El domingo, 3 de noviembre de 2013


Trigésimo primero domingo ordinario

(Sabiduría 11:22-12:2; II Tesalonicenses 1:11-2:2; Lucas 19:1-10)


La parroquia está terminando las preparaciones para el fin de semana.  Ha organizado los grupos de aporte.  Ha pedido la ayuda de dos sacerdotes para las confesiones.  Ha reclutado a casi cincuenta mujeres para el retiro.  Espera que pronto las mujeres encuentren a Cristo.  Es la postura de Zaqueo en el evangelio hoy.

Zaqueo se ha enterado de la venida de Jesús a su pueblo.  Es jefe de publicanos, que quiere decir que tiene la mano en los bolsillos de muchos otros.  Evidentemente ha oído como Jesús -- un santo en la opinión de muchos -- tiene la simpatía para con personas como él.  Sube a un árbol para tener una buena mirada de este amigo de pecadores.  Mucha gente hoy tiene el mismo interés para el papa Francisco.  No sólo los católicos practicantes levantan la cabeza cuando da una conferencia de prensa.  Hombres y mujeres de otras religiones y de no religión lo han alabado por decir que él no tiene la capacidad a juzgar a los sacerdotes acusados por el homosexualismo.  Por fin – piensan ellos – la Iglesia tiene a un líder tan misericordioso como su fundador.

El nuevo papa ni es gran filósofo ni cumplido teólogo sino sobre todo un amoroso pastor.  No va a cambiar la doctrina de la iglesia.  (¿Cómo puede y todavía mantenerse en el linaje de San Pedro?)  Pero va a insistir que nosotros católicos veamos más allá de las características circunstanciales en que se encuentra el no creyente o el no practicante hacia su mente buscando la verdad  y su corazón deseando el amor eterno.  El papa está dirigiéndonos a los divorciados casados con otros, a los jóvenes rebeldes, y a los gay y las lesbianas distanciadas de la Iglesia.  Quiere que les entablemos conversación sobre el significado de la fe.  Es lo que Jesús hace en el evangelio.  No demora a señalar a Zaqueo, puesto en el árbol, que va a cenar en su casa.  No le importa que en los ojos de la muchedumbre el publicano sea un bandido.  Más bien, ve en Zaqueo a un hermano en búsqueda de un tesoro que la plata no puede comprar. 

Atrapada en el prejuicio, la gente murmura contra Jesús.  Piensa que va a mancharse por asociar con un intocable.  Le pasa por alto la posibilidad de que se transforme Zaqueo por conocer a Jesús.  Hoy en día no tenemos tanto personas intocables como temas no mencionables.  No se debe hablar de la política con personas del otro partido y no se debe hablar de la religión con personas de poca fe, de otra fe o de no fe.  Se dice que tales cosas son preocupaciones privadas que sólo causan controversia si se tratan en público.

Sin embargo, muchos quieren saber lo que ha hecho funcionar la Iglesia Católica por dos mil años.  Quieren entender cómo millones de sus hombres y mujeres a través de los siglos han dejado relaciones íntimas para servir la comunidad.   Quieren conocer el motivo que sigue moviendo a muchos millones más a levantarse de sus camas cada domingo para la misa.  Y cuando les enseñamos que la clave es la misericordia mostrada por Jesús colgando en la cruz, al menos algunos considerarán una respuesta tan radical como la de Zaqueo: “…voy a dar a los pobres la mitad de mis bienes”.

Con verdad le dice Jesús que ha llegado la salvación a su casa.  Pero la salvación no es tanto el resultado de la declaración del publicano a socorrer a los necesitados como la persona de Jesús mismo. Él ofrece a todos una nueva manera de vivir sin el miedo de ser rechazados por los importantes y con la misericordia para fortalecer a los sencillos.  Es lo que el papa Francisco tiene en cuenta cuando reta a los obispos a olvidarse de viajes al extranjero para mezclarse con sus gentes más humildes de modo que aun huelan como ellos. 

El hombre muestra una foto de voluntarios de un comedor para los pobres.  Son acostumbrados de ir al extranjero pero ahora huelen como los más humildes.  Sirven a personas de otras religiones y de no religión.  Parecen sin miedo, más bien contentos a socorrer a los necesitados.  Están mostrando la misericordia de Dios.  Están llevando la persona de Jesús al mundo.  Están trayéndole la salvación.

