Homilía para el domingo, 28 de Junio de 2009

El XIII Domingo Ordinario

(Sabiduría 1:13-15.2:23-24; II Corintios 8:7.9.13-15; Marcos 5:21-43)

En una novela las monjas fijan letreros en los pasillos de su monasterio. Dice que ellas los necesitan para recordarse a sí mismas de Dios. Un tal letrero dice:

Si Te sirvo por las esperanzas del Paraíso,
niégame el Paraíso.
Si Te sirvo por temor del infierno,
condéname al infierno.
Pero si Te amo por amor de Ti mismo,
entonces concédeme a Ti mismo.
Si la mujer del evangelio hoy que ha sufrido flujo de sangre por años habría creído este letrero, ¿cómo podría atreverse a tocar a Jesús? Ella ve al Señor como alivio de su dolor no como su amante, al menos en el principio.

No es necesario amar a Jesús para aprovecharnos de él. Dios Padre le ha enviado para ayudarnos con nuestras necesidades. Está aquí para curarnos del cáncer, para apoyarnos cuidar a nuestros padres ancianos, y para enseñarnos cómo vivir la vida verdaderamente buena. Nos ofrece la mano, como hace con la niña al fin del evangelio, diciéndonos, “Óyeme…levántate.”
Sin embargo, el dicho de las monjas trae la sabiduría. Si Jesús nos ofrece a sí mismo como rescatador en apuro, él es más valioso aún como nuestro amante o, si preferimos, nuestro amigo. Quizás por este motivo la mujer, ya curada de su enfermedad, quiera darle la cara con la verdad. Un amigo nos hace posible ver a nosotros mismos exactamente cómo somos, nos acepta así, y nos alienta a ser mejor. Una mujer murió hace poco después de una vida larga y en muchos aspectos exitosa. No dejó mucho dinero; sin embargo su familia le adoró y sus muchos amigos le estimaron como una en un millón. Ella amó a todos pero sobre todo a Jesús por quien cada noche se arrodilló al lado de su cama rezando el rosario. Y ¿por qué no? Jesús le formó como humilde de riqueza pero rica de bondad. Le perdonó sus culpas para que viva con la virtud como un campeón clavadista pierde libras para saltar más alta en el clavado.

Encontramos a Jesús en la oración, pero para discernir lo que nos comunique, tenemos que dejar a lado a nosotros. Se cuenta de un santo quien llamaba al Señor para que se comunicara con él. Entonces el santo oyó una voz dentro de sí contestándole, “¿Quién me llama?” El santo respondió, “Soy yo, Señor,” y no oyó nada más. Al otro tiempo el santo llamaba al Señor de nuevo, y una vez más oyó una voz adentro, “¿Quién me llama?” Esta vez el santo respondió, “Eres tú, Señor,” y así comenzó una relación rica y fructífera. Como dice San Pablo, “…ahora no vivo yo, es Cristo quien vive en mí.” Cuanto más nos perdamos a nosotros mismos, cuanto más el Señor llene nuestros interiores. Y cuanto más el Señor nos llene, cuanto más sea nuestro amigo.

Homilía para el domingo, 21 de junio de 2009

El XII Domingo de Tiempo Ordinario

(Job 38:1.8-11; II Corintios 5:14-17; Marcos 4:35-40)

Cada año en este tercer domingo de junio se me acogen algunos diciendo, “Feliz Día de Padre.” A veces las palabras suenan afectadas como si fueran dichas por consuelo. Pues, la mayoría de los hombres tienen prole que llevan su apellido y, en este día, les regala una corbata o una caja de pelotas de golf. Parece que los sacerdotes sólo tienen el título de “padre.” ¿O hay algo más en la vida del sacerdote que asimila la relación entre el papa y su sus hijos? Ahora examinaremos cómo los sacerdotes asemejan a los padres de familia con un ojo en el evangelio.

Considerando la paternidad, nosotros debemos reconocer que es una institución en precaria. Actualmente 40 por ciento de los bebés en los Estados Unidos son nacidos a mujeres no casadas. De hecho, ahora la presencia del padre no es necesaria para la concepción. Algunos opinan que en cien años la fertilización artificial reemplazará el coito sexual como el modo ordinario para procrear.

Es posible que el sacerdocio quede con más grandes desafíos que la paternidad, al menos en los Estados Unidos. El número de sacerdotes en este país ha disminuido regularmente por más de cuarenta años. Muchos seminarios se han cerrado las puertas o se han convertido en institutos con diversos propósitos. Aunque el espíritu entre los sacerdotes está alto, el escándalo del abuso sexual de niños y una cultura cada vez más hedonista han vuelto el sacerdocio poco más atractivo como carrera que ser picador del algodón.

