El domingo, 5 de noviembre de 2023

TRIGÉSIMO PRIMERO DOMINGO ORDINARIO

(Malaquías 1:4-2:2.8-10; I Tesalonicenses 2:7-9.13; Mateo 23:1-12)

Este evangelio tiene algunas frases que nos sorprenden.  ¿Es cierto que Jesús no quiere que llamar a nadie “padre”, ni nuestro progenitor?  ¿Puede ser que tengamos que inventar otros títulos para nuestros maestros?  Porque son mandatos del Señor, debemos investigarlos en serio.

Sabemos que en otros contextos Jesús habla con lenguaje exagerado.  No quiere engañarnos sino enfatizar la importancia de nuestra atención al asunto a mano.  En el Evangelio de San Lucas Jesús dice a sus discípulos que tienen que odiar a su padre, madre, hijos, etcétera. Los expertos nos aseguran que no tenía ninguna intención que odiáramos a nuestros seres queridos, sino que siempre lo pusiéramos a él en primer lugar.  En este Evangelio de San Mateo Jesús manda, “’Sí, pues, tu mano o tu pie te es ocasión de pecado, córtatelo y arrójalo de ti’”.  Seguramente no quería que lastimáramos a nosotros mismos.  Solo deseaba que no pecáramos.  Como tan efectivo predicador que era, Jesús usó lenguaje que pica.

Sin embargo, los reformadores protestantes evidentemente pensaban de otro modo.  Martín Lutero consideraba a llamar bien a un hombre “padre” con tal que no interfiera con la gloria de Dios.  Por la práctica de llamar a sus ministros “reverendos” o “pastores”, se puede asumir que no vio con ojos buenos llamar a sacerdotes “padres”.  Hay algunos protestantes y a veces católicos también que todavía rehúsan llamar a sacerdotes católicos “padres”.  No están siendo necesariamente irrespetuosos.  A lo mejor aman al Señor tanto que tomen cada una de sus palabras literalmente.  Sin embargo, un entendimiento literal no es siempre la mejor interpretación de la Escritura posible.

Porque la práctica va en contra del mandato evangélico, los teólogos católicos han reflexionado profundamente en la cuestión.  Notan como Pablo en una de sus cartas llama a sí mismo como “padre” (I Cor 4,14-15) de la comunidad que convirtió.  Además, Pablo a través sus cartas refiere a sus hijos espirituales.  La Iglesia antigua se acostumbró a llamar a los obispos “padre”.  San Benito designó el título no solo a líderes de sus comunidades (abad es una forma de padre) sino también a los confesores.  La razón que dio era que son guardianes de almas.  Por la misma razón los frailes dominicos y franciscanos fueron nombrados “padres” y luego todos sacerdotes.

En el evangelio Jesús echa una crítica fuerte contra los fariseos y escribas que engrandecen su propia importancia en los ojos del pueblo. Según Jesús ellos llevan ropa pretenciosa, ocupan los puestos prominentes en público, y muestran satisfacción cuando otros los saluden como “maestros”.  El propósito de Jesús es más que denunciar al liderazgo judío.  Sobre todo, quiere advertir sus discípulos que no se actúen así en la Iglesia que está fundando. 

El papa Francisco con el sínodo sobre sinodalidad puso el cimiento para que la Iglesia se conforme más con este propósito de Jesús.  Sentó a los laicos con los jerarcas en mesas redondas para enfatizar la necesidad de escuchar seriamente ambos los motivos y las perspectivas de uno y otro.  Permitió que todos votaran para revelar el verdadero pensamiento del grupo en las cuestiones.  No va a quitar de los obispos la gobernación de la Iglesia.  Pero va a facilitar una gobernación mejor informada.

Es evidente que la tendencia para dominar a los demás se arriaza en el hondo del corazón humano.  Jesús vino para extirparla.  Necesitamos su gracias para amar a uno a otro como hermanos y hermanas.  Esta gracia está funcionando cuando nosotros, tanto los pastores como los laicos, entablar conversaciones con honestad y respeto.

