El domingo, 6 de noviembre de 2016



TRIGÉSIMO SEGUNDO DOMINGO ORDINARIO

(II Macabeos 7:1-2.9-14; II Tesalonicenses 2:16-3:5; Lucas 20:27-38)

Vivimos en una edad secular.  Mucha gente no cree en Dios. Más aún muchos se comportan como si Dios no existiera.  Algunos aún se burlan de la religión.  Se reporta que en Europa se ha fundado una nueva religión que tiene como Dios la farsa llamada “el monstruo de espagueti  volador”.  En un país los miembros de este culto han pedido el apoyo del gobierno como una religión verdadera.  En otra se congregan cada cuando para tomar cerveza.  Pero no sólo hoy en día la gente quiere despreciar la fe de otras personas.  Vemos a los saduceos en el evangelio hoy tratando de humillar a Jesús porque cree en la resurrección de la muerte.

Los saduceos vienen de la clase sacerdotal.  Afirman sólo los primeros cinco libros de la Biblia, la Torá, como la revelación de Dios.  Porque estos libros no hablan directamente de la resurrección, los saduceos se rehúsan a poner fe en ella.  Son como las gentes que vienen a nuestras puertas criticando la veneración de la Virgen María.  Dicen que no se puede hacerlo porque no está en el Nuevo Testamento.

Pero sabemos que desde la antigüedad la Iglesia ha tenido la estima alta para la Virgen.  En el evangelio de Lucas el ángel Gabriel le llama “llena de gracia”.  En breve tiempo se conocerá como la “nueva Eva”, la madre de todos los renovados en Cristo.  De igual manera Jesús enseñará a los saduceos que se encuentra referencia a la resurrección de la muerte en la Torá. Pero primero escuchará su crítica.

Proponen los saduceos un caso tan absurdo como lo del hombre en la luna.  Cuentan de una mujer que se casa con siete hermanos con cada uno muriendo antes de que tengan hijos.  Entonces preguntan a Jesús: “’…cuando llegue la resurrección ¿de cuál de ellos será esposa la mujer…’”?  Su motivo es a penas ser iluminados por la sabiduría de Jesús.  Más bien quieren descreditar su aprecio en los ojos del pueblo.  Son como los hombres y mujeres de hoy en día que insisten que Jesús tuvo a María Magdalena como esposa.  Aunque no hay nada en los cuatro evangelios que sugiera tal cosa, no les importan.  Quieren descreditar a la Iglesia particularmente en lo que refiere a sus enseñanzas sobre la castidad. 

No deberíamos ser alterados por estos ultrajes.  Se ve la necesidad de una moral firme en los excesos que asoman todos los días.  Jóvenes mirando la pornografía pierden no sólo su tiempo sino la calma del espíritu.  Parejas que se juntaron por el sexo dejan a sus niños en la pobreza cuando se separen.  Muchachos intentan el suicidio por la desintegración de una relación sexual.  Para Jesús el caso de la mujer con siete esposos es tan fácilmente resuelto.  Dice que no hay matrimonio en la vida futura porque no hay necesidad de procrearse.  Los santos serán completamente complacidos por estar en la presencia de Dios.  Además Jesús señala que la Torá indica que los muertos todavía tienen la vida cuando dice que Moisés rezó al Señor, Dios de Abraham, Isaac, y Jacob.  Si ellos no tuvieran la vida, el Señor no podría ser su Dios.

Hace poco la Corte Suprema de los Estados Unidos decidió aceptar el caso de la demanda de un muchacho que se siente como una muchacha.  Quiere que le permitan usar los baños públicos de mujeres.  Deberíamos sentir la compasión por el muchacho que parece confundido sobre su identidad personal.  También deberíamos sentirnos por una sociedad que ha perdido su compás moral de modo que permita un tal caso alcanzar la cámara más alta de debate en el país.  Jesús nos ha enseñado hace mucho tiempo la disposición apropiada hacia el sexo.  Sí es importante pero no es la plenitud de la vida.  La plenitud se encuentra en la vida futura con Dios. A ella deberíamos enfocarnos con vidas rectas.

El domingo, 30 de octubre de 2016



Trigésimo Primero Domingo Ordinario

(Sabiduría 11:22-12:2; Tesalonicenses 1:11-2:2; Lucas 19:1-10)



Se conoce Jericó por la hazaña que hizo Dios en el Antiguo Testamento.  Se reporta que las tropas israelitas rodearon la ciudad varias veces por orden de Dios.  Entonces los muros de la ciudad se cayeron.  El resultado fue una conquista por Israel.  En el evangelio Jesús, el Hijo de Dios, realiza otro tipo de caída de muros en el mismo lugar.

Jesús ve a Zaqueo situado en un árbol. Lo mira con interés.  Pues es hombre de baja estatura y también es publicano.  Ninguna de estas características habla bien de la persona.  En muchas culturas hombres bajos se consideran furtivos.  En la cultura bíblica el publicano siempre es sospechoso.  Pues colabora con el imperio romano que ha sujetado a los judíos en su tierra propia.  Zaqueo es como las gentes de otra raza, lengua, o clase social que andan en medio de nosotros.  Siempre levantan los ojos del pueblo.

Pero Jesús no tendría temor de ellos.  Al contrario querría dialogar con ellos para conocerlos mejor.  En el evangelio llama a Zaqueo que baje del árbol.  En el principio del pasaje se dice que Zaqueo quiere conocer a Jesús.  Ya Jesús le da la oportunidad.

Le propone Jesús a Zaqueo que se hospedaje en su casa.   No le importa lo que murmure la gente sobre el género de su compañía.  Más bien viene para invitar a todos aún a aquellos que no son bien pensados al reino de su Padre.   Ciertamente su abrazo se extiende a nosotros también.

Y no nos dilatamos de ofrecérnosle.  ¿Por qué no? Él tiene la verdad que nos libra de las seducciones del mundo.  Aún más importante, nos muestra el amor que satisface nuestras almas inquietas.  Es patentemente claro a Zaqueo que la compañía de Jesús vale más que sus riquezas.  Le dice a Jesús que compartirá con los pobres la mitad de sus bienes.  Es como si ha encontrado el tesoro que hace sus propias pertenencias tan baratas como las hojas de un roble en el otoño.

De hecho, sí ya lo tiene.  Jesús confirma esto cuando dice: “’…ha llegado la salvación a esta casa…’” Zaqueo ha optado por reconocer a los más pequeños como sus hermanas e hermanos.  Ya realmente tiene a Dios como su Padre porque ha puesto su vida en Sus manos.  Se le ha caído a Zaqueo los muros que lo separaron de los marginados y de Dios mismo.

Hoy en día muchos andan perdidos.  No saben ni de dónde viene ni qué es su destino.  La situación se hace crisis cuando varios admiten que no son seguros ni siquiera de su género sexual.  En este evangelio Jesús nos ofrece una identidad segura.  Quiere que aceptemos la invitación de Dios Padre para ser su familia.  En otras palabras hemos de abandonar el concepto erróneo de Caín que no tenemos nada que ver con los demás.  En lugar de considerarnos como individuos no relacionados  a aquellos de otra raza, lengua, o clase social, deberíamos ponernos en solidaridad con todos.  Cuando Zaqueo acepta esta oferta, Jesús puede decir que ha cumplido su misión: “’…el Hijo del hombre ha venido a buscar y a salvar lo que se había perdido’”.