Homilía para el domingo, 8 de julio de 2007

XIV DOMINGO ORDINARIO

(Lucas 10)

Todo el mundo los ha visto. Están en las calles montados en bicicletas. Cuando tocan las puertas, siempre se presentan llevando camisas blancas con corbatas. Sí, algunos se burlan de su ingenuidad; sin embargo, nos llaman la atención, aún la admiración. Nos decimos a nosotros, “¿No sería bueno si nosotros católicos tuviéramos el afán apostólico como los mormones?”

En el evangelio hoy oímos a Jesús señalándonos a nosotros para emprender proyectos evangelizadores como los mormones. Él llama a setenta y dos discípulos; eso es, no sólo a sus compañeros más cercanos sino a un seguimiento extendido. En el tiempo actual esta compañía seguramente se comprendería de laicos. Jesús quiere que todos aquí en la misa sean partes de su campaña para inaugurar el Reino de Dios.

“Espera un momento,” dicen algunos, “¿Quién soy yo para hablar en el nombre de Dios?” Usted es bautizado en Su nombre para aportar a los ministros sacerdotales, reales, y proféticos de Cristo. Por eso, rezan en la misa junto con el sacerdote. Trabajan en las fábricas, campos, y oficinas preocupados por la justicia. Y educan a los niños tanto en la casa como en las clases catequísticas. El Vaticano II es claro en esta última cuestión. Los laicos dan testimonio profético no sólo con sus vidas sino también con sus palabras.

Jesús suele hablar de un grano de mostaza. Es entre las más pequeñas de semillas pero crece en un árbol donde las aves y los zorrillos buscan amparo. Así son nuestras actividades apostólicas. Empiezan como acciones humildes. Tal vez una madre llame a su familia a juntarse para rezar el rosario cada domingo en la tarde. En el principio son pocos – cuatro o cinco personas. Cada año se aumenta por un nuevo hijo, entonces por unos nietos. Después de treinta años, la sala principal de la casa está llena. La maravilla no es limitada a la presencia de muchas personas. No, más impresionante aún es el hecho que sus hijos tienen matrimonios fuertes como vínculos de hierro. No sólo es un acto de devoción y una actividad familiar sino un modo de inculcar la fe a los no católicos presentes.

“¿Qué va?” murmura la escéptica, “no se puede.” “Disculpe, Señora, pero sí, se puede.” Talvez signifique el sacrificio de una telenovela. Quizás cueste llamar a toda la familia recordándoles del compromiso. Ningún esfuerzo evangélico es tan fácil como comer la nieve. Por esta razón el Señor nos dice que “los trabajadores (son) pocos.” Sin embargo, es nuestra tarea que viene del mismo Señor. Además, vale la pena. A ver las familias más unidas, las comunidades más cooperativas, y las personas más cumplidas por haber recibido el mensaje del Reino – vale la pena.

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