Los padres han servido a sus familias tradicionalmente en tres maneras críticas. Biológicamente, proveen una mitad de la constitución genética de su prole. De hecho, es el cromosoma del padre que determina el sexo del hijo. Económicamente, los padres han contribuido la mayor parte del ingreso familiar. Sí, todos conocemos excepciones a esta regla, pero típicamente es el salario del hombre que gana el préstamo bancario para comprar una casa. Moralmente, los padres que valen enseñan a sus hijos la necesidad de seguir haciendo lo correcto cueste lo que cueste. En una película un niño ve a un gángster disparando a otro. Cuando la policía averigua el caso, el niño no nombra al gángster como el asesino. Entonces, su familia recibe cien dólares del gángster como premio por haber tenida la boca cerrada. La mamá quiere guardar el dinero, pero el papa insiste que se le devuelva porque no fue rectamente ganado.

Los sacerdotes, por supuesto, no pasan la vida biológica, pero engendran la vida espiritual. Es el papel del sacerdote y el diácono a iniciar al cristiano en la familia de Dios por el Bautismo. Asimismo, los sacerdotes aportan mucho a la economía de la salvación por consagrar el pan eucarístico en el altar. También es el sacerdote que pone el alma en paz antes del gran viaje de la muerte tanto como Jesús calma los temores de sus discípulos en el evangelio hoy. Y moralmente los sacerdotes pasan la doctrina de Cristo para contrarrestar la vanidad y codicia que a menudo pasan como sabiduría en este mundo. Nos hacen falta predicadores eficaces para recordarnos que ni la belleza ni la billetera nos salvarán sino nuestro Señor Jesucristo.

Nos hacen faltan padres que diligentemente cuidan a sus familias. Nuestros niños jamás han estado en peligro constante como en esta época cuando el Internet puede ponerles en comunicación diaria con seductores y estafadores. Padres vigilantes junto con madres atentas protegerán a su prole de estos depredadores. Asimismo, nos hacen faltan sacerdotes santos para apoyar a los padres y las madres en su tarea retadora. Que no pensemos que haya una competición entre los dos – que si habrá más sacerdotes, habrá menos padres de familia justos y viceversa. No, la relación entre las dos vocaciones es directa, no inversa. Cuantos más padres valiosos tenemos, más sacerdotes dedicados tendremos, y cuantos más sacerdotes tenemos, más padres de familia cuidadosos serán. Así como no desalentaríamos a los hombres de ser los mejores padres posibles, no deberíamos desalentar a los jóvenes con la inquietud de considerar entrar el seminario. Más bien, si piensan que tengan una vocación al sacerdocio, que les alentemos a seguirla. ¡Que alentémonos a todos nuestros jóvenes a seguir sus distintas vocaciones del Señor!

Homilía para el domingo, 14 de junio de 2009

Homilía para la Solemnidad del Cuerpo y la Sangre de Cristo, 14 de junio de 2009

(Éxodo 24:3-8; Hebreos 9:11-15; Marcos 14:12-16.22-26)

La mujer estaba casi estática. Hablaba de ver a su nieta de siete meses a través de Skype. Por la maravilla de este programa de computadora ella había visto y oído a la bebita por la primera vez dar una palmada. Skype es sólo el más reciente modo de mantener la presencia de una persona ausente. La fiesta del Cuerpo y la Sangre de Cristo celebra otro más antiguo y aún más eficaz.

La fiesta tiene sus orígenes en la cena que Jesús hizo por sus discípulos la noche antes de su muerte. Todos nosotros sabemos la historia. Jesús pasó varios años enseñando a la gente cómo Dios ama a todos y perdona sus pecados. Particularmente Jesús se aprovechó de comidas para trasmitir su mensaje de reconciliación. Ganó la aprobación de muchos, pero este mismo hecho causó celos entre los líderes del pueblo. Por eso, conspiraron a tenerlo crucificado -- la muerte más pavorosa de su tiempo. Pero él no desvió de su propósito de llevar a cabo la voluntad de Dios. Fue su disposición a darse como un sacrificio por el bien de todos que mostró lo extenso del amor de Dios.

En la última cena con sus discípulos Jesús explicó el significado de su muerte y realizó su modo de ser siempre presente a sus seguidores. Tomó un pan, pronunció la bendición, lo partió, y lo dio a sus discípulos diciendo, “Esto es mi cuerpo.” Por este acto indicó cómo su muerte seguiría dando vida a sus discípulos tan seguramente como el pan nutre el cuerpo. Entonces tomó una copa de vino, pronunció otra bendición, y la dio a todos para beber diciendo, “Esta es mi sangre, sangre de la alianza, que se derrama por todos....” La alianza, a la cual Jesús refirió, incluye su compromiso a acompañar a su pueblo siempre. Sería sellada la alianza el día siguiente por la efusión de su propia sangre que lograría el perdón de los pecados.

