El domingo, 3 de enero de 2010

LA EPIFANÍA DEL SEÑOR

(Isaías 60:1-6; Efesios 3:2-3.5-6; Mateo 2:1-12)

Sin duda, sabes de la película. Los jóvenes crecían mirándola. En búsqueda de la arca perdida cuenta de varias personas que quieren ver las huellas de Dios. No son muy diferentes de los buscadores que encontramos en el evangelio hoy.

Los magos buscarán la sabiduría verdadera hasta los confines del mundo. Estudian las estrellas para aprender tanto como posible. Una estrella prometedora es la del rey de los judíos, el hijo de Dios. Por eso, los magos la siguen hasta que se pierda en las tinieblas. Nosotros también buscamos al hijo de Dios que conocemos como el Señor Jesucristo. Nos hace falta su ayuda. ¿Quiénes somos? Somos una anciana que ha estado luchando contra el cáncer por un año entero. El último tratamiento de quimioterapia fue “peor que la muerte”. Nos falta Jesús para ayudarnos aceptar la inevitable. También somos una joven con una hija pequeña y un marido de treintiocho años que acaba de sufrir un derrame cerebral. Tenemos que alentar a él, cuidar a la niña, y generar bastantes ingresos para mantener la casa. Necesitamos a Jesús para afrentar estos retos. También somos el hombre compulsivo que nunca ha podido tomar control sobre sus deseos sexuales. Nos encontramos a nosotros mirando la pornografía en el Internet que nos conduce primero a la masturbación, entonces a grandes penas de culpa. Nos hace falta Jesús para perdonarnos el pecado y para calmar nuestros impulsos. Si confiáramos sólo en algunos rezos hechos con los labios, no encontraremos a Jesús. Como los magos en el evangelio quedaremos fuera del blanco.

La estrella representa la razón natural. Ella despierta en los magos el deseo para ver la sabiduría de las edades y señala en que rumbo estará. Sin embargo, si no están apoyados por la revelación particular de Dios, no pueden llegar a la meta. Por eso, tienen que preguntar a los judíos, “¿Dónde está el rey de los judíos?” En las Escrituras, guardadas por los judíos, Dios ha revelado Su plan para la salvación. El Antiguo Testamento da los indicios de Cristo desde su nacimiento hasta su resurrección de la muerte. En nuestra búsqueda para Jesús, nosotros también debemos consultar las Escrituras. Tenemos los evangelios -- las palabras y los hechos de Jesús -- para guiarnos a él.

En este mismo Evangelio según San Mateo Jesús nos invita a compartir su yugo. Esto es su relación con Dios que consta de ambos el infinito amor de parte de Dios Padre y de nuestra entrega a Su voluntad. Juntada con Jesús, la anciana afligida con cáncer recibirá la confianza que pronto estará en las tiernas manos de Dios Padre. Con Jesús la mente de la joven será fortalecida para cumplir todas sus responsabilidades como peldaños a la felicidad. Y con Jesús el compulsivo quedará calmado para rechazar las tentaciones eróticas como moscas sobre la coca-cola. Asimismo, los sumos sacerdotes y escribas de la ley colocan los paraderos del nacimiento del Mesías en el profeta Miqueas.

En la escena final del evangelio de hoy los magos desempacan sus regalos indicando su aprecio para la sabiduría verdadera encontrada en Jesús. Por nosotros el oro, el incienso, y la mirra se refieren a diferentes disposiciones de la vida cristiana. El oro significa la virtud, la cualidad más noble del humano que traemos a la vida evangélica. Indica cómo procuraremos vivir en modos excelentes para ayudar a Cristo transformar el mundo. El incienso representa nuestras oraciones alzando al cielo por el bien de todos. Y la mirra, una especia usada para el entierro, simboliza la buena voluntad nuestra para morir por el evangelio si es el plan de Dios.

El evangelio no nombra a los magos. De hecho, no dicen que son solamente tres. Pero existen leyendas que suplen este tipo de información. Una tal leyenda dice cómo cada mago tiene el color de piel diferente indicando su origen en una parte distinta del mundo – negro para indicar el África; blanco, Europa; y amarrillo, el oriente de Asia. Lo que esta leyenda procura decir es lo que estamos proponiendo aquí. Los magos representan el mundo entero buscando la sabiduría verdadera en Jesucristo. Nosotros, tanto como los magos, necesitamos su apoyo en la lucha contra la muerte, los altibajos de la vida, y las tendencias erróneas del yo. Sí, todo el mundo necesita a Cristo.

El domingo, 27 de diciembre de 2009

LA SAGRADA FAMILIA

(Samuel 1:20-22.24-28; I Juan 3:1-2.21-24; Lucas 2:41-52)

Sí, María y José saben que Jesús es diferente. Los ángeles les han dicho que él es el hijo de Dios. Querían decir que Jesús va a sentarse en el trono de David. Pero ¿cómo sus padres pueden darse cuenta que este futuro incluirá vivir como soltero y ser crucificado como criminal? A lo mejor piensan, como muchos padres hoy en día esperan por sus hijos, que Jesús será no sólo justo, sino poderoso, rico y padre de muchos hijos.

Por todo esto, la pareja se angustia cuando Jesús no asoma en la caravana. Probablemente dicen dentro de sus corazones algo como, “Alguna cosa mala ha pasado a nuestro hijo”. Hoy día nosotros llamaríamos la policía que pondría su nombre en carteleras de carretera a través de la región. Los padres de Jesús no pueden hacer más que regresar con prisa a Jerusalén para averiguar dónde esté su niño.

Realmente no debe ser problema encontrar a Jesús. Estará en el templo aprendiendo de los doctores de la ley. Cuando su madre lo reprocha por no haberles informado de sus paraderos, el responde que los dos los deberían haber sabido. Pues, ¿no es él el hijo de Dios? Y ¿no debería estar en la casa de su Padre ocupándose con las cosas de su Padre? También nosotros somos, en un sentido verdadero, hijos e hijas de Dios y tenemos que ocuparnos de las cosas de Dios Padre.

Ya estamos para entrar no solamente en un nuevo año sino también en una nueva década. ¿Qué serán las cosas de Dios para nosotros en los dos mil diez? De una manera esto depende de nuestra edad. Los niños, que van a descubrir al yo durante estos años, tienen que identificarse como amados por Dios. Como Jesús en el evangelio hoy, deberían acudir a la iglesia para aprender de la grandeza de Dios Padre que cuida a cada uno de sus niños. Los jóvenes de veinticinco o treinta años, que van a descubrir al otro durante estos años, tienen que aprender cómo entregarse totalmente a una persona como compañero de la vida. Deberían darse cuenta que el matrimonio no es sólo un convenio para satisfacer los deseos y para tener hijos. Más bien, es una alianza que da testimonio del amor de Cristo para su pueblo.

Los adultos maduros, que van a ser reconocidos como padres, maestros, profesionales, o autoridades en otro campo de la vida, tienen que contribuir de su talento para el bien de todos. Deberían dedicarse a un proyecto que avance los valores del Reino de Dios en la comunidad. Finalmente, los que van a experimentar la disminución de la energía durante los dos mil diez tienen que reclamar para sí mismos los logros de sus vidas y arrepentirse de los errores para desarrollar la integridad. Deberían prepararse para el encuentro con Jesús como juez por dar gracias a Dios por lo bueno que han experimentado en la vida y pedirle perdón por sus pecados que han cometido.

El evangelio hoy termina por decir que Jesús sigue creciendo en saber, en estatura, y en favor de Dios. Que sea la meta de todos nosotros durante esta década que ya se aproxima. Que procuremos crecer en saber, en estatura (al menos la estatura del amor para el prójimo), y en el favor de Dios en los 2010. Que procuremos crecer en el favor de Dios.

El domingo, 20 de diciembre de 2009

EL IV DOMINGO DE ADVIENTO

(Miqueas 5:1-4; Hebreos 10:5-10; Lucas 1:39-45)

Nos parece raro. Casi no podemos creer que muchos se aprovechen del servicio. Sin embargo, allí está la casa, tres cuadras de la mía y a lo mejor algo semejante no lejos de la tuya, con el rotulo “lector de palmas”. Evidentemente el residente adentro tiene negocio vaticinando el futuro. En tiempos antiguos se les llamaba a los lectores de palmas o de hojas de te o de los órganos internos de animales “profetas”. Sin embargo, los profetas de Israel, como Miqueas en la primera lectura, no actuaban así.

En primer lugar, a los profetas de Israel no les interesaba principalmente el pronóstico del futuro. Más bien, por definición eran llamados por Dios para entregar Su mensaje a la gente. Las palabras de Dios llenaban sus consciencias como las aguas de diluvio llenan un río de modo que no pudieran no decírselas a Israel. Sólo porque Dios quería advertir a su pueblo de las consecuencias de sus acciones, sus mensajes predecían el porvenir. Y porque Dios amó a su pueblo, a los mensajes no les faltaba la nota del consuelo en la visión del futuro. De todos modos se distinguían los profetas verdaderos de los falsos tanto por sus predicciones realizadas como por sus bases en la Ley de Dios.

El profeta Miqueas vivía en un tiempo turbulento. Los asirios, como los soviéticos después de la Segunda Guerra Mundial, estaban amenazando a todos los pueblos en la región. Tomó poder del reino de Israel del norte en el año 721 a. C. y casi hizo lo mismo del reino del sur. Pero no era la brutalidad de los asirios que molestaba a Miqueas. El profeta entendía que ese empero – tan fuerte como fuera – fue sólo una herramienta en las manos de Dios para cumplir Su propósito. No, lo que le causó horror era la podredumbre en Israel. Los militares en este supuestamente pueblo santo empujaban a los pobres en la esclavitud por expropiar sus granjas. Entretanto los líderes del pueblo – incluso los otros profetas -- no hicieron caso al robo sino buscaron sobornos. Según Miqueas el dichoso Israel traicionó la herencia que había recibido de Dios y debió sufrir Su castigo administrado por los asirios.

Sin embargo, como con el caso de los otros profetas no hay sólo fuego y hielo en el libro de Miqueas. Vemos en la lectura hoy el brote de la esperanza. Un jefe nacerá en Belén para guiar al pueblo en la justicia de Dios. No sólo tendrá nombre reconocido por todos sino también él mismo será la paz del mundo. Nosotros vemos el cumplimiento de esta profecía en Jesús. Lo exaltamos como la perla que vale todo que se tiene. Los musulmanes también lo alaban como profeta. Aún los judíos lo consideran símbolo de esperanza en tiempos de tinieblas.

Pero no es que todo el mundo encuentre en Jesús la paz. Siguen las guerras en Irak, en Afganistán, y en otras partes del globo. En este país muchos andan aprovechándose de uno y otro sea por el placer, por la plata, o por el prestigio. Se puede llamar a Jesús el “príncipe de la paz”, pero no nos traerá la paz si no lo dejamos dominar nuestras vidas. En el pasaje más citado del profeta Miqueas, Dios dicta lo que Él desea del humano: “tan sólo que practiques la justicia, que seas amigo de la bondad, y te portes humildemente con tu Dios” (6,8). Sólo Jesús vivió estos requisitos hasta la cima de la copa. Nosotros podemos acercarnos a este nivel por abrazarlo en la oración y hacerlo nuestro camino de la vida.

Ya viene la celebración del nacimiento de Jesús. Concientes de ello o no, lo festejan casi el mundo entero, al menos por un día libre. Sin embargo, si él significará más para nosotros que el motivo para cambio de regalos, querremos prepararnos por hacer algo más que adornar el árbol navideño o aún colocar el nacimiento bajo de ello. Querremos ver en él nuestro regalo preferido. Eso es, querremos apropiarnos de él como nuestro camino de la vida. O, mejor decir, querremos dejarle tomar poder de nosotros siéndonos la paz.

El domingo, 13 de diciembre de 2009,

III DOMINGO DE ADVIENTO

(Sofonías 3,14-18; Filipenses 4:4-7; Lucas 3:10-18)

Todos nosotros recordamos a John Kennedy. Tengamos ochenta años o tengamos veinte, alguna cosa del treinta quinto presidente queda en nuestro cerebro. El autor de un libro sobre su famoso discurso inaugural dice que Kennedy fue el primer presidente visual y el último presidente retórico. Eso es Kennedy fue tan fotográfico como Ronald Reagan y tan articulado como Franklin Roosevelt. En una manera es cómo la figura de san Juan Bautista en el evangelio según san Lucas.

En el evangelio según san Lucas, Juan es el vínculo entre el Antiguo Testamento y el tiempo del reino de Dios. Como Isaías o Amós, Juan anda predicando la necesidad de arrepentirse para que no se enfrente con la ira de Dios. En el pasaje evangélico hoy Juan habla de un mesías con bieldo en mano. En su modo de pensar, el enviado de Dios lo usará para poner a fuego a los no reformados como se queman los productos de desecho. Su exigencia siempre es evitar el castigo aunque te cuesta una túnica si tienes dos o la oportunidad de aprovecharse de su puesto si eres publicano o soldado.