El domingo, 29 de octubre de 2023

TRIGÉSIMO DOMINGO ORDINARIO

(Éxodo 22:20-26; I Tesalonicenses 1:5-10; Mateo 22:34-40)

El evangelio hoy trata del amor.  Todos saben del amor, pero no todos están de acuerdo de lo que sea el amor.  Una vez un hombre desamparado recibía el almuerzo de una voluntaria trabajando en un comedor de caridad.  Dijo el desamparado a la voluntaria: “Señorita Bea, te amo”.  Respondió ella: “Te amo a ti también, Jaimito”.  Entonces el hombre dijo: “Señorita Bea, si tú me amas, ¿te acostarás conmigo?” La mujer le replicó: “No es ese tipo de amor”. 

Hay varios tipos de amor.  El gran exponente de la fe del siglo pasado, C.S. Lewis, describe cuatro.  Reflexionar sobre estos puede ayudarnos entender los mandamientos de amor en este evangelio.  Tres de estos tipos son naturales.  Eso es, surgen en nosotros como el apetito de comer o el deseo de saber.  El cuarto tipo es sobrenatural. A decir, viene de Dios y es para nosotros aceptarlo y compartirlo con los demás.

El primer tipo de amor es el cariño por lo cual deseamos el bien para la gente que nos ayuda.  Por el cariño una niña quiere a su mamá que le provee los recursos para vivir desde la leche de pecho hasta el consejo para las fiestas.  También la madre busca el afecto de sus hijos para sentir cumplida como mujer.  Necesitamos a ser necesitados, como dice el refrán.  El cariño se extiende más allá que nuestros familiares.  Dice Lewis que noventa por ciento de nuestras relaciones de amor son de este tipo.  No obstante, hay que tener cuidado con el cariño.  Puede volverse en la indulgencia que sofoca más que el apoyo que ayuda.

Lewis enumera la amistad como el segundo tipo de amor.  Tiene en mente el compartir completa de modo que dos hombres o dos mujeres se identifiquen el uno con el otro.  Los padres de la Iglesia San Basilio y San Gregorio Nacianceno tuvieron tal relación. Gregorio escribió: “Cuando reconocimos nuestra amistad, nos hicimos todo para uno y otro: compartimos el mismo alojamiento, la misma mesa, los mismos deseos, la misma meta”.  En el Evangelio según San Juan a la última Cena Jesús llama a sus discípulos “amigos” porque han compartido su vida al máximo.  Aunque este género de amistad es gran don, se puede corromperse.  Por ejemplo, cuando los dos no comparten con nadie más que uno y otro, se hace egoísta.

Eros, el amor romántico, comprende el tercer tipo de amor.  Los enamorados experimentan deleite no solo en la presencia sino también en el pensamiento de uno y otro.  Por su naturaleza eros llevará la pareja a dar vida en el matrimonio.  Pero también puede conducirles a la disminución de bondad como cuando los novios dejan la virtud en la búsqueda del placer erótico. 

Lewis llama el cuarto tipo de amor “ágape”, una palabra griega que significa el amor abnegado.  Es el amor de Dios entregado a los humanos por pura bondad.  Tenemos un amor natural para los maestros que nos formaron como personas de carácter.  Pero Dios no tiene que amarnos; ni siquiera tenía que crearnos.  A pesar de la ingratitud humana, Dios no solo nos creó sino envió a su propio hijo para salvarnos del pecado y la muerte.  En respuesta a él amamos a todos con un amor que no busca reciprocidad en el cariño, ni exclusividad en la amistad, ni placer en el eros. 

Con ágape podemos amar a Dios mismo.  Esto es más difícil que se piense.  Pues Dios no es visible y además muchos prefieren pensar en sí mismo como autores de su propia bondad.  Amamos a Dios por reconocerlo en los hambrientos, desnudos, enfermos, y extranjeros con quienes Cristo se identificó; por obedecer sus mandamientos aun cuando nos cuesta; y por la oración diaria y atentamente.

Como seguidores de Cristo, no amamos solo a aquellos que cumplen nuestras necesidades. Amamos a todos por imitación a Dios que nos ha amado en primer lugar.  Su amor, el ágape, nos da más que la satisfacción que es propensa a desvanecer en tiempo.  Nos da el gozo de conocer a Jesús como nuestro amigo y a su Padre como nuestro anfitrión por la eternidad.

