Homilía para el domingo, 27 de abril de 2008

VI Domingo de Pascua

(Juan 14:15-21)

De vez en cuando oímos de una persona que quiere defenderse a sí mismo en la corte. No cree que necesite a un abogado para ayudarlo. Piensa que su causa es tan patente como aquella de los niños hambrientos en el África pidiendo pan. Sin embargo, los expertos dirían que tal persona es imprudente si no tonto. Porque el mundo de los tribunales de justicia es muy complicado, el abogado es tan indispensable como un guía en un safari. En el evangelio hoy Jesús promete a sus discípulos a un abogado para su defensa.

Dice el Señor que su Padre va a mandar “otro Paráclito” para sus discípulos. Él mismo ha sido su primer defensor. Los ha preservado de las dudas de no creyentes cuando los enseñaba de la Eucaristía y cuando los contaba de su relación intimísima con Dios. Ya Jesús va al Padre, y las negaciones de su doctrina sólo crecerán. En nuestro tiempo, por ejemplo, muchos dudan que nosotros humanos tengamos un destino eterno, que el sexo sea reservado para el matrimonio, y que una conciencia limpia sea más preciosa que una mano llena de dinero. Para no caer en tales errores nos hace falta la ayuda del Paráclito.

¿De qué? muchos de nosotros preguntamos. “Paráclito” es la palabra insólita que el evangelista Juan utiliza para designar el Espíritu Santo. Significa a un acompañante que aconseja o defiende. Usualmente cuando menciona el Paráclito, Juan añade “el Espíritu de la verdad” porque el Paráclito revela la verdad de Jesús. Muy seguido el mundo quiere marginar a Jesús por recordarlo como un santo del pasado poco relevante hoy. No, diría el Paráclito, Jesús es tan necesario a dirigirnos en el mundo actual como una mamá para alimentar a su recién nacido.

Los medios de comunicación masivos desafían la verdad de Jesús en modo preocupante. Por las imágenes de hombres como “007” o mujeres como “amas de casa desesperadas” la televisión y el cine tienden a formar al público con valores hedonistas y relativistas. Dicen que la persona puede ser honorable a pesar de que abusa el sexo y puede ser respetada aunque engaña. El Paráclito, el Espíritu de verdad, juzgará estas imágenes como son: fantasías burgueses que deluden al pueblo y disminuyen su dignidad. No sólo esto, sino también el Paráclito nos indica las imágenes que valen como Maravillosa gracia, la película contando de la lucha contra el comercio de esclavos. Es cierto. Nos hace falta el Paráclito mucho, particularmente en el encuentro con los medios de comunicación.

Homilía para el Domingo, 20 de abril de 2008

El Quinto Domingo de Pascua

(I Pedro 2:4-9)

Cada cuando encontramos una campaña para un nuevo templo destacando la compra de ladrillos. La idea es que el aporte de una cantidad fija por cada parroquiano represente su participación en la construcción. Entonces, se puede llamar al parroquiano una piedra de la iglesia. Aunque sea significativo para recaudar fondos, la compra de ladrillos no es la única manera en que la gente se considere piedras de la iglesia. La lectura de la Primera Carta de Pedro hoy dice que la comunidad forma “piedras vivas” por llevar vidas santas.

Cristo, por supuesto, es la piedra principal de la estructura. Su vida, dedicada a un diálogo continuo con Dios Padre, provee la alabanza perfecta. Nosotros aprendemos de él las palabras de la oración y, más importante aún, cómo inclinar nuestros corazones a Dios en todas actividades. Así, nos hacemos, como fuera, en piedras configuradas a él y recostadas sobre él. En prefecta sintonía con Cristo nosotros, piedras vivas, cantamos la gloria de Dios Padre.

Tal vez la Carta de Pedro nos haya despertado por nombrar a los fieles “sacerdocio.” Dice, “Ustedes…son estirpe elegida, sacerdocio real….” Pensamos en los curas llevando vestiduras largas como sacerdotes. Entonces, ¿en qué sentido son los laicos también sacerdotes? Bueno, todos los fieles somos sacerdotes desde que nuestros sacrificios se han hecho agradables a Dios. Eso es, todas nuestras obras hechas en el amor y todas nuestras pruebas sufridas en la fe lo complacen. Porque participamos en el Cuerpo de Cristo, la Iglesia, el sacrificio de nuestras vidas ya tiene el altísimo valor, seamos empresarios o seamos basureros.