A la misma vez Juan conoce a Jesús. Lucas lo retrata saltando en el seno de su madre Isabel cuando María llevando a Jesús en lo suyo viene a saludarla. Más adelante en el evangelio los discípulos de Juan lo informan de las curaciones de Jesús y cómo ha resucitado a los muertos. Pero Jesús no lleva bieldo ni unos fósforos para castigar a los malvados. Más bien, les invita al comedor donde habla de un Dios todo misericordioso sobre pan y vino. Ya Juan queda con duda. Por eso, envía a sus emisarios a Jesús con la pregunta: ‘“¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro?’”

Como Juan es vínculo entre los dos testamentos, el mundo actual aparece entre el principio del reino con Jesús y su plenitud al final de los tiempos. Quedan el pecado en todas partes: bebés abortados, niños mal educados, trabajadores explotados, armas super-suministradas. A la vez hay señales del Espíritu de Cristo. Se ven parroquias enviando misiones médicas a los países en desarrollo, una campaña para proveer computadoras a muchachos pobres, y un millón de otros esfuerzos caritativos. O posiblemente no estamos en ningún entremedio. Posiblemente todo que pasa es solamente la lucha eterna entre aquellos con genes simpáticos y el resto del mundo. Como Juan en el evangelio, tenemos que preguntarnos, ¿es Jesús el Mesías que corregirá los males del mundo o no hay ningún remedio?

Si respondemos la pregunta con sí, Jesús es el Mesías, seguiremos su ejemplo. Como él dio la vista a los ciegos, educaremos a los ignorantes abriendo sus ojos a la verdad. Como él liberó a los endemoniados, visitaremos a los encarcelados trayéndoles la paz de la mente. Como él predicó a los pobres, nos detendremos para levantar la esperanza de los afligidos. No cabe duda, seguir a Jesús es un reto tremendo. Sin embargo, por aceptarlo vamos a adelantar el crecimiento del reino de Dios.

No cabe duda en la mente de la hermana Ghiorghis Berhane que Jesús es el Mesías. Ella es misionera del África acompañando a los pobres de Guatemala. Educa a los niños mal educados hablándoles del Dios misericordioso. Con gente tan simpática como la hermana Ghioghis la lucha eterna parece vencible. Can gente como ella, se ve el crecimiento del reino de Dios.

El domingo, 6 de diciembre de 2009

Marción fue hombre que vivió durante el segundo siglo d. C. Estuvo muy rico y evidentemente aún más fuerte de opinión. Una idea suya que llamó la atención es el concepto del Dios del Antiguo Testamento como vengativo y sangriento. Marción pensó que hay una gran distinción entre ese Dios y el Dios revelado por Jesús – siempre misericordioso y amoroso. Por eso, según Marción, el Antiguo Testamento no vale. Por la promulgación de estas ideas el obispo de Roma excomulgó a Marción. Sin embargo, porque él tenía a muchos partidarios, su herejía casi sobrepasó la fe verdadera.

Aún el día hoy muchos descartan el Antiguo Testamento como de poco valor. Leen la Biblia con horror donde dice que Dios ordenó a Saúl a exterminar a todos los amalecitas, incluyendo a los niños, o que Dios mató a un hombre por haber tocado el Arca de la Alianza. Si no juzgan a Dios revelado en sus páginas como enojado y cruel, lo mejor que pueden decir de Él es que era obsesionado con la justicia.

Pero en realidad el Dios del Antiguo Testamento es el mismo Padre de Jesús. Su característica dominante siempre es el amor para Su pueblo. De veras, Su amor es casi exagerado en el Antiguo Testamento de modo que se hable de Sus celos para los israelitas. Eso es que Dios no quiere que el pueblo sea contaminado con las ideas y prácticas que lo desviaban del camino a la vida verdadera. Cuando Israel siguió las costumbres de sus vecinos durante el período de los reyes maltratando a los pobres y dando culto a los ídolos estériles, Dios lo castigó. Lo mandó al exilio para purificarse de sus pecados. Pero hablando por los profetas, Dios prometió que no todos fueran a morir en el destierro; más bien, se salvaría un resto que vivirá en gozo.

Hoy en la primera lectura el profeta Baruc prevé el regreso del resto de sus pruebas. Jerusalén queda como Nuevo Orleans después del huracán o como Nueva York después del once de septiembre. Es como los diez por ciento de los trabajadores de este país que han perdido sus trabajos o como los millones de personas que han recibido una diagnosis de cáncer. No obstante, el profeta dice ya no es tiempo de luto sino de esperanza; no de sentarse con lágrimas sino de ponerse de pie con ojos en el horizonte. “¿Por que?” queremos preguntar si hay llagas purulentas en todos lados. La respuesta es porque el Dios que a su pueblo ama está para actuar.

En el evangelio hoy leemos de la llamada de Juan en el desierto. Israel queda bajo el puño romano de hierro. Hay líderes judíos pero no valen más que ropa desgastada en una tormenta de nieve. La gente lucha para mantener la existencia aprovechándose de uno y otro. Ya Dios está para actuar de nuevo, pero esta vez no sólo para socorrer a Su pueblo una vez más sino para salvar al mundo entero definitivamente. Juan será el pregonero del salvador. Irá delante del Señor para despertar al pueblo. Su mensaje es claro: ya es tiempo para ponerse de pie y buscar al Salvador en el horizonte. Se intenta para nosotros también. Tenemos que dejar los lamentos para prepararnos para la venida del Señor. Queremos pararnos como el joven sacerdote que recibió, poco después de su ordenación, la diagnosis que iba a morir dentro de un año. En vez de retirarse, aceptó el ministerio de visitar a los enfermos en el poco tiempo que le quedaba. Les dio el consuelo que él mismo requería.

El hombre necesitaba carro nuevo. Quería algo económico pero confiable. Leyó artículos mostrando las positivas y negativas de las diferentes marcas. Visitó varias agencias comparando precios. Entonces hizo su decisión. Estaba para actuar. Así vemos a Dios en las lecturas hoy, listo para actuar en favor de Su pueblo. También en el mundo hoy Dios está para actuar. Dios está para actuar en favor de nosotros.

Homilía para el domingo, 29 de noviembre de 2009

EL I DOMINGO DE ADVIENTO

(Jeremías 33:14-16; I Tesalonicenses 3:12-4:2; Lucas 21:25-28.34-36)

La vieja viuda quería morir. Vivía en un asilo bien ordenado. Comía bien y estaba cómoda. Pero no tenía la gana a seguir la rutina. Cuando la visitaba un sacerdote, ella le preguntó si estaría bien orar por la muerte. Dijo que esperaba a reunirse con su esposo que había fallecido hacía algunos años. En una manera la viuda es como nosotros al principio de Adviento.

Desde que se pone el Adviento antes de la Navidad, todo el mundo piensa que el propósito del tiempo es prepararse para la celebración de la venida del niño Jesús. Sin embargo, durante el Adviento deberíamos estar pensando también en el fin de los tiempos cuando Jesús vendrá de nuevo para juzgar al mundo. Por esta razón se coloca el Adviento al fin del año. Particularmente al principio de Adviento deberíamos hacer caso a esta segunda venida de Jesús.

“No seas tan serio, Padre” dirán algunos, “el mundo durará por millones años más.” Lo puede ser, pero ¿va a estar habitado por todo este futuro? Es posible que haya cambios catastróficos en el clima que extinguirán la gran mayoría de animales incluyendo a todos seres humanos. Ha tenido lugar en el pasado. Por esta razón los dinosaurios no existen ahora. Aún más probable es un fin precipitado por nosotros humanos. El número de países con armas nucleares siguen creciendo. Hacía diez años la India y Pakistán se hicieron poderes nucleares. Recientemente Corea Norte se ha integrado en el club nuclear. Ahora Irán está desarrollando la capacidad de ser miembro. Entretanto los Estados Unidos, el líder del grupo, en vez de disminuir su poder nuclear quiere construir armas más fuertes.

Sea o no la humanidad termine por un desastre de naturaleza y sea o no acabe por el capricho de las naciones, todos tendremos que dar cuenta al Señor por nuestras vidas. A lo mejor la mayoría de nosotros vamos a morir de causas regulares – el cáncer, un ataque al corazón, la influenza. Entonces el juicio será más pronto. El Adviento propone que nos preparemos para ese momento cuando ocurra. El evangelio hoy nos amonesta: “Estén alerta, para que los vicios, con el libertinaje, la embriaguez y las preocupaciones de esta vida no entorpezcan su mente...” Es el último ítem que puede naufragar a muchos aquí. No somos homicidas pero sí estamos inclinados a pensar siempre más en nuestro propio bien que en la justicia para los demás, más en los partidos de fútbol que en la oración al Señor.

El Adviento nos prepara para la venida del Señor como los novios ensayan para sus bodas. Sin embargo, el Adviento no es ensayo sino parte de la liturgia de la Iglesia en la cual siempre encontramos al Señor. Es así porque Jesucristo no ha dejado a su pueblo solo. Más bien, por su muerte y resurrección está con nosotros por cada paso que caminemos, por cada aliento que respiremos. Por eso, los recuerdos de su retorno para juzgarnos durante el Adviento nos sirven como su mano en nuestra espalda. Eso es, nos presentan a él en la plenitud de su poder. Jesús está presente en cada momento litúrgico para apoyarnos a través de la vida. Jesús está presente para apoyarnos.

Homilía para el domingo, 22 de noviembre de 2009

La Fiesta de Nuestro Señor Jesucristo, Rey del Universo

(Daniel 7:13-14; Apocalipsis 1:5-8; Juan 18:33-37)

Dios a juicio es un libro por el autor inglés C.S. Lewis. Tiene que ver con un reverso en tiempos modernos. En lugar de prepararse para el juicio por Dios como antes, el humano actual prefiere juzgar a Dios. En el evangelio Pilato aparentemente está juzgando a Dios aunque no tiene ninguna pista de esta realidad.

“’¿Eres tú el rey do los judíos?’” Pilato pregunta a Jesús. Él quiere saber si Jesús comprende una amenaza al dominio romano. Si Jesús es rey con ejército, Pilato tendría que decidir si o no va a desafiar el imperio. Pero si Jesús es sólo un rey metafórico como Elvis o Pele, Pilato puede disfrutarse del encuentro con una persona interesante. Nosotros también tenemos una pregunta para Jesús: ¿Por qué tardas tanto para venir en la gloria?

Jesús igualmente quiere probar a nosotros. Hoy lo celebramos como rey. Pero ¿le permitimos a dirigir nuestras vidas? O ¿es declararle rey solamente un pretexto para festejarnos al fin del año? Que no seamos como Pilato. Cuando Jesús le pregunta a Pilato si posiblemente él llama a Jesús como rey por su propia cuenta, Pilato descarta la idea como si fuera un pañuelo usado. Dice que no es judío. Desgraciadamente, tampoco es de la verdad. Pues, si lo fuera, él reconocería a Jesús como rey.

Jesús aclara la situación para ayudar a Pilato entender. Él es rey pero no en el sentido que el mundo pueda ver. Eso es, no lleva corona de oro, ni marcha con un ejército, ni reina sobre tierras. Más bien, él reina interiormente donde su Espíritu ilumina las mentes y su gracia mueve los corazones. Aceptando a Jesús como rey, sabemos que él va a capacitarnos para que superemos los retos de la vida. Nos da la perspicacia para aceptar la vejez no como la erosión de fuerzas sino como la sede de la sabiduría. Nos regala la voluntad para seguir extendiendo la mano a los deprimidos y enojados aunque no nos responden. En verdad, Jesús no tiene que venir en persona. Pues, está actuando dentro de nosotros todo el tiempo.

Como sus súbditos, Jesús nos pide que cuidemos a uno y otro, particularmente a los pobres. En los Estados Unidos los obispos han establecido la Campaña Católica para el Desarrollo Humano para este fin. Es un proyecto distinto. No provee comida o ropa directamente a los indigentes como lo hacen miles de organizaciones de caridad. Más bien, da a los grupos de pobres los medios para capacitarse. Padres sin la educación formal están entrenados a negociar mejores escuelas para sus hijos. Trabajadores agrícolas están adiestrados a pedir condiciones de trabajo decentes. Como a veces damos dinero a un alcohólico lo cual lo usa para cerveza, la Campaña ha patrocinado unos grupos no completamente confiables. Pero el abuso es pequeño en comparación con lo bueno que se hace. De todos modos, sea por la Campaña Católica para el Desarrollo Humano o por otro modo, estamos obligados a cuidar a los pobres. Si aceptamos a Jesús como rey, estamos obligados a cuidar.

