El domingo, 7 de enero de 2018

LA EPIFANÍA DEL SEÑOR, 7 de enero de 2018

(Isaías 60:1-6; Efesios 3:2-3.5-6; Mateo 2:1-12)

Cada noche al santuario de Lourdes hay una procesión.  Peregrinos de todas partes del mundo marchan enfrente del templo rezando el rosario.  A lo mejor el profeta de la primera lectura veía una procesión así en la plaza del Templo de Jerusalén.  Entonces tuvo una experiencia estática.  En lugar de los fieles de Jerusalén imaginó a hombres y mujeres de todas naciones.  Vio a los visitantes acudiendo al Templo con regalos valiosos para honrar al Dios de Israel.  Unos seis cientos años después el evangelista Mateo leerá de la visión profética en el libro de Isaías.  La verá cumplida en lo que pasa en el pasaje evangélico de hoy.

Los magos vienen del Oriente.  A lo mejor no son hombres que practican la magia y mucho menos son reyes.  Más bien, perecen como astrólogos que solían relacionar la sabiduría del mundo con los cuerpos celestiales.  De todos modos siguen una estrella como signo del rey de los judíos.  Creen que este rey es el hijo del Dios de dioses que traerá la paz al mundo entero.  Pero la sabiduría natural no puede descubrir todos los secretos de Dios.  Para conseguir el conocimiento exacto de los paraderos del Príncipe de la Paz tienen que consultar las Escrituras judías. 

Es como la ciencia hoy en día.  Puede hacer maravillas – aun coches que se manejan sí mismos.  Sin embrago, la ciencia no puede hacer a la gente feliz.  Por diferentes índices como la incidencia del suicidio y la de familias quebradas, se puede decir que la gente vive ahora más descontenta que antes.  Sólo Dios puede hacernos feliz; por eso, los magos quieren ver al niño Jesús.  Finalmente llegan a la casa de José y María para cumplir su deseo.

Le dan homenaje al niño con regalos.  No importa tanto lo que le ofrezcan.  Mucho más significante es lo que ellos y el mundo entero recibirán del hombrecito cuando se haga adulto.  Jesús enseñará el mandamiento de la caridad como el camino a Dios.  Si vamos a conocer a Dios, tener la paz, y experimentar la felicidad, tenemos que amar a Dios sobre todo y a nuestro prójimo como nosotros mismos.  Porque no podemos cumplir esta tarea por nuestros propios esfuerzos, el mismo Jesús nos ayudará.  Su muerte en la cruz disipará el egoísmo que ofusca nuestras mentes de ver a los demás como iguales a nosotros.  Su resurrección de la muerte soltará al Espíritu Santo para mover nuestras voluntades a amar a todos como deberíamos.

Moviendo con el Espíritu requiere que cambiemos nuestros modos.  En lugar de ver la tele todo el día sábado, pudiéramos ayudar al grupo preparando lonches para los desamparados.  O tal vez nuestro servicio sea instruir a los niños el catecismo.  Lo importante es que mostremos nuestro amor a Dios por dar el apoyo  a su pueblo.  En el evangelio los magos experimentan un tal cambio.  Regresan a su tierra por otro camino.  Este desvío demuestra la verdad que una vez que se encuentre al Señor, la vida tiene que cambiarse.  No se puede continuar como siempre.  Hay que desviarse para dar a Dios el honor debido.


No se dice el evangelio lo que hagan los magos una vez que lleguen a su patria.  Presumiblemente ellos no se callan sino revelan a sus paisanos lo que han visto en Belén.  Digan: “El Salvador ha nacido; tenemos que seguirlo”.  Esta Día de la Epifanía nos queda con la misma tarea.  Hemos de contar a los demás la buena noticia.  Pues epifanía significa la manifestarse: Jesucristo se manifiesta como el Salvador del mundo.  Como miembros de su cuerpo es de nosotros manifestarlo al mundo.  Sea por el testimonio a nuestros asociados, sea por nuestros actos continuos de caridad, tenemos que anunciar al mundo la llegada del Salvador.  Tenemos que anunciar la llegada del Salvador.

El domingo, el 31 de diciembre de 2017

La Sagrada Familia de Jesús, María y José

(Génesis 15:1-6.21:1-3; Hebreos 11:8.11-12.17-19; Lucas 2:22-40)

En el principio de la historia navideña los padres de Jesús se probaron obedientes a la ley romana.  Aunque es difícil con María embarazada, se parten a Belén para el censo.  En el evangelio de hoy parecen similarmente atentos a la ley judía.  La acatan por llevar a Jesús al Templo para su presentación a Dios.  Son como muchos padres en parroquias a través del mundo llevando a sus hijos al catecismo.  Quieren que sus hijos aprendan cómo vivir la fe para que sean conocidos como gente respetable.