Una vez un predicador exhortó a la gente, “…haz de tu corazón un altar….” Quiso decir que deberíamos ofrecer nuestras vidas a Dios por una buena disposición interna. Afortunadamente tenemos modelos que nos enseñan cómo lograrla. Hace poquito murió una mujer que tenía un corazón tan inclinado a Dios como el altar de San Pedro en Roma. Margarita perdió sus piernas a la diabetes. Pero no la detuvo de llevar una sonrisa radiante. Ni la impidió a llegar a la misa dominical. Si nadie la trajo, se llevó a sí misma en su silla de ruedas motorizada. Limpiaba su propia casa, y rezaba diariamente por sus hijos. ¿Cómo no pudo Dios ponerse, en su propia manera, una sonrisa cuando veía a Margarita?

Si todos cristianos se forman al “sacerdocio real,” ¿por qué llamamos a los curas “sacerdotes”? Es una gran pregunta. Además del sacerdocio común de los fieles, la Iglesia tiene el sacerdocio ministerial para re-presentar el sacrificio de la cruz en la misa. Estos hombres están completamente al servicio de los laicos. Por la predicación de la palabra de Dios, que alcanza su cumbre en la Eucaristía, ellos animan y fortifican a los fieles. Es como el guante y la mano. El guante – eso es, el sacerdocio ministerial – preserva la mano – el sacerdocio común -- para que el segundo pueda dedicarse corazón y alma a Dios. En estas maneras todos damos a Dios la alabanza que merece. En estas maneras Le damos la alabanza.

Homilía para el 13 de abril de 2008

El Cuarto Domingo de Pascua

(Juan 10:1-10)

Una vez, no hace muchísimos años, hubo una discusión en una iglesia. Una mujer, hablando por los mayores de la comunidad, dijo que su generación aceptaría a los jóvenes cuando se hicieran cristianos. Quiso decir que cuando los jóvenes mostraran la voluntad de negarse a sí mismo para seguir los mandamientos, ganarían el respeto de los demás. Sí, la dama pareció arrogante en sugerir que los jóvenes, y jamás los mayores, rechazan hacer la voluntad de Dios. Sin embargo, más preocupante aún fue la respuesta de una joven refiriéndose al último versículo de la lectura evangélica de hoy. “…Cristo vino,” dijo ella, “para que tuviéramos la vida y la tuviéramos en abundancia.”

Para algunos la vida en abundancia es tener todo para su complacencia. Es aún más que tener un sueldo de seis cifras, una casa de dos pisos, y un equipo de tres carros para cualquiera ocasión. Es no estar limitados ni por los mandamientos de Dios, ni por las leyes civiles, ni por las costumbres del pueblo. Por supuesto, no van a matar a nadie, pero tampoco van a pagar los impuestos si pueden esquivarlos ni van a cohibirse de ver la pornografía si les da la gana. Podemos decir que para estas personas, la vida en abundancia es la ficción de ser amados tanto por Dios que no tengan que hacer caso ni de Su voluntad. Una vez San Pablo se dirigió a este error. Escribió a los romanos: “…el hecho de que ya no estemos bajo la Ley sino bajo la gracia, ¿nos autoriza a pecar? Claro que no” (Rm 6:15).

Sin embargo, hay otro sentido de la vida en abundancia más en conforme con nuestra fe. En este evangelio Jesús se identifica con la puerta del redil. Para tener la vida en abundancia tenemos que pasar por él. Eso es, que lo conozcamos y aprendamos de él. Es tener como él un corazón puro y una mano servicial. Por ejemplo hay el empacador llamado Juanito que trabaja en un supermercado. Juanito tiene el Síndrome Down que algunos llaman el mongolismo. Un día se le ocurrió a Juanito que podía apoyar a los clientes por poner un pensamiento inspirador en las bolsas que empacara. Con la ayuda de su padre escribió con la computadora el pensamiento que encontró o inventó, e hizo muchas copias. Entonces Juanito puso una copia en las bolsas de cada cliente por quien ayudó con sus provisiones. Dentro de poco la fila del cajero donde Juanito empacaba estuvo siempre la más larga. Cuando el jefe informó a los clientes que había filas cortas, ninguno quería dejar la fila donde recibiría el pensamiento de Juanito. En tiempo se transformó el supermercado. Todos querían cooperar en hacer el ambiente más amable posible.

“¿Cómo Jesús va a acompañarnos hoy?” algunos preguntan, “si murió hace dos mil años.” Buena pregunta. Sí, Jesús murió en la cruz pero también se resucitó para estar con nosotros siempre. Está presente en las Escrituras que nos aseguran de su amor. Queda con nosotros también por los sacramentos que nos fortalecen para hacer lo bueno y evitar lo malo. Finalmente nos acompaña por los pastores – particularmente el papa y los obispos. Dice el evangelio que también el pastor tiene que entrar el redil por la puerta. Eso es, el papa, los obispos, y nosotros sacerdotes tenemos que conformarnos a Jesús si vamos a guiar a la gente bien. Es cierto. Sobre todo nosotros pastores tenemos que recurrir al Señor. Así Jesús transmite la vida en abundancia.