Homilía para el domingo, 15 de noviembre de 2009

EL XXXIII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

(Daniel 12:1-3; Hebreos 10:11-14.18; Marcos 13:24-32)

Hace poco un periodista hizo esta observación. Hoy día algunos jóvenes andan buscando encuentros sexuales por mensajes de texto. Con su teléfono celular en mano ellos se comunican con varias personas al mismo tiempo buscando la mejor oferta para una noche. El periodista admite que no todos jóvenes se aprovechan de los mensajes de texto así. No obstante, según él, los tiempos contemporáneos facilitan el comportamiento no responsable. Una vez, dice, había costumbres sociales dirigiendo a los jóvenes en las relaciones con el sexo opuesto. Enumera el conocimiento dentro de contextos institucionales – la escuela, el lugar de trabajo, la iglesia – y el noviazgo con sus reglas de comportamiento como necesarios para guiar a los muchachos de la gratificación inmediata de deseos al compromiso del largo plazo. Seguramente la falta de refrenamiento en relaciones ha causado el naufragio de familias y la ruina de niños.

El análisis del periodista resalta la admonición de Jesús en el evangelio hoy que seamos atentos a las señales del tiempo. Como estaremos informados de la venida del Hijo del Hombre con cataclismos en los cielos, deberíamos examinar los acontecimientos cotidianos para su significado a la vida nuestra. Por ejemplo, celebramos la Navidad por el mes de diciembre hasta el 26 del mes con una gran muestra de consumismo. La última semana del mes ya es dada a las vacaciones y el regreso de los regalos a las tiendas. Hay muy poca atención al mensaje de los profetas durante el Adviento para la necesidad de un Mesías. Tampoco hay suficiente aprecio para la presencia del Salvador entre nosotros con su mensaje del amor de Dios.

Por supuesto el anuncio de Jesús en el evangelio hoy tiene que ver con el recoger de sus elegidos en el fin del tiempo. Aunque no sabemos cuando pasará, somos sabios si lo tomamos en serio. No debemos pensar que pertenezcamos entre los elegidos porque somos católicos o somos bautizados. Como dijo San Agustín, “Muchos que Dios tiene, la Iglesia no tiene. Y muchos que tiene la Iglesia, Dios no tiene”. Ni deberíamos pensar que los elegidos incluyan a todos en el mundo porque Dios es misericordioso. La relación entre la misericordia y la justicia de Dios es un misterio que podemos contemplar pero no podemos profundizar. Jesús anuncia la venida del Hijo de Hombre para advertirnos que pongamos las pilas de servicio al evangelio. De esta manera no sólo nosotros sino muchos más seremos contados entre los elegidos.

Una señal de nuestros tiempos es el reemplazamiento del nacimiento con el árbol como el signo de la Navidad. El árbol navideño era un símbolo para la vida eterna que Cristo nos ganó. Pero ahora sirve más como el lugar preferido para poner los regalos de consumismo. En contraste, las figuras de Jesús, María, José, los pastores, los animales y los ángeles nos recuerdan que la simple presencia de Jesús trae el gozo. Nos sugiere la necesidad de la familia para proteger a los niños y el propósito de la vida como la alabanza de Dios. Por supuesto, podemos tener un nacimiento en la casa sin darle pensamiento. Sin embargo, a lo mejor no vamos a tirarlo el 26 de diciembre. No, estará allí el año próximo para recordarnos de nuevo del amor de Dios.

Homilía para el domingo, 8 de Noviembre de 2009

EL XXXII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO

(I Reyes 17:10-16; Hebreos 9:24-28; Marcos 12:38-44)

La viuda pobre tenía a muchos hijos y muchos más nietos. Ella rezaba por todos constantemente – un hecho que explica, en parte, el hecho que sus matrimonios quedaban intactos. A menudo la viuda cuidaba a una o dos nietas en la rectoría donde ella cocinaba por una comunidad de religiosos. Mientras ella daba apoyo a sus hijas y nueras, enseñaba a los chicos la bondad. También la viuda dirigía las actividades de las guadalupanas de la parroquia. Además de venerar a la Virgen este grupo recaudaba fundos por varias causas caritativas. Sobre todo la viuda se distinguía por la bondad que demostraba a los religiosos donde trabajaba. Les compraba comestibles con su propio dinero porque no quería pedir reembolso de los recursos de la parroquia. Esta mujer nos recuerda de la viuda que Jesús señala como generosísima en el evangelio hoy.

El pasaje no dice mucho de la viuda. Simplemente que ella echa dos moneditas – según Jesús, todo lo que tiene para vivir – en la alcancía del templo. Sin embargo, las pocas palabras revelan a una persona de inmensa dignidad. Estamos acostumbrados a pensar en la dignidad humana como algo una vez dada para siempre como la fecha de nuestro nacimiento. Sin embargo, la verdad es otra. Sí, se basa la dignidad humana en la creación con la capacidad de reflexionar y actuar libremente. Hacemos hincapié en estas facultades cuando hablamos del humano como creado en la imagen de Dios. Pero se puede aumentar la dignidad. No lo hacemos por llevar ropajes elegantes u ocupar puestos de honor en el estilo de los escribas del evangelio hoy. Más bien, crece la dignidad cuando usamos nuestras facultades para realizar lo bueno. La viuda hace exactamente esto en dos maneras.

En primer lugar ella reconoce necesidades aparte de las suyas. No se sabe si los donativos a la alcancía ayuden directamente a los pobres o sean para el mantenimiento del templo glorificando a Dios. De todos modos la viuda no se refrena a apoyar al otro. Si es cierto que nosotros no nos paramos más altos que cuando nos agachamos para ayudar al otro, esta pobre viuda mide dos metros de altura.

Pero la viuda no regala sólo una porción de sus recursos sino todo lo que tiene para vivir. Es un donativo extraordinario porque puede resultar en la pérdida de su propia vida. Expresa su confianza completa en la Providencia de Dios. Este acto aumenta la dignidad humana porque demuestra la convicción acertada que tan grandes como seamos, últimamente dependemos en la bondad de Dios para la vida. En esta manera la viuda anticipa a Jesús que se entrega a sí mismo a la muerte en obediencia de Dios Padre.

Nosotros deberíamos preguntarnos si estamos dispuestos a confiar en Dios también. O ¿es que no queremos ni pensar en dejar la comodidad de nuestras casas? Muchos no quieren hablar de la fe con otros parroquianos, mucho menos con los ancianos en un asilo o los prisioneros en la cárcel. Pero Jesús sugiere que tomemos a la viuda como modelo para el seguimiento de él mismo. Hay más modos para cumplir este reto que hojas en un árbol, pero tal vez uno sobresalga en este momento.

Nuestro país (EEUU) está terminando un gran debate sobre la reforma de los pagos para el cuidado médico. Algunas propuestas ofrecen mejoramiento significante para el sistema. Sin embargo, las propuestas más probables a ser aprobadas financiarán el aborto. Ya es el momento para levantar la voz. Una ley que facilite el aborto matará el espíritu si o no salve el cuerpo. Para defender la dignidad de la vida desarrollando en el vientre nos opondremos a estas propuestas. Para aumentar nuestra propia dignidad diremos a nuestros congresistas, “Por favor, no” a cualquier propuesta que favorezca el aborto.

Homilía para el primero de noviembre de 2009

LA FIESTA DE TODOS LOS SANTOS

(Apocalipsis 7:2-4.9-14; I Juan 3:1-3; Mateo 5:1-12)

Si vas a Nueva Orleans, tienes que visitar Preservation Hall. En este salón los mejores músicos negros interpretan la música jazz. Se pone un letrero en el medio de la escena que dice que los músicos tocarán cualquiera canción que quisieras por cinco dólares. Y por diez dólares tocarán la canción “Los santos”. ¿Por qué diez dólares para “Los santos”? A lo mejor el recargo tiene que ver con el ánimo con que los negros interpretan esta canción. Sin embargo, se sospecha que tiene que ver también con la estima que tienen para los santos.

Realmente le cuesta a uno hacerse santo. En el evangelio Jesús indica la dificultad. La persona tiene vaciarse de todo lo pretencioso como un mendigo pidiendo limosna. O tiene que buscar la justicia como un profeta después de escuchar la palabra de Dios. O tiene que purificarse de corazón como un niño preparándose para la primera comunión. Nos parece imposible hacerse santo porque los santos se muestran perfectos como Dios. ¿Quién aquí quiere reclamar que ha llegado a esta altura?

Sin embargo, hay muchos santos. La lista oficial de los santos, llamada el martirologio romano, contiene más de siete mil nombres. La primera lectura de la Apocalipsis dice que el vidente Juan cuenta ciento cuarenta cuatro mil de personas marcadas con el sello de santidad. Pero ciertamente este número sólo es un símbolo para decir que hay millones de santos. A lo mejor todos aquí hemos conocido por lo menos a una persona que por años visitaba toda semana a los prisioneros en la cárcel, que jamás mentía ni para ahorrarse de una multa injusta, que daba gracias a Dios en sus rodillas toda noche. Tal vez fuera tu madre o tu tiíto. Yo recuerdo a la mamá de unos compañeros de niñez que ayudaba a todos sin criticar a nadie. Cuando nuestro vecindario cambió con gente de otra raza habitando las casas, ella acogía a sus nuevos vecinos con la misma caridad que había tenido por nosotros.

No hace mucho un americano se enteró de un pariente que fue declarado como santo por el papa Juan Pablo II en 2005. Cuenta el hombre la historia del padre Gaetano Catanoso, el primo de su abuelo, que predicó el evangelio a los pobres en el sur de Italia, fundó escuelas y orfanatos para los niños sobrevivientes de dos guerras mundiales, y aún desafió la mafia. Ya el Padre Gaetano queda como una marca de la fe a mucha gente en Italia. También su herencia ha afectado la vida del americano que cuenta su historia. Dice este hombre que él era católico infiel, pero ahora, por enterarse de su pariente, el santo Gaetano, él trata de vivir más en conforme a la fe.

Podemos ver aquí el propósito de reconocer a los santos, sea oficialmente en el martirologio romano o más popularmente como cuando nombremos a nuestras madres como cerca de Dios. Los santos nos llenan con la esperanza de acercarnos a Dios. Ciertamente nos hace falta la gracia para compartir nuestro pan con el mendigo o arrodillarnos toda noche como un niño. Pero Jesús nos promete al Espíritu Santo; sólo tenemos que aceptarlo. Las historias de los santos en medio de nosotros nos muestran que hacer esto no es imposible. No, no es imposible hacernos santos.

Homilía para el domingo, 25 de octubre de 2009

EL XXX DOMINGO ORDINARIO

(Jeremías 31:7-9; Hebreos 5:1-6; Marcos 10:46-52)

Pregunta a cualquier judío si Jesús fue el Mesías. Te dirá que no. Si estuvieras a preguntarle por qué no cree en Jesús, a lo mejor te diría que cuando venga el Mesías, el mundo entero cambiará. ¿Ha cambiado el mundo con la venida de Jesús? Podemos decir sin dudas que el mundo de Bartimeo cambia cuando pasa Jesús por donde se sienta en el evangelio hoy.

Bartimeo, el ciego, no puede ver con sus ojos. Sin embargo, tiene otro tipo de vista. Cuando oye que Jesús está cerca, grita, “Jesús, hijo de David, ten compasión de mí”. El reconoce a Jesús como el Mesías que regresaría la gloria de Israel. Nosotros somos lo opuesto de Bartimeo. Podemos ver con los ojos pero nos falta la vista profunda. Que apuntemos algunos ejemplos de nuestra ceguera.

Más que nunca las bodas se han hecho eventos de lujo. Se gastan decenas de miles de dólares en comidas, bebidas, flores, fotografías, vestidos etcétera. Los comprometidos ven el ambiente del matrimonio en esta luz. Tal vez quieran celebrar el matrimonio en una playa en Hawai o un jardín de flores. Los padres miran la situación diferentemente. Para ellos es importante casarse en un templo para cumplir las normas de la Iglesia y para invitar a todos sus amistades. Casi nadie ve la necesidad de acercarse a la parroquia para recibir una preparación para la vida casada. En el mundo actual con sinnúmeros tentaciones al individualismo, la pareja necesita comprender las dificultades del matrimonio y las maneras para superarlas. Podemos decir que una preparación adecuada es cada vez más necesaria para la eficacia del sacramento.

Un bioeticista observa que en las controversias sobre la investigación para nuevas curas médicas, poca gente aprecia todo lo que esté en juego. Por ejemplo, algunos defienden la venta de órganos de cuerpo como necesaria para socorrer al número creciente de personas que enfrenten la muerte por falta de un hígado o un riñón que funciona. Otros la lamentan como injusta a los pobres que estén explotados en las transacciones. Sin embargo, según el eticista muy pocos ven las implicaciones para la dignidad humana de considerar el cuerpo como propiedad vendible.

