El domingo, 6 de julio de 2025

DECIMOCUARTO DOMINGO “DURANTE EL AÑO”

(Isaías 66:10-14; Gálatas 6:14-18; Lucas 10:1-19)

Este año hemos atestiguado la peculiaridad de cinco domingos de fiesta durante el mes de junio.  No hubo ningún domingo “en tiempo ordinario” o, como ahora se dice, “durante el año”, cuando habríamos escuchado lecturas de la Carta a los Gálatas.  Esta obra de San Pablo se destaca por su defensa de la justificación por la fe y también por el testimonio de Pablo de los acontecimientos en el camino a Damasco y en el concilio de los apóstoles en Jerusalén.  También, nos ha privado de escuchar la profesión extraordinaria de Pablo: “…ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí” (2,20).  Solo hoy oímos de esta epístola magnífica.

La lectura viene del final de la carta.  Pablo ha tomado la pluma en su propia mano.  Da un breve resumen de los temas principales de la carta.  Antes de que veamos estos temas, sería provechoso explicar su contexto. 

Galacia era una provincia de Roma.  Incluía las ciudades de Pisidia y Frigia donde predicaron Pablo y Bernabé como relata los Hechos de los Apóstoles.  Se ocasionó la carta por las acusaciones de que Pablo no predicaba la necesidad de ser circuncidado.  En ella Pablo defiende su posición que la circuncisión no solo es innecesaria, sino es contraproducente.  Haría a aquellos que se lo sometiera responsables de cumplir toda la Ley mosaica. 

Podemos nombrar tres temas encontrados en la lectura hoy y básicos en los escritos de Pablo.  Primero, Pablo indica la centralidad de la cruz en su teología.  Dice: “No permita Dios que yo me gloríe en algo que no sea la cruz de nuestro Señor Jesucristo …”  Sigue contando que por esta cruz “… el mundo está crucificado para mí y yo para el mundo”.  Significa que él es muerto a las atracciones del mundo.  Nada del poder, plata, placer, o prestigio le interesa, ni un poquito.  Además, él no va a servir estas entidades por indicando que sean importantes en el final.

Entonces Pablo da la razón porqué rechaza el mundo.  La fe y el Bautismo lo han hecho “una nueva creatura”.  Juntos con todos los otros bautizados él fue renovado en la gracia del Espíritu Santo. El fruto de la nueva creación es diferente que el producto del mundo.  Para ellos (y para nosotros) el Espíritu Santo ha producido el amor, la alegría, y la paz.  Al ser “nueva creatura” no es simplemente una manera nueva de pensar sino vivir una nueva realidad.  Se puede pensar en una huérfana de la parte más primitiva del Amazónica siendo adoptada por las monjas de un monasterio.  Ya vive la “nueva creatura” para agradar a Dios con la promesa de estar en su presencia para la eternidad.

Finalmente, Pablo pide que “nadie me ponga más obstáculos”.  Está refiriendo a la Ley gobernando cosas externas del cuerpo como la circuncisión y la dieta.  Pablo se declara libre de todas estas obligaciones, aunque su libertad no es la licencia para hacer lo que quiera.  Más bien, la libertad cristiana es una paradoja. Es hacerse esclavo de Cristo.  Por esta razón Pablo añade: “… llevo en mi cuerpo la marca de los sufrimientos que he pasado por Cristo”.  Al ser esclavos de Cristo los cristianos pueden actuar según los deseos más profundos de sus corazones.  Eso es, amar lo bueno, aprender lo verdadero, y ver lo bello.

En resumen, podemos decir que Pablo ha experimentado el Reino de Dios.  Este reino es la misma realidad que Jesús en el evangelio hoy envía a sus discípulos a predicar en todas partes del mundo.


El domingo, 29 de junio de 2025

 

Solemnidad de san Pedro y san Pablo, Apóstoles

(Hechos 12:1-11; II Timoteo 4:6-8.17-18; Matthew 16:13-19)

Tal vez hayas preguntarte: ¿por qué se celebra los dos santos preeminentes de la Iglesia primitiva juntos?  Parece que tanto san Pedro como san Pablo merecen un día separado para honorarse.  Después de todo, Pedro era el primer vicario de Cristo y Pablo era su mayor promotor.  De veras, se celebran diferentes aspectos de Pedro y Pablo separadamente.  Se recuerdan la sede de san Pedro el 22 de febrero.  Asimismo, se dedica el 25 de enero a la conversión de san Pablo. 

