El domingo, 24 de marzo de 2024

DOMINGO DE RAMOS DE LA PASIÓN DEL SEÑOR

(Isaías 50:4-7; Filipenses 2:6-11; Marcos 14:1-15:47)

Todos estamos conscientes de que las últimas palabras de Jesús varían en tres de los cuatro evangelios.  Las diferencias son más que una cuestión de palabras.  Expresan diferentes perspectivas en cómo entender quién es Jesús.  En Lucas, Jesús se ve como el amigo sumamente compasivo de todos.  Cuando muere, tiene palabras de tranquilidad en sus labios: “Padre, en tus manos pongo mi espíritu”.  El Evangelio de San Juan retrata a Jesús como el encarnado Hijo de Dios que viene al mundo con una misión.  Mientras la tarea se completa en la cruz, sus últimas palabras son: “Todo está cumplido”.

Sin duda las últimas palabras de Jesús más difíciles de comprender se encuentran en ambos Marcos y Mateo.  En los dos evangelios dice: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”  Nos dejan con inquietud profunda: ¿Realmente ha sido abandonado por Dios Padre? nos preguntamos, o tal vez, ¿Jesús ha perdido la fe en Dios?  No obstante, podemos estar asegurados de que Dios no ha olvidado de Su Hijo; tampoco Jesús deja creer en Dios.  Los dos evangelistas, probablemente Mateo copiando Marcos, entienden la soledad completa de Jesús en su muerte como parte del precio enorme que pagó para redimir el mundo.  Sabemos que aun nosotros, tan débiles que seamos, podemos aguantar sufrimiento con el apoyo de nuestros seres queridos.  Jesús tenía que aguantar suplicio horrífico sin ninguna respalda. 

Se puede ver este abandono desde el principio de la pasión.  En Getsemaní los primeros discípulos duermen mientras Jesús está retorciéndose en la tierra.  Luego viene el discípulo que lo ha traicionado.  Todos los discípulos lo abandonan, ¡uno de ellos dejando atrás su propia ropa!

En los procesos ante el Sanedrín y el gobernador, el aislamiento de Jesús crece.  Como si fuera un blasfemo, el sumo sacerdote rasga su ropa ante Jesús para significar su disgusto completo con él. Luego todos los altos representantes de Israel lo escupen y bofetean.  Se burlan de Jesús como profeta falso cuando en verdad ha predijo todo lo que le pasa.  Mientras sufre este abuso, Jesús sabe que Pedro, su vicario, está negándolo.  Aunque Pilato dice que Jesús es inocente, lo condena como un rebelde. Los soldados romanos continúan el sacrilegio rompiendo su piel con látigos y burlándose de Jesús como un rey cómico.

Por supuesto, la soledad alcanza lo máximo en la cruz.  Todos se lo burlan aun los dos hombres crucificados junto con él.  Ningún discípulo se presenta para ofrecerle el apoyo. Aun los cielos se oscurecen dando la impresión de que Dios le ha dado la espalda. A este momento Jesús emite su grito de desánimo total. 

Al momento de su expirar Dios muestra que ha estado con su hijo por toda la ordalía.  El velo en el Templo se rasga en dos rindiendo el santuario inútil para los sacrificios.  Desde ahora lo único sacrificio para el perdón de pecados será el recuerdo de su muerte en la Eucaristía. Aún más impresionante el centurión, un testigo objetivo, proclama: “Verdaderamente este hombre era hijo de Dios”, la relación que Jesús reclamó en su proceso judío.