Recientemente una delegación del Vaticano ha visitado las congregaciones de religiosas en los Estados Unidos. Algunos ven el proceso como una intrusión injusta en la vida consagrada. Otros lo ven como una averiguación necesaria para corregir errores que han entrado sigilosamente en la vida religiosa. Muy pocos lo miran como un intento de parte del papa para ayudar a las congregaciones recuperar la vitalidad del Reino de Dios.

En el evangelio Bartimeo pide a Jesús la vista con toda confianza, y Jesús no demora en concedérsela. Así deberíamos desplegar nuestras necesidades ante al Señor. Seguramente son más que la sabiduría para ver profundamente. También necesitamos la capacidad de resistir la atracción de toda invención hecha para hacer nuestras vidas más cómodas pero en fin las complican. Además nos hace falta la liberación de las ideologías que corrompen nuestro juicio por llamar todas causas liberales validos y todas causas conservadores sofocantes o viceversa.

El pasaje hoy termina con las palabras significativas que Bartimeo sigue al Señor por el camino. Jesús ha emprendido el camino a Jerusalén donde enfrentará a aquellos que quieren ultimarlo. Sea conciente de esta precaria o no, a Bartimeo no le falta el deseo a acompañarlo. Nosotros deberíamos desearlo mismo. ¿Para qué sirva la sabiduría cristiana si no para morir y resucitarse con Jesús? Claro, el seguimiento no es cómodo y mucho menos placentero. Pero hay motivos para hacerlo. En primer lugar, la compañía de Jesús y sus amigos nos llena con propósito alto y felicidad verdadera. Y segundo, el camino nos conduce a la vida más allá de nuestras dificultades y dolores. Sí, nos conduce a la vida eterna.

Homilía para el domingo, 18 de octubre

El XXIX DOMINGO ORDINARIO

(Isaías 53:10-11; Hebreos 4:14-16; Marcos 10:35-45)

El evangelio trató el tema de egoísmo hace poco. Hace cuatro semanas leímos cómo Jesús respondió a la charla de sus discípulos sobre quien era el más importante. Ahora en el evangelio se levanta la cuestión de importancia de nuevo. Santiago y Juan piden al Señor que les concede sentarse a su derecha y su izquierda cuando venga en gloria. Como Jesús muestra la paciencia con Santiago y Juan en la lectura, queremos repasar una vez más sobre este tema de la importancia. Pues, se nos importa mucho.

Seguramente no es por causalidad que Santiago y Juan se acercan a Jesús de soslayo. Dicen que quieren que Jesús les regale lo que van a pedir. Como un adolescente que pregunta a su papá si va a salir en la noche antes de que le pida el carro, los discípulos intentan a manipular a Jesús. Si el padre dice que no va a salir, entonces le pedirá el carro con toda expectativa de recibirlo porque se le ha quitado el pretexto usual de no concederlo. Si el padre dice que sí, va a salir, entonces el muchacho guardará su petición para el carro por otro tiempo. Desgraciadamente por los hermanos, Jesús no se une en juegos. Les desenmascara la intención con la pregunta, “¿Qué es lo que desean?”

Sentarse a la derecha y a la izquierda significa tomar los puestos más altos en su reino. Es equivalente a ser el vicepresidente y el secretario del estado a un presidente norteamericano o ser canciller y vicario general a un obispo. Es tener a varios subordinados llevando a cabo sus directrices y miles personas pendientes de sus decisiones. Para este tipo de oficio desearlo puede ser signo que no se lo merece.

Curiosamente Jesús no les niegue los puestos directamente. Más bien, les pregunta si están listos para sacrificarse como el tiene que hacer. Para Jesús ser importante no es malo si se da cuenta de que la importancia conlleva el servicio a los demás hasta perder toda comodidad. Jesús indica la magnitud de su propio sacrificio cuando dice que no le toca a él conceder los puestos en su reino. Pues por hacerse humano, el hijo de Dios se ha sometido a sí mismo completamente a Dios Padre de modo que ya no tiene ningún poder en su propio nombre.

La respuesta de los dos y, después, la indignación de los otros diez apóstoles muestran la brecha del entendimiento entre Jesús y sus discípulos en este momento. Santiago y Juan dicen que sí, pueden pasar la prueba que Jesús va a pasar. En tiempo ellos se sacrificarán a sí mismos por Jesús, pero dentro de poco le fallan miserablemente. Duermen en Getsemaní cuando Jesús les pide que desvelen con él, y con los demás discípulos huyen de Jesús como bandidos. Aunque sus jactancias los hacen más lastimosos que lamentosos, los otros discípulos se indignan de ellos indicando su propia falta de comprensión de Jesús. Ellos, como los hermanos Zebedeo, evidentemente prefieren pensar en adquirir alturas que en rendir servicio.

En la Iglesia hoy muchos siguen buscando puestos altos. No hay ninguna escasez de hombres interesados en hacerse diácono cuyo puesto es exactamente a la derecha del sacerdote en la misa. Ciertamente la mayoría de estos hombres quieren servir al Señor. Una vez que se han ordenado, aprenderán el sacrificio que el puesto exige. Otro ejemplo del movimiento de importancia como cosa egoísta al servicio es la publicación de la lista de los más grandes filántropos en el mundo. Siempre ha habido mucha fascinación con las personas más ricas en el mundo. Ya las personas que contribuyen el más dinero a la caridad también llaman la atención.

En su encíclica Centesimus Annus el papa Juan Pablo II declaró que no es malo el deseo de vivir mejor si la vida está orientada a ser más y no a consumir más por el fin del goce. Ser más indica el desarrollo de la personalidad por esforzarse en los estudios y en el trabajo que contribuyan al bien de todos. El consumo por el fin del goce indica la autosatisfacción que se ignora de otras personas. Este análisis del papa da eco a Jesús en el evangelio hoy. Dice el Señor que no es malo ser importante mientras uno se da cuenta de que la importancia es para servir a los demás. En cambio, la importancia que sirve a sí mismo solamente fomenta la discordia. Que tengamos nuestras prioridades en buen orden cuando buscamos la importancia.

Homilía para el domingo, 11 de octubre de 2009

El XVIII DOMINGO ORDINARIO

(Sabiduría 7:7-11; Hebreos 4:12-13; Marcos 10:17-27)

Hay una historia de un rey cruzado rey que era prisionero de un sultan. El rey se jactó al sultan que su espada era la más aguda en el mundo. Para probarlo – dijo el rey -- partiría una barra de hierro. Entonces, el rey alzó la espada de dos filos sobre un trozo de hierro y la bajó con gran esfuerzo partiendo la barra en dos. El sultan comentó que era más la fuerza del cruzado, no la agudeza de la espada, que partió el hierro. Entonces el sultan echó en el aire un pañuelo de seda y puso su cimitarra bajo donde iba a caer. Cuando el pañuelo tocó la cimitarra, se partió en dos partes demostrando que la cimitarra tenía el filo más agudo. La carta a los Hebreos dice que, como la cimitarra del sultan, la palabra de Dios penetra con más eficaz que una espada de dos filos.

Ciertamente la palabra de Dios era capaz de penetrar el alma de Joseph Dutton. Como joven veterano de la Guerra Civil de los Estados Unidos, Joseph se casó, pero en menos de un año su esposa lo divorció. La amarga experiencia llevó a Joseph a beber alcohol por diez años. Entonces encontró la Biblia que cambió su vida. Joseph convirtió a catolicismo, y tres años después llegó a la isla de Molokai, Hawai, para ayudar a Padre Damien en su ministerio a los leprosos. Cuando Padre Damien murió de la lepra en 1889, el hermano Joseph, como se llamaba entonces, asumió mucho da la administración de la colonia. Él sirvió a los leprosos cuarenta y cuatro años hasta su propia muerte.

El evangelio nos regala otro ejemplo de la palabra de Dios penetrando el alma. Pero en este caso la palabra tiene un “P” mayúsculo. Jesucristo, la Palabra de Dios encarnada, recibe a un rico que le pregunta cómo alcanzar la vida eterna. Jesús, mirándolo con amor, le invita a dejar sus riquezas para seguirlo. Sin embargo, el hombre, como la semilla sembrada entre espinos, se preocupa más por las riquezas del mundo que por la vida eterna y huye de Jesús.

Al final de la lectura parece que la carta a los Hebreos misma ve a Jesucristo como la palabra de Dios que nos juzga. Dice que a él “debemos rendir cuentas”. Si nos hemos aprovechado de su sabiduría en el evangelio y de su amistad en la Iglesia, tenemos que mostrar nuestra respuesta a toda esta bondad. Ya no nos vale exagerar nuestras virtudes ni esconder nuestros vicios. ¿Hemos sido verdaderos discípulos conformando nuestras vidas a la suya? O ¿quedamos absorbidos en nuestros propios intereses – “mi belleza”, “mi dinero”, “mi personalidad encantador”? Jesús nos exige la verdad.

Había un maestro que cuando daba un examen pasó por las filas de estudiantes sentados. Cuando vio a un muchacho teniendo dificultad, el maestro mirándolo con amor se agachó para ayudarlo. Podríamos ver a Jesús, la Palabra de Dios con mayúscula, así. A él “debemos rendir cuentas” pero nos ayuda superar la preocupación con riquezas para conformar nuestras vidas a la suya. Nos ayuda conformar nuestras vidas a la suya.

Homilía para el domingo, 4 de octubre de 2009

EL XXVII DOMINGO ORDINARIO

(Génesis 2:18-24; Hebreos 2:8-11; Marcos 10:2-16)

Cuando el divorcio no era legal en Italia, se estrenó el cine “Divorcio al italiano”. La película muestra a un marido que quiere casarse con otra mujer pero no puede por falta de la provisión del divorcio en la ley italiana. Por eso, tiene que asesinar a su esposa. Eso era el divorcio al estilo italiano. Hoy en día algunos critican la anulación como el divorcio al católico.

Siguiendo a Jesús en el evangelio hoy, la Iglesia no permite divorcio. Cuando un hombre y una mujer entran en el matrimonio verdadero, lo hacen hasta la muerte. Sin embargo, en algunos casos aunque las bodas tuvieron todas las apariencias de un matrimonio – los vestidos, los anillos, las flores, la iglesia, las fotos (y mucho más) – no lo fueron. El matrimonio requiere de parte de los dos un compromiso de fidelidad, de permanencia, y de voluntad a tener hijos si Dios se los concede. Si uno u otro no aceptan estos requisitos, no existe el vínculo de matrimonio. En un famoso caso, se anuló el matrimonio entre el senador reciente muerto Ted Kennedy y su primera esposa porque él no intentaba a ser fiel cuando se casó con ella.

Por declarar un matrimonio anulado la Iglesia corre el riesgo de hacerse legalista como los fariseos en el evangelio. Ellos buscan fisuras en la ley para quitar de los hombres las responsabilidades del matrimonio. Jesús no admite tales fisuras. Más bien él hace hincapié en el propósito de Dios cuando creó a la mujer y el hombre para ser una sola entidad en el matrimonio. Como una botella con tapón fabricados por mano, no se puede separar un verdadero matrimonio sin dañar el diseño del creador.

Entonces Jesús toma en sus brazos a los niños como si quisiera mostrarnos la necesidad de la permanencia en el matrimonio. Para que sus hijos crezcan con seguridad, los cónyuges tienen que superar los problemas que siempre surjan en el matrimonio. Si no lo hacen, es muy posible que el divorcio deje a los chiquillos como extranjeros en sus propias casas. Según una investigación reciente aún después de cinco años, más de la tercera parte de los niños cuyos padres se habían divorciado sufren la depresión.

Además del divorcio hoy en día el matrimonio enfrenta otro gran desafío. Muchos homosexuales reclaman el derecho de casarse. Pero no sólo la Escritura sino también la ley natural son claras: el matrimonio es un compromiso entre un hombre y una mujer. Entonces ¿cómo vamos a tratar a los homosexuales? Como en todos casos los tratamos con el amor. Escuchamos sus dolores, y no toleramos el prejuicio dirigido a ellos. El amor incluye también la responsabilidad de estructurar una sociedad con leyes y valores que aseguran el bienestar de todos ahora y un futuro prometedor para todos nuestros descendientes.

Parece difícil para los matrimonios a no tener una salida del matrimonio y para los homosexuales a no tener una entrada. Pero Dios que nos creó así nos ayuda en el esfuerzo. Como discípulos de Jesús tenemos su amistad que nos hace posible no sólo el cumplimiento de la ley natural sino también el gozo en la vida. Siguiendo a Jesús deberíamos ver a nosotros mismos como los niños que él abraza en el evangelio hoy. Deberíamos ver a nosotros mismos como los niños que él ama.

