos. Finalmente, el Espíritu Santo, enviado por Dios Padre a través de Jesús Cristo, nos da la alegría que hace digna la vida.

“Si alguien quisiera comprar el amor…sólo conseguiría desprecio,” dice El Cantar de los Cantares. Sin embargo, Dios, que se ha revelado a Sí mismo como una familia de relaciones amorosas, nos ofrece el amor gratis. Es el amor que sirve, no él que produce más daño que beneficio. Que aprovechémonos de este amor sobre todo. ¡Que aprovechémonos de este amor!

Homilía para el Domingo, 11 de mayo de 2008

Domingo de Pentecostés

(Hechos 2:1-11)

Cada sábado en nuestra parroquia se bautizan dos o tres niños, a veces más y raras veces menos. Usualmente el ministro no conoce a los padres y padrinos. Vienen sólo para el bautizo, y a pesar de una exhortación por el ministro no aparecen de nuevo. No es difícil comprender por qué existe tal negligencia de la religión. El ambiente es poco orientado a Dios. Por supuesto, cada barrio tiene su iglesia católica y varios templos evangelistas. Sin embargo, los periódicos están llenados con los últimos ultrajes de estrellitas; los cines ofrecen balaceras y salvajes cazas; y la tele destaca las telenovelas y los deportes.

Podemos preguntarnos con razón, “¿Es cristiana nuestra cultura?” Aunque la mayoría de la gente sea bautizada, la respuesta honesta es “no mucho.” Después de siglos de la predicación del evangelio muchísima gente queda indiferente a sus exigencias si no a sus esperanzas. Si hiciéramos una encuesta sobre cuál prefería hacerse, un santo o un millonario, ¿quién duda cómo respondería la mayoría? Se puede observar la soberanía de valores mundiales el domingo en la mañana. Los jóvenes son más acostumbrados a estar en las canchas de fútbol que en la misa y las jóvenes, si vienen a misa, a veces están descuidadas en lo que concierna a su vestido.

Por supuesto, la situación actual no es lo que quiera el Señor. Él envía su Espíritu Santo para transformarnos en su propio pueblo. El día del Espíritu Santo que celebramos hoy originó de una fiesta judía antigua. Cincuenta días después de la primera pascua en Egipto, los israelitas estaban vagando en el desierto. Entonces, Dios les presentó las tablas de la Ley como oferta de formarlos en Su querido pueblo. Ahora no nos regala la Ley escrita en piedra sino algo mucho más provechoso. El Espíritu Santo nos graba la nueva ley evangélica en el corazón para que vivamos como verdaderos hijos suyos.

En el primer Pentecostés cristiano, el Espíritu armó a los discípulos para llevar a cabo una misión. Según los Hechos de los Apóstoles, el Espíritu Santo les dotó lenguas de fuego para anunciar el evangelio a los diferentes pueblos. Así el Espíritu nos capacita a re-evangelizar a nuestro pueblo no con lenguas sino con chispas de caridad. Una chispa nos alienta a vivir justos y cumplidos para dar buen ejemplo a los demás. Otra chispa nos impulsa al servicio de los necesitados para demostrarles el amor de Dios. Otra nos inspira a dar gracias a Dios como la fuente y el fin de nuestra existencia.

Algunas veces se llama el Pentecostés el cumpleaños de la Iglesia. De hecho, la Iglesia empezó cuando llegó el Espíritu Santo a los discípulos. Sin embargo, hoy no es ocasión para comer pastel sino para renovar la misión. Hoy el Espíritu Santo nos arma para re-evangelizar a nuestro pueblo.

Homilía para el Domingo, 4 de mayo de 2008

La Ascensión del Señor

(Hechos 1:1-11; Efesios 1:17-23)

¿Por qué celebramos la Ascensión del Señor con alegría? ¿No es la tristeza más apropiada? Pues, el día recuerda cómo Jesús – nuestro líder y hermano – se nos ha ido al cielo. Reside allá, no acá. Llama la atención un himno americano con tono solemne: “Ya no oímos graciosas palabras de quien habló como nadie más.”

Otra vez ¿por qué celebramos la Ascensión con alegría? Hay al menos tres razones significativas. Primero, el Señor se fue para establecer un hogar para nosotros. Dice Jesús en el Evangelio según San Juan, “…voy a prepararles un lugar.” Este lugar es una creación completamente nueva, como la creación del universo en el mero principio. El cielo era una existencia sin espacio desde que Dios y sus ángeles son puros espíritus. Pero Jesús lo ha recreado en lugar de tres dimensiones por ascenderse al cielo con su cuerpo glorificado. Ya puede acomodar a nosotros también cuerpo y alma.

Segundo, Jesús subió a Dios para defendernos del mal. Dice la lectura de la Carta a los Efesios que Dios Padre “puso (todo) bajo los pies (de Cristo) y a él mismo lo constituyo cabeza suprema de la Iglesia.” Ya nada puede conquistarnos porque Cristo, nuestro Señor, tiene poder sobre todo. Podemos pedirle ayuda con toda la confianza de un policía bajo fuego llamando al capitán para socorro.

Tercero, Jesús abandonó a sus discípulos con su cuerpo para arrimarse a todos nosotros con su Espíritu Santo. Aunque suena paradójica, es la verdad. Cuando estaba en el mundo en carne y hueso, Jesús era limitado. Sólo podía describir con parábolas el reino de Dios a algunos y mostrarles su finalidad con hechos de poder. Una vez ascendido, él envía a su Espíritu para transformar a todos sus seguidores desde adentro. Con el Espíritu Santo nos hacemos, como dice el canto, “Hombres nuevos, creadores de la historia, constructores de nueva humanidad.”

“¿Quién causa tanta alegría?” los nicaragüenses gritan en la vigilia del ocho de diciembre. Por toda la promesa que lleva la Virgen, la repuesta es, “la concepción de María.” Asimismo nosotros podemos gritar ahora, “¿Por qué tenemos tanto gozo?” Por todas las promesas ya cumplidas, la respuesta es, “La Ascensión que el Señor hizo.”