El domingo, 3 de agosto de 2014



DÉCIMO OCTAVO DOMINGO ORDINARIO

(Isaías 55:1-3; Romanos 8:35.37-39; Mateo 14:13-21)

En los conventos de los frailes dominicos solían servir la comida de una forma insólita.  En vez de servir a los superiores primeros, comenzaban con los más jóvenes en la comunidad.  La costumbre tuvo su origen en el tiempo de Santo Domingo, fundador de la orden.  En sus primeros años los dominicos en Roma vivían en el convento de San Sixto, de lo cual salieron algunos de su número todos los días para mendigar el pan en las calles.  Un día los frailes mendicantes recibieron casi nada.  Dice la historia que encontraron a más sacerdotes y levitas en sus rondas que samaritanos.  De todos modos cuando regresaron, hubo muy poquito pan para los cuarenta frailes habitando la casa.  Sin embargo, Santo Domingo no se turbó. Al contrario, estuvo alegre.  Mandó que el poco pan que tenían fuera dividido entre todas las mesas y que los frailes se sentaran.  Cantaron la oración antes de comer y con gozo tomaron las migajas.  Entonces entraron dos ángeles con canastos de pan sirviendo en silencio a los jóvenes primero.  Cuando llegaron a la mesa de Santo Domingo, se desaparecieron antes de que pudieran identificarse.  Pero todo el mundo supo que fueron enviados de Dios en respuesta a las oraciones del santo.

Esta historia ilustra lo que Jesús dice en el evangelio.  Los discípulos no tienen que preocuparse sobre cómo podrían dar de comer a las más que cinco mil personas.  Sólo tienen que confiar en Jesús para proveer las necesidades de la gente.  Él bendecirá sus esfuerzos más humildes para asegurar el éxito de su empeño.

Hoy día Jesús sigue presente entre nosotros. Con la misma capacidad de suplir nuestras necesidades nos espera que se lo pidamos.  Por supuesto, esto no significa que si pasamos todo el día en la iglesia, vamos a encontrar el pan en la puerta cuando volvamos a casa.  No, la vida no es así.  Siempre habrá una tensión entre nuestra oración y nuestros propios esfuerzos.  Un hombre se preocupa porque la ayuda que el gobierno le ha dado por una herida de trabajo ya se ha cortado.  Sabe que no puede volver al trabajo que tenía pero no sabe cómo vaya a poner pan en la mesa.  Dice que cuando piensa en Dios, siente tranquilo.  Pero cuando considera su situación, se hace perturbado. 

San Pablo en la segunda lectura puede consolar a este hombre.  “Ni la muerte ni la vida – dice Pablo --…podrá apartarnos del amor que nos ha manifestado Dios en Cristo Jesús”.  Dios nos ama cuerpo y alma.  Está, en primer lugar, fortaleciendo a nuestras manos para proveer por nuestras familias lo que necesiten.  Si no es suficiente, va a mover a nuestros conocidos a compartir con nosotros de su abundancia. Y si persiste la dificultad, tiene en espera a los discípulos de Jesús en la parroquia y en las agencias sociales para socorrernos.

El evangelio no quiere decir que Jesús suplirá sólo el pan.  Más bien, el pan sirve como símbolo para todas las necesidades humanas, tanto del alma como del cuerpo.  Además de comida, techo, y cuidado médico, Jesús nos proveerá con la sabiduría para vivir dignos en un mundo vertiginoso.  Tan maravillosos que parezcan los apps de Apple, no van a formar a los niños en adultos responsables.  No, los padres tienen que buscar en Cristo la firmeza y la ternura, el gozo y la sobriedad, el amor y la disciplina para criar a sus hijos.  Con Jesús proporcionándonos la sabiduría, el producto será como los restos en el evangelio muchas veces: más numerosos que los recursos en el principio.

Dice el dorso de un dólar: “En Dios confiamos”.  Es cierto.  Pedimos a Dios Padre, “el pan de cada día”, y trabajamos para el billete con que lo compramos.  Dios nos proveerá la disciplina a trabajar para el dinero y la sabiduría a saber que no es sólo por nuestros esfuerzos que lo tenemos.  Dios nos proveerá todo.



El domingo, 27 de julio de 2014

DECIMOSÉPTIMO DOMINDO ORDINARIO

(I Reyes 3:5-13; Romanos 8:23; Mateo 13:44-52)


La mujer viene a menudo a la parroquia.  Habla poco inglés y casi nada español.  Pues es de Laos.  Sin embargo, quiere servir a Dios.  Cuida parte del jardín y está dispuesta a ayudar con cualquier proyecto de mantenimiento que haya.  Dice ella que cuando era niña en su país, vivió en un orfanato donde las hermanas católicas le cuidaban.  Le enseñaron acerca de Dios y cómo mostrarle el agradecimiento.  En la segunda lectura hoy San Pablo tiene en mente personas como ella.

