El domingo, el 4 de marzo de 2012

DOMINGO DE LA II SEMANA DE CUARESMA

(Génesis 22:1-2.9-13.15-18; Romanos 8:31-34; Marcos 9:2-10)

Es una historia ya bien conocida. Algunos no la creen. No importa; pues la Iglesia no exige la creencia de revelaciones privadas. Sin embargo, las apariciones de Nuestra Señora a los tres niños en Fátima, Portugal han levantado la esperanza de gentes por casi cien años. Teniendo lugar durante la Primera Guerra Mundial, ellas dieron motivo a millones para seguir rezando por los esposos, hijos, y hermanos luchando en las trincheras. Después, pareció que los comunistas fueron derrotados con las oraciones año tras año a su insistencia para “la conversión de Rusia”. Además, se salvó la vida del papa Juan Pablo II, ya dedicado a ella, en el atentado el 13 de mayo, exactamente sesenta y cuatro años después de su primera aparición.

Como la historia de Nuestra Señora de Fátima, el evangelio hoy nos presenta una visión de esperanza en medio de la tristeza. Jesús ha estado tratando de explicar a sus discípulos su pasión y su resurrección venideras. Pero ellos no quieren considerar la primera y la segunda queda completamente fuera de su perspectiva. Para enseñarles cómo no es inaudito que el Mesías muera por la gente, le da una vislumbre de la gloria que seguirá su prueba. Como los peregrinos en Fátima vieron el sol “bailando” el 13 de octubre de 1917 y como nosotros vemos una película por Stephen Spielberg, Pedro, Santiago y Juan atestiguan a Jesús cambiando su apariencia. A lo mejor tienen sus bocas abiertas cuando ven sus vestiduras “esplendorosamente” blancas.

Hoy en día nosotros también requerimos una vislumbre de Jesús en gloria. Pues, dicen los científicos que nuestra fe es infantil. ¿Cómo – nos desafían – podemos seguir creyendo en una Virgen dando a luz a un niño? ¿Quién – siguen en su modo cínico -- jamás ha visto una persona resucitado de la muerte? A veces nuestros jóvenes añaden sus críticas de nuestra fe. ¿Cómo puede ser – nos retan – que la cohabitación antes del casamiento sea mala cuando les ayuda a las parejas entender a uno y otro mejor antes de comprometerse?

Las personas que sufren necesitan de la visión de Jesús glorificado aún más. Una mujer pesa probablemente dos ciento libras más de la cuenta. Sabe que está destrozándose con sus propios dientes, pero siente frustrada cada vez que se emprende en una dieta. Aceptaría su peso excesivo como su condición personal, pero sabe que eso es mentira y tiene que hacer algo. Otro caso: un hombre ya tiene dos años desde que perdió su trabajo. A sesenta y tres años de edad le cuesta encontrar nuevo empleo. Sigue buscándolo pero ya con una actitud negativa. Habla como si el mundo estuviera arreglado en contra de él.

Recibimos la vislumbre requerida de la Iglesia, la luz del mundo. El papa Benedicto nos asegura que Dios es más grande que la mente humana. Además, la mente siempre descubre cosas que una vez no pensaba posible. También, la Iglesia ha apuntado por mucho tiempo lo que ya está poniéndose de manifiesto. Por cuanto las parejas no se comprometan permanentemente, la intimidad sexual le conduce a la sociedad a la disminución del matrimonio y, consiguientemente, al daño de niños. Respeto a los sufridos, la Iglesia les sirve como refugio y apoyo. Es comunidad donde todos -- sean gordos o delgados, exitosos o fracasados – consiguen al menos los recursos espirituales para seguir luchando.

En la lectura Dios Padre amonesta a los discípulos que escuchen a Su hijo. Sus palabras dan eco en nuestros oídos ahora. Nos recalcan la necesidad de abrazar nuestras cruces individuales y seguir a Jesús. Los tropiezos y las caídas son partes del camino. No vamos a evitar enfermedades, dificultades en el trabajo, problemas en la casa, y eventualmente la muerte. Sin embargo, fieles a la tarea, nuestro destino es el mismo monte donde se encuentra a Jesús hoy brillando en la gloria.

En una película por Stephen Spielberg la genta queda con bocas abiertas. Ven una nave de espacio aterrizando esplendorosamente en un monte. Entonces atestiguan una comunidad de apoyo a borde. Es pura ficción pero nos llena con la idea que la realidad es más grande que la mente humana. Es así con Jesús y la Iglesia. Él brilla su luz en el monte que la Iglesia – nosotros -- refleja a través del mundo. La iglesia – nosotros -- refleja la luz de Cristo.

