Homilía para el martes, 1 de enero de 2008

La Solemnidad de Santa María, Madre de Dios

(Lucas 2:16-21)

La Navidad puede cumplir nuestras esperanzas más profundas o puede ser como una borrachera – placentera por un rato pero últimamente desilusionadora. Toda depende de cómo respondamos a la ocasión. Dios nos da oportunidad de oro en el don de Su hijo. ¿Qué vamos a hacer de ella? Encontramos a tres grupos en el evangelio hoy, cada uno respondiendo de manera diferente al don de Dios.

Los pastores escuchan la palabra de los ángeles, averiguan el asunto, y reconocen a su Señor. Ellos aprecian el don de Dios como la mayoría acá en la misa esta mañana. Nosotros sabemos que el Salvador ha llegado y tenemos que despreocuparnos un poco para servirlo. Y lo haremos por un tempito. Entonces nos caemos en la tentación a maldecir el viejo que maneja su carro muy lentamente y la joven madre que va rápidamente de trabajo a casa.

El segundo grupo que encontramos en la lectura es aquellas personas que los pastores cuentan de lo que han oído y visto. Ellos quedan maravillados pero esto significa poco. En el evangelio muchos son maravillados por los milagros de Jesús pero no lo siguen. Su fe no tiene raíz como la mayoría celebrando el Año Nuevo. Reconocen el don del tiempo que Dios nos otorga por las fiestas en que participan. Pero se olvidan del propósito del tiempo – eso es, a conocer, amar, y servir a Dios.

El tercer grupo comprende sólo una persona, la Virgen María. Ella, la lectura dice, guarda todos los eventos en su corazón. Es la perfecta cristiana que no sólo escucha la palabra sino la medita para ponerla en práctica. Nos da un modelo para vivir nuestras vidas. La imita el joven soltero que enseña el catecismo aunque sus colegas son mujeres casadas con familias. También la mujer que trabaja, escucha los problemas de sus vecinas con simpatía, cocina y limpia la casa por la familia, y todavía halla tiempo para preparar las moniciones para la misa pone en práctica la palabra de Dios.

Homilía para el domingo, 30 de diciembre de 2007

La Fiesta de la Sagrada Familia

(Colosenses 3:12-21)

Ahora en el fin del año deseamos a nuestras amistades dos cosas. Queremos que tengan la paz en sus corazones por el año que ya acaba. Y esperamos que pasen un año nuevo de prosperidad en sus esfuerzos y tranquilidad en la casa. En la segunda lectura de la Carta a los Colosenses, San Pablo nos bosqueja un plan para realizar estos deseos.

La Carta a los Colosenses comienza con un gran aprecio de Jesucristo. Él es “la imagen de Dios,” en lo cual “fueron creadas todas las cosas,” “la cabeza del cuerpo… la Iglesia,” “el que renació primero de entre los muertos.” Haber establecido a Jesús como nuestra fuente y nuestro fin, Pablo indica cómo unirnos a él. Tenemos que tomarnos a pecho sus palabras. Estas palabras asemejan los elementos de la paz y de la prosperidad que deseamos a todos ahora.

Jesús confiere la paz a sus discípulos después de su resurrección. Es su don gratuito; sin embargo, podemos alistarnos para recibirla. Primero, tenemos que soportar las idiosincrasias de los demás, sean en casa o en trabajo. Cada persona experimenta la realidad en su propia manera. Para una, la madruga fría comprende motivo para levantarse y moverse. Para otro, es pretexto de acurrucarse bajo las mantas. Segundo, cuando nos caemos a la tentación de criticar al otro innecesariamente, deberíamos pedirle el perdón. En la gran muestra de contrición de nuestros tiempos, el Papa Juan Pablo II pidió perdón de varios grupos que los oficiales de la Iglesia han tratado injustamente: entre otros, las mujeres, los judíos, los musulmanes, y los científicos. Si el papa puede hacerlo antes del mundo, nosotros podemos hacerlo a uno y otro. Tercero, el agradecimiento facilita la paz como el brindis, la acogida del año nuevo. Cuando pensamos en la cosa, hay mucha razón de dar gracias tanto a otras personas como a Dios. Entramos completamente desnudos a este mundo. Por los primeros años todo lo que tenemos se nos ha dado. Aún en la madurez siempre nos aprovechamos de los esfuerzos de otros – desde los trabajadores agrícolas que cosechan nuestra comida hasta los médicos que curan nuestras enfermedades.

Desde que queremos una paz duradera, nos hace falte el amor. En el pasaje Pablo nombra el amor, “el vínculo de la perfecta unión.” El amor de una madre pobre formaba en fila a sus veinte hijos para enseñarles el catecismo. Hoy los hijos son personas cumplidas – uno es sacerdote y otro arquitecto exitoso.

En ningún lugar se necesita el amor más que en la casa. La liturgia del matrimonio católica solía decir que sólo el amor lo hace posible el sacramento y el perfecto amor lo hace gozoso. Aunque la mujer tiene igual dignidad, ella debería reconocer la autoridad prioritaria de su esposo. Sin embargo, la autoridad jamás debe mostrarse como soberbia o ruda. Y ¿cuándo hay un conflicto entre la pareja – ella no queriendo ceder a la voluntad de él porque él la ha tratado como un escabel? Los conflictos siempre ruegan el diálogo en el espíritu de perdón y reconciliación. ¿Una hija tiene que obedecer a un padre que le pide a mentirse por él? No, padres, esto es un caso de exigir demasiado de sus hijos. La familia es la escuela de amor. Cuanto más practicamos el amor en la casa, más somos unidos como familia, como iglesia, y como raza humana.

Homilía para el 25 de diciembre de 2007

Homilía para la Navidad, el 25 de diciembre de 2007

(Lucas 1: 18-25)

En cualquiera noche clara, mira al cielo. Vas a ver un millón estrellas. Dicen los astrónomos que no vemos las estrellas como existen ahora. No, las vemos como estaban tal vez hace diez o veinte años. Es así porque tarda tanto tiempo para la luz de las estrellas a llegar a nuestros ojos llevando sus imagines.

Según la teoría del “Big Bang” (inglés para gran estallido), el universo empezó hace millones y millones años de una partícula de materia con energía enorme. Desde el estallido de la partícula, las estrellas han estado lanzándose a través del espacio. Hagamos un experimento mental. Imaginémonos viendo atrás en el espacio hacia el momento antes del gran estallido. Allí vemos la partícula de materia con tremendísima energía. Está irradiando toda la luz y calor que va a llenar el universo. Aquí tenemos algo de una manera parecido de lo que ven María, José, y (pronto) las pastores de Belén. Pues, Jesucristo, el Dios-hombre, el que creó los cielos y la tierra, ha nacido. Lo han puesto en un pesebre de lo cual emite sus rayos divinos. Por él recibimos la luz de la sabiduría para iluminar nuestros caminos a la vida eterna. Por él recibimos el calor del amor para cumplir su voluntad.

A través de los últimos años pasados una gran cuestión social ha sido los movimientos migratorios. No sólo de Latina América a los Estados Unidos sino del África a Europa y del Oriente a todas partes, hombres y mujeres están en movimiento para mejorar el nivel económico de sus vidas. Los gobiernos de los países ricos han tratado de controlar el flujo de inmigrantes. Han mantenido en vigencia leyes, a veces con mucha fuerza, para proteger el bienestar de sus propias gentes. A lo mejor todos aquí en la misa tenemos parientes atrapados en este conflicto entre personas y gobiernos. Deberíamos rogar a Jesús -- la fuente de toda sabiduría -- para su ayuda en la búsqueda de la justicia.

Por supuesto, Jesús no nos instruye como bebé sino como adulto. Tenemos en los evangelios su consejo que demos a César lo que le pertenezca. Por eso, todos – aún los inmigrantes -- tienen que obedecer las leyes para llevarse bien en la sociedad. También, Jesús nos dirá que amemos a nuestros prójimos, hasta el más humilde. Ciertamente este amor debería extenderse a los inmigrantes en medio de nosotros.

Durante estos días navideños algunos pueblos cristianos tienen la costumbre de poner velitas en cada ventana de la casa. Las velas son para llamar la atención de Cristo cuando regrese. Son signos del amor de la gente para su Salvador. También, las velas representan a Cristo mismo, la luz del mundo. Reconocen a él como la sabiduría para dirigirnos a través de este mundo de tinieblas. Así, queremos encender una luz en nuestros interiores. Por nuestra atención a Jesús tanto adulto como bebé, queremos mostrar lo que él es para nosotros. Nos da el calor del amor y la luz de la sabiduría. Jesucristo -- nuestro amor y nuestra sabiduría.

Homilía para el domingo, 23 de diciembre de 2007

IV Domingo de Adviento

(Mateo 1:18-24)

Estamos acostumbrados a pensar en la Anunciación como la revelación del ángel Gabriel a María que ella será la madre de Jesús. Se encuentra esta historia en el Evangelio según San Lucas. Sin embargo, hay otras anunciaciones. En el evangelio hoy escuchamos la anunciación según San Mateo. En ella el ángel dice a José en sueños cómo su esposa María está encinta por obra del Espíritu Santo. Dios anuncia también a cada uno de nosotros del mismo Espíritu Santo llevando a cabo en nuestros interiores el nacimiento de la gracia. Como María en el evangelio tenemos que dar a luz esta gracia por nuestras obras.

He visto enteros libros escritos sobre San José. Me parece extraño porque lo que sabemos de él de la Biblia puede ser escrito en unas pocas frases. Pero el evangelio hoy relata algo significante cuando llama José “hombre justo.” Lo considera justo porque actúa según el propósito de la Ley. Él sabe que la Ley es para crear una sociedad digna de Dios. Por esta razón decide a divorciar a María “en secreto.” Sería provechoso para José a pedir una averiguación sobre su embarazo para determinar si ella cometió adulterio o fue violada. Si lo primero fuera el caso, entonces José no tendría que devolver la dote. Pero preocupado posiblemente por la vida de María si está juzgada culpable del adulterio, él prefiere resolver el asunto tan discretamente posible.

Más adelante en el evangelio Jesús reprocha a los escribas y fariseos por explotar la Ley para sus propios intereses. “¡Ay de ustedes!” Jesús les desafía, “Ustedes pagan el diezmo,…pero no cumplen la Ley en lo que realmente tiene peso: la justicia, la misericordia y la fe.” En contraste a los fariseos y como San José, deberíamos seguir los mandamientos siempre buscando el bien de todos, no siempre de nosotros mismos. Deberíamos imitar a la compradora que consoló a una cajera la cual tenía mucha dificultad. Estuvo regañada por un error y quedó deprimida. Entonces, la próxima persona en la fila le aseguró que todo humano se equivoca y le deseó que el día le mejorara.

Sería erróneo a pensar en José solamente como el protector de María y su hijo. Aunque este papel es importante, cualquier hombre bueno pudiera cumplirlo. No, de aún mayor trascendencia es dar ambos nombre y linaje a Jesús. La gente está esperando al Mesías de la estirpe de David, el poderoso rey de antigüedad. A pesar de que José no es el padre de sangre, por asumir el parentesco de padre de Jesús, él puede conferirle su propio linaje real. José asume este parentesco cuando le pone el nombre desde que sólo el hombre que quiere ser el padre de un bebé pasaría adelante para nombrarlo. Es como nosotros llamando a nosotros mismos como “hijos e hijas de Dios.” No somos hijos e hijas de sangre, pero Dios nos ha hecho así porque hemos comprometido a seguir a Jesús en lo que él dice “realmente tiene peso: la justicia, la misericordia y la fe.”

José pondrá el nombre Jesús, que quiere decir Yahvé salva, al hijo de María. Este nombre indica la obra que logrará el bebé. Como Moisés salvó al pueblo Israel de la esclavitud en Egipto, Jesús salvará a su pueblo de la esclavitud del pecado. Pero este nombramiento nos hace preguntar ¿porque Isaías lo llama Emmanuel, que quiere decir Dios-con-nosotros? En primer lugar, Jesús es Emmanuel porque se crea por obra del Espíritu Santo y no de la generación humana. También, es Emmanuel porque va a quitar el velo del pecado que separa Dios de los humanos. Con Jesús, entonces, los hombres y las mujeres van a caminar con Dios como Adán y Eva hacían en el jardín. De hecho, las últimas palabras de Jesús en este evangelio son: “Yo estoy con ustedes todos los días…” Esto es, Dios está con nosotros. Ya tenemos no sólo la voluntad sino también el recurso para practicar lo que Jesús dice pesa: la justicia, la misericordia y la fe.

