El domingo, 17 de noviembre de 2013


TRIGÉSIMO TERCER DOMINGO ORDINARIO

(Malaquías 3:19-20; II Tesalonicenses 3:7-12; Lucas 21:5-19)

Hace poco una revista interrogó a varios personajes sobre el fin del mundo.  Precisamente les preguntó: “¿Cómo y cuándo terminará el mundo?”  Algunos de los interrogados predijeron que el fin vendrá relativamente pronto: por la irrupción de un volcán o, tal vez, el choque de un asteroide en el planeta.  Otros tomaron una posición menos alarmante: con la expansión del sol en cinco mil millones de años.  En el evangelio que acabamos de escuchar, la gente pregunta a Jesús algo semejante.

Jesús está enseñando en el área del templo.  Advierte que el edificio – tan impresionante como sea -- va a caer.  Extendiendo la catástrofe al mundo entero, él dice que habrá signos anticipando el fin como terremotos, epidemias, y guerras.  Estos eventos hemos visto en los últimos cien años.  Hace nueve años un tsunami tomó la vida de casi un cuarto de millones de personas.  En 1918 la influenza mató entre cincuenta a cien millones. Esta semana se recordará el quincuagésimo aniversario del asesinato del presidente John Kennedy.  Se considera como héroe por haber afrontado la Unión Soviética con armas nucleares el año anterior.  En un momento el enfrentamiento fue tan intensivo que hubo temor palpable del intercambio de armas nucleares.

Hay otras señales de la muerte en medio de nosotros hoy.  No parecen tan nefastos como terremotos y golpes nucleares pero es posible que ahoguen al mundo a la muerte.  Muchos, si no la mayoría, ahora piensan en la intimidad sexual sólo como placer, desasociado de la procreación y del amor matrimonial.  Para ellos el acto conyugal tiene sólo el significado de un buceo en la piscina o una vuelta en el motor.  Otra cosa perturbadora que va como la mano en un guante con la trivialización del sexo es la disminución de la fe.  Sin la creencia en Dios como el guía y juez, los hombres tendrán a sí mismos como su capitán.  Puede servir este sustituto en los días más claros.  Pero más tarde o más temprano será como tratar de guiar la nave por las estrellas en una noche nublada.  Por eso, Jesús advierte al final de la lectura que tenemos que mantenernos firmes en la fe si vamos a sobrevivir. 

Parece que Jesús dice que no se puede evitar la destrucción inminente del mundo.  Se dirige a la gente como si ellos mismos fueran a experimentar el terror de estrellas cayendo en la tierra.  Pero ya ha pasado casi dos mil años sin la llegada del término del mundo.  ¿Cómo se puede explicar la demora?  En otro lugar San Lucas cuenta de Jesús diciendo a sus apóstoles que sólo el Padre sabe el tiempo para el día final.  Añade que ellos han que predicar su palabra hasta los extremos de la tierra (vea Hechos 1:7).  Aparentemente no ha complacido al Padre que la tierra haya sido destruida.  Sin embargo, sigue la misión de dar testimonio a Jesús.

Cumplimos esta misión por vivir la fe abiertamente.  Un corredor escribe que cuando entrena siente como el cielo y la tierra está uniéndose.  Que explique a todos sus compañeros que significan estas palabras en términos de Dios fortaleciéndolo.  Una laica lleva el rosario como collar cuando asiste en las clases de ministerio.  Que declare su propósito de llevarlo entre sus compañeras.  Tenemos que mostrar a los demás cómo la fe nos hace vivir estables en un mundo vertiginoso.  Sí, muchos van a resistir nuestras referencias a Dios como restricciones de su libertad.  Pero podemos quedar seguros que sin Dios vamos a dispersar como la arena en una tormenta. 

Los mayores recuerdan bien el tiempo en que el presidente Kennedy fue asesinado.  Por un rato el mundo pareció parado.  La gente puso la atención en las noticias para entender cómo se puede tomar la vida de un capitán tan esperanzador.  Casi todos asistieron en servicios religiosos pidiendo a Dios por la familia del presidente, por el país, y por el mundo entero.  Desgraciadamente no demoró mucho este testimonio a la fe.  Pronto la gente regresó a sus modos vertiginosos.  Sin embargo, siguió la misión de Jesús a sus discípulos que no sólo mantengamos la fe, sino que la dispersemos en todas partes.  Tenemos que dispersar nuestra fe.

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