El domingo, 1 de diciembre de 2019


El Primer Domingo de Adviento

(Isaías 2:1-5; Romanos 13:11-14a; Mateo 24:37-44)


El Señor amonesta a sus discípulos en el evangelio, “Velen…”  Y la gente vela para gangas navideñas.  Quieren comprar un nuevo televisor de Best-Buy.  O desean un iPhone 11 de Wal-Mart.  De alguna manera no parece el tipo de velar que Jesús tiene en  mente.

Jesús sabe que hay anhelos más profundos  en el corazón humano que aparatos tecnológicos.  Sabe que anhelamos el fin de las guerras.  Se da cuenta que no queremos escuchar de niños muriendo de enfermedades curables.  Por eso la visión de Isaías en primera lectura nos llama la atención.  El profeta escribe del día en que las armas para la guerra se conviertan en recursos para el bien humano.  Dice que en ese día se forjen los arados de las espadas.  Nosotros podemos pensar en reemplazar los misiles con medicinas para eliminar la malaria.

Jesús nos ha enseñado cómo hemos de realizar la visión de Isaías.  En el Evangelio según San Mateo de que leemos hoy Jesús da el Sermón del Monte.  Es el programa para una vida perfecta.  Cuando la genta lo sigue, la sociedad en que viven se hace justa.  Al final del sermón Jesús resume sus contenidos en una frase.  Dice: “’Hagan ustedes a los demás como quieran que los demás hagan con ustedes’”.  Parece sencillo pero sabemos que a veces la “regla de oro” significa el sacrificio del yo. Por eso tenemos que preguntar: ¿Por qué pensamos que podemos cumplirla?  Hay sólo una respuesta a este interrogante.  Podemos cumplirla porque nos capacita la gracia de Jesucristo merecida por su muerte y resurrección.

Vamos a estar leyendo el Evangelio según San Mateo por un año entero.  La lectura actual no se encuentra en el principio del evangelio sino hacia el final.  Sus discípulos le han preguntado a Jesús cuando ocurrirán el fin del mundo y su regreso.  Él responde con un largo discurso de lo cual nuestro evangelio hoy forma sólo una parte pequeña.  Dice que él vendrá inesperada y repentinamente.  Nadie incluyendo a sí mismo sabe el momento excepto Dios Padre.  Por eso, dice que tenemos que esperarlo despiertos.  Eso es, tenemos que esperarlo no ociosamente como gente aguardando el bus.  Más bien que lo esperemos como un viejo preparándose para la muerte por  poner sus asuntos en orden. 

San Pablo en la segunda lectura nos muestra lo que tenemos que hacer.  Nos exhorta que desechemos las obras de las tinieblas y que nos revistamos con Jesucristo.   Eso es, en lugar de quejarnos de personas que nos ofenden, que recemos por ellas.  En lugar de pensar de otras personas con lujuria en mente, que nos acordemos que todos humanos son hijas e hijos de Dios.  Las iglesias ubicadas en el centro de una ciudad sureño están poniéndose de Jesucristo.  Cada una toma un día de la semana para dar hospitalidad a un grupo de desamparados.  Les sirven la cena y les proporcionan una camilla para dormir.  También pasan el tiempo con los pobres jugando barajas y otros tipos de juegos.

La Iglesia católica ha reservado estas cuatro semanas de Adviento como el tiempo particular de esperar el regreso de Jesús.   Sí practicamos las obras de misericordia todo el año.  Pero tenemos estos veinte y pico días para enfocarnos en los demás.  Por supuesto, no estamos pensando sólo en nuestros familiares y amigos.  No, ahora pensamos en aquellos que no tienen recursos.  Que recemos por ellos y que ayudemos al menos a algunos.  Que nos acordemos que son hijas e hijos de Dios.  Mucho más que velar para las gangas en Wal-Mart esto es el espíritu de Adviento.

El domingo, 24 de noviembre de 2019


Solemnidad de Nuestro Señor Jesucristo, Rey del Universo 

(II Samuel 5:1-3; Colosenses 1:12-20; Lucas 23:35-43)


Existe mucha crítica de los reyes hoy en día.  Dicen que los reyes gastan millones y no sirven para nada.  Aunque esta evaluación sea severa, es cierto que los reyes actuales no tienen todas las responsabilidades como antes.  En la Edad Media los reyes supervisaban el bien de toda la nación.  Protegían al pueblo de intrusos y proveían por los pobres entre muchas otras cosas.  Por eso los mejores de los reyes en el pasado siempre sentían el oficio muy pesado.  Hablamos de Jesucristo como rey porque asumió la responsabilidad por el mundo entero.

La primera lectura presenta al rey más cumplido en el Antiguo Testamento.  David extendió las fronteras de Israel. Lideró  al pueblo no sólo en la guerra sino en la alabanza también.  Era músico acreditado por la composición de al menos algunos de los salmos.  Tenía grandes defectos, es verdad.  Pero él fue bastante sensato que pidiera el perdón del Señor.  Se puede ver en sus logras una huella de la gloría de Jesucristo. 

