El domingo, 5 de enero de 2014


LA EPIFANÍA DEL SEÑOR

(Isaías 60:1-6; Efesios 3:2-3.5-6; Mateo 2:1-12)

¿Qué tipo de persona era Cristóbal Colón?  ¿Un navegador atrevido?  ¿O, como dicen algunos críticos, sólo un perdido afortunado? ¿O, según los más cínicos, un conquistador despiadado?  Todo depende de la interpretación que se lleva.  Hay algo semejante en juego cuando consideramos a los hombres en busca de Jesús en el evangelio hoy.

Nosotros hemos visto un cambio de perspectiva hacia estos hombres en nuestros tiempos.  Antes se llamaban muchas  veces los “tres reyes”, pero ya la lectura les describe como “magos” sin referencia a su número.  Pero ¿qué es un mago?  En el Nuevo Testamento se encuentran dos otras instancias de la palabra mago (Hechos 8,18-24; 13,7-11).  En cada caso la persona es mal considerada: un explotador de la religión para su propio bien.  Sin embargo, en nuestro evangelio hoy los magos parecen sinceros cuando dicen que vienen a adorar el rey recién nacido.  Se ha hecho un consenso que eran miembros de la clase sacerdotal en Persia que examinan los cielos en búsqueda de la sabiduría.  Por eso, no estaríamos incorrectos al nombrarlos astrólogos.

Las diferentes interpretaciones de los magos parecen como los diferentes tipos de personas hoy día buscando a Dios.  Aunque son muchos, nombraremos sólo tres aquí.  Hay aquellas personas que examinan la Biblia y otras fuentes de sabiduría pero no les importa la religión.  Tal vez sean desilusionados por las acciones de algunos fieles asistiendo en la misa.  A veces esta gente se describe a sí misma como “espiritual pero no religiosa” pero se ignora que la Biblia misma insiste que Dios se comunica con los individuos por medio de la comunidad.  Otro tipo de buscador acude a la iglesia al menos de vez en cuando sea por costumbre o sea por razones políticas.  Estas personas esperan en la vida eterna pero sólo como una meta entre muchas otras y no se arrepientan de la codicia para el placer, el poder, y el prestigio.  Se puede preguntarse si toman en serio lo que la religión les enseña.

El tercer tipo que busca a Dios consiste de gente que lo halla en todo.  Aprecia tanto a los pobres como la naturaleza por su capacidad de reflejar la eternidad.  Sobre todo valora la iglesia como recinto del sagrado.  Los hombres y mujeres de este grupo más se aproximan a los magos del evangelio: estudiantes de la naturaleza con la esperanza de alcanzar más allá que el conocimiento natural.  En el evangelio los magos topan el límite de la naturaleza creada cuando llegan a Jerusalén.  Tienen que preguntar a los judíos – los guardianes de la revelación divina – los paraderos del rey Mesiánico. 

Al consultar las Escrituras, los escribas judíos dicen a los magos que deberían encontrar al Mesías en Belén.  Una vez que tienen esta información, los magos no demoran a cumplir su peregrinaje.  Es así con los que toman en serio la doctrina de la Iglesia.  No sólo escucha la Palabra de Dios sino la ponen en práctica por darse a sí mismo para procurar el bien de todos.  Se ve esta entrega en aquellos que han llevado canastas de comida a los ancianos confinados a casa durante los días festivos. Hecho sinceramente, este ministerio no sólo provee sostén al cuerpo sino apoyo al espíritu para seguir adelante en el año nuevo a pesar de sus problemas y debilidades.

Ciertamente esta genta encontrará al Señor no sólo en la muerte sino también en la vida actual.  Ellos sienten el toque de Jesús en la Eucaristía formándolos tan graciosos como él.  Tampoco son decepcionados los magos en el evangelio.  Hallan al “rey de los judíos” en casa con su mamá ante lo cual se postran y ofrecen regalos.  Estos gestos apuntan al futuro y responden a nuestros interrogantes sobre quiénes son los magos.  Se llama Jesús “rey de los judíos” sólo ahora y en su pasión.  Es el que va a entregarse a la muerte para rescatar la humanidad de la perdición.  Se indica este destino  también por dos de los tres regalos (que, a propósito, dan el número de los reyes).  El incienso y la mirra son especies del entierro que vendrá más pronto que se espere.  Y la postración de los magos ante el niño rey asemeja la historia del salmo (72) que dice que los reyes se postrarán ante Dios. 

Como una joya de oro que nos ha legado nuestros antepasados, estimamos muchísimo la historia de los magos.  Pues, no sólo nos habla del nacimiento de Jesús sino nos indica cómo nos salvará.  Además, podemos ver a nosotros mismos entre ellos buscando a Dios tanto en la naturaleza como en la revelación divina.

El domingo, 29 de diciembre de 2013


LA FIESTA DE LA SAGRADA FAMILIA

(Eclesiástico 3:3-7.14-17; Colosenses 3:12-21; Mateo 2:13-15.19-23)


En el principio y en el fin del evangelio según san Mateo Jesús enfrenta  amenazas.  Como escuchamos hoy, Herodes quiere quitar la vida del niño Jesús.  En Getsemaní, después de la cena con sus discípulos, la pandilla enviada por los líderes judíos viene para tomarlo preso.  En el primer caso José interviene para salvar a Jesús.  Desgraciadamente durante la crisis en el jardín los discípulos se le huyen.

¿Qué le hace a José actuar tan valientemente mientras Pedro y compañía fallan miserablemente?  Es cierto que a los discípulos todavía les falta la fortaleza del Espíritu Santo.  Pero también es el diferente tipo de relación que los dos tienen hacia el Señor.  José ha asumido el papel del padre de Jesús en el cual ve una extensión de sí mismo.  Al otro lado, aunque los discípulos deberían ver a Jesús como su amigo, el "otro yo" por quien quisieran dar la vida, lo tratan como cualquiera otra persona.  Eso es, lo miran como un complejo de debilidades y fuerzas que no vale el arriesgo de sus propias vidas.

Comúnmente se han visto los padres como proveedores y protectores de su familia.  En el primer papel los padres proveen a los hijos tanto la sabiduría para madurar como el pan para crecer.  A veces los padres hacen hincapié más en las cosas materiales que las cualidades espirituales provocando daño a los niños.  El niño que tiene cada nueva invención de Apple pero carece del buen ejemplo de sus padres no tiene suerte sino problema.  En el evangelio José modela al buen padre por seguir inmediatamente el mandato de Dios.  No demora ni un día para llevar a Jesús y María a Egipto.  Los padres de familia que llevan a sus hijos a los asilos para visitar a los ancianos están bendiciendo a sus hijos dos veces.  En primer lugar están dándoles su tiempo fortaleciendo el vínculo del amor.  Y en segundo lugar, están demostrándoles la necesidad de apoyar a los débiles como Dios manda.

Queremos proteger a nuestros hijos de todas formas de mal, sea el accidente de transito en la niñez o sea la pérdida del auto-estima en la adolescencia.  Sin embargo, no podemos escudarlos de todas las dificultades de la vida.  De veras, es mejor que enfrenten algunos retos aun cuando son niños.  En lugar de retirarse de una materia difícil de escuela, puede ser provechoso que el alumno reciba una nota más baja con tal de que aprenda cómo estudiar mejor.  Por esta razón queremos estar allí para ayudarles levantarse si se caen y para hacer sentido de lo que les hayan pasado.  El acompañamiento cercano parece particularmente necesario en este tiempo contemporáneo cuando la maldad puede invadir aun las recámaras de niños por las computadoras.

Se veía el presidente del consejo parroquial con su hijo a su par en la misa.  El hombre tenía el misalito en mano leyendo las lecturas bíblicas.  El niño también estaba estudiando el misalito tomando el ejemplo de su padre.  Este hombre bendecía a su hijo dos veces.  No sólo le enseñaba a cumplir el mandato de Dios de mantenerse cerca de Su palabra sino también le daba al niño el acompañamiento cercano.  Sería buen propósito para el Año Nuevo.  En primer lugar que nos mantengamos cerca la palabra de Dios.  Y en segundo lugar que acompañemos de cerca a nuestros seres queridos.