Pero ser respetable no es igual a ser justa.  La familia tiene que poner en práctica las lecciones en la casa para que los chiquillos sigan a Jesucristo.  Además de rezar a Dios, la familia tiene que mostrar a sus niños cómo amar al prójimo.  Un hombre describe la lección que aprendió de su padre, un florista.  Dice que una vez su padre regaló la corona de Adviento que hizo el muchacho a una pobre del vecindario.  Cuando el hijo se quejó que la corona valía dinero, su padre le corrijo. Le dijo: “Un día aprenderás que no es la plata que cuenta en los ojos de Dios sino es la gente que cuenta”.

En el pasaje Simeón llama a Jesús la “luz que alumbra a las naciones”.  Se pruebe como un profeta cuando Jesús muestra al mundo cómo vivir en la paz.  Enseñará que el amor debido al prójimo en la ley antigua incluye a todos, sean amigos o no sean.  Nos llama Jesús a perdonar aun a nuestros enemigos como si fueran hermanos del mismo padre.  Pues en Dios realmente son así.  Sean de la misma ciudad o sean de otros rincones del mundo, tienen al mismo Dios como Su progenitor.

Nos cuesta cumplir las enseñanzas de Jesús particularmente cuando choquen con los valores corrientes.  Porque no le importa a muchos la mentira, estamos tentados a decir a nuestros hijos: “Díganle que no estoy en casa” cuando nos llama por teléfono una persona que nos moleste.  Ahora muchos tienen dificultad resistir la tentación de criticar a las personas que no se acuerden con nosotros.  Como algunos comentaristas en el televisor, querríamos echar insultos cada vez más bárbaros en lugar de moderar nuestras opiniones con el respeto. 

Los americanos tienen un cine preferido para el tiempo navideño.  Muchos miran a “Qué bello es vivir” para recordar el significado del tiempo.  La historia muestra a un hombre que siempre ayudaba a los demás.  Entonces enfrenta una crisis financiera en que él comienza a cuestionar la práctica de la bondad a los demás.  Piensa en tomar su propia vida por la desgracia que siente.  Pero Dios manda a un ángel que le convence una vez más que no es el dinero que cuenta sino la gente.  El mismo Dios nos ayudará cumplir el mandamiento de amor.


Sí, es la gente que cuenta. Por esta razón en este tiempo de pensar en el año nuevo queremos dedicarnos más fuerte que nunca al bien de los demás. En el año nuevo queremos dedicarnos aún más al bien de todos.

El domingo, 24 de diciembre de 2017

EL CUARTO DOMINGO DE ADVIENTO

(II Samuel 7:1-5.8-12.16; Romanos 16:25-27; Lucas 1:26-38)

Una oración bella era dirigida a Jesús en la misa ortodoxa de la Navidad.  La oración le pregunta que pudiera darle el pueblo por su nacimiento.  Entonces sugiere el regalo perfecto – una madre pura y santa.  El evangelio hoy muestra la idoneidad de ese regalo.

Hay que tener en cuenta la primera lectura para apreciar el evangelio.  En ella el rey David quiere construir una casa para el Señor Dios.  Tiene en cuenta un templo en lo cual se puede poner las tablas de la ley que reflejarán la gloria de Dios.  Pero Dios le informa a David que no es de él para hacer la casa.  No se da la razón para el rechazo pero podemos imaginarlo sin dificultad.  La vida de David ha sido manchada con varios pecados.  Como guerrero a lo mejor derramó más sangre que era necesaria en sus campañas.  También tomó a la mujer de su prójimo y sigue manteniendo un harén de concubinas.  Aunque Dios le perdone todo esto, David no es el indicado para la construcción que dará gloria eterna a Dios. 

En lugar de David, Dios mismo construirá el templo digno de su gloria.  Será algo inaudito.  El templo en lo cual millones y millones de gentes le dará la alabanza será el cuerpo de Su Hijo Jesucristo.  Se extenderá  a todas partes de la tierra dondequiera que se encuentre sus seguidores.  Como el instrumento principal en la construcción de este templo Dios utilizará a María de Nazaret.  Ella tiene las cualidades necesarias para contribuir al proyecto.  En primer lugar ella es “llena de gracia”.  Esto significa no sólo que es parte del pueblo fiel de Israel sino también pura e inmaculada de constitución.   Además ella es una virgen desposada con un hombre de la estirpe de David.  Así, ella puede darle a Jesús la descendencia real a la vez que muestra el poder creativo de Dios.  Pues, sólo Dios podría crear a un ser humano sin la fertilización del elemento femenino con el elemento masculino.