El sufrimiento de Jesús en el Evangelio de san Marcos provoca varias emociones dentro de nosotros.  En primer lugar, nos sentimos la admiración por todo lo que Jesús sufrió por nosotros, ¡aún el sentido de la perdida de intimidad con Dios Padre! Fue más que se puede esperar de cualquier otro hombre.  Segundo, nos sentimos profundamente agradecidos a él por hacer todo por nosotros.  Su muerte en la cruz ganó el perdón de nuestros pecados.  Finalmente, nos sentimos fortalecidos.  Nos decimos a nosotros mismos si mi Salvador sufrió tanto dolor y aislamiento, yo también soy listo a sufrir.  Habrá tiempos en que vamos a estar luchando por lo justo sin mucho apoyo.  Posiblemente nuestros propios familiares y amigos nos critiquen por arriesgarnos en defensa de la verdad.  Entonces podemos recordar a Jesús en este evangelio de San Marcos y seguir luchando.

El domingo, 17 de marzo de 2024

QUINTO DOMINGO DE CUARESMA

(Jeremías 31:31-34, Hebreos 5:7-9; Juan 12:20-33)

Las tres lecturas hoy son bellas e interrelacionadas.  Vale examinar cada una para ver cómo contribuye al enfoque de este quinto domingo de cuaresma.  En el pasado se reconocía este domingo como Domingo de la Pasión.  Se consideraba como el principio de la ordalía que padeció Jesús para salvarnos del pecado y la muerte.  Tal vez la historia de un discurso antes una batalla famosa pueda recrear por nosotros la emoción de este domingo.

En 1415 el ejercito inglés estaba para encajar a los franceses en la Batalla en Azincourt.  Sus fuerzas fueron superadas en número, pero su rey Enrique V instó a sus tropas que no perdieran la esperanza.  En la madrugada antes de la batalla les dijo que iban a contarles a sus hijos orgullosamente lo que pasó ese día.  Dijo que eran hermanos luchando hombro a hombro por su patria.  El trasfondo del evangelio se llena con la anticipación de Azincourt esa fatídica madrugada.  Jesús dice con la llegada de los griegos: “’Ha llegado la hora de que el Hijo del hombre sea glorificado’”.  Está refiriéndose a su pasión por la cual salvará al mundo del pecado.

Este es el momento cuando Dios formará una nueva Alianza con su pueblo como profetiza el profeta Jeremías en la primera lectura.  Por la muerte, resurrección, y ascensión de Jesús el Espíritu Santo vendrá para grabar la Ley nueva en los corazones del pueblo.  Básicamente el amor para Dios y para el prójimo, esta Ley unificará a Dios y la Iglesia, el nuevo Israel, para siempre.  Como dice Jeremías: Dios será su Dios y ellos serán su pueblo.

Tal vez la Carta a los Hebreos es el menos apreciado de todos los libros de la Biblia.  Expresa un profundo entendimiento de Jesús que reconoce su suprema fidelidad humana y su potencia divina.  En la lectura hoy recalca la lucha de Jesús para cumplir la voluntad de Dios Padre que entrega al mundo del pecado.  Sus palabras nos dan un sentido de su empatía para nosotros en la lucha de quedar fieles a Dios.

En el Evangelio según San Juan raras veces Jesús muestra sensibilidades pasivas.  Sí llora ante la tumba de Lázaro, pero con más frecuencia expresa la voluntad para dominar el mal.  Aquí tenemos buen ejemplo de esta intención.  Rechaza la idea de pedir la entrega de la muerte horrífica que está para padecer.  Más bien dice: “’… ¡no, pues precisamente para esta hora he venido!’”

Jesús usa una parábola para explicar lo que está para acontecer.  “’…si el grano de trigo, sembrado en la tierra, no muere, -- dice -- queda infecundo; pero si muere, producirá mucho fruto’”.  Sabe que el fruto de su pasión y muerte será no solo su resurrección a la gloria sino también el rescate del mundo de las garras de Satanás.

La Semana Santa en que celebramos nuestra liberación del pecado y la muerte está cerca.  Tenemos solo siete días para prepararnos a recibir sus gracias.  Si hemos ayunado o no, si hemos hizo el Viacrucis o no, que hagamos algún sacrificio esta semana pensando en el Señor Jesús crucificado por nosotros.  Luego que vengamos aquí el Domingo de Ramos y, si es posible, el Viernes Santo para participar en la Pasión del Señor.  Finalmente, no nos olvidemos para celebrar su resurrección de entre los muertos con toda alegría apropiada.