El domingo, 22 de diciembre de 2013


EL CUARTO DOMINGO DE ADVIENTO

(Isaías 7:10-14; Romanos 1:1-7; Mateo 1:18-24)

Hace seis meses el Vaticano anunció la añadidura de algunas palabras en la oración eucarística.  No sé si ustedes se hayan dado cuenta del cambio.  Si escuchamos bien después de la consagración, vamos a oír dicho el nombre de “san José”, esposo de María.  Según el decreto Vaticano, san José era persona tan bondadosa y humilde que sirva como modelo de todos los hombres.  Se espera que no se falte el respecto al decreto por decir que san José tuvo otra cualidad aún hay más significativo.  Como dice el evangelio en la misa hoy, José era “justo”.

Hay que conocer el contexto de la situación para apreciar la justicia de san José.  A lo mejor ha pagado una dote para casarse con María.  Cuando se entera de su embarazo, él tiene el derecho de divorciarla en pública para reclamar su caudal.  Sin embargo, antes de escuchar el mensaje del ángel en su sueño que María concibió por el Espíritu Santo, él prefiere divorciarla en privado.  Es tan justo que quiere salvar a María de la desgracia de un procedimiento abierto.  Así, san José no sólo acata la letra de la ley judía sino también cumplir su espíritu.  Pues, el propósito de la ley es hacer al hombre misericordioso como Dios.  En el Sermón del Monte, más adelante en el evangelio, Jesús mandará a sus discípulos que sean perfectos como Dios.  Aquí san José ejemplifica exactamente cómo hacerlo.

Vivimos en una edad cuando todo el mundo busca la justicia con la reclamación de los derechos humanos.  Al ver la condición subhumana en que muchos hombres y mujeres viven, no se puede trivializar este empeño.  Pero los derechos entre personas muchas veces chocan de manera que sea difícil determinar quién tiene razón.  ¿Los pobres de países subdesarrollados tienen más derecho de emigrar que los pueblos del país de destinación tienen el derecho a mantener el orden dentro de sus fronteras?  O ¿una familia en los Estados Unidos tiene más derecho para un segundo coche que una familia en Tanzania tiene derecho de un motor?  Cuestiones como éstas son tan imposibles a resolver que nos haga falta otro criterio para llegar a la justicia.  Tenemos que dejar algunos de nuestras reclamaciones para derechos – en otras palabras, tenemos que sacrificarnos – para alcanzar la justicia verdadera.  Esta voluntad de sacrificarse para el bien de los no conocidos no es función de la naturaleza humana.  Más bien, es producto de la gracia de Dios.  La justicia es producto de la gracia.

El domingo, 15 de diciembre de 2013


EL TERCER DOMINGO DE ADVIENTO

(Isaías 35:1-6.10; Santiago 5:7-10; Mateo 11:2-11)


En 1860 el señor Abraham Lincoln fue elegido el decimosexto presidente de los Estados Unidos.  Se hará uno de los más cumplidos mandatorios en la historia.  Pero en los meses antes de que tomara el poder, a lo mejor muchos americanos tenían reservas de su capacidad.  Pues nunca había asistido en la universidad, y sólo tenía dos años de la experiencia en Washington como diputado en la cámara baja.  Además, alto y cuellilargo, se veía más como un fulano del campo que un estadista.  Se puede imaginar los ciudadanos preguntándose si Lincoln tendría la capacidad de guiar la nación en la crisis que la enfrentaba.  Así, guardando una duda sobre Jesús, encontramos a Juan Bautista en la lectura evangélica hoy.

Juan está encarcelado por haber dicho la verdad al rey Herodes.  Aparentemente se preocupa que la venida del mesías, que vigorosamente ha predicado, no vaya a realizarse en su tiempo.  Siempre imaginaba al mesías como hombre ambos fuerte y justo de modo que pueda echar fuera a todos los malvados del país.  Pero ya la gente habla de Jesús de Nazaret como el tan esperado Hijo de Dios.  Es otro tipo de persona: no castiga a los pecadores; al contrario, los invita a casa para dialogar sobre la bondad de Dios.  Sin embargo, Juan no queda convencido.  En una manera muchos entre nosotros hoy día asemejan a Juan.  No es que no reconozcan a  Jesús como el mesías sino que tienen inquietudes sobre la Iglesia Católica como el guardián del patrimonio de Jesús.  Les parecen a estas personas que los sacerdotes católicos son prepotentes, que los parroquianos carecen del afecto humano, y que la Ley Canónica paraliza la capacidad de la Iglesia a apoyar a la gente en sus apuros espirituales.

Esta gente, tan desilusionada que sea, debería volver a Jesús en la oración.  Él siempre es nuestro mejor amigo, no sólo aceptándonos junto con nuestras quejas sino también ayudándonos con consejos acertados.  Otros amigos escuchan nuestros problemas pero raros son aquellos que nos responden con la sabiduría que nos reta a crecer espiritualmente.  La gente con inquietudes sobre el Catolicismo necesitan preguntar a Jesús: “¿Pertenezco aquí en la Iglesia Católica o quieres que me vaya a otra comunidad de fe?”  En el evangelio Juan no tiene vergüenza a enviar a sus discípulos a Jesús con una pregunta semejante: “’¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro?’”

Parece que Jesús no demora un segundo a responder.  Dice a los discípulos de Juan: “Vayan a contar a Juan lo que están viendo y oyendo: los ciegos ven, los cojos andan…y a los pobres se les anuncia el Evangelio”.  Jesús les respondería a los perplejos con la Iglesia Católica por frases del mismo matiz. Les diría algo como: “Escuchen las historias de los santos de la Iglesia como la Madre Teresa de Calcuta socorriendo a los pobres.  Miren la santidad de sus propios abuelos fortalecida por los sacramentos de la Iglesia. Fíjense cómo la Iglesia siempre está en la primera línea de defensa para los más vulnerables: los no nacidos, los inmigrantes indocumentados, y los condenados a la muerte”.

Sí, es cierto que los defectos existen en la Iglesia.  Porque está compuesta de personas humanas con sus manchas y pecados, la Iglesia no brillará gloriosamente hasta que vuelva el Salvador.  Entonces él separará el oro de la escoria dejando una comunidad resplandeciente. Por eso, son benditas aquellas personas que miran más allá de los problemas que oscurecen la faz de la Iglesia para apoyarla.  En tiempo esta genta va a ser reconocida como digna de acogerse al Señor en su retorno.  Así son las palabras finales de Jesús a Juan: “’Dichosos los que no se escandalizan de mí’”.  Eso es, aquellos que no lo rechazan por haber pasado su tiempo con los pobres y los pecadores van a aprovecharse de su victoria sobre la muerte.

Hay una pintura encantadora del Renacimiento que retrata a un abuelo y su nieto mirándose a uno y el otro en la cara.  El niño parece lleno de afecto aunque la nariz de su tata está grotescamente hinchada. El viejo, llevando un cilicio bajo su vestido, parece como hombre honrado.  ¿No captura esta pintura la relación entre la Iglesia y mucha gente hoy día?  Sí, la Iglesia tiene sus defectos.  Sin embargo, fortalecida por la gracia del Salvador, siempre vale la lealtad del pueblo.  La Iglesia vale la lealtad de todos nosotros.

El domingo, 8 de diciembre de 2013

SEGUNDO DOMINGO DE ADVIENTO


(Isaías 11:1-10; Romanos 15:4-9; Mateo 3:1-12)


Fue conocido por sus ayunos.  Se vistió de ropa extraña.  Aunque no era gobernador, los pudientes vendrían  a consultarlo.  ¿Tengo en cuenta Juan Bautista como lo encontramos en el evangelio hoy?  No, estoy pensando en un héroe moderno.  El mahatma Gandhi vivió con toda el carisma que hace a Juan Bautista sobresalir como el profeta preeminente de su edad.

Hombres de todas partes van al desierto para escuchar a Juan describir a Dios como asqueado con el pueblo judío.  Asienten con la cabeza cuando Juan nombra sus pecados – la lujuria, la codicia, el engaño – y prescribe el bautismo para quitárselos.  Pero lo más provocativo de su predicación es cómo cuenta del mesías viniente.  Según Juan el Cristo barrerá a todos los no arrepentidos en un fuego devastador.   