Homilía para el domingo, 27 de septiembre de 2009

EL XXVI DOMINGO ORDINARIO

(Números 11:25-29; Santiago 5:1-6; Marcos 9:38-43.45.47-48)

El domingo, 21 de diciembre de 1511, fray Antonio Montesinos subió el púlpito de la Iglesia de Santo Domingo en la ciudad del mismo nombre. Él y trece otros frailes dominicos habían llegado el año anterior para evangelizar en la Tierra Nueva. Lo que vieron los forzó a cambiar la buena nueva en mala nueva. Los colonos españoles habían estado trabajando a los indígenas literalmente a la muerte. Los dominicos escogieron a fray Antonio para entregar su mensaje. Dijo: “…todos estáis en pecado mortal y en él vivís, por la crueldad y tiranía que usáis con estas inocentes gentes.” Tenemos un sermón de tanta vehemencia en la segunda lectura hoy.

El sermón viene de la Carta del apóstol Santiago. Hacia el principio la carta declara: “... si (la fe) no se traduce en obras, está completamente muerta.” Santiago había dado un ejemplo de fe sin obras hace tres domingos cuando criticaba a la persona con medios diciendo a otra que carece de ropa y del alimento: “Que le vaya bien”, sin darle nada. En la lectura hoy, la carta se convierte en una diatriba castigando a los ricos: “Lloren y laméntense, ustedes, los ricos,...enmohecidos están su oro y su plata...”

Santiago exagera el pecado desde que el oro y la plata no se enmohecen. También Jesús dramatiza mucho en la lectura evangélica hoy cuando dice, “’Si tu mano es ocasión de pecado, córtatela’” y “’...si tu ojo es ocasión de pecado, sácatelo’”. Jesús sabe que no sería justo a mutilarse a sí mismo aún para evitar cayéndose en pecado. Sin embargo, como Santiago en la lectura anterior, utiliza estos términos vivos para advertirnos que no pequemos. Es como cuando nuestras madres nos decían que si mintiéramos, nuestra nariz se nos alargaría.

Hoy en día no hablamos mucho de pecado. Pues, los analistas nos dan pretextos para el mal. Dicen que es el resultado del ambiente social o de fuerzas inconscientes. Otra razón por no hablar de pecado es que algunos cristianos opinan que Jesús habla en el evangelio solo del amor. Pero en la lectura hoy Jesús habla del pecado y se nos habla precisamente por el propósito del amor. No le importa que ofenda nuestra sensibilidad porque quiere que vivamos con la justicia. ¿Qué es el pecado? Es la falta de nuestra acción, palabra, y pensamiento a acordarse con la justicia de Jesús. Es maldecir al conductor de otro vehículo en la calle. Es seguir mirando a cómicos y películas que nos dejan con fantasías impuras. Es tomar dinero de la caja al trabajo.

Tal vez no queramos hablar del pecado porque sabemos que lo hemos cometido. Existe un acuerdo no expresado con nuestros asociados para dejar el tema solo como si fuera el balance de nuestra cuenta de banco. Muy bien, pero que no faltemos a mencionarlo a Dios en nuestra oración nocturna y al menos unas veces por año en el sacramento de reconciliación. Pues, el pecado es un desvío del camino a Dios. Si seguimos haciendo desvíos, vamos a quedar perdidos. Pero Jesús vino precisamente para guiarnos en el camino hacia su Padre. Que no faltemos a seguirlo.

Homilía para el domingo, 20 de septiembre

El XXV DOMINGO ORDINARIO

(Sabiduría 2:12.17-20; Santiago 3:16-4:3; Marcos 9:30-37)

Ya es casi otoño, el tiempo de fútbol Americano. Sabemos lo que significa esto. Muchos se vuelven locos por el deseo de ver su equipo como número uno. Sea entre las secundarias, entre las universidades, o los profesionales, es importantísimo para ellos que otros reconozcan su equipo como el mejor. Y no es diferente en otros países o en otros deportes. Dentro de un año la locura alcanzará la cima cuando competen para la piñata más grande de todas -- la copa mundial de fútbol “soccer”. Vemos una reflexión de este anhelo para ser número uno en el evangelio hoy.

Los discípulos de Jesús discuten por el camino cuál entre ellos sea el más importante. Antes se llamaba esta inclinación de ensalzarse a sí mismo el “pecado original”. Ahora lo llama un presbítero venezolano “un Chávez dentro del corazón” de cada ser humano. Es cierto que casi todos conocemos este síndrome por experiencia personal. Si no nos consideramos a nosotros mismos como el mejor de todos, al menos nos gusta pensar en nosotros como un poquito más valeroso que nuestro vecino. Pero la verdad es casi siempre no lo somos.

Sorprendidamente Jesús no se opone al deseo humano para ser reconocido como el mejor. De hecho él enseña a sus discípulos cómo alcanzarlo. Dice que para ser el más importante, su discípulo tiene que servir a los demás. Eso es, tiene que ayudar a personas de diferentes razas, edades, clases económicas, o cualquiera otra distinción que nombremos. Para ilustrar la lección Jesús toma en sus brazos a un niño – en su tiempo considerado como poco superior que esclavo. Dice que al recibir o servir a una tal criatura equivale recibir o servir a él.

La experiencia de un joven participando en un campamiento para muchachos afligidos con la distrofia muscular demuestra la validez de la enseñanza de Jesús. El joven tuvo que ayudar a un muchacho incapacitado aprovecharse de las muchas actividades del programa. Le empujo al muchacho en la silla de ruedas al comedor y le dio de comer. Le llevó al edificio de juegos y le ayudó jugar bingo. En breve, el joven actuaba como las piernas y los brazos del muchacho por una semana. El tiempo el joven no pensaba que su servicio estuvo fuera del ordinario. Más bien, lo consideraba sólo como un servicio pequeño, casi obligatorio desde que Dios lo bendijo con buena salud mientras el muchacho tuvo que aguantar la debilidad todos los días hasta una muerte prematura. Pero los encargados del campamiento apreciaron la entrega del joven como si fuera el medallista de oro en el decatlón. Lo reconocieron como “el más servicial” del campamiento en lo cual había muchos hombres y mujeres serviciales.

Hay otro ejemplo del servidor que supera infinitamente la recepción de un niño y la ayuda para un incapacitado. De veras, sin este ejemplo las palabras de Jesús aquí serían no más que un consejo idealista. Jesús mostrará lo que predica aquí cuando se entrega a sí mismo para redimir a los humanos del pecado. Miremos el crucifijo un momento. Jesús no es viejo ni afligido con una enfermedad terminal cuando muere por nosotros sino lo contrario. Es joven, fuerte, y se ha demostrado a sí mismo como brillante. Sin embargo, entrega su vida voluntariamente para que nosotros tengamos la vida en plenitud. No vale una medalla de oro este servicio sino todo el oro en el universo. No es un pequeño ejemplo de servicio sino el patrono del servicio por todos los tiempos.

Homilía para el domingo, 13 de septiembre de 2009

EL XXIV DOMINGO ORDINARIO

(Isaías 50:5-9; Santiago 2:14-18; Marcos 8:27-35)

Una noche un hombre regresó a casa muy tarde. Porque no llevaba la llave, tuvo que tocar la puerta. “¿Quién es?” contestó su esposa adentro. “Soy yo”, respondió el varón. Pero no hubo más movimiento dentro de la casa. Ansiosamente el hombre tocó la puerta de nuevo. “¿Quién es?” repitió la voz desde adentro. Entonces el hombre recordó que el matrimonio forma al hombre y la mujer en una sola cosa y contestó, “Eres tú”. Inmediatamente se le abrió la puerta. En el evangelio hoy Jesús pregunta, “¿Quién soy?” Como en el caso del hombre regresando a casa, nuestra repuesta define tanto a nosotros como a Jesús.

¿Quién es Jesús? En su tiempo se le percibió como un profeta que hable de parte de Dios. Profetas observan la realidad como si tuvieran ojos microscópicos para ver bajo la superficie. Entonces, exigen cambios no sólo de comportamiento sino de corazón. ¿Quién negará que Jesús sea profeta? Sin embargo, sabemos que él es algo más.

Tal vez dijéramos como Pedro que Jesús es el Mesías. Eso es, Jesús viene en el linaje del rey David para liderar al pueblo escogido a la gloria. Pero nos cuesta hoy en día apreciar la realeza. No son muchos los pueblos que tengan a reyes, y algunos que los poseen los toleran más que los aprecian. Sería beneficioso encontrar otra imagen para Jesús más conforme a nuestra realidad.

Aunque sea asincrónico, podemos considerar a Jesús como un estupendo entrenador de fútbol. Un entrenador que valga hoy no sólo enseña a sus jugadores la técnica para que ganen partidos sino también modela las virtudes para que vivan con la honradez. Recientemente el entrenador de una secundaria en Iowa fue asesinado después de treinticuatro años dirigiendo a miles de muchachos pasar de la niñez a la juventud. El Sr. Ed Thomas enfatizó que el fútbol no es lo más importante. Ello sigue la fe y la familia. Pero sí, el fútbol jugado con buen corazón edifica carácter sólido que servirá a uno por toda la vida. Dice la radio que el entrenador Thomas jamás permitía a sus jugadores quedarse en la autocompasión sino siempre los urgía a mejorarse. Sin embargo, no le faltó la compasión para los demás. En el funeral de su padre el hijo del entrenador Thomas pidió oraciones por la familia del asesino, según la radio, en el estilo de su padre. Ciertamente las características del entrenador de fútbol no comprenden todo lo que Jesús significa para nosotros. Pero podemos decir que los mejores entrenadores reflejan la capacidad de Jesús para movernos a olvidar a nosotros mismos para el bien de todos.

Si Jesús es el entrenador, nosotros constituimos su equipo. Así confiamos en su estrategia; obedecemos sus instrucciones; imitamos su entrega. Como todos los más celebres equipos, tenemos que abstenernos de lo superfluo y recibimos algunas contusiones en la lucha. Pero siguiendo a Jesús, no ganaremos el campeonato que vale un año y desaparece el otro. No, siguiendo a Jesús, conseguiremos la gloria que nunca se acabará.

Homilía para el domingo, 6 de septiembre de 2009

EL XXIII DOMINGO ORDINARIO

(Isaías 35: 4-7; Santiago 2:1-5; Marcos 7:31-37)

Si te piden a nombrar tu evangelio preferido y decir por qué es, ¿cómo te responderías? Muchos católicos tendrían que admitir que no saben distinguir un evangelio de otro. Quizás algunos digan “el Evangelio según San Juan porque se habla mucho del amor” o “el Evangelio según San Lucas porque contiene las más bellas parábolas”. Muy pocos contestarían “el Evangelio según San Marcos” aunque de los cuatro, este evangelio describe a Jesús con emociones fuertes como muchos humanos.

El Evangelio según San Marcos es el más breve de los cuatro evangelios canónicos. Probablemente servía como la base a partir de que los evangelistas San Mateo y San Lucas escribieron sus relatos de Jesús. Se puede dividir el Evangelio según San Marcos nítidamente en dos partes, con la primera mitad ocupada de la identidad de Jesús y la segunda de su acción salvadora. En el pasaje que leemos hoy – hacía al fin de la primera parte -- la gente recibe una pista de quién es Jesús. Como dicen ellos al final de la lectura, Jesús “’hace oír los sordos y hablar los mudos’”. Nos recordamos de la primera lectura del profeta Isaías donde se dice que cuando llegue Dios, “los oídos de los sordos se abrirán” y “la lengua del mudo cantará”. El pasaje evangélico hoy entonces sugiere que Jesús es el Mesías que viene en el nombre de Dios.

También el evangelio cuenta de quienes son nosotros humanos. No es por casualidad que Marcos diga que Jesús está pasando por Sidón cuando cura al sordo. Ésta es una región de muchos paganos – gente fuera de la preocupación de la gran mayoría de Israel. Pero Jesús no es un fulano judío sino el que viene en el nombre del Señor para conducir a todos pueblos a Dios. Por describir a Jesús corrigiendo el defecto del sordo, Marcos indica cómo Jesús se extiende a sí mismo a aquellas personas que quedan afuera para traérselos dentro de la comunidad escogida. Pues, ellos también son hijos e hijas de Dios.

En nuestro tiempo podemos ver a los sordos como los deprimidos que quedan aparte de los demás. Como Jesús nosotros deberíamos extendernos a estos tristes para que conozcan a Dios. Pero no es fácil dirigirse a personas con espíritus bajos. Como el hombre curado por Jesús, también nosotros tartamudeamos delante de los afligidos de corazón. Quizás digamos “es una bonita mañana, ¿no?”, y ellos respondan con un amargo “¡no para mí!” En el evangelio Jesús toca la lengua del hombre con saliva. Así, nos pone en nosotros si no palabras en la lengua entonces gestos en la cara para penetrar la barrera entre los deprimidos y nosotros. Una sonrisa o una sacudida de mano pueden iniciar sentimientos de acogimiento y una conversación del apoyo. En el proceso nos descubrimos que no somos muy diferentes de aquellos que queden afuera. Como todos, nosotros también tenemos defectos. Como todos, a nosotros también nos hace falta Jesús.

