El domingo, 27 de junio de 2010

HOMILÍA PARA EL XIII DOMINGO ORDINARIO, 27 de junio de 2010

(I Reyes 19:16.19-21; Gálatas 5:1.13-18; Lucas 9:51-62)

Su entrada en la guerra para la independencia no estaba cierta. Algunos líderes de Virginia eran dispuestos a lanzar la colonia en la lucha. Pero otros pensaban que oponerse a los británicos sería como arrestar un toro furioso con las manos. Entonces, el señor Patrick Henry se dirijo a los colonos congregados para resolver la cuestión. Dijo, “¿Es la vida tan cara o la paz tan dulce como ser compradas por cadenas y la esclavitud? … No sé que qué camino tomen los otros, pero para mí, dame la libertad o dame la muerte”. Con estas palabras la gran mayoría se acordó a participar en la revolución. En la segunda lectura san Pablo también hace un llamamiento para la libertad igualmente fuerte.

De hecho, el concepto de la libertad para los cristianos es más radical que aquel de los políticos. Por la mayor parte los gobiernos garantizan la libertad de trabas externas. Aseguran que una persona no sea la propiedad de otra y que no se le prohíba a nadie el derecho de profesar su opinión o de dar culto a su dios. Sin embargo, no les importa si la persona hable groserías o si dé culto a sapos. Pero Pablo se da cuenta de que el cristiano posee el Espíritu Santo para liberarlo de apegos internos que nos llevan al pecado. Podemos describir estos apegos con cuatro palabras comenzando con el “p”: poder, plata, placer, y prestigio. Persiguiendo al extremo estos deseos, nos llevamos lejos de nuestra meta verdadera, que es Dios. De hecho, atados a estos apegos, nos pensamos a nosotros mismos como Dios. Persiguiendo la fama, el golfista Tiger Woods podía en peligro su familia. Liberada del apego del dinero, la heredera santa Katherine Drexel podía usar su fortuna para fundar misiones por los indígenas y los negros a través de los Estados Unidos.

Liberados de los apegos al pecado, nosotros podemos perfeccionar las virtudes que nos hacen cada vez más como Jesús. Tendremos la fortaleza para decir la verdad aun cuando no nos conviene. Tendremos la caridad para tomar como “hermanito” a un niño sin su propio padre en la casa. Sin la perfección de la virtud, pudiéramos preguntarnos, “¿de que sirve la libertad?” Sería como agua que no riega nada más que la banca antes de desaparecer en el drenaje.

En el campo sexual muchos han reclamado la libertad pero se han dado a apegos perniciosos. Ya sabemos cómo los anticonceptivos corrompen el comportamiento de jóvenes y cómo el aborto quita la vida de muchos seres humanos. Otra perversidad se ha asomado en el horizonte con consecuencias graves. Algunos científicos están trabajando para clonar un ser humano. Desde que han tenido algún éxito con la clonación de varios animales, desean crear una persona humana cuya materia genética proviene casi cien por ciento de sólo una persona. El resultado será ofensa contra Dios y contra otros humanos. Decimos “contra Dios” no solamente porque la naturaleza dicta que el ser humano sea creado por el acto sexual entre un hombre y una mujer, sino también porque daría a los practicantes el sentido que ya son tan grandes como Dios. Sería ofensa contra otros humanos no sólo porque en los intentos para clonar se crearán bebés con deformidades graves y muchos embriones que serán tirados, sino también porque se desembocará en la frivolidad de la sexualidad, que debemos tomar con mucha seriedad para realizarnos como personas humanas responsables.

Un político, preparándose para las elecciones presidenciales de 2012, dice, “América es la libertad, y la libertad debe ser fuerte”. Es cierto en una manera de que él no se da cuenta. Desde la guerra para la independencia muchos americanos no han temido la muerte más que la pérdida de la libertad. Pero más cierto aun, la libertad debe ser fuerte. Eso es, tenemos que ser libres no sólo de trabas externas sino también de los apegos internos. Sólo así podemos perfeccionar las virtudes. Sólo así podemos realizarnos como personas humanas responsables.