El domingo, el 26 de febrero de 2012

EL DOMINGO DE LA PRIMERA SEMANA DE CUARESMA

(Génesis 9:8-15; I Pedro 3:18-22; Marcos 1:12-15)

Tal vez todos hayamos oído la leyenda del arco iris. Dicen que en el final del arco iris existe una olla de oro. Los científicos tienen una explicación para el fenómeno. Según ellos la olla de oro refiere a los colores fuertes formados cuando las grandes gotas de lluvia son aplastadas por la resistencia del aire. De todos modos nosotros no buscamos una fortuna del arco iris. Su presencia en el cielo es en sí un premio. En la primera lectura aprendemos de qué consiste este obsequio. También es leyenda pero en este caso nos sirve como portador de una verdad profunda.

Noé ha estado en la arca por cuarenta días mientras las aguas crecían. La destrucción es completa. Ningún animal incluso a los humanos ha sobrevivido excepto aquellos a bordo de la arca. Por fin Dios ha hecho un alto a la muerte. Aun Él aparece sobrecogido por el daño que el diluvio ha causado. Promete que nunca jamás enviaría de nuevo aguas tan ruinosas. Como signo de este compromiso Dios pone el arco iris en el cielo. Le recordará Dios de su promesa, pero más importante el arco iris nos ayudará a nosotros recuperar la esperanza en tiempos apenados.

Todos hemos experimentado el lamento. Las lágrimas no son ajenas a nadie. Son particularmente tortuosas cuando nuestros pecados producen la tristeza. La muerte de un ser querido se hace más gravosa cuando no lo tratamos siempre con el amor debido. Por eso Pedro llora tanto después de negar a Jesús. Sin embargo, Dios no quiere que quedemos acongojados. Nos designa este tiempo de Cuaresma para reconocer nuestra culpa y volver al camino recto.

Se puede distinguir la Cuaresma por tres empeños. No son exactamente el ayuno, la caridad, y la oración sino algo semejante: la superación de la carne, la renovación del espíritu, y la misión apostólica. Los cuarenta días proveen un período bastante largo para establecer las modificaciones necesarias en nuestras vidas. Aunque a veces parece que todos los años enfrentemos la necesidad para los mismos cambios, poco a poco hacemos progreso. Este año los desafíos no son tan grandes como antes. Entretanto nos damos cuenta de otros cambios necesarios para llegar a nuestro destino que es Dios.

Oímos que deberíamos abstener de chocolate, cerveza y otras cosas agradables porque son de alguna manera malas. Pero este tipo de pensar es equivocado. La creación es buena aunque a veces la distorsionamos. No, chocolate y cerveza, pastel y Coca son buenos pero no son los mejores bienes. El mejor bien (la perla sin precio) siempre es Dios y para fijarnos en Él, nos privamos de los bienes menores por un rato. Una vez un padre de familia preguntó al cura si debería permitir a sus hijas ir a los bailes durante la cuaresma. El sacerdote respondió que sería severo prohibirles salir por tanto tiempo. ¿Es cierto? Se puede decir que sería desafortunado si nos quedamos en casa viendo la televisión y murmurando: “¿Cuántos días quedan de este tiempo horrible?” Sería mucho mejor si invitamos a nuestros vecinos para rezar el rosario y tomar café.

Se dice que el optimista lleva proyectos mientras el pesimista tiene excusas. Durante la cuaresma queremos hacernos grandes optimistas por la reflexión y el diálogo. Primero, que interroguémonos: ¿al fin de nuestras vidas cómo queremos ser recordados? ¿Que fuimos poderosos, ricos, o aun guapos? Apenas. No, como hijas e hijos de Dios nuestra meta es ser reconocidos como gente comprensiva, compasiva, y generosa como Dios. Para realizarlo todos los días tenemos que conversar con el Señor. Tal vez en el carro o aun en el baño podríamos decirle cómo lo amamos y cómo lo necesitamos para cumplir nuestros compromisos

Durante la Cuaresma ponemos de manifiesto la fe en Dios casi por casualidad. Eso es, no hacemos actos de fe y bondad para ser vistos sino para cumplir nuestros deberes. Al Miércoles de Ceniza anunciamos la fe con la cruz en nuestra frente. Señalamos nuestro compromiso a Dios cada viernes por pedir queso y no carne en la cafetería. Sin embargo, el testimonio más elocuente de la fe queda con los hechos como, por ejemplo, el hombre que llegaba al asilo con guitarra para darles serenata a los ancianos.