Como David conquistó los pueblos ajenos, Jesús triunfó sobre el pecado.  Para algunos esta victoria es sólo figurativa.  No piensan que ella dé beneficio a nuestras vidas diarias.  Pero sabemos mejor.  El ejemplo de Jesús se ha hecho la medida de la virtud entre nosotros.  Además, por su acompañamiento, que realizamos en la oración diaria, nada puede derrotarnos.  Sea la muerte o la bancarrota, sabemos que Jesús nos llevará a la vida eterna.

La segunda lectura de la Carta a los Colosenses nos presenta otra perspectiva del rey Jesucristo.  No reina sólo sobre la tierra sino también en los cielos.  Tiene todas las fuerzas de tinieblas bajo su dominio y todos los ángeles a sus órdenes.  Cumplirá la promesa de su resurrección cuando nos levante a nosotros de la muerte.  Hasta entonces por la gracia de su cruz podemos vivir en paz con los demás.  Verlo muriendo injustamente todo pueblo y cada individuo deberían reconocer a sí mismo como la causa.  Cuando hagamos esto, podemos perdonar al uno al otro las ofensas en el lamento mutuo por su muerte.

Particularmente en los evangelios de San Juan y San Lucas Jesús reina de la cruz.  En el evangelio según San Juan Jesús muere sólo cuando ha cumplido su misión.  Provee por su madre, su amigo querido, y sus discípulos cuando envía su espíritu a ellos.  En San Lucas Jesús muestra su autoridad como rey cuando otorga el paraíso al malhechor.  El otro malhechor se burla de Jesús diciendo: “’Si tú eres el Mesías (a decir, “el ungido rey), sálvate a ti mismo y a nosotros’”.  Es exactamente lo que Jesús hace.  Por ser fiel hasta la muerte Dios levantará a Jesús.  Además Jesús otorga la salvación al malhechor con la sensatez de reconocer su culpa.

Se ha notado que hay sólo una instancia en toda la Biblia donde se le llama a Jesús sólo por nombre.  El malhechor arrepentido se le dirige a su compañero divino simplemente por decir “Jesús”.  No añade “Cristo” o “hijo de Dios” o nada semejante.  Dice solamente: “’Jesús, acuérdate de mí cuando entres en tu reino’”.  Como respuesta el ladrón recibe la vida eterna.  ¡Bueno! Lo que sirve al malhechor, nos puede servir a nosotros también.  Que no nos falte a llamar al Señor una vez que nos arrepintamos de nosotros pecados.  Que le digamos: “’Jesús, acuérdate de mí’”.

El domingo, 17 de noviembre de 2019

TRIGÉSIMO TERCER DOMINGO ORDINARIO

(Malaquías 3:19-20; II Tesalonicenses 3:7-12; Lucas 21:5-19)


Los parisinos lamentan el incendio en la catedral de Notre Dame este abril pasado.  Las llamas hicieron daño masivo a diferentes partes de la estructura.  Sin embargo, su lamento fue pequeño comparado con la congoja de los judíos con la destrucción del templo.  En el medio del primer siglo el ejército romano vino en toda fuerza para sofocar una rebelión judía.  En el proceso desmontó el gran templo del rey Herodes.  Hasta el día hoy los judíos han tenido luto por la pérdida.  Era el único lugar en que podían ofrecer sacrificios para pedir a Dios perdón y agradecerle la bondad.  En el evangelio hoy Jesús advierte a la gente de la destrucción que iba a venir.  Además instruye a sus discípulos cómo prepararse para el fin del mundo.

Podemos pensar en el templo como las cosas que dan valor a nuestras vidas.  Para nosotros el templo es como nuestra familia, nuestra ocupación o nuestra salud.  Sin alguna de estas cosas nos sentiríamos empobrecidos, tal vez perdidos.  Es posible que no quisiéramos seguir viviendo.  Cuando muere una pareja después de cincuenta años de matrimonio, el otro a menudo se siente desolado.  No ve cómo va a seguir adelante en la vida.  Los dos eran uno, tan cercanos como gemelos juntados en la cadera.  Ya queda la mitad como si fuera teniendo una hemorragia.

¿Qué podemos hacer para mantener la cordura en tales circunstancias?  Jesús responde a este interrogante en la lectura.  Asegura a sus discípulos que van a experimentar pruebas.  Tiene en mente las persecuciones, pero se puede aplicar sus palabras a la muerte de un ser querido.  Dice que hemos de “dar testimonio de (él)”.  No hay ninguna verdad de Jesús que vale nuestro testimonio más que lo siguiente: Jesús murió y se resucitó por amor de los seres humanos.  Por eso, damos testimonio de Jesús por seguir amando a pesar de las contrariedades de la vida. 

La experiencia amarga de la muerte puede causar nuestro corazón a secarse.  Entonces no queremos amar más. No queremos incomodarnos para ayudar a una persona en necesidad.  Mucho menos  queremos perdonar al familiar que nos ha ofendido.  Sólo queremos proteger lo que tenemos para que no perdamos nada más.  Pero hacer obras del amor por los demás nos ayudaría en modos más allá que mantener la cordura.  Nos movería más cerca de la persona que hemos perdido.  Pues Jesús ha prometido la misma gloria que él tiene a aquellos que lo siguen. 