Sin embargo, no hemos experimentado a Jesús así.  Al contrario, lo vemos en los evangelios como ambos comprensivo y compasivo.  Predica acerca de Dios como si fuera padre de familia más preocupado por sus hijos desviados que los cumplidos.  Aparte del tiempo que ahuyenta a los mercadores del Templo, Jesús no anda con látigo en mano para castigar a los pecadores.  Más bien, les invita a su casa para convencerles de la necesidad de arrepentirse para que experimenten toda la maravilla del Reino.  Donde Juan Bautista sólo habla de la ira de Dios hacia los pecadores, Jesús hace hincapié en Su gran afecto para todos los hombres y mujeres.

Cada segundo domingo de Adviento la Iglesia nos presenta a Juan como símbolo del tiempo.  Ciertamente Juan se muestra como el pregonero del salvador.  De hecho, se distingue como el primer hombre para anunciarlo como en la puerta.  Sin embargo, Juan se equivoca en su entendimiento del Señor.  Al menos, falla a mencionar su amor para todos – tanto los pobres como los ricos, tanto los analfabetos como los cultos, tanto los gay como los heterosexuales.  Por eso, hay necesidad de otro icono para este tiempo.  A través de Adviento hay huellas de María instruyéndonos acerca de Jesús.  Mañana la Iglesia celebra su Inmaculada Concepción como un don especial de Dios concedido a María para reconocer la santidad de su hijo.  Y el jueves festejaremos a la Guadalupana que ha reflejado el afecto de Jesús a millones a través de cinco siglos. 

Muchos hoy en día preguntan: “Si Dios es puro amor, ¿es necesario hacer caso a las amenazas del Bautista?” y “¿No es que Dios perdone todos nuestros pecados?”  Sí, Dios perdona todos los pecados; sin embargo, tenemos que arrepentirnos de ellos.  Pues Dios – como todos padres dignos del nombre – quiere que nosotros lo sigamos en la virtud.  Porque el pecado tiene diez mil atracciones, no vamos a rechazar la maldad y mucho menos vamos a seguir a Jesús en la bondad sin un estímulo duro.  Por eso, se ha dicho que el temor del Señor es el principio de la sabiduría.  Pero sólo es el principio.  Cuanto más sigamos sus modos, tanto más lo queremos de manera que ni pensemos en ofenderlo.

Como todos necesitan tanto el estímulo de evitar el castigo como el estímulo de alcanzar al Reino, los niños requieren el cuidado de dos padres.  Se asocia el padre masculino con el amor duro; eso es, el amor que amenaza al niño para que no desobedezca.  Alternativamente, se relaciona la madre con el amor tierno.  Es verdad que el padre tanto como la madre lleva los dos tipos de afecto aunque usualmente uno más que el otro con el tipo asociado con su género. 

Entonces ¿cómo deberían los padres preparar a sus hijos para la Navidad?  ¿Amenazarles que no recibirán nada si desobedecen?  O ¿asegurarles que van a recibir lo que deseen como signo de su amor?  Cada pareja tiene que escoger la mezcla apropiada para sus hijos de estos dos tipos de estímulo.  Pero una cosa es necesaria: los padres tienen que anunciarles a sus hijos, como Juan Bautista en el evangelio, que Jesús está en la puerta.  Tienen que decirles que Jesús está allá con su amor.

El domingo, 1 de diciembre de 2013


EL PRIMER DOMINGO DE ADVIENTO

(Isaías 2:1-5; Romanos 13:11-14; Mateo 24:37-44)


En una novela un avión aterriza de emergencia en una isla oceánica.  Los pilotos fallecen en el impacto.  Pero los pasajeros – un grupo de niños entre diez y doce años – lo sobreviven.  Ya tienen que esperar hasta que venga el rescate.  No pueden lamentar su suerte.  Tienen que organizarse: quienes van a buscar comestibles, quienes van a construir amparo para dormir, y quienes van a mantener la fogata para llamar la atención de las naves que pasan por allí.  Ya que hemos entrado en el tiempo de Adviento, podemos imaginarnos como los niños abandonados en la isla.

Como los niños, nosotros no deberíamos quedar ociosos durante el Adviento.  ¿Qué haremos?  Esto depende de qué esperamos como nuestra salvación.  Algunos ven la salvación en las fiestas.  Viven para los fines de semana y ya enfrentan un mes de fines de semana.  Parecen como la gente en el tiempo de Noé de que Jesús dice en el evangelio “comía, bebía, y se casaba”.  Se preparan para las orgias por hacer dieta, levantar pesos, y comprar perfumes.  La mayoría de esta gente es joven pero algunos viejos también se preocupan por no faltar el placer.

Otros ven a Santa Claus como su salvador.   Bueno, no realmente el célebre residente del polo norte sino el montón de ropas, juguetes, y aparatos comprados como regalos.  Esta gente, fijada en complacer las expectativas de uno y otro, pasa el Adviento buscando ventas.  Se volverá contenta al 24 de diciembre cuando ve sonrisas en las caras de todos alrededor del árbol navideño.  No es completamente corrupta esta visión.  A lo mejor todos nosotros vamos a participar en ella, al menos un poquito.  Pero si el Adviento fuera sólo para comprar regalos, no cumpliría ni un milésimo de su promesa.

Al menos algunos aquí reconocen el Adviento como la llamada a buscar a Cristo volviendo a la tierra al final de los tiempos.  Esta dichosa genta se prepara a recibirlo por poner en orden su casa interior.  Como exhorta san Pablo en la segunda lectura, se refrenan de comilonas y borracheras, de lujurias y envidias.  En lugar de vivir por el exceso de los apetitos se revisten “con las armas de la luz”: entre otras, la honestad, la paciencia, y el perdón.  No favorecen más la rivalidad entre personas y pueblos sino sienten dentro de sus interiores la gran ilusión de la primera lectura.  Aguardan el día en que todos los pueblos irán juntos al monte del Señor para aprender sus modos. 

El monte a que el profeta Isaías se refiere es la montaña en que Jesús entrega su gran sermón al principio del evangelio de Mateo.  Allí nos enseña cómo hablar: sin juramentos y mentiras pero con un “sí” si es la verdad y con un “no” si es falso (5:37); cómo vivir: “…pongan su atención en el reino de Dios y en hacer lo que Dios exige…” (6,33); y cómo tratar al otro: “…hagan ustedes con los demás como quieran que los demás hagan con ustedes” (7:12).  Estos modos no resultan en la desilusión como algunos temen.  Al contrario, nos llevan a la verdadera felicidad: la amistad con Dios que dura para siempre.

Los mexicanos tienen una gran tradición para el Adviento.  Producen programas llamados pastorelas que dramatizan la venida de Jesús a la tierra.  Pero no simplemente recrean el nacimiento en Belén.  No, al menos en sus mejores expresiones las pastorelas imaginan cómo sería si Jesús regresaría al mundo hoy.  Es posible que venga a nosotros alrededor del árbol navideño o tal vez cuando estemos bebiendo, comiendo, o casándonos.  En todos casos las pastorelas muestran la justicia que trae Jesús.  En todos casos muestran la esperanza del tiempo.

El domingo, 24 de noviembre de 2013


SOLEMNIDAD DE NUESTRO SEÑOR JESUCRISTO, REY DEL UNIVERSO

II Samuel 5:1-3; Colosenses 1:12-20; Lucas 23:35-43)


Hoy concluimos nuestra lectura dominical del Evangelio según San Lucas.  Lo hemos estado leyendo en casi todos los domingos por un año.  Tal vez nos haya parecido como un viaje.  Pues, hemos atravesado con el Señor Jesús un plazo extendido lleno de ilusiones y desesperanzas, tristezas y gozos.  También, nuestra lectura ha asemejado un viaje porque muchas veces el evangelio mismo se refiere a Jesús en marcha.  Que bosquejemos algunos de estas referencias para apreciar cómo hemos sido enriquecidos por nuestro divino compañero.

En el principio del evangelio encontramos a Jesús, todavía no nacido, viajando desde Nazaret a Belén con María y José.  Sus padres nos impresionaron como gente reverente, no sólo atenta a la palabra de Dios sino también obediente al gobierno.  Su manera nos convenció que como seguidores de Jesús tenemos que respetar a las autoridades, si estamos de acuerdo con ellas o no.