Homilía para el domingo, 16 de diciembre de 2007

El Tercer Domingo de Adviento, 16 de diciembre de 2007

(Mateo 11:2-11)

Tres figuras, aparte de Jesús, se destacan en las lecturas de las misas durante el Adviento. En el principio del tiempo el profeta Isaías relata su visión para la renovación del mundo con la venida del Señor. En los últimos ochos días la virgen María recibe nuestra debida atención por su protagonismo en la historia de la salvación. Y ahora, todavía en el medio de Adviento, Juan el Bautista domina el evangelio como el precursor de Jesús.

En el evangelio hoy Jesús tiene dos preguntas para la gente acerca de Juan. Las preguntas indican que Juan no es como la mayoría de humanos sino alguien digno de gran admiración. Podemos preguntar las mismas cosas acerca de nuestros líderes del día hoy que pretenden a servir el bien de todos.

Jesús pregunta a la gente qué esperaba a ver cuando fueron al desierto para acudir a Juan, ¿alguien tan débil como “una caña sacudida por el viento”? El viento a que Jesús se refiere es la causa de momento que preocupa a la gente, sea buena o mala. Jesús está preguntando si esperaba en Juan a un profeta que complacería a ella por siempre hablar en favor de sus causas preferidas. Es como está pasando ahora en los Estados Unidos donde varios políticos se han puesto duros en las cuestiones migratorias porque la gente allá favorece ese plantamiento. En contraste, el obispo Raúl Vera de Saltillo (México) llama la atención por su defensa de los derechos humanos. Recientemente el Monseñor Vera criticó al gobierno de México por dar al ejército la licencia de hacer crímenes en el nombre de la ley y el orden.

También, Jesús pregunta a la gente si esperaba ver a “un hombre lujosamente vestido en el desierto.” Esto no es una pregunta teorética en una sociedad como la nuestra donde algunos predicadores llevan anillos de diamante y hablan de la certeza de hacerse rico si uno sigue sus consejos. En una manera, sí, las familias cristianas hacen bien porque trabajan duro, mantienen sus familias, y no derrochan su plata. Sin embargo, el cristianismo exalta la abnegación no la fortuna. Todos nosotros aquí deberíamos preguntarnos, ¿Qué es nuestra meta en la vida – servir a Dios o conducir un Mercedes?

En el principio del pasaje Jesús da los criterios para reconocer al Mesías. Refiriéndose al profeta Isaías, dice que el Mesías dará la vista a los ciegos, la capacidad de andar a los cojos, la limpieza a los leprosos, el oído a los sordos, la vida a los muertos, y el evangelio a los pobres. Por haber cumplido todo esto seguimos a él – no a Juan el Bautista -- como nuestro Señor y Dios. Un porque más – la razón que somos “más grande(s) que Juan” – es que nosotros hemos visto la resurrección de Jesús de la muerte. No, nadie aquí estaba al sepulcro cuando él resucitó, pero todos hemos visto la abundancia de la gracia corriendo del acontecimiento. Hemos visto a las hermanas de Madre Teresa ateniendo a los más miserables del mundo. Hemos visto a nuestros propios vecinos llevando la hostia a los enfermos por años sin falta. Hemos visto la gloria del Señor.

Homilía para el 12 de diciembre

Homilía para la Fiesta de Nuestra Señora de Guadalupe

(Lucas 1:39-48)

Un autor mexicano-americano ha propuesto una idea chocante. Escribe Ricardo Rodrigúez de la “reconquista” de California. Dice que dentro de una o dos generaciones California estará en manos de descendientes mexicanos. Se logrará la “reconquesta” no por medio de una revolución. Mucho menos habrá una invasión por el ejército mexicano. No, la transformación tendrá lugar por medios democráticos con el crecimiento de familias de inmigrantes. Para algunas la idea del Señor Rodríguez tiene que perturbar como la propuesta del ángel a María en el evangelio. Ella concebirá a un hijo a pesar del hecho que quedará virgen.

Hablamos de “manos de descendientes mexicanos” en control de California. Por esta frase no queremos decir que los directores van a estar hablando castellano. No, el idioma principal del estado quedará el inglés. Si estarán hablando español, pero a lo mejor algunos tendrán un acento. Ni tendrán apellidos exclusivamente mexicanos como Martínez, García, y Chávez. Más bien, muchos llevarán apellidos “anglos” – pues muchos serán productos de “matrimonios mixtos.” Por lo tanto, sus facciones también tendrán rasgos de las diferentes razas – blanca, amarilla, y negra. En el evangelio Gabriel cuenta a María que su hijo será muy diferente. Así los hijos y nietos mexicanos del año 2050 serán distintos de sus abuelos y padres hoy.

Posiblemente ustedes no crean esto. Sus propias manos están tan llenas de responsabilidades – trabajar, cuidar a los niños, enviar dinero a la familia en México – que no piensen en el futuro alejado. Además, tal vez no les convenga la idea de tomar control porque no quieren amenazar a los patronos acá. Pero lo que se propone aquí no es improbable, sino el contrario. Otra vez, no pasará por la espada sino por las demográficas – eso es, el crecimiento de la población. De todos modos como María cuando responde a Gabriel, “¿Cómo puede ser eso...?” algunos acá se sienten incómodos con el concepto.

Una mejor pregunta para nosotros ahora es: ¿Estará guiada “la reconquista” por la Virgen de Guadalupe? Eso es, ¿encarnarán nuestros descendientes los valores de la fe – la justicia, la paz, la humildad, y la piedad? Pues, éstos son las marcas de la Virgen dejadas en la imagen. El color azul-verde de su manto representa la cruz entre fuerzas opuestas – la paz entre los pueblos. El cinturón que lleva es la señal de su preñez –dará luz a Jesucristo, el sol de la justicia. La tez morena de su cara indica que ella quiere identificarse con los más humildes. Y los ojos bajados muestran la piedad de una persona que reconoce a Dios como el fin de todo esfuerzo humano no sí misma.

Cuando hablamos de “los valores de la fe,” no tenemos en cuenta que los sacerdotes rijan el gobierno. Aunque los padres sean entre los mejores de seres humanos, sabemos que los gobernantes tienen que ser capaces en la política y la socioeconómica. Sin embargo, los valores de la fe incluyen un respeto profundo para la vida. Este respeto no tiene lugar para el aborto y el concepto erróneo del “matrimonio entre los gay.” No somos contra ni las mujeres ni los homosexuales cuando hablamos así. Más bien, aceptamos a todas personas como dignas de nuestro amor. Sin embargo, tenemos que rechazar algunos actos como no naturales. Por el bien de todos no podemos aceptar estos actos como “normales.”

Para que nuestros descendientes mantengan los valores guadalupanos, no debemos fallar en nuestras responsabilidades. Tenemos que asistir en la misa -- no sólo en la fiesta de la Virgen sino todos los domingos. Pues, aquí escuchamos la Palabra de Dios y recibimos la gracias para cumplirla. También, tenemos que cuidar a nuestros niños con la cuerda de amor. Hoy en el día del Internet los muchachos pueden enredarse en la maldad aún en sus propias recamaras. Tenemos que estar siempre presentes en sus vidas para protegerlos, apoyarlos y enseñarlos cómo andar en el camino recto.

En este país recordamos al Señor César Chávez encabezando la marcha de los trabajadores agrícolas. Siempre tenían al frente la imagen de la Virgen de Guadalupe. Para ellos la Virgen representaba todos los valores verdaderamente humanos. Esperamos que nuestros descendientes mantengan los mismos valores. Esperamos que practiquen la fe por la asistencia en la misa. Esperamos que encarnen la justicia por la atención al trabajo y a la familia. Esperamos que siempre, siempre miren a la Virgen de Guadalupe como guía por este mundo de bastante maldad. Que la Virgen de Guadalupe sea su guía.

Homilía para el domingo, 9 de diciembre

II Domingo de Adviento

(Mateo 3:1-12)

En una famosa pintura de la crucifixión la diminutiva figura de Juan el Bautista está en el primer piano señalando con dedo a Cristo. Contemplando la escena, nos parece extraño. ¿Cómo puede ser que Juan está allí si él fue decapitado cuando durante la vida de Jesús? También, ¿por qué la figura de Juan en el primer piano es más pequeña que la de Jesús en el fondo? Las respuestas no son difíciles cuando meditamos en el evangelio hoy. El papel de Juan en la historia de salvación es para dirigir al mundo a Jesús como su salvador. Así, él siempre será menor que Cristo.

En el evangelio Juan viene proclamando, “…ya está cerca el Reino de los cielos.” Es el mismo mensaje que dará Jesús, pero tiene un matiz distinto. A Juan el Reino significa el castigo por haber pecado. Para evitarlo uno tiene que reformar su vida. A Jesús el Reino representa el gran amor de Dios para todos. Para aprovechárselo los humanos quieren vivir de modo distinto. La diferencia aquí aproxima aquella entre el concepto infantil de Navidad y el concepto maduro. Los niños piensan en Navidad como un regalazo de juguetes y chocolates. Pero los cristianos maduros saben que hay algo más, mucho más. Nos damos cuenta que el único regalo que cuenta es el don de Dios de su hijo para rescatarnos de nuestra locura.

Entonces Juan confronta a los fariseos y saduceos así como hará Jesús en tiempo. Estos dos grupos representan el punto de vista que los ritos externos, sean en la casa o en el Templo, son suficientes para salvar a la persona. Juan y, más tarde, Jesús llaman a los fariseos y saduceos “raza de víboras” porque engañan a la gente con esta falsa prioridad. Juan sabe lo que Jesús va a explicarnos en el evangelio. No es el desempeño de los ritos que cuenta sino la conversión del corazón. En este tiempo festivo nosotros podemos caer en la misma inversión de prioridades. Podemos pensar que es suficiente para nuestra salvación peregrinar con la Virgen el día doce o asistir a la misa del gallo el veinticuatro del mes. Sin embargo, tanto Juan como Jesús dirían que no, nuestra asistencia a estos eventos en sí no va a sacarnos del pecado.

Entonces, ¿vale la pena marchar en las peregrinaciones o venir a la misa con la familia? Por supuesto vale porque estos actos nos conducen al necesario cambio de corazón. Cuando caminamos en las procesiones, nos hacemos en la niña del ojo de la Virgen como Juan Diego en la imagen de la Virgen de Guadalupe. Entonces ella nos mostrará a donde está Jesús. Como oramos en el Salve Regina, “Vuelve a nosotros tus ojos misericordiosos y después de este destierro muéstranos a Jesús.” Asimismo, en la misa siempre escuchamos la palabra de Dios. Esta escucha puede penetrar el corazón como dice la Carta a los Hebreos, como una “espada de doble filo.” Pero, en los dos casos la conversión del corazón nos exige un esfuerzo.

Tenemos que reconocer cómo el cambio a los modos de Jesús puede ser tan duro como una dieta de lechuga. Nuestro orgullo rebela contra la humildad de Jesús, nuestro temor impide su compasión, y nuestro capricho se burla de su honradez. Para lograrlo tenemos que aprender de él por hacernos sus servidores. En el evangelio Juan declara que él no es “digno de quitarle las sandalias.” Quiere decir que él es su servidor de Jesús. Maravillosamente el servicio de Jesús hace a Juan tan libre que puede desafiar a un rey y ganar su respeto. Así nuestro servicio al Señor nos hace libres de vicios que nos avergüenzan y gana la vida eterna que nos da la felicidad. Libres de vicios y felices para siempre -- que comencemos este servicio al Señor ahora.

Homilía para el domingo, 2 de diciembre de 2007

I Domingo del Adviento


(Isaías 2:1-5)

Adviento es el tiempo de grandes visiones, de altas ilusiones. “Ya no alzará la espada pueblo contra pueblo,” proclama el profeta Isaías. El mundo sin la guerra ofrece una esperanza digna de Adviento. ¿Qué dices? ¿Qué no hay guerra en nuestra tierra al momento? Aún en los Estados Unidos, que batalla en Irak, no hay el reclutamiento de muchachos, la alta producción de armas, y la escasez de mantequilla que asociamos con la guerra.

Sin embargo, existen otros tipos de guerra que abundan ahora. Hay la guerra doméstica en la cual los muchachos se rebelan contra sus papás. No vienen a misa; no cooperan en las tareas; no hablan con la sensibilidad. Más bien, se comportan en casa como si fueran prisioneros en un campo de concentración. También, hay la guerra personal en que nuestras pasiones saltan fuera de control como gotas de agua vertidas en aceite caliente. Miramos todo lo que nos ofrezca la televisión aunque sabemos que nos envenena el alma. Hacemos riñas con cada uno en la casa aunque nos damos cuenta que el buen humor crea un hogar feliz. La paz en estas guerras también vale como adecuado propósito para Adviento.