Sin embargo, hay razones para conmemorar a Pedro y Pablo juntos.  Hay una tradición que fueron martirizados al mismo tiempo.  Más importante es el hecho que los dos están asociados con la iglesia de Roma como sus patronos.  Esta iglesia tiene la eminencia de ser la primera entre todas las otras en la constancia en la fe.  Además, los dos se han hecho personajes más grandes que la vida, símbolos para cristianos a través de los siglos.

San Pedro simboliza la autoridad dentro de la Iglesia.  Aunque los Hechos de los Apóstoles atestigua a su gran capacidad de predicar, es asociado con la Iglesia institucional.  El evangelio hoy le muestra recibiendo de Jesús “las llaves del Reino” que en sí mismas son símbolos de la autoridad.  En el Evangelio de Lucas Jesús le promete a Pedro su apoyo. Dice: “…o he rogado por ti, para que no te falte la fe y tú ... confirme a tus hermanos”.

San Pablo, aunque era el evangelizador preeminente, puede asociarse aún más con la teología de la Iglesia.  En sus cartas a las varias iglesias locales él dio origen a tales los conceptos claves cristianos como la justificación por la fe en Cristo y la universalidad y exclusividad de la salvación por Cristo.  Es poco sorprendente que se ha llamado a Pablo el “segundo fundador de cristianismo”.

Hay otra característica de los dos patronos de Roma tal vez más significante para nosotros.  Los dos tenían un amor inestimable para Jesucristo.  Pablo era tan identificado con Cristo que escribió a los gálatas: “…ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mi” (Gal 2,20).  Con la instigación de Jesús, Pedro declaró tres veces, cada vez más solemnemente: “… te quiero”.  Este es el mismo género de amor que movió a la santa Madre Teresa de Calcuta declarar: “Soy albanesa de nacimiento. Ahora soy ciudadana de la India. También soy monja católica. En mi trabajo, pertenezco al mundo entero. Pero en mi corazón, pertenezco a Cristo”.

Deberíamos fomentar este amor en nosotros.  No es difícil cuando consideramos con la fe que no solo dio Cristo su vida para justificarnos de pecado; que no solo es Hijo de Dios y hermano nuestro por fuerza de la Encarnación; sino que también es nuestro compañero diario que nos permite vivir en la paz hasta que alcancemos la felicidad de la vida eterna.

El domingo, 22 de junio de 2025

 LA SOLEMNIDAD DEL CUERPO Y LA SANGRE DE CRISTO, 22 de junio de 2025

(Génesis 14:18-20; I Corintios 11:23-26; Lucas 9:11-17)

El Concilio Vaticano II nombró la Eucaristía la “fuente y cumbre” de nuestra fe.  Tenemos la fiesta del Cuerpo y la Sangre de Cristo para contemplar por qué es.  Haremos nuestra contemplación aquí enfocándonos en la primera lectura con continua referencia a la Carta a los Hebreos y otros pasajes bíblicos.

La lectura nos presenta a Melquisedec, una figura que aparece ambas oscura e iluminadora en la Biblia.  En el Antiguo Testamento se ve su nombre solo aquí y el Salmo 110.  Sin embargo, en la Carta a los Hebreos del Nuevo Testamento se describe ampliamente como un modelo para entender a Jesucristo.

La lectura llama a Melquisedec “rey de Salem”.  Salem o shalom es la palabra hebrea por la paz.  Al igual que Melquisedec es “rey de la paz”, Cristo se conocerá “príncipe de la paz”.  Se probará digno del título cuando reconcilia a los judíos y paganos por su muerte en la cruz.  Como dice la Carta a los Efesios, él reconcilió con Dios los dos pueblos en un solo Cuerpo, por medio de la cruz, destruyendo la enemistad en su persona (cf., Efesios 2,16). 

También la lectura dice que Melquisedec es sacerdote.  Ofrece a Dios el pan y el vino de parte de Abram.  Asimismo, la Carta a los Hebreos hace hincapié en el papel sacerdotal de Cristo.  Como Melquisedec, Jesús en la Última Cena presentará pan y vino de parte del mundo entero. 

Jesús convertirá las ofrendas en su Cuerpo y Sangre.  Al próximo día estos mismos elementos serán inmolados para ganar al mundo el perdón de sus pecados.  En cuanto alivia a los que crean en él del pecado, el ofrecimiento de Jesús consistirá una bendición de inestimable valor. 