Dice el evangelio que después de su bautismo Jesús recorrió Galilea llegando a su propio pueblo.  Allí pronunció su misión como “llevar a los pobres la buena nueva”.  En el Evangelio de Lucas Jesús siempre mostraba la preocupación por los necesitados.  Tanto como dio vista al mendigo ciego, él exhortó a los ricos que socorrieran a los indigentes.  Ciertamente el papa Francisco nos entrega el mismo mensaje hoy día cuando lava los pies de los inmigrantes encarcelados.

Después de inaugurar su misión en Nazaret, Jesús una vez más emprendió el camino.  Llegó al lago de Genesaret donde encontró a Simón en su barca de pescar.  Le dijo que fuera “mar adentro” y echara sus redes.  Resultó en una pesca tan grande que Simón lo reconociera como el Señor y junto con los hermanos Santiago y Juan lo siguiera en el camino.  Deberíamos haber escuchado a Jesús decirnos a nosotros también que fuéramos “mar adentro” – eso es, que dejáramos la codicia para tomar en serio la invitación para seguirlo.

Para que no pensáramos que el llamado al discipulado se dirija sólo a los hombres, el evangelio hizo hincapié en el acompañamiento de varias mujeres.  Eran personas generosas y agradecidas, sin duda atraídas a Jesús por su gran compasión a los débiles.  Nos aseguró que cada uno de nosotros – seamos mujer o hombre, rico o pobre, analfabeto o culto – puede incluirse en la compañía de Jesús.  Sí, tendremos que hacer ajustamientos en nuestras vidas, pero no tenemos que preocuparnos de ser rechazados por las características superficiales.

En un punto la narrativa contó que Jesús hizo la decisión firme a viajar a Jerusalén.  Fue un momento decisivo; pues él sabía que iba a sufrir como otros profetas en la ciudad santa.  Pero precisamente como un profeta tenía que manifestar el amor transcendente de Dios para el mundo por entregarse a la muerte.  Como sus compañeros, nosotros no podemos escapar ser tocado por el sufrimiento.  A veces sentiremos como faltando algún placer por haber visitado a los solitarios.  Sin embargo, solamente estaremos actuando en sintonía con nuestro compañero Jesús para que experimentemos su destino.

Ahora encontramos a Jesús en la cruz entre dos bandidos.  Parece ser su última parada en la marcha de la vida.  Uno de los malhechores imita a la muchedumbre burlándose de Jesús.  El otro, viendo el letrero en su cruz, lo reconoce como es: un rey verdadero.   Continuamente en la pasión según san Lucas Jesús ha mostrado la noble misericordia.  Sanó la oreja cortada del criado en el jardín.  Remedió la enemistad entre Herodes y Pilato.  Consoló a las mujeres de Jerusalén lamentando la injusticia hecha a él.  Ya confiere la vida eterna a un pecador con sólo una semblanza de arrepentimiento y una sincera petición para socorro.

Pero la cruz no pudo detener a Jesús.  Lo encontramos de nuevo en camino con dos de sus discípulos dos días después de su muerte.  Sus discípulos andaban desconcertados por lo que había pasado.  Pero él les animó de modo que cuando llegaron a la población Emaús, se les revelara como resucitado en el partir del pan.  Así Jesús camina con nosotros animándonos en el camino de la vida.  Así lo reconocemos en la misa donde nos parte el pan. 

El domingo, 17 de noviembre de 2013


TRIGÉSIMO TERCER DOMINGO ORDINARIO

(Malaquías 3:19-20; II Tesalonicenses 3:7-12; Lucas 21:5-19)

Hace poco una revista interrogó a varios personajes sobre el fin del mundo.  Precisamente les preguntó: “¿Cómo y cuándo terminará el mundo?”  Algunos de los interrogados predijeron que el fin vendrá relativamente pronto: por la irrupción de un volcán o, tal vez, el choque de un asteroide en el planeta.  Otros tomaron una posición menos alarmante: con la expansión del sol en cinco mil millones de años.  En el evangelio que acabamos de escuchar, la gente pregunta a Jesús algo semejante.

Jesús está enseñando en el área del templo.  Advierte que el edificio – tan impresionante como sea -- va a caer.  Extendiendo la catástrofe al mundo entero, él dice que habrá signos anticipando el fin como terremotos, epidemias, y guerras.  Estos eventos hemos visto en los últimos cien años.  Hace nueve años un tsunami tomó la vida de casi un cuarto de millones de personas.  En 1918 la influenza mató entre cincuenta a cien millones. Esta semana se recordará el quincuagésimo aniversario del asesinato del presidente John Kennedy.  Se considera como héroe por haber afrontado la Unión Soviética con armas nucleares el año anterior.  En un momento el enfrentamiento fue tan intensivo que hubo temor palpable del intercambio de armas nucleares.

Hay otras señales de la muerte en medio de nosotros hoy.  No parecen tan nefastos como terremotos y golpes nucleares pero es posible que ahoguen al mundo a la muerte.  Muchos, si no la mayoría, ahora piensan en la intimidad sexual sólo como placer, desasociado de la procreación y del amor matrimonial.  Para ellos el acto conyugal tiene sólo el significado de un buceo en la piscina o una vuelta en el motor.  Otra cosa perturbadora que va como la mano en un guante con la trivialización del sexo es la disminución de la fe.  Sin la creencia en Dios como el guía y juez, los hombres tendrán a sí mismos como su capitán.  Puede servir este sustituto en los días más claros.  Pero más tarde o más temprano será como tratar de guiar la nave por las estrellas en una noche nublada.  Por eso, Jesús advierte al final de la lectura que tenemos que mantenernos firmes en la fe si vamos a sobrevivir. 

Parece que Jesús dice que no se puede evitar la destrucción inminente del mundo.  Se dirige a la gente como si ellos mismos fueran a experimentar el terror de estrellas cayendo en la tierra.  Pero ya ha pasado casi dos mil años sin la llegada del término del mundo.  ¿Cómo se puede explicar la demora?  En otro lugar San Lucas cuenta de Jesús diciendo a sus apóstoles que sólo el Padre sabe el tiempo para el día final.  Añade que ellos han que predicar su palabra hasta los extremos de la tierra (vea Hechos 1:7).  Aparentemente no ha complacido al Padre que la tierra haya sido destruida.  Sin embargo, sigue la misión de dar testimonio a Jesús.

Cumplimos esta misión por vivir la fe abiertamente.  Un corredor escribe que cuando entrena siente como el cielo y la tierra está uniéndose.  Que explique a todos sus compañeros que significan estas palabras en términos de Dios fortaleciéndolo.  Una laica lleva el rosario como collar cuando asiste en las clases de ministerio.  Que declare su propósito de llevarlo entre sus compañeras.  Tenemos que mostrar a los demás cómo la fe nos hace vivir estables en un mundo vertiginoso.  Sí, muchos van a resistir nuestras referencias a Dios como restricciones de su libertad.  Pero podemos quedar seguros que sin Dios vamos a dispersar como la arena en una tormenta. 

Los mayores recuerdan bien el tiempo en que el presidente Kennedy fue asesinado.  Por un rato el mundo pareció parado.  La gente puso la atención en las noticias para entender cómo se puede tomar la vida de un capitán tan esperanzador.  Casi todos asistieron en servicios religiosos pidiendo a Dios por la familia del presidente, por el país, y por el mundo entero.  Desgraciadamente no demoró mucho este testimonio a la fe.  Pronto la gente regresó a sus modos vertiginosos.  Sin embargo, siguió la misión de Jesús a sus discípulos que no sólo mantengamos la fe, sino que la dispersemos en todas partes.  Tenemos que dispersar nuestra fe.

El domingo, 10 de noviembre de 2013


TRIGÉSIMO SEGUNDO DOMINGO ORDINARIO

(II Macabeos 7:1-2.9-14; II Tesalonicenses 2:16-3:5; Lucas 20:27-38)

El doctor Loren Eisley era un paleontólogo del siglo pasado. Eso es, estudió los restos de seres vivientes desde edades prehistóricas para entender mejor la vida actual. En un libro el doctor Eisley escribió cómo solía salir al campo durante el otoño cuando diferentes entes biológicos mueren para averiguar la naturaleza. Dijo que en la muerte las plantas y los animales deshojan de sus cubiertas y revelan sus estructuras. Dándonos cuenta de esto, que reflexionemos sobre la muerte humana para conocer mejor nuestra naturaleza.