El domingo, 22 de octubre de 2023

EL VIGÉSIMA NOVENO DOMINGO ORDINARIO

(Isaías 45:1.4-6; Tesalonicenses 1:1-5; Mateo 22:15-21)

Porque tiene que ver con el gobierno y, por ende, la política, el evangelio hoy ha llamado mucha atención.  También es interesante pero poco notada la situación en que se encuentra Jesús.  Hace pocos días entró Jerusalén para entregar su vida por la redención del mundo.  Después de ahuyentar a los mercantiles del Templo, los ancianos judíos vinieron cuestionando su autoridad.  En lugar de darles una respuesta directa, Jesús les preguntó si Juan Bautista era profeta de Dios.  Era pregunta con trampa.  Si los ancianos contestaran “sí”, Jesús les habría preguntado por qué no lo siguieron.  Y si contestaran “no”, habrían perdido la confianza del pueblo.

En el evangelio hoy los fariseos y herodianos se acercan a Jesús con toda la sinceridad del lobo saludando a Caperucita Roja.  Tienen una pregunta con trampa semejante a aquel que Jesús usó con los ancianos judíos.  Si Jesús responde que sí se debe pagar el impuesto a César, perdería el favor del pueblo.  Y si contesta “no”, las autoridades vendrían buscándolo. 

Jesús no se cae en la trampa. Más bien se ha dado cuenta de las intenciones malas de los fariseos del piropo falso con que lo saludaron. No contesta la pregunta sino burla a sus adversarios por pedirles la moneda para pagar el impuesto.  El hecho de que tienen a mano la moneda indica su participación en el sistema monetario de César.  Muestran que deberían pagar el impuesto porque se aprovechan del sistema.  Realmente no quieren aprender de Jesús.  Como Jesús dice, son “hipócritas”.

Jesús nos deja un proverbio sin ninguna explicación.  Somos para dar “al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios”.  Pero ¿qué es nuestro deber a César? y ¿qué es nuestro deber a Dios?  “César” significa el gobierno, y no es difícil enumerar nuestros deberes al gobierno.  Hemos de obedecer sus leyes, votar para sus oficiales, pagar sus impuestos, y defender el país cuando nos llame.  Pero nuestro deber a Dios es más complicado.

Algunos piensan que nuestra deuda a Dios es limitada a asistir en la misa dominical y hacer un aporte a la caridad de vez en cuando.  Sin embargo, porque Dios nos creó, nos salvó de las insidias del diablo, y nos sostiene le debemos mucho más.  De hecho, debemos a Dios toda nuestra vida.  Cumplimos este deber por vivir cada día, de hecho, cada momento de cada día como Cristo. 

Permítanme me explicar con una historia.  A lo mejor el caos que acompañaba el subir a los buses en Honduras no ha cambiado mucho en treinta años.  En los años diecinueve noventa un sacerdote allá solía decir que vivía como cristiano todo el tiempo excepto cuando subiera en el bus.  Estaba bromeando, por supuesto, pero ¿no es que todos nosotros proponemos tales límites a nuestra lealtad a Cristo? 

Existe un documento del segundo siglo que describe los modos de cristianos.  Reclama que los cristianos no viven como las demás personas, aunque viven entre ellas.  Dice que los cristianos son al mundo lo que el alma es al cuerpo. En otras palabras, actúan como la conciencia del mundo siempre mostrando el modo bueno, justo, y correcto a vivir.  Esto es lo que Jesús quiere decir cuando nos manda “dar a Dios lo que es de Dios”.

Resistimos entregarnos completamente a Dios.  Parece como demasiado de demandar de nosotros.  Pero no deberíamos considerarlo como un pago de nuestra parte.  Más bien es solo el modo apropiado de realizar nuestro papel como miembros de la familia de Dios.  Es solo vivir como hijos e hijas de Dios.