¿Recordamos a Rocky? Fue el protagonista de una serie de cines sobre el boxeo. En la primera película Rocky comienza su entrenamiento para el campeonato como una vaca tratando a volar. Apenas puede montar la gran escalera del museo en su ciudad. Pero después de unos meses levantándose a entrenar en la madrugada, él brinca a la cima de la escalera como un venado. Es así con nosotros durante la Cuaresma. En el principio nos parece puro lamento abstenerse de pastel o Coca. Pero en el final de los cuarenta días no nos cuesta brillar como un arco iris. Hemos llegado a nuestro destino: somos más comprensivos, compasivos, y generosos como Dios mismo. Hemos llegado a ser como Dios.

El domingo, 19 de febrero de 2012

EL DOMINGO DE LA VII SEMANA DEL TIEMPO ORDINARIO

Isaías 43:18-19.21-22.24-25; II Corintios 1:18-22; Marcos 2:1-12)

Nuestro avión está para aterrizarse. Vemos por la ventana. Abajo queda la ciudad que hemos hecho la base de nuestros negocios. Como en todas partes allí hay gente buena y mala, sana y enferma, ferviente y escéptica. Sentimos aliviados; es bueno regresar a casa. Tal vez Jesús sienta así en el evangelio hoy. Pues acaba de volver a Cafarnaúm, el lugar que se ha hecho el punto de partida de sus misiones.

Tan pronto que llega Jesús a casa, la gente lo busca. Quiere escucharlo hablar de Dios y a Dios. Entonces, viene un grupo de cinco – un hombre paralítico con cuatro portadores – que se distingue por la osadía de su fe. Porque la puerta está abarrotada con personas, ascienden la escalera al techo para bajar al incapacitado adonde está Jesús. Es como nosotros acudiendo el templo cada domingo a pesar de cansancio, inconveniencias, y compromisos. Queremos que el Señor nos ayude hacernos personas más cumplidas.

Como el paralítico no puede caminar, nosotros estamos atascados. No sabemos cómo queramos vivir. En un lado deseamos todo lo que tengan nuestros vecinos sea un Lexus, una casa de alto, o el pasaje a Nuevo Orleans para el Mardi Gras. En el otro lado aspiramos vivir como verdaderos discípulos del Señor aportando las misiones y visitando a los internados. Sentimos debatidos como la persona puesta a dieta cuando se le ofrece un trozo de pastel de cumpleaños.

Jesús no demora a diagnosticar el problema. “Hijo – le dice al paralítico – tus pecados te quedan perdonados”. Sí, es difícil ser paralizado. Le cuesta tener que pedir ayuda cada vez que necesite un vaso de agua. Pero es peor aún estar aislado de Dios buscando lo que no puede satisfacer. En nuestro pecado confundimos el amor con el deseo y la felicidad con el placer. Dios nos ha hecho para amar como Él ama apreciando el valor de cada uno. Pero hemos distorsionado el amor convirtiéndolo en la gratificación de nuestros propios deseos. Como resultados nos escapa la felicidad de ser tranquilos en un mundo pasajero y quedamos malcontentos con un superávit de placeres.

Vemos a nuestros hijos cayendo en la trampa. Los medios les estimulan los hormones fuerte e frecuentemente. Tal vez las escuelas presenten el sexo como si fuera el apetito de comer que necesita satisfacerse siempre. Y sus propios compañeros se les atreven a experimentarlo. De algún modo tenemos que contrarrestar estas fuerzas con la sabiduría de Dios. Tenemos que modelar el verdadero amor por ser gozosos cuando hacemos sacrificios para el bien del otro. Tenemos que mostrar la modestia en nuestro vestido, nuestro comportamiento, y nuestro lenguaje. Y tenemos que dialogar con nuestros hijos larga y detalladamente para comunicar la verdad de la sexualidad. Queremos impartir la experiencia humana que la culminación de la sexualidad impacta a la pareja en maneras tan fuertes y numerosas que deba ser reservada para el compromiso matrimonial.

En el evangelio Jesús muestra que los pecados del paralítico son de verdad perdonados cuando le levanta de la camilla. De igual modo estamos mostrando la derrota del pecado cuando cambiamos nuestras casas en escuelas de verdadero amor. Por supuesto es una batalla cuesta arriba en un mundo como nuestro tan entregado al egoísmo. Por eso la primera arma es la oración al Espíritu Santo. Nos hacen falta su orientación para saber cada día la lección que los niños necesiten y la valentía para seguir enseñando cuando parece inútil el esfuerzo.