Estamos acostumbrados a pensar en Adviento como la preparación para la venida del Señor. Si nuestro concepto de su venida sólo es lo que ocurrió en Judea hace dos mil años, nos falta la imaginación. En primer lugar durante Adviento esperamos a Jesús a venir en la gloria para juzgar el mundo. Sólo en la segunda parte del tiempo volteamos la cabeza a Belén. Entonces, podemos agradecernos a Cristo por no haber llegado todavía. Pues, ni el mundo ni nosotros mismos quedamos listos para su juicio.

Nos preparamos para la venida de Cristo por asimilar sus leyes en nuestra conducta. Isaías prevé todos los pueblos trepando el Monte Sión para tomar instrucciones en la Ley de Dios. Nosotros realizamos esta visión por hacer caso al evangelio de Jesús. La mayoría de nosotros nos ocupamos durante Adviento con la compra de regalos y el cocinar de tamales. Sería provechoso que agreguemos la lectura del evangelio a la lista de quehaceres. Cada noche podemos leer el pasaje evangélico de la misa del día después de encender la vela en la corona de Adviento. (Igualmente aquellas personas que participen en las procesiones para la Virgen y en las posadas deberían considerar la atenta escucha del mismo evangelio como parte indispensable de estas devociones.)

Isaías tiene en cuenta este cambio de rutina cuando habla de espadas forjadas en arados y lanzas en podaderas. Las armas que hemos usado para defendernos de la maldad serán remodeladas en materiales para apoyar la bondad. Un joven tenía una empresa cibernética que valía millones. Entonces oyó la llamada del Señor para la vida religiosa. Ahora está facilitando el uso del Internet en varias parroquias y ministerios de la Iglesia mientras se prepara para el sacerdocio. Así nosotros también podemos poner nuestros talentos al servicio del Señor. ¿Qué dices? ¿Qué no eres experto en nada? Por lo menos puedes cambiar el tiempo de ver telenovelas en oportunidades de visitar a los enfermos y rezar por los muertos. Estas cosas no requieren esfuerzo demasiado grande. Además es Adviento, el tiempo de altas ilusiones. Jesús viene para juzgarnos. Esta vez que estemos más listos que nunca para recibirlo. Esta vez que estemos listos.

Homilía para el domingo, 25 de noviembre de 2007

Nuestro Señor Jesucristo, Rey del Universo

(Lucas 23:35-43)

En tiempos modernos no apreciamos la realeza. Creemos que las elecciones demócratas nos sirven mejor en todos casos. Como mucho, pensamos en los reyes y las reinas como símbolos de la nación. Se adornan con joyas y castillos para demostrar la grandeza del estado. Aún así, exigen mucha paciencia del pueblo. Una historia del gran rey francés Luís XIV demuestra la dificultad actual con la realeza. Un día dos campesinos encontraron al rey cazando. Uno comentó al otro que el rey no se llevaba guantes. El otro respondió que el rey no se necesitaba de guantes porque siempre tuvo las manos en los bolsillos de la gente.

Pero no siempre han habido tantas reservas hacia los reyes. Por la gran parte de la historia la realeza sirvió como los principales protectores y legisladores del pueblo. Los mejores reyes siempre pondrían el bien del pueblo antes su propia comodidad. En un drama de Shakespeare Enrique, el futuro rey de Inglaterra, habla de la pesada responsabilidad de ser rey. Dice que el llevará la corona “con más que el dolor regular.”

Ciertamente el evangelista en la lectura hoy ve a Jesús como rey sufriendo por el pueblo. En primer lugar, al ser rey (Mesías) ha costado a Jesús el suplicio de la cruz. No era una ejecución rápida y fácil sino lenta y tortuosa. Entonces, casi todos no lo reconocen como rey. Lo insultan y se burlan de él como un impostor. A lo mejor no seamos tan crudos como los soldados desdeñando a Jesús colgado bajo el letrero, “…el rey de los judíos.” Sin embargo, nos burlamos de su realeza cuando no acatamos su ley. Cuando pensamos en otras personas como objetos para nuestro provecho, nos reímos con los soldados a la cruz.

Sin embargo, al menos una persona en la escena se da cuenta de la naturaleza real de Jesús. El segundo malhechor crucificado al lado de Jesús reprocha al primero por participar en las barbaridades contra Jesús. Le pide a Jesús la misericordia cuando llegue a su reino. Jesús, entonces, le concede a este “buen ladrón” lo que sólo el rey del universo pueda – un puesto en el paraíso.

Es notable cómo el “buen malhechor” habla con Jesús. Por la única vez en todos los evangelios una persona se dirige a Jesús simplemente por su nombre sin título ni descripción. Haríamos bien para imitarlo. En todos tiempos de la vida – la tristeza, la necesidad, la alegría, y el éxito -- levantemos la voz diciendo, “Jesús,…acuérdate de mí.” Que digamos sin reservas, “Jesús,…acuérdate de mí.”

Homilía para el domingo, 18 de noviembre de 2007

Se pueden encontrar en continuacion homilías breves para el 4, 11, y 18 de noviembre.

XXXIII Domingo del Tiempo Ordinario

(II Tesalonicenses 3:7-12)

¿Trabajamos para vivir? O ¿vivimos para trabajar? ¿Es el trabajo una vocación, una carrera, o sólo los medios para que podamos hacer lo que realmente nos importe? La segunda lectura de la misa hoy nos da materia para reflexionar sobre estas cuestiones.

La segunda Carta a los Tesalonicenses de que sacamos la lectura dice que el regreso del Señor no tendrá lugar pronto. Por eso, San Pablo exige en la lectura que toda persona imite a él trabajando por el pan que coma. No cabe duda, entonces, trabajamos para vivir. Tenemos carrera para apoyar a nosotros mismos y nuestras familias.

Según los Hechos de los Apóstoles Pablo es un fabricador de tiendas de campaña. Podemos imaginar fácilmente a Pablo en el taller de trabajo hablando con la clientela sobre Jesús e invitándole a la cena del Señor después de trabajo. De esta manera Pablo combina su carrera y su vocación para predicar el evangelio. Como San Pablo, todos nosotros somos discípulos de Cristo llamados a compartir el evangelio con los demás. Podemos desempeñar esta vocación en nuestras carreras mencionando como Jesús nos ha salvado del pecado.

Sin embargo, nuestras carreras pueden volverse en nuestras vocaciones. Cuando trabajamos con diligencia en empresas honestas, contribuimos a un mundo nuevo, el modelo para el Reino de Dios. Aunque seamos barredores de calle, nuestros esfuerzos participan en el diseño de Dios para el bien de Su pueblo. Algunos piensan en hacer ministerios dentro de la iglesia después del trabajo o cuando se jubilen del trabajo. Que nuestra meta sea hacer el ministerio todos los días que trabajemos en llevar a cabo nuestras tareas el mejor posible.

Homilía para el domingo, 11 de noviembre de 2007

XXXII DOMINGO

(Lucas 20:20-38)

Estaban estudiando la moral. El tema volvió a la asistencia a la misa dominical. "Es una obligación seria," dijo el maestro tratando de enfatizar su importancia. Pero algunas personas quedaban inquietas con esta declaración. "¿Qué pasaría si uno no asiste?" le desafiaron, “¿Comete pecado mortal?" Así encontramos a los saduceos en el Evangelio.

Los saduceos creen que sólo la Ley, los primeros cinco libros de la Biblia, contiene la palabra inspirada de Dios. Porque estos libros no se remiten a la resurrección de los muertos, los saduceos niegan su existencia. Algunos se acercaron a Jesús con voz suave, "Maestro" dicen como si quisieran aprender del Señor. Sin embargo su pregunta es como un gusano sobre un anzuelo. Intenta a burlarse de Jesús porque él cree en la resurrección.

La historia que cuentan los saduceos es una farsa. ¿Quién jamás ha escuchado de una mujer casándose con siete hermanos seguidos? Jesús les señala el error a los saduceos. Ellos tienen un concepto equivocado de la resurrección. No va a ser el placer de la cama sino la felicidad de conocer a Dios. Los resucitados no se casan porque su relación con Dios completamente cumple sus deseos.

Finalmente, Jesús les ofrece a los saduceos prueba para la resurrección del mismo Ley. Se refiere al pasaje que habla del Señor como Dios de Abraham, Isaac, y Jacob. Si estos patriarcas ya no tienen existencia, el Señor no es su protector y salvador, en otras palabras su “Dios.” Pero es patente que las Escrituras dicen que sí es su Dios. Entonces viven resucitados los patriarcas.

Homilía para el domingo, el 4 de noviembre de 2007

XXXI Domingo de Tiempo Ordinario

(Lucas 19:1-10)

Identifican a Zaqueo como “jefe de publicanos y rico.” Hoy día dirían “jefe de policía y rico.” Gana sólo $40 mil pero maneja un nuevo Mercedes el domingo y un Toyota SUV el resto de la semana. “¿Cómo puede mantener estos dos carros?” pregunta la gente. La respuesta más común es que acepta sobornos. Ya Zaqueo quiere ver a Jesús. O, más bien -- piensa la gente -- quiere verse con Jesús. Según la opinión general, como un político trata de ganar el apoyo de los católicos con una foto con el Papa, Zaqueo trata ganar el respeto de la gente por asociarse con el santo Jesús.

Pero Zaqueo no se comporta como un pudiente aquí. Sube un árbol como un niño para coger una vislumbre del santo. Al menos, se puede decir que Zaqueo tiene otros intereses en la vida que contar sus pesos.

Hemos oído que en los ojos de Dios todos somos iguales. Ciertamente a Jesús aquí no le importa que Zaqueo tenga millones. Le trata del mismo modo como nos trata a nosotros; eso es, le hace exigencias. “Zaqueo, bájate pronto,” dice el Señor, “hoy tengo que hospedarme en tu casa.” Los ricos también tienen sus deberes ante Dios. De veras, porque disfrutan de muchos recursos, los ricos tienen que preocuparse por los pobres. Los Papas hablan del “hipoteca social” que tienen que pagar al bien de todos. Aún más de los humildes los ricos son obligados por Dios.

Zaqueo se percata de estos deberes. “Voy a dar a los pobres la mitad de mis bienes,” él dice a Jesús. Pero esta porción es doble lo que requiere la Ley judía. Significa el abandono de sí mismo por una persona que ha encontrado el cumplimiento de sus sueños. Es como el hombre que vende su casa y su carro para pagar a los médicos por la operación de su querida esposa.

La proclamación de Jesús nos mueve como un temblor. “Hoy ha llegada la salvación a esta casa,” le dice a Zaqueo. No sólo está bendiciendo a Zaqueo sino también a su familia y sirvientes. Además los pobres han sido bendecidos con el dote de Zaqueo. La acción de gracias abriga a todos. La caridad no sólo pone frijoles en la mesa de los pobres sino también sosiega el corazón del donador y siembra paz en la casa.

Homilía para el Domingo, 28 de octubre de 2007

El XXX Domingo de Tiempo Ordinario

(Lucas 18:9-14)

Jesús está predicando sobre la oración. Acaba de decir a la gente que debería rezar incansablemente. Como una vieja reniega para obtener lo que le pertenece, nosotros tenemos que implorar a Dios para lo justo, lo bueno, lo necesario. En el evangelio hoy Jesús agrega un apunte sobre el planteamiento en la oración.

De todos modos no debemos orar cómo el fariseo en la parábola. Aunque rece mucho, no se humilla ante el Altísimo. Más bien, él se pone erguido como un senador en el Congreso. Aunque se le agradece a Dios por las bendiciones que disfruta, no reconoce sus propias faltas. Más bien apunta con dedo los pecados de otras personas – los ladrones, los injustos, los adúlteros, y el publicano al fundo del Templo mascullando disculpas. Aunque los modos correctos acompañan sus oraciones – el ayunar y el pagar del diezmo, evidentemente presumo que estos actos por sí mismos pueden justificarse ante Dios.

En contraste, el publicano reza como si estuviera un soldado ante el generalísimo. No pretende a acercarse al sanctasanctórum, sino queda atrás porque reconoce su poca valía ante Dios. Usa pocas palabras para no molestar a su superior con palabrería. Parece que él sabe que en comparación a Dios él es poco generoso, poco compasivo aunque comparta la mitad de cada peso que tiene con los pobres. Por tanto, sólo le pide a Dios la misericordia. Una vez Santa Teresa de Ávila, que reformaba monasterios y escribía libros, dijo que cuando muriera, no diría nada a Dios de sus logros sino que sólo se postraría a Sus pies implorando la misericordia. Ésta es la actitud que rinde justificado al publicano aquí.