Finalmente, María se manifiesta como la persona idónea cuando acepta la oferta de Dios.  Se identifica a sí misma como “esclava del Señor” lista para hacer su voluntad.  A veces se dice que María muestra duda sobre la posibilidad de concebir mientras es virgen.  Es cierto que le pregunta al ángel: “’¿Cómo podrá ser esto…?’”  Pero estas palabras indican más su deseo de saber su tarea que su duda del poder de Dios.  Se puede notar el deseo de María para hacer todo lo que pueda en su respuesta a las noticias sobre su parienta Isabel.  Dice el evangelio que ella va presurosa para visitar a la anciana inesperadamente embarazada.


Pronto vamos a estar aprovechándonos del templo de Dios construido con la colaboración de María.  Especialmente en la misa navideña hacemos hincapié en la presencia del Hijo de Dios entre nosotros como hombre.  Junto con la virgen madre querremos pedirle perdón de los pecados que manchan nuestras vidas.  Junto con ella querremos manifestar nuestro deseo a cumplir presurosos su voluntad.  Junto con ella querremos que nos llene de la gracia. 

El domingo, 17 de diciembre de 2017

EL TERCER DOMINGO DE ADVIENTO.

(Isaías 61:1-2.10-11; I Tesalonicenses 5:16-24; Juan 1:6-8.19-28)

Hoy, el tercer domingo de Adviento, tiene nombre propio.  Se llama Gaudate de una palabra latín que significa alégrense.  Se puede encontrar el tema de alegría en ambas la oración colecta al principio de la misa y la segunda lectura.  Se dice que deberíamos alegrarnos porque la espera para la Navidad ya es medio terminada.  Pero, más profundamente, la alegría  es un planteamiento básico del cristiano.  Pues el Señor Jesús, que conquistó el pecado y la muerte, nos prometió que vendría para premiarnos por los actos de caridad.  Ya lo esperamos con confianza alegre.

Durante Adviento podemos apuntar a tres figuras que caracterizan el tiempo.  Primero hay el profeta Isaías cuyo libro domina las lecturas del Antiguo Testamento por estas cuatro semanas.  Entonces la Virgen María hace un gran papel.  No sólo celebramos dos fiestas de ella durante Adviento sino también la encontramos en una manera particular en las misas los días antes de la Navidad.  Finalmente, Juan el Bautista ronda como un pregonero anunciando el tema del tiempo. Vale la pena explicar más a estos tres personajes con atención al valor particular de este tiempo que cada uno nos imparte.

El libro del profeta Isaías contiene las obras de al menos tres personas.  La primera profetizó en Jerusalén siete siglos antes de Cristo.  Previó la gran paz al final de los tiempos cuando todas las naciones “de las espadas forjarán arados y de las lanzas podaderas”. La segundo, llamado “Deutero-Isaías” escribió desde Babilonia donde se exiliaron muchos judíos en el sexto siglo antes de Cristo.  Como escuchamos el domingo pasado Dios le mandó que consolara a su pueblo esperando el regreso a Jerusalén.  El último profeta Isaías, o “Tercer Isaías”, podría haber sido un grupo que animó al pueblos en los días difíciles después de su regreso.  Hemos escuchado sus palabras en la primera lectura hoy: “El espíritu del Señor… me ha enviado para anunciar la buena nueva a los pobres…”  Los Isaías nos despiertan la esperanza.  Nos aseguran que los fieles no van a ser desilusionados una vez que venga el Mesías.

Siempre en la primera parte de Adviento celebramos las fiestas de la Inmaculada Concepción de María y de Nuestra Señora de Guadalupe.  La primera celebración nos sugiere la necesidad del Mesías que esperamos.  Pues la concepción inmaculada de María fue un evento singular en la historia.  Todos los demás seres humanos hemos vivido bajo del peso de pecado, excepto a Jesús por supuesto.  La Virgen de Guadalupe simboliza el socorro particular de Dios a los marginados. Su presencia en el cerro Tepeyac indica que nadie va a quedarse fuera del Reino simplemente porque es pobre o indígena o lastimado.  Como María espera dar a luz a Jesús, ella comparte con nosotros toda la alegría de una joven encinta con su primer hijo.

Juan sirve un papal doble.  En primer lugar es el gran profeta del desierto llamando a la gente al arrepentimiento.  Hay testimonio de él no sólo en los evangelios cristianos sino también en otros documentos del tiempo. Sin embargo, cuando examinamos sus palabras, se presenta a sí mismo como humilde, al menos en comparación con el Mesías a quien anuncia como cerca.  Dice en el evangelio hoy: “…viene detrás de mí, (uno) a quien yo no soy digno de desatarle las correas de sus sandalias”.  Por su servicio y por su humildad Juan nos enseña el modo propio para esperar a Jesús.