El domingo, 20 de junio de 2010

XII DOMINGO DE TIEMPO ORDINARIO

(Zacarías 12:10-11.13.1; Gálatas 3:26-29; Lucas 9:18-24)

El padre acompañará a su hijo por una semana. Se van pasado mañana con los scouts al acampamento. Tendrán muchos tipos de experiencias juntos. Tomarán largas caminatas y cumplirán las tareas para hacer posible la vida en el monte. Sobre todo si ligarán el uno al otro por diálogos honestos. Los discípulos vislumbran una experiencia tan íntima entre Jesús y Dios Padre en el evangelio hoy. Pues, tienen el privilegio para ver al Señor en oración.

Jesús les pregunta a sus discípulos, “… ¿quién dicen que soy yo?” Por supuesto, él sabe su identidad pero quiere que sus discípulos no queden en duda. La gente no está completamente desatinada cuando dice que él es un profeta resucitado. Pues, como un personaje reencarnado Jesús es alguien significativamente distinta que cualquiera otra persona que ha conocido. Pero Pedro muestra más perspicacia cuando dice, “El Mesías de Dios”.

Pedro no quiere decir que Jesús es un mesías político. No está diciendo que Jesús viene como un Fidel Castro para liberar al pueblo judío del emperio romano. No, por las experiencias que ha tenido -- como ver a Jesús creando una pesca fenomenal cuando lo llamó, como atestiguar a él levantando de la muerte al hijo de la viuda de Naím, y como percibirlo en oración -- Pedro tiene en cuenta algo supremamente superior que un guerrero. A lo mejor cuando dice “el Mesías de Dios”, está pensando en el segundo Salmo que retrata al Mesías diciendo, “El Señor Dios me ha dicho: Tú eres hijo mío…” Para Pedro y sus compañeros se hace cada vez más claro que Jesús es el hijo de Dios vivo -- de alguna manera ambos divino y humano.

La explicación de parte de Jesús de su trayectoria como Mesías confirma que él sobrepasa todas expectativas del pueblo. Va a sufrir, ser crucificado, y resucitarse al tercer día. Nada aquí se conforma a lo que Pedro y los otros discípulos han imaginado de Dios. Sin embargo, la peculiaridad de este conocimiento nuevo les sugiere un modo divino porque Dios no cesa a asombrar a Su pueblo. Es como cuando escuchamos por la primera vez que Dios ha hecho una opción por los pobres.

Jesús ha venido precisamente para revelar quien es Dios Padre lo cual ha estado retirado de nosotros. Tal vez nos parezca extraño porque se habla tanto del amor de Dios para nosotros. “Si nos ama”, preguntamos “¿por qué querría quedarse lejos?” Aunque la respuesta exacta es parte del misterio de Dios, podemos decir que la distancia entre Dios y nosotros ha hecho posible que crezcamos en la sabiduría y la madurez. Como el hijo pródigo y su benévolo padre, tenemos que estar lejos de Dios para poder apreciar Su bondad. Igualmente por la brecha entre nosotros y Dios nos hemos dado cuenta que nuestra postura hacia Él ha de ser una de humildad y hacia los demás hombres y mujeres una de comprensión.

La situación es semejante a aquella de nuestros padres de familia. Por la naturaleza nuestros padres no están tan cerca de nosotros como nuestras madres. No nos llevan en sus adentros. No nos amamantan con su leche. Comúnmente no nos crían durante la niñez. Sí, nos aman pero su amor tiene otro matiz. Como el amor materno es seguro como el derecho para caminar en el centro, tenemos que ganar el amor paterno, al menos en parte, como si fuera el permiso a manejar un carro. Por eso, los padres de familia especialmente están encargados a enseñar a sus hijos como ser personas responsables y dignas. Cumplen este deber en varias maneras pero en gran parte por apoyar, respetar, y cuidar a nuestras madres.