Nos queda con una pregunta, ¿podemos hablar con Dios como con un amigo? ¿O es necesario que siempre golpeemos el pecho ante Él? En un drama famoso un campesino judío de Rusia conduce una plática continua con Dios. Siempre le muestra el respeto pero no falta a compartirle la gama de sus pensamientos. ¿Solamente es pretencioso este tipo de intimidad con el Señor? No creo. Dios nos invita a formar una relación con Él cada vez más cercana. Es cierto que el temor de Dios es el comienzo de la sabiduría. Pero es sólo el comienzo. Entre más conozcamos a Dios, más lo amemos como un amigo y aún como un padre. Aunque Dios siempre merece nuestro respeto no es que tengamos que estremecerse cada momento en la oración. Podemos contar con Él como si fuera nuestro mejor amigo desde la niñez con un camioncito el día en que vamos a mudarnos. Sí, Dios es nuestro amigo desde la niñez.

Homilía para el domingo, 21 de octubre de 2007

Para las lecturas del Domingo Mundial de las Misiones (una homilía para el XXIX Domingo del Tiempo Ordinario sigue)

(Marcos 16:15-20)

Una vez un misionero regresó a su patria después de muchos años en Bangla Desh. Bangla Desh es un país mayormente musulmán cuya gente casi nunca convierte al Cristianismo. Cuando le preguntaron al misionero cuántas personas convirtió él en su tiempo allá, él respondió, "ni uno." Los preguntadores quedaban atónitos. Entonces el misionero recapacitó: “Bueno,” dijo el, “hice una conversión; yo me convertí en mejor cristiano.”

Puede ser sorprendente aún escandaloso que misioneros en tierras ajenas no logran conversiones. Sin embargo, convertir a la gente no es necesariamente el primer objetivo de su ida. Sobre todo los misioneros actuales quieren llevar a todos el amor de Dios. Como siempre, el amor consiste no tanto en palabras de la boca sino en obras de servicio. Cuando las Misioneras de Caridad dan a los enfermos de SIDA en Honduras un lugar donde pueden morir con dignidad, ellos muestran el amor de Dios. Cuando la Universidad Católica de Belén abre sus puertas a todos – cristianos, musulmanes, y judíos – muestra el amor de Dios.

Por supuesto, los misioneros no deben rehusar a nadie que quiera convertirse. Creemos que la salvación viene en primer lugar por declarar la señoría de Jesucristo. Por eso, mostramos el mejor amor cuando pasemos la fe a otras personas. Sin embargo, el Espíritu Santo puede convertir los corazones de gentes sin poner el nombre de Jesús en sus labios. Por eso, en el Viernes Santo no rezamos que los judíos se conviertan en cristianos sino que consigan “en plenitud la redención.” Es una diferencia sutil pero importante para los misioneros que trabajan entre pueblos con religiones tan arraigadas como el Judaísmo y el Islam.

En este Domingo Mundial de las Misiones nos preguntamos, ¿cómo podríamos nosotros apoyar a las misiones? Dos modos se nos presentan pronto. Podríamos ayudar a las misiones con nuestros pesitos. Aunque sean de poca cantidad, multiplicados por aquellos de muchas personas nuestros aportes se hacen en una suma sustancial. Nosotros dominicos tenemos a frailes misioneros en Centroamérica y en África. De hecho, somos aquí en Mexicali como proyecto misionero. Nuestras Hermanas Dominicas de la Doctrina Cristiana han formado una misión educativa y médica en la República africana de Guinea Ecuatorial. También podríamos rezar por las misiones no sólo ahora sino todos los días. Santa Teresa del Niño Jesús se hizo la patrona de misiones porque ella rezaba constantemente por los misioneros.

Existe un tercer modo para apoyar las misiones. Podríamos hacernos misioneros. No es necesario que dejemos nuestro pueblo para cumplir este propósito. Hay muchos ancianos solos que necesitan un saludo del amor cristiano. Hay muchas muchachas andando perjudicadas por pleitos en la casa que se aprovecharían de unas palabras sensatas por una vecina. En Cristo podríamos salir a tales personas llevando el amor de Dios.


XXIX Domingo de Tiempo Ordinario

(Lucas 18)

¿Hay experiencia religiosa más básica y, a la misma vez, más misteriosa que la oración? Oramos todos los días. Oramos a Dios en la misa renovando el sentido que formamos con gentes de todas partes Su pueblo. También, oramos en privado para fortalecer nuestra relación personal con Dios. ¿Y que exactamente queremos lograr con la oración? ¿Podemos esperar que Dios cambie su disposición hacia nosotros? O ¿es nuestro propósito solamente que transformemos nuestra actitud de autosuficiencia a humildad ante el Señor del universo? Bueno, en el Evangelio de hoy, Jesús nos ayuda con estas preguntas.

Jesús nos dice con parábolas que debemos orar continuamente. Primero, cuenta de un juez lo cual “ni temía a Dios ni le importaban los hombres”. En otras palabras, hace lo que le dé la gana para beneficiar a sí mismo. Jesús no compara a Dios a este tunante. Más bien, explica que si un oficial corrupto puede cambiar su disposición ante una persona importuna, con mucho más apertura le escucharía Dios a una hija fiel.

Aunque el Señor no refiere a Dios como un juez severo, a veces nosotros lo imaginamos así. Se nos dirigimos a Él sólo con oraciones formales, careciendo de sentimiento. Pensamos que a Él no le importamos. Nos miramos a nosotros en relación con Él como muchos niños ven a sus padres padrastros. Pero esto no es el Dios que Jesús nos revela. Al contrario, Jesús nos hace un retrato de Dios compasivo como un viejo a su hijo extraviado por años, y amoroso como una mujer preparando tortillas para la mesa familiar.

El personaje central de este evangelio es la viuda. Aunque sea vieja y arrugada, a ella debemos emular. Ella no acepta la opresión pasivamente sino lucha como un comando para sus derechos. Tampoco capitula ante un funcionario tan duro como mármol, sino lo sigue molestando como un taladro con mecha de acero. Con tanta insistencia debemos orar a Dios nunca dejándonos por vencidos sino siempre creyendo que el auxilio está ya en marcha. La oración incesante nos transformará en gente sensible a la voluntad para Dios. Con este tipo de oración siempre podremos discernir su mano extendida para salvarnos, venga lo que venga.

Jesús termina su parábola con una pregunta extraña. Interroga si el Hijo del hombre va a encontrar la fe en la tierra cuando vuelva. Parece que Jesús tiene en cuenta precisamente nuestros tiempos cuando un número creciente no acude a Dios para la salvación. En lugar de ir a la misa, ellos buscan la salvación en las modas de Abercrombie y Fitch. Por eso, la pregunta de Jesús indica la mejor definición para la oración: es la fe hablando. Cuando oramos, exponemos nuestra fe en Dios como nuestra Salvador.

Homilía para el domingo, 14 de octubre de 2007

XXVIII Domingo de Tiempo Ordinario

(II Timoteo 2:8-13)

Nos levantan la cabeza. Llegan a la iglesia en sillas de rodillas y arrastrando botellas de oxígeno. No por fuerza asisten a la misa sino por fidelidad. Se parecen a Pablo hoy en la segunda lectura. Está encarcelado pero no desiste de predicar el evangelio. En lugar de proclamar a Jesucristo en el medio de una asamblea, él escribe cartas. La fidelidad es vivir la fe. Comprende un abanico de actividades más de asistir a la misa. Es poner los ladrillos con empeño en la mañana y acostar a los niños con un beso en la noche. Si se nos impide hacer una cosa, redoblamos los esfuerzos para llevar a cabo las otras.

Nos inspira ser fieles la palabra de Dios. Como dice la lectura no se puede encadenarla. Hace setenta años los Soviéticos la prohibieron y los Nazis la suprimieron. Sin embargo, hoy existen traducciones de la Biblia en 2,400 lenguajes. Pero no simplemente es la presencia e la Biblia sino su lectura que no se puede contener. Pues, reflexionando en la palabra de Dios la gente se da cuenta de su dignidad como personas. Por esta razón los campesinos de Centroamérica durante los 1970s y 1980s siempre leían su Biblia Latinoamericana a pesar de que en casos los militantes los secuestraron si los encontraron con ella.

Sobre todo la palabra de Dios explica la meta de nuestras vidas. Es cierto que todos humanos quieren ser felices. Pero ¿de qué consiste la felicidad? Algunos dirán plata en tu bolsillo o un muchacho guapo tocando tu brazo. Nosotros diremos que la verdadera felicidad – la meta de nuestras vidas -- es vivir con Dios para siempre. La Biblia nos revela que la vida no termina con el sepulcro sino mira adelante a la resurrección de la muerte. Entre tanto después de la muerte el alma sigue sin el cuerpo como a veces tarareamos la música de una canción hasta que lleguen las palabras.

No debemos ni negar ni ser infieles a Cristo. Negarlo es divorciarnos de él. Es el pecado de Pedro en la pasión de Cristo. Es el dilema de aceptar el martirio para varios cristianos antiguos, para muchos cristianos del Oriente en los siglos pasados y para unos pocos en el mundo actual. Es la razón por decir “no nos dejes en tentación” en el Padre Nuestro. Ser infiel es cosa más cotidiana y por ende más retador para la mayoría de nosotros. En el matrimonio ser infiel es andar con otra mujer u otro hombre. En cuanto a Dios ser infiel es poner la plata, el placer, el prestigio, o el poder por encima de Su voluntad.

Podemos quedarnos asegurados de una cosa. Cristo no va a ser infiel a nosotros. Por el Bautismo y aún más por la Eucaristía nos hemos asimilado en su cuerpo. Por ser infiel Jesús tendría que descuidar los miembros de su cuerpo. Sería el corredor descuidando sus pies o la pianista descuidando sus dedos. No, Cristo es tan supremo corredor y tan excelso pianista para descuidarnos. Podemos siempre contar con su apoyo.

Homilía para el domingo, 7 de octubre de 2007

XXVII Domingo del Tiempo Ordinario

(Lucas 17:1-5)

“¿Qué tiene el evangelio para mí?” querríamos preguntar. Si tú eres padre de familia, jefe de trabajo, maestra de escuela, oficial del gobierno, o ministro de la Iglesia, escucha bien. El evangelio de este domingo tiene que ver con el desempeño de tus cargos. Jesús acaba de decir que los responsables por otras personas tienen que cuidar que no les den escándalo. Si lo dan, van a terminar peor que aquellos tirados en el mar llevando una piedra de molino como collar.

Porque tienen tanta responsabilidad los discípulos vienen a Jesús pidiendo más fe. Es como los maestros exigiendo sueldos más grandes por todos sus cargos que llevan. Aunque los educadores merezcan un aumento, Jesús asegura a sus seguidores que no les falta la fe. Simplemente tienen que vivirla para ver resultados tan espléndidos como palmeras plantándose alrededor de sus casas.

Sin embargo, dudamos cuando enfrentamos dificultades. Levantamos nuestra voz a Dios pidiendo socorro y si no lo recibimos pronto, sentimos que Él no nos escucha. Aún comenzamos a interrogar si Dios existe. Una mujer, madre de familia y por toda su vida católica practicante, dice que ya no está segura que tenga la fe. Recientemente su confianza en Dios ha sido sacudida. Desde su hijo perdió su empleo el año pasado, ella ha rezado que encuentre otro. Pero el joven no sólo no ha hallado trabajo sino no ha mostrado muchas ganas en la búsqueda.

Jesús cuenta la parábola para calmar nuestros temores. Como un siervo no espera que su amo le atienda cuando regresa del campo, tampoco debemos esperar que el Señor responda rápidamente a todos nuestros deseos. No somos cristianos para que sintamos cómodos en este mundo. Más bien, creemos para que tengamos la felicidad de la vida eterna. Recientemente se ha revelado que la Madre Teresa por largos años no sentía la cercanía de Dios. Ella escribió que experimentaba las tinieblas, la soledad, y la sequedad de la duda. No obstante todas las mañanas a las cuatro y media ella se presentaba ante Dios en la capilla. Además, todos los días recogía a los más apestosos de las calles. Afortunadamente, la mayoría de nosotros no tenemos el sentido de ser completamente abandonados como la Madre Teresa. Sin embargo, como ella queremos seguir adelante en la oración y en las obras de caridad. Que sigamos adelante en la oración y en la caridad.

Homilía para el domingo, 30 de septiembre de 2007

XXVI Domingo del Tiempo Ordinario

(Lucas 16,19-31)

Para entender cualquiera parábola de Jesús, tenemos que notar a quien se la dirige. Las parábolas a los discípulos tienen un diferente matiz que aquellas a los fariseos. Es como si estuviéramos a decir a un amigo, “Tienes que comer los frijoles,” a lo mejor a él le van a gustar. Sin embargo si dijéramos las mismas palabras a una hija, probablemente estaríamos haciendo un mandato porque a la niña no le gustan frijoles. En la parábola del evangelio hoy Jesús les sirve a los fariseos frijoles que no les van a gustar.