En la primera lectura el profeta Malaquías habla del “día del Señor”.  No está pensando en el día domingo sino en el final de los tiempos.  Diferente de otros profetas Malaquías no lo ve como un día de terror para todos.  Según él sólo los malvados tienen que preocuparse.  Aquellos que aman en acuerdo con la voluntad de Dios pueden anticipar el día con gozo.  Ellos serán recompensados por sus obras del amor.

Por supuesto el amor tiene que ser más que palabras.  San Pablo en la segunda lectura regaña a los ociosos que hablan del amor pero no hacen nada.  Dice que todos tienen que trabajar para el bien común.  Meramente porque el mundo puede terminar mañana no debe ser pretexto para desistir practicar el amor diariamente.  Al contrario,  porque puede terminar pronto tenemos que aplicarnos a la tarea del amor ahora.  Queremos crear una sociedad que se acogerá a Jesús cuando regrese.

En las partes norteñas estos días se siente la muerte.  Las hojas caídas dejan los árboles sin signo de la vida.  El aire frío, a menudo mojado, nos da escalofríos.  El año está casi para terminar.  Sí estas cosas nos recuerdan de la muerte que va a llevarse a todos.  Pero la muerte no marca la desolación para aquellos que creen en Jesucristo como Señor.  Siguiéndolo por obras del amor vamos a resucitarnos en la gloria.

El domingo, 10 de noviembre de 2019


TRIGÉSIMO SEGUNDO DOMINGO ORDINARIO

(II Macabeos 7:1-2.9-14; II Tesalonicenses 2:16-3:5; Lucas 20:27-38)


No es raro que una persona en luto nos pida ayuda.  Cuando muere un esposo o un hijo, se siente tan perdida que busque la consolación.  Quiere asegurarse que hay la vida más allá que la muerte.  Necesita algún apoyo para seguir adelante en la vida sin la presencia del ser querido. 

Seguramente la búsqueda para la consolación no es el motivo de los saduceos en el evangelio hoy. Interrogan a Jesús no para conseguir su perspectiva sobre qué pasa a la persona con la muerte.  Mucho menos están en luto y necesitan su apoyo.  Ni están interesados en sus pensamientos sobre la resurrección de los muertos.  Probablemente saben que Jesús ha pronunciado en favor de la resurrección.  Por eso, estos hombres vienen para atrapar a Jesús en sus palabras.  Desde que entró en Jerusalén Jesús ha tenido un seguimiento grande.  Los saduceos del partido de los sumos sacerdotes no quieren que la fama de Jesús se aumente. Saben bien que si la gente lo apoya en grandes números, disminuirá su autoridad propia.

Los saduceos retan a Jesús con un ejemplo ridículo.   Cuentan de siete hermanos, cada uno casándose con la misma mujer y muriendo antes de que tenga hijo.  Según la ley el hermano tiene que casarse con la esposa de su hermano muerto.  De este modo se protege la viuda de la explotación.  También el hermano que se case con ella recibirá una doble porción del patrimonio cuando la mujer dé la luz a un hijo.  Los saduceos deseando burlarse de la resurrección de los muertos preguntan a Jesús: “’…cuando llegue la resurrección, ¿de cuál de ellos será esposa la mujer…?’” Su propósito es burlarse de la idea de la resurrección. 

Pero Jesús como un sabio entiende la realidad mejor que sus interrogadores.  Responde que no hay casamiento en la vida eterna.  Añade que las Escrituras mismas indican que al menos algunos muertos están resucitados.  Refiere al pasaje en lo cual Moisés llama al Señor, “Dios de Abraham…” y dice que Dios es Dios sólo de los vivos. 

Puede ser angustioso para parejas escuchar que no hay casamiento en el cielo.  ¿Quiere decir Jesús que no van a tener relaciones en el cielo?  Aparentemente no si se piensan en relaciones físicas que producen hijos.  La razón es que no habrá necesidad de reproducirse si no hay la muerte.  Pero esto no quiere decir que las parejas no más van a amar a uno a otro.  Al contrario su amor va a intensificarse porque estarán libres de motivos egoístas. Una pareja era casada por casi cincuenta años cuando la mujer se puso enferma con Alzheimer.  El hombre se encargó de su cuidado.  Le daba medicinas y le llevaba afuera para ejercicio.  También hacía todas las tareas de su casa.  Por supuesto, no podían tener relaciones sexuales.  Sin embargo, el hombre no resintió su suerte de modo que se pusiera impaciente con su esposa.  Al contrario, decía que le amaba más entonces que en el día de su matrimonio.

Si no les interesa a los saduceos el apoyo para aquellos en luto, a Jesús sí le interesa mucho.  Quiere que todos nosotros vivamos con la esperanza.  En este evangelio Jesús se encuentra en Jerusalén para dar su vida como el costo de la esperanza.  Su muerte en la cruz va a derrotar las fuerzas del mal.  Su resurrección al tercer día será la garantía a sus seguidores que nuestro destino no es la tumba.  Solamente tenemos que quedarnos cerca de él.