La Carta a los Hebreos continúa contrastando a los sacerdotes y los sacrificios del Antiguo Testamento con Cristo y su sacrificio en la cruz.  En resumen, dice que los sacerdotes no podían ofrecer sacrificios tan eficaces como lo de Cristo porque habían pecado mientras Cristo nunca pecó.  También sus sacrificios pierden en comparación con lo de Cristo porque eran solo la sangre de animales mientras Cristo, el Hijo de Dios, ofreció su propia sangre.  Además, los sacrificios del Antiguo Testamento tenían que repetirse en cuanto la persona seguía pecando.  Pero el sacrificio de Cristo fue una vez por siempre porque ha entregado la humanidad de la condición del pecado. 

Deberíamos darnos cuenta de que atestiguamos el sacrificio supremo de Jesús cada vez que asistamos en la misa.  Porque Jesús es divino, su muerte en la cruz constituyó un acto eterno.  Eso es, aconteció una vez por siempre en tiempo, pero sigue pasando fuera del tiempo.  Nuestra participación en la misa nos lleva al umbral de la eternidad.   Es como una ventanita a través de que vemos al Cristo resucitado glorificando a Dios Padre con su muerte en la cruz.

El domingo, 15 de junio de 2025

 

SOLEMNIDAD DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD

(Proverbios 8:22-31; Romanos 5:1-5; Juan 16:12-15)

La Santa Trinidad es un misterio.  No se puede comprenderla completamente.  No obstante, cada año hacemos “una incursión en el inarticulado” cuando celebramos su fiesta el domingo después de Pentecostés.  Sea un gozo o un peso, parece que solo en este día reflexionamos cómo puede que Dios es a la vez tres y uno. 

Desde la antigüedad ha habido dos acercamientos de entender la Trinidad.  Se llama un acercamiento “económico” y el otro “inmanente”.  Por hablar de “la Trinidad económica” se implica el estudio de Dios interactuando con la creación.  Por supuesto, Dios actúa con la creación cada momento.  Si no lo hiciera, la creación cesará de existir.  Sin embargo, los interacciones tradicionalmente consideradas en la “Trinidad económica” son la creación, la redención de la humanidad, y la historia de la salvación.  El método de nuestro estudio es escrutar la Biblia para determinar el papel de las tres personas de la Divina Trinidad en estos y otros asuntos.

La “Trinidad inmanente” refiere a las relaciones entre las tres personas.  La Biblia no nos ayuda mucho aquí.  Tenemos que recorrer a la filosofía para pistas de la investigación.  Hace 1700 años la Iglesia aceptó la teoría de San Atanasio que el Padre, el Hijo, y el Espíritu Santo tienen la misma naturaleza divina.  Esta naturaleza, que cada uno de las tres tiene en su plenitud, hace posible la paradoja que son lo mismo en todo salvo sus relaciones entre sí. A decir, uno es Padre; otro es Hijo; y otro es Espíritu Santo.  En lugar de seguir esta línea filosófica ahora, vamos a enfocarnos en el acercamiento económico reflejado en las lecturas de la misa hoy.

La primera lectura del Libro de Proverbios personifica la sabiduría como si fuera compañero de Dios en la creación.  De hecho, la sabiduría habla como persona diciendo que ha existido “desde la eternidad” y ha actuado “como arquitecto” de las obras de Dios.  Estas cualificaciones nos hacen pensar en el Hijo y también el Espíritu.  San Pablo aun escribe que Jesucristo es “la sabiduría de Dios” (I Cor 1,24).  También sabemos que la sabiduría es el primer don del Espíritu mencionado en el Libro del profeta Isaías (Is 11,2-3).  Podemos concluir que la sabiduría absoluta es una virtud intelectual que posee Dios: Padre, Hijo, y Espíritu Santo.

La segunda lectura también hace hincapié en los papeles del Hijo y del Espíritu Santo.  Cuenta que Jesucristo (el Hijo) nos ha reconciliado con el Padre por su muerte en la cruz.  También relata que el Espíritu Santo nos ha renovado en el amor de modo que aun los sufrimientos causados por nuestros pecados puedan merecernos la vida eterna.  Sabemos que el Espíritu Santo es asociado con la reconciliación como indicado en el Sacramento de la Reconciliación cuando el sacerdote dice: “(El Padre) … envió el Espíritu Santo para la remisión de los pecados …”  Asimismo, el Hijo efectúa el amor en nuestros corazones como Pablo atestigua en la misma Carta a los Romanos: “… ni la muerte ni la vida … ni ninguna otra criatura podrá separarnos jamás del amor de Dios, manifestado en Cristo Jesús, nuestro Señor”.