Escribe Pablo que para aquellos que aman a Dios todo contribuye para bien.  No está pensando en los afortunados sino en los que han sufrido pero siguen confiando en Dios y ayudando al prójimo.  Pablo ve a esta gente – tal vez parecida a los parientes de los pasajeros que perdieron sus vidas en el derribamiento del avión la semana pasada –reflejando a Cristo mismo.  Por supuesto, no los imagina con barbas, sandalias, y manos endurecidas sino tiene en cuenta algo a la vez más espiritual y más real.  Para Pablo ellos se conforman a Jesús por cumplir la voluntad de Dios siempre aun en medio de la dificultad más dura.

En el evangelio Jesús nos indica la fuente de la cual derrama este empeño a hacer la voluntad de Dios.  Dice que al conocer el Reino de Dios es como el comerciante que encuentra una perla finísima.  Como el comerciante alegremente vendería casa y terreno para obtener la joya, así el que quiere lo más valioso de la vida no pasará por alto nada que le llevaría más cerca al Reino de Dios.  La justicia de este Reino le da a sus buscadores la paz para acostarse tranquilamente en la noche y la energía en la mañana para aprovecharse de nuevas oportunidades.  

No es que los que busquen el Reino no experimenten situaciones difíciles y sentimientos duros.  Al contrario, a lo mejor los tienen con aún más frecuencia.  Pero también tienen la fuerza que como el calor del sol a las plantas les hace crecer en espíritu por las contrariedades.   La gracia del Reino le dio al soldado Ignacio de Loyola hace quinientos años la valentía a levantarse de su lecho de herida para formar la Compañía de Jesús.  Este grupo de hombres, hoy la congregación de religiosos más numerosa en el mundo, sigue ganando a mujeres y hombres por Cristo. 

Con bastante frecuencia nos traicionamos para que no caigamos en la dificultad.  Diríamos mentiras para evitar situaciones vergonzosas y no regresaríamos llamadas para esquivar responsabilidades.  Es una lástima.  Pues al seguir por este rumbo no vamos a encontrar la paz sino más preocupaciones a cada vuelta.  En lugar de evitar la dificultad que fijemos en la justicia del Reino de Dios Padre que nos sostiene segundo por segundo, día por día, generación por generación.  Sí, nos costará realizarlo pero no será por nada.  Al final, veremos, como indica San Pablo, todas las cosas – tanto las malas como las buenas -- contribuyendo para nuestro bien.  Fijando en el Reino, veremos todo contribuyendo para nuestro bien.

El domingo, 20 de julio de 2014


DECIMOSEXTO DOMINGO ORDINARIO

(Sabiduría 12:13.16-19; Romanos 8:26-27; Mateo 13:24-30)


Los informes de Irak siguen mal.  Los radicalistas musulmanes han tomado poder del norte.  Amenazan las vidas de la minoría cristiana cuyas tierras, por la mayor parte, están allá.  Seguramente no les dejarán practicar su fe en paz.  La violencia nos deja con el interrogante: ¿Cómo puede Dios permitir a los malvados seguir sembrando el odio? En la parábola evangélica hoy Jesús nos presenta una respuesta.

La parábola propone en términos ilustrativos lo que se ha llamado el “problema del mal”.  Eso es, si Dios es justo, ¿cómo puede la gente buena sufrir atrocidades?  Jesús cuenta cómo se ha descubierto una mala hierba que asemeja el trigo sembrada entre la verdadera planta.  Pregunta: ¿Qué debería hacer el amo de la tierra?  Entonces explica que si arranca la amenaza, va a perder el trigo.  Pero si no la arranca, la mala hierba se aprovechará del agua y del sol destinados para el trigo  En una manera u otra, habrá problemas.  La parábola resuelve el dilema por recomendar que no se moleste tanto por la hierba mala.  Dice que al día de la cosecha se podrá distinguirla del trigo fácilmente para que sea descartada.

Se puede aplicar la sabiduría de la parábola a situaciones actuales.  En el caso de los radicalistas musulmanes, algunos podrían ser jóvenes bondadosos reclutados en la milicia por la fuerza.  Si Dios destrozaría toda la milicia, estos jóvenes no van a tener la oportunidad de mostrar su bondad.  Más cotidiana, la parábola nos indica que no sería provechoso eliminar las serpientes de cascabel porque sirven como consumidores de los insectos.  Hay otro ejemplo más significativo que deberíamos considerar. 

El campo de trigo sembrado con la mala hierba representa a cada uno de nosotros.  Pues, todos nosotros somos una combinación de bondad y maldad.  Un sabio una vez dijo: “La línea que separa el bien del mal no pasa entre estados, ni entre clases, ni entre partidos políticos sino que atraviesa cada corazón humano”.  Aunque nos conocemos como buena gente, sabemos que no somos apenas perfectos.  Pecamos, a veces gravemente.  Un padre de familia no puede comunicarse con su hijo joven.  Cada vez que conversen, terminan gritando a uno y otro.  Una enfermera siente desdén para la compañera de trabajo que es morena.  Si le ve acercándose, casi automáticamente vierte la cabeza al lado. 