El domingo, 10 de marzo de 2024

CUARTO DOMINGO DE CUARESMA

(II Crónicos 16:14-16.19-23; Efesios 2:4-10; Juan 3:14-21)

Todos nosotros reconocemos el evangelio hoy.  Contiene el versículo tal vez más venerado en toda la Biblia: “…tanto Dios amó al mundo que le entregó a su Hijo único…” Las palabras nos consuelan como cuando escuchamos a nuestra maestra decirnos, “Tú eres inteligente”.  Pero ¿realmente creemos que Dios nos ama?  Muchos no lo creen, y por esta razón no les importa complacer a Dios.  Hacen lo que les dé la gana.  San Juan Pablo II dijo: “La primera tarea de cada cristiano es aceptar el amor de Dios”.  Si vamos a tener una vida espiritual verdaderamente cristiana, debemos tomar a pecho este principio.

Porque Jesús revela el amor de Dios, el evangelio lo reconoce como “la luz del mundo”.  Luz es tan básica según Génesis Dios la hizo en el primer día de la creación.  Por la Biblia vemos la luz haciendo al menos dos cosas.  Primero, la luz fomenta la vida.  Aunque los tiempos bíblicos no supieron nada de la fotosíntesis, seguramente entendieron que las plantas no crecen sin la luz.  De las plantas viven los animales, incluso los animales humanos.  La luz de Jesucristo va más allá que fomentar la vida física.  Nos guía a la vida eterna, que es la felicidad sin término.

La luz también nos permite ver.  La intensa luz en la sala de cirugía permite a los cirujanos hacer operaciones delicadas.  De manera semejante “la luz del mundo” nos permite conocer la verdad de nuestra existencia.  Amados por Dios, estamos haciéndonos en sus hijas e hijos auténticos.  La luz de la verdad nos enseña cómo prepararnos para la vida eterna. 

El amor costó a Dios a permitir a su propio hijo ser crucificado.  El amor costó a Jesucristo morir en una manera atroz.  Y el amor va a costar a nosotros también.  Cuando amamos, nos hacemos vulnerables.  Gastaremos nuestros recursos por el amado. Recordémonos a Madre Teresa de Calcuta, una de las personas más amantes de nuestro tiempo.  Pero no apareció particularmente bella.  Madre Teresa gastó sus recursos, eso es su tiempo y energía, por los miserables.  No tomó tiempo para ir al salón de belleza. 

Estamos vulnerables también porque la amada puede rechazar nuestras ofertas.  La primera lectura cuenta de la triste historia de Israel rechazando la oferta de Dios para ser su pueblo escogido.  Cometió infidelidades, imitó a sus vecinos en los vicios, aun profanó el Templo, la casa de Dios.  Se puede ver maldades semejantes entre los católicos hoy en día.  Ciertamente el abuso de niños de parte de los sacerdotes sirve como ejemplo primario.  También se puede mencionar la caída de asistencia en el culto dominical y la cohabitación de parejas no casadas. 

El evangelio hace hincapié que Jesús no condena sino salva.  Ha venido no como juez sino como maestro instruyendo cómo amar de verdad.  Aún más importante, ha sacrificado su vida para hacernos aceptables a Dios Padre.   Si estamos condenado, nos hemos condenado a nosotros mismos por preferir las luces del mundo a la luz de la vida y la verdad.  En otras palabras, hemos imitado al mundo por amar a nosotros mismos más que amar a Dios y al prójimo.  Tenemos el resto de la Cuaresma para corregir este error.  Si nos encontramos a nosotros reacios al ayunar, lentos al orar, y negligentes en caridad, deberíamos doblar nuestros esfuerzos ahora.  Que estas prácticas nos coloquen bien en la luz de Cristo.