El domingo, 27 de octubre de 2013


TRIGÉSIMO PRIMERO DOMINGO ORDINARIO

(Eclesiástico 33:1-7.17-18.19.23; II Timoteo 4:6-8.16-18; Lucas 18:9-14)


Dos manos juntas apuntando arriba: todos nosotros reconocemos su significado.  Parece que la oración es propia de los hombres tanto como la misericordia es asociada con Dios.  Sin embargo, Jesús – nuestro Dios - reza através  del  evangelio.  Particularmente el Evangelio según San Lucas, de lo cual hemos leído en la mayoría de domingos este año, retrata a Jesús constantemente orando.  No sólo reza en el Monte de los Olivos y en la cruz sino también cuando el Espíritu Santo desciende sobre él después de su bautismo, antes de escoger a los doce apóstoles, y cuando se transfigura en la montaña.  En los pasajes evangélicos de hoy y del domingo pasado, Jesús comenta en cómo nosotros hemos de orar.

Hace ocho días Jesús explicó que deberíamos rezar hasta que casi nos desmayemos de agotamiento.  Parece suficiente a los laicos que recen un rosario y a los religiosos que digan la liturgia de las horas.  Nos ponemos contentos con la oración por nuestros seres queridos difuntos al Día de los Muertos y por los pobres el Día de la Acción de Gracias.  Pero en comparación con la recomendación de Jesús todo esto es sólo oración-light.  Más de acuerdo con el propósito de Jesús es lo que dijo un anciano predicador negro: “Hasta que hayas estado tocando la puerta cerrada por años con los nudillos sangrando, no sabes lo que es la oración”.

En el evangelio hoy Jesús nos informa de la postura apropiada para la oración.  Indica que no deberíamos rezar como el fariseo en su parábola.  Aunque parece tan digno como el director de un colegio con espalda recta y suaves palabras en su boca, su oración tiene todo el mérito de una cucaracha.  Es completamente fijada en sí mismo.  Se comporta como un adolescente en Facebook buscando “likes” cuando cuenta a Dios como si Dios no viera todo: “…no soy como los demás hombres…Ayuno dos veces…” y “pago el diezmo…”  Más bien, Jesús quiere que imitemos al publicano – eso es, el cobrador de impuestos – que se acerca a Dios como alguien en necesidad de la misericordia.  A lo mejor haya hecho actos vergonzosos como, por ejemplo, estafar a viudas impuestos que no debían.  Ciertamente su arrepentimiento tiene que incluir la voluntad de detener estas injusticias.  Pero ¿no es que muestre esta intención para cambiarse por golpear el pecho?  Asimismo nuestra postura ante Dios debería ser una de humildad, al menos en el inicio.  Tenemos que reconocernos como pecadores y pedirle a Dios el perdón.

Pero en verdad Dios no quiere que seamos exclusivamente ni formales ni contritos en la oración.  Más bien según Jesús hemos de llamarlo “Padre” porque nos ama aún más que nuestros padres.  De nuevo siguiendo a Jesús, podemos pedirle a Dios Padre cosas tan ordinarias como el “pan de cada día” – entre miles de necesidades, la paciencia para cuidar a los niños con la atención, un aumento de salario para poder dejar el segundo trabajo, aun un día de sol para merendar en el parque.  Pero Jesús insiste aún más que no faltemos a solicitarle cuando sentimos que estaríamos cayendo “en tentación” de abandonar la fe si no recibimos Su apoyo.  Puede ser cuando nuestra hija se pone gravemente enferma o cuando hemos perdido el trabajo con pagos de casa debidos mensualmente.  Definitivamente en momentos como estos queremos ponernos de rodillas para orar.

La muchacha extiende el brazo con camera en la mano para tomar una foto de sí misma.  Si o no piensa en hacerlo, está mostrando la postura de la persona fijada en sí misma.  La muchacha puede ser cualquier de nosotros en el mundo contemporáneo.  Por eso, nuestro acto de penitencia al principio de la misa debería ser más que golpear el pecho.  Debería incluir una oración sincera de arrepentimiento.  Por pensar principalmente en nosotros mismos debemos a Dios el arrepentimiento. 