Los fariseos en el Evangelio según San Lucas son no solamente expertos en la Ley sino también “amigos de dinero.” De hecho, según Lucas, ellos explotan la Ley para acaparar el dinero. El libro Deuteronomio promete que las personas que siguen la Ley serán benditas aquí en la tierra y las personas que la descuidan serán malditas. La lógica de los fariseos es así: si ellos son benditos con plata y oro, es porque han practicado la Ley. Pero los pobres son como son porque han descuidado la Ley. Por eso, ellos no tienen que ayudar a los pobres porque sería apoyar el descuido de la Ley.

Sin embargo, con esta lógica los fariseos están distorsionando la Ley. Deben saber que la Ley manda el socorrer a los pobres. A veces encontramos este tipo de mentira entre católicos. Había un sacerdote viejo, amargo, y lastimosamente crudo. Él solía decir que no vale la pena dar de comer a los hambrientos porque cuanto más se les de, más vivirán; cuanto más vivan, más procrearán; y cuanto más procreen, más pedirán comida. “No, Padre, no es así. Con todo respeto, Jesús nos dice, `…cuando lo hicieron con algunos de los más pequeños de mis hermanos, me lo hicieron a mí.’”

Algunos radicales dirán que la parábola significa un reverso completo a la muerte. Piensan que como el rico en la parábola sufre las llamas del infierno a su muerte y el pobre se goza en el seno de Abraham a la suya, todos los ricos van a ser condenados y todos los pobres van a ser exaltados. Pero esto no es la intención de Jesús. El rico está atormentado en la muerte por haber desatender la responsabilidad al hambriento en su puerta. ¿Será así con nosotros? En muchas partes las dispensas parroquiales están repletas con comidas porque nadie las lleva a los pobres. ¿Puede ser que nosotros desatendamos a los pobres en nuestro medio?

Abraham no concede la petición del rico a mandar a Lázaro para advertir a sus hermanos. Nos parece algo severo ¿no? Pues, pensamos que los vivos escucharán a un resucitado. Sin embargo, Abraham sabe mejor. Ellos malentienden la Ley y los profetas que manda el compartir sus tacos con los hambrientos. Asimismo, no creerán tampoco en el resucitado de quien la misma Ley y los profetas hablan. Que no sea así con nosotros. Que compartamos felizmente con los necesitados porque creemos agradecidamente en Jesús resucitado.

Homilía para el domingo, 23 de septiembre de 2007

XXV Domingo de Tiempo Ordinario

(Lucas 16)

El maestro hablaba de los derechos humanos. Dijo que los derechos son los bienes básicos para vivir con la dignidad. Entonces, preguntó a la clase, “¿Quién puede nombrar un derecho humano?” Un muchacho, siempre listo para hablar, alzó la mano. “Sí, Carlos,” dijo el maestro, y el niño respondió, “Dinero.” El maestro quedó sorprendido por un segundo. Entonces comentó, “No, dinero no es un derecho humano porque no podemos comer monedas ni podemos construir una casa con billetes.” Sin embargo, en un sentido tuvo razón el muchacho. El dinero facilita el asegurar los derechos humanos como el agua facilita la limpieza.

El dinero siempre ha sido una espada con dos filos. Sí, nos ayuda obtener tortillas y transporte. Pero puede ser el anzuelo que nos atrapa en pecado. Como San Pablo amonesta a Timoteo, “La raíz de todos los males es el amor al dinero” (I Timoteo 6,10). Para obtener dinero los hombres y mujeres harían cosas raras. Tal vez estuviera en tu primaria un muchacho que tragó un pececito por una moneda.

En el evangelio Jesús aconseja que seamos prudentes con el dinero. Deberíamos usarlo por el bien de todos y no sólo para satisfacer nuestros antojos. Hay un dicho, “Dinero es como el abono: hay que desparramarlo antes de que haga algo bueno.” Jesús estaría de acuerdo. Cuando desparramos una parte de nuestra plata hacia los pobres – diría Jesús -- ganamos un premio en el Reino de Dios.

La parábola que ocupa Jesús para entregar su mensaje ha apenado a los piadosos a través de los siglos. Aparentemente indica que Jesús está aprobando el fraude desde que ella muestra el amo elogiando al administrador injusto. Pero no es así más que admiraríamos a un pícaro por habernos tomado la cartera del bolsillo sin que sintiéramos nada. Solamente el amo queda impresionado por la habilidad del administrador de proveer para el futuro con pocos recursos.

La clave del evangelio es el dicho que seamos fieles en pequeñas cosas. A lo mejor no nos va a tocar la lotería para construir un nuevo templo, para patrocinar un asilo a los desamparados, o para resolver el problema de la malaria en el África. Sin embargo, muy probablemente tendremos un sueldo para apoyar la parroquia, para contribuir una dispensa al banco de comida, y para aportar las misiones. Con pasitos así la mayoría de nosotros ganamos el premio en el Reino de Dios.

Homilía para el domingo, 16 de septiembre de 2007

Domingo, XXIV Semana del Tiempo Ordinario

(Lucas 15)


La llamamos “la parábola del hijo pródigo.” Sería más correcto decir, “la parábola del hombre con dos hijos.” Pues cuenta de un padre maravilloso con dos hijos que se comportan neciamente como muchos nosotros.

Algunos aquí fácilmente se ven a sí mismos en el hijo menor. Tal vez vagáramos como jóvenes desgastando nuestra plata en cerveza y marihuana. Sin embargo, en sentido más profundo todos nosotros asemejamos al hijo menor cuando dejamos la casa de los padres para reclamar nuestro propio rinconcito en el mundo. En ese proceso a menudo nos olvidamos del amor de Dios y permitimos que los valores del mundo sustituyan Su plan para nosotros. En esquela anhelábamos notas altas en lugar del conocimiento. En el sexo buscamos el placer gratificante en lugar de la entrega entera a nuestra pareja. En la familia soñamos de comprar una casa de dos pisos en lugar de gastar los ahorros en la educación de los niños. Se puede extender esta lista indefinidamente, y en todos casos habrá una brecha ancha entre los deseos mundanos y el proyecto de Dios para nosotros.

En la parábola de Jesús el hijo menor se cae en busca de aventura. Él sufre el hambre, recuerda la bondad de su padre, y regresa a casa para pedirle misericordia. Todos nosotros tenemos que dirigirnos al mismo rumbo. Es el redescubrimiento del amor de Dios que nos da la esperanza. Este amor es como diamantes – sin precio, sin gastamiento, sin vencimiento. Este amor provee un cimiento estable en esta vida y un hogar eterno en la vida que sigue.

Nosotros que asistimos a la misa dominical no deberíamos tener problema de ver a nosotros mismos en el hijo mayor. Después de todo, Jesús lo incluye en su parábola como una lección a los fariseos, los observantes de reglas más detallados en la historia. Acatando exteriormente a los mandamientos, creemos que merezcamos premios infinitamente más grandes que aquellos que los ignoren. Siempre llegando temprano, resentimos a la gente que llega diez minutos tarde. Asimismo, trabajando duramente por cada peso renegamos cuando vemos a otras personas recibiendo la ayuda social.

Molestado por la celebración para su hermano menor, el hijo mayor no puede darse cuenta de cómo su padre se humilla para llamarlo a la fiesta. Tampoco puede apreciar que todas las pertenencias de su padre serán de él. El resentimiento y la envidia pueden quemar a cualquiera persona. Sin embargo, no somos desarmados frente estos remordimientos. Podemos escoger la gratitud por todo lo que tenemos en lugar del resentimiento por lo que nos falte. La mayoría de nosotros venimos de buenas familias. Tenemos al menos el techo sobre la cabeza y frijoles para la mesa. Antes de preocuparnos de tan injusta aparece la vida, deberíamos dar gracias a Dios por tan beneficioso Él es.

En la parábola es el padre que realmente llama la atención. Un símbolo por Dios, este hombre ama a los dos hijos a pesar de sus pecados. Podemos imitar a él aún si no somos padres de familia. Como el padre recibe a su hijo menor sin regañarlo nosotros tenemos que aceptar a nuestras familiares, amigos y asociados. Tal vez no podamos aprobar todas sus acciones, pero sí podemos exponerles nuestro amor. Hace poco una mujer se acercó a un sacerdote llorando porque su hija es homosexual. Se espera que ella le tomara a cariño el consejo del sacerdote que una orientación homosexual no es pecaminosa. Además, le dijo que una tal joven necesita particularmente el amor de sus padres. Más allá que aceptar a nuestros familiares, tenemos que darles tiempo. En la parábola el padre interrumpe su festejar para atender a su hijo mayor. No exige que este hijo reúna en la fiesta. Sólo quiere que entienda el propósito de ella. Así, tenemos que pasar tiempo con nuestros queridos seres.

En una famosa pintura detallando el regreso del hijo prodigo el artista Rembrandt muestra el padre mirando de soslayo mientras toma a su hijo menor en sus manos. El pintor quiere decir que el padre es ciego. No ve a su hijo como pecador. Es así entre Dios y nosotros. Cuando nos volvemos a Él, no nos ve como pecadores. No, somos solamente sus queridos hijos.

Homilía para el domingo, 9 de septiembre de 2007

El XXIII Domingo del Tiempo Ordinario

(Lucas 14)

Jesús está en camino. Va a Jerusalén acompañado por sus discípulos y una gran muchedumbre. ¿Qué tipo de movimiento forman? ¿Es una procesión funeraria? Al menos Jesús está consciente de lo que va a pasar cuando llegue a su destinación. Ha dicho a sus discípulos al menos dos veces que el Hijo de hombre va a ser matado. Pero ellos no lo entendieron. Ahora los discípulos piensan que están en una marcha militar. Como un gran ejército ellos apoyados por el pueblo van a tomar poder de Jerusalén en nombre de Dios. Por eso se discuten entre sí cuestiones vanas como quien es el más importante. Y la gente que hincha el número del grupo, ¿qué piensan ellos del movimiento? Andan con entusiasmo como si fuera un desfile. Pues, Jesús les provee palabras conmovedoras y, cuando sea necesario, aún el pan de comer.

Dando cuenta de lo que está pasando, Jesús tiene que corregir las ideas equivocadas. Vuelve a sus seguidores para amonestarles de lo que va a tener lugar en Jerusalén. No va a ser el triunfo que imaginan. Más bien, será el sacrificio de la cruz. Por eso, tienen que escoger entre sus familias y él, aún entre sus propias vidas y él. Este escogimiento ya vuelve a nosotros. ¿Amamos a Cristo más que a nuestros hijos? Entonces no cederemos cuando nos piden otro juguete o a ver una película obscena. ¿Amamos a Cristo más que a nuestros padres? Entonces no aceptaremos los prejuicios engendrados en la casa contra los indígenas o contra los morenos. ¿Amamos a Cristo más que a nosotros mismos? Entonces no dejaremos que el soberbio de nuestros asociados, la insensibilidad de nuestros familiares, o el engaño de nuestros propios corazones nos causen a estallar de rabia.

¿Nos hemos dado cuenta de que cuando amamos a Cristo sobre todo, amamos a la familia y a nosotros mismos mejor? Es cierto, cuando no cedemos a los antojos de los niños, ellos desarrollan caracteres disciplinados. Cuando rechazamos los prejuicios, nuestra justicia refleja bien a nuestros padres. Cuando controlamos nuestro enojo, nos hacemos en personas más tranquilas y amigables.

Antes de proceder, Jesús nos exige que pensemos con cuidado. Tenemos que calcular lo que nos va a costar para seguirlo y decidir: ¿Realmente quiero proceder adelante con él o prefería otro camino menos riguroso? El otro día en el Seguro Social hubo una joven que aparentemente ha aceptado el costo de seguir a Jesús. Me pidió que visitara a su marido que fue severamente lesionado en un accidente laboral. Cuando fui, lo encontré fijado en una silla sin movimiento ni palabras. En la mañana la mujer lo devolvería a su hogar para cuidarlo y atender a sus dos hijos a la vez. Ella no se me quejó mucho menos me pidió aporte. Solamente quería que le echara una bendición a su esposo.

Dicen que todo el mundo quiere un desfile. Sí, nos alegramos andar con entusiasmo entre una gran muchedumbre de gente. Pero no es lo que signifique el acompañamiento de Jesús, al menos en el sentido más profundo. No, para realmente acompañarlo tenemos que pagar el costo de seguimiento. Tenemos que escoger el sacrificio de la cruz. Sin embargo, por lo que ganamos es buen precio. El sacrificio de la cruz.