Este año el tiempo de Adviento es el más corto posible.  Tenemos sólo tres semanas y un día para prepararnos a recibir a Jesús.  Sin embargo, no es la cantidad de tiempo que valga tanto como la calidad de nuestra espera.  Si miramos la venida de Jesús con la esperanza que va a aliviarnos del pecado y la muerte, si mantenemos la alegría de ser hijas e hijos de Dios venga lo que venga, y si servimos a los necesitados en la solidaridad, entonces estaremos bien.  Podremos acogernos a Jesús con brazos abiertos.  Y él nos llenará con la vida eterna.

El domingo, 10 de diciembre de 2017

EL SEGUNDO DOMINGO DE ADVIENTO

(Isaías 4:1-5.9-11; 2 Pedro 3:8-14; Mark 8:1-8)

Oímos las primeras palabras del evangelio, pero ¿son sensibles nuestros oídos a su significado?  Lo dudo.  Pues cuando dicen “Evangelio de Jesucristo”, pensamos en lo religioso.  No nos damos cuenta que “el evangelio” es la buena noticia de la salvación.  Para apreciar el impacto de esta frase, tenemos que imaginar la comunidad por la cual san Marcos escribe su obra.  Los miembros viven entre amenazas y peligros.  En primer lugar las morales del tiempo condonan la fornicación, el adulterio, y la sodomía.  La gente recta se ha hecho cristianos para escapar estos y otros vicios.  Pero todavía se prohíbe el cristianismo en el imperio romano.  Se podía traicionar a los cristianos por venganza, capricho, o cualquier motivo.   También muchos entre ellos son pobres sin recursos y mucho menos la influencia.

Se puede comparar la comunidad de Marcos con los judíos en Babilonia en la primera lectura.  Los judíos son exiliados en una ciudad lejana en medio de un desierto.  Los babilonios los tratan como siervos.  Sienten agotados del trabajo pero más que esto deseosos para su patria donde podrían practicar su fe.  Entonces escuchan una voz diciendo: “Consuelen, consuelen a mi pueblo”.  De repente, se levantan sus ánimas.  Dios quiere construir un camino por el páramo para que puedan volver a Jerusalén.

En un sentido nosotros cristianos hoy en día vivimos una situación semejante a la de la comunidad de Marcos y del pueblo judío en Babilonia.  Como ellos tenemos retos fuertes en todos lados.  ¿No nos sentimos marginalizados en un grupo cuando no nos riamos de chistes verdes?  ¿No estamos agotados de pedir a nuestros hijos que se aprovechen de la presencia del Señor en la misa dominical?  ¿No estamos cansados de ser pedidos a contribuir a las docenas de causas que tiene la Iglesia?

Sin embargo, ya  hemos escuchado una llamada a la reforma en la sociedad.  Se han revelado los  acosamientos de los líderes de la industria de entretenimiento y de la política.  Como ha enseñado la Iglesia desde su principio, los periódicos ya dicen que el sexo libre es injusto.  Hace dos semanas un diario destacó la opinión de una mujer sobre los ultrajes recientemente expuestos.  Dijo la escritora que cree lo una vez escuchó de un padre católico que el problema queda con la píldora anticonceptiva.  Según el cura (y la Iglesia) cuando se separe las relaciones íntimas de la concepción, los hombres van a verlas como cualquier otro deseo.

A lo mejor la reforma no será ni suficiente ni duradera.  Las atracciones del mal son fuertes.  Mucha gente no quiere dejar el placer ilícito del sexo fuera del matrimonio.  No quiere hacer caso a la voz de Juan en el desierto proclamando que el Señor está cerca.  Su apariencia nos indica lo que es necesario para hacer frente al problema.  Su vestido de pelo de camello y su comida de saltamontes insisten que limitemos nuestros deseos.  En lugar de satisfacer  los antojos, tenemos que disciplinar nuestra voluntad de modo que busque la justicia para todos.

Las palabras de Juan también valen nuestra atención.  No habla de sí mismo; al contrario, se llama a sí mismo como sólo un siervo a el que viene detrás de él.  Dice que este, que conocemos como Jesús, va a bautizar con el Espíritu Santo.  Eso es, su bautismo no sólo quitará los pecados individuales sino formará a todos en una comunidad del amor.  Siguiendo a Jesús, vamos a cumplir el deseo verdadero de nuestro corazón.


Este tiempo de Adviento es para contarnos cuan cerca está Jesús.  Es como la pita de un tren anunciando su venida.  Viene para levantar nuestros espíritus y para suprimir las fuerzas del mal que nos rodean.  De hecho, ya se puede sentir su presencia.   Está en medio del coro de la iglesia ensayando para la misa del gallo.  Está en los hombres y mujeres preparando los canastos de comida para los pobres.  Está en los saludos cordiales que tenemos para todos – tanto desconocidos como amigos.  Está cerca Jesús.