Ya es el Día del Padre. Según el almacén Kohl es tiempo para comprar a nuestro padre una nueva camisa de sport. Según la librería Barnes and Noble tenemos que regalarle un libro electrónico. Según Sears él necesita una nueva barbacoa. Pero sabemos lo que quiere más que todos los aparatos y toda la ropa hecha en China. Quiere ver a nosotros, sus hijos e hijas, vivir como personas sabias y maduras, humildes ante Dios y comprensivas ante uno y otro. Hemos de ser personas humildes y comprensivas.

El domingo, 13 de junio de 2010

XI Domingo de Tiempo Ordinario,

(II Samuel 12:7-10.13; Gálatas 2:16.19-21; Lucas 7:36-50)

Era medio día en Esquipulas, Guatemala. Muchas personas entraban y salían del famoso santuario del Cristo negro. Adentro una indígena se preparaba por una estancia larga. Marcó un espacito para sí misma colocando velas en todos lados. Tenía negocio con el Señor, y ni nada ni nadie iban a interferir con su empresa. Podemos ver a la “mujer de mala vida” que se encuentra en el evangelio hoy teniendo el mismo empeño.

La mujer viene a la casa donde Jesús. Empieza hacer cosas que nos parecen excéntricas y aún en el tiempo antiguo son extrañas. Llora sobre los pies de Jesús y los enjuga con su cabello. Entonces los unge con perfume y los besa. Estas acciones indican su comprensión que está en presencia de un ser que es más que humano. Como un hindú caminaría sobre ascuas para dar culto a sus dioses o un hombre del orden de los Hermanos Penitentes en Nuevo México se crucifica para honrar al mismo Cristo, con su ritual la mujer reconoce a Jesús como el Señor Dios. Hace la misma afirmación que hacemos nosotros cuando respondemos “Amen” al ministro dándonos el Cuerpo de Cristo.

Pero algunas personas opinan diferentemente. Dicen que la hostia es sólo un símbolo. Otras personas se ríen completamente de la idea pensando que nosotros católicos somos necios por pasar la mañana de domingo en la iglesia. De un modo estas críticas parecen como la de Simón el fariseo en la lectura. Él concluye que Jesús no puede ser profeta porque permite que la mujer lo toque. Según este fariseo, un hombre de Dios sabría quien es digna y quien no es.

Sin embargo, Jesús se revela como un profeta y más. Como profeta reconoce la soberbia del fariseo que juzga a la mujer injustamente. Sólo un verdadero vidente puede distinguir así entre un ofrecimiento sincero y la pretensión de los santurrones. Como Dios Jesús perdona los pecados de la mujer. Ciertamente esto no es un perdón frívolo que no le cuesta nada como cuando el gobierno cancela los impuestos de los pobres que no tienen con que pagar. Más bien, Jesús sufrirá la crucifixión por los pecados de la mujer y por los nuestros. Precisamente es su gran compasión yendo al último extremo por cada uno y todos los humanos que muestra Jesús cómo Dios.

Dice a la mujer, “Tu fe te ha salvado”. Démonos cuenta que no es el amor de la mujer que crea el perdón sino su confianza en Jesús como la revelación de Dios. Del mismo modo es nuestra fe en él que nos viene en la Eucaristía que hace posible nuestra salvación. Cuando recibimos la hostia, estamos en posesión en primer lugar no del poder que creó el universo sino de la compasión que nos libera del pecado. Como un pedacito de uranio enriquecido puede descargar la energía de una bomba atómica, así consumiendo el santo pan de la Eucaristía nos hacemos en hijos e hijas de Dios perdonados de pecados.

Una vez se preguntó a los padres de un sacerdote recientemente ordenado si jamás han tenido una experiencia imponente. Cuando la pareja no supo que contestar, se le ayudaron – “como ver el nacimiento de un bebé o el sol levantándose sobre el mar”. Entonces el hombre dijo que sí, que tuvo una tal experiencia. Explicó que ocurrió la primera vez que estaba con su hijo cambiando el pan en el Cuerpo de Cristo. Es cierto; tenemos en la Eucaristía una cosa realmente imponente. Es cierto; en la Eucaristía tenemos a Dios.