Homilía para el domingo Ordinario, 30 de agosto de 2009

EL XXII DOMINGO ORDINARIO

(Deuteronomio 4:1-2.6-8; Santiago 1:17-18.21-22.27; Marcos 7:1-8.14-15.21-23)

Los fariseos existen en todos tiempos. Esto es cierto. Siempre hay gente más inclinada a criticar las faltas de otras personas que a reconocer las suyas. En el siglo pasado el autor francés François Mauriac escribió la novela La farisea describiendo este tipo de gente. En el evangelio hoy encontramos a aquellos que le dieron su nombre

Los fariseos vienen de Jerusalén para probar a Jesús en Galilea. Y lo que ven nos les gusta. ¡Los discípulos de Jesús comen sin lavarse las manos! Se acostumbran los judíos a hacer abluciones antes de comer para no contaminarse. Pero los discípulos de Jesús evidentemente no cuidan las finezas cuando tienen hambre. Los fariseos preguntan a Jesús “¿por qué…?” como si Jesús no pudiera ser profeta por la falta de higiene de sus seguidores. Tenemos en nuestro tiempo muchos que no creen en Cristo por semejantes críticas contra la Iglesia.

Se encuentran dos acontecimientos históricos encima de la lista de críticas contra de la Iglesia. En primer lugar la Iglesia promovió las Cruzadas en las Edades Medias. Entonces la Iglesia hizo la Inquisición desde el siglo XIII hasta el siglo XX. Aún buenos católicos se escandalizan por estos enigmas. Vale la pena ponerlos en perspectiva antes de que formemos nuestro fallo.

En los siglos XI y XII hubo tres intentos de parte de los europeos para defender a los cristianos en el Medio Oriente y para asegurar los lugares santos en Jerusalén. Muchos hoy en día piensan que el motivo de los caballeros que se batallaron en las cruzadas fue hacerse ricos con el oro de los musulmanes. Es porque vivimos en un tiempo que valora sobre todo ser millonario que piensan así. Pero los cruzados vivieron en una época de la fe. Hicieron el largo viaje al Oriente a riesgo de sus vidas para obtener indulgencias por los pecados que les prometían los papas.

Para mantener la fe verdadera la Iglesia estableció tribunales cuya institución fue llamada la Inquisición. El propósito de los tribunales era determinar si un cristiano acusado por herejía realmente estaba en error. En nuestro ambiente de libre pensamiento nos parece como ultraje llevar a un ciudadano a la corte por lo que crea. Sin embargo, en las sociedades cristianas del pasado la gente entendía la fe como el mayor don de Dios que necesitaba guardar pura.

Sin duda, había corrupciones de justicia en ambos las Cruzadas y la Inquisición. Particularmente lamentoso fueron el uso de la tortura y la pena de muerte por la Inquisición. Desde entonces la Iglesia ha reconocido la primacía de conciencia de modo que no se le deba forzar a nadie creer lo que no le dicte la conciencia. Además en una magnífica demuestra de humildad durante las festividades del Tercer Milenio el papa Juan Pablo II pidió perdón por los abusos de los líderes de la Iglesia en tales acontecimientos.

En el evangelio Jesús defiende a sus discípulos de las acusaciones de los fariseos. Entonces nos indica los verdaderos pecados. Si estuviera haciendo la lista ahora ciertamente incluiría el aborto junto con la fornicación, el homicidio, y la codicia. Como los fariseos muchos hoy piensan que vivimos en un clima de buenas morales porque existe una amplia conciencia de finezas. Pero la verdad es otra. Sigue tan fuerte como siempre la corrupción del corazón. Por eso, sigue tan fuerte como siempre la necesidad para Cristo Jesús.

Homilía para el domingo, 23 de agosto de 2009

EL XXI DOMINGO ORDINARIO

(Josué 24:1-2.15-17.18; Efesios 5:21-32; Juan 6, 55.60-69)

No es inaudito que un atleta profesional abandone su equipo. Porque quieren más pago o tal vez más tiempo en la cancha, un beisbolista o un futbolista dejará su equipo para jugar con un otro. En el evangelio hoy muchos discípulos dejan a Jesús por otro motivo. Ellos no pueden aceptar su enseñanza sobre la Eucaristía.

A la primera escucha, el mensaje de Jesús suena bombástico. ¿Cómo es su “carne… verdadera comida” y su “sangre…verdadera bebida”? Pero Jesús no está hablando de una dieta balanceada sino de comida espiritual que jamás agota dar vida. Es la interiorización de él mismo – sus palabras de sabiduría, su obediencia a Dios Padre, su Espíritu de amor – que produce la vida eterna. Es algo semejante a la charla contemporánea de recursos renovables de energía. Existe una cantidad fija de petróleo y carbón para consumirse como leña. Pero la energía del sol en forma de rayos de luz o de viento es incomparablemente más grande.

Pero no es su enseñanza sobre la Eucaristía que causa un éxodo de la Iglesia en masa hoy día sino otra doctrina referida en las lecturas hoy. La lectura de la Carta a los Efesios menciona cómo el marido y su esposa se hacen “una sola cosa”. Según Jesús esta compenetración de hombre y mujer en el matrimonio significa que no se permite el divorcio. Porque la Iglesia Católica no permite a los divorcios que casen con otros recibir la Santa Comunión, a menudo estas parejas la dejan.

La Iglesia valora el matrimonio como un patriota valora la bandera de su nación. Eso es, el matrimonio cristiano simboliza el amor de Cristo para su pueblo. La lectura de los Efesios describe el extenso de este amor cuando dice el hombre y la mujer tienen que someterse a uno y otro. ¿Quién no siente la presencia de Dios cuando oye al hombre decir con toda sinceridad que su esposa es la persona más generosa que jamás ha conocido, y ella responde con igual afecto que no hay nadie tan compasivo como su marido? Algunos predicadores evitan este pasaje de Efesios porque parece decir que el marido esté sobre su esposa. Pero el Catecismo de la Iglesia Católica no menciona nada sobre el sometimiento de la mujer. Más bien, hace hincapié en la necesidad que el hombre ame a su esposa “como Cristo amó a la Iglesia y se entregó por ella…” Pudiéramos añadir si la esposa debe someterse, es sólo para dejar al hombre sacrificarse por ella.

Vivimos en tiempos difíciles. Los matrimonios no sólo deshacen con frecuencia sino también los jóvenes no quieren entrar en el matrimonio por temor de ser abandonados. Tenemos que mirar hacia Cristo para salir de este bosque oscuro. Como Cristo nos da a sí mismo como comida en la Eucaristía, las parejas tienen que entregarse en el matrimonio. Pues, sólo por el entregarnos, podemos ganar la vida eterna que Jesús nos promete. Sólo por entregarnos ganamos la vida eterna.

Homilía para el domingo, 16 de agosto de 2009

El XX Domingo Ordinario

(Proverbios9:1-6; Efesios 5:15-20; John 6:51-58)

Un joven trajo a sus suegros no católicos a la misa. Una vez que todos se sentaron, el suegro encontró en la banca un misalito. Después de hojearlo un minuto, el suegro, obviamente molesto, mostró a su yerno el aviso dentro de la portada del misalito. Leyó el aviso que los no católicos no deberían acudir al altar para recibir la santa Comunión. En el evangelio los judíos están tan molestos con las palabras de Jesús como el suegro con el aviso del misalito.

Los judíos no entienden lo que Jesús quiere decir cuando proclama que va a dar su carne como comida. Sospechan que está pensando en un rito pagano o, quizás, el canibalismo. Entonces preguntan con razón: “¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?” Su pregunta nos sirve como punto de partida para un mayor entendimiento de la santa Eucaristía.

Se puede ver dos dimensiones de la pregunta. En primer lugar se enfoca en el propósito de Jesús: ¿cómo puede él compartir con nosotros su carne? Eso es, ¿por qué razón quería Jesús molestarse por nosotros? Después de todo, nosotros humanos desde el principio nos hemos inclinado a la maldad. No sólo hemos rebelado contra Dios, sino contra uno y otro. En el siglo pasado, por ejemplo, ¡hubo más que 150 millones muertes por guerras y matanzas masivas!

Sin embargo, sabemos bien el porque del auto-sacrificio de Jesús. Dios, que es puro amor, amó al mundo tanto que le mandó a él para salvarlo. Jesús, la imagen perfecta de la bondad de Dios, se sacrificó a sí mismo por este mismo amor. “¿Y qué?” algunos siguen preguntando. Nosotros seguidores de Jesús no sólo tenemos su ejemplo de sufrir por el bien del otro sino también por su resurrección de la muerte el estímulo para poner nuestra ideal en práctica. Este estímulo o, más comúnmente llamado la gracia, nos capacita para ambos superar las tendencias bestiales de nuestro ser y para compartir la vida resucitada de Jesús.

También, la pregunta de los judíos interroga sobre los medios: ¿cómo puede la carne de Jesús transformarse en comida? Para responder bien remitámonos al Catecismo de la Iglesia Católica. Allí no encontramos fórmulas filosóficas sino la tradición de la Iglesia desde el principio. Dice: “En el corazón de la Eucaristía se encuentran el pan y el vino que por las palabras de Cristo y por la invocación del Espíritu Santo, se convierten en el Cuerpo y la Sangre de Cristo.” Pero no deberíamos pensar que sólo por palabras el pan y el vino estén transformados. Más bien, son su muerte en la cruz y su resurrección del sepulcro que los hacen en su glorioso cuerpo y su sangre de modo que aquellos que lo toman participen en su vida eterna.

Ahora podemos ver la razón de no ofrecer la Eucaristía a los no católicos. La Eucaristía abarca el corazón de la fe – el amor de Dios, el sacrificio de Su hijo, la resurrección de la muerte, y la transformación del pan y vino en su cuerpo y sangre. Como ninguna familia comparte su herencia con extranjeros, la Iglesia no debe compartir el oro de su riqueza de fe con personas que no saben apreciarlo. Sin embargo, invita a todos aprender de este tesoro, aceptarlo, y eventualmente aprovechárselo. Sí, todos están invitados a aprender de la Eucaristía, aceptarla como el cuerpo y sangre de Jesús, y aprovecharse de la vida eterna que promete.

Homilía para el domingo, 9 de agosto de 2009

Homilía para el XIX Domingo Ordinario, 9 de agosto de 2009

(I Reyes 19:4-8, Efesios 4:30-5:2; Juan 6:41-51)

La próxima vez que veas una película de la ciencia ficción, fíjate cómo se presentan las creaturas de otros planetas. A veces aparecen con todos los atributos de seres humanos excepto uno, como orejas puntadas. A veces, como el famoso E.T., aparecen distorsionados como ninguno conocido en este mundo. El evangelista Juan asume el reto de presentar a Jesús como persona humana y como un ser de los cielos.

Juan nos escribe a nosotros como gente de fe. Presume que entendemos los símbolos con que Jesús habla en sus discursos. Está acertado. Sabemos, al menos un poquito, lo que Jesús quiere decir cuando se describe a sí mismo como, “… el pan vivo que he bajado del cielo.” Ciertamente los judíos, que no han puesto la fe en Jesús, quedan confusos con este tipo de hablar. Tienen que preguntarse, “¿No es éste, Jesús, el hijo de José?” Sí, es hijo de María adoptado por José, pero también tiene otra identidad. Porque creemos en él, podemos añadir, “es hijo de Dios Padre que ha venido para dar vida al mundo.”

Pero, ¿no es que tengamos la vida? Así los judíos seguirán preguntándose a sí mismos. Una vez más diremos nosotros que sí tenemos la vida, pero no todos en el sentido que Jesús significa aquí. Tenemos la vida biológica, pero Jesús está refiriéndose a otra vida más realizada que la vida mundana. Se remite a la vida eterna que comienza aquí en la tierra pero no se limita al tiempo cronológico. Más bien, la vida eterna transciende el tiempo para colocar a uno en el rango divino como hijo o hija adoptiva de Dios. Es la certeza que uno es amado y nadie jamás puede quitarle de este amor.

Curiosamente, son los prisioneros que asisten a misa que tienen mejor sentido de la vida eterna que la mayoría que andan en las calles. Estos hombres y mujeres conocen los hondos a los cuales el ser humano es capaz de caerse. Sin embargo, han experimentado también el rescate que no merecieron. Ya viven de nuevo, ciertos de que nadie ni nada puede detenerles de recibir la plenitud de la libertad. Forman filas para la Santa Comunión como si estuvieran recibiendo cartas del gobernador asegurando sus esperanzas.