Homilía para el domingo, 2 de septiembre de soo7

XXII Domingo de Tiempo Ordinario

(Lucas 14)

Parece como un paso adelante. Sin embargo, vale un segundo vistazo. Los trabajadores están ganando más plata que nunca. Sin embargo, han tenido que trabajar más horas por semana también. La vida es siempre un reto de balancear el tiempo en el trabajo y el cuidado de la familia, los esfuerzos para mejorar la sociedad y el descanso para mantener la salud.

Nosotros somos un pueblo trabajador. Siempre trabajamos no sólo para ganar la vida sino también para mantener el equilibrio. Sin el trabajo la vida se volvería estéril como tierra sin agua. No somos como Peter Pan, el muchacho mítico que rechazó a crecerse. No, anticipamos una carrera para realizarnos en el mundo. Aún personas retiradas buscan trabajo voluntario para que no desgasten todo su tiempo mirando la tele.

El evangelio no toca directamente el tema del trabajo. Tiene que ver con el comportamiento de cristianos en la sociedad. Sin embargo, desde que participamos en la sociedad mayormente por el trabajo, podemos leer el pasaje tomando en cuenta nuestra labor.

El pasaje contiene dos partes. Jesús aconseja a los huéspedes que no ocupen los primeros asientos y se dirige a los anfitriones que inviten a los necesitados a sus casas. La primera parte nos recuerda a ser humildes y la segunda, a ser compasivos. ¿Cómo podemos aplicar la humildad y la compasión a nuestras vidas laborales?

Algunos piensan que su trabajo valga simplemente porque lo hacen. Eso es la falta de humildad. Pues, la verdadera humildad no es menospreciar a nosotros sino apreciar justamente lo que seamos y lo que hagamos. Un hombre cumplido cuando trabajaba en la fábrica siempre firmaba el artículo con, dijo él, “orgullo.” Eso es, hizo su mejor para rendir un producto de calidad. Al menos en este caso el orgullo no se opone a la humildad sino la apoya. Rendimos productos de calidad cuando desarrollamos nuestra capacidad por la educación, el entrenamiento y la experiencia. También es necesario que nos fijemos en lo que hacemos. Por supuesto, tenemos que dejar a otras personas el juicio de calidad. Sin embargo, cuando desarrollemos la capacidad y trabajemos con la atención, a lo mejor nos van a promover a los altos puestos.

Aunque todo trabajo justo mejora el mundo, la mayoría de la gente trabaja en primer lugar para los frutos económicos. El trabajo nos provee frijoles, techo, y cuidado médico para seguir adelante. Sin embargo, los frutos del trabajo no son exclusivamente para nuestro propio bien. Son los medios con que cumplimos las obligaciones a la familia y también a los necesitados. Algunos no pueden trabajar sea por falta de salud, por falta de empleo, o por tener a un pariente en casa enfermo. Nuestro apoyo a estos pobres asegura dos cosas: no les falten a ellos lo básico en el mundo y no nos falte a nosotros un lugar en el cielo.

A veces nos critican a nosotros cristianos de divorciar el lunes del domingo. Eso es, no vivimos durante la semana la fe que profesamos en la misa dominical. Podemos superar esta crítica por aplicar el evangelio hoy cuando volvemos al trabajo. Que seamos humildes de modo que tomemos orgullo en nuestra labor. Y que utilicemos parte de los frutos del trabajo para cumplir nuestras responsabilidades hacia los pobres.

Homilía para el domingo, 26 de agosto de 2007

XXI Domingo de Tiempo Ordinario

(Lucas 13)

Cuando éramos chicos en la escuela católica solíamos hacer preguntas difíciles a las maestras de religión. “Hermana,” hubiéramos dicho, “si estás matado cuando caminas a confesión, ¿vas al cielo o al infierno?” Por supuesto, la hermana conocía muy bien el juego. Ella hubiera respondido, “¿Qué piensas tú?” En el evangelio hoy, Jesús responde tan hábilmente como la hermana a un interrogante.

“¿Señor, es verdad que son pocos los que se salvan?” alguna persona le pregunta a Jesús. Tal vez los fariseos han instruido al interrogador que la mayoría de la gente son malditos perezosos. Pero hoy día, la gente piensa más en la misericordia de Dios. A lo mejor nuestra pregunta es distinta. “¿No es que Dios salve a todos?” preguntaríamos a Jesús. Aún si nosotros guardamos la fe, todos nosotros tenemos a queridos seres que no adhieren a los mandamientos. “Dios no va a condenarlos, ¿verdad?” esperamos.

En el evangelio Jesús esquiva la cuestión. Quien el Padre salvará y quien condenará es para Él de determinar. No obstante Jesús nos comparte su sabiduría. “Esfuércense por entrar por la puerta que es angosta,” Jesús aconseja. Quiere decir que debemos disciplinarnos para que siempre hagamos lo bueno y evitemos lo malo. No hay lugar entre sus seguidores por los flojos que dicen, “un vistazo a la pornografía o una mentira no hace daño a nadie.” Podemos añadir que no somos verdaderamente cristianos si nos ignoramos de los necesitados.

Posiblemente algunos de nosotros todavía pensemos que asistir en la misa va a ganar la salvación. No es así, Jesús aclara, cuando dice: “Entonces le dirán con insistencia, ‘Hemos comido y bebido contigo…’ Pero él les replicará,…’Apártense de mí todos ustedes los que hacen el mal.’” Sin embargo, no es la verdad que la misa no nos ayude. Al contrario, Jesús espera que la misa nos sirva como una plataforma de lanzamiento donde recibimos el combustible y la dirección para perseguir el bien. En una ciudad el director del asilo de desamparados más grande puede hallarse todos los días a la misa de las siete en la catedral.

“¿Es necesario que seamos católicos para ser salvados?” Ésta fue una de nuestras preguntas favoritas para las maestras de religión. Si nos contestaron “sí,” exclamaríamos, “¿Qué pasan con todos los buenos judíos?” Si dijeron “no,” tendríamos una excusa de no levantarnos para la misa dominical. ¿Cómo respondería Jesús? Dice en el evangelio hoy, “Vendrán muchos del oriente y del poniente, del norte y del sur, y participarán en el banquete del Reino de Dios.” A lo mejor quiere decir que todas estas gentes serían evangelizadas. Sin embargo, aún si está refiriendo a aquellos que sin escuchar del amor de Dios han respondido a la gracia del Espíritu Santo en sus corazones, habrá una necesidad para misioneros. Eso es, nosotros cristianos católicos tenemos que dar testimonio al amor de Dios por predicar el evangelio fuera de los lugares donde nos sintamos cómodos. Tenemos que contar a la gente en el trabajo tanto como a nuestros hijos y nietos cómo Dios nos ha bendecido. Tenemos que enseñar el amor de Dios a los que limpian los lugares donde trabajemos tanto como a nuestros vecinos. Sí, tenemos que ser misioneros todos nosotros.

Homilía para el domingo, 19 de agosto de 2007

XX DOMINGO ORDINARIO

(Hebreos 12)

De las cartas del Nuevo Testamento ninguna es más curiosa que la a los Hebreos. Una vez se pensaba que San Pablo fue el escritor de esta carta. Pero con más atención al vocabulario y al razonamiento se dio cuanta que no, Pablo no podía haberla escrito. Hasta ahora el autor queda un misterio tanto como los destinatarios. Se cree que ellos eran cristianos judíos por los contenidos de la carta, y por eso se llama la carta “a los hebreos.” Pero no sabemos con certeza donde vivieran ni si fueran realmente de raíces judías.

Sin embargo, se destaca la Carta a los Hebreos por su consideración sumamente balanceada de Jesús como Dios y como hombre. También, la carta es un tesoro de joyas bíblicas. Sólo ella habla de Jesús, “hoy como ayer y por la eternidad” (Heb 13,8). Sólo ella describe la palabra de Dios como “más penetrante que espada de doble filo” (Heb 4,12). Sólo ella nos da una definición muy atestada de la fe: “La fe es la forma de poseer, ya desde ahora, lo que se espera y de conocer las realidades que no se ven” (Heb 11,1).

Sobre todo la Carta a los Hebreos cala hondo en el corazón porque describe la lucha contra el pecado. Como dice el pasaje que leemos hoy, esta lucha no nos ha costado el derrame de sangre; sin embargo, nos cansa. Ésta es la lucha de mantenernos como fieles cristianos católicos en una sociedad más apegada a la comodidad que a la rectitud y más observante de la selección nacional que la misa dominical.

Es la lucha de varias mujeres no casadas contra la tentación de juntarse con un hombre. Es dura como batallar un jaguar porque necesitan el apoyo para criar a sus niños. Es también la lucha del homosexual de vivir casto con pasiones que no se calman fácilmente. O es el reto de no tomar lo que no nos corresponda. Una vez un hombre encontró cinco mil dólares en una bolsa al lado de una bomba de gasolina. Devolvió el dinero a la administración de la gasolinera y vino quien se le cayó la bolsa para reclamarla. El hombre era persona muy honrada pero admitió que estuvo tentado a huirse con los billetes.

La Carta a los Hebreos nos exhorta que fijemos la mirada en Jesús para conducirnos como él. Él ha sufrido la cruz, una prueba más dolorosa que tendremos nosotros. El propósito aquí no es sádico: porque Jesús sufrió, también debemos sufrir nosotros. No, la idea es esperanzadora. Como el dolor que sufrió Jesús le ganó la gloria, así nuestro dolor juntado a aquel del Salvador va a resultar en nuestra vida inmortal. Siempre queremos fijar los ojos en Jesús.

Homilía para el domingo, 12 de agosto de 2007

Domingo, 19 Semana del Tiempo Ordinario

(Lucas 12)

Para prepararnos para un huracán tenemos que atender varias cosas. Deberíamos identificar los posibles peligros para proteger el hogar antes de que llegue la tormenta. También tendremos que conseguir varios suministros de emergencias como recipientes suficientes para cinco galones de agua para cada uno en la casa, bastantes alimentos no perecederos para cinco días, un botiquín de primeros auxilios, y un radio portátil y linternas de pilas. Además, será necesario tener un plan de evacuación que incluye las rutas indicadas de salir y un vehículo lleno de gasolina.

En contraste con esta lista larga de quehaceres para un huracán, el evangelio hoy nos recomienda sólo unos requisitos para la venida del Señor. En primer lugar debemos desencumbrarnos de cosas no necesarias. Es correcto, no tenemos que conseguir más cosas sino deberíamos regalar lo superfluo nuestro a los pobres. ¿Está lleno nuestro almacén de alimentos? Que hagamos algunas dispensas para los apurados. ¿Nos ha tenido éxito el negocio este año? Que preparemos un cheque para aquellos que asistan a los necesitados.

Entonces, tenemos que ponernos de hábitos para servir a los demás. ¿Cómo cumplimos esto? Aquí son algunos ejemplos. Un hombre de negocios cada viernes deja su oficina en el centro al mediodía para ir a un comedor para los desamparados. Allí se pone de un delantal para servirles la comida. Un contratista oye del apuro de unas religiosas que venden tamales para edificar su convento. Una persona deshonorada las ha estafado de $15,000. Entonces, el contratista les ofrece el servicio de supervisar la construcción. Un mecánico de raza negra encuentra a un viajero blanco cuyo carro se le ha quebrado en la carretera la noche antes del Día de Dar Gracias. El mecánico le arregla el carro sólo por el costo de los repuestos.

La recompensa para el servicio sobrepasa toda expectativa. Más allá en este evangelio de Lucas Jesús dice a sus apóstoles que ninguno de ellos dejaría a comer a un siervo antes de sí mismo (17,7). Sin embargo, aquí el Señor dice que hará casi exactamente esto a aquellos que se preparen para su venida por servir a los demás: “se recogerá la túnica, los hará sentar a la mesa y él mismo les servirá.”

Los peros de prepararse bien para el Señor a menudo son que no tenemos tiempo y que somos demasiado ocupados. No obstante, cuando examinamos nuestras vidas, quedamos desconcertados con cuanto tiempo despilfarramos sobre cositas. Miramos televisión aunque decimos a los niños que ello es desestabilizador. Hablamos por teléfono hasta que echemos chismes que lamentamos. Sería mejor que dediquemos alguno de este tiempo disponible al servicio de los demás. Sería pagar un pequeño precio por un gran premio. De veras, nos procuraría la vida en abundancia.

Homilía para el domingo, 5 de agosto de 2007

Domingo XVIII del Tiempo Ordinario

(Colonsenses 3)

Una pintura de la historia del camino a Emaús llama mucha atención. Muestra, naturalmente, Jesús platicando con dos de sus discípulos en el sendero. Pero las tres figuras ocupan sólo una pequeña porción de la obra. Más dominante es la naturaleza. Los árboles oscuros y los cielos brillantes empequeñecen a los humanos. La pintura nos comunica la idea que el cristianismo va a comenzar como movimiento chico dentro de un mundo inmenso. En la segunda lectura Pablo pone a todos nosotros en el lugar privilegiado de los dos discípulos de Emaús.