El Evangelio indica cómo el Padre, el Hijo, y el Espíritu Santo cooperan entre sí para nuestro beneficio.  Comparten el mismo conocimiento recibido por el Espíritu desde el Hijo como revelado por el Padre y pasado a los hombres y mujeres. 

Al final, puede ser vertiginoso para muchos al reflexionar sobre la Santísima Trinidad.  Sea o no nuestro caso, la reflexión no admite resolución conclusiva porque Dios es siempre más allá que nuestra comprensión.  Sin embargo, podemos contemplarlo, apreciarlo, y darle gracias por haber nutriendo nuestra fe y amor.

El domingo, 8 de junio de 2025

Domingo de Pentecostés

(Hechos 2:1-11; I Corintios 12:3b-7.12-13; Juan 14:15-16.23-26)

El papa León XIV ha elegido un escudo con el lema (en latín): “In illo, uno unum”.  Las palabras son de San Agustín de Hipona, el patrono de la orden religiosa a la cual pertenece el papa.  Quieren decir: “En Él (Cristo), que es uno, somos uno”.  Hoy celebramos al Espíritu Santo que nos mantiene como uno con la misma fe y el mismo amor. 

La entidad en la cual somos compuestos como uno por el Espíritu no es un edificio hecho de concreto.  Más bien, es algo orgánico que crece y desarrolla.  La entidad es el Cuerpo de Cristo que llamamos comúnmente “la Iglesia”.  El Espíritu Santo forma a las personas humanas en las células de los diferentes órganos del Cuerpo.  Algunos de nosotros constituimos sus brazos que alcanzan a los necesitados.  Otros de nosotros componemos su voz que proclama tanto la creencia en Dios como las alabanzas a Él.  Como dice la segunda lectura hoy, igual que el cuerpo humano tiene varios tipos de órganos, el Cuerpo de Cristo tiene varios tipos de ministerios.

Las células del Cuerpo de Cristo son nutridas por el pan hecho Carne de Cristo y el vino hecho Sangre de Cristo.  Este misterio de la Eucaristía también es el trabajo del Espíritu Santo.  Él transforma alimento cotidiano, eso es el pan y el vino, en el Cuerpo de Cristo que vive para siempre.  Aun cuando digerimos completamente el Cuerpo de Cristo, se queda. Como dijo el mismo San Agustín cuando comemos el Cuerpo de Cristo, él no se hace parte de nosotros (como pan regular), sino nos hacemos partes de él. 

La primera lectura de los Hechos de los Apóstoles resalta la unidad de fe que lleva todo la Iglesia.  Prendidos por el Espíritu, los discípulos comienzan a predicar.  No es solamente que todos los visitantes a Jerusalén los oyen hablar en sus propios idiomas por la presencia del Espíritu. También todos escuchan por el Espíritu el mismo mensaje proclamado por Pedro en lo que sigue en el Libro de los Hechos de los Apóstoles.  Pedro dirá que Jesús hizo muchos milagros y signos entre el pueblo; no obstante, los judíos lo pusieron a muerte en la cruz, pero Dios lo resucitó.  Este mensaje básico, que se ha llamado “Kerigma” en griego o "proclamación" en español) se ha desarrollado por las edades mediante el Espíritu.  Con la reflexión sobre las Escrituras, la Kerigma ha producido los dogmas de la Encarnación, la Resurrección de entre los muertos, la Redención del pecado, y la Sagrada Trinidad.  Como dice Jesús en el evangelio, el Espíritu enseñará a la Iglesia “todas las cosas”.

El Espíritu Santo también nos mantiene en el amor.  Mediante el Espíritu el Padre y el Hijo ocupan nuestros corazones como dice también el evangelio.  Con Dios llenando nuestros interiores, no podemos hacer nada más que amar.  Este amor extiende más allá que nuestros familiares y amigos hasta todos habitantes del mundo, vivos y muertos. 