El domingo, 3 de marzo de 2024

TERCER DOMINGO DE CUARESMA

(Éxodo 20:1-17; I Corintios 1:22-25; Juan 2:13-25)

Hace años hubo un drama de televisión que llamó la atención.  Un hombre deja su pueblo para aprender todo lo que hay de aprender en el mundo.  Va a Washington para leer todos los libros en la Biblioteca del Congreso.  Después de años regresa con su aprendizaje.  El pueblo arregla una oportunidad para que él comparta el resumen de su descubrimiento.  Cuando llega el tiempo, todo el pueblo se reúne para escucharlo.  Comienza: “Esto es lo que aprendí: ‘Yo soy el Señor, tu Dios, … No tendrás otros dioses fuera de mí….No harás mal uso del nombre del Señor, tu Dios…Acuérdate de santificar el sábado….Honra a tu padre y a tu madre…’”  Sí, según el drama los Diez Mandamientos resumen la sabiduría de las edades.

Los Diez Mandamientos tienen un lugar particular tanto en la vida cristiana tanto como en la vida judía.  El libro de Éxodo informa que Dios los escribió con su propio dedo.  Les ha dado a los humanos como puro don.  Dios no necesita nuestro acatamiento a estos órdenes.  Sin embargo, menos que los acatemos, nosotros no podemos tener la felicidad que dura.  Siguiendo los mandamientos podemos superar los grandes errores que está debilitando la sociedad y llevándonos a la destrucción personal.  No permiten el individualismo que ignora las responsabilidades que tenemos hacia uno y otro y hacia la comunidad.  Al contrario, somos mandatos para honrar a nuestros padres, refrenar de tomar lo que pertenece a los demás, y como corolario, apoyar el bien común.

También los Diez Mandamientos se levantan contra el relativismo que dice no hay leyes objetivas sino toda persona y toda sociedad tienen que crear sus propias leyes.  Aquí hay diez leyes incontrovertibles para todos.  Asimismo, los Diez Mandamientos no ceden ningún terreno al materialismo.  Reconocen los valores espirituales como Dios en primer lugar y luego la honestidad, el honor, la santidad del matrimonio, y muchos otros.

Tan grande como sea el don de los Diez Mandamientos, Dios ha regalado a los humanos algo más superlativo.  El evangelio hoy enseña que Jesús ha llegado para reemplazar el Templo como el lugar de encuentro entre Dios y los humanos.  La purificación del templo de negocios comprende solo el primer paso de su programa.  Su propio cuerpo resucitado de entre los muertos será el nuevo Templo donde la gente dará culto a Dios.  San Pablo nos informa que el cuerpo resucitado de Cristo es la Iglesia. 

Ahora la persona no necesita ir a Jerusalén para ofrecer sacrificios que agradan a Dios.  Dondequiera que se celebre la Eucaristía Cristo está presente dándole a Dios Padre el perfecto sacrificio.  De hecho, se encuentra Cristo en todos los sacramentos de la Iglesia.  Está presente en el Sacramento de Reconciliación perdonando las ofensas del pecador y fortaleciendo su espíritu para evitar el pecado. 

El evangelio termina con una evaluación negativa de los hombres y mujeres.  Dice que Jesús no se fía de ellos porque sabe de “lo que hay en el hombre”.  Esto es nuestra disposición a pecar.  El individualismo, el relativismo, y el materialismo han penetrado el corazón humano con tanta vehemencia que los Diez Mandamientos solos no vayan a controlarlos.  Por el Sacramento de Reconciliación Jesús nos encuentra recurriendo su ayuda espiritual mientras confesamos nuestros pecados.  Es un espacio privado donde podemos abrirnos completamente a Dios en un acto a la vez humilde y edificante.