El domingo, 15 de octubre de 2023

VIGÉSIMA OCTAVO DOMINGO ORDINARIO

(Isaías 25:6-10; Filipenses 4:12-14.19-20; Mateo 22:1-14)

En los últimos domingos hemos visto a Jesús discutiendo con los ancianos y sumo sacerdotes de Jerusalén.  Había entrado en la ciudad para entregarse por nuestra salvación.  Al enseñar en el área del Templo los líderes judíos cuestionaron su autoridad. Pero Jesús, más perspicaz que todos, ha vuelto las tornas a ellos con tres parábolas.  Escuchamos la primera, “los dos hijos”, hace dos semanas y la segunda, “los viñadores homicidas”, el domingo pasado.  Hoy se nos presenta la tercera, “el banquete de bodas reales”.

Como las otras dos parábolas, “el banquete de bodas reales” demuestra la falta de los judíos acatar la voluntad de Dios.  Por eso, señala que el Señor sacará su reino de sus manos para darlo a los griegos.  En la última mitad del primer siglo los griegos aceptaban el evangelio en grandes números mientras pocos judíos reconocieron a Cristo.  El banquete mismo es símbolo del cielo al final de los tiempos como se ve en la primera lectura del profeta Isaías.  Los griegos son aquellos que vienen de los “cruces de los caminos” para asistir en el banquete.  Pero, como cualquier grupo aleatorio, son ambos “malos y buenos…” Los buenos pertenecen allí.  Ellos se visten de la ropa apropiada.  Pero el malo, que no lleva trajo de fiesta, no habría ser admitido.

La eliminación de este hombre ha molestado a muchos a través de los siglos.  Se preguntan, “¿Cómo es que el pobre puede ser echado del banquete por no tener el vestido apropiado?” Les ha parecido que existe una falta de misericordia de parte del anfitrión.  Sin embargo, la cuestión no es la falta de recursos para comprar el traje.  Es de rehusar vestirse del traje disponible.  Se puede imaginar que los trajes de fiesta estaban disponibles en la entrada al banquete como en las grandes basílicas de Roma hoy se ofrecen mantos livianos a las damas entrando con hombros desnudos.  Entonces, ¿qué significa el traje de fiesta?

En su Carta a los Romanos San Pablo aconseja a sus lectores: “Revístanse del Señor Jesucristo, y no se preocupen de la carne” (13,14).  Evidentemente quiere decir que deben actuar como Jesús mostrando la caridad a todos.  La Carta a los Colonenses es más detallada.  Dice: “…revístanse, pues, elegidos de Dios, …, de entrañas de misericordia, de bondad, de humildad, mansedumbre, paciencia…” (3,14).  El traje de fiesta significa obras de misericordia que sirven como boletos para entrar al cielo. Más adelante en este Evangelio según San Mateo Jesús dirá que cuando vendrá para juzgar a los vivos y muertos, llamará al Reino de su Padre aquellos que dieron de comer y beber al hambriento y al sediente, que acogieron al forastero, que vistieron al desnudo, y visitaron al enfermo y al prisionero (25,35-40).

En la búsqueda de placeres y comodidad muchos hoy en día desconocen las necesidades de los demás.  Desgraciadamente, se incluyen en este número algunos que acuden a la iglesia.  Prefieren ignorarse de las exhortaciones de Jesús que escuchan domingo tras domingo que hacer un esfuerzo regular por los necesitados.  De algún modo tenemos que despertar a ellos del llamado de Jesús.

En una ciudad donde los crímenes violentos han explotado en los últimos años una pareja jubilada definitivamente se han vestido de Cristo.  La pareja trabaja como voluntarios en un programa que ayuda a los niños de escuelas públicas leer.  Es una parte de lo que hay de ser un esfuerzo coordinado para resolver un problema social enorme.  Las parejas tienen que mostrar la preocupación por sus hijos por mantener matrimonios fieles y mutuamente comprensivos.  Los empresarios tienen que pagar salarios que valoran el trabajo bien cumplido.  Y los gobiernos tienen que fomentar la prosperidad mientras mantener el orden. 