Se dice que la muerte es un misterio. Eso es, no se puede comprenderla completamente porque ninguna persona viva la ha experimentado. No obstante, se puede decir algunas cosas acerca de la muerte. La muerte resulta en la corrupción del cuerpo, lo cual es completamente necesario para la vida en la tierra. Por eso, todos temen la muerte aunque algunos tengan la valentía a desafiarla por un bien mayor que el yo. Se puede decir también unas cosas positivas de la muerte. Poniendo un límite en la existencia, la muerte mueva a mujeres y hombres a cumplir sus proyectos. Si no fueran a morir, muchos demorarían en todo diciendo que van a hacer las tareas en la mañana. Así la muerte espolea a la gente a tener familias. Pues tener la prole es un modo a superar las fuerzas de corrupción por dejar atrás una semejanza de sí mismo. Para nosotros cristianos la muerte también proporciona la esperanza. Creemos que vamos a encontrar a Jesús, el cumplimiento de todos deseos legítimos, cuando terminemos la vida natural.

En el evangelio hoy los saduceos se arriman a Jesús con una pregunta sobre la resurrección de los muertos. Su intención no es limpia. Eso es, su pregunta tiene una azuela que puede pescar a Jesús si no tiene cuidado. Aferrando la Ley – las primeras cinco escrituras del Antiguo Testamento – como las únicas inspiradas por Dios, los saduceos rechazan las referencias a la resurrección en las otras escrituras como la de los Macabeos de la primera lectura hoy. Ahora quieren hacer a Jesús aparecer tonto con la farsa de una mujer casándose con siete hermanos seguidos cada cual falleciendo después del matrimonio. Preguntan a Jesús de cuál hermano será casada en la vida eterna.

Jesús contesta a los saduceos en una manera que no sólo les alumbra la Ley sino también responde a una obsesión de nuestro tiempo. Les cuenta que la Ley que aferran da testimonio a la resurrección de la muerte cuando llama a Dios como “Dios de Abraham, Dios de Isaac, Dios de Jacob”. La implicación – ciertamente sutil pero no obstante verdadero -- de esta expresión es que Abraham, Isaac, y Jacob son entes vivientes o al menos esperando la resurrección de la muerte. Si no, Dios no puede ser su Dios.

También dice Jesús que en la resurrección de la muerte no hay casamiento y, por lo tanto, no hay la intimidad sexual. Muchos hoy día querrían preguntar ahora: “¿Si no hay sexo en la eternidad, cómo puede ser una experiencia de la dicha absoluta?” Pero personas verdaderamente sabias saben que la mayor felicidad para la gente con conciencia desarrollada no proviene de la satisfacción de los apetitos sensuales sino del cumplimiento de los apetitos espirituales. Eso es, la gente que conoce el valor de la vida saca más satisfacción cuando ve el éxito de proyectos por los cuales ha hecho sacrificios que las cosas de que ha recibido sólo un placer físico. Por esta razón los padres sienten más alegría viendo a su hijo o su hija actuando como un adulto responsable y honrado que tuvieron del acto de concebirlo. En la resurrección vamos a tener la dicha por haber participado en la salvación de Cristo con nuestro amor sacrificial para los demás.

En el principio del evangelio de Lucas el santo hombre Simeón llama a Jesús “luz de las naciones”. Es luz porque sus enseñanzas brillan como un reflector indicándonos el camino del amor sacrificial. Además es luz porque su resurrección alumbra el misterio de la muerte que tememos tanto. Muestra que nuestro destino no es el campo de los muertos sino la vida con Dios. Por la resurrección de Jesús nuestro destino es la vida con Dios.

El domingo, 3 de noviembre de 2013


Trigésimo primero domingo ordinario

(Sabiduría 11:22-12:2; II Tesalonicenses 1:11-2:2; Lucas 19:1-10)


La parroquia está terminando las preparaciones para el fin de semana.  Ha organizado los grupos de aporte.  Ha pedido la ayuda de dos sacerdotes para las confesiones.  Ha reclutado a casi cincuenta mujeres para el retiro.  Espera que pronto las mujeres encuentren a Cristo.  Es la postura de Zaqueo en el evangelio hoy.

Zaqueo se ha enterado de la venida de Jesús a su pueblo.  Es jefe de publicanos, que quiere decir que tiene la mano en los bolsillos de muchos otros.  Evidentemente ha oído como Jesús -- un santo en la opinión de muchos -- tiene la simpatía para con personas como él.  Sube a un árbol para tener una buena mirada de este amigo de pecadores.  Mucha gente hoy tiene el mismo interés para el papa Francisco.  No sólo los católicos practicantes levantan la cabeza cuando da una conferencia de prensa.  Hombres y mujeres de otras religiones y de no religión lo han alabado por decir que él no tiene la capacidad a juzgar a los sacerdotes acusados por el homosexualismo.  Por fin – piensan ellos – la Iglesia tiene a un líder tan misericordioso como su fundador.

El nuevo papa ni es gran filósofo ni cumplido teólogo sino sobre todo un amoroso pastor.  No va a cambiar la doctrina de la iglesia.  (¿Cómo puede y todavía mantenerse en el linaje de San Pedro?)  Pero va a insistir que nosotros católicos veamos más allá de las características circunstanciales en que se encuentra el no creyente o el no practicante hacia su mente buscando la verdad  y su corazón deseando el amor eterno.  El papa está dirigiéndonos a los divorciados casados con otros, a los jóvenes rebeldes, y a los gay y las lesbianas distanciadas de la Iglesia.  Quiere que les entablemos conversación sobre el significado de la fe.  Es lo que Jesús hace en el evangelio.  No demora a señalar a Zaqueo, puesto en el árbol, que va a cenar en su casa.  No le importa que en los ojos de la muchedumbre el publicano sea un bandido.  Más bien, ve en Zaqueo a un hermano en búsqueda de un tesoro que la plata no puede comprar. 

Atrapada en el prejuicio, la gente murmura contra Jesús.  Piensa que va a mancharse por asociar con un intocable.  Le pasa por alto la posibilidad de que se transforme Zaqueo por conocer a Jesús.  Hoy en día no tenemos tanto personas intocables como temas no mencionables.  No se debe hablar de la política con personas del otro partido y no se debe hablar de la religión con personas de poca fe, de otra fe o de no fe.  Se dice que tales cosas son preocupaciones privadas que sólo causan controversia si se tratan en público.

Sin embargo, muchos quieren saber lo que ha hecho funcionar la Iglesia Católica por dos mil años.  Quieren entender cómo millones de sus hombres y mujeres a través de los siglos han dejado relaciones íntimas para servir la comunidad.   Quieren conocer el motivo que sigue moviendo a muchos millones más a levantarse de sus camas cada domingo para la misa.  Y cuando les enseñamos que la clave es la misericordia mostrada por Jesús colgando en la cruz, al menos algunos considerarán una respuesta tan radical como la de Zaqueo: “…voy a dar a los pobres la mitad de mis bienes”.

Con verdad le dice Jesús que ha llegado la salvación a su casa.  Pero la salvación no es tanto el resultado de la declaración del publicano a socorrer a los necesitados como la persona de Jesús mismo. Él ofrece a todos una nueva manera de vivir sin el miedo de ser rechazados por los importantes y con la misericordia para fortalecer a los sencillos.  Es lo que el papa Francisco tiene en cuenta cuando reta a los obispos a olvidarse de viajes al extranjero para mezclarse con sus gentes más humildes de modo que aun huelan como ellos. 

El hombre muestra una foto de voluntarios de un comedor para los pobres.  Son acostumbrados de ir al extranjero pero ahora huelen como los más humildes.  Sirven a personas de otras religiones y de no religión.  Parecen sin miedo, más bien contentos a socorrer a los necesitados.  Están mostrando la misericordia de Dios.  Están llevando la persona de Jesús al mundo.  Están trayéndole la salvación.