Durante este tiempo de Cuaresma podemos imaginar a Jesús purificando nuestras vidas con el Sacramento de Reconciliación como limpia el Templo en el evangelio hoy.  Nos hace verdaderos templos del Espíritu Santo de donde se levantan actos de gracias y alabanzas a Dios Padre.

El domingo, 25 de febrero de 2024

SEGUNDO DOMINGO DE CUARESMA

(Génesis 22:1-2.9-13.15-18; Romanos 8:31-34; Marcos 9:2-10)

Como siempre escuchamos el evangelio de la tentación de Jesús en el primer domingo de Cuaresma, podemos contar con escuchando la historia de su transfiguración en el segundo. También escuchamos el mismo evangelio al seis de agosto.  Parece que el evento es tan importante para nuestra consideración que vale la repetición. Vamos a reflexionar en este cambio de apariencia en dos maneras: lo que pasa a Jesús y lo que pasa a los testigos que incluyen a nosotros mismos.

A veces los predicadores tratan de diferenciar entre una transformación y una transfiguración.  Dicen, por ejemplo, que la transfiguración es siempre de un estado bajo a un estado más alto mientras la transformación puede ser un mejoramiento o una deterioración.  Pero esta distinción es difícil ver.  El griego del evangelio hoy dice “metemorphOthE” que es traducido como “fue transformado”.  Evidentemente se desarrolló la costumbre a través de los siglos de llamar esta experiencia de Jesús “la Transfiguración” como la tenemos ahora en nuestros misales. 

De todos modos, el aspecto de Jesús cambia rápida y significantemente.  Se revela su identidad completa cuando su ropa comienza a brillar.  Como se ve Superman cuando el periodista Clark Kent se quita su traje, se ve el Mesías de Dios cuando se ponen lucientes las vestiduras de Jesús.  Esta transformación verifica lo que Pedro afirmó antes: Jesús es el Mesías o, en griego, el Cristo.  También indica la verdad que Jesús mismo trató de inculcar en sus discípulos con poco éxito.  Eso es, aunque es el Mesías, tiene que morir para lograr la salvación de Israel. 

Además de su transfiguración, hay dos otros testimonios en favor de Jesús en este evangelio.  La presencia de Moisés y de Elías en ambos lados de Jesús muestra su preeminencia en la historia de la salvación.  Sus palabras llevan a la perfección la Ley que Moisés presentó al pueblo.  Asimismo, su sufrimiento culminará los sacrificios de los profetas, entre quienes Elías es el más prominente, para llevar a cabo la voluntad de Dios.

En el desierto Dios comunicó con Israel de una nube. Ahora en la montaña también utiliza una nube para entregar su mensaje.  Dice: “Este es mi Hijo amado…” Jesús es su "amado" porque cumple su voluntad en todo.  Luego concluye: “…escúchenlo”.  Porque perfectamente hace la voluntad del Padre, él vale la escucha de los discípulos.

Jesús no es el único de experimentar un cambio en este relato.  También sus discípulos están afectados.  Su fe ha crecido desde que treparon el monte.  Asombrados por la visión de Jesús transfigurado, ahora esperan que algo extraordinario le pase a Jesús.  Por lo menos se puede decir que su fe no debería sacudirse completamente cuando Jesús es crucificado.

Nosotros hemos sido conscientes de la pasión y resurrección desde nuestras primeras lecciones del catecismo.  Sin embargo, es posible que viviendo entre escépticos y no creyentes que ahora abundan comencemos a dudar estos principios de fe.  Pero al escuchar este evangelio podemos hacer una afirmación de fe con tanta convicción como Abraham en la primera lectura.  Abraham creyó que Dios no iba a negar su promesa de hacer de él el patriarca de una nación numerosa a pesar de que le pidió que sacrificara a su único hijo.  Ahora es de nosotros vivir con tanta fe.  No importa lo que digan los sabios de este mundo, seguimos a Jesús, nuestro Señor resucitado. 