La responsabilidad para una sociedad justa no depende solo en el gobierno o en alguna gente buena.  Jesús nos implica en la empresa a todos.  Nosotros católicos debemos ser los primeros para alistarnos en el esfuerzo.  Lo hemos escogido a él como Señor.  Mediante obras de caridad anticipamos la salvación que él nos ganó.

El domingo, 8 de octubre de 2023

El VIGESIMOSÉPTIMO DOMINGO ORDINARIO

(Isaías 5:1-7; Filipenses 4:6-9; Mateo 21:33-43)

Casi siempre se relacionan la primera lectura y el evangelio en la misa dominical.  Hoy se ve la relación con gran facilidad.  El profeta Isaías describe el pueblo Israel como una viña que pese a grandes esfuerzos de Dios rinde fruta amarga.  En la parábola evangélica Jesús habla de la viña como el Reino de Dios y sus trabajadores como los líderes judíos.  Muestra cómo los líderes fallan dar a Dios su debido y eventualmente matará a Jesús por denunciar su infidelidad.  Como resultado, en los dos casos Dios castiga a los malvados severamente.

Quiero sugerir otro modo para interpretar las lecturas.  En lugar de pensar en la viña como la nación de Israel o el Reino de Dios, que pensemos en ella como nuestras vidas.  Dios nos ha dado a cada uno la vida para hacer lo mejor que se pueda con ella. Desgraciadamente a veces fallamos a producir mucho que es bueno.

Quizás algunos de nosotros tengan problema pensar en sus vidas como perteneciendo a Dios.  Piensan que su vida es la única cosa que tienen por seguro.  Pero es Dios que nos presta nuestra vida y nos la quita según su voluntad.  Somos dependientes en Dios por nuestra vida y también responsables a él por lo que hacemos con ella.  Por esta razón en ambas lecturas la gente han de producir para el dueño de la viña uvas buenas.

Porque Dios nos presta la vida, deberíamos cuidarla bien.  Tenemos que atender las necesidades del alma y cuerpo.  Sabemos las necesidades del cuerpo, aunque no siempre las cumplamos.  Comer y beber prudentemente, hacer ejercicio regularmente y descansar más o menos siete horas diariamente no son secretos entre las elites sino conocimiento general. 

Asimismo, el alma necesita alimentación nutritiva.  Deberíamos asociarnos con personas que se esfuercen quedarse cerca al Señor y buscar el consejo de aquellos que son verdaderamente sabios.  De igual importancia es que no ingiramos nada tóxico al alma como películas eróticas e ideologías que enfatizan nuestros derechos y olvidan nuestras responsabilidades hacia los demás. 

El fruto de nuestros esfuerzos de cuidar el alma y cuerpo se encuentra en buenas obras.  Cuidamos a nuestras familias y cultivamos amistades buenas.  Practicamos la ciudadanía no solo por adherir a la ley sino también por cooperar en los proyectos comunitarios.  No importa que nos cueste, hacemos hechos de caridad.

Recientemente se ha beatificado una familia polaca que hizo una obra grandísima de caridad.  La familia de nueve, los padres y siete hijos, fue martirizada durante la Segunda Guerra Mundial por dar amparo a ocho judíos en su casa.  Eran agricultores comprometidos a amar a Dios y al prójimo.  Cuando fueron reportados a las autoridades nazis, vinieron los oficiales alemanes a su granja.  Dispararon primero a los judíos, entonces a los padres de la familia, Josef y Wiktoria Ulma, y finalmente a los seis hijos más grandes.  En su martirio Wictoria Ulma dio a luz su séptimo hijo.  El Vaticano proclamó a este bebé mártir también.  Razonó que el bebé recibió un bautismo de sangre por haber dado testimonio a Dios con su vida. 

Es difícil pensar en nosotros como mártires.  Gracias a Dios no es probable que vengan verdugos para quitar nuestras vidas.  Sin embargo, podemos preguntar si hubiera un crimen hacer buenas obras en nuestra sociedad, ¿existiría bastante evidencia para condenarnos?  Si no podemos contestar “sí”, nuestra viña no está rindiendo uvas buenas.

 

PARA LA REFLEXIÓN: ¿Qué son los beneficios de que Dios es el dueño de nuestras vidas?