Puede ser que todavía nos parece como ciencia ficción que Jesús vino del cielo. Tal vez debemos enfocarnos menos en los orígenes de Jesús y más en el destino de nosotros. Como Jesús es el hijo de Dios, nosotros también nos hemos hecho en hijos e hijas de Dios, no de naturaleza como él sino por adopción. Como Jesús vino de Dios para rescatarnos de pecado, estamos destinados a vivir con Dios para siempre. Estamos destinados a vivir con Dios.

Homilía para el domingo, 2 de agosto de 2009

Homilía para el XVIII Domingo Ordinario

(Éxodo 16:2-4.12-15; Efesios 4:17.20-24; Juan 6:24-35)

Tres colonos entre los Peregrinos en Plymouth, Massachusetts, regresaron a su tierra nativa. Después de un invierno en lo cual la mitad de sus compañeros fallecieron, ¿quién quiere faltarles? No sólo tenían que construir una nueva civilización, sino también estaban batallando un clima feroz entre nativos de algún modo hostiles. Los tres renuentes inmigrantes fueron como los israelitas en la primera lectura hoy. Murmuran contra Moisés y Aaron por haberles conducido fuera de Egipto.

Lo curioso es que los israelitas quieren volver a la esclavitud. La libertad les parece difícil aguantar. Aunque no se someten más a los duros caprichos del faraón, ya pasan hambre en el desierto. Son como nosotros hoy día cuando consideramos renunciar nuestros compromisos al Señor Jesús que nos liberó de la esclavitud del pecado. ¿Qué causa la inquietud? Puede ser el deseo a revivir la juventud cuando veíamos a las muchachas como no más que muñecas para nuestro placer. O puede ser la tentación a poner en nuestro propio bolsillo el dinero que se paga a la empresa por la cual trabajamos. O puede ser un mil otros modos que nos ocurran a abandonar el camino de Jesús.

Dios se percata de nuestras dudas. Pues no es un creador lejano de nosotros sino tan cerca como un ama de casa procurando dar todo lo necesario a sus hijos. Él sabe el deseo del corazón para ser reconocido como alguien que valga. Él percibe la debilidad humana hacia lo placentero. Dice la lectura que Dios promete una “lluvia de pan del cielo” para dar de comer a sus hijos en el desierto. Este pan será más que el pan hecho de harina y agua que nutre nuestros cuerpos. Más bien, será una constatación de la preocupación de Dios por Su pueblo.

Dios les provee pan pero no en la forma que esperaban. El pan del cielo que hallan en el desierto les parece como el rocío de la mañana. Tienen que preguntarse, “¿Qué es esto?” No es escarcha insustanciosa. Más bien, es polvo más nutritivo que las tortillas hechas por la abuela. Este pan del cielo les proveerá el sustento para el duro aprendizaje en el desierto de ser pueblo de Dios.

También en nuestras inquietudes Dios nos viene a apoyar. Nos ofrece a su propio hijo en forma de pan y vino para fortalecer nuestro compromiso faltante. No es lo que buscábamos cuando nuestros ojos comenzaron a voltear del camino. Pero tiene toda la energía de un motor de jet para llevarnos a través nuestras tentaciones. Por supuesto, no estamos refiriendo al valor calórico de la hostia y vino sino a lo que se hacen por la acción del Espíritu Santo. Esto es no menos que Jesús mismo resucitado de la muerte acompañándonos con más vitalidad que el sol.

Algunos hablan de una planta que puede resolver el problema del hambre. No es lo que esperamos – la carne de una vaca hibrida o el grano de semillas transformadas. No, según ellos, es un árbol encontrado en el África conocido como el árbol de moringa. Tiene hojas que son muy nutritivas. También se puede comer sus flores, frutas, y vainas. En el pan y vino de la Eucaristía Dios nos provee algo infinitamente mejor. Jesucristo, el pan del cielo, nos hace posible cumplir los compromisos. Jesús nos hace posible cumplir los compromisos.

Homilía para el domingo, 26 de julio de 2009

El XVII Domingo Ordinario

(II Reyes 4:42-44; Efesios 4:1-6; Juan 6:1-15)

Hoy a través del mundo la gente está haciendo filas para ver la nueva película de Harry Potter. Desean ver señales milagrosas y fenómenos poderosos. ¿Han cambiado mucho los tiempos? En el evangelio se dice que mucha gente acude a Jesús por el mismo motivo.

Con tanta gente siguiéndolo, Jesús prueba a sus discípulos. “¿Cómo compraremos pan para que coman éstos?” les pregunta. Tiene un interrogante semejante para nosotros hoy día. Con un mil millones de personas viviendo en la miseria, ¿qué vamos a hacer para que todos mantengan la dignidad humana? Pues, como dicen los papas, porque toda la humanidad comprende una familia, tenemos que ayudar a uno y otro.

En su carta encíclica reciente el santo padre Benedicto XVI nos ofrece la respuesta para el interrogante de Jesús. Hemos de practicar “la caridad en la verdad.” Tal caridad es más que la simpatía para los sufridos. Es poner nuestros recursos al servicio del desarrollo de las que quedan en grave necesidad. La verdad insiste que busquemos no sólo un crecimiento de bienes para los necesitados sino un desarrollo íntegro. Por eso, es imprescindible que aseguremos por los pobres los derechos de alabar a Dios según sus conciencias y de tener familias de manera responsable.

En el evangelio Jesús toma cinco panes y dos pescados, los bendice, y los reparte entre la gente. Entonces todos, enumerando mucho más que cinco mil de personas, comen hasta saciarse. Algunos interpretan esta acción de parte de Jesús simplemente como un hecho de persuasión que mueve a la multitud a compartir los alimentos que han traído en sus bolsas. Pero este tipo de pensar traiciona no sólo las palabras de la narrativa sino también lo que creemos acerca de Jesús. Como hijo de Dios él puede multiplicar los panes para satisfacer a todos.

Nosotros aproximamos la acción de Jesús cuando aplicamos la verdad a la caridad. Si la caridad insiste que ayudemos a los mil millones de miserables, la verdad dicta que nos aprovechemos de la tecnología para que haya la abundancia. Un simple compartir de recursos no puede proveer la dignidad humana. Más bien, dejará a los indigentes dependientes y sometidos a los pudientes. No, además de compartir recursos tenemos que educar a los pobres para involucrarse en el mercado libre. Sólo así tendrán el pan, el techo, y el medicamento para vivir dignamente.

Y ¿cómo podemos nosotros aquí desempeñar este cometido? Podemos aportar a organizaciones como Catholic Relief Services que proveen a los más pobres tanto ayuda de desarrollo como socorro de emergencia. Podemos hacer compras con conciencia por los pobres. Por ejemplo, podemos buscar el café y otros productos a precios de “comercio justo.” Esto es una certificación que los pequeños productores reciben un precio bueno en cambio por un producto de buena calidad. Y podemos abogar por los más necesitados con nuestros líderes nacionales. Aunque nuestras acciones individuales ayudan a los pobres, una política nacional que favorece el desarrollo íntegro multiplicará el bien un millón de veces. Esto es lo necesario hoy día -- que sea multiplicado el desarrollo un millón de veces.

Homilía para el domingo, 19 de julio de 2009

Homilía para el XVI Domingo Ordinario, 19 de julio de 2009

(Jeremías 23:1-6; Efesios 2:13-18; Marcos 6:30-34)

En los domingos la familia siempre comía juntos -- abuelos, hijos e hijas, y nietos y nieta. Congregaba más o menos a las dos de la tarde. Pues, no era un lunch, intentado a sostener a los individuos hasta la cena. Más bien, era la comida o alimentación principal del día siempre apetitosa y preparada con cuidado. La tomaba la familia sin prisa y con un espíritu conversacional. Hablaba de los eventos actuales, sus propias experiencias junto con sus ilusiones y preocupaciones. En un gesto de igualdad se les invitaba a los nietos tomar un vasito de vino. Después del postre y la limpieza todos iban a hacer lo que quisiera – tomar siesta, ver el televisor, jugar básquet. En el evangelio hoy Jesús invita a sus discípulos a una experiencia semejante.

Los discípulos acaban de regresar de una misión apostólica. Fueron enviados a predicar el Reino en lugares ajenos. Tuvieron instrucciones a sanar a enfermos y expulsar los malos espíritus -- trabajo cansador. Por eso, los apóstoles llegan agotados. La gente que regresa a casa después de ocho horas de trabajo para cuidar a los niños o a un pariente enfermo sabe bien lo que sienten los compañeros de Jesús. Se esfuerzan no sólo a cumplir sus tareas sino para desempeñarlas con afán como servicio a Dios. Aunque no son médicos ni profesores, creen con razón que su trabajo aporte el Reino de Dios.

Esta buena gente espera el fin de semana con anticipación. Necesita no sólo el descanso sino también la oportunidad a profundizarse en los modos del evangelio. Se da el sábado a los compromisos de familia y hogar, sea llevar a los niños a lecciones de bailar o sea arreglar el garaje. Es domingo que se reserva para recargar las pilas tanto espiritual como corporalmente. Con este motivo Jesús lleva a sus compañeros a un lugar aparte. Allí pueden compartir entre sí sus experiencias con calma, tomar la comida con apetito, y relajar con gozo.

Así la gente de hoy debería conservar el domingo para la renovación personal. En el año 1998 el papa Juan Pablo II escribió de la gran celebración que nosotros cristianos hacemos cada domingo, el día del Señor. En este día recordamos no sólo la creación de Dios sino la recreación en la imagen de Jesucristo muerto y resucitado. Es nuestro sabbat, la palabra hebra que significa detenerse o descansar. Es el momento indicado para suspender las actividades de ganar la vida para estrechar la relación con Jesús, le fuente de la vida.

A Juan Pablo la invención moderna del weekend muchas veces se opone del propósito del domingo. Donde el domingo está reservada al diálogo con Jesús en la misa, al recreo con familiares y amigos, y a la contemplación de la naturaleza; se dedica el weekend a actividades muchas veces individualistas y activistas. Es pasar dos días en la playa comiendo, bebiendo, y tomando el sol o en las montañas escalando las alturas para olvidarse de compromisos aún, quizás, con el Señor. Seguramente no es mal tener dos días libres al fin de la semana. Pero cuando regularmente los hacemos en búsqueda de ventura, sí, hacemos daño a nuestro bien.

“Pero la misa es aburrida,” se quejan algunos, “el padre siempre dice la misma cosa.” Ciertamente en muchos lugares no se celebra la misa no se debería. Desgraciadamente a veces el sacerdote viene poco preparado para liderarla y le falta un ambiente promovedor de la fe. Pero estas faltas no comprenden motivo para abandonar la misa dominical sino indican la necesidad de prepararnos para ella por la lectura regular de la Biblia y la oración personal. La misa queda como el encuentro privilegiado con Jesús, y la Iglesia nos obliga a asistir a ella en los domingos no para probarnos sino para auxiliarnos. En el evangelio la gente viene a buscar a Jesús para aprender de él del Reino de Dios y recibir de él sus bendiciones. Estas personas empiezan a percibir que realmente Jesús es nuestro sabbat o descanso. Tienen todo razón. Entre más nos retiremos a él en la misa dominical, más nos recarguemos para una vida plena y santa. Entre más nos retiremos a él, más nos recarguemos para la vida.

Homilía para el domingo, 12 de julio de 2009

El XV Domingo Ordinario

(Amos 7:12-15; Efesios 1:3-14; Marcos 6:30-34)

El domingo pasado escuchamos a Jesús decir que todos honran a un profeta menos los de su tierra. Sin embargo, no honran al profeta Amos en una tierra foránea. Él viene del reino sureño para profetizar en Israel y encuentra el rechazo como Jesús en su propio pueblo.

Se conoce Amos como el profeta de la justicia social. Algunos se acuerdan de Martín Luther King, Jr., declarando, “... que la justicia sea tan corriente como agua y... la honradez crezca como un torrente inagotable.” Bueno, el Dr. King tomó estas palabras de Amos.

Lo que molesta a Amos en primer lugar es el maltratamiento de los pobres por mano de los cómodos. “Venden al inocente por dinero,” dice el profeta en el principio de su libro. También, le angustia la inmoralidad de la gente. “Padre e hijo,” lamenta Amos, “tienen relaciones con la misma mujer.” Además, Amos está harto de los sacrificios que los piadosos ofrecen mientras voltean ojos ciegos a la injusticia. “Por más que me ofrezcan víctimas consumidas por el fuego, no me gustan sus ofrendas,” declara Amos de parte de Dios.