A veces pensamos en Jesús como desamparado. Sin embargo, este evangelio muestra a él en casa. Podemos imaginar esta casa como una escuela de amor. En ella Jesús nos habla de Dios como un Padre que quiere ver a nosotros, Sus hijos, viviendo como personas cumplidas. Tal vez nos sirva un trozo de pastel con un vaso de agua para satisfacernos el apetito. Sobre todo en su casa Jesús muestra el sacrificio para nuestro bien por dialogar con nosotros larga y detalladamente. Su propósito es siempre que conozcamos la felicidad del amor verdadero. En su casa conocemos la felicidad del amor.

El domingo, 12 de febrero de 2012

EL DOMINGO DE LA VI SEMANA DE TIEMPO ORDINARIO

(Levítico 13:1-2.44-46; I Corintios 10:31-11:1; Marcos 1:40-45)

Se encuentra Jesús en Getsemaní. Está rezando desde el suelo. “Abbá (Padre) – dice – no se haga lo que yo quiero, sino lo que quieres tú”. Escuchamos una frase parecida de la boca del leproso en el evangelio hoy. También del suelo, el leproso se dirige a Jesús: “Si tú quieres, puedes curarme”. La similitud de las dos citas indica que el leproso no está desafiando a Jesús, que no está exigiéndolo: “No seas egoísta; ayúdame”. Más bien, lo reconoce como representante de Dios por poner su destino en sus manos. El leproso tiene la fe verdadera que deja a Dios ser Dios. Es la misma fe que profesamos cuando oramos: “…hágase Tu voluntad en la tierra como en el cielo”.

A veces nos cuesta aceptar la voluntad de Dios. Una escritora admitió que no sabía que haría si Dios llamara a uno de sus hijos a Sí mismo. La cuestión del mal da pausa a todos los creyentes como si fuéramos caminantes entrando en un bosque habitado por una manada de lobos. Sin embargo, seguimos adelante porque creemos que la bondad de Dios alcance más allá que nuestra vista. Después de permitir a Su propio Hijo sufrir la muerte por nosotros, lo resucitó en la gloria. Del mismo modo sabemos que Él cambiará nuestras lágrimas a risas cuando quedamos fieles a Él.

Según los cuatro evangelios Jesús muere fuera de Jerusalén. El sitio nos llama la atención porque indica un intercambio de lo esperado. El Mesías, el hijo de David, se ha hecho extranjero de su propia ciudad terrenal para hacernos ciudadanos del cielo. Vemos un trueque semejante en el evangelio hoy. Por curar al leproso Jesús no puede entrar abiertamente en la ciudad. Más bien, tiene que quedarse fuera para atender a las muchedumbres que se lo acuden. En cambio, el leproso una vez curado de su enfermedad puede ir a dondequiera que le dé la gana. Este sacrificio de parte de Jesús está ilustrado en un libro y cine que impactó mucho la sociedad norteamericana. En el tiempo de segregación el autor John Howard Griffin tiñó el color de su piel para conocer cómo sería ser negro viajando por el sur de los Estados Unidos. Por seis semanas el Señor Griffin experimentó las desgracias de sentarse en el trasero del bus y tomar comida en secciones restringidas de los restaurantes. Como Jesús, el Señor Griffin se hizo extranjero para que los negros pudieran realizar los derechos de ciudadanos.

En el evangelio Jesús manda al curado hacer dos cosas. Para que la gente no conozca a Jesús meramente como un hacedor de maravillas, le dice que no cuentes a nadie cómo se curó. Entonces le ordena a al sacerdote para dar el ofrecimiento prescrito por Moisés. También para nosotros Jesús tiene dos órdenes aunque se difieren en parte de aquellos en el pasaje. Siempre deberíamos acudir al sacerdote para cumplir nuestros deberes a Dios. Pero en lugar de guardar el modo de nuestra salvación cómo secreto, hemos de hablar de Jesús con todos. Ya el mundo sabe, al menos un poco, de la historia de Jesucristo: cómo se entregó a sí mismo a la muerte para que la humanidad tenga la vida eterna. No hay mucho peligro que sea malentendido este mensaje. Pero sí hay gran posibilidad que la gente no lo crea por falta del testimonio nuestro hoy día.

¿Qué quiere decir “dar testimonio” a Jesús? Significa que hablemos con los demás de nuestra experiencia personal de Jesús. Tal vez sea algo como rezábamos al Señor para un empleo y dentro de poco se nos ofrecieron dos. O sea que hemos escuchado una voz clara llamándonos a envolvernos en el ministerio eclesial. Un programa televisión acerca de la policía en Nueva York llamada “La ciudad desnuda” terminó cada episodio con la misma frase. Dijo el locutor: “Hay ocho millones historias en la ciudad desnuda. Ésta ha sido una de ellas”. Del mismo modo podemos decir: “Hay dos mil millones de historias acerca de Cristo en el mundo. La mía es una de ellas”.