Cristo ha resucitado de la muerte. Ya vive en lo alto, libre de las amenazas del pecado. Sin embargo, es accesible a nosotros. Pablo nos urge que lo acompañemos. Lo hacemos cada cuando pongamos a lado comportamientos viles para tomar comportamientos suavecitos. Eso es, nos juntamos a Cristo cuando dejamos chismes, jactancias e insultos para decir cumplidos, agradecimientos, y disculpas.

El primer paso del acompañamiento consiste de quitarnos de los vicios. Los pecados habituales nos pegan como pulgadas a un perro. Dentro de poco no sólo nos molestan a nosotros sino también a todos nuestros asociados. Porque las pasiones sexuales nos agarran como ningún otro, Pablo coloca los pecados que causan primeros en su lista de vicios. Lo prohibido incluye el adulterio (el acto sexual hecho por una persona casada con otro que no es su esposo o esposa) y la fornicación (la unión carnal entre dos personas no casadas). También es pecaminosa la avaricia para cosas. Pablo llama la avaricia una forma de idolatría porque nos hace pensar que un televisor con pantalla plana o un SUV va a hacernos felices.

En lugar de seguir llevando los vicios, Pablo exhorta que nos revistamos con el nuevo yo. Y ¿qué es este “nuevo yo”? No es un nuevo ropero con la marca Calvin Klein sino una nueva consciencia de vivir por el amor de Cristo. Somos de él desde que hemos sido bautizados en su muerte. Por eso, en lugar de ponernos como número uno, buscamos la paz entre la gente.

Tomamos un ejemplo de la vida de Santo Domingo, cuya fiesta celebramos este miércoles. Cuando era joven estudiante, Domingo copiaba los apuntes de su profesor en sus pergaminos con los pasajes bíblicos. De esta manera tuvo para sí mismo un tesoro de sabiduría. Pero Domingo no estaba contento con la riqueza cuando vio mucha gente muriendo de hambre en la ciudad. Entonces vendió todo lo que tenía aún sus pergaminos preciosos para socorrer a los pobres. ¡De hecho, quería venderse a sí mismo como esclavo para ayudar a los hambrientos!

No, nosotros no tenemos que dar vía nuestro carrito o nuestra casita. Pero ¿qué podemos hacer para vivir por Cristo? ¿Conocemos a un anciano solitario a quien le gustaría una llamada telefónica? ¿Hay un amigo con quien hemos discutido en el pasado sin jamás haber reconciliado? ¿Existe una familia sin recursos a la cual hemos pensado llevar una dispensa? Por el amor de Cristo que no esperemos más en extendernos a estas personas.

Homilía para el domingo, 29 de julio de 2007

XVII DOMINGO de Tiempo Ordinario

(Lucas 11)

Hace poco dos muchachas se me acercaron después de misa. Me pidieron que enseñara a su grupo diferentes formas de oración. La petición fue semejante a la del discípulo de Jesús en el evangelio hoy. Tal vez su propia manera de orar le parezca inefectiva como un teléfono desconectado. También, es cuestión de un modo de rezar especialmente cristiano. El discípulo quiere saber una oración que distinguirá a los cristianos de los judíos y los paganos.

Jesús, ya acabando de rezar, no demora darle una respuesta. Nos cuenta que deberíamos rezar diciendo:

- “Padre” – esto es una revelación revolucionaria de Jesús. Dios no es como un Supremo Poder ante quien debemos estremecernos de temor, sino como un Padre que quiere defendernos de la maldad. En Getsemaní y en la cruz, Jesús se le dirige a Dios diciendo primero, “Padre.”
“santificado sea tu nombre” – eso es, que todos los pueblos veneren el nombre de Dios: una petición para la reunificación de la familia humana después del intento pretencioso de alcanzar a cielo con la torre de Babel. Los cristianos, los judíos, y los musulmanes damos culto al mismo Dios. Solamente este hecho debería unirnos en respeto mutuo.

- “venga tu Reino” – que la paz, la justicia, y el amor con que Dios rige el cielo sean la realidad de la tierra también. Nos damos cuenta de muchos problemas sociales: la corrupción de gobernantes, la opresión de los trabajadores, la tendencia de uno para forzar su voluntad sobre otras personas. Aquí rezamos que se desvanezcan todas estas maldades.

- “Danos hoy nuestro pan de cada día” – sí, significa lo obvio: que recibamos suficientes tortillas para la mesa familiar. Sin embargo, a lo mejor Jesús tiene en cuenta una idea demás porque la palabra griega usada para “de cada día” es epiousia, que quiere decir sobrenatural. Por tanto, estamos pidiendo también el pan eucarístico, la comida que nos nutre con super-vitaminas, la vida eterna.

- “Perdona nuestras ofensas puesto que también nosotros perdonamos a todo aquel que nos ofende” – aquí encontramos el perdón en el mero medio de la oración de Jesús como se sitúa en el corazón del evangelio. El perdón es necesario porque nuestros pecados nos tienen presos. No nos dejan hacer lo bueno; más bien, nos impulsa a hacer lo malo. El hombre que ha cometido adulterio no puede dar a su propia familia la atención que se requiere. A lo mejor está tan preocupado con el amante que no piense en su esposa. A la misma vez se siente tan culpable que amontone favores a su familia de manera desmesurada. Es igual con la muchacha que echa mentiras para evitar la corrección. Tiene que seguir escondiendo la verdad y, sabiendo que ella misma es engañosa, no puede confiar en otras personas.

- “no nos dejes caer en tentación” – “tentación” aquí no es como una depresión de que podemos sacarnos con facilidad sino como un profundo abismo que puede costarnos la vida y el alma. ¿De qué estamos hablando? Estamos pidiendo al Señor que no nos quite la salud de modo que estemos confinados a una cama por el resto de la vida o, aún peor, que no nos quite la vida de un hijo. Con este tipo de pérdida estaremos tentados a desesperar.

La oración del Señor es una oración colectiva. Sí, podemos decirlo cuando estamos solos, pero es la oración preferida cuando estamos congregados. Cuando estamos solos sería bueno hablar con Dios como un compañero. Que lo contemos nuestros problemas – “Mi vecina, Señor, sólo me da la espalda a mí” “O Dios, tanto me apena este tráfico” – para pedirle la ayuda. Pues, Dios es también nuestro mejor amigo.

Homilía para el domingo, 22 de julio de 2007

XVI DOMINGO de Tiempo Ordinario

(Génesis 18)

El patriarca Abraham ha gozado de una nueva onda de interés en los años recientes. Con la urgencia de mejorar las relaciones entre religiones, el mundo acredita a Abraham como padre de tres de las más grandes. Los judíos, los cristianos y los musulmanes lo consideran el primero para creer en el único Dios. Sin embargo, no debemos pensar que su fe era perfecta. Al menos una vez le faltó la confianza en el Señor.

Recordamos la historia de Agar e Ismael. Cuando Abraham y su esposa Sara eran viejos sin hijos, urdieron la trama de tener a un hijo por Agar, la criada de Sara. Fue un gran pecado y resultó en mutuos rechazos entre las dos mujeres. Eventualmente, Agar tuvo que irse de la casa de Abraham. En tiempo Dios les concede a Abraham y Sara a un hijo como nos dice la primera lectura de la misa hoy. No obstante, hasta el día actual ha habido la enemistad entre los descendientes de Abraham por Agar (los musulmanes) y sus descendientes por Sara (los judíos).

Hoy día los humanos manifiestan la misma falta de confianza en Dios cuando buscan métodos no naturales para procrear o para no procrear a hijos. Las parejas con problemas de concebir a veces acuden a los médicos para conseguir la fertilización in vitro. Eso es, dejan a los médicos tomar la esperma del hombre y el huevo de la mujer para ser unidas en una probeta y el embrión resultante depositado en el vientre de la mujer. Muchas veces este método falla. Otras veces, produce varios embriones de modo que en el fin se destruya la vida humana. De todos modos lo malo es tratar de concebir a un bebé de manera no natural. De igual maldad es tratar de evitar el embarazo por modos no naturales.

En la lectura percibimos una alternativa para las parejas que no tienen a hijos. Vemos a Abraham y Sara acogiéndose a los visitantes con benigna hospitalidad. Les traen agua para refrescar los pies y les preparan una barbacoa para llenar sus barrigas. Asimismo, los matrimonios que no tienen a hijos, pueden dedicarse a otras personas. Conozco a un matrimonio sin sus propios hijos involucrado en varios proyectos sociales – él es líder de un grupo de oración de hombres de negocio y ella, una nutricionista, dona su tiempo a un banco de alimentos. Por supuesto, matrimonios sin hijos pueden también adoptar a un niño. Sí, existe en el interior de cada persona humana el deseo de dar luz a sus propios hijos, para cuidarlos, y para ver a ellos crecer en hombres y mujeres valientes. Sin embargo, este propósito puede ser cumplido espiritualmente con la atención para los otros.

En el fin de la lectura se predice que dentro de un año Sara y Abraham tendrán a un hijo. De este linaje brotará el redentor de la raza humana -- Jesucristo. Él no sólo nos ganará el perdón por nuestros pecados sino también nos soltará al Espíritu Santo para que nos dediquemos al bien de los otros. Él no tendrá a ningún hijo físicamente pero nosotros lo vemos como un hermano que nos ha hecho espiritualmente hijos de Dios.

Homilía para el domingo, 15 de julio de 2007

Domingo, XV Semana de Tiempo Ordinario

(Lucas 10)

Algunas veces se oye de leyes del Buen Samaritano. Tal tipo de ley tiene que ver con la exoneración de regulaciones o de responsabilidad civil de daños y prejuicios cuando uno trata de socorrer al otro. Una ley del buen samaritano en Argentina, por ejemplo, permite que los comestibles empaquetados en envases con fechas vencidas no sean tirados sino donados a los bancos de alimentos. Otra ley del buen samaritano en Puerto Rico excusa a las personas entrenadas en la primera ayuda de responsabilidad civil cuando ofrecen su asistencia en emergencias.

Seguramente se nombran tales leyes “Buen Samaritano” según el protagonista de la parábola de Jesús que escuchamos hoy. Sin embargo, el nombramiento no llega al entendimiento completo de Jesús. Es como si existiera un oso que baila y canta, pero la gente que nos cuenta de la maravilla sólo habla de su bailar. La revelación en la parábola de Jesús no es simplemente que deberíamos ayudar a nuestro prójimo sino que los beneficiarios de nuestra ayuda deberían incluir a gentes vilipendiada por nuestra comunidad. Dicen que la patrulla fronteriza de los EEUU a veces encuentra a inmigrantes completamente deshidratados en el desierto y les dan agua. Podemos decir que la patrulla ha mostrado el “Buen Samaritanismo”. Dicen también que ocurre que un grupo de inmigrantes encuentra a un patrullero desorientado y fatigado por falta de agua y le comparte el agua de su suministro. Ciertamente es un acto más grande del mismo “Buen Samaritanismo.”

El Buen Samaritano representa la compasión. Él está movido por la necesidad de la otra persona de manera que no más considere a ella como otra sino como familia. En la historia no existe mejor ejemplo del Bueno Samaritano que Jesucristo mismo. Como dice San Pablo, él era de naturaleza divina, pero no consideró ser de Dios algo para aferrarse. Más bien se bajó a la tierra para salvar a los humanos que vez tras vez lo ofenden. En la pasión de Jesús cuando se esperaría que su preocupación fuera solamente de soportar sus propios padecimientos, Jesús se extiende a sí mismo hacia otras personas. Él sana la oreja del muchacho cortada en la escaramuza cuando lo arrestan. En la cruz Jesús le promete el Paraíso al criminal siendo ejecutado con él. Y, sobre todo, le pide el perdón a su Padre para con sus crucificadotes.

No podemos duplicar la compasión de Jesús aunque deberíamos imitarla. Nos comportamos como Jesús cuando rezamos por nuestro jefe en el trabajo. Lo imitamos cuando bajamos de nuestro carro para desprender a otro atascado en la arena. Correspondemos al Buen Samaritano cuando ofrecemos los misioneros de otra religión en la puerta un vasito de agua. ¿Nos cuesta al mostrar la compasión de Jesús? No tanto como pensemos. Pero si gastamos un poco, conseguimos un montón. La compasión nos hace en hermanos de Jesús. Nos pone en la frente de la fila para entrar el cielo. Y a lo mejor nos gana la admiración de gente buena aquí en la tierra.