Comenzamos este camino cuaresmal con la imposición de cenizas en nuestras frentes.  El cura nos dijo que éramos polvo y al polvo regresaremos.  Ahora después de escuchar el evangelio de la transfiguración podemos añadir algo a este pronuncio alarmante.  De polvo tan fino como las cenizas del crematorio vamos a resucitar a la vida eterna.

El domingo, 18 de febrero de 2024

PRIMER DOMINGO DE CUARESMA, 18 de febrero de 2024

(Génesis 9:8-15; I Pedro 3:18-22; Marcos 1:12-15)

Siempre en el primer domingo de cuaresma escuchamos que Jesús es tentado en el desierto.  Probablemente la mayoría de nosotros recordamos cómo Satanás reta al Señor que cambie piedras en panes y se postre delante de él.  Sin embargo, el pasaje del Evangelio según San Marcos que acabamos de oír no dice nada de los contenidos de las tentaciones.  Solo informa que el Espíritu Santo impulsa a Jesús al desierto.  No es correcto pensar que Marcos tenga en mente las mismas tentaciones como los de Mateo y Lucas. De hecho, parece que Marcos tiene otra idea de tentación.

La palabra para tentación tiene dos sentidos.  Puede ser un intento de seducir a una persona con cosa atractiva traicionar los principios de su vida.  O puede ser probar a la persona para fortalecerla. Porque el Espíritu Santo origina la tentación y que no hay ninguna sugerencia de decepción, probablemente es pretendida como una prueba y fortalecimiento.

Se puede comparar la tentación de Jesús en el Evangelio de Marcos con la Escuela Ranger del Ejército de los Estados Unidos.  Preparándose para el combate, los soldados entrenan por más de sesenta días en condiciones extremamente rigurosas.  Comen solo 2,200 calorías y duermen por promedio solo 3.5 horas diariamente.  Seguramente después de un curso tan retador los soldados serán entre los más listos para la guerra en el mundo.  Así Jesús se prepara para la misión que está para comenzar.  Predicará “el Reino de Dios” que salva al mundo de la perdición y le da la paz.

Debemos pensar en la Cuaresma como nuestro entrenamiento para continuar esta misión de Jesús.  En el mundo hoy la cultura por gran parte ha dejado atrás la religión.  Las canciones populares cuentan de encuentros sexuales, no de visitas al párroco para casarse.  Se reservan las mañanas de domingo aún más para partidos de fútbol o básquet que por acudir a la iglesia.  La Navidad es para darse al uno y otro los regalos, no de adorar al Niño redentor. Y se recuerda la Pascua por buscando huevos y comiendo chocolates, no por la esperanza de la vida eterna. 

“¿Y qué es el problema?” preguntarán algunos.  El problema es que una vez que la sociedad pierda su religión, pierde también su núcleo que sostiene todas partes juntas.  Como resultado, comenzará a deshacerse.  Sin religión, la sociedad no sería responsable al Único que no se puede engañar.  Pronto se aparece problemas enormes.  Vemos indicaciones del deshacer ahora en nuestra sociedad.  Un número creciente de adolescentes intentan a suicidarse.  Los medios de comunicación regularmente dan desinformación para manipular al público a conformarse con su propia perspectiva.  Con la preocupación con el sexo sin la intención de tener familia, la población se hace más disminuida, vieja y débil.

Es de todos nosotros dar testimonio a Jesucristo que incorpora en sí mismo el Reino de Dios.  Lo hacemos en primer lugar con vidas rectas. La disciplina de Cuaresma a decir “no” a las ofertas continuas de comer y beber más nos fortalece moralmente.  El compromiso cuaresmal a la oración nos pondrá más cerca a Dios, siempre nuestro recurso principal en la misión.  Y los esfuerzos por los necesitados nos aproximarán la prioridad de Jesús para los pobres.