El domingo, 27 de octubre de 2013


TRIGÉSIMO PRIMERO DOMINGO ORDINARIO

(Eclesiástico 33:1-7.17-18.19.23; II Timoteo 4:6-8.16-18; Lucas 18:9-14)


Dos manos juntas apuntando arriba: todos nosotros reconocemos su significado.  Parece que la oración es propia de los hombres tanto como la misericordia es asociada con Dios.  Sin embargo, Jesús – nuestro Dios - reza através  del  evangelio.  Particularmente el Evangelio según San Lucas, de lo cual hemos leído en la mayoría de domingos este año, retrata a Jesús constantemente orando.  No sólo reza en el Monte de los Olivos y en la cruz sino también cuando el Espíritu Santo desciende sobre él después de su bautismo, antes de escoger a los doce apóstoles, y cuando se transfigura en la montaña.  En los pasajes evangélicos de hoy y del domingo pasado, Jesús comenta en cómo nosotros hemos de orar.

Hace ocho días Jesús explicó que deberíamos rezar hasta que casi nos desmayemos de agotamiento.  Parece suficiente a los laicos que recen un rosario y a los religiosos que digan la liturgia de las horas.  Nos ponemos contentos con la oración por nuestros seres queridos difuntos al Día de los Muertos y por los pobres el Día de la Acción de Gracias.  Pero en comparación con la recomendación de Jesús todo esto es sólo oración-light.  Más de acuerdo con el propósito de Jesús es lo que dijo un anciano predicador negro: “Hasta que hayas estado tocando la puerta cerrada por años con los nudillos sangrando, no sabes lo que es la oración”.

En el evangelio hoy Jesús nos informa de la postura apropiada para la oración.  Indica que no deberíamos rezar como el fariseo en su parábola.  Aunque parece tan digno como el director de un colegio con espalda recta y suaves palabras en su boca, su oración tiene todo el mérito de una cucaracha.  Es completamente fijada en sí mismo.  Se comporta como un adolescente en Facebook buscando “likes” cuando cuenta a Dios como si Dios no viera todo: “…no soy como los demás hombres…Ayuno dos veces…” y “pago el diezmo…”  Más bien, Jesús quiere que imitemos al publicano – eso es, el cobrador de impuestos – que se acerca a Dios como alguien en necesidad de la misericordia.  A lo mejor haya hecho actos vergonzosos como, por ejemplo, estafar a viudas impuestos que no debían.  Ciertamente su arrepentimiento tiene que incluir la voluntad de detener estas injusticias.  Pero ¿no es que muestre esta intención para cambiarse por golpear el pecho?  Asimismo nuestra postura ante Dios debería ser una de humildad, al menos en el inicio.  Tenemos que reconocernos como pecadores y pedirle a Dios el perdón.

Pero en verdad Dios no quiere que seamos exclusivamente ni formales ni contritos en la oración.  Más bien según Jesús hemos de llamarlo “Padre” porque nos ama aún más que nuestros padres.  De nuevo siguiendo a Jesús, podemos pedirle a Dios Padre cosas tan ordinarias como el “pan de cada día” – entre miles de necesidades, la paciencia para cuidar a los niños con la atención, un aumento de salario para poder dejar el segundo trabajo, aun un día de sol para merendar en el parque.  Pero Jesús insiste aún más que no faltemos a solicitarle cuando sentimos que estaríamos cayendo “en tentación” de abandonar la fe si no recibimos Su apoyo.  Puede ser cuando nuestra hija se pone gravemente enferma o cuando hemos perdido el trabajo con pagos de casa debidos mensualmente.  Definitivamente en momentos como estos queremos ponernos de rodillas para orar.

La muchacha extiende el brazo con camera en la mano para tomar una foto de sí misma.  Si o no piensa en hacerlo, está mostrando la postura de la persona fijada en sí misma.  La muchacha puede ser cualquier de nosotros en el mundo contemporáneo.  Por eso, nuestro acto de penitencia al principio de la misa debería ser más que golpear el pecho.  Debería incluir una oración sincera de arrepentimiento.  Por pensar principalmente en nosotros mismos debemos a Dios el arrepentimiento. 

El Domingo, 20 de octubre de 2013


TRIGÉSIMO DOMINGO ORDINARIO

(Éxodo 17:8-13; II Timoteo 3:14-4:2; Lucas 18:1-8)


Fue un tiempo del libertinaje metiéndose en la Iglesia.  Doctrinas falsas multiplicaron.  Los mayores prelados tuvieron que advertir a los menores que mantuvieran la fe.  ¿De qué época estamos hablando?  ¿El siglo dieciséis cuando algunos papas vivían como príncipes y reformadores como Martín Lutero fulminaban con sus excesos?  No, esto no es el tiempo tenido en cuenta aquí.  Más bien pensamos en la segunda parte del primer siglo – posiblemente sólo una generación pero más probable dos generaciones después de la muerte de Jesús.  La Segunda Carta a Timoteo, de que leemos hoy,  se dirige a estas cuestiones amenazantes.

El autor recuerda a Timoteo de su crianza.  Como judío leía mucho las Escrituras, lo que nosotros llamamos el Antiguo Testamento. Las historias de Abraham, Moisés, y los demás lo dejaron con una fe tan firme como un roble.  Ya sabe bien de la esperanza que había guardado el pueblo Israel y cómo Jesús la cumplió.  Nosotros tenemos las mismas Escrituras, pero agregadas con las obras del Nuevo Testamento, para guiarnos a nuestro destino.  Nos aseguran que siguiendo su sabiduría vamos a alcanzar la vida eterna con Dios. 

Pero no estamos seguros que nuestra juventud pueda navegar sanamente a este fin.  Vemos corrientes contrarios que pueden llevárselos al naufragio.  Uno de estas tendencias es la fascinación con el yo por el uso de computadoras.  En vez de relacionarse con sus compañeros, los niños hoy parecen más contentos con sus juegos de computadora.  Cuando se hacen adolescentes tienen amigos -- a veces centenares – pero en muchos casos los amigos viven en otros lugares de modo que quieran impresionarlos con imágenes idealistas del yo en Facebook más que presentárselos como personas reales con una mezcla de defectos y virtudes.  Y por supuesto, sigue fuerte la pornografía del Internet como el escollo de los jóvenes.  Hay indicaciones que peligros semejantes quedan como el motivo de la carta a Timoteo.  En la Iglesia antigua se metió la idea que Jesús había liberado a la gente de sus pecados de modo que la única cosa necesaria fuera profesar su nombre.  Con este modo de pensar no importa lo que haga la persona – sea mentir o aun asesinar – con tal de que diga “Jesús”.

En la lectura se le aconseja a Timoteo que ocupe las Escrituras -- la palabra de Dios -- para corregir tales errores.  Tiene que recordarles, por ejemplo, que Jesús no quitó los Diez Mandamientos sino los profundizó con la necesidad que se cumplieran con el amor.  Eso es, para Jesús no es suficiente que no codiciemos los bienes del otro sino que debamos amarlo como a nosotros mismos.  De alguna manera tenemos que compenetrar nuestro ambiente con la conciencia de ambos Testamentos para superar los retos sumamente egoístas de hoy.  Podemos cumplir esta tarea por reflexionar como familia sobre las lecturas de la misa dominical.  Otro modo es ocupar los juegos de tarjetas para cada día del año con versículos de la Escritura que sirven como oraciones antes de comer.

La hermana Thea Bowman era una religiosa franciscana que murió prematuramente hace veinte y tres años.  Ella contaba de su niñez como negra en el sur de los Estados Unidos.  Decía que había conocido a muchos ancianos que podían citar una Escritura aunque no sabían cómo leer.  Los describía cómo teniendo Escrituras para todas las instancias de la vida: para enseñarte, para premiarte, para amenazarte, y para alabarte.  La gente entonces aceptó la Biblia como el foro en las tinieblas, el instrumento más seguro para guiarle a la salvación.  No es inimaginable que recuperemos algo de la práctica.  Es lo que la carta a Timoteo insiste cuando dice que se aproveche de la palabra en tiempo y en destiempo.  No se puede desistir porque sólo la palabra contiene la verdad que nos inclina a ser hijos e hijas justos de Dios. 

“Palabras, palabras, palabras: estoy tan harta de palabras” – cuenta una canción de Broadway.  Sí, las palabras dichas sin la verdad no importan.  Pero no es así con la palabra de Dios.  Nos habla Su palabra para que evitemos los escollos de la vida.  Nos aprovechamos de Su palabra como nuestro foro en las tinieblas.  Su palabra nos guía a nuestro destino, la vida eterna.  Su palabra nos guía a la vida eterna.