Homilía para el domingo, 8 de julio de 2007

XIV DOMINGO ORDINARIO

(Lucas 10)

Todo el mundo los ha visto. Están en las calles montados en bicicletas. Cuando tocan las puertas, siempre se presentan llevando camisas blancas con corbatas. Sí, algunos se burlan de su ingenuidad; sin embargo, nos llaman la atención, aún la admiración. Nos decimos a nosotros, “¿No sería bueno si nosotros católicos tuviéramos el afán apostólico como los mormones?”

En el evangelio hoy oímos a Jesús señalándonos a nosotros para emprender proyectos evangelizadores como los mormones. Él llama a setenta y dos discípulos; eso es, no sólo a sus compañeros más cercanos sino a un seguimiento extendido. En el tiempo actual esta compañía seguramente se comprendería de laicos. Jesús quiere que todos aquí en la misa sean partes de su campaña para inaugurar el Reino de Dios.

“Espera un momento,” dicen algunos, “¿Quién soy yo para hablar en el nombre de Dios?” Usted es bautizado en Su nombre para aportar a los ministros sacerdotales, reales, y proféticos de Cristo. Por eso, rezan en la misa junto con el sacerdote. Trabajan en las fábricas, campos, y oficinas preocupados por la justicia. Y educan a los niños tanto en la casa como en las clases catequísticas. El Vaticano II es claro en esta última cuestión. Los laicos dan testimonio profético no sólo con sus vidas sino también con sus palabras.

Jesús suele hablar de un grano de mostaza. Es entre las más pequeñas de semillas pero crece en un árbol donde las aves y los zorrillos buscan amparo. Así son nuestras actividades apostólicas. Empiezan como acciones humildes. Tal vez una madre llame a su familia a juntarse para rezar el rosario cada domingo en la tarde. En el principio son pocos – cuatro o cinco personas. Cada año se aumenta por un nuevo hijo, entonces por unos nietos. Después de treinta años, la sala principal de la casa está llena. La maravilla no es limitada a la presencia de muchas personas. No, más impresionante aún es el hecho que sus hijos tienen matrimonios fuertes como vínculos de hierro. No sólo es un acto de devoción y una actividad familiar sino un modo de inculcar la fe a los no católicos presentes.

“¿Qué va?” murmura la escéptica, “no se puede.” “Disculpe, Señora, pero sí, se puede.” Talvez signifique el sacrificio de una telenovela. Quizás cueste llamar a toda la familia recordándoles del compromiso. Ningún esfuerzo evangélico es tan fácil como comer la nieve. Por esta razón el Señor nos dice que “los trabajadores (son) pocos.” Sin embargo, es nuestra tarea que viene del mismo Señor. Además, vale la pena. A ver las familias más unidas, las comunidades más cooperativas, y las personas más cumplidas por haber recibido el mensaje del Reino – vale la pena.

Homiliíta para el domingo, 1 de julio de 2007

XIII DOMINGO ORDINARIO

(Lucas 9)

Un gran promotor de la justicia social una vez dijo que si queremos a apoyar al pueblo, tenemos que darnos cuenta de nuestra propia muerte. Sólo entonces, podremos entregarnos completamente a nuestra meta. En el evangelio, San Lucas retrata a Jesús hacer tal juicio. Dice que “tomó la firme determinación de emprender el viaje a Jerusalén.” Jesús sabe que en Jerusalén él morirá para salvarnos del pecado. Nuestro papel, como sus discípulos, es seguirlo aprendiendo su virtud.

Desgraciadamente, muchas veces fallamos en el camino. No comprendemos a Jesús bien. Pensamos en modos antiguos. Actuamos como si los tres “p” – poder, placer, y prestigio – fueran los fines de nuestras vidas. Miramos a las personas del otro sexo como muñecas. Gritamos a nuestros niños como sargentos a reclutados. En el evangelio Santiago y Juan patéticamente preguntan a Jesús si él quiere que bajen el fuego contra los samaritanos. Deberían saber que Jesús es persona de la palabra reconciliadora, no de la espada afilada; de la compasión, no de la antipatía.

Lo que Jesús busca en sus discípulos es una firme y completa decisión para seguirlo. No está contento con los compromisos tibios como, “Señor, déjame ir primero a enterrar a mi padre.” Porque la decisión toca la vida eterna – no sólo de nosotros sino de las personas con que nos encontramos incluyendo a nuestros padres – Jesús nos exige un compromiso total. No estamos hablando solamente de religiosos aquí. Los laicos también tienen que darse completamente al Señor en los diferentes cuartos de sus vidas. Tienen que amar a sus esposos exclusivamente. Tienen que trabajar diligentemente para el bien de todos – sus familias, sus jefes, y la gente. Sobre todo tienen que rezar para que sea realizada la voluntad de Dios en el mundo.

Jesús sabe que el costo del seguimiento. Por esta razón nos dice que no vale mirar para atrás. No está proponiendo que seamos condenados si pensamos en los tres “p.” Sin embargo, quiere amonestarnos de lo que está en juego por nuestra decisión. No es menos que el Reino de Dios. Cuando escogemos a Jesús, estamos escogiendo el destino no sólo de nosotros humanos, no sólo del mundo sino del universo entero. Por eso, queremos hacer una firme y completa decisión para seguirlo.

HOMILIA PARA EL 24 DE JUNIO DE 2007

EL NACIMIENTO DE JUAN BAUTISTA

(Lucas 1)

En Ciudad Juárez una religiosa ha estado formando una comunidad de mujeres pobres. Ha organizado una cooperativa de artesanía de coser. También ha establecido una escuelita para los hijitos de las mujeres. Sobre todo ha plasmado un grupo de oración. El viernes por la tarde las mujeres guardan sus hilos y agujas para rezar juntos. Por supuesto todas las mujeres quieren recibir la Santa Comunión en la misa dominical. Sin embargo, como se puede imaginar, no todas están libres para hacerlo. Algunas no están casadas por la iglesia. Otras viven con otro hombre. La religiosa recuerda a estas mujeres que aún si no pueden recibir la hostia, pueden hacer una comunión espiritual. Eso es, pueden exponer en oración su deseo para recibir el cuerpo de Cristo y renovar su fe en la presencia de lo mismo en el sacramento. Por hacer la Comunión espiritual las mujeres están conformándose con la voluntad de la Iglesia.

En el evangelio hoy vemos a Isabel y Zacarías actuando en una manera semejante. La costumbre es que se nombre el primogénito según su padre. Pero el ángel que reveló a Zacarías cómo su esposa estéril daría luz a un hijo también le dijo que el nombre de la criatura sería Juan. Por razón de cumplir la voluntad de Dios entonces, Isabel y Zacarías insisten que su hijo sea llamado Juan.

A veces nos cuesta cumplir la voluntad de la Iglesia que en la gran mayoría de los casos es la voluntad de Dios. No vamos a lograrlo si seguimos encumbrados por el orgullo. Como si fuera un cuarto con espejos para las cuatro paredes, el orgullo nos hace pensar principalmente en nosotros mismos. Comenzamos a pensar que somos más importantes que Dios y a creer que nuestros juicios son más sabios que los suyos. Una meta de la vida es reemplazar el orgullo con la humildad. La humildad se nos lleva del cuatro de espejos y nos ponen en el aire libre. En lugar de pensar en nosotros mismos, nos damos cuenta de la grandeza de la creación. Entonces, queremos sintonizarnos con Dios, el Creador.

El Evangelio según San Juan cita a Juan Bautista comentando: “(Jesús) ha de ir aumentando en importancia, y yo disminuyendo.” Eso es la humildad heroica que debemos imitar. La Iglesia fija el 24 de junio para el nacimiento de San Juan porque la luz del día acaba de comenzar disminuyéndose como el Bautista dice que tiene que suceder. Asimismo, celebramos el nacimiento del Jesús el 25 de diciembre cuando la luz del día acaba de comenzar aumentándose. Nosotros mostramos la humildad propia cuando nos levantamos todos los días pensando cómo puede la luz de Cristo Jesús reflejarse en mí.
Lo siento. No puedo hacer una homilia hasta el domingo. 24 de junio.

Homilía para el domingo, 3 de junio de 2007

LA FIESTA DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD

Oye el timbre. Cuando va a la puerta, dos personas están en el porche. Cada una lleva la Biblia en mano. Piden unos minutos de su tiempo. Le preguntan, “¿Usted es salvado?” Contesta, “Soy católico.” Entonces siguen cuestionándole, “¿Por qué ustedes católicos dan culto a imágenes?” Responde, “No damos culto a ninguna imagen. Los retratos y las estatuas solamente nos recuerdan de los santos en cielo. Damos culto sólo a Dios.”

Tal vez en veinte años la visita sea diferente. Los visitantes en su puerta no estarán llevando la Biblia sino el Corán. No le preguntan acerca del culto de imágenes sino acerca de múltiples dioses. Querrán saber si no es la verdad que nosotros cristianos reconozcamos ambos a Jesucristo y al Padre como Dios. Entonces, dirán que no tenemos a un solo Dios sino a dos dioses. ¿Cómo deberíamos contestarlos?

La cuestión no es nueva. Desde el principio otras religiones monoteistitas nos han preguntado, “¿Cómo puede ser un Dios si ven tanto al Hijo como el Padre como Dios?” Realmente el asunto es más complicado todavía desde que reconozcamos también el Espíritu Santo como Dios. Tenemos la fiesta de la Santísima Trinidad hoy para meditar sobre esta base de fe.

No podemos comprender la Santísima Trinidad. Es misterio. Sin embargo, podemos decir algunas cosas sobre ella. Primero, lo que la Trinidad no es. La Trinidad no es como tres miembros de la misma familia – un padre y dos hijos. No, las tres personas de la Santísima Trinidad tienen una unidad mucho más íntima que los miembros de una familia. Tampoco la Trinidad es como los lados de un triángulo. No, las tres personas son más distintas que diferentes aspectos de una sola cosa. San Agustín comparaba la Trinidad con los procesos de la mente: el Padre es como la mente recordando a Dios; el Hijo es como la mente sabiendo a Dios; y el Espíritu Santo es como la mente amando a Dios.

Tal vez la comparación de San Agustín nos ayude entender a Dios mejor. Sin embargo, falla a explicarlo adecuadamente. Lo importante para nosotros cristianos es que siempre conservemos tres creencias básicas. Querremos decirlas a los que toquen nuestra puerta. 1) Dios Padre planeó en el amor a hacernos Sus hijos desde el principio; 2) en tiempo Dios nos ha revelado el plan de amor por Su Hijo unigénito a quien nos conformemos; y 3) Dios nos realiza el plan en Su Espíritu Santo. La Santísima Trinidad es Dios expresándose Su naturaleza de amor a nosotros.

Homilía para el domingo, 27 de mayo de 2007

El domingo de Pentecostés

(Juan 14)

El mundo es un lugar peligroso,” dijo el hombre al joven. ¿Es la verdad? En el mundo – eso es, toda la tierra menos la casa y, tal vez, la parroquia -- sacamos una vivir adecuado. Si pasáramos toda la vida con nuestros padres, no tendríamos ni asociados, ni trabajos, ni nuestras propias familias. Sin embargo, encontramos trampas en el mundo. Ladrones nos robarán la plata. Pornógrafos nos sacarán la inocencia. Embusteros nos quitarán la verdad.

Por eso, nos hace falta un guía para acompañarnos por el mundo. En la niñez, los padres nos sirven como protectores. En la juventud, los maestros nos indican la vía. Y sobre todo, a través de toda la trayectoria existe un acompañante que nos aconseja. En el evangelio hoy, Jesús nombra esta ayuda. Es el Espíritu Santo.

El Evangelio según San Juan a menudo utiliza la palabra “paráclito” para denotar el Espíritu Santo. En primer lugar, el término significa “el que está al lado,” particularmente el que asiste al otro en el tribunal legal. El Espíritu Santo no sirve como abogado sino como el fiscal que acusa al mundo de maldad. Nos indica el crimen del aborto y el daño de mentiras que supuestamente “no perturban la paz del otro.”

También, el Evangelio de Juan nos dice que el paráclito nos viene como consolador. Él sustituye a Jesús que ya está con el Padre. Como consolador el Espíritu Santo nos enseña cómo distinguir la sabiduría de Dios de los señuelos del mundo. Por ejemplo, con el Espíritu Consolador la Iglesia determina el uso apropiado de imágenes del abuso idolatro.

En este mismo Evangelio según San Juan Jesús dice que es mejor que se vaya él para que nos mande al Espíritu Santo. Nos parece extraño. ¿Qué podría ser más valioso que tener al Señor Jesús en medio de nosotros? Sin embargo, es la verdad. Con su Espíritu Santo operando invisiblemente a nuestro lado, todos los hijos de Dios en todas partes no tenemos que caber el miedo. Podemos salir al mundo para vivir sin entramparnos por sus señuelos.