¿Por qué al principio de la Cuaresma los sacrificios parecen como un reto insuperable, pero al final del tiempo parecen como no gran cosa?  ¿Puede ser que estemos demasiado laxos ahora y nos haga falta un despertamiento para vivir realmente bien? Como con Jesús, el Espíritu Santo está impulsándonos adelante.  ¡Que no nos girémonos del reto!

El domingo, 11 de febrero de 2024

SEXTO DOMINGO ORDINARIO

(Levítico 13:1-2.44-46; I Corintios 10:31-11:1: Marcos 1:40-45)

El Libro de Levítico trata de la santidad.  Los israelitas se sienten una llamada particular de parte de Dios para ser santos. Se puede describir Levítico como un manual para cumplir esa vocación.  Particularmente importante para ser santo es la pureza.  Se asocia la inmundicia con enfermedad, morales malas, y la impiedad.  Por lo tanto, los judíos en el tiempo de Jesús se guardan a sí mismos de la lepra, la enfermedad que deteriora la piel.

Los pobres leprosos tienen que aislarse de otras personas, ¡aunque no hayan hecho nada malo!  Se manda este ultraje porque el bien de la comunidad tiene prioridad del bien psicológico del enfermo. Ahora después la pandemia tenemos una idea como se sienten los leprosos.  En algunos casos los aislados no solo están solos, aburridos, y frustrados porque no pueden cumplir sus responsabilidades.  Muchas veces incluyen el sentir el dolor y el temor que tal vez nunca vayas a recuperarte.  En el caso de la lepra no se limita el encierro a cuatro días o una semana.  Más bien es la prospectiva que vas a pasar años separados de sus seres queridos. 

De hecho, no solo los leprosos sufrían el aislamiento en la Biblia.  Mujeres después dar a luz también tienen que separarse, así como hacen los que trabajan con animales muertos.   Es cierto, estos pueden purificarse con abluciones de agua, pero esto también es molestia. 

En el evangelio Jesús muestra la compasión al leproso.  Cuando se le presenta a sí mismo a Jesús y expresa fe en él, Jesús no tiene ningún miedo en tocarlo. Aún más lo cura de su enfermedad.  Jesús ha venido para vencer el mal en todas sus formas.  No va a permitir que este hombre siga sufriendo ni el dolor ni el aislamiento.

Jesús quiere hacer lo mismo con nosotros.  Quiere aliviar nuestras enfermedades, sean corporales o espirituales, por ponernos en contacto con él mismo.  Su cuerpo queda en la tierra en la forma de la comunidad de fe, la iglesia.  Eso es todos nosotros.  Por eso tenemos delante de nosotros ahora la cuaresma, la gran temporada de penitencia comunal.  Hemos de rezar por, hacer sacrificios por, y ayudar a uno a otro. 

¿Qué enfermedad llevamos?  ¿Es comer compulsivamente?  Ya tenemos cuarenta días que nos invitan a dejar de tomar segundos, dulces, y meriendas.  ¿Es que estamos inclinados a desviar cuando rezamos?  Ahora tenemos un tiempo reservado para venir a la iglesia durante la semana para enfocarnos en el Viacrucis o el sacrificio de la misa.  ¿Nos sentimos culpables de siempre buscar nuestro propio bien y no ayudar a los necesitados?  Ahora tenemos un tramo de semanas que nos convienen a cuidar a los desafortunados.  Con estos actos de amor nos purifiquemos de nuestros pecados mientras aliviamos a personas en apuros. 

La cuaresma nos cuesta porque el pecado ha deformado nuestro pensamiento.  El pecado nos hace pensar que nuestros vicios no son tan malos o, al menos, son necesarios para que sobrevivamos.  Es mentira, y ahora tenemos cuarenta días para mostrar que con la ayuda de la gracia podemos superar los hábitos malos.  La penitencia es necesario si vamos a cumplir nuestra vocación.  Como los israelitas en el desierto somos llamados a ser santos, purificados de pecado, y caritativos hacia los demás.  Somos llamados a ser discípulos de Jesús que muestra la compasión al leproso.