El domingo, 13 de octubre de 2013


VIGÉSIMO OCTAVO DOMINGO ORDINARIO

(II Reyes 5:14-17; II Timoteo 2:8-13; Lucas 17:11-19)


Hoy en día se ve la publicidad de hospitales en carteleras por las carreteras.  Típicamente muestra la figura de una persona con la mirada de gran satisfacción.  El escrito acompañándola dice algo como: “Tal y tal hospital me devolvió la vida”.  Así podemos imaginar el general sirio Naamán cuando viene al profeta en la primera lectura hoy.

Naamán tenía la lepra tan fuerte que no pudiera encontrar ningún remedio en su propio país.  Viajó a Israel para pedir la ayuda de Eliseo, el santo profeta de Dios.  El profeta ni siquiera lo vio.  Sólo le mandó a bañar en el Río Jordán. Al cumplir el mandato, la carne del general se hizo como la piel de un niño.   No deberíamos preguntarnos: ¿cómo puede ser que el profeta de Israel cura a un forastero?  Pues, Dios siempre se ha compadecido a los no creyentes tanto como a los creyentes.  Por eso, el mes pasado el papa Francisco escribió una carta hablando de la posibilidad de que Dios perdone a los ateos. 

Dice el papa que los ateos, junto con nuestros parientes que ya no asisten en la misa, tienen que obedecer sus conciencias.  Esto no es por decir que guarden las normas que ellos inventen para maximizar su comodidad.  Más bien, tienen que reconocer que ellos como todo hombre y mujer no somos completamente en control de nuestra existencia.  Más bien, estamos siempre dependientes de los demás a quienes debemos no sólo agradecimiento sino también el esfuerzo.  En la lectura Naamán hace un paso más avanzado que este mínimo.  Reconoce con todo corazón a Dios como su bienhechor sobre todo.  Dice: “Ahora sé que no hay más Dios que el de Israel”.

Naamán quiere regalar al profeta por su intervención, pero Eliseo le rechaza la oferta.  No quiere dejar ninguna idea que fuera él y no Dios que hizo la cura.  Sabe que Dios controla todo, sea la mano del cirujano que corta el apéndice inflamado o sea la tormenta que  inunde las casas.  Por eso, sobre todo le debe a Él el agradecimiento.  Es lo que dice el sacerdote en un cuento de un pueblo norteamericano.  Un Viernes Santo el pastor luterano sintió la lujuria en su corazón para una mujer que no era su esposa.  Por un rato tomaba gran gusto con el pensamiento.  Entonces sintió arrepentido y fue a visitar a su amigo, el padre católico, para buscarle ayuda.  El padre lo escuchó y le pronunció la absolución de pecados.  El pastor, completamente aliviado, le dijo al padre que no podía agradecerle suficientemente.  El padre respondió: “No me agradezcas a mí.  Soy sólo el mensajero”.  Es cierto: debemos a Jesucristo, nuestro Dios, el agradecimiento por habernos salvado con su cruz.

Estamos en la misa ahora precisamente para darle gracias a Dios por habernos perdonado y para pedirle ayuda en la lucha continua.  Es el motivo de Naamán en su petición de llevar tierra de Israel para construir un altar a Dios en su país.  Asimismo, es porque el leproso samaritano en el evangelio regresa a Jesús.  Lo reconoce como el Señor con el poder sobre el mal.  Por eso, Jesús lo declara “salvado” mientras los otros nueve quedan sólo sanos.

Una vez un sabio dijo que no hay ningún día de fiesta más típicamente americano que el Día de Acción de Gracias.  No es tanto que casi todos coman los mismos manjares ese día sino que tienen el mismo agradecimiento en sus corazones. Con los ateos nosotros cristianos estamos agradecidos a nuestros antepasados por habernos dado la vida.  Aparte de los ateos expresamos el agradecimiento a Dios por habernos salvado con la cruz de Jesucristo.  Sobre todo estamos agradecidos por Jesucristo.

El domingo, 6 de octubre de 2013


VIGÉSIMO SÉPTIMO DOMINGO ORDINARIO

(Habacuc 1:2-3.2:2-4; II Timoteo 1:6-8.13-14; Lucas 17:1-5)


“Llevar carbón a Newcastle” es como los ingleses describirían una actividad inútil.  Pues, Newcastle una vez era el centro de la minería de carbón para el país.  “Llevar carbón a Newcastle es igual a llevar ron a Puerto Rico, maíz a México, o hielo a la Antártica.  Vienen a Jesús con un propósito semejante en el evangelio hoy.

Los discípulos le piden al Señor: “Auméntanos la fe”.  Jesús acaba de exigir que perdonen a los arrepentidos siete veces por día si les buscan disculpas tantas veces.  Porque no les parece razonable, piensan que requieren profundizar la confianza.  Es como nosotros sentimos cuando la Iglesia nos instruye que tenemos que defender la dignidad de la vida desde la concepción al fin natural.   No queremos meternos en una manifestación contra el aborto, mucho menos preocuparnos por todo el elenco de cuestiones en pro de vida.  Nos hace falta más fe para aceptar la Iglesia como una maestra que vale nuestros mejores esfuerzos. 

Pero la verdad es que tenemos toda la fe necesaria.  Venimos a la misa cada domingo porque creemos por ella la Iglesia preserva la presencia de Jesús en el modo más precioso.  Así podemos someternos a la enseñanza que cada vida humana posee la imagen de Dios, sea un embrión o sea un agonizante. Asimismo a los discípulos no falta la fe necesaria para hacer proezas tan grandes como decir a un árbol que se arranque y se plante en el mar.  Ya han reconocido a Jesús como el Mesías (9,20) y lo siguen siguiendo aunque les ha advertido que significará grandes sacrificios (14,26-27). 

No obstante, Jesús no crea pretextos para sus discípulos de modo que puedan esquivar sus exigencias.  Al contrario, compara el discipulado a la servidumbre donde el señor exige el trabajo día y noche sin recompensa de añadidura.  Es como si estuviera pidiendo a nosotros que además de hacer esfuerzos para los fetos inocentes que recemos por el alma de Aarón Alexis, el hombre que mató a doce personas en el depósito naval de Washington hace poco.  Si o no Alexis sufría de un psicosis de modo que no tuviera responsabilidad de sus acciones, él era una persona humana digna de nuestra atención.

En su famosa entrevista reciente el papa Francisco comentó que quiere que la Iglesia sea como un hospital del campo de batalla.  Quería decir que la Iglesia pudiera mostrar más preocupación para aquellos que son despreciados -- hombres como Aarón Alexis y todos los condenados por las cortes a la muerte, tanto como los miserables en las calles.  A lo mejor no recibiremos ningún elogio cuando les apoyamos a ellos.  Pues, son gentes olvidadas por la sociedad.  De esta manera estaremos experimentando la indiferencia hacia los siervos en la parábola de Jesús que sólo hacen lo que deben hacer.  Evidentemente se nos realizará el premio por nuestro servicio en el porvenir.

Para ser realmente en pro de vida significará cubrir un área tan extensa como un campo de batalla.  Tendremos que caminar en las manifestaciones contra el aborto, luchar contra la tendencia para la eutanasia, y solicitar a los gobernantes en favor de los condenados.  Requiere tanto el servicio como la fe.  La fe ve en cada persona humana una chispa de Dios, un motivo llamando nuestros mejores esfuerzos.   El servicio hace efectiva la fe por cumplir la voluntad del señor Jesús.  Esto es la cosa: ser en pro de vida es cumplir la voluntad de Jesús.

El domingo, 29 de septiembre de 2013


VIGÉSIMO SEXTO DOMINGO ORDINARIO

(Amós 6:1.4-7; I Timoteo 6:11-16; Lucas 16:19-31)


Es sábado en la mañana.  Al haber terminado el desayuno, estamos saboreando el café.  Suena el timbre. “¿Quién será?” nos preguntamos.  En la puerta vemos a un hombre y una mujer bien vestidos cada uno llevando la Biblia.  Nos preguntan de qué religión somos.  Cuando respondemos “la católica”, nos preguntan qué pensamos de Marcos 3, 33.  Respondemos que no conocemos el pasaje por número, y nos dicen que es donde Jesús rechaza a su madre y hermanos en favor de sus discípulos.  Les decimos que no es cierto porque en el evangelio según san Lucas refiriendo al mismo encuentro entre Jesús y su familia, Jesús incluye a su madre entre sus discípulos.  Evidentemente hay una diferencia de la interpretación de la Biblia aquí.  Algo semejante pasa en el evangelio que acabamos de leer.