La parábola nos cuenta que no somos perdidos.  Dios permitirá que el mal exista a la par del bien por un tiempo.  Pero un día va a arrancar el mal de nuestros corazones tan seguramente como el ortodontista limpia las caries de nuestros dientes.  Entretanto podemos contar con los gemidos del Espíritu Santo dentro de nuestros corazones como dice san Pablo en la segunda lectura.  El Espíritu está rogando por nosotros para lo que ni sabemos que pedir.

¿Significa esto que no tenemos que preocuparnos por nuestros pecados?  ¿Quiere decir que solamente tenemos que esperar la acción de Dios sin hacer nada por nuestra perfección?  ¡Absolutamente no!  Siempre tenemos que confesar nuestras faltas y pedir el perdón.  Entonces, queremos reclamar para nosotros las palabras que rezamos en el Padre Nuestro: “Hágase tu voluntad en la tierra como en cielo”.  Eso es: Padre, dirige mi voluntad en conforme con la tuya.  Con esta determinación podemos enfrentar a nuestro hijo rebelde o acogerse a nuestra compañera con la calma del pescador en un día caliente de verano.

Una vez un agricultor del Oeste de Texas describió el reto de sus antepasados cuando llegaron a la tierra.  Dijo que tenían que limpiar los campos de “piedras, mezquites, y serpientes de cascabel”.  Cada uno de nosotros tenemos un corazón que asemeja esos campos.  Tenemos que limpiarlo del odio, desdén, y la ira.  Para ayuda podemos contar con Dios como el calor del verano.  Siempre podemos contar con Dios.

El domingo, 13 de julio de 2014

EL DECIMOQUINTO DOMINGO ORDINARIO

(Isaías 55:10-11; Romanos 8:18-23; Mateo 13:1-23)

El papa Francisco tiene toda la popularidad de un Juan Gabriel.  Dicen que sus audiencias tienen cuatro veces el número que tenía el papa Benedicto.  Si fuera a venir a nuestra ciudad, muchos irían a verlo.  No sólo católicos sino protestantes, musulmanes, y a lo mejor ateos también.  La gente busca lo famoso aun si no sean aficionados de él.  Por esta razón muchos se aglomeran alrededor de Jesús en el evangelio hoy.

Jesús les habla con parábolas, eso es, con cuentos que parecen llamativos a la imaginación pero desafiante al entendimiento.  “¿Quién es este sembrador?” la audiencia debería estar preguntando y “¿qué tiene que ver conmigo esta historia?”  Sin embargo, en vez de cuestionar sus propias vidas como receptores de la palabra de Dios, la muchedumbre escucha los cuentos como niños miran las caricaturas.  Pues, para ellos escuchando las parábolas es no más que un pasatiempo.  Porque la mayoría no ve a Jesús como el enviado de Dios más que a un Leonel Messi, no vale a Jesús que les explique las parábolas.

Es posible que algunos de nosotros vengamos a la iglesia con los mismos motivos de la muchedumbre en frente de Jesús.  Faltando la conversión, podemos estar aquí más por un motivo egoísta que por la devoción sincera a Dios.  No seríamos los primeros a acudir la misa para buscar más clientes por el negocio o simplemente para ver a las chicas.  Con este planteamiento la palabra de Dios, como la semilla de la parábola caída en el camino, no fructifica nada en nosotros.

Otros de nosotros asistimos en la misa dominical haciendo caso a las palabras de Jesús con el deseo a ponerlas en práctica.  Queremos ser más atentos a nuestras familias y más generosos hacia los necesitados.  Pero nos olvidamos a pedir a Dios Padre diariamente la gracia para seguir a Su Hijo Jesús.  Como la tierra pedregosa de la parábola, nos mostramos como faltando la profundidad de dar crecimiento a la palabra.  Resulta que quedamos con muchas intenciones buenas y pocos logros cumplidos.

Todavía otros de nosotros comenzamos a actuar en la palabra visitando a los enfermos y sirviendo como lector en la misa.  Pero como la planta creciendo entre espinos más tarde o más temprano nos hacemos sobrecogidos por las aventuras de la vida.  Puede ser algo tan necesario como ganar la vida que gradualmente transforma en la búsqueda de riqueza o algo nefario como la pornografía que nos desvíe del servicio al Señor.

Pero no a todos nosotros nos faltan los medios para dar crecimiento a la palabra de Dios.  Varios de nosotros la apreciamos como la fuente de la vida espiritual.  Como tierra buena que nutre la semilla, nosotros atendemos la palabra por vivir como ella nos mande.  Una mujer, tomando a pecho lo que dice el Señor sobre encontrándolo en los prisioneros, va a la prisión dos veces cada semana.  El domingo asiste en la misa con los detenidos, y el lunes por la tarde les catequiza.  Ha estado sirviendo así por más que seis años con el resultado que muchos hombres salen del encarcelamiento con una fe más firme que jamás habrían tenido si fueran libres.

En la segunda lectura san Pablo escribe a los romanos de la tierra gimiendo con la esperanza.  Es la tierra buena dando crecimiento a la palabra de Dios.  Es nosotros atendiendo a nuestras familias y visitando a los enfermos.  Gemimos porque nos cuesta pasar por alto las aventuras de la vida. Pero no vamos a fallar a servir a los necesitados. No vamos a fallar a servir.