Jesús ha cumplido su promesa a acompañarnos por el evangelio que lleva sus propias palabras. También lo encontramos en uno y otro que estamos estrechamente ligados a él por el bautismo. Pero sobre todo está presente a nosotros en la Eucaristía donde probamos su cuerpo y su sangre bajo las apariencias de pan y vino. Es comida para el viaje, eso es para los círculos que hacemos cada día haciendo lo que podamos para mejorar la sociedad y también para el último viaje que haremos el día de nuestra muerte. Como la muerte no pudo contener a Jesús por su auto-entrega a la voluntad de Dios, así no podrá contener a nosotros tampoco por nuestra alianza con él.

En muchas partes las parroquias hacen una procesión con el Santísimo Sacramento hoy, la Fiesta del Cuerpo y la Sangre de Cristo. El cura lleva la custodia por las calles de la vecindad con la gente siguiendo. Siempre terminan en la iglesia donde se realiza la misa o antes o después de la procesión. La procesión simboliza todo lo que celebramos en la fiesta. Jesús nos acompaña a través de la vida diaria. Él hace una bendición sobre nuestros esfuerzos para mejorar la sociedad. Nos conduce atrás, no a nuestras casas sino a la iglesia que significa el cielo, nuestro hogar verdadero. Allí probaremos el pan transformado en su cuerpo y el vino hecho en su sangre. Estos deleites nos presentan a Jesús tanto como estuvo en la última cena con sus discípulos como estará en el banquete celestial con sus seguidores de todos tiempos. Estos deleites nos presentan a Jesús.

Homilía para el domingo, 7 de junio de 2009

La Solemnidad de la Santísima Trinidad

(Deuteronomio 4:32-34.39-40; Romanos 8:14-17; San Mateo 28:16-20)

Un neurólogo escribe un libro acerca de la pérdida de memoria. Dice que quiere consolar a la gente preocupada por la enfermedad Alzheimer. Según este médico la falta de memoria no es signo del comienzo de la enfermedad espantosa. Más bien, al perder alguna memoria cuando se avanza en años sólo es la tendencia de toda carne.

Donde San Pablo escribe de la esclavitud a la carne en su Carta a los Romanos, muchos piensan en la dificultad de superar deseos sexuales. Pues, no sólo los jóvenes sienten atracciones a la intimidad prohibida. A lo mejor los adictos entienden a Pablo refiriéndose a su cautividad por la cocaína y los alcohólicos, a su debilidad frente al whiskey. Sin embargo, podemos leer a Pablo justamente como contándonos de la esclavitud de la carne a la debilidad tanta física como mental en la vejez. ¿Quién no conoce a varias personas que no caminan tan ligeramente y piensan tan claramente ahora como hace treinta años?

Pablo aconseja a nosotros cristianos que no tengamos miedo. Dios nos ha adoptado como Sus propios hijos e hijas. Él va a cuidarnos con todo la atención que muestran los nuevos padres después de haber esperado a un bebé por ocho años. Si el camino de toda carne es perder la memoria, Dios va a recompensarnos con el recuerdo más provechoso, eso es, cómo decir “gracias” y “te amo.” Se investigó la congregación de Hermanas de Escuela de Notre Dame por Alzheimer con resultados semejantes. Descubrieron los médicos que varias hermanas tuvieron la patología de Alzheimer (eso es, los enredos y las placas drenando el cerebro de la vida) sin los síntomas de la enfermedad. No podemos reclamar un milagro acá pero sí podemos declarar que el Señor ayuda a las vidas dedicadas a Él.

Dios nos hace Suyos por enviarnos su Espíritu. Desde la eternidad el Espíritu Santo ha procedido de Dios Padre para engendrar a Su hijo. Ya en tiempo el Espíritu procede como un rayo del sol para incorporar a nosotros en la comunión que celebramos hoy, la Santísima Trinidad. Nos hace como Sí mismo magnánimos y generosos, inclinados a perdonar aunque nos cueste. De hecho, en un modo poético la falta de memoria en la vejez nos hace aún más como Dios. Pues, no recordamos las desgracias de parte de otras personas como Dios no nos castigará por nuestras infidelidades una vez perdonadas.

Pablo no promete que los hijos de Dios no sufrirán varias lastimas incluyendo la pérdida de memoria. Más bien, nos exhorta que nos aprovechemos del sufrimiento por hacer sacrificios de nuestras penas y dolores junto con Cristo. Pues, la muerte tortuosa de Cristo en la cruz reveló al mundo la compasión de su Padre para que se arrepienta de sus injusticias. Cuando nosotros aceptamos el peso de las contrariedades de la vida, aún la enfermedad Alzheimer, sin quejas ni reproches el mundo sabrá con más claridad aún el amor de Dios. Y nosotros sentiremos con más certeza aún este amor como hijos Suyos.