Jesús dirige sus palabras a los fariseos que, según este mismo evangelio de Lucas, son “amigos del dinero”.  “¿Cómo puede amar el dinero – preguntamos – si toman en serio la Ley bíblica?”  Pero hay que acordarse de que se puede interpretar la Biblia en muchas maneras, y los fariseos no serían los únicos para hacerlo como les da la gana.  Racionalizan si Dios bendice a aquellos que siguen la Ley con grandes cosechas y muchas vacas (vean Deuteronomio 18,3-4), entonces los ricos son los benditos de Dios.  Con este tipo de pensar, está bien que el rico en la parábola de Jesús desconoce al mendigo cubierto con llagas en su puerta.  Pues sólo no quiere interferir con el castigo justo que Dios proporciona al pobre.

Pero Jesús tiene otro modo de interpretar las Escrituras.  Para él las Escrituras ven a los pobres como aquellos que Dios particularmente cuida (Éxodo 22:20-26).  Por eso,  cuando los ayudemos nosotros, cumplimos la voluntad del Señor (Deuteronomio 15,7).  No sólo dice esto la Ley, los primeros cinco libros de la Biblia, sino también los profetas (Isaías 58,6-7) y los salmos (Salmo 34,6).  Según la parábola, Jesús tiene la mejor interpretación porque en la muerte el mendigo llega al lado de Abraham mientras el rico sufre los tormentos de fuego.

Pero ¿cómo deberíamos ayudar a los desgraciados?  Un hombre estaba en un semáforo pidiendo limosnas.  El chófer de un van asomó su mano con un billete para el mendigo.  ¿Deberíamos socorrer a los pobres así?  Los directores de asilos para los desamparados dirán que no.  En su parecer el dinero dado directamente a los mendigos en la calle siempre es malgastado.  Recomiendan que hagamos los donativos a las caridades que proveen a los indigentes con las necesidades básicas.   De todos modos una cosa es clara: ningún seguidor de Jesús puede refutar la responsabilidad de asistir a los pobres.

Al final de la parábola el rico pide a Abraham que despache a Lázaro a sus cinco hermanos.  Cree que si los hermanos escucharían a un resucitado de la muerte interpretar las Escrituras, aprenderían cómo leerlas correctamente.  Pero Abraham sabe mejor.  Se da cuenta que la interpretación verdadera no depende tanto del estado del maestro como del corazón del estudiante.  Por eso, cuando Jesús resucita de la muerte, la mayoría de los fariseos no lo aceptan como el Cristo a pesar de que toda su trayectoria se ha correspondido con la misma Ley y profetas.  Les falta el espíritu para ver su amor abnegado – y no el poder para derrotar ejércitos – como la marca principal de Dios.

Todavía se oyen comentarios diciendo que la Iglesia Católica no quiere que la gente lea la Biblia.  No es verdad ahora y a lo mejor siempre era resultado de mal entendimiento.  Sin embargo, la Biblia de familia católica en muchas casas lleva más flores secas que páginas manchadas por los dedos.  ¡Qué pena! Pues la Biblia correctamente interpretada muestra cómo Dios cuida a los pobres y a todos nosotros con el amor.  La Biblia muestra cómo Dios nos cuida con el amor.

El domingo, el 22 de septiembre de 2013


VIGÉSIMO QUINTO DOMINGO ORDINARIO

(Amós 8:4-7; I Timoteo 2:1-8; Lucas 16:1-13)


Un cuento del jesuita Antonio De Mello nos ayuda entender el evangelio hoy.  Una mañana un hombre de Dios llegó a la orilla de un pueblo. Se le acercó un hombre diciendo que tuvo un sueño en que se le dijo que recibiría una roca preciosa que le haría el hombre más rico en el mundo.  “Espérate un segundo”, dijo el santo. Entonces registró su bolsa y sacó un diamante tan grande como una toronja.  Le dijo al hombre, “Tienes que estar refiriéndote a esto.  Lo encontré en el bosque.  Agárralo; es tuyo.”  El hombre tomó el diamante y se fue pensando en su riqueza.  Pero más tarde el mismo día el hombre regresó al santo para devolver el diamante.  Le pidió, “¿Ahora podrías darme el tesoro que te hizo posible soltar el diamante sin ninguna dificultad?”

Jesús nos muestra en el evangelio el tesoro más precioso que el diamante del tamaño de una toronja.  Con la parábola del administrador injusto Jesús indica que deberíamos aprovecharnos de nuestras riquezas (nuestros diamantes) para obtener la vida eterna.  Como el administrador arregla las cuentas de los clientes del amo para que no tenga que ni trabajar ni mendigar cuando se despida, nosotros deberíamos usar nuestros recursos – sea tiempo, talento o tesoro – para probarnos dignos de la vida con Dios.

Esta parábola del administrador injusto ha causado bastante controversia a través de los siglos.  Muchos se preguntan, “¿Está diciendo Jesús que se puede engañar a otras personas para alcanzar su meta?”  Algunos, sabiendo lo que dice san Pablo sobre la salvación por la fe sola, tendrán dificultad con la mención de obras buenas ganando la vida eterna.  Es posible que otras personas pregunten, “¿No es egoísta poner la vida eterna para sí mismo como la prioridad más alta?”  Dirijámonos a cada uno de estos reparos.

En primer lugar Jesús no está poniendo las acciones del administrador como ejemplares sino sólo su deliberación.  No está diciendo que deberíamos actuar como Pancho Villa robando a los ricos para socorrer a los pobres sino que pensemos en nuestro fin y utilicemos los medios buenos en nuestro alcance para realizarlo.  El fin que tiene en cuenta es la vida eterna y el medio es compartir de nuestros propios recursos (otra vez, el tiempo, talento, o tesoro) con los necesitados.  Jesús no tiene problema de ocupar comparaciones que nos parezcan escandalosos.  En una parábola compara a Dios con un juez corrupto que tiene que escuchar la demanda de una viuda para decirnos que Dios nos atiende las peticiones.  También manda a sus apóstoles a ser “astutos como serpientes” no para que atenten contra la gente sino que tengan cuidado de sí mismos en las misiones.

Hace quinientos años Martín Lutero  llamó la atención del mundo por recalcar lo que enseña San Pablo en la Carta a los Romanos que el hombre es salvado por la fe (4,24).  ¿Está Jesús contradiciendo la enseñanza aquí cuando dice, “Con el dinero…gánense amigos que, cuando mueran, los reciben en el cielo”?  ¡Por supuesto, no!  Para apreciar lo que quiere decir Pablo tenemos que ampliar nuestro concepto de la fe.  La fe es más que un asentimiento intelectual en Jesucristo como Hijo de Dios.  Es seguirlo como el camino de la vida.  Por eso, el mismo Pablo escribe a los Gálatas: “Lo que vale es tener fe, y que esta fe nos haga vivir con amor” (5,5).

¿Se puede poner la vida eterna como la prioridad más alta?  No Jesús pero un gran escritor ruso contó la parábola de la cebolla para responder a este interrogante.  Una vez una mujer dio una cebolla a una mendiga.  Fue la única cosa buena que hizo en toda su vida.  Cuando murió, fue enviado a un lago de fuego donde sufría mucho.  Entonces su ángel guardián recordó a Dios de la vez que dio la cebolla al pobre y Dios le mandó al ángel que ofreciera la misma cebolla a la mujer para levantarla del fuego.  Maravillosamente la cebolla no sólo sostenía a ella sino también a muchos otros que la agarraron para que salieran con ella del tormento.  Pero la mujer no quería que nadie más que ella escapara y comenzó a patear a sus compañeros.  Les gritó, “La cebolla es mía no suya”. Entonces se quebró la cebolla y todos volvieron al fuego.  Eso es a recalcar que la caridad tiene que acompañar nuestros donativos para que sean meritorios.

Por eso, que hagamos obras buenas todos los días. Pues, nuestro Señor Jesús nos las manda.  Aún más importante, que las hagamos con amor porque es el modo de él.