El Domingo, 20 de octubre de 2013


TRIGÉSIMO DOMINGO ORDINARIO

(Éxodo 17:8-13; II Timoteo 3:14-4:2; Lucas 18:1-8)


Fue un tiempo del libertinaje metiéndose en la Iglesia.  Doctrinas falsas multiplicaron.  Los mayores prelados tuvieron que advertir a los menores que mantuvieran la fe.  ¿De qué época estamos hablando?  ¿El siglo dieciséis cuando algunos papas vivían como príncipes y reformadores como Martín Lutero fulminaban con sus excesos?  No, esto no es el tiempo tenido en cuenta aquí.  Más bien pensamos en la segunda parte del primer siglo – posiblemente sólo una generación pero más probable dos generaciones después de la muerte de Jesús.  La Segunda Carta a Timoteo, de que leemos hoy,  se dirige a estas cuestiones amenazantes.

El autor recuerda a Timoteo de su crianza.  Como judío leía mucho las Escrituras, lo que nosotros llamamos el Antiguo Testamento. Las historias de Abraham, Moisés, y los demás lo dejaron con una fe tan firme como un roble.  Ya sabe bien de la esperanza que había guardado el pueblo Israel y cómo Jesús la cumplió.  Nosotros tenemos las mismas Escrituras, pero agregadas con las obras del Nuevo Testamento, para guiarnos a nuestro destino.  Nos aseguran que siguiendo su sabiduría vamos a alcanzar la vida eterna con Dios. 

Pero no estamos seguros que nuestra juventud pueda navegar sanamente a este fin.  Vemos corrientes contrarios que pueden llevárselos al naufragio.  Uno de estas tendencias es la fascinación con el yo por el uso de computadoras.  En vez de relacionarse con sus compañeros, los niños hoy parecen más contentos con sus juegos de computadora.  Cuando se hacen adolescentes tienen amigos -- a veces centenares – pero en muchos casos los amigos viven en otros lugares de modo que quieran impresionarlos con imágenes idealistas del yo en Facebook más que presentárselos como personas reales con una mezcla de defectos y virtudes.  Y por supuesto, sigue fuerte la pornografía del Internet como el escollo de los jóvenes.  Hay indicaciones que peligros semejantes quedan como el motivo de la carta a Timoteo.  En la Iglesia antigua se metió la idea que Jesús había liberado a la gente de sus pecados de modo que la única cosa necesaria fuera profesar su nombre.  Con este modo de pensar no importa lo que haga la persona – sea mentir o aun asesinar – con tal de que diga “Jesús”.

En la lectura se le aconseja a Timoteo que ocupe las Escrituras -- la palabra de Dios -- para corregir tales errores.  Tiene que recordarles, por ejemplo, que Jesús no quitó los Diez Mandamientos sino los profundizó con la necesidad que se cumplieran con el amor.  Eso es, para Jesús no es suficiente que no codiciemos los bienes del otro sino que debamos amarlo como a nosotros mismos.  De alguna manera tenemos que compenetrar nuestro ambiente con la conciencia de ambos Testamentos para superar los retos sumamente egoístas de hoy.  Podemos cumplir esta tarea por reflexionar como familia sobre las lecturas de la misa dominical.  Otro modo es ocupar los juegos de tarjetas para cada día del año con versículos de la Escritura que sirven como oraciones antes de comer.

La hermana Thea Bowman era una religiosa franciscana que murió prematuramente hace veinte y tres años.  Ella contaba de su niñez como negra en el sur de los Estados Unidos.  Decía que había conocido a muchos ancianos que podían citar una Escritura aunque no sabían cómo leer.  Los describía cómo teniendo Escrituras para todas las instancias de la vida: para enseñarte, para premiarte, para amenazarte, y para alabarte.  La gente entonces aceptó la Biblia como el foro en las tinieblas, el instrumento más seguro para guiarle a la salvación.  No es inimaginable que recuperemos algo de la práctica.  Es lo que la carta a Timoteo insiste cuando dice que se aproveche de la palabra en tiempo y en destiempo.  No se puede desistir porque sólo la palabra contiene la verdad que nos inclina a ser hijos e hijas justos de Dios. 