Tanto como quisiéramos amar, a veces nos desafío el amor hacia aquellos que no nos caen bien.  Puede ser un jefe que no quiere hablar con nosotros.  Puede ser aun nuestro esposo o esposa quien no acepta nuestro afecto.  El evangelio llama al Espíritu Santo “el Consolador”.  Esta palabra traduce la palabra “paracleto” del griego donde significa literalmente “llamado al lado”.  Cuando nos falta el deseo a amar, el Espíritu Consolador nos aconseja cómo ofrecerlo. 

Al considerar todo lo que hace el Espíritu Santo, se puede pensar que no recibe suficiente atención en la liturgia de la Iglesia.  Sin embargo, las personas de la Sagrada Trinidad no competen uno con otro.  Porque son uno, cuando adoramos al Padre, adoramos al Espíritu. Y cuando honramos al Espíritu, honramos al Hijo. Y cuando agradecemos al Hijo, agradecemos al Padre. 

El domingo, 1 de junio de 2025

LA ASCENSIÓN DEL SEÑOR

(Hechos 1:1-11; Hebreos 9:24-28.10:19-23 (Efesios 1:17-23); Lucas 24:46-53)

En 1961 el cosmonauta ruso Yuri Gagarin regresó del primer viaje humano al espacio exterior.  En una entrevista después él dijo: “Miraba y miraba, pero no vi a Dios”.  Probablemente su declaración fue solo una mofa de creyentes por un ateo.  Pero levanta una cuestión que vale explorar en esta Solemnidad de la Ascensión.  ¿Deberíamos esperar hallar el cielo en los cielos?  En otras palabras, ¿es el cielo un lugar físico?  Porque Jesús tiene un cuerpo resucitado, parece que necesita un lugar físico para contenerlo.

Comenzamos por examinar la primera lectura y el evangelio de la misa hoy.  Ambos fueron escritos por el evangelista que conocemos como Lucas.  También ambos reportan de Jesús elevándose al cielo.  Pero los reportajes no son enteramente iguales.  Trataremos el evangelio primero desde que fue escrito anterior y es más sencillo.  Después miraremos la lectura más larga de los Hechos de los Apóstoles.

El texto del evangelio retrata a Jesús apariéndose a sus apóstoles la noche de su resurrección.  Explica lo que le ha pasado en términos de las Escrituras.  Al final les manda a predicar a todas naciones su resurrección y cómo desemboca en el perdón de pecados.  Sin embargo, antes de iniciar la misión, les dice que aguarden la venida del Espíritu Santo.  Entonces Jesús sale de la casa para levantarse al cielo, evidentemente en la misma noche.

La lectura de los Hechos dice que Jesús ha aparecido varias veces a sus apóstoles durante cuarenta días después su resurrección.  Por la mayor parte durante estas apariciones ha hablado del Reino de Dios. Al cuadragésimo día los apóstoles le expresan la misma inquietud del Reino que tenemos nosotros.  Le preguntan a Jesús cuándo vendrá demostrando su señorío sobre el mundo.  Jesús responde que no es de ellos saber la hora exacta.  Sin embargo, dice que recibirán al Espíritu Santo para que den testimonio de él a través del mundo.  Entonces se eleva de su vista hasta que desvanece en una nube.  La lectura termina con dos ángeles (los “hombres vestidos de blanco”) diciéndoles que Jesús volverá como lo han visto alejarse.

Esta lectura junto con el evangelio señala varias conclusiones sobre la Ascensión.  Primero, enseña que Jesús tiene una idea firme de cómo se continuará su misión.  No se limitará por estar con sus discípulos en carne y hueso.  Más bien, quedará con todos ellos por su Espíritu Santo mientras predican el perdón a través del mundo.  Segundo, los cuarenta días no son un tiempo exacto sino una manera de Lucas para crear orden en su historia.  Al principio del evangelio Lucas prometió al lector justo esta orden. Tercero, no se sabe el día del retorno de Jesús, aunque es seguro que regresará.  Su motivo es siempre cumplir la promesa de Dios para restaurar su Reino en la tierra (vea Is 32,1-11). Cuarto, la Ascensión anticipa la venida del Espíritu Santo sobre los discípulos en el Pentecostés y sobre nosotros en el Bautismo.  El Espíritu nos ayudará llevar a cabo la misión de proclamar la resurrección de Jesús de entre los muertos y el perdón de pecado en su nombre.  Quinto, presenta la nube como una carroza llevando a Jesús a la gloria del cielo donde residirá por siempre.  De allí envía su Espíritu.  Finalmente, esta residencia de Cristo junto con el Padre es lugar espiritual, no material. En la Primera Carta a los Corintios San Pablo escribe que el cuerpo de Jesús se ha cambiado de la corruptibilidad a la incorruptibilidad, de la debilidad al poderoso, y de realidad material a realidad espiritual.  Por eso, cuando las Escrituras hablan del cielo como arriba, quieren decir la libertad de lo material como un ave en vuelo. 