Realmente, al escuchar a Amasías, el sacerdote de Betel, corriendo al profeta no debe asombrarnos. Pues como hoy en día no se puede cuestionar las prácticas del mercado libre, la gente de Israel no quiere aguantar los reproches de Amos criticando su estilo de vida. El anterior arzobispo de Recife, Brasil, Dom Camara Helder, quien era conocido por la solidaridad con los pobres, solía decir, “Cuando doy de comer a los pobres me llaman santo, pero cuando pregunto por qué hay tantos pobres, me llaman comunista.”

Como en el tiempo de Amos, quedamos hoy despistados del camino a la justicia. Hace poco una compañía de seguros que estaba fallando recibió miles de millones de dólares del gobierno estadounidense. ¡En lugar de cubrir todas las deudas los líderes de la compañía pagaron a sí mismos aguinaldos! Pero no podemos echar la culpa para la pobreza sólo a la codicia de los ricos. La vida disoluta entre la gente común causa mucho daño. Muchos jóvenes caen en pobreza porque buscan sexo resultando en bebés nacidos fuera del matrimonio. También los matrimonios prefieren demasiado veces divorciarse que hacer frente a los problemas para proveer un hogar seguro para sus niños.

Nosotros encontramos en Jesús una salida del callejón de la pobreza. Jesús encarne el Reino de Dios que no sólo llama no la atención sino también pone en acción a todos. A los codiciosos el Reino insta que se preocupen por las necesidades de los pobres. A los pobres el Reino les exige una vida disciplinada. Jesús es para nosotros como la primavera en julio. Es la esperanza de un tiempo mejor. Todos lo anhelan, y a todos les él refresca.

Homilía para el domingo, 5 de julio de 2009

El XIV Domingo Ordinario

(Ezequiel 2:2-5; II Corintios 12:7-10; Marcos 6:1-6)

Un predicador laico contaba cómo todos tienen una cruz a cargar. Ninguna persona tiene vida tan buena que no lleve ninguna cruz. Sin embargo, solemos a quejarnos de nuestra propia cruz pensando que la cruz de otra persona sería más soportable. Una vez un hombre rezó al Señor que se le quitara de su cruz. “Bien,” le respondió Dios, “pero tienes que cambiar tu cruz por aquella de otra persona porque cada persona tiene que llevar una cruz en este mundo.” Entonces el hombre intercambió su cruz por aquella del otro, y dentro de poco se quejaba a Dios de su nueva cruz. El Señor le permitió que cambiara su cruz otra vez con el mismo resultado. El cambio de cruces ocurrió varias veces antes de que el hombre hallara una cruz que le satisfizo. “¿Sabes qué?” dijo Dios, “esta última es la cruz que tenía en el principio.”

Podemos entender la cruz que cada uno carga como la espina de que Pablo habla en la segunda lectura. Por supuesto su espina no es literalmente la púa de una planta sino una metáfora de algo que le causa dolor. Nunca dice exactamente de lo que consiste la espina. Sólo nos cuenta que ha pedido al Señor que se le quite. Pero Jesús no le concede su petición. Más bien le ofrece su gracia para soportarla. De este modo su vida, tanto como sus palabras, será testigo al poder de Cristo. ¿No es así en nuestras vidas también?

En los comentarios sobre este pasaje bíblico se dan al menos tres tipos de explicaciones para la espina. Con cada una podemos entender fácilmente por qué Pablo quiere quitársela. La primera explicación es que la espina representa una persona o unas personas difíciles que le molestan como los predicadores judaizantes contradiciendo su doctrina que la circuncisión no es necesaria para salvarse. Tal vez encontremos este tipo de persona en un asociado de trabajo que lleva una boca llena de groserías. Se cuenta de un vendedor de periódicos que era así. Un hombre que le compraba el periódico se ponía enojado cada mañana antes de que hiciera la decisión que no más el vendedor determinaría su disposición en el nuevo día. Entonces miró al vendedor en los ojos, dijo, “Buenos días,” tan sinceramente como podía, y prosiguió adelante. Una vez más la gracia de Cristo bastó.

Otros expertos dicen que la espina de Pablo es un defecto moral como la lujuria o la ira intensa. No cabe duda que Pablo es inclinado a sentimientos fuertes. Hay historia de una muchacha que jugaba tenis. Quería ganar tanto que solía hacer trampas a sus oponentes por llamarles pelotas fuera de la línea cuando en verdad estaban adentro. Una vez un hombre le vio haciendo trampas así y después del partido le dijo que él hacía lo que ella hace. En lugar de llamarla estafadora, el hombre le invitó a cambiar su modo como él y muchas otras personas hicieron. Al principio la chica tuvo problemas sobre-compensando por sus errores anteriores por llamar pelotas que estaban realmente fuera de la línea como adentro. Pero en tiempo las llamó todas correctamente. Entonces, no le importaba si o no ganó el partido, ganó la vida nueva.

Un final entendimiento de la espina de Pablo es que indica una debilidad física como la epilepsia. Todos nosotros hemos rezado a Dios, por otra persona si no por nosotros mismos, que nos alivie de la enfermedad. Hace poco una mujer, llamada Ana, sufriendo el cáncer dijo al papa Benedicto de otra petición en su oración. Cuando recibió la diagnosis de cáncer, Ana no pensó “¿Por qué yo?” sino “¿Por qué no yo?” Entonces rezó que Dios le revelara Su plan por ella. Todos nosotros bautizados somos llamados a pregonar a Jesucristo en el mundo. Esta mujer responde a la llamada por dedicar aún su muerte a la gloria de Jesús. ¡Es todavía otro ejemplo de la gracia de Cristo brillando en nosotros humanos!

Homilía para el domingo, 28 de Junio de 2009

El XIII Domingo Ordinario

(Sabiduría 1:13-15.2:23-24; II Corintios 8:7.9.13-15; Marcos 5:21-43)

En una novela las monjas fijan letreros en los pasillos de su monasterio. Dice que ellas los necesitan para recordarse a sí mismas de Dios. Un tal letrero dice:

Si Te sirvo por las esperanzas del Paraíso,
niégame el Paraíso.
Si Te sirvo por temor del infierno,
condéname al infierno.
Pero si Te amo por amor de Ti mismo,
entonces concédeme a Ti mismo.
Si la mujer del evangelio hoy que ha sufrido flujo de sangre por años habría creído este letrero, ¿cómo podría atreverse a tocar a Jesús? Ella ve al Señor como alivio de su dolor no como su amante, al menos en el principio.

No es necesario amar a Jesús para aprovecharnos de él. Dios Padre le ha enviado para ayudarnos con nuestras necesidades. Está aquí para curarnos del cáncer, para apoyarnos cuidar a nuestros padres ancianos, y para enseñarnos cómo vivir la vida verdaderamente buena. Nos ofrece la mano, como hace con la niña al fin del evangelio, diciéndonos, “Óyeme…levántate.”
Sin embargo, el dicho de las monjas trae la sabiduría. Si Jesús nos ofrece a sí mismo como rescatador en apuro, él es más valioso aún como nuestro amante o, si preferimos, nuestro amigo. Quizás por este motivo la mujer, ya curada de su enfermedad, quiera darle la cara con la verdad. Un amigo nos hace posible ver a nosotros mismos exactamente cómo somos, nos acepta así, y nos alienta a ser mejor. Una mujer murió hace poco después de una vida larga y en muchos aspectos exitosa. No dejó mucho dinero; sin embargo su familia le adoró y sus muchos amigos le estimaron como una en un millón. Ella amó a todos pero sobre todo a Jesús por quien cada noche se arrodilló al lado de su cama rezando el rosario. Y ¿por qué no? Jesús le formó como humilde de riqueza pero rica de bondad. Le perdonó sus culpas para que viva con la virtud como un campeón clavadista pierde libras para saltar más alta en el clavado.

Encontramos a Jesús en la oración, pero para discernir lo que nos comunique, tenemos que dejar a lado a nosotros. Se cuenta de un santo quien llamaba al Señor para que se comunicara con él. Entonces el santo oyó una voz dentro de sí contestándole, “¿Quién me llama?” El santo respondió, “Soy yo, Señor,” y no oyó nada más. Al otro tiempo el santo llamaba al Señor de nuevo, y una vez más oyó una voz adentro, “¿Quién me llama?” Esta vez el santo respondió, “Eres tú, Señor,” y así comenzó una relación rica y fructífera. Como dice San Pablo, “…ahora no vivo yo, es Cristo quien vive en mí.” Cuanto más nos perdamos a nosotros mismos, cuanto más el Señor llene nuestros interiores. Y cuanto más el Señor nos llene, cuanto más sea nuestro amigo.

Homilía para el domingo, 21 de junio de 2009

El XII Domingo de Tiempo Ordinario

(Job 38:1.8-11; II Corintios 5:14-17; Marcos 4:35-40)

Cada año en este tercer domingo de junio se me acogen algunos diciendo, “Feliz Día de Padre.” A veces las palabras suenan afectadas como si fueran dichas por consuelo. Pues, la mayoría de los hombres tienen prole que llevan su apellido y, en este día, les regala una corbata o una caja de pelotas de golf. Parece que los sacerdotes sólo tienen el título de “padre.” ¿O hay algo más en la vida del sacerdote que asimila la relación entre el papa y su sus hijos? Ahora examinaremos cómo los sacerdotes asemejan a los padres de familia con un ojo en el evangelio.

Considerando la paternidad, nosotros debemos reconocer que es una institución en precaria. Actualmente 40 por ciento de los bebés en los Estados Unidos son nacidos a mujeres no casadas. De hecho, ahora la presencia del padre no es necesaria para la concepción. Algunos opinan que en cien años la fertilización artificial reemplazará el coito sexual como el modo ordinario para procrear.

Es posible que el sacerdocio quede con más grandes desafíos que la paternidad, al menos en los Estados Unidos. El número de sacerdotes en este país ha disminuido regularmente por más de cuarenta años. Muchos seminarios se han cerrado las puertas o se han convertido en institutos con diversos propósitos. Aunque el espíritu entre los sacerdotes está alto, el escándalo del abuso sexual de niños y una cultura cada vez más hedonista han vuelto el sacerdocio poco más atractivo como carrera que ser picador del algodón.

Los padres han servido a sus familias tradicionalmente en tres maneras críticas. Biológicamente, proveen una mitad de la constitución genética de su prole. De hecho, es el cromosoma del padre que determina el sexo del hijo. Económicamente, los padres han contribuido la mayor parte del ingreso familiar. Sí, todos conocemos excepciones a esta regla, pero típicamente es el salario del hombre que gana el préstamo bancario para comprar una casa. Moralmente, los padres que valen enseñan a sus hijos la necesidad de seguir haciendo lo correcto cueste lo que cueste. En una película un niño ve a un gángster disparando a otro. Cuando la policía averigua el caso, el niño no nombra al gángster como el asesino. Entonces, su familia recibe cien dólares del gángster como premio por haber tenida la boca cerrada. La mamá quiere guardar el dinero, pero el papa insiste que se le devuelva porque no fue rectamente ganado.

Los sacerdotes, por supuesto, no pasan la vida biológica, pero engendran la vida espiritual. Es el papel del sacerdote y el diácono a iniciar al cristiano en la familia de Dios por el Bautismo. Asimismo, los sacerdotes aportan mucho a la economía de la salvación por consagrar el pan eucarístico en el altar. También es el sacerdote que pone el alma en paz antes del gran viaje de la muerte tanto como Jesús calma los temores de sus discípulos en el evangelio hoy. Y moralmente los sacerdotes pasan la doctrina de Cristo para contrarrestar la vanidad y codicia que a menudo pasan como sabiduría en este mundo. Nos hacen falta predicadores eficaces para recordarnos que ni la belleza ni la billetera nos salvarán sino nuestro Señor Jesucristo.

Nos hacen faltan padres que diligentemente cuidan a sus familias. Nuestros niños jamás han estado en peligro constante como en esta época cuando el Internet puede ponerles en comunicación diaria con seductores y estafadores. Padres vigilantes junto con madres atentas protegerán a su prole de estos depredadores. Asimismo, nos hacen faltan sacerdotes santos para apoyar a los padres y las madres en su tarea retadora. Que no pensemos que haya una competición entre los dos – que si habrá más sacerdotes, habrá menos padres de familia justos y viceversa. No, la relación entre las dos vocaciones es directa, no inversa. Cuantos más padres valiosos tenemos, más sacerdotes dedicados tendremos, y cuantos más sacerdotes tenemos, más padres de familia cuidadosos serán. Así como no desalentaríamos a los hombres de ser los mejores padres posibles, no deberíamos desalentar a los jóvenes con la inquietud de considerar entrar el seminario. Más bien, si piensan que tengan una vocación al sacerdocio, que les alentemos a seguirla. ¡Que alentémonos a todos nuestros jóvenes a seguir sus distintas vocaciones del Señor!