“Palabras, palabras, palabras: estoy tan harta de palabras” – cuenta una canción de Broadway.  Sí, las palabras dichas sin la verdad no importan.  Pero no es así con la palabra de Dios.  Nos habla Su palabra para que evitemos los escollos de la vida.  Nos aprovechamos de Su palabra como nuestro foro en las tinieblas.  Su palabra nos guía a nuestro destino, la vida eterna.  Su palabra nos guía a la vida eterna.

El domingo, 13 de octubre de 2013


VIGÉSIMO OCTAVO DOMINGO ORDINARIO

(II Reyes 5:14-17; II Timoteo 2:8-13; Lucas 17:11-19)


Hoy en día se ve la publicidad de hospitales en carteleras por las carreteras.  Típicamente muestra la figura de una persona con la mirada de gran satisfacción.  El escrito acompañándola dice algo como: “Tal y tal hospital me devolvió la vida”.  Así podemos imaginar el general sirio Naamán cuando viene al profeta en la primera lectura hoy.

Naamán tenía la lepra tan fuerte que no pudiera encontrar ningún remedio en su propio país.  Viajó a Israel para pedir la ayuda de Eliseo, el santo profeta de Dios.  El profeta ni siquiera lo vio.  Sólo le mandó a bañar en el Río Jordán. Al cumplir el mandato, la carne del general se hizo como la piel de un niño.   No deberíamos preguntarnos: ¿cómo puede ser que el profeta de Israel cura a un forastero?  Pues, Dios siempre se ha compadecido a los no creyentes tanto como a los creyentes.  Por eso, el mes pasado el papa Francisco escribió una carta hablando de la posibilidad de que Dios perdone a los ateos. 

Dice el papa que los ateos, junto con nuestros parientes que ya no asisten en la misa, tienen que obedecer sus conciencias.  Esto no es por decir que guarden las normas que ellos inventen para maximizar su comodidad.  Más bien, tienen que reconocer que ellos como todo hombre y mujer no somos completamente en control de nuestra existencia.  Más bien, estamos siempre dependientes de los demás a quienes debemos no sólo agradecimiento sino también el esfuerzo.  En la lectura Naamán hace un paso más avanzado que este mínimo.  Reconoce con todo corazón a Dios como su bienhechor sobre todo.  Dice: “Ahora sé que no hay más Dios que el de Israel”.

Naamán quiere regalar al profeta por su intervención, pero Eliseo le rechaza la oferta.  No quiere dejar ninguna idea que fuera él y no Dios que hizo la cura.  Sabe que Dios controla todo, sea la mano del cirujano que corta el apéndice inflamado o sea la tormenta que  inunde las casas.  Por eso, sobre todo le debe a Él el agradecimiento.  Es lo que dice el sacerdote en un cuento de un pueblo norteamericano.  Un Viernes Santo el pastor luterano sintió la lujuria en su corazón para una mujer que no era su esposa.  Por un rato tomaba gran gusto con el pensamiento.  Entonces sintió arrepentido y fue a visitar a su amigo, el padre católico, para buscarle ayuda.  El padre lo escuchó y le pronunció la absolución de pecados.  El pastor, completamente aliviado, le dijo al padre que no podía agradecerle suficientemente.  El padre respondió: “No me agradezcas a mí.  Soy sólo el mensajero”.  Es cierto: debemos a Jesucristo, nuestro Dios, el agradecimiento por habernos salvado con su cruz.

Estamos en la misa ahora precisamente para darle gracias a Dios por habernos perdonado y para pedirle ayuda en la lucha continua.  Es el motivo de Naamán en su petición de llevar tierra de Israel para construir un altar a Dios en su país.  Asimismo, es porque el leproso samaritano en el evangelio regresa a Jesús.  Lo reconoce como el Señor con el poder sobre el mal.  Por eso, Jesús lo declara “salvado” mientras los otros nueve quedan sólo sanos.

Una vez un sabio dijo que no hay ningún día de fiesta más típicamente americano que el Día de Acción de Gracias.  No es tanto que casi todos coman los mismos manjares ese día sino que tienen el mismo agradecimiento en sus corazones. Con los ateos nosotros cristianos estamos agradecidos a nuestros antepasados por habernos dado la vida.  Aparte de los ateos expresamos el agradecimiento a Dios por habernos salvado con la cruz de Jesucristo.  Sobre todo estamos agradecidos por Jesucristo.