Para nosotros hoy en día la Ascensión nos permite vivir como hombres y mujeres libres.  Nos presenta victoriosos sobre el pecado por la muerte del Señor y destinados a la gloria con cuerpos transformados como lo de Jesús resucitado.  Es así porque tenemos el Espíritu Santo que nos capacita proclamar a Cristo a todos que encontramos.

El domingo, 25 de mayo de 2025

 

VI DOMINGO DE PASCUA

(Hechos 15:1-2.22-29; Apocalipsis 21:10-14.22-23; Juan 14:23-29)

Se han diferenciado por los siglos la paz mundana y la paz de Cristo.  Hemos escuchado cómo la paz mundana es superficial, cómo no dura mucho tiempo, y cómo se puede sacudir por conflictos y contrariedades.  En contraste, la paz de Cristo llega al corazón, trae la confianza, y no se pierda fácilmente.

Si la paz mundana fuera tan frágil, ¿quién no elegiría la paz de Cristo?  Sin embargo, sabemos que la paz mundana brinda beneficios deseables también.  El cese de la vehemencia da tiempo para los adversarios a recapacitar sus objetivos.  También un lugar seguro y cómodo alivia las tensiones que gastan al individuo la energía y el buen humor.  La paz mundana a veces acompaña un compromiso efectivo para la convivencia si no el respeto mutuo.

Podríamos ofrecer el teléfono celular como símbolo de la paz mundana.  Mucha gente hoy se ha apegado a sus celulares de modo que no vaya a ninguna parte sin ello.  Les provee la seguridad de tener lo que les parece necesario para evitar inquietudes y mantener la ecuanimidad.  Cuando se sienten solo, les ponen en contacto con sus amistades.  Cuando están perdido, les guía a su destino.  Y cuando están en duda de un hecho o de un proceso, le provee la información en pocos segundos.  Y estos son solo una pequeña parte de las ventajas de tener un celular. 

Sin embargo, hay límites al celular.  Trae un sentido de la paz hasta que se pierda, se extravíe, se agote la batería, o haya problemas con el proveedor del Internet.  Cuando ocurran contratiempos como estas, la paz da vía a la ansiedad pronto.  Este no es razón de abortar el celular sino para buscar algo más al fondo que estabiliza la paz.

En el evangelio Jesús ofrece la amistad consigo mismo para apoyar la paz condicional del celular y las otras fuentes de la paz mundana.  Nos abraza esta paz de modo que podamos enfrentar cualquier desafío con confianza.  La paz de Cristo es saber, como una niña en los brazos de su papá, que todo resultará bien.  Es la seguridad que, venga lo que venga incluso la muerte, Cristo va a entregarnos del mal que experimentamos. 

La lengua hebrea tiene la palabra shalom para expresar la paz de Cristo.  Más que un cese de hostilidades, shalom significa la prosperidad, la plenitud, y la armonía aun en la guerra.  Shalom es la seguridad que por los superiores recursos que tenemos vamos a superar todos desafíos.  Sean enfermedades, enemigos, u otra contrariedad no vamos a perdernos sino prevaleceremos en el final. 

Cristo nos indica cómo podemos acceder su paz.   Por cumplir sus mandamientos, sobre todo el mandamiento de amar a uno a otro, él vendrá con el Padre para morar en nosotros.  Es como tener el jefe de la policía en la casa cuando recibimos una amenaza de seguridad.  Como San Pablo escribe a Timoteo: “Si hemos muerto con él, viviremos con él. Si somos constantes, reinaremos con él” (II Timoteo 2:11b-12a).

No tenemos que escoger entre la paz mundana y la paz de Cristo.  De hecho, necesitamos ambas. El celular es muy útil, pero no puede proveernos la valentía de enfrentar la pérdida de recursos y mucho menos la muerte.  Cuando estamos en lucha contra el mal, queremos el shalom de Cristo.  Nos da la fuerza para dominar toda amenaza del mal.