El domingo, 6 de junio de 2010

LA SOLEMNIDAD DEL CUERPO Y LA SANGRE DE CRISTO

(Génesis 14:18-20; I Corintios 11:23-26; Lucas 9:11-17)

Volvámonos al principio, el libro de Génesis. Aunque no sea la historia exacta, nos dice la verdad. Dios nos ha dado de comer desde siempre. En el jardín les ofreció a Adán y Eva los frutos de todos los árboles con la excepción del árbol del conocimiento del bien y el mal. Entonces en el desierto cuando los israelitas les pedían pan les regaló el maná y cuando insistían en carne les dio codornices. Jesús, el Dios encarnado, también proveía comida. En el evangelio de hoy lo vemos alimentando a cinco mil hombres. Podemos entender el mensaje bíblico como el deseo de Dios para cuidar a nosotros humanos -- al menos eso es la mitad de la historia.

La otra mitad nos entristece. Pues, es la historia de cómo nos hemos probado ingratos a Dios. Vez tras vez hemos desafiado Su generosidad. En el jardín nuestros primeros progenitores comieron del árbol prohibido. En el desierto nuestros antepasados en la fe de Abrahán se quejaron de que estaban hartos del maná y de los codornices. A Jesús le hemos rechazado también. Pues, los pecados de todos lo clavaron a la cruz.

Tenemos que averiguar el motivo de nuestro mal crianza. ¿Por qué hemos mordido la mano que nos ha dado de comer? Volviendo a Génesis vemos cómo la serpiente tentó a la mujer con el propósito de que los dos fueran dioses que determinarían por sí mismos lo que es bueno y que no es. Todavía deseamos esta misma autonomía. No nos gusta someternos a la voluntad de nadie, ni siquiera a Dios, cuando no nos conviene. Más bien, queremos hacer todo, como dice la canción, “a mi modo”. Vemos este tipo de comportamiento particularmente en asuntos sexuales. El hombre y la mujer modernos frustran la ley natural de Dios por el uso de anticonceptivos. Más grave aun, ya están dispuestos a tirar los embriones – eso es, seres humanos nacientes – en su empeño para hacerse embarazados por mecanismos científicos.

Graciosamente Dios no nos ha abandonado a pesar de nuestra tendencia a independizarnos de Él. Más bien nos sigue bendiciendo con la comida que supera esta inclinación. En la noche antes de su muerte Jesús hizo una última comida con sus discípulos. Anticipando la crucifixión, él proclamó el pan que iban a compartir como su cuerpo y el vino que iban a beber como su sangre. Porque es Dios, su palabra creó la realidad y todos presentes realmente comieron su cuerpo y bebieron su sangre. Por la misma razón, cuando la Iglesia ofrece el pan y el vino en memoria de él, se hacen igualmente su cuerpo y sangre. Este es quien entregó su vida en conforme perfecto con la voluntad de Dios. Tomando esta comida con seriedad, nosotros perdemos el empeño de independizarnos de Dios. De veras, nos vuelve en los hermanas e hermanos de Jesús de modo que como él sólo deseemos lo que quiera Dios Padre.

Una pareja casada estaba en Roma estudiando. Querían tener hijos pero sabían que habría sido difícil entonces. Pero tampoco iban a desafiar la ley natural por usar mecanismos anticonceptivos. Por eso practicaban el método de planificación natural de la familia. Eso es, tener relaciones maritales sólo en la parte del mes cuando la mujer no está fértil como determinado científicamente. No es nada “a mi modo”, pero tampoco es mal crianza. El hombre confesó que era duro porque en cuanto su esposa estaba fértil, más quería acercarse a él. Sin embargo, con el apoyo del cuerpo y sangre de Cristo a los cuales tenían acceso no sólo en la misa sino también en la adoración eucarística, podían refrenarse en los tiempos indicados. Probablemente la experiencia les dejó mejor – más comprometidos a Dios, más seguros de sí mismos por la disciplina que han demostrado, y más amorosos de uno y otro por el sacrificio que han hecho. Es cómo todos nosotros queremos ser, ¿no? – más comprometidos, más seguros, y más amorosos.