El domingo, 7 de agosto de 2016



EL DECIMONOVENO DOMINGO ORDINARIO

(Sabiduría 18:6-9; Hebreos 11:1-2.8-19; Lucas 12:32-48)


El padre Jacques Hamil fue degollado hace dos semanas mientras celebraba la misa.  Dejó un legado terrenal sustancioso.  Todos lo conocieron como hombre de bondad, generosidad, y sencillez.  Se recordará por décadas como víctima de la persecución de ISIS.  Tan impresionante como sea esta reputación, el padre Hamil goza aún más por el acogimiento que recibe en el cielo.  Él representa un ejemplo claro de lo que refiere Jesús en el evangelio hoy cuando dice:  “…acumulen en el cielo un tesoro que no se acaba…”.  Por haber entregado su vida sirviendo al Señor, el padre Hamil logró un puesto dichoso en el Reino.

Sobre todo Jesús quiere que depositemos el tesoro por practicar la misericordia.  Desea que socorramos a aquellos que no tengan nada para pagarnos.  No vale mucho en sus ojos que ayudemos a aquellos que nos vayan a compensar.  Ni le llama mucha atención que apoyemos a nuestros amigos que van a devolver el favor un día.  Para Jesús los esfuerzos que cuentan son nuestros intentos para levantar al pobre de la miseria.  Hay una historia de Santo Domingo, cuya fiesta celebramos mañana, que demuestra el tipo de sacrificio recomendado aquí.  Como universitario, Domingo tenía algunos pergaminos para estudiar. Eran raros y costosos, pero no eran imágenes de Dios. Cuando el santo se enteró que había gente muriendo del hambre, vendió los pergaminos para comprarles comida.  Dijo Domingo que no quería estudiar de pieles muertas cuando las gentes se morían de carencia de pan.

Por la parábola del ladrón metiendo en la casa Jesús indica que la solicitud por los pobres debe ser constante no sólo cuando se escucha de una catástrofe.  Como tenemos que prepararnos para la venida del ladrón a cualquier hora, tenemos que pensar en los pobres todos los días.  Aquí en los Estados Unidos los depósitos de comida para los pobres están repletos durante los días festivos del fin del año.  Pero muchas veces quedan carentes de los comestibles básicos durante el verano.  Jesús compararía este tipo de administración de bienes con los borrachos y comelones maltratando a los criados.  Diría que no van a tener ningún premio cuando él venga en gloria.

¿Qué nos hace seguro que va a volver Jesús o aun que le importa nuestro tratamiento a los pobres?  La segunda lectura nos ayuda con este tipo de inquietud.  Nos asegura que “la fe es la forma de poseer, ya desde ahora, lo que espera…”.  Como Abraham  tenía fe cuando dejó su patria con el mandato de Dios, nosotros tomamos en serio la promesa del evangelio.  Y como Dios cumplió su promesa a Abraham por hacerlo el patriarca no sólo de los judíos sino de los cristianos y musulmanes también, quedamos ciertos que va a premiar a nosotros si ayudamos a los necesitados. La imagen que Jesús emplea para indicar lo que pasará nos parece particularmente creíble.  Dice que si encuentra a los criados sirviendo a uno y otro cuando venga, él va a ponerse de túnica para servirlos.  Es como lo conocemos: gran amigo para todos.

Tenemos un vistazo de Jesús en la respuesta del papa Francisco a la masacre en Niza, Francia, el mes pasado.  Como todos, el papa fue entristecido por lo que pasó pero no vencido. Telefoneó a las autoridades en Niza con el mensaje: “¿Qué puedo hacer por ustedes?”  Entonces prometió a encontrar las familias de las víctimas tan pronto posible.  A través del evangelio Jesús muestra el mismo afán para apoyarnos con nuestras dificultades.  Insiste que ayudemos a los necesitados pero está a nuestro lado fortaleciéndonos todo el tiempo.  Podemos contar con él.  Jesús está a nuestro lado fortaleciéndonos.

El domingo, 31 de julio de 2016



DECIMOOCTAVO DOMINGO ORDINARIO

(Eclesiastés 1:2.2:21-23; Colosenses 3:1-5.9-11; Lucas 12:13-21)




El americano John D. Rockefeller hizo una fortuna negociando en el petróleo.  Se hizo el primer billonario en la historia.  Una vez se le preguntó: “¿Cuánto dinero es suficiente?”  Respondió: “Sólo un poco más”.  Dicen que en América no se puede ser demasiado rico ni demasiado delgado.  Con la globalización no sólo los americanos sino todo el mundo quieren ser más ricos.  Las lecturas de la misa hoy retan esta actitud.

En el evangelio Jesús advierte a la muchedumbre: “Eviten todo clase de avaricia”.  Quiere decir que no deben caer en la búsqueda incesante del dinero.  A través de este evangelio de Lucas Jesús hace hincapié en el peligro que produce la abundancia de dinero.  Ya hemos oído este año el pasaje en que dice: “Dichosos los pobres…”  Dentro de poco escucharemos la parábola del rico que sufre en el infierno por no atender al pobre en su puerta.  Particularmente en este evangelio Jesús nos advierte de los pecados que tienen que ver con el dinero más que con cualquier otro tipo.

Deberíamos preguntar: ¿Por qué es tan importante la cuestión de avaricia?  La segunda lectura nos provee la respuesta.  La avaricia se hace en “una forma de idolatría”.  Eso es, la gente piensa en una cuenta de banco gorda como lo que va a salvarla.  El oro reemplaza a Dios como su esperanza.  Una vez un rico se enterró dentro de su Cadillac como si el coche lujoso pudiera llevarlo a la vida eterna.

Por supuesto, el dinero es útil.   La gran mayoría de nosotros lo usamos para comprar las necesidades básicas.  Ahorrar el dinero para el día en que no podamos trabajar es sólo prudente.  Aun las instituciones de la Iglesia buscan legados para cobrar las necesidades del futuro.  Lo que Jesús critica es el deseo de acumular cada vez más dinero en lugar de compartir el superávit con los pobres.  A pesar de lo que opinó Rockefeller, podemos llegar al punto en que tener más se hace en tener demasiado, aún para la Iglesia.  Se recuerda el mito del rey Midas que quería el toque de oro.  Una vez que se le otorgó, lo lamentó porque ni podía morder un pedazo de pan sin cambiarlo en oro.

El papa San Juan Pablo II decía que nuestro objeto en la vida no debe ser que tengamos más sino que seamos más.  Quería que usáramos el dinero para crecer como personas humanas.  Con la plata podemos tomar cursos educativos para aumentar nuestro conocimiento.  Podemos enviar a nuestros hijos a la universidad para que tengan carreras que sirven la sociedad en modos más profundos. 

Es preciso que cambiemos nuestro concepto de la riqueza.  Dice un proverbio judío: “El rico es la persona que se satisfaga con lo que tiene”.  Es la verdad, pero como cristianos querremos añadir algo: “La persona muy rica es quien conozca al Señor Jesús”.  Él nos indicará cuando tengamos bastantes cosas materiales y nos enseñará el valor de las bienes espirituales.  Como en el caso del hombre en el evangelio, no va a intervenir en nuestros asuntos.  Pero sí nos insistirá que compartamos nuestra abundancia con aquellos que tengan poco. 

Hay una historia que muestra a Jesús como la riqueza más grande.  Una mañana un santo de Dios llegó a la orilla de un pueblo. Se le acercó un ladrón exigiendo al santo que le diera la cosa más valiosa que tenía.  “Espérate un minuto”, dijo el santo. Entonces registró su bolsa y sacó un diamante tan grande como una toronja.  Le dijo al hombre, “Tómalo; es tuyo”.  El hombre tomó el diamante y se fue.  Pero más tarde del mismo día regresó al santo para devolver el diamante.  Le pidió, “Ahora dame el tesoro que te hizo posible soltar el diamante sin ninguna dificultad”.  Tenía razón el ladrón.  El santo tenía algo más precioso que el diamante tan grande como toronja.  Tenía a Jesús en su corazón. También lo tenemos nosotros.  En lugar de buscar fortunas que permitamos a él dirigir nuestras vidas.  Que permitamos a Jesús dirigir nuestras vidas.